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colocacion. Allanadas estaban ya las dificultades en 1534, cuando el Cardenal-Arzobispo tuvo el depravado gusto de aconsejar al cabildo se trasladase nuevamente á la nave central, como lo hizo en 1535, por desgracia.

Todavía el cabildo pugnó por volver á su debido sitio en 1550, pero los árbitros nombrados cometieron la torpeza de emprender las obras nuevas en la nave central, dejando una puerta posterior para entrar en el coro, y echando así á un lado la silla episcopal. Llevaban esto á mal los Arzobispos, y al cabo, en 1601, se cerró la puerta, colocando en aquel paraje, más digno, la silla episcopal.

Narraciones parecidas se pudieran hacer de discordias habidas en los cabildos con este motivo y por aquellos tiempos. Basta con este para formar idea.

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CAPITULO VII.

ASUNTOS ECLESIASTICOS DURANTE LA REGENCIA

DE CISNEROS.

§. 39.

Segunda regencia de Cisneros en compañía del Dean de Lovaina.

Si no tenía cariño á Cisneros el Rey Católico, siempre le tuvo mucho respeto : salíale á recibir cuando venía á donde estaba la corte, y le acompañaba hasta la salida del pueblo cuando se marchaba. Achacoso de salud y escaso de recursos llegó el Rey á Madrigalejo, donde murió el dia 23 de Enero

de 1516.

La noticia de la muerte le cogió á Cisneros en Alcalá. Como ya había sido Gobernador á la muerte del Rey D. Felipe, los Grandes y los del Consejo le instaron acudiese á Guadalupe, tanto más que los partidarios de disturbios pretendían que fuese Gobernador Adriano de Utrech, Dean de la catedral de Lovaina, que tenía poderes del Rey D. Cárlos como Embajador, y había sido maestro suyo. Era de carácter bondadoso, y es-peraban dominarle como extranjero y poco conocedor de nuestras cosas. Repugnaba algo á los verdaderos españoles someterse á un extranjero, por bueno y autorizado que fuese. Los Consejeros de Estado manifestaron que por el testamento de Doña Isabel, D. Cárlos no podía gobernar en España hasta que tuviese veinte años, y por tanto que ménos podía nombrar Gobernador; mucho más cuando aquella y el difunto D. Fernando habían nombrado por Regente al Cardenal-Arzobispo de Toledo. Los aragoneses se negaban à reconocer por Rey á Don Carlos en vida de su madre, aunque estuviese loca: el Consejo de Castilla opinaba lo mismo, y Cisneros llevó á mal que su hijo hubiese tomado prematuramente el título de Rey, en afrenta de su madre. Pero los flamencos allá en Bruselas y los cortesanos le principiaron á aclamar por Rey de España, al

paso que se formaba un pequeño partido á favor del Infante D. Fernando, que había nacido en Alcalá de Henares, y por consiguiente era español (1). Cisneros, á vista de esto, hubo de sobreponerse á todo, y con su carácter enérgico y resuelto, principió á obrar y disponer desde luego sin vacilacion: por no romper con Adriano, se lo asoció al gobierno. En tal concepto trajo la corte á Madrid, y cuidando del decoro de la Reina viuda Doña Germana y del Infante D. Fernando, los aposentó en el alcázar, y él se retiró con el Dean de Lovaina á las casas de D. Pero Laso, donde vivió veinte meses con bastante estrechez y peca comodidad (2). Bien es verdad que nunca dejó de llevar el hábito de San Francisco, ni se olvidó que lo llevaba.

de

Confirmó D. Cárlos la gobernacion única de Cisneros, pero mandando que diese crédito y cumplimentara lo que por conducto de Adriano se le dijese.

La regencia de Cisneros, muy útil para España, no lo fué menos para la Iglesia, aunque el cuidado de los negocios seculares le dejaba poco tiempo para entender en los de aquella, y no pudo hacer más que continuar, sostener ó concluir las que tenía comenzadas anteriormente, y no fué poco.

Su secretario y sobrino Fr. Francisco Ruiz, Obispo de Avila, resumía lo que había hecho en pocos meses, diciendo que en tan poco tiempo apagó los tumultos de Málaga y otras partes de Andalucía; defendió á Navarra contra todo

(1) Cisneros le tuvo siempre por este motivo en su compañía y muy vigilado, pues temía que los díscolos tomasen de ahí pretexto para una guerra civil, como en tiempo de Enrique IV.

Además trabajó mucho para que los aragoneses reconociesen por Rey á D. Cárlos, pues no querían darle más que la lugartenencia en vida de su madre. Felipe II honró más á esta, pues al poner los escudos de ella de Doña Isabel en los edificios de la hermosa sala del alcázar de Segovia, mandó que no se les pusieran de losange ó lisonja, sino de reinas propietarias, y así lo dice Garibay.

(2) La anecdotilla de que enseñó unas compañías de tropas y piezas de artillería, á los que le preguntaban con qué poderes gobernaría á España, está reñida con la historia y con los hechos. Podían habérselo preguntado en Guadalupe, mas no en Madrid. El cuadro de Manzano que representa esta tradicion vulgar y anecdótica, está lleno de impropiedades y anacronismos.

el poder del Rey de Francia; armó una buena escuadra contra los berberiscos; envió otra contra Barbaroja y los argelinos, la cual se perdió por mala direccion; defendió contra aquel corsario las plazas de Bugía y Melilla; socorrió á los portugueses de Arcilla, que estaban en grande apuro; levantó 33.000 hombres de guerra en Castilla, y los equipó y organizó con el nombre de gente de la ordenanza, y puso en Madrid dos compañías de arcabuceros y artilleros como milicia fija, y con sueldo del Estado (1). A pesar de todos estos necesarios gastos desempeñó el Tesoro, que estaba tan exhausto á la muerte de D. Fernando, que apenas hubo con que hacerle el entierro (2). Remitió á Bruselas grandes sumas, que de allí se le pedían; principió á reunir en Simancas los papeles del Estado, debiéndose á él esta gran idea y el principio de la ejecucion, é hizo que pasasen á Indias tres frailes jerónimos para examinar y fallar lealmente las causas y atropellos cometidos con Colon.

La construccion de la escuadra fué muy aplaudida por todos los católicos, y hasta por el Papa. Abandonadas completamente las atarazanas de Sevilla, mandó meter gente en ellas, y en poco tiempo hizo habilitar y tripular una escuadrilla de veinte galeras y barcos, bergantines y fustas, con los que se principió á perseguir á los corsarios. A poco de haber salido al mar tropezó esta escuadra, á la vuelta de Ibiza, con cinco galeotas turcas y varias fustas argelinas, que se trajo á Cartagena con 600 moros cautivos. Esta victoria hizo tanto eco, que por ella le felicitó el Papa Leon X, el cual tuvo siempre á Cisneros en el más alto aprecio (3).

El coronel Villalba derrotó completamente al mariscal de Navarra, que había entrado allí con ejército francés, y le

(1) Hace esta recopilacion Alvar Gomez (lib. VI, fól. 36), al tenor de una carta del citado Obispo, y lo reproduce Quintanilla, pág. 256.

(2) Al llegar á Córdoba acompañaban el cadáver unos pocos criados, algunos de ellos aragoneses, y por tanto, mal vistos. Compadecidos algunos nobles y el Obispo, salieron con sus familias y criados á recibirle, y le acompañaron hasta Granada olvidando agravios y desdenes. El Obispo hizo que fueran á su costa cuarenta sobrinos suyos á caballo hasta aquella ciudad.

(3) Véase en los apéndices la carta de Leon X.

trajo preso al castillo de Atienza: cogió presos tambien á otros caballeros navarros, acusados de traicion, y les demolió varios castillos.

§. 40.

Priorato de San Juan: reforma de abusos en las Ordenes militares,

Aunque la Corona se había apoderado de los Maestrazgos en administracion, quedaban todavía las encomiendas, que se disputaban los personajes políticos. Había tambien grandes prioratos de la Orden de San Juan en Aragon y Castilla. Al tiempo de morir el Rey estaba vacante la dignidad de Comendador mayor de Calatrava, por muerte de D. Gutierre de Padilla. Había grandes diferencias y empeños sobre su provision; pero Cisneros logró que se diera á D. Gonzalo de Guzman, Clavero y ayo del Infante D. Fernando. Un año despues fué preciso quitarle este cargo, por ser uno de los que fomentaban el partido del Infante D. Fernando, lisonjeando sus esperanzas, y llegando á tramar una conspiracion para llevársele á Aragon, donde le querían por Rey (1).

Pero fué mucho más grave el asunto del Priorato de San Juan. Poco ántes de morir el Rey Católico había sido puesto en posesion de él D. Diego de Toledo, hijo del Duque de Alba, por nombramiento del Gran Maestre y recomendacion del Rey Católico. Peró D. Antonio de Zúñiga, hermano del Duque de Bejar, logró ser provisto por el Papa en aquel Priorato, y prévia renuncia de su tio. Habiendo acudido á la Rota ganó este pleito, mandando al Arzobispo-Gobernador le diera posesion. El Duque de Alba con su numerosa parentela decidieron acudir á las armas y meter la cuestion á barato. Reconvinoles Cisneros, y contestaron á su mensajero «que no estaban de

(1) Cazando en el Pardo, hicieron que se le apareciese un santo ermitaño (algun bribon), que le profetizó sería Rey de España. La profecía salió falsa como casi todas las profecías políticas. Baracaldo decía en una de sus cartas, citada por Quintanilla, y aún se conserva, que los aragoneses le querían «porque estaba criado á las tetas del Rey Católico.»

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