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metieron dos mil cueros de agua dentro de la ciudad, de que los cercados padecian grande falta á causa de haberles cortado los caños por donde venia encaminada, y un pozo que dentro tenian no daba agua bastante para todos. Con esta provision, y tambien porque los romanos no hicieron mochila mas de para cinco dias, fueron forzados á alzar el cerco. Demás desto, Sertorio, con alguna gente que juntó, les iba á la cola y les picaba de suerte, que los soldados españoles no mostraban menos valor que los romanos, por estar enseñados á guardar sus ordenanzas, obedecer al que regia, seguir los estandartes los que antes tenian costumbre de pelear cada cual ó pocos aparte, con grande tropel al principio; mas si los apretaban, no tenian por cosa fea el retirarse y volver las espaldas. Mucho ayudaron para esto las armas de los romanos muertos, de que los españoles se armaron. Con esto la fama de Sertorio volaba, no solo por toda España, sino que llegada tambien á Asia, fué ocasion para que el gran rey Mitridates en la segunda guerra que tuvo con los romanos convidase á Sertorio con su amistad y le enviase embajadores que de su parte le ofreciesen socorro de dineros y armada; en lo cual pretendia hacer que las fuerzas de los romanos se dividiesen. Dió Sertorio á estos embajadores audiencia, y para mas autorizarse la dió en presencia del Senado; otorgóles lo que pedian, es á saber, que llevasen en su compañía á Marco Mario con algun número de soldados; y esto á fin que las gentes de aquel reino fuesen por este medio enseñadas y ejercitadas en la forma de la milicia romana; cosa que de aquel rey le parccia muy á propósito y de mucha importancia para la guerra que tenia entre manos. En aquella guerra de Asia, Aulo Mevio, lacetano, que quiere decir natural de Jaca, debajo de la conducta de Lucullo hizo grandes proezas en servicio del pueblo romano, como se entiende por una piedra y letrero que está media legua de la ciudad de Vique, puesta por su mandado despues que volvió en España. Volvamos á Sertorio, cuyo partido comenzó á empeorarse con la venida de Lucio Lelio, gobernador de la Gallia, que acudió á Metello y acrecentó sus fuerzas de tal suerte, que Sertorio excusaba el trance de la batalla que antes deseaba, y se contentaba de trabajar á los enemigos con correrías y con rebates ordinarios; órden y traza con que se entretuvo hasta tanto que, pasados dos años, Gneio Pompeyo á instancia de Metello vino por su compañero con igual poder á España. El sobrenombre de Grande, ó ya le tenia ganado por causa, como lo dice Casiodoro y lo apunta Tertuliano, de un teatro que para deleitar el pueblo levantó á su costa en Roma, que fué el primero que de piedra se edificó en aquella ciudad, como otros dicen, le fué dado por las victorias que ganó de Sertorio. Diéronle por su cuestor, que era como pagador, á Lucio Casio Longino, del cual hacemos aquí memoria por la que del mismo se tornará á hacer adelante. Grandes fueron las dificultades que Pompeyo pasó en este viaje al pasar por la Gallia. Llegado á España, sin reparar en ninguna parte, se fué á juntar con Metello, resuelto de no pelear con el enemigo hasta tanto que todas las fuerzas estuviesen juntas. Estaba por el mismo tiempo Sertorio sobre la ciudad de Laurona con sus gentes y las que Marco Perpenna de Cerdeña le trajo despues de la muerte del cónsul Emilio Lépido, el

cual, como por haberse apartado de la autoridad del Senado fuese echado de Italia, se apoderó de aquella isla, donde falleció de enfermedad, y por su muerte la gente que le seguia pasó en España. Pretendia Perpenna, su caudillo, hacer la guerra por sí, y apoderarse de lo que en aquella provincia pudiese; pero, ó porque los soldados se le amotinaron, ó por mirarlo mejor, de su voluntad, que lo uno y lo otro dicen los autores, en fin se fué á juntar con Sertorio. Algunos curiosos en rastrear las antigüedades sienten que Laurona es la que hoy se llama Liria, pueblo en tierra de Valencia y á cuatro leguas de aquella ciudad, asentado cerca de las corrientes del rio Júcar. Metello y Pompeyo, luego que tuvieron llegadas sus fuerzas, partieron en busca del enemigo con intento de hacelle levantar el cerco. No salieron con ello, antes en una escaramuza y encuentro diez mil romanos, que se adelantaron para favorecer á los que iban por forraje, cayeron en una celada, y fueron degollados, y entre ellos el legado ó teniente de Pompeyo, llamado Decio Lelio. Apretóse con esto mas el cerco de manera, que los cercados, perdida toda esperanza de tenerse, se rindieron á condicion que les dejasen las vidas y sacasen sus alhajas y ropa. Hízose así, y luego á vista de los dos generales romanos y delante sus ojos pusieron fuego á la ciudad, que fué una grande befa, y mas muestra de valentía que deseo de ejecutar aquella crueldad. Orosio dice que Pompeyo era partido antes que Laurona se entregase, y que los moradores parte fueron pasados á cuchiIlo, parte vendidos por esclavos, y la ciudad dada á saco. Añaden demás desto que en el campo romano se contaban treinta mil infantes y mil caballos, y en el de Sertorio el número de los peones era doblado y ocho mil hombres de á caballo. Pasóse este año sin hacer otro efecto. Metello y Pompeyo se fueron á tener el invierno á la España citerior y á las haldas de los montes Pirineos; Sertorio se recogió á la Lusitania, donde estaba mas apoderado. Pasados los frios, luego que abrió el tiempo del año siguiente, que fué de Roma el de 677, salieron los unos y los otros de sus alojamientos. Dividieron los romanos sus fuerzas, y Pompeyo se apoderó por fuerza de la ciudad de Segeda. Metello cerca de Itálica se encontró con Hirtuleyo, capitan de Sertorio, vino con él á las manos, degolló veinte mil de los enemigos, el capitan se salvó por los piés. El alegría y orgullo que por esta victoria cobró Metello fué grande en demasía, tanto, que en los convites usaba de vestidura recamada, y cuando entraba en las ciudades le ofrecian encienso como á dios, hacíanse juegos y pompas muy semejantes á triunfo; y es así, que el pueblo adula á los que pueden, y con semejantes cebos aumentan su hinchazon y vanidad. Algunos sienten que el uno de los toros de Guisando, entallados de piedra, se puso para memoria desta victoria por tener esta letra en latin :

Á QUINTO CECILIO METELLO CONSUL II VENCEDOR.

Y entienden que el número de dos no se ha de referir al consulado, porque no viene bien, sino á las victorias que ganó. Pompeyo, despues que tomó á Segeda, cerca del rio Júcar se vió con el enemigo. Atrevióse á darle la batalla, que fué muy herida y muy dudosa; y sin

duda se perdiera si no sobreviniera Metello que andaba por allí cerca, y Pompeyo comenzó sin él la pelea de propósito, porque no tuviese parte en la honra de la victoria. Despartiéronse los ejércitos sin aventajarse el uno al otro, antes con igual daño y pérdida de ambas las partes.

CAPITULO XIV.

Cómo Sertorio fué vencido y muerto.

Despues desta batalla, Sertorio anduvo un tiempo muy triste, sin salir en público, porque la cierva de que mucho se ayudaba, no parecia. Sospechaba que los enemigos se la habian robado, cosa que tenia por triste agüero y pronóstico de que algun gran mal le estaba aparejado; pero como despues de repente pareciese, recobró su acostumbrada alegría, y puesto fin al loro, volvió su pensamiento á la guerra. Dióse otra nueva batalla por aquella misma comarca cerca del rio Turia, que corre por los campos de Valencia y riega con sus aguas aquellas hermosas llanuras; llámase al presente Guadalaviar. Pelearon de poder á poder con grande coraje y fuerza; la victoria quedó por Pompeyo, destrozado el ejército de Sertorio. Hirtuleyo con un su hermano del mismo nombre murieron como buenos en la pelea; asimismo Cayo Herennio que seguia las partes de Sertorio. La mayor desgracia fué que en el mayor calor de la pelea un soldado de Pompeyo mató un hermano suyo; que tan desastradas son aun en la misma victoria las guerras civiles, y los casos que en ellas suceden tan malos. Llegó á despojarle, y quitándole la celada, conoció su yerro y desventura; puso el cuerpo en una hoguera, que era la manera de enterrar los muertos; pedíale con sollozos y gemidos le perdonase aquella muerte que por ignorancia le diera ; no eran bastantes las lágrimas para mudar lo que estaba hecho. Resolvióse de vengar aquella desgracia con meterse por el cuerpo la misma espada con que dió muerte á su hermano; hízolo así, y cayó sobre el cuerpo del difunto. Divulgóse este desastrado caso por todo el ejército; indignáronse todos y maldijeron aquella cruel y desgraciada guerra que tales monstruos paria. Sertorio, perdido el ejército, se entretuvo en Calahorra entre tanto que con nuevas diligencias se rehacia de otro ejército. Acudió Pompeyo á cercarle dentro de aquella ciudad; Sertorio, con una salida que hizo, escapó, aunque con perdida de tres mil de los suyos. No paró hasta llegar do los suyos tenian llegado un ejército muy grande, tanto, que se atrevió á ir en busca de sus enemigos; y con presentarles la batalla, les hizo que se retirasen con sus ejércitos á invernar Metello pasados los Pirineos, Pompeyo en los Vaceos, pueblos de Castilla 'la Vieja. Era Sertorio de condicion mansa y tratable, si las sospechas no le trocaran, que fué causa de perder por una parte la aficion de los romanos, que se le desabrieron porque tomó para guarda de su persona á los celtíberos. Es el temor fuente de la crueldad; y así, dió tambien la muerte á algunos de los suyos, en que pasó tan adelante, que los hijos de los españoles que dijimos fueron enviados á estudiar á Huescar, unos mató, otros vendió por esclavos: crueldad grande, pero que debió tener alguna causa para ella. Lo que resultó fué que por otra parte perdió la aficion y voluntad de los naturales, que era la sola esperanza y ayuda que le quedaba. Es así

que la fortuna ó fuerza mas alta ciega á los que quiere derribar; y es cosa cierta que Sertorio, que estribaba en la benevolencia de los suyos, destos principios se fué despeñando en su perdicion. Metello al principio del verano se apoderó de muchas ciudades. Al contrario Pompeyo fué forzado por Sertorio, que sobrevino con su gente, á alzar el cerco que sobre Palencia tenia; despues con nuevas fuerzas que recogió, forzó al enemigo que se retirase. Siguióle hasta lo postrero de España y hasta el cabo de San Martin, que cae no léjos de Denia, y antiguamente se llamó el promontorio Hemeroscopeo, donde tuvieron cierta escaramuza sin que sucediese cosa de mayor momento, á causa que ambas partes excusaban la batalla por las pocas fuerzas que tenian. En conclusion, las cosas de Sertorio iban de caida, mas por la malquerencia de los suyos que por el esfuerzo de los romanos. Acabaron de perderse con su muerte, como acontece á los que tropiezan en semejantes desgracias, que nunca paran en poco. En Huesca fué muerto á puñaladas que le dió Antonio, hombre principal, en un convite en que estaba asentado á su lado. El que tramó aquella conjuracion fué Perpenna, si bien poco antes en parte fué descubierta, y algunos de los conjurados pagaron con la vida, otros huyeron; los demás que no fueron descubiertos, porque no se supiese toda la trama, se apresuraron á ejecutar aquel hecho. Por esta manera pereció Sertorio, llamado por Jos españoles Aníbal Romano. No dejó hijo ninguno, dado que un mancebo adelante publicó que lo era, ayudado de la semejanza del rostro para urdir un tal embuste. Su muerte fué, á lo que se entiende, el año de 681 de la fundacion de Roma. Podíase comparar con los capitanes mas excelentes, así por sus raras virtudes como por la destreza en las armas y prudencia en el gobierno, si los remates fueran conforme á los principios y no afeara su excelente natural con la crueldad y fiereza. Dicho de Sertorio fué: «Mas querria un ejército de ciervos, y por capitan un leon, que de leones, si tuviesen un ciervo por caudillo. » Tambien aquel : « Propio 'es de capitan prudente antes de entrar en el peligro poner los ojos en la salida.» Dícese que declaró á los suyos la fuerza que tiene la concordia por semejanza de la cola de un caballo, cuyas cerdas una á una arrancó fácilmente un soldado por su mandado, mas para arrancarlas todas juntas no bastan fuerzas humanas. Era inclinado al sosiego; la necesidad y el peligro le forzaron á tomar las armas. Decia que quisiera mas tener el postrer lugar en Roma que en el destierro el primero. Su cuerpo se entiende sepultaron en Ebora por un sepulcro que dicen se halló en aquella ciudad, abriendo los cimientos de la iglesia de San Luis, con una letra en latin muy elegante, que claramente lo afirma; pero como no se halle autor ni testigo de crédito que tal diga ni aun rastro ni memoria de tal piedra, no lo tenemos por cierto, dado que en nuestra historia latina pusimos aquel letrero, tomado con otros algunos de Ambrosio de Morales, á su riesgo y por su cuenta, persona en lo demás docta y diligente en rastrear las antigüedades de España.

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CAPITULO XV.

Cómo Pompeyo apaciguó á España. Sabida la muerte de Sertorio y los causadores della, grandes fueron los sollozos de su gente, grande la indignacion que se levantó contra Perpenna, en especial despues que leido el testamento del muerto, se entendió que le señalaba en él por uno de sus herederos, y en particular le nombraba por su sucesor en el gobierno y en el mando. Decian con dolor y gemidos que habia pagado mal el amor con deslealtad, y con malas obras las buenas. Apaciguólos él con muchos halagos y dones que les dió de presente, y mayores promesas que les hizo para adelante. El miedo principalmente de los romanos, que suele ser grande atadura entre los que estan desconformes, enfrenó á los que estaban encendidos en un vivo desco de vengar la sangre de su caudillo; tanto mas, que para hacer resistencia á Pompeyo, el cual, partido Metello para Roma, se apercebia para concluir con lo que quedaba de aquella guerra y parcialidad, tenian necesidad de cabeza, y no se les ofrecia otro mas á propósito que Perpenna por parecer y voto del mismo Sertorio. Encargado pues de los negocios, por no confiarse ni del valor ni de la voluntad de los suyos, rehusaba de venir á las manos con Pompeyo, que pretendia con todo cuidado deshacerle. Pero la astucia de los enemigos le forzaron á hacer lo que no queria con una celada que le pusieron, en que fácilmente sus gentes fueron, parte muertas, parte puestas en huida. El fué hallado entre ciertos matorrales, donde despues de vencido se escondió; hizo instancia que le llevasen á Pompeyo, con esperanza que tenia de la clemencia romana. Sucedióle al revés de su pensamiento, ca le mandó luego que se le trajeron matar, sea por estar arrebatado del enojo, sea por excusar que no descubriese los cómplices y compañeros de aquella parcialidad, y así le fuese forzoso continuar aquella carnicería y usar de mayor rigor, porque con este mismo intento echó en el fuego las cartas de los romanos, en que llamaban á Sertorio para que volviese á Italia; cosas hay que es mejor no sabellas, y no todo se debe apurar. Lo que importa es que muerto Sertorio y Perpenna, en breve se sosegó toda España. Los de Huesca, los de Valencia y los termestinos despues desta victoria se dieron y entregaron al vencedor. A Osma, porque no queria obedecer, el mismo Pompeyo la tomó por fuerza y la echó por tierra. Afranio tuvo mucho tiempo sobre Calahorra un cerco tan apretado, que los moradores, gastadas las vituallas todas, por algun tiempo se sustentaron con las carnes de sus mujeres y hijos, de donde en latin comunmente comenzaron á llamar hambre calagurritana á la extrema falta de mantenimientos. Finalmente, la ciudad se entró por fuerza, ella quedó asolada, y sus moradores pasados á cuchillo. Las demás ciudades y pueblos, avisados por este daño y ejemplo, todos se redujeron á la obediencia del pueblo romano. Acabada la guerra, Pompeyo levantó en las cumbres de los montes Pirineos muchos trofeos en memoria de las ciudades y pueblos que sujetó en el discurso de aquella guerra, que pasaron de ochocientos en sola la España ulterior y la parte de la Gailia por do hizo su camino cuando vino. En los valles de Andorra y Altavaca, que están en los Pirineos lácia lo de Sobrarve, están y se

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ven ciertas argollas de hierro fijadas con plomo en aquellas peñas, cada una de mas de diez piés de ruedo. Tiénese comunmente que estas argollas son rastros de los trofeos de Pompeyo, á causa que las solian poner en los arcos triunfales para sustentar los trofeos, como en particular se ve hasta hoy en la ciudad de Mérida. En los pueblos llamados Vascones, donde hoy es el reino de Navarra, fundó el mismo Pompeyo de su nombre la ciudad de Pamplona; por esto algunos en latin la llamaban Pompeyopolis, que es lo mismo que ciudad de Pompeyo. Estrabon á lo menos dice que se llamó Pompelon del nombre de Pompeyo, ciudad que hoy es cabeza de aquel reino. En conclusion, vuelto á Roma, triunfó juntamente con Metello de España, año de la fundacion de Roma 683. En el cual tiempo hobo en Roma algunos poetas cordobeses, de quien dice Ciceron que eran groseros y toscos, no tanto, á lo que se entiende, por falta de su nacion y de los ingenios, como por el lenguaje que en aquel tiempo se usaba. Consta que tenian grande familiaridad con Metello, por donde sospechan que á su partida los debió de llevar en su compañía desde España.

CAPITULO XVI.

Cómo Cayo Julio César vino en España.

El año poco mas ó menos de la fundacion de Roma de 685 Julio César vino la primera vez á España con cargo y nombre de cuestor, que era como pagador, en compañía del pretor Antistio, al cual Plutarco da sobrenombre de Tuberon, en que está mentida la letra, y ha de decir Turpion, apellido muy comun de los Antistios. Traia César órden de visitar las audiencias de España, que eran muchas, y avisar de lo que pasaba; en prosecucion llegó á Cádiz, donde se dice que, viendo la estatua de Alejandro Magno, suspiró por considerar que en la edad en que Alejandro sujetó el mundo, él aun no tenia hecha cosa alguna digna de memoria. Despertado con este deseo, y amonestado por un sueño que en Roma tuvo, en que le parecia que usaba deshonestamente con su misma madre, y los adevinos por él le prometian el imperio de Roma y del mundo, se determinó de alcanzar licencia antes que se cumpliese el tiempo de aquel cargo, para volver á Roma, como lo hizo, con intento de acometer nuevas esperanzas y mayores empresas. Partido César de España, Gneio Calpurnio Pison, que con cargo extraordinario gobernaba la España citerior, fué por algunos caballeros españoles muerto el año de la fundacion de Roma de 689, quier fuese en venganza de sus maldades, quier por respeto de Pompeyo, que buscaba toda ocasion y manera para hacello, y por su órden con color de honralle fué enviado á aquel gobierno. Muchas cosas se dijeron sobre el caso, la verdad nunca se averiguó. Pasados cuatro años despues desto, que fué el año 693, siendo cónsules Marco Pupio Pison y Marco Valerio Mesala, César vino la segunda vez á España con cargo de pretor. Llegado á ella, lo primero que hizo fué forzar á los moradores do los montes Herminios, que están entre Miño y Duero, á mudar su vivienda y sus casas á lugares llanos, á causa que muchas compañías de salteadores, confiados en la aspereza y noticia de aquellos lugares, desde allí se derramaban á hacer robos y daños en las tierras de

CAPITULO XVII.

Del principio de la guerra civil en España.

Hizo despues desto César la guerra muy nombrada de Gallia, con que allanó en gran parte aquella anchísima provincia; y para sujetar los pueblos llamados entonces Voconcios y Tarufates, que estaban en aquella parte de la Guiena donde hoy está el arzobispado de Aux (y aun al presente por allí hay un pueblo llamado Turfa), envió á Craso con buen golpe de gente. Caian estos pueblos cerca de España, por donde llamaron en su favor á los españoles, que pasaron en gran número los Pirineos, como gente codiciosa de honra y presta á tomar las armas. Orosio dice que cincuenta mil cántabros, que moraban donde hoy está Vizcaya y por allí cerca, pasaron en la Gallia. Lo que consta es que fueron los principales que hicieron aquella guerra, y de entre ellos mismos nombraron y señalaron sus capitanes, hombres valerosos y amaestrados en la escuela de Sertorio. Con todo esto no salieron con lo que pretendian; antes refieren que en esta demanda murieron treinta y ocho mil españoles. Estrabon añade que Craso pasó por mar á las islas Casiterides, puestas en frente del promontorio Cronio, que hoy se llama cabo de Fi

la Lusitania y de la Bética; por esto fué forzoso quitarles aquellos nidos y guaridas. Movidos por este rigor, ciertos pueblos comarcanos pretendian, pasado el rio Duero, buscar nuevos asientos; prevínolos el César, dió sobre ellos y rompiólos, con que se sujetaron y apaciguaron. Muchas ciudades y pueblos de los lusitanos, que andaban levantados, fueron saqueados; muchos se dieron á partido. Los herminios volvieron de nuevo á alterarse; hízoles nueva guerra, y vencidos en batalla, los que quedaron, por salvarse y escapar de las manos de los contrarios, se recogieron á una isla que estaba cercana de aquellas marinas. Por ventura era esta isla una de aquellas que por estar en frente de Bayona vulgarmente toman de aquel pueblo su apellido, ca se llaman las islas de Bayona. Antiguamente se llamaban Cincias, nombre que tambien retienen hasta hoy dia; y sin embargo, como se tocó arriba, la una dellas se llamaba Albiano, la otra Lacia, que el otro era nombre comun, y estos los propios y particulares. Para deshacer aquella gente envió César un capitan, cuyo nombre no se refiere; el hecho cuenta Dion. Este, por la creciente y menguante del mar, no pudo desembarcar toda su gente; y así, algunos soldados que fueron los primeros á saltar en tierra, fácilmente fueron por los herminios vencidos y muertos. Señalóse en este peligro un sol-nisterre, y que sin dificultad se apoderó dellas, por ser dado llamado Publio Sceva, el cual, magüer que perdido el pavés, le dieron muchas heridas, escapó á nado hasta donde las naves estaban. César, con deseo de vengar aquella afrenta con una mayor armada que juntó, él mismo en persona pasó en aquella isla, y en breve se apoderó della; dió la muerte á los enemigos, que ya tenian menores bríos y por la falta de mantenimientos estaban trabajados. Desde allí pasó adelante, y en las riberas de Galicia se apoderó del puerto Brigantino, que hoy se llama la Coruña. Rindiéronse los ciudada. nos sin dilacion, espantados de la grandeza de las naves romanas, las velas hinchadas con el viento, la altura de los mástiles y de las gavias, cosa de grande maravilla para aquella gente por estar acostumbrada á navegar con barcas pequeñas, cuya parte inferior armaban de madera ligera, lo mas alto tejido de mimbres y cubiertos de cueros para que no lo pasase el agua. Hechas estas cosas, y dado que hobo asiento en la provincia y leyes que ordenó muy á propósito (y en particular dió á los de Cádiz las que ellos mismos pidieron), finalmente puso tasa á las usuras de tal manera, que al deudor quedase la tercera parte de los frutos de su hacienda, de los demás se hiciese pagado el acreedor y lo descontuse del capital. Con tanto dió vuelta á Roma para hallarse al tiempo de las elecciones, sin esperar sucesor ni querer aceptar la honra del triunfo que de su voluntad le ofrecia el Senado romano; tan grande era la esperanza y el deseo que tenia de alcanzar el consulado. Llevó consigo de España un potro que tenia las uñas hendidas, pronóstico, segun los adevinos afirmaban, que le prometia el imperio del mundo. Deste potro se sirvió él solamente por no sufrir que otro ninguno subiese sobre él; y aun despues de muerto le mandó poner una estatua en Roma en el templo de Vénus, conforme á la vanidad de que entonces usaban.

aquella gente muy amiga de sosiego, enemiga de la guerra y dada á las artes de la paz. Sucedió el año de Roma de 699 que el procónsul Quinto Cecilio vino al gobierno de España, donde estuvo por espacio de dos años; y cerca de Clunia, que era una de las audiencias de los romanos, cuyas ruinas hoy se muestran cerca de Osma, trabó una grande batalla con los vaceos, en que fué desbaratado, cosa que dió tan grande cuidado y miedo al Senado romano, que acordaron de encargar á Pompeyo, como lo hicieron año de 701, el gobierno de España para que le tuviese por espacio de cinco años por ser muy bienquisto; y por lo que hizo antes, tenia grande reputacion entre los naturales. No vino él mismo al gobierno por la aficion y regalo de Julia, hija de César, con quien nuevamente se casó, pero envió tres tenientes ó legados suyos para que en su lugar administrasen aquel cargo; estos fueron Petreyo, Afranio y Marco Varron. A Afranio encargó el gobierno de la España citerior con tres legiones de soldados; á Varron aquella parte que está entre Sierramorena y Guadiana, y hoy se llama Extremadura; Petreyo se encargó de todo lo demás de la Bética y de la Lusitania y de los Vectones con dos legiones que para ello le dieron. Por causa destas guarniciones y gente se enfrenó la ferocidad de los naturales, y las cosas de España estuvieron en sosiego, por lo menos no hobo alteraciones de importancia; mas en Italia se encendió una nueva y cruel guerra, cuya llama cundió hasta España. La ocasion fué que por muerte de Julia, que era la atadura entre su marido y padre, resultó entre ellos grande enemistad y contienda, con que todo el imperio romano se dividió en dos partes, conforme á la aficion ú obligacion que cada uno tenia de acudir á las cabezas destos dos bandos. El deseo insaciable de reinar, y ser el poder y mando por su naturaleza incomunicable, acarreó este mal y desastre. César no sufria que ninguno se le adelantase; Pompeyo llevaba mal que alguno se le quisiese igualar. Parecíale á César que con tener sujeta la Gallia

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ra procediera con mayores fuerzas y esperanza mas cierta y mayor seguridad.

CAPITULO XVIII.

Cómo los pompeyanos fueron en España vencidos.

y haber por dos veces acometido á Ingalaterra, que es lo postrero de las tierras, estaba puesto en razon que en ausencia pudiese pretender el consulado, sin embargo de la ley que disponia lo contrario. El Senado juzgaba ser cosa grave que un hombre que tenia las armas pretendiese un cargo tan principal; recelábase no le fuese escalon para quitarles a todos la libertad ; muchos senadores parciales se inclinaban al partido de Pompeyo. Estos Licieron tanto, que se recurrió al postrer remedio fué hacer un decreto desta sustancia: «Que los cónsules, los pretores, los tribunos del pueblo y los cónsules que estuviesen en la ciudad pusiesen cuidado y procurasen que la república no recibiese algun daño »; palabras todas muy graves, de que nunca se usaba, sino cuando las cosas llegaban al postrer aprieto y tenian casi perdida la esperanza de mejorar. Con este decreto se rompia la guerra si César, que por espacio de diez años habia gobernado la Gallia hasta un dia que le señalaron, no dejase el ejército. El, avisado de lo que pasaba, con su gente pasó el rio Rubicon, término y lindero que era de su provincia, resuelto de no parar hasta Roma. Pompeyo, sabida la voluntad de su enemigo, y con él los cónsules Claudio Marcello y Cornelio Léntullo, por no hallarse con fuerzas bastantes para hacerle rostro, se huyeron de la ciudad el año de Roma de 703, sin reparar hasta Brindez, ciudad puesta en la postrera punta de Italia; y perdida la esperanza de conservar lo de Italia y lo del occidente, desde allí pasaron á Macedonia con intento de defender la comun libertad con las fuerzas de levante. Hacian diversos apercebimientos, despachaban mensajeros á todas partes. Entre los demás, Bibulio Rufo, enviado por Pompeyo, vino á España para que de su parte hiciese que Afranio y Petreyo, juntadas sus fuerzas, procurasen con toda diligencia que César no entrase en ella. Obedecieron ellos á este mandato, y dejando á Varron encargada toda la España ulterior, Afranio y Petreyo con sus gentes y ochenta compañías que levantaron de nuevo en la Celtiberia escogieron por asiento para hacer la guerra la ciudad de Lérida, junto de la cual desta parte del rio Segre hicieron sus alojamientos. Está Lérida puesta en un collado empinado con un padrastro que tiene hácia el septentrion, y la hace menos fuerte; por el lado oriental la baña el rio Segre, que poco mas abajo se mezcla con el rio Cinga, y entrambos mas adelante con Ebro. César, avisado de la partida de Pompeyo de Italia, acudió á Roma, y dado órden en las cosas de aquella ciudad á su voluntad, acordó lo primero de partir para España. Entretúvose en un cerco que puso sobre Marsella, porque no le quisieron recibir de paz; y en el entretanto envió delante á Cayo Fabio con tres legiones, que serian mas de doce mil hombres. Este, vencidas las gentes de Pompeyo que tenian tomados los pasós de los Pirineos, rompió por España hasta poner sus reales á vista de los enemigos, pasado el rio Segre. Lucano dijo que el dicho rio estaba en medio. Viniéronle despues otras legiones además de seis mil peones y tres mil caballos que de la Gallia acudieron. Hacíanse todos estos apercebimientos porque corria fama que Pompeyo por la parte de Africa pretendia pasar á España, y que su venida seria muy en breve. Decian lo que sospechaban, y lo que el negocio pedia para que, conservada aquella nobilísima provincia, lo demás de la guer

No pudo César concluir con lo de Marsella tan presto como quisiera; así, antes de rendir aquella ciudad, se encaminó para España y llegó á Lérida. La guerra fué varia y dudosa; al principio hobo muchas escaramuzas y encuentros con ventaja de los del César. Despues por las muchas lluvias y por derretirse las nieves con la templanza de la primavera, la creciente se llevó dos puentes que tenian los de César en el Segre sobre Lérida, por donde salian al forraje. No se podian remediar por el otro lado á causa del rio Cinga, que llevaba no menor acogida. Halláronse en grande apretura, y trocadas las cosas, comenzaron á padecer grande falta de mantenimientos. Publicóse este aprieto por la fama que siempre vuela y aun se adelanta, y los de Pompeyo con sus cartas le encarecian demasiadamente; que fué ocasion para que en Roma y otras partes se hiciesen alegrías como si el enemigo fuera vencido, y muchos que estaban á la mira se acabasen de declarar y se fuesen para Pompeyo, porque no pareciese que iban los postreros; pero toda esta alegría de los pompeyanos y todas sus esperanzas mal fundadas se fueron en humo, porque César hizo una puente con extrema diligencia veinte millas sobre Lérida, por donde se proveyó de mantenimientos; y nuevos socorros que le vinieron de Francia fueron por este medio librados del peligro que corrian por tener el rio en medio. Demás desto, muchas ciudades de la España citerior se declararon por el César, y entre ellas Calahorra, por sobrenombre Nasica, Huesca, Tarragona, los Ausetanos, donde está Vique, los Lacetanos, donde Jaca, y los Ilurgavonenses. Por todo esto y por haber sangrado por diversas partes y dividido en muchos brazos el rio Segre para pasallo por el vado sin tanto rodeo como era menester para ir á la puente, los pompeyanos se recelaron de la caballería del César, que era mayor que la suya y mas fuerte, no les atajase los bastimentos. Acordaron por estos inconvenientes de desalojar y retirarse la tierra adentro. Pasaron el rio Segre por la puente de la ciudad, y mas abajo con una puente que echaron sobre el rio Ebro le pasaron tambien cerca de un pueblo que entonces se llamaba Octogesa, y hoy á lo que se entiende Mequinencia, cinco leguas mas abajo de Lérida. Era grande el rodeo que llevaban; acudió César con presteza, atajóles el paso, y tomóles las estrechuras de los montes por do les era forzoso pasar; con esto, venir á las manos y sin sangre, redujo los enemigos á términos, que necesariamente se rindieron. Dió perdon á los soldados y licencia para dejar las armas y irse á sus casas, por ser cosa averiguada que aquellas legiones en provincia tan sosegada, como á la sazon era España, solo se sustentaban y entretenian contra él y en su perjuicio. Demás desto, para que la gracia fuese mas colmada, cualquier cosa que de los vencidos se halló en poder de sus soldados, mandó se restituyese, pagando él de su dinero lo que valia. No faltó, conforme á la costumbre de los hombres, que es creer siempre lo peor, quien dijese que los de Pompeyo vendieron por

sin

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