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Cádiz, que cae no léjos de allí, y en el templo de Hércules ofreció sacrificios y hizo sus votos por la victoria. Al contrario, Viriato, avisado de los apercebimientos que hacian los romanos para su daño, se determinó ir á verse con ellos. Fué al improviso su llegada, y así mató los leñadores y forrajeros del ejército romano y asimismo los soldados que llevaban de guarda. El Cónsul, despues desto, vuelto de Cádiz á sus reales, sin embargo que Viriato le presentaba la batalla, acordó de trabar primero escaramuzas, y con ellas hacer prueba así de los suyos como de los contrarios, excusando con todo cuidado la batalla hasta tanto que los suyos cobrasen ánimo, y quitado el espanto, entendiesen que el enemigo podia ser vencido y desbaratado. Continuó esto por algunos dias; al fin dellos se vino á batalla, en que Viriato fué vencido y puesto en huida. El ejército romano, por estar ya el otoño adelante y llegarse el invierno, fué á Córdoba para pasar allí los frios. Viriato reparó en lugares fuertes y ásperos, que, por tener los soldados curtidos con los trabajos, llevaban mejor la destemplanza del tiempo, sin descuidarse de solicitar socorros de todas partes. En particular envió mensajeros con sus cartas á los Arevacos, á los Belos y á los Titios, pueblos arriba nombrados, en que les hacia instancia que tomasen las armas por la salud comun y por la libertad de la patria, que por su esfuerzo el tiempo pasado habia comenzado á revivir, y al presente corria gran riesgo si ellos con tiempo no le ayudaban. Daban aquellos pueblos de buena gana oidos á esta recuesta, que fué el principio y la ocasion con que otra vez se despertó la guerra de Numancia, como se dirá en su lugar, Juego que se hobieren relatado las cosas de Viriato. Tuvo el consulado junto con Fabio Emiliano, por cuyo órden y valor se acabaron las cosas ya dichas en España, otro hombre principal llamado Lucio Hostilio Mancino, del cual se podria creer que vino tambien á España, y en ella venció á los gallegos, si las inscripciones de Anconitano tuviesen bastante autoridad para fiarse de lo que relatan en este caso. Otros podrán juzgar el crédito que se debe dar á este autor; á la verdad, por algunos hombres doctos es tenido por excelente maestro de fábulas y por inventor de mentiras mal forjadas.

CAPITULO IV.

De lo que Q. Cecilio Metello hizo en España.

El año siguiente, que se contó de la fundacion de Roma 610, salieron por cónsules Servilio Sulpicio Galba y Lucio Aurelio Cota, entre los cuales se levantó gran contienda sobre cual dellos se debia encargar de lo de España, porque cada cual pretendia aquel cargo por lo que en él se interesaba; y como el Senado no se conformase en un parecer, Scipion, preguntado lo que le parecia sobre el caso, respondió que ni el uno ni el otro le contentaban : « El uno, dice, no tiene nada, al otro nada le harta»; teniendo por cosa de no menor inconveniente para gobernar la pobreza que la avaricia, ca la pobreza casi pone en necesidad de hacer agravios, la codicia trae consigo voluntad determinada de hacer mal. Con esto enviaron al pretor Popilio; dél refiere Plinio que Viriato le entregó las ciudades que en su poder tenia ; que si fué verdad debió maltratalle en alguna batalla y ponelle en grande aprieto. Despues de

Popilio, el año 611, vino al gobierno de la España citerior el cónsul Q. Cecilio Metello, el que, por haber sujetado la Macedonia, ganó renombre de Macedónico. Su venida fué para sosegar las alteraciones de los celtiberos, que por diligencia de Viriato y á sus ruegos se comenzaban á levantar. De un cierto Quincio se sabe que prosiguió la guerra contra Viriato, sin que se entienda si como pretor ó por mandado y comision del Cónsul. Lo mas cierto es que á las haldas del monte de Vénus, cerca de Ebora de Portugal, este Quincio venció en batalla á Viriato; pero como vencido se rehiciese de fuerzas, revolvió sobre los vencedores con tal brio, que, hecho en ellos gran daño, los forzó á retirarse tan desconfiados y medrosos, que en lo mejor del otoño, como si fuera en invierno, se barrearon dentro de Córdoba, sin hacer caso ni de los españoles, sus confederados, ni aun de los romanos, que, por estar de guarnicion en lugares y plazas no tan fuertes, corrian riesgo de ser dañados. Metello hacia la guerra en su provincia, y sosegó los celtiberos; por lo menos Plinio dice que venció los arevacos; y sin embargo, el año siguiente, que fué el de 612, le prorogaron á él el cargo y gobierno de la España citerior, y para la guerra de Viriato vino el cónsul Quinto Fabio Servilio, hermano que era adoptivo de Fabio Emiliano. Trajo en su compañía diez y ocho mil infantes y mil y quinientos caballos de socorro. Demás desto, el rey Micipsa, hijo de Masinisa, le envió desde Africa diez elefantes y trecientos hombres de á caballo. Todo este ejército, con los demás que antes estaban al sueldo de Roma, no fueron parte para que Viriato en el Andalucía, do andaba, no los maltratase con salidas que hacia de los bosques en que estaba escondido, con tanto esfuerzo, que forzaba á los contrarios á retirarse á sus reales, sin dejalles reposar de dia ni de noche con correrías que hacia y rebates y alarmas que de ordinario les daba, hasta tanto que, mudadas sus estancias, llegaron á Utica, ciudad antiguamente del Andalucía. Desde allí Viriato por la falta de vituallas se retiró con los suyos á la Lusitania. El Cónsul, libre de aquella molestia y sobresaltos, acudió á los pueblos llamados Cuneos, donde venció dos capitanes de salteadores, llamados el uno Curion, y el otro Apuleyo, y tomó por fuerza algunas plazas que se tenian por Viriato con gruesas guarniciones de soldados que en ellas tenia puestas. Los despojos que ganó fueron ricos, los caulivos en gran número, de quien hizo morir quinientos, que eran los mas culpados; los demás, en número de diez mil, hizo vender en pública almoneda por esclavos. Entre tanto que todas estas cosas pasaban en la España ulterior aquel verano, Metello ganó grande honra por sujetar de todo punto los celtiberos y haberse apoderado por aquellas partes de las ciudades llamadas en aquel tiempo Contrebia, Versobriga y Centobriga. De Metello es aquel dicho muy celebrado á esta sazon, porque, como por engañar y deslumbrar al enemigo mudase y trajese el ejército por diversos lugares sin órden, á lo que parecia, y sin concierto, preguntado cerca de la ciudad de Contrebia por un centurion, que era capitan de una compañía de soldados, cuál era su pretension en lo que hacia, respondió aquellas palabras memorables: «Quemaria yo mi camisa si entendiese que en mis secretos tenia parte.» Varon por cierto hasta aquí de prudencia y valor aventajado, dado que por lo

que se sigue ninguna loa merece; pero ¿quién hay que no falte? quién hay que tenga todas sus pasiones arrendadas? Fué así que le vino aviso como en Roma tenian nombrado para sucedelle en aquel cargo Quinto Pompeyo, de que recibió tanta pena, que se determinó, para enflaquecelle las fuerzas, despedir á los soldados y hacer que dejasen las armas, descuidarse en la provision de los graneros públicos, quitar el sustento á los elefantes, con que unos murieron, otros quedaron muy flacos y sin ser de provecho: tanto puede muchas ve→ ces en los grandes ingenios la envidia y la indignacion. Este desórden fué causa que, vuelto á Roma, no le otorgaron el triunfo, por lo demás muy debido á su valor y á las cosas que hizo. Vino pues el cónsul Quinto Pompeyo á la España citerior el año 613 de la ciudad de Roma. Serviliano, por órden del Senado, continuó su gobierno en la España ulterior, donde recibió en su gracia á Canoba, capitan de salteadores, que se le entregó; y á Viriato, que estaba sobre la ciudad de Vacia, forzó á alzar el cerco y á huir, ocasion para que muchos pueblos por aquella comarca se le rindiesen. Juntaba Serviliano con la diligencia, que era muy grande, la severidad y el rigor del castigo, en que era demasiado. Porque cortó las manos á todos los compañeros de Canoba, y fuera dellos á otros quinientos cautivos que faltaran en la fe y desampararan sus reales. Lo misino con que pensó amedrentar y poner espanto alteró grandemente á los naturales y causó notable mudanza en las cosas; que todos naturalmente aborrecen la fiereza y la crueldad. Manteníase en la devocion de Viriato una ciudad por nombre Erisana; pusiéronse sobre ella los romanos. De noche el mismo Viriato, sin ser descubierto ni sentido se metió dentro; y luego la mañana siguiente dió tal rebate sobre los enemigos, que halló descuidados, que, con muerte de muchos, puso á los demás en huida. Repararon en un lugar no muy fuerte, y estaban todos para perecer. Parecióle á Viriato buena coyuntura aquella para concertarse con el enemigo á su ventaja, movió tratos de paz; resultó que se hizo confederacion, en virtud de la cual los romanos escaparon. con las vidas, y él fué llamado amigo del pueblo romano, á sus soldados y confederados dado todo lo que tenian y habian robado; grande ultraje y afrenta de la majestad romana, la cual aun encareció mas y subió de punto en Roma Quinto Servilio Cepion, enviado desde España por embajador de su hermano Serviliano; maña con que granjeó las voluntades para que le diesen el consulado, como lo hicieron, ca fué cónsul el año siguiente, de la ciudad de Roma 614, con órden que se le dió se encargase de la España ulterior y lo mas presto que pudiese rompiese y quebrantase aquel concierto que se hizo con Viriato, como indigno y vergonzoso y hecho sin pública y bastante autoridad. Por donde no parece llegado á razon ni cosa probable lo que refiere Apiano, que el dicho concierto fué en Roma aprobado por el Senado y pueblo romano.

CAPITULO V.

Cómo Viriato fué muerto.

Tuvo Quinto Pompeyo el gobierno de la España citerior por espacio de dos años; pero por el mal recaudo que halló, causado de la envidia de Metello, ni el M-1.

año pasado ni en gran parte del presente pudo hacer cosa alguna de momento, además que por estar su provincia sosegada ni se ofrecia ocasion de alteraciones ni de emprender grandes hechos. Por el contrario, el cónsul Servilio en el Andalucía puso cerca de la ciudad de Arsa á Viriato en huida. Siguióle hasta la Carpetania, que es el reino de Toledo, donde con cierto ardid de guerra se le escapó de las manos. Dió muestra que queria la batalla, y puestas sus gentes en ordenanza y por frente la caballería, entre tanto que los romanos se aparejaban para la pelea, hizo que su infantería se retirase á los bosques que por allí cerca caian. Esto hecho, con la misma presteza se retiró la caballería, do suerte que el Cónsul, perdida la esperanza de haber á las manos por entonces enemigo tan astuto y tan recatado, se encaminó con sus gentes la vuelta de los Vectones, donde hoy está Extremadura. Desde allí revolvió sin parar hasta Galicia, donde habia grande soltura y todo estaba lleno de muertes y robos. Viriato, cansado de guerra tan larga y poco confiado en la lealtad de sus compañeros, ca se recelaba no quisiesen algun dia con su cabeza comprar ellos para sí la libertad y el perdon, acordó de enviar al Cónsul tres embajadores de paz. Muchas veces se pierden los hombres por el mismo camino que se pensaban remediar. Recibiólos el Cónsul con mucha cortesía y humanidad, regalólos de presente con dones que lcs dió; y para adelante los cargó de grandes promesas que les hizo, con tal que matasen á su capitan estando descuidado, y por este medio librasén á sí mismos de tantos trabajos y de una vida tan iniserable, y á su tierra de tantos males y daños. Guárdanse los malos entre sí poco la lealtad ; así fácilimento se persuadieron de poner en ejecucion lo que el Cónsul les rogaba. Concertada la traicion, se despidieron con buena respuesta que en público les dió y con muestra . de querer efectuar las paces. Descuidóse con esta esperanza Viriato, con que ellos hallaron comodidad para cumplit lo que prometieran; entraron do estaba durmiendo, y en su mismo lecho le dieron de puñaladas. Varon digno de mejor fortuna y fin, y que, de bajo lugar y humilde, con la grandeza de su corazon, con su valor y industria trabajó con guerra de tantos años la grandeza de Roma; no le quebrantaron las cosas adversas, ni las prósperas le ensoberbecieron. En la guerra tuvo altos y bajos como acontece; pereció por engaño y maldad de los suyos el libertador se puede decir casi de España, y que no acometió los principios del poder del pueblo romano como otros, sino la grandeza y la majestad de su imperio cuando mas florecian sus armas y aun no reinaban del todo los vicios que al fin los derribaron. Hiciéroule el dia siguiente las exequias y enterramiento, mas solemne por el amor y lágrimas de los suyos que por el aparato y ceremonias, dado que entre los soldados se hicieron fiestas y torneos y se sacrificaron muchas reses. Los matadores, idos á Roma, dieron peticion en el Senado, en que pedian recompensa y remuneracion por tan señalado servicio. Fuéles respondido que al Senado y pueblo romano nunca agradaba que los soldados matasen á su caudillo; así los traidores son aborrecidos por los mismos á quien sirven, y muchas veces son castigados en lugar de las mercedes que pretendian. Sucedió á Viriato un hombre llamado Tantalo, menos aventajado que él en autoridad,

esfuerzo y prudencia. Este capitan en breve se entregó al Cónsul con todos los suyos, y fué recebido en su gracia y amistad. A estos y á los demás lusitanos quitaron las armas y dieron tierras á propósito, que, ocupados en la labranza y entretenidos con el trabajo y con la pobreza, perdiesen la lozanía y la voluntad de alborotlarse y no tuviesen fuerzas aunque quisiesen hacello.

CAPITULO VI.

Cómo revolvió la guerra de Numancia.

El año mismo que por alevosía de los suyos fué muerto el famoso capitan Viriato, que se contaba de la fundacion de Roma 614, los numantinos se alborotaron de nuevo, y se encendió una nueva y mas cruel guerra que antes con esta ocasion. Habia Metello con su esfuerzo y buena maña sujetado los celtiberos al imperio romano; solos los numantinos y los termestinos, conforme á las capitulaciones y confederacion que antes tenian asentada, fueron declarados por amigos del pueblo romano, que era lo mismo que conservallos en su libertad Entiéndese que los Termestinos estaban distantes de Numancia por espacio de nueve leguas, do al presente está una ermita que se llama de Nuestra Señora de Tiermes. Quinto Pompeyo, por no estar ocioso y por parecer que hacia algo, pensaba cómo quitaria la libertad á estas ciudades. Era menester buscar algun buen color. Pareció el mas á propósito achacarles que recibieran en su ciudad á los segedanos, los cuales, por cierta ayuda que enviaron á Viriato, incurrieron en mal caso; que fué la causa, si otra no hobo, de temer el castigo, y por no tenerse por seguros en su ciudad, recogerse á los numantinos como amigos y comarcanos, ca Segeda se cuenta entre los Belos, y hoy entre las ciudades de Soria y Osma hay un pueblo llamado Seges, rastro, como algunos piensan, de aquella ciudad. El delito de que acusaban á los numantinos no era cosa tan grave, que á todos es lícito usar de benignidad y humanidad para con sus aliados; pero, sin embargo, enviaron sus embajadores á Pompeyo para desculparse, que despidió él con afrenta y ultraje. Los numantinos, conocido el yerro pasado y el riesgo que corrian, acordaron de alzar la mano de la defensa de los segedanos y renunciar su amistad, todo á propósito de aplacar á los romanos. Avisaron desto á Pompeyo, y con nueva embajada que le enviaron le suplicaron renovase el concierto que tenian hecho con Graco. Pompeyo dió por respuesta que no habia que tratar de paz ni de confederacion si primero no dejasen las armas. Con esto fué forzoso tornar á la guerra para con las armas defender las armas, que el enemigo junto con la libertad les pretendia quitar. Tocaron atambor, hicieron levas de gente, con que juntaron ocho mil peones y dos mil caballos, pequeño número, pero grande en esfuerzo, y no muy desigual á la muchedumbre de los romanos. La conducta desta gente se encomendó á un capitan muy experimentado, por nombre Megara. No se descuidó Pompeyo en lo que á él tocaba; antes en breve adelantó sus reales y los asentó cerca de Numancia, en que tenia treinta mil infantes y dos mil de á caballo. Dábanles en que entender los numantinos, y con correrías que hacian desde los collados y con ordinarios rebates mataban y prendían á los que se desmandaban. Solo ex

cusaban el riesgo de la batalla; y todas las veces que los romanos movian contra ellos sus estandartes, se retiraban y ponian en salvo por la noticia que tenian de aquellos lugarès, que era consejo muy acertado. Pompeyo, viendo que no hacia efecto contra los numantinos, acordó de ponerse sobre la ciudad de Termancia, de donde asimismo fué rechazado, no con menor afrenta que antes y con algo mayor pérdida de gente. Porque con tres salidas que en un dia hicieron los de Termancia le forzaron á retirarse á ciertas barrancas, lugares ásperos y fuertes, de donde muchos de los suyos se despeñaron; tan grande era el miedo que cobraron, que toda la noche pasaron en vela sin dejar las armas. El dia siguiente volvieron á la pelea, que fué muy dudosa, sin declarar la victoria por ninguna de las partes hasta tanto que sobrevino la noche, en que Pompeyo se fué á la ciudad de Monlia con resolucion de excusar otra batalla, que fué señal de llevar lo peor, y que pretendia rehacerse de fuerzas y hacer que con el tiempo su gente cobrase ánimo. Tenia la ciudad de Manlia guarnicion de numantinos, y sin embargo se entregó á los romanos por no poderse tener. Al presente hay un pueblo en aquella comarca, por nombre Mallen, por ventura asiento de aquella ciudad. Apoderóse otrosí de los Termestinos que tornó á combatir, y no se hallaban con fuerzas bastantes para defenderse, por quedar cansados y gastados de los encuentros pasados. Restaban los numantinos: antes que moviese Pompeyo contra ellos, deshizo á Tangino, capitan de salteadores, y le mató con toda su gente en aquella parte donde se tendian los Edetanos y hoy está la ciudad de Zaragoza. Hecho esto, revolvió sobre Numancia, y porque el cerco iba á la larga, procuró sacar de madre al rio Duero para que no entrasen bastimentos á los cercados. Fué forzado á desistir desta empresa por causa que los numantinos, con una salida que hicieron, maltrataron á los soldados contrarios, y á los que andaban en la obra. Demás desto, le degollaron un tribuno de soldados con toda su gente, que iba en guarda de los que traian vituallas y de los forrajeros. Espantado Pompeyo por estos daños, detuvo los soldados dentro de sus estancias, sin dejallos salir en el tiempo mas áspero del año, que fué causa de que muchos pereciesen de enfermedad, por ho estar acostumbrados á aquella destemplanza del aire. Otros morian á manos de los numantinos, que con sus salidas y rebates continuamente los trabajaban. Por esta causa fué forzado Pompeyo á mudar de parecer, y dado que el invierno estaba muy adelante, desistir del cerco y repartir sus gentes por las ciudades comarcanas de su devocion. Corria ya el año de Roma de 615; en él el cónsul Marco Pompilio Lenate fué señalado para el gobierno de aquella provincia en lugar de Pompeyo; pero mientras su venida se esperaba, al principio del verano se asentaron las paces con los numantinos. Procurólo Pompeyo, sea por miedo de que en Roma le achacasen de haber sido con su mal gobierno causa de aquella guerra, sea por no querer que con su trabajo y riesgo su sucesor llevase el prez y la honra de acabarla. Los numantinos otrosí, cansados de guerra tan larga y por tener falta de mantenimientos, á causa de haber dejado la labranza de los campos, dieron de buena gana oidos á aquellos tratos. Conviniéronse en que las condiciones de la paz, por ser desaventajadas para los romanos, se

tratasen en secreto; tanto que el mismo Pompeyo por no firmallas se hizo malo. En lo público la escritura del concierto rezaba que los numantinos eran condenados en treinta talentos; los mas inteligentes sospechaban era ficcion inventada á propósito de conservar el crédito y autoridad del imperio romano. Lo cierto es que, con la venida del cónsul Pompilio, se trató de aquella confederacion y de aquellas paces; Pompeyo negaba habellas hecho; los numantinos probaban lo contrario por testimonio de los principales del ejército romano. En fin los unos y los otros fueron por el nuevo Cónsul remitidos al Senado de Roma, donde por tener mas fuerza el antojo y la pasion que la justicia, entre diversos pareceres, prevaleció el que mandaba hacer de nuevo la guerra contra Numancia.

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De la confederacion que el cónsul Mancino hizo con los numantinos. Entre tanto que esto pasaba en Roma y con los numantinos, el cónsul Pompilio acometió á hacer guerra á los lusones, gente que caia cerca de los numantinos; pero fué en vano su acometimiento. Antes el año siguiente, que de la ciudad de Roma se contó 616, como le hobiesen alargado el tiempo de su gobierno, fué en cierto encuentro que tuvo con los numantinos vencido y puesto en huida. En la España ulterior, para cuyo gobierno señalaron el uno de los nuevos cónsules, por nombre Decio Bruto, los soldados viejos de Viriato, á los cuales dieron perdon y campos donde morasen, edificaron y poblaron la ciudad de Valencia. Hay grande duda sobre qué Valencia fué esta: quién dice que fué la que hoy se llama Valencia de Alcántara, por estar en la comarca donde estos soldados andaban; quién entiende, y es lo que parece mas probable, que sea la que hoy se llama Valencia de Miño, puesta sobre la antigua Lusitania en frente de la ciudad de Tuy, y no falta quien piense que sea Valencia la del Cid, ciudad poderosa en gente y en armas. Pero hace contra esto que está asentada en la España citerior, provincia que era de gobierno diferente. Dejadas estas opiniones, lo que hace mas á nuestro propósito es que el año siguiente, de la fundacion de Roma 617, á Bruto alargaron el tiempo del gobierno de la España ulterior, y para lo de la citerior señalaron el uno de los nuevos cónsules, por nombre Cayo Hostilio Mancino. Este luego que llegó, asentado su campo cerca de Numancia, fué diversas veces vencido en batalla; y de tal manera se desanimó con estas desgracias, que, avisado como los vaceos, que caian en Castilla la Vieja, y los cántabros venian en ayuda de los numantinos, no se atrevió ni á atajarles el paso ni á esperar que llegasen; antes de noche á sordas se retiró y apartó á otros lugares que estaban sosegados. En qué parte de España no se dice, solo señalan que fué donde los años pasados Fulvio Nobilior tuvo sus alojamientos. En la ciudad de Numancia no se supo esta partida de los enemigos hasta pasados dos dias, por estar los ciudadanos ocupados en fiestas y regocijos sin cuidado alguno de la guerra. La manera como se supo fué que dos mancebos pretendian casar con una doncella: para excusar debates acordaron que saliesen á los reales de los enemigos, y el que primero de los dos trajese la mano derecha de alguno dellos, ese alcanzase

por premio el casamiento que deseaba. Iliciéronlo así; y como hallasen los reales vacíos, á mas correr vuelven á la ciudad para dar aviso de lo que pasaba que los enemigos eran idos y que dejaban desamparados sus reales. Los ciudadanos, alegres con esta nueva, siguieron la huella y rastro de los romanos, y antes de tener barreadas sus estancias bastantemente, pusieron sitio á los que poco antes los tenian cercados; que fué un trueque y mudanza notables. El Cónsul, perdida la esperanza de poder escapar, se inclinó á tratar de concierto, en que los numantinos quedaron con su antigua libertad, y en él fueron llamados compañeros y amigos del pueblo romano grande ultraje, y que despues de tantas injurias parecia escurecer la gloria romana, pues se rendia al esfuerzo de una ciudad. Ayudó para hacer esta confederacion, mas necesaria que honesta, Tiberio Graco, que se hallaba entre los demás romanos, y por la memoria que en España se tenia de Sempronio, su padre, era bienquisto, y fué parte para inclinar á misericordia los ánimos de los numantinos. En Roma, lucgo que recibieron aviso de lo que pasaba y de asiento tan feo, citaron á Mancino para que compareciese á hacer sus descargos, y en su lugar nombraron por general de aquella guerra al otro cónsul, llamado Emilio Lépido, para que vengase aquella afrenta. Enviaron asimismo los numantinos sus embajadores con las escrituras del concierto y con órden que si el Senado no le aprobase, en tal caso pidiesen les fuese entregado el ejército, pues con color de paz y de confederacion escapó de sus manos. Tratóse el negocio en el Senado, y como quier que ni, por una parte, quisiesen pasar por concierto tan afrentoso, y por otra juzgasen que los numantinos pedian razon, dieron traza que Mancino les fuese entregado, con que les parecia quedaban libres del escrúpulo que tenian en quebrantar lo asentado. A Tiberio Graco, magüer que fué el que intervino en aquella confederacion y la concluyó, absolvieron porque lo hizo mandado. El vulgo, como de ordinario, se inclina á pensar y creer la peor parte, decia que esto se hizo por respeto de Scipion, su cuñado, que, como ya se dijo, casó con Cornelia, hermana de los Gracos.

CAPITULO VIII.

Cómo Cayo Mancino fué entregado á los numantinos.

Esto era lo que pasaba en Roma. En España el cónsul Marco Lépido, antes de tener aviso de lo que el Senado determinaba, acometió á los Vaceos, que era gran parte de lo que hoy es Castilla la Vieja, con achaque que en la guerra pasada enviaron socorro á los numantinos y los ayudaron con vituallas. Corrió sus muy fértiles campos; y despues que lo puso todo á fuego y á sangre, probó tambien de apoderarse de la ciudad de Palencia, sin embargo que de Roma le tenian avisado no hiciese guerra á los españoles, hombres que eran feroces y denodados, y de enojarlos muchas veces resultara daño. La afrenta y mal órden de Mancino tenia puesto al Senado en cuidado, y á los españoles daba ánimo para que no dudasen ponerse en defensa contra cualquiera que les pretendiese agraviar. Fué así que, por el esfuerzo de los palentinos como los romanos fuesen maltratados y asimismo tuviesen falta de vituallas, de noche á sordas, sin dar la señal acostumbrada para al

zar el bagaje, se partieron con tanto temor suyo y tan grande osadía de los palentinos, que luego el dia siguiente, sabida la partida, salieron en pos dellos, y los picaron y dieron carga, de suerte que degollaron no menos de seis mil romanos; de lo cual, luego que en Roma se supo, recibió tan grande enojo el Senado, que citaron á Lépido á Roma, donde, vestido como particular, fué acusado en juicio y condenado de haberse gobernado mal. Estos daños y afrentas en parte se recompensaban en la España ulterior por el esfuerzo y prudencia de Decio Bruto, que sosegó las alteraciones de los Gallegos y Lusitanos, y forzó á que se rindiesen los Labricanos, pueblos que por aquellas partes se alborotaban muy de ordinario. Púsoles por condicion que le entregasen los fugitivos, y ellos, dejadas las armas, se viniesen para él; lo cual como ellos cumpliesen, rodeados del ejército, los reprehendió con palabras tan graves, que tuvieron por cierto los queria matar; pero élse contentó con penarlos en dinero, quitarles las armas y demás municiones que tanto daño á ellos mismos acarreaban. Por estas cosas Decio Bruto ganó sobrenombre de Galaico ó Gallego. Esto sucedió en el consulado de Mancino y Lépido. El año siguiente 618 alargaron á Bruto el tiempo de su cargo, y al nuevo cónsul Publo Furio Filon se le dió cuidado de entregar á Mancino á los numantinos, y se le encomendó el gobierno de la España citerior. Y porque Q. Metello y Q. Pompeyo, como personas las mas principales en riquezas y autoridad, pretendian impedir que Furio no fuese á esta empresa, de donde tanta gloria y ganancia se esperaba, él con una maravillosa osadía, como cónsul que era, les mandó que le siguiesen y fuesen con él á España por legados ó tenientes suyos. Luego que llegó, puestos sus reales cerca de Numancia, hizo que Mancino, desnudo el cuerpo y atadas atrás las manos, como se acostumbraba cuando entregaban algun capitan romano á los contrarios, fuese puesto muy de mañana á las puertas de Numancia; pero como quier que ni los enemigos le quisiesen y los amigos le desamparasen, pasado todo el dia y venida la noche, guardadas las ceremonias que en tal caso se requerian, fué vuelto á los reales. Con esto daban á entender los romanos que cumplian con lo que debian. A los numantinos no parecia bastante satisfaccion de la fe que quebrantaban entregar el capitan y guardar el ejército, que libraron de ser degollado debajo de pleitesía. Y es cosa averiguada que los romanos en este negocio miraron mas por su provecho que por las leyes de la honestidad y de la razon. Qué otra cosa Furio hiciese en España, no se sabe, sino que el año adelante, que se contó 619 de la fundacion de Roma, á Bruto alargaron otra vez el tiempo de su gobierno por otro año, que fué el tercero, y el cónsul Quinto Calpurnio Pison, por el cargo que le dieron de la España citerior, peleó con los numantinos mal, ca perdió en la pelea parte de su ejército, y los demás se vieron en grandes apreturas. Era el miedo que los romanos cobraran tan grande, que con sola la vista de los españoles se espantaban: no de otra guisa que los ciervos cuando ven los perros ó los cazadores, movidos de una fuerza secreta, luego se ponian en huida. Muchos entendian que la causa de aquel espanto era el gran tuerto que les hacian y la fe quebrantada; mas á la verdad los españoles en

aquel tiempo ninguna ventaja reconocian á los romanos en esfuerzo y atrevimiento. No peleaban como de antes de tropel y derramados, sino por el largo uso que tenian de las armas, á imitacion de la disciplina romana, formaban sus escuadrones, ponian sus huestes en ordenanza, seguian sus banderas y obedecian á sus capitanes. Con esto tenian reducida la manera grosera de que antes usaban á preceptos y arte, con que siempre en las guerras y con prudencia se gobernasen.

CAPITULO IX.

Cómo Scipion, hecho cónsul, vino á España." Estas cosas, luego que se supieron en Roma, pusieron en grande cuidado al Senado y pueblo romano, como era razon. Acudieron al postrer remedio, que fué sacar por cónsul á Publio Scipion, el cual por haber destruido á Cartago tenia ya sobrenombre de Africano, con resolucion de envialle á España. Para hacer esto dispensaron con él en una ley que mandaba á ninguno antes de los diez años se diese segunda vez consulado. Sucedió esto el año que se contó 620 de la fundacion de Roma, en que, como creemos, prorogaron de nuevo á Decio Bruto y le alargaron el tiempo del gobierno que tenia sobre la España ulterior. Siguieron á Scipion en aquella jornada cuatro mil mancebos de la nobleza romana y de los que por diversos reyes habian sido enviados para entretenerse en la ciudad de Roma; y si no les fuera vedado por decreto del Senado, lo mismo hicieran todos los demás. Tan grande era el deseo que en todos se via de tenelle por su capitan y aprender dél el ejercicio de las armas, que á porfía daban sus nombres y con grande voluntad se alistaban. Destos mozos ordenó Scipion un escuadron, que llamó Filonida, que era nombre de benevolencia y amistad, atadura muy fuerte y ayuda entre los soldados para acometer y salir con cualquier grande empresa. El ejército de España, por estar falto de gobierno, se hallaba flaco, sin nervios y sin vigor, efecto propio del ocio y de la lujuria. Para remediar este daño, dejó Scipion en Italia á Marco Buteon, su legado, que guiase la gente que de socorro llevaba, y él, lo mas presto que se pudo aprestar, partió para España, yen ella, con rigor, cuidado y diligencia en breve redujo el ejército á mejores términos; porque, lo primero, despidió dos mil rameras que halló en el campo; asimismo despidió de regatones, mercaderes y mochilleros otro no menor número ni menos dado á torpezas y deleites. Por esta manera, limpiado el ejército de aquel vergonzoso muladar, los soldados volvieron en sí y cobraron nuevo aliento, y los que antes eran tenidos en poco, comenzaron á poner á sus enemigos espanto. Demás desto, ordenó que cada soldado llevase sobre sus hombros trigo para treinta dias, y cada siete, estacas para las trincheas, con que cercaban y barreaban los reales, que de propósito hacia mudar y fortificar á menudo, para que desta manera los soldados con el trabajo tornasen á cobrar las fuerzas que les habia quitado el regalo. Lo que hizo mas al caso para reprimir los vicios é insolencias de los soldados fué el ejemplo del general, por ser cosa cierta que todos aborrecen ser mandados, y que el ejemplo del superior hace que se obedezca sin dificultad. Era Scipion el primero al trabajo, y el postrero

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