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los suyos mas odioso, se decretó que á la primavera se enviase ejército á la frontera de Navarra para cobrar las ciudades y villas que las revoluciones pasadas los navarros usurparon en Castilla. Al arzobispo de Toledo don Gomez Manrique por sus muchos servicios dió el Rey la villa de Talavera, y en trueque á la Reina, cuya era aquella villa, la ciudad de Alcaráz, que era del Arzobispo, el cual adquirió tambien á su dignidad la villa de Yepes. Ordenóse en estas Cortes que los judíos y moros que habitaban en el reino mezclados con los cristianos, que era una muchedumbre grandísima, trujesen cierta señal con que pudiesen ser conocidos. Mandóse tambien bajar el valor de las monedas de cruzados y reales, que dijimos se acuñaron para del aprovechamiento é interés que se sacase dellas pagar los soldados extraños. No pareció que era bien por entonces consumillas por estar muy gastado el tesoro y hacienda real. En estas mismas Cortes quisiera el Rey que se repartieran entre los señores los otros pueblos de las behetrías que no fueron de la caballería de San Bernardo. Decia el Rey que esta licencia que tenian aquellos pueblos de mudar señores era de mucho inconveniente y causa de grandes escándalos y revueltas. SuplicáronJe algunos grandes fuese servido de no hacer novedad en este caso por algunas razones que le representaron; á la verdad lo que principalmente les movia no era el pro comun, siuo su particular interés ; así se quedaron en el estado que antes. Despedidas las Cortes, el rey don Enrique envió su ejército á Navarra como en ellas se acordara. Hízose la guerra algunos dias en aquel reino. Despues se convino con la Reina gobernadora que aquellos pueblos sobre que era la diferencia se pusiesen en secresto y fieldad del sumo pontífice Gregorio XI, lemosin de nacion, que fué en el principio deste año elegido por papa en lugar de su antecesor Urbano V. Este papa Gregorio ilustró asaz su nombre con la restitucion que hizo de la Silla Apostólica á su antiguo asiento de la ciudad de Roma. Entre los cardenales que crió, el primero fué don Pero Gomez Barroso, arzobispo de Sevilla, que falleció el cuarto año adelante en la ciudad de Aviñon. Era este prelado natural de Toledo, y los años pasados tuvo el obispado de Sigüenza. Dió asimismo el capelo á don Pedro de Luna, aragonés, hombre de negocios, y que con sus muchas letras colmaba la nobleza de su linaje. Púsose en los conciertos que el legado del Papa, cuya venida de cada dia se esperaba, fuese juez de todas las diferencias y pleitos que tenian Castilla y Navarra. Tomó estos pueblos en fieldad un caballero navarro, que se decia Juan Ramirez de Arellano, muy obligado á don Enrique por la merced que le hizo del señorio de los Cameros en remuneracion del gran servicio con que le obligó cuando no le quiso entregar á los reyes de Aragon y de Navarra en las vistas de Uncastel ó de Sos. Hizo este caballero juramento y pleito homenaje de tener estos pueblos en nombre de su Santidad, y de entregallos á aquel en cuyo favor se pronunciase la sentencia. Desta manera cesó por entonces la guerra entre Navarra y Castilla; sin embargo, poco despues el rey don Enrique fué á Búrgos, y envió su ejército á la frontera de Navarra, y contra lo capitulado, se apoderó de Salvatierra y.de Santacruz de Campezo. Hecho que algunos excusaron, y decian que lo pudo hacer, porque como estas villas de su voluntad se

dieron al de Navarra, así él las podia ahora recebir, que de su voluntad tomaban su voz y se querian reducir á su servicio y obediencia. Logroño y Victoria ni por fuerza ni de grado quisieron por entonces mudar opinion, sino permanecer y tenerse por el rey de Navarra,

CAPITULO XVII.

De otras confederaciones que se hicieron entre los reyes.

Mayor era el miedo de la guerra que amenazaba de la parte del rey de Aragon, enemigo poderoso y que se tenia por ofendido. A muchas ocasiones que se ofrecian para estar mal enojado se allegó otra de nuevo, esto es, la libertad que se dió al infante de Mallorca don Jaime, rey de Nápoles, contra lo que el Aragonés deseaba y tenia rogado por medio del arzobispo de Zaragoza que no le diese libertad por ningun tratado que sobre ello le moviesen. Recelábase y aun tenia por cierto que pretenderia con las armas recobrar á Mallorca, como estado que fué de su padre. Por esta causa se trataron de aliar el Aragonés y el duque Juan de Alencastre para quitar el reino á don Enrique; intentos que se resfriaron por una muy reñida guerra que á esta sazon se encendió entre los franceses é ingleses. Al rey de Aragon tenia eso mismo con cuidado la guerra de Cerdeña; además que se temia del infante de Mallorca no viniese con las fuerzas de Francia, do se hacian muchas compañías de gente de guerra, á conquistar el estado de Ruisellon, fama que corria hasta decirse cada dia que llegaba. El papa Gregorio XI, deseoso de poner paz entre estos príncipes, envió á Aragon al cardenal de Cominge para que los concordase; venido, concertó seratificase el compromiso que tenian hecho, y se pusieron graves penas contra el que quebrantase las treguas que para este efecto se concertaron en 4 dias del mes de enero del año de 1372. Todavía el rey don Enrique, por recelo que el Papa no favoreciese en la sentencia mas al rey de Aragon que á él, entretuvo la conclusion mucho tiempo con dilaciones que buscaba y procurar otros medios para la concordia. En estos dias el mismo rey de Castilla se puso sobre la ciudad de Tuy y la tomó, que la tenian por el rey de Portugal Men Rodriguez de Sanabria y otros forajidos de Castilla. Envió otrosi en ayuda del rey de Francia, para mostrarse grato de la que dél tenia recebida, doce galeras con su almirante micér Ambrosio Bocanegra, capitan famoso y de ilustre sangre. El Almirante, juntado que se hobo con la armada de Francia, desbarató y venció la flota de los ingleses junto á la Rochela, tomóles todos sus bajeles, que eran treinta y seis navíos, prendió al conde de Peñabroch, general de los ingleses, y á otros muchos señores y caballeros, y les tomó una grandísima cantidad de oro que llevaban para los gastos de la guerra que querian hacer en Francia. Lo cual todo juntamente con el General y los prisioneros, que eran sesenta caballeros de espuelas doradas y de timbre, envió á Búrgos al rey don Enrique en señal de su victoria, que fué de las mas señaladas que en aquel tiempo hobo en el mar Océano. Deste Ambrosio Bocanegra, primer almirante de Castilla, decienden como de cepa los condes de Palma. La Rochela, que es una ciudad muy fuerte de Francia en Jantogne, y entonces se tenia por los ingle

ses, con esta victoria se entregó al rey de Francia, ‚ á causa que los ciudadanos, perdida la flota de los ingleses, tomaron las armas y echaron fuera la guarnicion que tenian dentro de la ciudad. Derribaron asimismo un castillo que les labraron los ingleses, y levantaron banderas por Francia. Tenia el rey de Aragon tres hijos en su mujer la reina doña Leonor, hija del rey de Sicilia; estos eran el infante don Juan, heredero del reino, y don Martin y doña Costanza, la que arriba dijimos casó con don Fadrique, rey de Sicilia. En el mes de junio deste año se celebraron las bodas del infante don Martin con la condesa doña María de Luna, única heredera del conde don Lope de Luna. Llevó en dote los estados de Luna y de Segorve, y el Rey, padre dél, le dió mas la baronía de Ejerica con título de condado, y poco despues le hizo condestable del reino. El infante don Juan desposó con doña Marta, hermana del conde de Armeñaque, con dote de ciento y cincuenta mil francos; deste matrimonio nació la infanta doña Juana, que casó adelante con Mateo, conde de Fox. En 22 dias del mes de agosto á don Bernardino de Cabrera, nieto de don Bernardo de Cabrera, hijo de su hijo el conde de Osona, que por este tiempo falleció, le restituyó el Rey el estado que era de su abuelo, excepto la ciudad de Vique con una legua en contorno. Túvose lástima á una nobilísima casa como esta, y al Rey y á la Reina remordia la conciencia de la injusta muerte de tan gran señor y buen caballero como fué don Bernardo. Entre Castilla y Portugal se volvió á encender la guerra con mayor cólera y peligro que antes, por ocasion que los portugueses tomaron ciertas naves vizcaínas que iban cargadas de hierro y acero y de otras mercadurías de las que lleva aquella provincia. No se sabe qué fuese la causa por que los portugueses rompiesen la guerra. A los forajidos de Castilla, que eran muchos, por ventura pesaba de la paz y temian de ser en algun concierto entregados á su señor, como se hiciera en tiempo del rey don Pedro. Hallábase á la sazon el rey don Enrique en Zamora, dende envió su embajador á Portugal á que pidiese la restitucion de los navíos, emienda y satisfaccion de los daños, con órden de denunciarles la guerra si no lo quisiesen hacer. Destos principios se vino á las armas. Don Alonso, hijo bastardo del rey de Castilla, fué despachado para que diese guerra á Portugal por la parte de Galicia y cercase á Viena. Al almirante Bocanegra se dió órden que armase doce galeras en Sevilla y fuese con ellas á correr la costa de Portugal. Tenia don Enrique buena ocasion para hacer alguna cosa notable, por estar el rey don Fernando mal avenido con los de su reino. Por no perder esta oportunidad dejó en Zamora el carruaje que le podia embarazar, y entró en Portugal poderosamente destruyendo los campos, robando los ganados y quemando los lugares y aldeas que topaba. Tomó las villas de Almoida, Panel, Cillorico y Linares. Esto fué en los postreros dias deste año. En esto tuvo cartas del cardenal Guido de Boloña, que era llegado á Castilla por legado del papa Gregorio á poner paz entre él y el rey de Portugal. Envióle don Enrique á rogar le esperase en Guadalajara, do quedó la Reina. Replicóle el Cardenal que no era justo estarse él quedo sin hacer diligencia en aquello para que el Papa le mandaba, que era

estorbar la guerra que tan trabada veia. Con esto se dió priesa á caminar hasta que llegó á Ciudad-Rodrigo, con intento de hablar á ambos los reyes. En el entre tanto Portugal se abrasaba en guerra y era miserablemente destruido, ca en principio del año de 1373 el rey don Enrique tomó por fuerza de armas y forzó la ciudad de Viseo, que se entiende es la que antiguamente se llamaba Vico Acuario. De allí dió vista á la ciudad de Coimbra; no le pareció detenerse en cercalla, antes se determinó de ir en busca de su enemigo, que tenia nueva alojaba con su ejército en Santaren. Quisiera mucho venir con él á las manos y darle la batalla; pero, aunque llegó cerca del pueblo, no osó el Portugués salir de los muros por no tener suficiente ejército para poder hacer jornada, ni tampoco se fiaba de la voluntad de sus soldados. Sabia que tenia á muchos descontentos; en particular su hermano don Donis se era pasado á Castilla por medio de Diego Lopez Pacheco, caballero portugués, al cual en remuneracion de haber hecho lo mismo, le hizo el Rey merced de Béjar. Este persuadió al infante don Donis, que vió andaba congojado y desabrido, hiciese lo que él, y con esto se vengase de los agravios que de su hermano tenia recebidos. Visto pues que el rey de Portugal esquivaba la batalla el de Castilla pasó á Lisboa. Luego que llegó se apoderó de los arrabales de la ciudad, que entonces no estaban cercados, en que los soldados pusieron fuego á muy ricos edificios. La parte alta de la ciudad, que llaman la villa, era fuerte y bien cercada, y tenia dentro gente valerosa que la defendió esforzadamente, que fué causa que don Enrique no la pudo ganar; pero quemó muchos navíos que surgian en el puerto, otros tomó el armada de Castilla que por mandado del Rey era allí venida; fueron muchos los cautivos que prendieron y grande el despojo que se hobo. En este medio tiempo el Cardenal legado no reposaba, hablaba muchas veces al un rey y al otro sin excusar ningun trabajo, ni el riesgo en que ponia su salud con tantos caminos como bacia. Tanta diligencia puso, que en 28 dias del mes de marzo los reyes y el Legado se hablaron en el rio Tajo en una barca junto á Santaren, y se concertaron debajo de las condiciones siguientes: que el rey de Portugal, dentro de cierto término que señalaron, echase de su reino los forajidos de Castilla, que serian como quinientos caballeros; que los pueblos tomados por ambas las partes en aquella guerra se restituyesen; que dona Beatriz, hermana del rey de Portugal, casase con don Sancho, hermano del rey de Castilla y conde de Alburquerque; y doña Isabel, hija natural del mismo rey de Portugal, casase con don Alonso, conde de Jijon, hijo bastardo del rey don Enrique. Estas fueron las condiciones con que se hicieron las paces; el rey don Fernando dió ciertos rehenes para seguridad que cumpliria lo capitulado. Celebráronse luego en Santaren las bodas de don Sancho y de doña Beatriz; doña Isabel se puso en poder del rey don Enrique, que á causa de su edad de solos ocho años no podia efectuarse el matrimonio. Compuestas en esta forma las diferencias que estos príncipes tenian, hechos amigos se partieron de Santarem; el rey don Enrique volvió toda la fuerza de la guerra contra Navarra, y con su ejército fué á la ciudad de Santo Domingo de la Calzada parą

entrar por aquella parte. Intervino tambien el Legado apostólico entre estos reyes, y por su medio se concordaron. El rey de Navarra restituyó al de Castilla las ciudades de Logroño y Victoria; demás desto, se concertaron desposorios entre doña Leonor, hija de don Enrique, y don Cárlos, hijo del rey de Navarra, y que se diesen al Navarro ciento y veinte mil escudos de oro, pagados á ciertos plazos por razon de la dote, y en recompensa de lo que tenia gastado en la fortificacion y reparos de los dichos pueblos que entregó al de Castilla. Viéronse los reyes en Briones, villa que está á los mojones de los dos reinos; allí se hicieron los desposorios de los dos infantes don Cárlos y doña Leonor, y por prenda y mayor firmeza destas paces el rey de Navarra envió á Castilla al infante don Pedro, que era el menor de sus hijos, para que se criase en ella. Cuando el rey de Navarra volvió de Francia en España halló que don Bernardo, obispo de Pamplona, y Cruzate, dean de Tudela, los que arriba dijimos dejó por coadjutores de la Reina para lo tocante al gobierno, no habian administrado las cosas como era razon y eran obligados. Indignose mucho contra ellos, tanto, que de miedo se ausentaron fuera del reino. El Dean fué por asechanzas muerto en el camino, sospechose que por mandado del Rey; el Obispo fué mas dichoso, que tuvo lugar de huirse en Aviñon. De allí pasó á Roma con el papa Gregorio, y murió en Italia sin volver mas á España. Tales fines suelen tener los que no corresponden á la confianza que dellos hacen los príncipes, aunque tambien es verdad que muchas veces en los reinos se peca á costa y riesgo de los que gobiernan, sin culpa ninguna suya; esto especialmente acontece cuando los reyes son fieros é implacables, como se refiere lo era el rey Cárlos de Navarra.

CAPITULO XVIII.

De las paces que se hicieron con el rey de Aragon. Despedidas las vistas de Briones y asentada la esperanza de la paz de España, el rey de Castilla se fué al reino de Toledo, y el de Navarra se tornó á su reino; dende envió á la Reina, su mujer, á Francia para que aplacase y satisficiese aquel Rey, que estaba malamente airado contra él, por entender hobiese persuadido á ciertos hombres que le diesen yerbas, los cuales fueron presos, y convencidos del delito, pagaron con las cabezas. El Navarro, partida su mujer, fué en persona á la villa de Madrid para tratar con el rey don Enrique que dejase la parte de Francia y favoreciese á los ingleses; que si pagaba lo que el rey don Pedro debia al príncipe de Gales del sueldo que él y sus soldados ganaron cuando vinieron á Castilla á restituille en el reino, el rey de Inglaterra y sus hijos el Príncipe y el duque de Alencastre se apartarian de la demanda del reino de Castilla y de los demás derechos que contra él pretendian. Respondió el de Castilla que en ninguna manera desampararia al rey de Francia ni dejaria su amistad, ca tenia muy en la memoria el grande amparo que halló en él cuando salió huido de Castilla; todavía si ellos hiciesen paces con Francia, que de muy buena gana entraria á la parte, y satisfaria con

dineros á los ingleses cuanto señalasen los jueces que para arbitrarlo se podrian nombrar en conformidad. Con tanto el Navarro, sin alcanzar lo que pretendia, se volvió á Pamplona, don Enrique partió para el Andalucía. Siguióse otra pretension y demanda de una buena parte de Castilla. La condesa doña María, hija de don Fernando de la Cerda y de doña Juana, hermana de don Juan de Lara el Tuerto, en Francia casara con el conde de Alanzon, nobilísimo señor de la sangre real de Francia, de quien tenia muchos hijos; envió un embajador á pedir al Rey le mandase entregar los estados de Vizcaya y Lara, que por ser hija de doña Juana de Lara y ser muertos todos los que la precedian en derecho le pertenecian. Venido el Rey del Andalucía á Búrgos, se trató en aquella ciudad deste negocio, qué tuvo muy apretados al Rey y á su consejo; por una parte parecia que esta señora pedia razon en que se le admitiese su demanda y se le hiciese justicia; por otra era cosa dura, y de que podian resultar grandes daños, enajenar dos estados de los mas grandes y mas ricos de Castilla y ponerlos en poder de franceses. Despues de muchas consultas y acuerdos respondió el Rey con artificio á la Condesa que holgaria volviesen estos estados á su casa, á tal que le enviase para dárselos dos hijos que se quedasen á vivir en su corte; que Vizcaya y Lara eran tan grandes señoríos, que era forzoso á los reyes de valerse muchas veces del servicio de los señores que los poseian, y por esta causa no podian dejar de residir dentro del reino. Con esta aparencia de buen despacho

y

de venir en lo justo fué despedido el embajador; mas bien se entendió que no le daban nada, por ser cosa cierta que ninguno de cinco hijos que tenia la Condesa aceptaria la oferta del Rey, como ninguno lo aceptó. Los tres poseian en su tierra tres grandes condados, de Alanzon, Percha y Estampas, y no se quisieron desnaturalizar de su patria, en que eran ricos y poderosos. Los otros dos eran prelados, y no podian heredar estados seculares. Por el mes de octubre deste año Baltasar Espinula, ginovés, vino á Aragon con embajada de los ingleses para confederarse con aquel Rey contra el de Castilla; prometíanle, en caso que se ganase aquel reino, las ciudades de Murcia, Cuenca, Soria y todas las villas adyacentes á ellas. El de Aragon, oida esta demanda, como era sagaz y de grande ingenio, no hizo caso destas ofertas por tener en mas la amistad del rey don Enrique, que en aquella sazon era tenido por famoso capitan, muy poderoso por lo mucho que sus vasallos le querian, y le caia muy cerca de sus estados; además que era mucho de temer tomar por enemigo al que tenia tanta noticia de las cosas de Aragon, y en aquel reino muchos aficionados que ganara el tiempo que anduvo en él huido, y aun en Aragon se tenia entendido que Dios con particular providencia le puso de su mano en aquel reino y le quitó á su contrario. Muchos asimismo se amedrentaban por señales que se vieron en el cielo, en especial un gran temblor de tierra que por el mes de febrero sucedió en el condado de Ribagorza, con que se hundieron muchos pueblos. Los supersticiosos interpretaban que por aquella parte amenazaba algun gran desastre al reino. Dióse á esto mas crédito porque en los confines de Ruisellon se vian ya juntas muchas compañías de hombres de ar

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Juan, duque de Alencastre, con un grueso ejército
pasó al puerto de Cales, llamado lccio por los antiguos,
que está en los morinos, provincia de la Gailia Bélgi-
ca. Juntóse con él Juan de Monforte, duque de Breta-
ña, que andaba en deservicio del rey de Francia, y fa-
vorecia á los ingleses por estar casado con una hermana
del de Alencastre. Entraron estos príncipes con sus
gentes en el Artoes y Vermandoes; hicieron gran estra-
go en los campos, villas y aldeas que topaban, y hartos
ya
de los robos y muertes con que dejaron asoladas
aquellas provincias, enderezaron su camino al ducado
de Guiena, y pasado el rio Ligeris, llamado hoy Loire,
llegaron á Burdeos con pensamiento de entrar en Es-
paña y conquistar el reino de Castilla. Enviaron sus em-

mas franceses, que tenia asoldadas el infante de Mallorca para hacer guerra en aquel estado. En fin, los pretensos de los ingleses salieron vanos, y por medio de don Luis, duque de Anjou, se comenzó á tratar con mucho calor la paz entre Aragon y Castilla. Vino el Duque á Carcasona con deseo de efectuar estas amistades, por miedo que tenia, si las discordias se continuaban, no se apoderasen de España los ingleses, capitales enemigos de Francia. Enviáronse á Aragon embajadores sobre este hecho; pedia don Enrique que la infanta doña Leonor, hija del rey de Aragon, que estaba prometida á su hijo el infante don Juan, le fuese entregada. No rehusaba el Aragonés de hacer cosa tan justa, si don Enrique le entregase aquellas ciudades que le tenia prometidas. Excusaba él de darlas; alega-bajadores á los reyes de Aragon y de Navarra para que ba que no tenia obligacion á cumplirle aquella promesa, pues no solo no le ayudó cuando andaba huido y desterrado, antes hizo liga contra él con su cruel enemigo. Finalmente, se concordaron de dejar sus diferencias en mano del legado el cardenal Guido de Boloña, que fué al presente mas dichoso que antes en hacer las paces entre los españoles. En el tiempo que estas cosas se trataban en Aragon, en 15 de octubre el papa Gregorio XI confirmó la regla de los monjes, que comunmente en España se llaman frailes de San Jerónimo, cuyo instituto es aventajarse á las demás religiones en guardar con gran paciencia una estrecha y loable clausura y ocuparse los dias y las noches con suavísimo canto y dulce melodía en perpetuas alabanzas de Dios. Ha crecido mucho en España esta religion, y poseen muchas y muy ricas casas de magníficos y sumptuosísimos edificios. El hábito destos religiosos es las túnicas y lo interior de lana blanca, la capas de paño buriel. Dieron principio á esta santa religion ciertos ermitaños italianos, que, encendidos con el deseo de servir á nuestro Señor, hicieron su habitacion en un lugar apartado cerca de la ciudad de Toledo, en que al presente está el monasterio de aquella órden llamado de la Sisla, del nombre de una aldea que allí estaba antiguamente. Creció la opinion de su santidad, con que tomaron su modo de vivir y se le juntaron algunos hombres principales, que fueron Fernando Yañez, capellan mayor de los Reyes Viejos y canónigo de la santa iglesia de Toledo, y don Alonso Pecha, obispo de Jaen, que renunció su obispado, y su hermano Pedro Fernandez Pecha, camarero que fuera del rey don Pedro. El primer monasterio que se fundó debajo destas constituciones y regla, fué junto á la ciudad de Guadalajara, encima de un pueblo que se llama Lupiana, en una ermita que les dió este mismo año el arzobispo don Gomez Manrique. Despues por la magnificencia de los reyes y otros señores de Castilla se han edificado otras muchas casas. Los años adelante salió tambien desta religion la de los isidorianos ó Isidros. En el mes de diciembre, como quier que no se concertasen las paces entre los reyes de Castilla y de Aragon, se hicieron treguas hasta el dia de Pentecostes, pascua de Espíritu Santo; asentaron estas treguas los procuradores destos reyes, que fueron por el de Aragon don Juan, conde de Ampúrias, su primo hermano y yerno, ca estaba casado con doña Juana, hija del Rey, y por el de Castilla Juan Ramirez de Arellano, señor de los Cameros. En el año de 1374

les asistiesen y ayudasen; mas el Aragonés y el Navar-
ro eran prudentes y sagaces, no quisieron por una es-
peranza incierta de interés ponerse en un peligro cierto
de ser destruidos, sino como muchos hombres suelen
hacer, les pareció seria mejor estarse á la mira y to-
mar el partido conforme las cosas se encaminasen. El
rey don Enrique, avisado de la tempestad que sobre él
venia, estaba con gran cuidado. Acudió á Búrgos para
resistir y juntar sus gentes de todas las partes del rei-
no, y hacer de nuevo otras muchas compañías. Llamó
particularmente á los soldados viejos, cuyo valor tenia
experimentado en las guerras pasadas. Acudieron al
tanto todos los grandes con gran deseo de servir yacom-
pañar á su Rey. Los mismos que en las revueltas pasa-
das le fueron contrarios, en esta ocasion le querian re-
compensar y con su diligencia y alegría dar ciertas
muestras del amor y lealtad con que le servian; de suer-
te que los que de antes andaban divisos en bandos y
parcialidades, visto el riesgo que corrian de ser seño-
reados por extraños, se juntaron en una conformidad
para defender su patria y su libertad; verdad es que
en 19 de marzo sucedió en aquella ciudad un gran de-
sastre que causó en todos gran pesar y tristeza, esto es,
que el conde de Alburquerque don Sancho, hermano del
Rey, por apaciguar una revuelta que se levantó entre
sus soldados y los de Pero Gonzalez de Mendoza sobre
Sy
las posadas, sin ser conocido, por ser la refriega de no-
che, fué herido en el rostro con una lanza por un hom-
bre de armas, de que desde á un rato murió. Alboro-
tóse el Rey, como era razon, por la muerte tan desgra-
ciada de su hermano; pero no hizo demostracion por
suceder acaso y por ignorancia. La condesa doña Bea-
triz, mujer del muerto, quedó preñada y parió á doña
Leonor, que casó con el infante don Fernando, adelan-
te rey de Aragon. Despues que el rey don Enrique tuvo
junto su ejército, partió de Búrgos, y cerca de la villa
de Bañares hizo alarde; halló que tenia mil y docientos
caballos y cinco mil infantes, todos gente escogida, y
que con su valor suplian el pequeño número, y estaban
prestos para acudir á la parte que fuese menester. Ame-
nazaba esta hueste principalmente, así á los de Aragon,
porque ya espiraban las treguas, como á los ingleses de
Francia, de quienes se tenian nuevas sordas que no
pasaban ya en España, porque su ejército se hallaba
muy menoscabado y menguado, á causa que Filipo, du-
que de Borgoña, y un famoso capitan llamado Juan de
Viena, que era almirante de Francia, vinieron en pos

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dellos, y por todo el camino les hicieron grandes daños; que de treinta mil combatientes que eran, casi no llegaban á seis mil cuando entraron en Burdeos. Ofrecíase buena ocasion de hacer alguna cosa notable, y echar á los ingleses de toda Francia; parecia que ya la fortuna y buena dicha de la guerra los desamparaba y favorecia á los franceses. Luis, duque de Anjou, escribió al rey don Enrique que juntasen sus fuerzas y cercasen á Bayona, ciudad de los antiguos tarbellos. Decia que esto importaba mucho para ganar reputacion, si diesen á entender que eran poderosos, no solamente para defenderse de sus enemigos, sino tambien para irles á hacer guerra dentro de su casa. Con esto animado el rey don Enrique, pasó á Bayona, y la cercó en los postreros del mes de junio; mas como sobreviniesen muchas aguas, que impedian las labores que se hacian para combatir la ciudad, y faltasen bastimentos, que por ser muy estéril la provincia de Vizcaya de que se proveian, bastecia mal el ejército, cansados todos con estas descomodidades, levantaron el cerco y se volvieron á Castilla. Asimismo el duque de Anjou no pudo venir, como tenia prometido, por estar ocupado en el cerco de Montalvan. Sirvió muy bien en esta jornada al rey don Enrique Beltran de Guevara, señor de la villa de Oñate y de la casa de Guevara; y á la venida de Bayona en remuneracion de sus servicios le hizo merced del valle de Leñiz con su acostumbrada largueza en hacer dádivas, cosa que puso en necesidad á los reyes sus decendientes de reformallas. En el mes de agosto el infante de Mallorca entró por el condado de Ruisellon con un grande y poderoso ejército, con el cual las fuerzas de los aragoneses no se pudieran igualar, si se hubiera de hacer jornada y dar la batalla. Prevaleció en este aprieto la buena dicha de Aragon, que en esta entrada no hizo el Infante cosa notable mas de desbaratar algunas banderas de enemigos con muy poco provecho suyo y llevar alguna presa de hombres y de ganados. Los que en esta entrada del Infante padecieron mayores daños fueron los del condado de Urgel. Por otra parte, el señor de Bearne y Jofre Recco, breton, que tenian muchos pueblos y vasallos en Castilla, sea por órden del rey don Enrique, ó de su propio motivo, hicieron entrada en los campos de Borgia y molestaron con guerra toda su tierra, combatiendo algunas villas, destruyendo y abrasando las aldeas, labranzas, rozas y heredades de aquella comarca. En estos dias el rey de Aragon envió á Inglaterra á Francés de Perellos, vizconde de Roda, á pedir ayuda al duque de Alencastre y á convidalle se confederase con él; y como este embajador con recio temporal corriese fortuna y aportase á la costa de Granada, fué preso por mandado del rey Moro, y encarcelados los mercaderes catalanes en venganza de que Pedro Bernal, capitan de unas galeras de Aragon, pocos dias tomara una nave del rey de Granada, que enviaba á Túnez con ciertos recados suyos. Pretendia el Moro otrosí en prender estos aragoneses hacer placer al rey de Castilla, cuyos enemigos eran. Con tantos desastres y malos sucesos, ¿qué podian hacer los de Aragon? ¿De quién valerse? ¿Qué ayudas podian buscar? El rey don Enrique pretendia sanar al rey de Aragon, y no destruir al que con su ayuda fué parte para que él llegase á la cumbre de

alteza en que al presente se veia; con este fin envió otra vez á Barcelona por embajadores á Juan Ramirez de Arellano y al obispo de Salamanca para que hiciesen paz con él. En 3 de noviembre deste año en el castillo de Evreux en Normandía murió doña Juana, reina de Navarra, por cuyas lágrimas muchas veces su hermano el rey de Francia perdonó grandes ofensas que su marido le tenia hechas. Al presente en esta ida que hizo á Francia, como quier que hallase cerradas las orejas del hermano, recibió tan grande pena, que della le sobrevino una dolencia que la acabó. Su cuerpo sepultaron en el monasterio de San Dionisio entre los reyes sus antepasados; hiciéroule las obsequias con real pompa y aparato Su marido dió nuevas ocasiones para que con mucha razon el pueblo le aborreciese, porque persiguió con muertes, destierros y confiscaciones de bienes á los parientes y allegados de aquellos que en las revueltas y calamidades de aquel tiempo siguieran el partido de sus enemigos. Si estos castigos él los hiciera en las personas de los que le ofendieron, pudiérale excusar el dolor de la ofensa y el deseo de la venganza, mas pagaban los inocentes por los culpados. Sobre los trabajos que he mos referido que padecia el reino de Aragon con las guerras le vino otro muy mayor de una gran hambre que en este año padeció toda aquella provincia, mas algun tanto se remedió con trigo que se trujo de Africa. Fuéles por otra parte provechosa esta hambre, porque compelidos della se fueron del reino sus enemigos. En Castilla asimismo, do pasaron los franceses á buscar mantenimientos, luego en principio del año de 1375 murió de enfermedad su capitan el infante de Mallorca don Jaime, rey de Nápoles; enterraron su cuerpo eu la ciudad de Soria en el monasterio de San Francisco. Acompañó en esta guerra al Infaute su hermana doña Isabel, que estaba casada con el marqués de Monferrat, animada de la esperanza que tenia de vengar las injurias que el Rey, su padre, recibió del rey de Aragon. Esta señora, muerto su hermano, se hizo cabeza, y debajo de su conducta se volvió el ejército de los franceses á sus casas. En aquella tierra renunció ella y cedió los derechos paternos que tenia contra la casa de Aragon, en Luis, duque de Anjou, hermano del rey de Francia, de que se recrecieron nuevos pleitos y debates, en sazon que las paces entre los reyes de Castilla У de Aragon se concluyeron por intervencion y diligencia de la reina de Castilla dona Juana, que para este efecto fué á la villa de Almazan. Por parte del rey de Aragon se hallaron allí el arzobispo de Zaragoza y Ramon Alaman de Cervellon. En 12 dias del mes de abril se concluyeron y firmaron las paces con estas condiciones que la infanta doña Leonor, que antes estaba otorgada al infante don Juan, le fuese entregada para que se celebrase el matrimonio; en dote le señalaron docientos mil floriues, que al rey don Enrique dió prestados el rey de Aragon en los principios de las guerras civiles; que Molina se restituyese al de Castilla, que á ciertos plazos contaria al de Aragon ciento y ochenta mil florines por los gastos de la guerra. La nueva desta concordia, que se entendia seria por muchos tiempos, se festejó en ambos reinos con parabienes por la paz y grandes banquetes que se hicieron, juegos, fiestas y alegrías por la esperanza que tenian que despues de

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