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bre se comprueba bastantemente que la iglesia de Toledo estaba vacante, y se convence, si los números alli no estan estragados: cosa que suele acontecer muchas veces. En lugar sin duda de don Pascual arzobispo de Toledo, ó este año, ó lo que mas creo, algunos años antes puesto otro don Sancho hijo de don Jayme Rey de Aragon. Sospecho que el nuevo prelado sea por su poca edad, sea por otras causas, se detuvo en Aragou antes de arrancar para venir á su iglesia, que dió ocasion á algunos para poner antes de su eleccion una vacante de no menos que quatro años. Queríale mucho su padre, que fue causa de venir por este tiempo á Toledo como luego se dirá.

CAPITULO XVII.

Que don Jayme Rey de Aragon vino á Toledo,

Por el mismo tiempo en Italia andaban muy grandes alteraciones y revueltas á causa que Corradino Suevo pretendia por las armas contra la voluntad y mandado de los Pontífices restituirse en los reynos de su padre. Seguíale y acompañabale desde Alemaña Federico duque de Austria. Don Enrique hermano del Rey de Castilla desde Roma se fue con él, donde tenia cargo de senador ó gobernador: su nobleza suplia, á lo que yo creo, la falta de otras partes y de su inquieto natural. Demas destos señores los Gibellinos por toda Italia tomaron su voz y en su favor las armas. Con esta gente y pujanza rompió por el reyno de Nápoles: en los Marsos parte del Abru zo, cerca del lago Fucino hoy el lago de Talliacozo, dió la batalla Corradino al nuevo Rey Carlos que salió al encuentro. Vencieron los franceses mas por maña que por verdadero esfuerzo : fueron presos en la pelea,

Federico y don Enrique, Corradino en la huida y alcance que executaron los franceses con crueldad. A Corradino y Federico en juicio cortaron en Nápoles las cabezas: nuevo y cruel exemplo, que tan grandes príncipes, á los quales perdonó la fortuna dudosa y trance de la batalla, despues de ella en juicio los executasen. En el entretanto en Aragon se levantó una liviana alteracion a causa que Gerardo de Cabrera pretendia el condado de Urgel con color que los hijos de su hermano don Alvaro poco antes difunto no cran legítimos. Don Ramon Folch, tio de los infantes de parte de madre, y otras personas principales por compasion de su edad, y por otras prendas que' con ellos tenian, se encargaron de amparallos. El Rey don Jayme parecia aprobar la pretension de Gerardo, mayormente que traspasara su derecho en el mismo Rey por no confiar en sus fuerzas. El Rey de Granapor otra parte trataba de hacer guerra á los de Guadix y á los de Málaga en prosecucion de su derecho, y por lo que poco antes se concertó en la confederacion que puso con el Rey don Alonso, de quien estrañaba que de secreto ayudase á sus contrariós. Don Nuño de Lara y don Lope de Haro por estar desabridos con su Rey y enagenados atizaban el fuego: prometian que si de nuevo tomaba las armas, se pasarian a él públicamente no solo ellos, sino otros muchos señores que estaban asi mismo disgustados. Andaba fama destas prácticas, y se rugia lo que pasaba (que pocas cosas grandes de todo punto se encubren) pero no se podian probar bastantemente con testigos. Forzado pues el Rey de la necesidad se partió para el Andalucía. Hállase que este año a treinta de julio dió el Rey don Alonso y expidió un privilegio en Sevilla, en que hizo villa a Vergara pueblo de Guipúz coa á la ribera del rio Deva, y le mudó el nombre

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que antes tenia de San Pedro de Ariznoa, en el que hoy le llaman. Compuestas en alguna manera las cosas del Andalucía, entrado ya el invierno, fue forzado a dar la vuelta para recebir y festejar al Rey don Jayme su suegro, que venia á Toledo a instancia de don Sancho su hijo para hallarse presente a su missa nueva que queria cantar el mismo dia de Navidad. El dia señalado don Sancho dixo su missa de pontifical: halláronse presentes para honralle los dos Reyes de Castilla y Aragon padre y cuñado, la Reyna su hermana, y el infante don Fernando. Detuviéronse en Toledo ocho dias no mas porque el Rey de Aragon, aunque se hallaba en lo postrero de su edad, ardia en deseo de abreviar y comenzar la jornada que pretendia hacer para la guerra de la Tierra-santa, sin perdonar á trabajo, ni hacer caso de los negocios de su reyno que le tenian embarazado, muchos y graves, por la gran gana de ensanchar el nombre christiano y ilustrar en la Suria la gloria antigua de los christia nos que parecia estar añublada: gran príncipe y valeroso, digno que le sucediera mas a propósito aquella jornada.

CAPITULO XVIII.

Que el Rey de Aragon partió para la Tierra-santa.

Las cosas de la Tierra-santa estaban reducidas á lo postrero de los males y apretura, El reyno que fundó el esfuerzo de los antepasados, la cobardía y floxedad de los que en él sucedieron, le tenian en aquel estado: ademas que los principes christianos ocupados en las guerras que se hacían entre sí por cumplir sus apetitos particulares, poco cuidaban del bien pú blico y de la afrenta de la christiana religion. El vigor y ánimo con que tan grandes cosas se acaba

ron, por la inconstancia de las cosas humanas se envegecia; y porque tantas veces los príncipes sin provecho algumo por mar y por tierra en gran número acudieran para ayudar a los christianos los años pasados, la esperanza de mejoría era muy poca, y todos desalentados. A la sazon se ofrecia una buena ocasion que casi en un mismo tiempo despertó para volver a las armas á España, Ingalaterra y Francia. Esta fue que los tártaros salidos de aquella parte de Scythia, como algunos piensan, en que Plinio antiguamente demarcó los tractaros, hecha liga con los de Armenia, habian acometido con las armas aquella parte de la Suria que estaba en poder de los sarracenos, con gran esperanza al principio de los fieles que podrian recobrar las riquezas y poder pasado; pero despues todo fue de ningun efecto, y se fue en flor lo que pensaban. En el tiempo que Inocencio Quarto celebraba un concilio general en Leon de Francia, fueron por él enviados quatro predicadores de la sagrada orden de Santo Domingo, cuya fama en aquella sazon era muy grande, a la tierra de los tártaros para acometer si por ventura aquella gente áspera en su trato, dada a las armas, sin ninguna religion ó engañada, se pudiese persuadir á abrazar la christiana. Con esta diligencia se ganó aquella gente: humanáronse aquellos barbaros con la predicacion, y comenzaron á cobrar aficion a los christianos mas que a las otras naciones. El Rey de aquella gente, que vulgarmente llamaban el Gran Châm, que quiere decir Rey de los Reyes, no cesaba con embaxadores que enviaba á todas partes, de despertar los príncipes de Europa para que tomasen las armas. Acusabalos y dabales en cara que parecia no hacían caso de la gloria del nombre christiano. Esta instancia que hizo los años pasados, y no se dexó los de

adelante, en este tiempo se continuó con mayor por fia y cuidado, en particular envió al Rey de Aragon en compañía de Juan Alarico natural de Perpiñan (al qual el Rey antes movido por otra embaxada despachó para que fuese a los tártaros) nuevos embaxadores, que en nombre de su Rey prometian todo favor, si se persuadiese de tomar las armas y juntar en uno con ellos las fuerzas. Estos embaxadores repararon en Barcelona: Alarico pasó á Toledo, y en una junta de los principales dió larga cuenta de lo que vió, y de toda su embaxada; palabras y razones con que los animos de los príncipes no de una manera se movieron. El Rey don Jayme se determinó ir á la guerra, magüer que era de tanta edad: don Alonso su yerno y la Reyna alegaban la deslealtad de los griegos, la fiereza de los tártaros; todo con intento de quitalle de aquel propósito, para lo qual usaban y se valian de muchos ruegos, y aun de lágrimas que se derramaban sobre el caso. Prevaleció empero la constancia de don Jayme: decia que no era justo, pues tenia paz en su casa y reyno, darse al ocio, ni perdonar a ningun afan, ni á la vida que poco despues se habia de acabar, en tan gran peligro como corrian los christianos. El Rey don Alonso por velle tan determinado le tió cien mil ducados para ayuda de los gastos de la guerra. Algunos señores de Castilla asi mismo se ofrecieron á hacelle compañía en aquella jornada, entre ellos el maestre de Santiago y el prior de San Juan don Gonzalo Pereyra. Concluidas las fiestas de Toledo, él se partió en la ciudad de Valencia oyó los embaxadores de los tártaros, y fuera dellos atro embaxador del Emperador Paleologo, que le prometia, si tomaba aquella empresa, de proveelle bastantemente de vituallas y todo lo necesario. En Barcelona se ponia en orden y estaba á la cola una buena armada

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