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CAPITULO XIII.

FELIPE II PERSIGUE AL PROTESTANTISMO DENTRO Y FUERA DE ESPAÑA.

§. 76.

Diatribas de los protestantes contra Felipe II, torpemente aceptadas por los malos católicos.

Se ha dicho que el protestantismo se detuvo ante los Alpes y los Pirineos. Como figura retórica puede pasar ese dicho, pero no como verdad histórica, pues el protestantismo pasó los Pirineos, y estaba ya casi aclimatado en España, y en Suiza y Saboya, al otro lado de los Alpes, se aclimató, y aún dura.

Oportunamente defiende Balmes la política de Felipe II con su acostumbrada elevacion y recto criterio:

<«<Los protestantes tuvieron gran cuidado de declamar contra los abusos, presentándose como reformadores, y trabajando para atraer á su partido á cuantos estaban animados de un vivo deseo de reforma. Este deseo existía en la Iglesia de mucho antes; y si bien es verdad que en unos el espiritu de reforma era inspirado por malas intenciones, ó en otros términos, disfrazaban con este nombre su verdadero proyecto, que era de destruccion, tambien es cierto que en muchos católicos sinceros había un deseo tan vivo de ella, que llegaba á celo imprudente y rayaba en ardor destemplado. Es probable que este mismo celo llevado hasta la exaltacion se convertiría en algunos en acrimonia, y que así prestarían más fácilmente oidos á las insidiosas sugestiones de los enemigos de la Iglesia. Quizás no fueron pocos los que empezaron por un celo indiscreto, cayeron en la exageracion, pasaron en seguida á la animosidad, y al fin se precipitaron en la herejía. No faltaba en España esta disposicion de espíritu, que desenvuelta con el curso de los acontecimientos hubiera dado fru

tos amargos, por poco que el protestantismo hubiese podido tomar pié. Sabido es que en el Concilio de Trento se distin- . guieron los españoles por su celo reformador y por la firmeza en expresar sus opiniones; y es necesario advertir que una vez introducida en un país la discordia religiosa, los ánimos se exaltan con las disputas, se irritan con el choque contínuo; y á veces, hombres respetables llegan á precipitarse en excesos de que poco ántes ellos mismos se habían horrorizado. Difícil es decir á punto fijo lo que hubiera sucedido por poco que en este punto se hubiese aflojado; lo cierto es que cuando uno lee ciertos pasajes de Luis Vives, de Arias Montano, de Carranza, de la consulta de Melchor Cano, parece que está sintiendo en aquellos espíritus cierta inquietud y agitacion, como aquellos sordos mugidos, que anuncian en lontananza el comienzo de la tempestad. >>

« Conviene no perder de vista que este Monarca fué uno de los más firmes defensores de la Iglesia católica, que fué la personificacion de la política de los siglos fieles, en medio del vértigo que á impulsos del protestantismo se había apoderado de la política europea. A él se debió en gran parte que al través de tantos trastornos pudiese la Iglesia contar con poderosa proteccion de los Príncipes de la tierra. La época de Felipe II fué crítica y decisiva eu Europa; y si bien es verdad que no fué afortunado en Flandes, tambien lo es que su poder y su habilidad formaron un contrapeso á la política protestante, á la que no permitió señorearse de Europa, como ella hubiera deseado. Aun cuando supiéramos que entonces no se hizo más que ganar tiempo, quebrantándose el primer impetu de la política protestante, no fué poco beneficio para la religion católica, por tantos combatida. ¿Qué hubiera sido de la Europa, si en España se hubiese introducido el protestantismo, como en Francia, si los hugonotes hubiesen podido contar con el apoyo de la Península? Y si el poder de Felipe II no hubiese infundido respeto, ¿qué no hubiera podido suceder en Italia? Los sectarios de Alemania no hubieran alcanzado á introducir allí sus doctrinas? Posible fuera, y en esto abrigo la seguridad de obtener el asentimiento de todos los hombres que conocen la historia, posible fuera que si Felipe II hubiese abandonado su tan acriminada política, la religion católica se

hubiese encontrado al entrar el siglo XVII en la dura necesidad de vivir, no más que como tolerado en la generalidad de los reinos de Europa. Y lo que vale esta tolerancia cuando se trata de la Iglesia católica, nos lo dice siglos há la Inglaterra, nos lo dice en la actualidad la Prusia, y finalmente la Rusia, de un modo todavía más doloroso. Es menester mirar á Felipe II bajo este punto de vista; y fuerza es convenir, que considerado así es un gran personaje histórico, de los que han dejado un sello más profundo en la política de los siglos siguientes, y que más influjo han tenido en señalar una direccion al curso de los acontecimientos..... Ya que desgraciadamente nada nos queda sino grandes recuerdos, no los despreciemos; que estos recuerdos en una nacion son como en una familia caida los títulos de su antigua nobleza: elevan el espíritu, fortifican en la adversidad, y alimentando en el corazon la esperanza, sirven á preparar un nuevo porvenir. El inmediato resultado de la introduccion del protestantismo en España habría sido, como en los demas países, la guerra civil. Esta nos fuera á nosotros más fatal, por hallarnos en circunstancias mucho más críticas. La unidad de la monarquía española no hubiera podido resistir á las turbulencias y sacudimientos de una disension intestina; porque sus partes eran tan heterogéneas, y estabau por decirlo así tan mal pegadas, que el menor golpe hubiera deshecho la soldadura. Las leyes y las costumbres de los reinos de Navarra y Aragon eran muy diferentes de las de Castilla; un vivo sentimiento de independencia, nutrido por las frecuentes reuniones de sus Córtes, se abrigaba en esos pueblos indómitos; y sin duda que hubieran aprovechado la primera ocasion de sacudir un yugo que no les era lisonjero. Con esto, y las facciones que hubieran desgarrado las entrañas de todas las provincias se habría fraccionado miserablemente la monarquía; cabalmente cuando debía hacer frente à tan multiplicadas atenciones en Europa, en Africa y en América. Los moros estaban aún á nuestra vista; los judíos no se habian olvidado de España; y por cierto que unos y otros hubieran aprovechado la coyuntura para medrar de nuevo á favor de nuestras discordias. Quizás estuvo pendiente de la politica de Felipe II, no sólo la tranquilidad, sino tambien la existencia de la monarquía españo

la. Ahora se le acusa de tirano; en el caso contrario se le hubiera acusado de incapaz é impotente. »

Hasta aquí el sábio publicista Balmes. Conforme en todo con sus ideas respecto á Felipe II, no he debido pasar mi pluma por donde él dejó marcados sus trazos indelebles (1).

§. 77.

Preludios del protestantismo en España.- Fanatismo.-Los alumbrados.

Para comprender el estado de los ánimos en el siglo XVI y su propension à la herejía, basta echar una ojeada sobre la escasa frecuencia de sacramentos, las muchas supersticiones de aquel tiempo y los frecuentes actos de fanatismo. Ya á principios del siglo (1509) se vió la causa de la beata de Piedrahita que vivía sin comer. Algunos escritores contemporáneos hablan de ella con burla; pero los delegados apostólicos que juzgaron en su causa, dieron por bueno su espíritu. En una carta dirigida al Cardenal Cisneros por Fr. Antonio de Pastrana, custodio de la provincia de Castilla, se le avisaba (2) el error en que había incurrido un fraile contemplativo de Ocaña, alumbrado con las tinieblas de Satanás, á quien Dios había revelado que era necesario que procurase engendrar profetas en personas santas para remediar el mundo. El mismo custo

(1) Al mismo tiempo que Balmes escribía su magnífica obra del Pro testantismo comparado con el Catolicismo, el autor de esta historia traducía á toda priesa un Memorial que se presentó á Luis XVI, poco tiempo ántes de la revolucion, contra las tendencias del Protestantismo en Francia; insertando á continuacion un discurso original, en que se probaban los inconvenientes que el Protestantismo hubiera traido y traerá en Es-' paña. Escribióse esta obrita para contrariar los manejos de los protestantes de Gibraltar, á fin de introducirse en España, aprovechando las revueltas de aquel tiempo. Dicha obrita, que lleva por título: Observaciones sobre el Protestantismo, se imprimió en Madrid (casa de D. E. Aguado: 1842), pocos meses antes que la de Balmes; en ella se consignaban muchas de las ideas de este, y algunas otras más que se indicarán más adelante.

(2) Está entre los papeles sobre reformacion de regulares por el Cardenal Cisneros.

dio indica que lo hizo luego encarcelar y dar tal pena que en pocos dias alcanzó conocimiento de su error.

Por aquel tiempo se dió á conocer la secta de los Alumbrados. Hé aquí la noticia que da de ella un escritor contemporáneo (1): «Levantóse en este tiempo una gente hacia las partes de Llerena y Mérida y villas de estos contornos, que engañada de las leyes bestiales de la carne, y nueva luz y espíritu que fingían, persuadían á los simplecilios ignorantes, ser verdadero el espíritu errado, con que pretendían alumbrar las almas de sus secuaces, que por esto se llamaron Alumbrados, cuyos preceptos y leyes venían á parar todas en rendirse y obedecer al imperio de la carne. Con disciplinas, ayunos y mortificaciones comenzaron á sembrar este veneno: que es arte nueva sacar de las virtudes de las cosas veneno, que virtud de las venenosas vese cada dia. Bien quisiera pasar en silencio los nombres de estos caudillos, conformándome con el poeta latino: Pravorum porrò mentio nulla hominum. Que no es bien la haya de ellos, y si se admite, es para ensambenitarla con nota de eterna infamia, como á ministros diabólicos. Fueron los capitanes y veneros de este engaño, unos clérigos, que el principal de ellos, se llamaba Hernando Alvarez, natural de Zafra. Olvidados estos de la suerte de su estado, fueron causa de la perdicion de mucha gente moza, que de mejor gana aplicó el oído á este desórden. Vínose á descubrir un dia, que predicando un religioso del Órden de Santo Domingo, llamado Fr. Alonso de la Fuente, dijo:-Que tenía relacion de ciertas gentes, cuyas vidas eran al parecer religiosas, siendo muy al revés, y en contra de esto, pues el verdadero espíritu no admitia las libertades, ni anchuras que ellos concedían á sus discípulos, sin poner rienda á la sensualidad y apetito autorizando y dando grado á lo que había sido causa de la pérdida de Alemania, de la ruina de Flandes, Inglaterra y Francia, puerta por donde habían entrado los más gallardos enemigos de la fe, arruinando las más floridas y leales provincias de la Iglesia:-A éstas añadió otras razones del alma. No pudo sufrir una mujer, que le oía (que era parienta del fraile) y estaba tocada de esta enfermedad, el buen aviso y consejo que

(1) Gil Gonzalez Dávila: Historia de Salamanca, pág. 515.

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