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todo le seria fácil por haberse envejecido y enflaquecido con el tiempo el poder de los franceses; que él y los de su valía se conservarian en su fe y seguirian su partido. No se sabe si prometia esto de corazon, ó por ser hombre de ingenio recalado y sagaz queria tener aquel arrimo y ayuda para todo lo que pudiese suceder. Con mas llaneza Autonio Ursino, príncipe de Taranto, seguia la amistad del Rey, hombre noble, diligente, parcial, deseoso de poder y de riquezas, y por esto con mas cuidado solicitaba la vuelta del rey de Aragon, Avisaba que ya los tenia cansados la liviandad francesa, como él hablaba, y su arrogancia; que la aficion de los aragoneses y su bando estaba en pié; de los otros muchos de secreto le favorecian; que luego que llegase, toda la nobleza y aun el pueblo por odio de la torpeza y soltura de la Reina se juntaria con él, y todavía si se detenia, no dejarian de buscar otras ayudas de fuera. Despertó el Aragonés con estas letras y fama; pero ni se fiaba mucho de aquellas promesas magníficas, ni tampoco menospreciaba lo que le ofrecian. Tenia por cosa grave y peligrosa, si no fuese con voluntad de la Reina, contrastar de nuevo con las armas sobre el reino de Nápoles. Sin embargo, dejados sus hermanos en España, él apercebida una armada en que se contaban veinte y seis galeras y nueve naves gruesas, se determinó acometer las marinas de Africa por parecelle esto á propósito para ganar reputacion y entretener de mas cerca en Italia la aficion de su parcialidad. Hízose con este intento á la vela desde la ribera de Valencia, y despues de tocar á Cerdeña, llegó á Sicilia. Tenian los franceses cercado en Calabria un castillo muy fuerte, llamado Trupia. Apretábanle de tal manera, que los de dentro concertaron de rendirse, si dentro de veinte dias no les viniese socorro. Deseaba el rey de Aragon acudir desde Sicilia, do fué avisado de lo que pasaba. No pudo llegar á tiempo por las tempestades que se levantaron, que fué la causa de rendirse el castillo al mismo tiempo que él llegaba. En Mecina se juutaron con la armada aragonesa otros setenta bajeles, y todos juntos fueron la vuelta de los Gelves, una isla en la ribera de Africa, que se entiende por los antiguos fué llamada Lotofagite ó Meninge. Está cercana á la Sirte menor, y llena de muchos y peligrosos-bajíos, que se mudan con la tempestad del mar por pasarse el cieno y la arena de una parte á otra; apartada de tierra firme obra de cuatro millas, llena de moradores y de mucha frescura. Por la parte de poniente se junta mas con la tierra por una puente que tiene para pasar á ella, de una milla de largo. Era dificultosa la empresa y el acometer la isla por su fortaleza y los muchos moros que guardaban la ribera; porque Bofferriz, rey de Túnez, avisado del intento del rey don Alonso, acudió sin dilacion á la defensa. Tomaron los de Aragon là puente luego que llegaron, dieron otrosí la batalla á aquel Rey bárbaro, fueron vencidos los moros y forzados á retirarse dentro de sus reales. Eutraron en ellos los aragoneses, y por algun espacio se peleó cerca de la tienda del Rey con muerte de los mas valientes moros. El inismo Bofferriz, perdida la esperanza, escapó á uña de caballo; los demás se pusieron al tanto en huida. La matauza no fue muy grande ni los despojos que se

ganaron, dado que les tomaron veinte tiros; con todo esto no se pudieron apoderar de la isla. Detuviéronse de propósito los isleños con engaño mucho tiempo en asentar los condiciones con que mostraban quererse rendir. Por esto la armada, como ellos lo pretendian, fué forzada por falta de vituallas de volverse á Mecina. Allí se trató de la manera que se podria teuer para re➡ cobrar á Nápoles. Ofrecíase nueva ocasion, y fué que Juan Caracciolo por conjuracion de sus enemigos, que engañosamente le dijeron que la Reina le llamaba, al ir á palacio fué muerto á 18 de agosto. La principal movedora deste trato fué Cobella Rufa, mujer de Antonio Marsano, duque de Sesa, que tenia el primer lugar de privanza y autoridad con la Reina, y aborrecia á Caracciolo con un odio mortal. Todo era abrir camino para que recobrase aquel reino el rey don Alonso, que no faltaba á la ocasion, antes solicitaba para que le acudiesen á los señores de Nápoles. Envió una embajada á la Reina, y él se pasó á la isla de Isquia, que antiguamente llamaron Enaria, para de mas cerca entender lo que pasaba. Decia la Reina estar arrepentida del concierto que tenia hecho con el de Anjou, que deseaba en ocasion volver á sus primeros intentos, como se pudiese hacer sin venir á las armas. En tratar y asentar las condiciones se pasó lo demás del estío. Llevaron tan adelante estas práticas, que la Reina, revocada la adopcion con que prohijó á Ludovico, duque de Anjou, renovó la que hiciera antes en la persona de don Alonso, rey de Aragon; decia que la primera confederacion era de mayor fuerza que el asiento que en contrario della tomara con los franceses. Dió sus provisiones desto en secreto y solo firmadas de su mano, para que el negocio no se divulgase, todo por consejo y amonestacion de Cobella, por cuyos consejos la Reina en todo se gobernaba, como mujer sujeta al parecer ajeno, y lo que era peor al presente, de otra mujer; en tanto grado, que ella sola gobernaba todas las cosas, así de la paz como de la guerra; afrenta vergonzosa y mengua de todos. Pero la ciudad, inclinada á sus deleites, por la gran abundancia que dellos tiene, y con los entretenimientos y pasatiempos de todas maneras, á trueco de sus comodidades, ningun cuidado tenia de lo que era honesto, en especial el pueblo que ordinariamente suele tener poco cuidado de cosas semejantes, y mas en aquel tiempo en que comunmente prevalecia en los hombres este descuido. Entre tanto que esto pasaba en Nápoles, los infantes de Aragon se hallaban en riesgo, el uno preso, y á don Enrique tenian los de Castilla cercado dentro de Alburquerque. Teníanse sospechas de mayor guerra por no haber guardado la fe de lo que quedó concertado; dèsórden de que los embajadores de Castilla se quejaron, como les fué mandado, en presencia del rey de Navarra por ser hermano de los infantes, y que quedaba por lugarteniente del rey de Aragon para gobernar aquel reino. Concertaron finalmente que entregando á Alburquerque y todos los demás pueblos y castillos de que estaban apoderados los dos hermanos infantes, saliesen de toda Castilla. Tomado que se hobo este asiento con intervencion y por industria del rey de Portugal, los dos hermanos y la infanta doña Catalina, mujer de don

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Enrique, y el maestre què era antes de Alcántara, y con ellos el obispo de Coria, se embarcaron en Lisbona, y desde allí fueron á Valencia con intento de acometer nuevas esperanzas y pretensiones en España; donde esto no les saliese á su propósito, por lo menos pasará en Italia, que era lo que el Rey, su hermano, ahincadamente les exhortaba, por el deseo que tenia de recobrar por las armas el reino de Nápoles, como el que tenia por muy cierto que la Reina solo le entretenia con buenas palabras, y que con el corazon se inclinaba á su competidor y contrario; que la discordia doméstica no sufre que alguna cosa esté encubierta, todos los intentos, así buenos como malos, echa en la plaza. Don Fadrique, conde de Luna, con diversas inteligencias que tenia y diversos tratos, pretendia entregar en poder del rey de Castilla á Tarazona y Calatayud, pueblos asentados á la raya de Aragon. Queria que este fuese el fruto de su huida, como hombre desapoderado que era, de ingenio mudable, atrevido y temerario. Daba ocasion para salir con esto la contienda que muy fuera de tiempo en aquella comarca se levantó sobre el primado de Toledo con esta ocasion. Don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo, con otros seis, nombrado por el rey de Castilla como juez árbitro para componer las contiendas y diferencias con el Aragonés, primero en Agreda, despues en Tarazona, donde los jueces residian, llevaba delante la cruz ó guion, divisa de su dignidad. El obispo de Tarazona se quejaba, y alegaba ser esto contra la costumbre de sus antepasados y contra lo que estaba en Aragon establecido. En especial se agraviaba Dalinao, arzobispo de Zaragoza, cuyo sufragáneo es el de Tarazona. Decian que se hacia perjuicio á la iglesia de Tarragona y á su autoridad, y que pues otras veces reprimieron los de Toledo, no cra razon que con aquel nuevo ejemplo se quebrantasen sus costumbres y derechos antiguos. El de Toledo se defendia con los privilegios y bulas antiguas de los sumos pontifices; sin embargo, se entretepia en Agreda, y no entraba en Aragon por recelo que de la contienda de las palabras no se viniese y pasase á las manos. Este debate tan fuera de sazon era causa que no se atendia al negocio comun de la paz, y por la contienda particular se dejaba lo mas importante y que tocaba á todos. Por donde se tenia y corria peligro que pasado que fuese el tiempo de las treguas, de nuevo volverian á las armas; por este recelo los unos y los otros se apercebian para la guerra, dado que tenian gran falta de dinero, y mas los de Aragon, por estar gastados con guerras de tantos años.

CAPITULO VI.

Del concilio de Basilea.

Los ánimos de los españoles, suspensos con las sospechas de una nueva guerra, nuevas señales que se vieron en el cielo, los pusieron mayor espanto. En especial en Ciudad-Rodrigo, do á la sazon se hallaba el rey de Castilla por causa de acudir á la guerra que se hacia contra los infantes de Aragon, se vió una grande llama, que discurrió por buen espacio y se remató en trueno descomunal, que mas de treinta millas de

allí le oyeron mucho's. Al principio del año 1433 en Navarra y Aragon nevó cuarenta dias continuos, con grande estrago de ganados y de aves que perecieron. Las mismas fieras, forzadas de la hambre, concurrian los pueblos para matar ó ser muertas. De Ciudad-Rodrigo se fué el Rey á Madrid á tener Cortes; acudió tanta gente, que la villa con ser bien grande, como quier que no fuese bastante para tantos, gran parte de la gente alojaba por las aldeas de allí cerca. Tratóse en las Cortes de la guerra de Granada, y por haber espirado el tiempo de las treguas, Fernan Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, fué enviado para dar principio á la guerra, y ganó algunos castillos de moros. Por lo demás, este año hobo sosiego en España. Los grandes en Madrid á porfía hacian gastos y sacaban galas y libreas, ejercitábanse en hacer justas y torneos, todo á propósito de hacer muestra de grandeza y de la majestad del reino y para regocijar al pueblo, de que tenian mas cuidado que de apercebirse para la guerra. En Lisboa hobo este año peste en que murieron gran número de gente, el mismo rey don Juan falleció á 14 de agosto. Era ya de grande edad; vivió setenta y seis años, cuatro meses y tres dias; reinó cuarenta y ocho años, cuatro meses y nueve dias. Fué muy esclarecido y de gran nombre por dejar fundada para sus descendientes la posesion de aquel reino en tiempos tan revueltos y de tan grande alteracion. Sucedióle su hijo don Duarte, que sin tardanza en una grande junta de fidalgos fué alzado por rey de Portugal. Era de edad de cuarenta y un años y nueve meses y catorce dias. Fuera de las otras prosperidades tuvo este Rey muchos hijos habidos de un matrimonio; el mayor se llamó don Alonso, que entre los portugueses fué el primero que tuvo nombre de príncipe; el segundo don Fernando, que nació este mismo año; doña Filipa, que murió niña; doña Leonor, doña Catalina y doña Juana, que adelante casaron con diversos príncipes. El mismo dia que coronaron al nuevo Rey, dicen que un cierto médico judío, llamado Gudiala, le amonestó se hiciese la ceremonia y solemnidad despues de medio dia, porque si se apresuraba, las estrellas amenazaban algun revés y desastre; y que con todo eso pasó adelante en coronarse por la mañana segun lo tenian ordenado, por menospreciar semejantes agüeros, como sin propósito y desvariados. Tomado que hobo el cuidado del reino y sosegada la peste de Lisbona, lo primero que hizo fué las honras y exequias de su padre con aparato muy solemne; el cuerpo con pompa y acompañamiento el mayor que hasta entonces se vió llevaron á Aljubarrota, y enterraron en el monasterio de la Batalla, que él mismo, como de suso queda dicho, fundó en memoria de la victoria que ganó de los castellanos. Acompañaron el cuerpo el mismo Rey y sus hermanos, los grandes, personas eclesiásticas en gran número, todos cubiertos de luto y con muy verdaderas lágrimas. Conforme á este principio y reverencia que tuvo este Rey á su padre fueron los medios y remate de su reinado. Esto en España. Habia Martino, pontífice romano, convocado el postrer año de su pontificado los obispos para tener concilio en la ciudad de Basilea en razon de reformar las costumbres de la gente, que se apartaban

mucho de la antigua santidad, y para reducir los bohemos á la fe, que an laban con herejías alterados. Fué desde Roma por legado para abrir el concilio y presidir en él el cardenal Julian Cesarino, persona en aqueIla sazon muy señalada. Eugenio, sucesor de Martino, procuraba trasladar los obispos á Italia por parecelle que, estando mas cerca, tendrian menos ocasion de bacer algunas novedades que se sospechaban. Oponíase á esto el emperador Sigismundo por favorecer mas á Alemania que á Italia. Los demás príncipes fueron por la una y por la otra parte solicitados. En particular el dé Aragon, con el deseo que tenia de apoderarse del reino de Nápoles, acordó llegarse al parecer de Sigismundo, de quien tenia mas esperanza que le ayudaria. Por esta causa mandó que de Aragon fuesen por sus embajadores á Basilea don Alonso de Borgia, obispo de Valencia, y otros dos en su compañía, el uno teólogo, y el otro de la nobleza; lo mismo por su ejemplo hicieron los demas reyes de España; el de Portugal envió á don Diego, conde de Oren, por su embajador, y en su compañía los obispos y otras personas eclesiásticas. Al principio del año 1434 falleció en Basilea el cardenal don Alonso Carrillo, varon de gran crédito por su doctrina y prudencia, amparo y protector de nuestra nacion. Sucedióle en el obispado de Sigüenza, que tenia, don Alonso Carrillo el mas mozo, que era su sobrino, hijo de su hermana. Era protonotario y andaba en corte romana, y aun á la sazon se halló á la muerte de su tio; por estos grados llegó finalmente á ser arzobispo de Toledo. La falta del Cardenal fué ocasion que el rey de Castilla pusiese mas diligencia en enviar sus embajadores al Concilio, que fueron don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, y Juan de Silva, señor de Cifuentes y alférez del Rey, y Alonso de Cartagena, hijo del obispo Pablo, burgense, persona que ni en la erudicion ni en las demás virtudes reconocią á su padre ventaja. A la sazon era dean de Santiago y de Segovia, y adelante, por promocion que de su padre se hizo en patriarca de Aquileya, fué él en su lugar nombrado por obispo de Búrgos, premio debido á los méritos de su padre y á sus propias virtudes, y en particular porque defendió en Basilea con valor delante los prelados y el Concilio la dignidad de Castilla contra los embajadores ingleses que pretendian ser preferidos y tener mejor asiento que Castilla. Hizo una informacion sobre el caso, y púsola por escrito, la cual, presentada que fué á los prelados, quebrantó y abajó el orgullo de los ingleses. Deste dicen que como en cierto tiempo fuese á Roma, dijo el pontífice Eugenio: Si don Alonso viniere, ¿con qué cara nosotros nos asentarémos en la silla de san Pedro? Cosa semejante á milagro que hobiese en España quien sobrepujase con la virtud la infamia y odio de aquel linaje y nacion; á la verdad honraban en él mas sus méritos y aventajadas partes que la nobleza de sus antepasados. En lo que tocaba al rey de Aragon y sus intentos, el emperador Sigismundo no le correspondió como él esperaba, antes luego que se coronó en Roma el año pasado, como si con la corona del imperio se hobiera de repente trocado, procuró y hizo liga con los venecianos, florentines y con Filipe, duque de Milan, para con las

fuerzas de todos lanzar á los aragoneses de toda Italia; asiento en que el Emperador quiso mas condescender con.los ruegos del Pontífice que porque tuviese dello entera voluntad; pero sucedió muy al revés, y todos aquellos intentos y práticas fueron en vano, segun que se entenderá por lo que dirémos adelante.

CAPITULO VII.

Que Ludovico, duque de Anjou, falleció.

A los demás desórdenes y excesos, muchos y grandes, que don Fadrique, conde de Luna, continuaba á cometer despues que se pasó á Castilla, añadió en esta sazon uno muy feo con que echó el sello y acabó de despeñarse. Era mozo atrevido y desasosegado: en Aragon dejó un estado principal; los pueblos que en Castilla le dieron tenia vendidos á dinero, Arjona al condestable don Alvaro de Luna, y Villalon al conde de Benavente. Era pródigo de lo suyo, y codicioso de lo ajeno, condicion de gente desbaratada. Así, por entender que no le quedaba esperanza alguna de remediar su pobreza sino fuese con hacer algun desaguisado, se determinó de saquear la muy rica ciudad de Sevilla, apoderarse de las atarazanas y del arrabal llamado Triana, desde donde pensaba echarse sobre los bienes y haciendas de los ciudadanos. En especial estaba mal enojado con el conde de Niebla, su cuñado, que en aquella ciudad tenia grande autoridad, y dél pretendia estar agraviado y tomar venganza. Cosa tan grande no se podia ejecutar sin compañeros. Juntó consigo otros, á los cuales aguijonaba semejante pobreza, y sus malas costumbres los ponian en necesidad de despeñarse, por tener gastados sus patrimonios muy grandes en comidas, juegos y deshonestidades, sin quedalles cosa alguna ; en particular dos regidores de Sevilla fueron participantes de aquel intento malvado, de cuyos nombres no hay para qué hacer memoria en este lugar. Este deseño no podia entre tantos estar secreto. Así, don Fadrique fué preso en Medina del Campo, donde el Rey fué al principio deste año. De allí le llevaron, primero á Ureña, despues á un castillo que está cerca de Olmedo; su prision y cárcel se acabaron con la vida, con tanto menor compasion de todos, que el nombre de fugitivo le hacia aborrecible á los suyos y sospechoso á los de Castilla, como ordinariamente lo son todos los que en semejantes pasos andan. Sus cómplices y compañeros pagaron con las cabezas. La condesa de Niebla doña Violante, su hermana, que quiso interceder por él, sin dalle lugar que pudiese hablar al Rey, fué enviada á Cuellar con expreso mandato que no saliese de allí sin tener órden, y esto por la sospecha que resultaba de que el Conde, confiado en la ayuda y riquezas de su hermana, intentó aquella maldad. Este fué el fin que tuvieron las esperanzas y intentos de don Fadrique, conforme á sus obras y á su inconstancia. En el cabildo de la iglesia mayor de Córdoba se muestra su sepulcro, aunque de madera, de obra prima, con el nombre del duque de Arjona, el cual, como se tiene vulgarmente, le mandó hacer su madre, que se fué tras él á Castilla. Algunos entienden que Arjona es la que antiguamente se llamó Aurigi; otros porfian que se llamó municipio

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urgavonense, y lo comprueban por el letrero de una piedra que se lee en la iglesia de San Martin de aquel pueblo, que fué antiguamente basa de una estatua del emperador Adriano, y dice así:

IMP. CAESARI DIVI TRAIANI PARTHICI FILIO, DIVI NERVAE NEPOTI, TRAIANO, HADRIANO, AUGUSTO, PONTIFICI MAXIMO, TRIB. POT. XIII. CONS. II. P. P. MUNICIPIUM ALBENSE URGAVONENSE. DD.

Quiere decir: Al emperador César, hijo de Trajano Partico, nieto de Nerva, Adriano Augusto, pontífice máximo, tribuno la vez décimacuarta, cónsul la tercera vez, padre de la patria, el municipio albense urgavonense la dedicaron. No espantó la desgracia y castigo de don Fadrique á los infantes de Aragon para que no siguiesen aquel mal camino; antes, echados que fueron de Castilla y despojados de sus estados, que eran muy grandes, trataban de nuevo de revolver el reino con diferentes tratos que traian. Quejábase el rey de Castilla que quebrantaban las condiciones de la confederacion y asiento que se tomó con ellos poco antes. Que si deseaban durasen las treguas, era forzoso hacer salir á los infantes de toda España. El rey de Navarra, oido lo que en este propósito le decian los embajadores de Castilla, persuadió á sus hermanos se embarcasen para Italia, con intento de seguillos él mismo en breve. Decíales que, ganado el reino de Nápoles, de que se mostraba alguna esperanza, no faltaria ocasion para recobrar los estados que en Castilla les quitaron, pues todo lo demás seria fácil á los vencedores de Italia; llegaron por mar á Sicilia. El rey don Alonso, su hermano, estaba allí á la mira esperando ocasion de apoderarse del reino de Nápoles, y para este efecto pretendia ganar las voluntades de los señores de aquel reino y de poner amistad con los demás príncipes de Italia, sobre todos con el pontífice Eugenio, de quien tenia experiencia le era muy contrario y deseaba desbaratar sus intentos. Ofrecíase buena ocasion para salir con esto por la larga indisposicion de la Reina y por la diferencia que los grandes de aquel reino tenian entre sí; item, por una desgracia que sucedió al Pontífice, alborotóse tanto el pueblo de Roma, que á él fué forzado huirse de aquella ciudad. La venida á Roma de Antonio Colona, príncipe de Salerno, hizo que el pueblo fácilmente tomase las armas y se alborotase contra el Papa. La causa deste odio era que perseguia á los señores de la casa Colona, y que por culpa suya aquellos días la gente de Filipe, duque de Milan, debajo la conducta de Francisco Esforcia, talaron y saquearon la campaña de Roma. Huyó el Pontífice por el Tibre en una barca; y si bien para mayor disimulacion iba vestido de fraile francisco, desde la una ribera y desde la otra le tiraron piedras y dardos: grande atrevimiento, pero tanto puede la indignacion del pueblo y su ira cuando está irritado. En las galeras que halló apercebidas en Ostia, pasó á Toscana. Esta afrenta del Pontífice, como se divulgase por todas las provincias, causó diferentes movimientos en los ánimos de los príncipes conforme á la aficion y pretensiones de cada cual. Algunos le juzgaban por digno de aquella desgracia por tener irritados sin propósito los suyos,

los de cerca y los de léjos; los mas se ofendian que se opusiese á los intentos santísimos de los padres de Basilea, y decian que por su mala conciencia temia no le fuesen contrarios. La ofension era tan grande, que estaban aparejados á tomar las armas sobre el caso. El rey de Aragon supo esta desgracia en Palermo á los 9 de julio; dolióse, como era justo, de la afrenta del nombre cristiano y majestad pontifical; pero de tal manera se dolia, que se alegraba se ofreciese ocasion de mostrar la piedad de su ánimo y de ganar al Pontífice. Envióle sus embajadores que le diesen el pésame y le ofreciesen su ayuda para castigar sus enemigos y sosegar el pueblo. Alegróse el Pontífice con esta embajada, mas no aceptó lo que le ofrecia, porque, sosegada aquella tempestad dentro del quinto mes, los alborotos de Roma cesaron, y los ciudadanos reducidos á lo que era razon, se sujetaron á la voluntad del Pontífice, y recibieron en el Capitolio guarnicion de soldados, con que fueron absueltos de las censuras en que por injuriar al Pontífice incurrieran. En España falleció en Alcalá de Henáres á 16 de setiembre don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo. Su cuerpo sepultaron en la iglesia mayor de Toledo en la capilla de San Ilefonso con enterramiento muy solemne y las honras muy señaladas. Juntáronse los canónigos á nombrar sucesor ; y divididos los votos, unos querian al arcediano de Toledo Vasco Ramirez de Guzman, otros al dean Ruy García de Villaquiran. Esta division dió lugar á que el Rey entrase de por medio, y á instancia suya fué nombrado por arzobispo de Toledo don Juan de Cerezuela, hermano de parte de madre del condestable don Alvaro, y que de obispo de Osma poco antes pasara á ser arzobispo de Sevilla. A este mismo tiempo que el Rey estaba en Madrid, falleció en aquella villa don Enrique de Villena, el cual hasta lo postrero de su vejez sufrió con paciencia y con el entretenimiento que tenia en sus estudios la injuria de la fortuna y verse privado de sus dignidades y estados. Fué dado á las letras en tanto grado, que se dice aprendió arte májica; sus libros por mandado del Rey fueron entregados para que los examinase á Lope de Barrientos, fraile de Santo Domingo, maestro que era del príncipe don Enrique. El hizo quemar parte dellos, de que muchos le cargaban, ca juzgaban se debian aquellos libros que tanto costaron conservar sin peligro y sin daño para que se aprovechasen dellos los hombres eruditos. Respondió él por escrito en su defensa excusándose con la voluntad y órden que tenia del Rey, á que él no podia faltar. Los señores de Nápoles por el aborrecimiento que tenian al estado presente de aquel reino y por estar cansados del gobierno de mujer y sus desórdenes, se inclinaban á favorecer al rey de Aragon. El, con grandes promesas que hizo á Nicolao Picinino, un gran capitan en aquella sazon en Italia, pariente de Braccio, que fué otro gran caudillo, le atrajo para que siguiese su partido. En Palermo otrosí hizo confederacion con el príncipe de Taranto y con sus parientes y aliados, que por ser maltratados del duque de Anjou y de Jacobo Caldora y de sus gentes, acudieron á pedir socorro al rey de Aragon. El concierto fué que seguirian el partido de Aragon á tal que les enviase tanta gente de socorro

blo elegidos y nombrados por gobernadores Otin Caracciolo, Jorge Alemani y Baltasar Rata, que eran los mas señalados entre los que seguían la parte de Francia, y tenian grande mano y maña para mover á la muchedumbre y atraella á su voluntad. Fallecieron al tanto en España grandes personajes; uno fué don Rodrigo de Velasco, obispo de Palencia. Matóle su mismo cocinero, por nombre Juan; desastre miserable. Este, perdido el seso, como trajese en la mano una porra, y los de casa le preguntasen qué era lo que pretendia hacer, respondia él que matar al Bispe; los criados por no entender lo que queria decir, ca era extranjero, se burlaban, risa que presto mudaron en lágrimas. Estando el Obispo descuidado, le hirió en la cabeza, y achocó con aquella porra de suerte, que murió del golpe. De tan delgado hilo está colgada la vida y la salud de los hombres. Sucedióle don Gutierre de Toledo, arcediano de Guadalajara.

cuanta fuese necesaria para defenderse en la guerra que á la sazon les hacian, es á saber, dos mil caballos y mil infantes al sueldo del rey de Aragon, número que, aunque parecia bastante, no lo era comparado con las fuerzas de los contrarios; así, en breve el príncipe de Taranto fué despojado de su estado, que era muy grande, de manera que apenas le quedaron pocos castillos y pueblos por ser muy fuertes por su asiento ó por sus murallas. Casi estaba esta guerra concluida; y dejadas las armas, esperaban gozar de larga paz, cuando en Cosencia, ciudad de Calabria, el duque de Anjou, quebrantado con los grandes trabajos de la guerra y por ser aquel cielo mal sano, cayó enfermo, dolencia y mal que mediado el mes de noviembre le acabó en la flor de su edad y en medio de su prosperidad, y que estaba para apoderarse del reino, y apenas acabadas las alegrías de las bodas y casamiento que hizo con Margarita, hija de Amedeo, primer duque de Saboya. Estos son los juegos de la que llaman fortuna, esta la suerte de los mortales, desta manera nos trocamos nos y nuestras cosas. El cielo á la verdad abria el camino á su contrario para apoderarse de aquel reino, y Dios lo disponia, cual ninguna cosa es dificultósa; en especial que la misma Reina pasó en Nápoles desta vida, á 2 de febrero, principio del año 1435. Acarreóle la muerte una larga dolencia, á que ayudó mucho la pesadumbre que recibió muy grande por la muerte del Duque, su hijo, en tanto grado, que se quejaba de sí misma, y se reprehendia de que á tan grandes y tan continuos servicios del Duque no hobiese correspondido en el amor, antes como cruel y desagradecida acarreó la muerte con sus desvíos á aquel Príncipe tan bueno. El cuerpo de la Reina sepultaron en el templo de la Anunciada con pequeña solemnidad y arrebatadamente. Con la muerte del duque de Anjou y de la Reina las cosas de aquel reino se trocaron, el partido de Aragon se mejoró, y el de Francia comenzó á desfallecer, dado que el pueblo de Nápoles, sin que se hiciese llamamiento de señores y sin órden, declararon por rey en lugar del Duque difunto á Renato, su hermano, conforme á lo que la Reina dejó en su testamento mandado; mas ¿qué ayuda les podia dar estando preso y sin libertad? Casó los años pasados con Isabel, hija de Cárlos, duque de Lorena; muerto su suegro, por no dejar hijo varon, se apoderó de aquel estado. Hízole contradiccion Antonio, conde de Vaudemont, hermano que era del difunto. Venidos que fueron á las manos, Renato fué preso y entregado en poder del duque de Borgoña, con quien el dicho Antonio tenia hecha liga y alianza. Cuánto haya sido el dolor y pena que por el un desastre y por el otro recibió la reina doňa Violante, madre de los dos duques de Anjou, no hay para qué encarecello en este lugar, pues por sí mismo se entiende. Las cosas sin duda grandemente por estos tiempos fueron contrarias á aquella familia y casa, y el cielo no les favoreció nada, quier por estar enojado contra los franceses, ó por mostrarse á los aragoneses favorable. La verdad es que como las demás cosas, así bien la prosperidad tiene su período y rueda, con que anda vagueando y variando por diversas naciones y casas, sin detenerse en ninguna parte por largo tiempo. En Nápoles fueron por el pue

CAPITULO VIII.

De la guerra de los moros.

Fué este invierno muy áspero en España por las muchas aguas, atolladeros y pantanos. Los caminos tan rompidos, que apenas se podia caminar de una parte á otra; con las crecientes muchas casas y edificios se derribaron; en Valladolid y en Medina del Campo fué mayor el estrago. En cuarenta dias no hobo moliendas á causa de las muchas aguas, tanto, que la gente se sustentaba con trigo cocido por la falta de pan. El rio Guadalquivir en Sevilla llegó con su creciente hasta lo mas alto de los adarves, menos solamente dos codos; los moradores parte se embarcaron por miedo de ser anegados, otros de dia y de noche andaban velando, y calafeteando los muros y las puertas para que el agua no entrase. A los 28 de octubre comenzaron estas tempestades y torbellinos, y continuaron sin cesar hasta los 25 de marzo que se sosegaron. Fué grande la carestía y falta de vituallas y el cuidado de proveerse cada uno de lo necesario. Con todo esto no aflojaban en el que tenían de la guerra contra los moros, en que á las veces sucedia prósperamente, y á las veces al contrario. En particular el adelantado Diego de Ribera, como estuviese sobre Alora y la batiese, fué muerto con una saeta que del muro le tiraron. En otra parte en un rebate mataron los moros á Juan Fajardo, hijo del adelantado de Murcia Alonso Fajardo. Sucedió á Diego de Ribera en el oficio su hijo Perafan, que era de solos quince años; mas el Rey quiso con esto gratificar en el hijo los servicios de su padre muy grandes, mayormente que el mozo daba muestra de muy buen natural. La congoja que por estos desastres concibieron los de Castilla alivió en gran parte una buena nueva que vino, y fué que Rodrigo Manrique, hijo del adelantado Pero Manrique, tomó por fuerza y á escala vista á Huescar, que es una villa muy fuerte en la parte en que antiguamente se tendian y moraban los pueblos llamados bastetanos; demás desto, que un grueso escuadron de moros que venía á socorrella fué rompido y desbaratado por el adelantado de Cazorla y el señor de Valdecorneja, que le salieron al encuentro; con la huida de

sin a

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