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que

esperar

á don

fue que el bárbaro, aunque victorioso y feroz, no se pudo apoderar de la ciudad de Ecija; pero sucedió otra nueva desgracia. Esta fue que don Sancho arzobispo de Toledo con el triste aviso desta jornada, juntado hobo toda la caballería que pudo en Toledo, Madrid, Guadalaxara y Talavera, se partió á gran priesa para el Andalucía. Los moros de Granada talaban los campos de Jaen, robaban los ganados, mataban y cautivaban hombres, ponian fuego á los poblados, finalmente no perdonaban á cosa ninguna que pudiese dañar su furor y saña. A estos pues procuró de acometer el arzobispo con mayor osadía que consejo: hervíale la sangre con la mocedad: deseaba imitar la valentía del Rey su padre: pretendia quitar á los moros la presa que llevaban; y dado que los mas cuerdos eran de parecer que debian Lope de Haro, que sabian marchaba a toda furia y en breve llegaria con buen esquadron de gente; que no era justo ni acertado acometer con tan poca gente todo el exército enemigo; prevaleció el parecer de aquellos que decian, si le esperaban, a juicio de todos sería suya la gloria de la victoria. So color de honra buscaron su daño: trabada la batalla, que se dió cerca de Martos a los veinte y uno de octubre, facilmente fueron los fieles vencidos asi por ser me. los nos en número, como por ser soldados nuevos, moros muy exercitados en el arte militar. La huida fue vergonzosa; los muertos pocos para victoria tan señalada. Prendieron al arzobispo don Sancho, y como quier que hobiese diferencia entre los bárbaros sobre de qual de los Reyes sería aquella presa, y esAtar senor de tuviesen a punto de venir á las manos, Málaga con la espada desnuda, le pasó de parte á parte diciendo: «No es justo que sobre la cabeza deste perro >>>haya contienda entre caballeros tan principales.'

Muerto que fue le cortaron la cabeza, y la mano izquierda en que tenia el anillo pontifical. Este estrago fue tanto de mayor compasion y lástima que pudieran los bárbaros ser destruidos en aquella pelea, si los nuestros tuvieran un poco de paciencia, y no fueran tan amigos de su honra; porque don Lope de Haro sobrevino poco despues, y con su propio esquadron volvió a la pelea, y con maravillosa osadía forzó los moros á retirarse, pero no pudo vencellos á causa de la escuridad de la noche que sobrevino. El cuerpo, mano y cabeza del arzobispo don Sancho, todo rescatado á precio de mucho oro, enterraron en la capilla real de Toledo título de Santa Cruz, en que estaban sepultados el Emperador don Alonso y su hijo don Sancho el deseado. Sucedióle don Hernando abad de Covarrubias en el arzobispado y amovido este á cabo de seis años por mandado del Padre Santo, que nunca quiso confirmar ni aprobar esta eleccion, antes él mismo renunció el arzobispado, sucedió en la silla de Toledo por eleccion del Papa don Gonzalo Segundo deste nombre, que primero fue obispo de Cuenca y despues de Burgos. Este dicen que fue cardenal, y Onuphrio lo afirma: en Santa María la mayor en Roma hay un sepulcro de marmol, suyo segun se dice, con esta letra: >

MIC DEPOSITUS FUIT QUONDAM DOMINUS GONSALVUS · EPISCOPUS ALBANENSIS. OBIIT AN NO DOMINI ·

M. CC. LXXXXVIII.

Quiere decir: Aqui yace don Gonzalo obispo que ya fue Albaneuse. Finó año del señor mil y docientos y noventa y nueve: fue natural de Toledo, del linage de los Gudieles á lo que se entiende. El año en que vamos, por estos desastres aciago, le hizo mas

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notable la muerte del infante don Fernando: murió de enfermedad en Villareal por el mes de agosto. Iba á la guerra de los moros, y esperaba en aquella villa las compañías de gente que se habian levantado, quando la muerte le sobrevino. No es menos sino que todo el reyno sintió mucho este desman y falta, endechas y lutos asaz: su cuerpo enterraron en las Huelgas. Su muerte causó al presente gran tristeza, y adelante fue ocasion de graves discordias,

como

quiera que el infante don Sancho su hermano porfiase que le venia a él la sucesion del reyno por ser hijo segundo del Rey don Alonso que todavia vivia: si bien don Fernando dexó dos hijos de su muger la infanta doña Blanca, llamados don Alonso y don Fernando, encarecidamente encomendados al tiempo de su muerte á don Juan de Lara, que fue hijo mayor de don Nuño de Lara. El infante don Sancho como mozo que era, de ingenio agudo y de grande industria para qualquier cosa que se aplicase, en aquel peligro de la república se hizo capitan contra los moros, y con su valor y diligencia refrenó la osadía de los enemigos. Puso guarniciones en muchos lugares; y escusó la pelea con intento que el ímpetu con que los bárbaros venian, se fuese resfriando con la tardanza, que fue un consejo saludable. Tambien se alteraron los moros de Valencia, que nunca fueron fieles; y entonces perdido el miedo por la vegez del Rey don Jayme, y llenos de confianza por lo que pasaba en el Andalucía, al principio de aquella guerra se estuvieron quedos y á la mira de lo que sucedia: como supieron que los suyos vencian, se resolvieron juntar con ellos sus fuerzas y á cada paso en tierra de Valencia se hacían conjuraciones de moros, si bien don Pedro infante de Aragon por mandado de su padre era ido con un esquiadron de soldados á las

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fronteras de Murcia, y destruía los campos de AÍmería con quemas y robos, Las cosas de los navarros no andaban mas sosegadas en aquel tiempo. Como Philipe Rey de Francia hobiese concertado a dona Juana heredera de aquel reyno con su hijo Philipe, que le sucedió despues y tuvo sobrenombre de Hermoso, envió por virrey de Navarra á Estevan de Belmarca de nacion frances, quitado aquel cargo a Pedro de Montagudo. No tenia bastante autoridad un hombre forastero para apaciguar los alborotos que andaban, y aquellas parcialidades tan enconadas, mayormente que Pedro de Montagudo movido de la afrenta que se le hizo en removelle del gobierno, y García Almoravides que siempre se mostró aficionado á los Reyes de Castilla, se declararon por caudillos de los alborotados. Dentro de la misma ciudad de Pamplona se trabaron pasiones, y vinieron á las manos el un bando con el otro. La porfia y crueldad fue tal que se quemaban las mieses, y batian á las paredes los hijos pequeños con mayor daño del bando que seguia á los franceses. Al mismo Pedro de Montagudo, que pasado el primer desgusto, inclinaba al bando frances, y que hora fuese por deseo de quietud, hora á persuasion de otros, ya tenia pensado de pasarse á su parte; como lo entendiesen los del bando contrario, le mataron. Indigno de tal desastre por sus muchas virtudes, de que ningun ciudadano de su tiempo era mas adornado: varon noble, rico, de buena presencia, prudente, y de grandes fuerzas corporales.

GAPITULO II.

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De la muerte del Rey don Jayme de Aragon.

El año siguiente, que del nacimiento de Christo

1276. se contaba mil y docientos y setenta y seis, fue señalado por la muerte de tres Pontífices romanos: estos fueron Gregorio Décimo, Inocencio Quinto, y Adriano Quinto. El pontificado de Inocencio fue muy breve, es á saber de cinco meses y dos dias. El de Adriano de solos treinta y siete dias, en cuyo lugar. sucedió Juan Vigésimoprimero deste nombre, natural de Lisboa, hombre de grande ingenio, de muchas letras y doctrina, mayormente de dialéctica y medicina, como dan testimonio los libros que dexó escritos en nombre de Pedro Hispano, que tuvo antes que fuese Papa. Hay un libro suyo de medicina, que se llama Tesoro de pobres. Su vida no fue mucho mas larga que la de sus antecesores. A los ocho meses y ocho dias de su pontificado en Viterbo murió por ocasion que el techo del aposento en que estaba, se hundió. Sucedióle Nicolao Tercero natural de Roma, de la casa Ursina. En este mismo tiempo en Castilla se abrian las zanjas y echaban los cimientos de guerras civiles que mucho la trabajaron. Fue asi que el infante don Sancho grangeaba con diligencia las voluntades de la nobleza y del pueblo: usaba de halagos, cortesía y liberalidad con todos, como quiera que todo esto faltase en el Rey su padre, por do el pueblo habia comenzado á desgraciarse. Aumentó este disgusto la jornada de Francia tan fuera de sazon y propósito; y casi siempre acontece que á quien la fortuna es contraria, le falta el aplauso de los hombres. Deseaba el vulgo novedades, y juntamente (como acontece) las temia: algunos de los principales á punto de alborotarse, otros por ser mas recatados se entretenian, disimulaban y estaban á la mira. Don Lope de Haro, que era de tanta autoridad y prendas, se habia reconciliado en Córdova con el infante don Sancho: con los moros, cuya furia algun tanto

y

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