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rey de Francia, hablaba amigablemente y con mucho respeto del Borgoñon, muestra de estar arrepentido de la muerte del duque Juan de Borgoña, hecha, á lo que decia, contra su voluntad. Allegóse la autoridad y diligencia de tres cardenales que desde Roma vinieron por legados sobre el caso á las tres partes, Francia, Flándes y Inglaterra. Por la gran instancia que hicieron alcanzaron que los tres príncipes interesados enviasen sus embajadores cada cual por su parte á la ciudad de Arrás. Juntos que fueron, se comenzó á tratar de las capitulaciones de la paz. Partiéronse de la junta los in

Jos moros el castillo de aquella villa que quedaba por ganar se rindió. La alegría empero de esta victoria en breve se desvaneció por otro revés y daño que recibieron los fieles, no menor que el que sucediera á los enemigos. Don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, entró en tierra de moros con ochocientos caballos y cuatrocientos infantes para combatir á Archidona. Descubriéronlos las atalayas, avisaron con ahumadas, como suelen; juntáronse los comarcanos y apellidáronse hasta número de quinientos, armados con saetas y con hondas, con que en algunos pasos angostos y fragosos mataron gran número de los que seguiangleses por la enemistad antigua y competencia que te

nian sobre el reino de Francia. El Borgoñon se mostró mas inclinado á remediar los males tan graves y tan continuados. Concertáronse que en memoria de ła muerte que se dió al duque Juan de Borgoña, el rey de Francia para honralle en el mismo lugar en que se cometió el caso edificase un templo á su costa con cierto número de canónigos que tuviesen cuidado de asistir al oficio divino. Las ciudades de Macon y de Aujerre quedaron para siempre por el de Borgoña; otros pueblos á la ribera del rio Soma le fueron dados en prendas hasta tanto que le contasen cuatrocientos mil escudos, en que por aquella muerte penaban ál Francés. Ninguna cosa parecia demasiada á aquel Rey, por el deseo que tenia de reconciliarse con el Borgoñon y apartalic de la amistad de los ingleses, ca estaba cierto que con esta nueva confederacion las fuerzas de Francia, á la sazon muy acabadas, en breve volverian en sí, como á la verdad sucedió. En particular los de Paris, despertados con la nueva desta alianza, tomaron las armas contra los ingleses, y aquella ciudad real volvió al antiguo señorío de Francia. Juntamente las demás cosas comenzaron á mejorarse, que hasta entonces se hallaban en muy mal estado. Nuestras historias afirman que para concertar estas paces de Arrás fué mucha parte doña Isabel, hermana del rey de Portugal, que estaba casada con el duque Filipo de Borgoña. Dicen otrosí que tuvo habla con el rey de Francia para tratar de las condiciones de la paz; si esto fué así, ó si se dice en gracia de Portugal, no lo sabria averiguar. En España las

al Maestre, de suerte que apenas él con` algunos pocos se pudo salvar. La venida de los bárbaros tan improvisa atemorizó á los del Maestre; y con el miedo del peligro un tal pasmo cayó sobre todos, que quedaron sin fuerza y sin ánimo. Avisado con este peligro y daño Fernan Alvarez, señor de Valdecorneja, alzó el cerco que tenia sobre Huelma, aunque la tenia á punto de rendilla, por entender que gran número de moros con la avilenteza que ganaran venia á socorrella. No menos esfuerzo algunas veces es menester para retirarse que · para acometer los peligros, porque, aunque es de mayor ánimo y gloria vencer al enemigo, de mas prudencia y seso suele ser conservarse á sí y á los suyos para sazon mas á propósito, segun que aconteció entonces, que luego se rehizo de fuerzas, y junto con el obispo de Jaen dió la tala á los campos de Guadix con mil y quinienLos caballos y seis mil de pié, queinó las mieses que estaban para segarse, y hizo otros grandes daños á los naturales. Acudieron de Granada mayor número de gente de á caballo y como cuarenta mil hombres de á pié; con esta morisma no dudó de pelear, resolucion, cuyo suceso, por donde comunmente calificamos los acometimientos arriscados, mostró no haber sido temeraria. La victoria quedó por los cristianos con muerte de cuatrocientos moros y buida de los demás; para escapar les ayudó la noche que sobrevino. Señalóse aquel dia de buen caballero el adelantado Perea, porque como le hobiesen muerto el caballo y herido á él en una pierna, á pié con grande ánimo resistió á los enemigos, que por todas partes le cercaban, y los hizo reti-reinas de Aragon y de Navarra, en sazon que los reyes, rar; el menosprecio de la muerte le hacia mas valiente y le animaba. Todavía la victoria no fué sin sangre de cristianos; muchos quedaron heridos y algunos murieron. En el reino de Murcia, no muy lejos de Huescar, hay dos pueblos poco distantes entre sí, el uno se llama Vélez el Rojo, y el otro Vélez el Blanco. Sobre estos pueblos puso cerco el adelantado Fajardo, y los apretó de manera, que los moradores fueron forzados á rendirse á partido. Sacaron por condicion que se gobernasen por las mesmas leyes que antes, y que no les impusiesen mayores tributos que acostumbraban pagar. En tres años continuados sucedieron todas estas cosas en tierra de moros, que las juntamos aquí porque no se confundiese la memoria si se relatasen en muchas partes. El año de que tratábamos fué muy señalado por las paces que en él despues de tantas guerras se hicieron entre los franceses y borgoñones. Parecia que los odios que entre sí tenian, con la mucha sangre derramada de ambas partes amansaban. Cárlos,

sus maridos, tenian con cerco apretada la ciudad de Gaeta, como se dirá luego, alcanzaron del rey de Castilla, el cual desde Madrid iba á Buitrago á instancia de Iñigo Lopez de Mendoza, que pretendia allí festejalle, que el tiempo de las treguas se alargase hasta 1.o de noviembre. Tuvo en esto gran parte Juan de Luna, señor de Illueca, que fué enviado por embajador sobre el caso, y lo persuadió á don Alvaro de Luna, pariente suyo', que era el que lo podia todo, y sobre toda su prosperidad se hallaba á la sazon alegre por un hijo que su mujer parió en Madrid, que llamaron don Juan. Fué grande la alegría por esta causa del Rey; los grandes asimismo, cuanto mas fingidamente, tanto con mayores muestras de amor procuraban ganar su gracia.

CAPITULO IX.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron presos.

Con las muertes del senescal Juan Caracciolo y de Ludovico, duque de Anjou, y de la reina doña Juana parecia que al rey de Aragon se le allanaba del todo el camino para apoderarse del reino de Nápoles por estar sin cabeza, sin fuerzas, sin conformidad de los naturales y sin ayudas de fuera, y como dado en presa á quien quiera que le quisiese echar la mano. Muchos de los señores, sea por entender lo que se imaginaba era forzoso, sea por el odio que tenian al gobierno del pueblo, que en ninguna cosa sabe templarse, comunicado entre sí el negocio, se apoderaron de Capua con su castillo, ciudad muy á propósito para hacer la guerra. Desde allí por medio de Rainaldo de Aquino, que enviaron sobre el caso á Sicilia, ofrecieron sus fuerzas y todo lo que podian al rey de Aragon con tal que se apresurase y no los entretuviese con esperanzas, pues era forzoso usar de presteza antes que la parcialidad contraria se apercibiese de fuerzas. Hallábanse con el rey de Aragon tres hermanos suyos, todos de edad muy á propósito y de naturales excelentes. Don Pedro quedó en Sicilia para recoger yjuntar toda la demás armada; el Rey con el de Navarra y don Enrique solamente con siete galeras del puerto de Mecina se hizo á la vela. Tomó primero la isla de Ponza, despues la de Isquia, y finalmente llegó á Sesa, do gran número de señores eran idos desde Capua á esperar su venida. El mas principal de todos era Antonio Marsano, duque de Sesa. Tratóse en aquella ciudad de la manera cómo debian hacer la guerra; acordaron de comun parecer en primer lugar poner cerco sobre la ciudad de Gaeta. A 7 de mayo se juntaron sobre ella la armada de Aragon y la gente de tierra que seguia á los señores neapolitanos, con que la sitiaron por mar y por tierra. Vino eso mesmo con sus gentes el príncipe de Taranto. El rey de Aragon se apoderó del monte de Orlando, que está sobre la ciudad, con que tenia gran esperanza de tomalla por hallarse á la sazon los cercados no menos faltos de vituallas que llenos de miedo. Inclinábanse ellos á entregarse; mas los ginoveses, que eran en gran número, á causa de sus mercadurías y tratos, de que aquella nacion saca grandes intereses, se resolvieron con gran determinacion de defender la ciudad. Tomaron por su cabeza á Francisco Espinula, hombre principal, y que en gran manera atizaba á los demás. Con este acuerdo hicieron salir de la ciudad toda la gente flaca, á los cuales el de Aragon recibió muy bien. Hizoles dar de comer y enviólos salvos á los lugares comarcanos, humanidad con que ganó grandemente las voluntades, así de los cercados como de toda aquella provincia y nacion. Avisado el Senado de Génova del aprieto en que los suyos estaban, y porque así lo mandaba Filipo, duque de Milan, acordaron enviar de socorro una armada guarnecida de gente y bastecida de trigo y de municiones. Señalaron por general de la armada á Blas Asareto, hombre á quien la destreza en las armas y conocimiento de las cosas del mar, de lugar muy bajo y de muy pobre que era en su mocedad, levantó á aquel cargo. Llevaba doce naves gruesas, dos galeras y una galeota. El rey de

Aragon, avisado de la venida desta armada de Génova, le salió al encuentro con catorce naves gruesas y once galeras. Embarcáronse con él y por su ejemplo casi todos los señores con cierta esperanza que llevaban de la victoria. Los aragoneses llegaron á la isla de Ponza ; la armada de los enemigos surgió á la ribera de Terracina. Avisaron los ginoveses con un rey de armas que enviaron al rey de Aragon que su venida no era para pelear, sino para dar socorro á sus ciudadanos y proveellos de vituallas; que si esto les otorgaba y les daban lugar para hacello, no seria necesario venir à las manos. Fué grande la risa de los aragoneses, oida esta embajada, y no poco los denuestos que sobre el caso dijeron. Con esto tomaron las armas y ordenaron los unos y los otros sus bajeles. Antes de comenzar la pelea tres naves de los ginoveses apartadas de las demás se hicieron al mar con órden que se alargasen, y cuando la batalla estuviese trabada acometiesen á los contrarios por las espaldas. Los aragoneses, por pensar que huian, sin ningun órden acometieron á las demás naves enemigas, no de otra suerte que si la presa y la victoria tuvieran en las manos; solamente temian no se les escapasen por la ligereza. El rey de Aragon con su nave embistió la capitana contraria. El General ginovés con gran presteza dió vuelta con su nave, y con la misma cargó por popa la real con saetas, dardos y piedras en gran número, que por su gran peso y por el lastre estaba trastornada. Con el mismo denuedo se acometieron entre sí las demás naves y se abordaron; trabadas con garfios, peleaban no de otra manera que si estuvieran en tierra. Sobrepujaban en número de gente y de naves los aragoneses, pero su muchedumbre los embarazaba, y muchos por estar mareados mas eran estorbo que de provecho. Los ginoveses, por estar acostumbrados al mar, así marineros como soldados, en destreza y pelear se aventajaban. Las galeras no hicieron efecto alguno por estar las naves entre sí trabadas y ser de muy mas alto borde. La pélea se continuaba hasta muy tarde, cuando las tres naves de los ginoveses, que al principio parecia que huian, dando la vuelta acometieron de través las reales, causa de ganar la victoria. Entraron los enemigos y saltaron en la real; amonestaban á los que en ella peleaban se rindiesen. Era cosa miserable ver lo que pasaba, la vocería y alaridos de los que mataban y de los que morian. Ninguna cosa se hacia con órden ni concierto, todo procedia acaso. La nave del Rey con los golpes del mar hacia agua; avisado del peligro en que estaba, dijo que se rendia á Filipo, duque de Milan, bien que ausente. En la misma nave prendieron al príncipe de Taranto y al duque de Sesa; en otras doce naves que vinieron en poder de los enemigos otro gran número de cautivos, entre ellos el rey de Navarra, al cual al principio de la pelea libró de la muerte Rodrigo Rebolledo, que tenia á su lado. Fué preso asimismo don Enrique de Aragon. De don Pedro no concuerdan los autores; unos dicen que se halló en la batalla, y que escapó con tres galeras, cubierto de la escuridad de la noche; otros que con la demás armada que traia de Sicilia llegó á la isla de Isquia al mismo tiempo que se dió la batalla. Fueron, demás de los dichos, presos Ramon Boil, virey que era de Nápoles, don Diego Gomez

de Sandoval, conde de Castro, con dos hijos suyos, Fernando y Diego, don Juan de Sotomayor, Iñigo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez Davalos, junto con un nieto del mismo, hijo de Beltran, su hijo, que se decia Iñigo de Guevara, y desde España acompañaron á los reyes para esta guerra de Nápoles. Despues de la victoria, que fué tan señalada y memorable, los de Gaeta con una salida que hicieron ganaron los reales de los aragoneses y saquearon el bagaje, que era muy rico, por estar allí las recámaras de principes tan grandes. Las compañías que quedaran allí de guarnicion y los soldados, parte fueron presos de los enemigos, otros huyeron por los despoblados y por sendas desusadas. ¿Quién no pensara que con esto el partido de Aragon y sus cosas quedaban acabadas, perdida aquella jornada y la victoria que parecia tenian entre las manos? ¡Entendimientos ciegos de los hombres, consejos improvidos y varias mudanzas y truecos de las cosas! Todo fué muy al contrario, que este revés sirvió á los vencidos de escalon para recobrar mas fácilmente el reino, y perder la libertad les fué ocasion de mayor gloria; ¿quién tal creyera? Quién lo pensara? Desta manera los pensamientos de los hombres muchas veces se mudan en contrario, gobernados y encaminados, no por la loca fortuna, sino por mas alto y mas secreto consejo. Dia viérnes, á 5 de agosto, se dió esta batalla cerca de la isla de Ponza, que fué de las mas señaladas del mundo

CAPITULO X.

Cómo el rey de Aragon y sus hermanos fueron puestos en libertad.

Dada que fué la batalla, los vencedores dieron la vuelta á Génova. Allí quedó la mayor parte de los cautivos que se tomaron, como por premio del trabajo y del gasto. Los reyes y muchos de los nobles presos, que llegaban á trecientos, llevaron á Milan. El mismo General ginovés con ellos hizo su entrada á manera de triunfo nobilísimo y cual de mucho tiempo atrás no se vió en parte alguna. Toda Italia estaba suspensa y á la mira cómo usaria aquel Duque de aquella nobilísima victoria; y sus fuerzas, que antes eran temidas de los de cerca, comenzaron á poner espanto á los que caian mas léjos. Temian quisiese aquel Príncipe, de condicion orgulloso, acometer á hacerse señor de toda Italia con la codicia que tenia de mandar y por estar ejercitado en guerras continuas. El mismo se hallaba muy dudoso de lo que en aquel caso se debia hacer y qué resolución seria bien tomar; revolvia en su pensamiento muchas trazas, si forzaria á los reyes que tenia en su poder á recebir algunas condiciones pesadas, si haria que se rescatasen á dinero, cosa que de presente trajera provecho y contento; pero era de temer que no vengasen adelante aquella injuria con sus armas y las de sus amigos, y despues de vencidos, como tenian de costumbre, volviesen á las armas y á la guerra con mayor brio. Pensaba si los recibiria y trataria con mucha honra, y con ponellos en libertad sin rescate haria le quedasen mas obligados; honroso acuerdo fuera este y que pondria admiracion á todo el mundo. Consideraba por otra parte que no era consejo prudente, por ganar renombre y fama, perder tan buena ocasion de ensanchar su se

ñorío y aventajarse y jugar á resto abierto por esperanza que pocas veces sale cierta y verdadera, en especial que los hombres tienen costumbre, cuando los beneficios son tan grandes que no los pueden pagar, recompensallos con alguna grave injuria y ingratitud señalada. En fin prevaleció el deseo de loa y de fama. Trató á aquellos príncipes en su casa con mucha honra y regalo como si fueran sus compañeros y amigos. Hecho esto, se resolvió de soltallos y enviallos cargados de muy grandes presentes. Con esta resolucion dió muy grata audiencia al rey de Aragon, que un dia en su presencia trató muy á la larga, y probó con muchos ejemplos que los franceses de su natural eran desapoderados sin poner término al deseo de ensanchar su señorío. Que muchas veces tra'aran de derribar y deshacer á los duques de Milan, y no tenian mudados los corazones. Si se acostumbrasen á las riberas de Italia, luego que se apoderasen del reino de Nápolos, fácilmente se concertarian con los ginoveses que les eran amigos y vecinos, sin reparar ni desistir de intentar nuevas empresas hasta tanto que se viesen apoderados de toda Italia. Que su padre Juan Galeazo y sus antepasados nunca se aseguraron de los intentos de franceses. Estas cosas se trataban en el castillo de Milan y estas práticas andaban, cuando madama Isabel por mandado de su marido Renato, duque de Anjou, que como queda dicho estaba preso, pasó por mar, primero á Génova, despues á Gaeta, y últimamente con su llegada á Nápoles, que fué á los 18 de octubre, reforzó grandemente y animó á los que seguian su partido. Ayudóla con gentes que le envió el papa Eugenio, y ella por sí ganaba las voluntades del pueblo por su gran nobleza, excelente ingenio, condicion y trato muy apacible. España, cuidadosa y triste por el trabajo de los reyes, revolvia varias práticas de guerra y de paz. Juntáronse Cortes de Aragon en Zaragoza, en que á peticion de la Reina se trató de apercebir una armada para conservar las islas de Cerdeña y de Sicilia, que sospechaban seriau acometidas por los vencedores; que ya nadie se acordaba ni tenia esperanza del reino de Nápoles. En Soria á los confines de Aragon y de Castilla hobo habla entre el rey de Castilla y la reina de Aragon, su hermana. Allí se concluyó que las treguas asentadas entre los dos reinos durasen y se prolongasen por otros cinco meses. Parecia cosa injusta aprovecharse del desastre ajeno;

los ánimos de los grandes de Castilla por la desgracia de aquellos reyes se movian á compasion. Partiéronse de Soria; en el camino se supo que la reina doña Leonor, madre de los dos reyes, falleció en Medina del Campo mediado el mes de diciembre. La fuerza del dolor que recibió por el desastre de sus hijos súbitamente le arrancó el alma. La muerte repentina hizo se creyese era esta la causa. Fué una señora muy principal y madre de príncipes tan grandes. Hiciéronle honras en muchos lugares, y en especial el rey don Juan se las hizo en Álcalá de Henares, y la Reina, su mujer, en Madrigal. Fué sepultada en San Juan de las Dueñas, un monasterio de monjas que ella levantó á su costa fuera de aquella villa, en que pasaba su vida con mucha santidad. En Milan últimamente se hizo confederacion y avenencia entre aquel Duque y los príncipes

sus prisioneros, cuyas capitulaciones eran: que sin exceptuar á ninguno tuviesen los mismos por amigos y por enemigos; el Duque para recobrar el reino de Nápoles prometió de ayudar con sus fuerzas y gentes; lo mismo hizo el rey de Aragon, que prometió toda su ayuda para hacer la guerra á los enemigos del duque de Milan. En gran cuidado puso este asiento, así á los italianos como á las demás naciones. El rey de Navarra fué enviado en España con poderes muy bastantes para gobernar el reino de Aragon. Erà necesario allegar dinero, hacer nuevas levas de soldados y apercebir una gruesa armada. El príncipe de Taranto y el duque de Sesa fueron á Nápoles para animar y esforzar á los de su parcialidad, y para que avisasen al infante don Pedro en nombre del Rey, su hermano, que les acudiese con la armada que tenia aprestada en Sicilia. Ejecutóse con gran presteza lo que el Rey mandaba ; llegada que fué la armada de Sicilia á la isla de Isquia, se apoderó de la ciudad de Gaeta por entrega que della hizo Lanciloto, su gobernador, natural que era de Nápoles,

25 de diciembre, dia de Navidad, y principio del año 1436. Pocos dias despues el rey de Aragon, puesto en libertad por el Duque, como está dicho, llegó á Portovenere, el cual castillo y el de Lerice entre tan grandes tempestades, dado que están en las marinas de Génova, se conservaron en la fe del rey de Aragon, y se tenian por él, mas por miedo de la guarnicion aragonesa que tenian que por voluntad de los naturales. Algunos dicen que del desastre y libertad del rey de Aragon se dieron diversas señales y se vieron milagros; cada cual les dará el crédito por sí mismo que la cosa merece; á mí no me pareció pasar en silencio cosas tan públicas y tan recebidas comunmente. El mismo dia que se dió la batalla cerca de la isla de Ponza, en la puente que en Zaragoza se edificaba sobre Ebro, de obra muy prima y muy ancha, como á medio dia, sin bastante ocasion para ello se cayó el arco principal, y con su caida mató cinco hombres. Dirá alguno que las cosas casuales suele el vulgo muchas veces, cuando son pasadas, publicallas por milagros y sacar dellas misterios; sea así, pero ¿qué dirémnos de lo que se sigue? Nueve leguas mas abajo de Zaragoza, á la ribera del mismo rio Ebro, está un pueblo llamado Vililla, edificado de una colonia de los romanos, que en los pueblos ilergetes se llamaba Celsa. En este tiempo y en el de nuestros abuelos por ninguna cosa es el dicho pueblo mas conocido que por una campana que allí hay, la cual aquellos hombres están persuadidos que diversas veces por sí misma con una manera extraordinaria se toca sin que ninguno la mueva para anunciar cosas grandes que han de venir, buenas ó malas. Yo no trato de la verdad que esto tiene, ni lo tomo á mi cargo. Consta por lo menos que autores graves lo refieren, y citan testigos de vista de aquel milagro. Dicen pues que aquella campana un dia antes que los reyes fuesen presos se tañó por sí misma, y otra vez, á 30 de octubre, y la tercera á 5 del mes de enero próximo siguiente, dia en que, hecha la alianza en Milan, el rey de Aragon fué puesto en libertad. Muchas plegarias se hicieron, y muchas misas se dijeron para aplacar la ira de Dios, que por estas señales entendian les amenazaba; congoja y

cuidado de que se libraron los naturales con la buena nueva que vino de la libertad dada á sus príncipes; y la tristeza que recibieran por aquel grave desman, y el miedo de algun nuevo mal que sospechaban se daba á entender por aquellas señales, se trocó en pública alegría de toda aquella nacion y aun de lo demás de España.

CAPITULO XI.

De las paces que se hicieron entre los reyes de Castilla y de Aragon.

De las paces que se hicieron en Milan resultó una nueva y pesada guerra; los ginoveses tomaron las armas y públicamente se revolvieron contra el duque de Milan. Tenian aquellos ciudadanos por cosa pesada que el fruto de la victoria ganada con su peligro y esfuerzo otros se lo quitasen, y que Filipo, duque de Milan, se llevase las gracias de las paces hechas con los reyes y de ponellos en libertad con presentes que les dió, liberalidad con que quedaban cargados del odio que por fuerza les tendrían los aragoneses y catalanes, naciones con las cuales antiguamente tuvieron grande enemiga. Querellábanse demás desto que el amparo de los duques de Milan, á que forzados acudieron el tiempo pasado, le mudasen en señorío y en una dura servidumbre. Alterados con esta indignacion, hecha liga en puridad con el pontífice Eugenio y con Renato, duque de Anjou, tomaron las armas. Gobernaba aquella ciudad en nombre del duque Filipo Paccino Alciato, que fué muerto en aquella revuelta y alboroto del pueblo; á otros que estaban por el Duque pusieron las espadas á los pechos, y algunos quedaron heridos, algunos muertos. Mirábanles las palabras, los meneos que hacian y visajes, por ver si daban alguna muestra de aborrecer lo que de presente se hacia y favorecer á los de Milan. Con esto, lo que acontece en los alborotos del pueblo, en breve á lo que acudió la mayor parte, se allegaron todos los demás; si algunos sentian lo contrario, en lo público aprobaban y adulaban los intentos de los alborotados. El principal movedor deste motin fué Francisco Espinula, que ganó nombre de valiente por la defensa de Gaeta que hizo poco antes, de que cobrara gran soberbia; sobre todo, se movia por ser enemigo de los fliscos y de los fregosos, linajes que se arrimaban á los aragoneses. Muchos pueblos por aquella comarca, á ejemplo de Génova y por su autoridad, despertados con la dulzura y esperanza que se prometian de la libertad, se levantaron y echaron de sí la guarnicion que tenian por el duque de Milan. Detuvieron los españoles que tenian cautivos, por los cuales y para librallos el rey de Aragon les hobo de pagar setenta mil escudos. Con los sicilianos se hobieron mas mansamente por causa de la antigua amistad, buen acogimiento y contratacion que con aquella isla tenian; así los soltaron sin rescate; solo tres hijos de Juan de Veintemilla quedaron por largo tiempo en Gé→ nova, no se sabe si por aborrecimiento que les tuviesen, si por pretender dellos alguna grande cantidad. El rey de Aragon, á instancia del duque Filipo, procuraba sosegar las alteraciones de Génova con la armada que don Pedro, su hermano, le envió desde Gaeta,

pero desistió de la empresa por parecelle cosa larga esperar hasta tanto que sosegase aquella gente tan alborotada; para la priesa que él tenia de acudir á las cosas y reino de Nápoles, cualquiera tardanza le era muy pesada. Sabia muy bien que en las guerras civiles un dia y una hora, si no se acude con tiempo, suele causar grandes mudanzas y ser causa que grandes ocasiones se desbaraten; ninguna cosa es mas saludable que la presteza. Con esta resolucion de Portovenere envió á don Enrique, su hermano, á España. Hizole merced del estado de Ampúrias, y mandóle que ayudase en la guerra si el rey de Castilla se la hiciese por aquella parte, de que se recelaban á causa que el tiempo de las treguas espiraba. El mismo Rey con la armada se hizo á la vela y llegó á Gaeta á 2 de febrero. En este medio don Pedro, su hermano, se apoderara de Terracina con gran sentimiento del pontífice Eugenio, cuya era aquella ciudad, por pensar que los aragoneses eran tan arrogantes, que no contentos con el reino de Nápoles, pretendian apoderarse de toda Italia sin tener respeto á la majestad sacrosanta ni moverse por algun escrúpulo por ser feroces; ralea de hombres fiera y mala, como él decia. Con la venida del Rey, los señores neapolitanos y los soldados acudieron á Gaeta. Nombró por general del ejército á Francisco Picinino, en que tuvo consideracion á hacer placer al duque Filipo, acerca del cual Nicolao, padre de Francisco, tenia en todas las cosas el principal lugar de autoridad y mando, en aquella sazon capitan muy señalado, de grande ejercicio en las armas y que se podia comparar con los caudillos antiguos. Ardia Italia en ruidos y asonadas de guerra. Unas ciudades suspensas con las sospechas que tenian de una nueva guerra, otras hacian ligas y confederaciones entre sí para echar los aragoneses de Italia. En particular los venecianos, florentines y ginoveses, á persuasion y con ayuda del pontífice Eugenio, quién por odio de nuestra nacion, quién por amor de la francesa, se ligaban para este efecto y juntaban sus fuerzas. En España por el mismo tiempo se hacia la guerra á los moros. Entre los demás reyes estaban para concluirse las paces por la gran instancia y diligencia que en ello puso el rey de Navarra. Su intento era volver las fuerzas de aquella nacion contra Italia sin cuidar de las cosas de España. Dos castillos, llamados el uno Galea, y el otro Castilleja, se rindieron en tierra de moros á Rodrigo Manrique, que andaba con gente por aquellas partes. El alegría que resultó desta buena nueva en breve se mudó en mayor cuita por el desastre muy triste del conde de Niebla don Enrique de Guzman, el cual, por hacer muestra de su esfuerzo y ganar la gracia de su Rey, tenia puesto cerco sobre Gibraltar, pueblo asentado sobre el Estrecho. Allí como despues de cierta escaramuza se recogiese á su armada, se ahogó con otros cuarenta compañeros por dar lado y hundirse el batel á causa de los muchos que acudieron y estar el mar con la ordinaria creciente alterado. Don Juan de Guzman con el dolor que recibió del desastre de su padre y desconfiado de salir con la empresa, alzado sin tardar el cerco, se retiró á Sevilla. Este caballero fué el primer duque de Medina Sidonia, por merced que poco adelante le hizo el rey don Juan deste

título. Quiso ablandar aquel dolor y gratificar aquel servicio y voluntad con esta honra hecha á la familia nobilísima y de las mas poderosas de España de los Guzmanes. Hallábase el Rey en Toledo, do era vuelto despues que visitó á Alcalá y á Madrid. La corte se ocupaba en juegos y regocijos con poco ó ningun cuidado de la guerra. En aquella ciudad, á 2 de setiembre, se concluyeron las paces entre Castilla, Aragon y Navarra, ocasion y materia para todos de gran alegría. Entendieron en hacer el asiento don Alonso de Borgia, obispo de Valencia, y don Juan de Luna y otras personas principales que vinieron de Aragon, y con ellos el arzobispo de Toledo, el maestre de Calatrava y don Rodrigo, conde de Benavente, que despues de muchas porfías se acordaron en estas condiciones: doña Blanca, hija mayor del rey de Navarra, case con don Enrique, príncipe de Castilla; en dote á la doncella se dén Medina del Campo, Olmedo, Roa y el estado de Villena; si deste matrimonio no quedare sucesion, estos pueblos vuelvan al señorío de Castilla, y en tal caso se dé cierta cantidad de dineros, en que se concertaron, al rey de Navarra en recompensa de aquellos lugares; á don Enrique de Aragon se dén cada un año cinco mil florines, y á su mujer tres mil; los pueblos y castillos que de una y otra parte se tomaron durante la guerra á la raya de aquellos reinos se vuelvan á los señores antiguos; á los que de una y otra parte se pasaron sea otorgado perdon, fuera del conde de Castro y el maestre de Alcántara; demás destos, sacó el de Navarra por su parte á Jofre, marqués de Cortes, por ser hombre inquieto, deseoso de novedades y que por ser de sangre real pretendia apoderarse del reino. Con estas capitulaciones las treguas se mudaron en paces, y concertaron de hacer liga contra todas las naciones y príncipes. Solamente el rey de Castilla sacó al de Portugal y al Francés. Y de parte de los aragoneses exceptuaron al duque de Milan y Gaston, conde de Fox, cuyo padre, llamado Juan, falleció poco antes desto, y él heredó aquel estado en edad de quince años, y era yerno del rey de Navarra, concertado con doña Leonor, su hija menor. Divulgado este concierto, en todas partes se hicieron procesiones, alegrías y regocijos. Gozábanse que quitado el miedo de la guerra, cesaban los males, y parecia que en España las cosas irian grandemente en mejoría. El conde de Castro en breve alcanzó perdon y volvió á Castilla; y hostigado con destierro tan largo, en lo de adelante se mostró mas recatado que antes. Lo que aquí se dice y en otras partes del conde de Castro se sacó de las corónicas destos reinos. Los de su casa muestran cédulas reales en aprobacion del Conde, y en que le prometen recompensa jurada por lo que en estas revueltas le quitaron; muchas alegaciones y procesos que se causaron en defensa de su lealtad, en que holgáramos se procediera á sentencia para que todos nos conformáramos. Lo que se puede decir con verdad es que fué un gran caballero, y en todas sus obras de los mas señalados de aquel tiempo. La nota, á mi ver, es de poca consideracion, por correr la misma fortuna muchas de las mejores casas de Castilla, como del Almirante, conde de Benavente y conde de Alba, con otro gran número de nobleza que entraron á la

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