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parte, sin que por ello hayan perdido punto de su reputacion, y en el Coude fué mas excusable lo que hizo, por la obligacion que le corria de seguir y acompañar ú los hijos del con quien se crió desde su niñez, que fué el infante don Fernando, que despues fué rey de Aragon, demás que los temporales corrieron tan turbios y ásperos, que apenas se puede deslindar de qué parte de las dos estuviese la razon y la justicia, y es ordinario que en tiempos semejantes los mejores padezcan mas; razones todas de momento para no reparar en este punto ni hacer desto mucho caso. En el entre tanto el rey de Aragon no dejaba de atraer y ganar los corazones de los neapolitanos y ayudar con industria sus fuerzas. Juntósele Baltasar Rata, conde de Caserta, que era uno de los gobernadores nombrados por el pueblo; lo mesmo Ramon Ursino, conde de Nola. Para ganalle y obligalle le prometieron por mujer á doña Leonor, doncella de sangre real y hija del conde de Urgel, que poco antes desto falleció en Játiva. Con tanto el Rey de la ciudad de Capua, en que se hacia la masa de la gente, salió en campaña con intento en ocasion de combatir á los enemigos y apoderarse, como en breve se apoderó, del valle de San Severino, de la ciudad de Salerno y de las marinas de Amalfi. Puso guarniciones en todos estos lugares, con que las fuerzas de Aragon se afirmaron, y enflaquecieron las de los angevinos. Quedaba entre otras la ciudad de Nápoles, cabeza del reino. Tenian no pequeña esperanza de ganalla por estar los ánimos muy inclinados al Aragonés y por ser grandes las fuerzas de su parcialidad. Lo que sobre todo les ponia buen corazon y animaba eran los dos castillos que en aquella ciudad en medio de tan grandes tempestades todavía se tenian por Aragon; cosa que parecia milagro, y era como buen agüero para la guerra que restaba.

CAPITULO XII.

Que los portugueses fueron maltratados en Africa.

Fué este invierno áspero por las heladas grandes y por las muchas nieves que cayeron en España; nadie se acordaba de frios tan recios; en particular estando el rey en Guadalajara, siete leñadores que salieron por Jeña á los montes comarcanos perecieron y se quedaron helados por la gran fuerza del frio el mismo dia de año nuevo de 1437. Sobre las nieves cayeron heladas, y sobre lo uno y lo otro corrieron cierzos, con que mucha gente pereció. Queria el Rey en tan recio tiempo pasar á Castilla la Vieja, y por estar los puertos muy cubiertos de nieve fué necesario enviar delante trecientos peones, que abrieron el camino y apartaron la nieve á la una y á la otra parte con montones que hacian á manera de valladar de la altura de un hombre á caballo. Con esta diligencia se pasaron los montes con que parten término las dos Castillas, la Nueva y la Vieja ; y el Rey acudió á cosas que le forzaron á ponerse en aquel trabajo. De Roa por el mes de marzo pasó á Osma, desde allí envió al príncipe don Enrique, su hijo, á Alfaro, villa principal á la raya de Navarra. Fueron en su compañía los mas de los grandes; entre todos el que mas se señalaba era don Alvaro de Luna, que poco an

tes sacó á la Reina por pura importunidad el castillo de Montalvan, y le juntó con Escalona, que ya poseia cerca de Toledo, sin acordarse que cuanto crecia en poder, tanto era la envidia mayor, contra la cual ningunas fuerzas bastan á contrastar. Dos dias despues que el Príncipe llegó á Alfaro vino al mismo lugar la reina de Navarra, acompañada de sus hijos y de mucha gente de los suyos, en especial del obispo de Pamplona y de Pedro Peralta, inayordomo mayor de la casa real, y de otros señores. Hiciéronse con grande solemnidad los desposorios del Príncipe y de doña Blanca en edad que tenian de cada doce años. Desposólos el obispo de Osma don Pedro de Castilla, persona muy noble y de sangre real. Gastáronse en regocijos cuatro dias, los cuales pasados, la reina de Navarra y la desposada, su hija, se volvieron á su tierra. El rey de Castilla y su hijo el príncipe don Enrique fueron á Medina del Campo. En aquella villa, por consejo de don Alvaro de Luna y del conde de Benavente, fué preso el adelantado Pedro Manrique por mandado del Rey y enviado al castillo de Fuentidueña para que allí le guardasen. Sucedió esta prision por el mes de agosto, que fué un nuevo principio de alborotarse el reino, de que grandes males resultaron. Las causas que hobo para hacer aquella prision no se saben; lo que con el tiempo y por el suceso de las cosas se entendió fué que con otros señores tenian comunicado en qué forma podrian derribar á don Alvaro de Luna, cosa que en aquella sazon se tenia por crímen contra la majestad y aleve. Fué este año memorable y desgraciado á los portugueses por el estrago muy grande que en ellos hicieron los moros en Africa. Ardian los cinco hermanos del rey de Portugal en deseo de ganar nombre y ensanchar su señorío; en España ¿cómo podian por ser aquel reino tan pequeño y tener hechas poco antes paces con los comarcanos? Cuidaron seria mas honrosa empresa la de Africa como contra gente enemiga de cristianos. Deteníalos la falta de dinero para la paga y socorro de los soldados. Para remedio desta dificultad por medio del conde de Oren, embajador de Portugal en corte romana, alcanzaron del pontífice Eugenio indulgencia para todos aquellos que tomasen la señal de la cruz por divisa y se alistasen para aquella jornada. Fué grande la muchedumbre y canalla de gente que sabido esto acudió á tomar las armas. Don Fernando, maestre de Avis, como el mas ferviente que era de sus hermanos, se ofreció para ser general en aquella empresa. Tratóse de la manera que se debia hacer la guerra en una junta del reino que para esto tuvieron. Don Juan, maestre de Santiago en Portugal, uno de los hermanos, era de ingenio mas sosegado y mas prudente; como tal fué de parecer, el cual puso por escrito, que no debian acometer á Africa sino fuese con todas las fuerzas del reino, por ser aquella provincia poderosa en armas, gente y caballos. Decia que muchas veces con gran daño fuera acometida, y al presente seria su perdicion, si no se median con sus fuerzas y si no sabian enfrenar aquel orgullo ó celo desapoderado. «Ojalá yo salga mentiroso; pero si no sosegais esta gana de pelear y la gobernais con la razon, los campos de Africa quedarán cubiertos con nuestra sangre. ¿En esta gente soldados confiais? Antes de la pelea se muestran bra

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vos, y venidos á las manos, en el peligro y trance cobardes, pues no tienen uso de las armas ni fortaleza ni vigor en sus corazones, solo número y no mas. ¿Por ventura menospreciais á los moros? Temo que este menosprecio ha de acarrear algun gran mal. Mirad que irritais una gente muy determinada, sin número y sin cuento, y que por su ley, por sus casas, por sus hijos, y mujeres pelearán con mayor ánimo. Diréis que vais confiados en el ayuda de Dios. Esto seria, si las vidas y costumbres fueran á propósito para aplacalle, mejores de lo que vemos en esta gente, y si con madureza y con prudencia se tomaren las armas; que los santos no favorecen los locos atrevimientos y sandios, antes será por demás cansallos con plegarias y rogati-' vas no limpias. Alguna experiencia que tengo de las cosas y el amor ferviente de la patria y de la salud comun me hacen hablar así, y temer no cueste á todos muy caro esta resolucion que teneis en vuestros ánimos concebida.» Aprobaban este parecer todas las personas mas recatadas, en especial los infantes don Pedro y don Alonso; solo don Enrique era el que fomentaba los intentos de don Fernando. Tenia grande autoridad por ser el que era y por sus riquezas y estudios de letras con que acreditaba todo lo demás. Sucedió lo que es ordinario, que los mas y su parecer, aunque peor, prevaleció contra lo que sentia la mejor parte; de suerte que por comun acuerdo se resolvieron en pasar adelante. Apercibieron una armada, y en ella embarcaron hasta seis mil soldados. Sonaba la fama que el número de la gente era doblado, es á saber, doce mil combatientes, que fué otro nuevo daño. A 12 de agosto se hicieron á la vela, y dentro de quince dias llegaron á Africa. En Ceuta, donde surgieron, hicieron consulta en qué manera se haria la guerra. Tomaron resolucion de cercar á Tánger, ciudad de romanos antiguamente muy noble, á la sazon pequeña. Está puesta al Estrecho enfrente de Tarifa. Al derredor tiene grandes arenales, por donde el campo no se puede sembrar y es estéril, fuera de algunos bajos y valles que hay, que por regarse con las aguas de cierta fuente que cerca tienen, son de gran frescura y fertilidad. Los cercados, puesto que por espacio de treinta y siete dias fueron combatidos gallardamente, nunca perdieron el ánimo, antes por la esperanza que tenian de ser presto socorridos se animaban á defender la ciudad. Acudieron á socorrella los reyes de Fez y de Marruecos y otros señores africanos con seiscientos mil hombres que traian de á pié y setenta mil de á caballo, maravilloso número, si verdadero. La fama y el ruido suele ser mas que la verdad. A tanta gente ¿cómo podian resistir los portugueses? Pelearon al principio fuertemente, despues cercados por todas partes de muchedumbre tan grande, se hicieron fuertes en sus reales; pero tristes, fijados los ojos en tierra, ni respondian ni preguntaban, antes todo el tiempo que podian se estaban dentro de las tiendas; la misma luz y trato por la aflicion les era pesada. Trata-❘ ron de huir; pero ¿ adónde ó por qué parte, estando todo el campo cubierto de sus contrarios? Mayormente que las piedras se levantan contra el que huye. Forzados de necesidad enviaron mensajeros de paz. Los bárbaros respondieron que se despidiesen de ningun con

cierto, si no fuese que, entregada Ceuta, saliesen de toda Africa. Era cosa muy pesada lo que pedian, y que no estaba en su mano prometello; todavía por el deseo que tenian de salvarse otorgaron, y por rehenes el general don Fernando y otras personas principales; los demás rotos, sucios y maltratados se fueron primero á Ceuta, y de allí pasaron á Portugal al cabo del año. Tratóse en Ebora en una junta de señores del asiento que tomaron y del cumplimiento dél. De comun acuerdo salió decretado que aquellas condiciones, comootorgadas sin voluntad del Rey, eran en sí ningunas, y que no se debian cumplir; que la fe dada y la jura se cumplia bastantemente con dejalles los rehenes que en Africa quedaran, para que con sus cabezas pagasen lo que necia y locamente asentaron. ¿Por ventura si con la misma soberbia los necesitaran los bárbaros á prometer que entregarian todo Portugal, era de cumplir la tal promesa y sufrir que de nuevo los moros pusiesen el pié y el yugo de su imperio y señorío en España? Que si prometieran otras muchas cosas muy indignas, como pudiera ser, ¿estuvieran por ventura obligados los portugueses á pasar por ellas? El cautiverio pues de don Fernando fué perpetuo, padeció menguas y prisiones muy graves. Su sepulcro se muestra en la ciudad de Fez, puesto en un lugar alto como trofeo que levantaron de nuestra nacion y por memoria de la victoria que ganaron. Así el que fué principal en la culpa, acaso ó por voluntad de Dios fué mas gravemente que los demás castigado.

CAPITULO XIII.

Cómo el infante don Pedro fué muerto en el cerco de Nápoles.

En España revolvian sospechas de nuevos alborotos por estar gran parte de los grandes aversos de su Rey por la prision injusta, como ellos decian, que se hizo en la persona de Pedro Manrique. Asimismo se veian por todas partes entre las personas eclesiásticas grandes contiendas y debates, á causa que el pontífice Eugenio, por tener desde el principio de su pontificado por sospechoso el concilio de Basilea, procuraba disolvelle; que era un camino inventado á propósito para hacer burla y enflaquecer las fuerzas de los concilios, que enfrenaban y ponian algun espanto á los pontífices romanos. Pero desistió deste intento por entonces por cartas que en esta razon le vinieron muy graves del cmperador Sigismundo y del cardenal Cesarino, su legado. Los padres de Basilea, tomando mas autoridad y mano de lo que por ventura fuera justo y irritados por lo que el Papa intentara, le hicieron intimar que si no venia en persona al Concilio, pronunciarian contra él lo que se acostumbra contra los que desamparan su oficio y no cumplen con lo que son obligados y con el deber en caso semejante. No quiso obedecer; amenazaban de deponelle y quitalle la autoridad pontifical que tenia. Este era el intento de los obispos; los príncipes cristianos no se conformaban en un parecer, algunos resistian á aquel intento como arrojado y temerario, por la memoria que tenian de las llagas que en el scisma pasado recibió la Iglesia cristiana, que apenas se habian encorado y sanado; en particular hizo resistencia el emperador Sigismundo, dado que no era nada amigo

del Pontífice. Poco prestó su autoridad á causa que en el mismo tiempo que estas pláticas se comenzaron pasó desta vida, á 9 de diciembre, mas señalado por la paz de la Iglesia que fundó y por habella ahora defendido que por los muchos años que imperó. Sucedió en su Jugar su yerno Alberto, duque de Austria, que ya era rey de romanos. Coronóse primer dia de enero, principio del año 1438, en tiempo que en un lugar que tenia don Alvaro de Luna en Castilla la Vieja, llamado Maderuelo, cayeron piedras tan grandes como almohadas pequeñas, que no hacian daño por ser la materia liviana. Para averiguar el caso y informarse de todo enviaron á Juan de Agreda, adalid del Rey, que trajo á Roa, do halló al rey de Castilla, algunas de aquellas piedras. Dudábase si era buen agüero ó malo, pero ni aun del suceso de la guerra de los moros se entendió bastantemente qué era lo que aquellas piedras pronosticaban, ca por una parte Huelma, pueblo que los antiguos llamaron Onova, dado que estaba fortificado con número de soldados y con murallas bien fuertes, fué ganada de los moros por la buena industria y esfuerzo de Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita, á cuyo cuidado estaba la frontera de Jaen; por otra parte el alegría no duró mucho á causa que Rodrigo Perea, adelantado de Carzola, en una entrada que hizo en tierra de moros fué muerto por mucho mayor número de enemigos que cargó sobre él, y de mil y cuatrocientos soldados que llevaba, solos veinte escaparon por los piés. Tampoco los moros ganaron la victoria sin sangre, que el mismo capitan que era de los Bencerrajes y gobernador de Granada pereció en el encuentro con otros muchos, que fué algun alivio del desastre. El rey de Aragon, por estar agraviado y sentido del pontífice Eugenio, parecia ayudar los intentos de los de Basilea, en especial que demás de los desaguisados pasados al presente Juan Vitelesco, patriarca de Alejandría, con gente del Pontífice y por su órden hizo entrada por las fronteras del reino de Nápoles, y con su venida se alteraron y trocaron mucho los ánimos de los naturales, tanto, que el príncipe de Taranto y el conde de Caserta se pasaron á la parte del Papa, como personas que eran poco constantes en la fe, de ingenio mudable y vario. Al contrario, Antonio Colona se reconcilió con el rey de Aragon con esperanza que se le dió de recobrar el principado de Salerno, que antes le quitaron. El Patriarca fué en breve desbaratado por los de Aragon y forzado á salirse del reino de Nápoles, si bien venia armado de censuras y con valientes soldados. Los otros señores se redujeron al deber en el mismo tiempo que Renato, duque de Anjou, rescatado de la prision en que le tenian, con su armada, llegó á Nápoles á 19 de mayo. Su venida fué de poco momento, por no traer dinero alguno para los gastos de la guerra; solo los ánimos de muchos se despertaron á la esperanza y deseo de novedades. En muchas partes se emprendió la llama de la guerra. La mayor fuerza della andaba en las tierras del Abruzo. Jacobo Caldora, capitan muy experimentado, sustentaba en aquella comarca el partido de Renato. El mismo, desque supo su venida, le acudió luego en persona, maguer que no muy confiado de la victoria á causa que el partido de Aragon de cada dia mas se adelanta

ba, y muchos pueblos y castillos por aquella comarca venian en poder de los aragoneses. Renato para ganar reputacion y entretener acordó desafiar al enemigo á hacer campo, y en señal del riepto le envió una manopla, si de corazon no se sabe. Lo que consta es que el Aragonés aceptó, y todo aquel acometimiento se fué en humo por las diferencias que resultaron, como era forzoso, sobre el dia y el lugar y otras circunstancias del combate. En Burges el rey de Francia en una junta que hizo de todos los estados de su reino aprobó los decretos de Basilea por una ley que vulgarmente se llama pragmatica sanction, por la cual mandó sé sentenciasen los pleitos. Dió gran pesadumbre al papa Eugenio aquella ley, porque con ella parecia se quitaba casi toda la autoridad al sumo pontificado en Francia, sea en conferir los beneficios, sea en sentenciar los pleitos. Así, con mayor resolucion se determinó de disolver el concilio de Basilea, de do procedian tales efectos, demás de otros uuevos miedos que se mostraban. Hizo pues un nuevo edicto, en que pronunció trasladaba el Concilio á Ferrara, ciudad de la Italia. El legado Cesarino, sabida la voluntad del Pontifice, y con él de siete cardenales que eran los cinco se pasaron á Ferrara; los otros dos se quedaron en Basilea. La causa que se alegaba para mudar el lugar era la venida del emperador Juan Paleólogo y del patriarca de Constantinopla, que pasaron á Italia con intento de unir las iglesias de oriente con las de occidente y hacer la paz, que todos tanto deseaban. Llegados que fueron á Ferrara, les hicieron mucha honra. Sobrevino peste, que forzó de nuevo á pasar el Concilio á Florencia, cabeza de Toscana. En aquella ciudad con trabajo de muchos dias se disputaron las controversias que entre los latinos y los griegos hay con mayor ruido y esperanza de presente que provecho para adelante. Los padres de Basilea al principio pretendieron y trataron que los griegos fuesen allá; no salieron con ello. Por esto y por la disolucion del Concilio, mas irritados contra el pontífice Eugenio que amedrentados, nombraron por presidente en lugar de Cesarino á Ludovico, cardenal arelatense. Demás desto, trataban de cosas á la república y á la Iglesia perjudiciales y malas. Amenazaban que quitarian á Eugenio el pontificado; y él depuesto, nombrarian otro papa en su lugar. En Italia á la sazon que Renato, duque de Anjou, se ocupaba en combatir los castillos que en el Abruzo se tenian por sus enemigos, el rey de Aragon, animado con la prosperidad de sus cosas, se determinó marchar la vuelta de Nápoles, ciudad que era cabeza de la guerra y del reino, y por seguir la gente moza á Renato, se hallaba sin bastante guarnicion, ni aun tenia vituallas para muchos dias. En el campo aragonés pasaron alarde hasta quince mil hombres, y en la armada se contaban cuatro galeras, siete naves gruesas y otro mayor número de bajeles pequeños á propósito que por la mar no entrasen en la ciudad bastimentos. Con este aparejo cercaron por mar y por tierra, á 22 de setiembre aquella ciudad, que es de las mas señaladas que tiene Italia en número de ciudadanos y arreo, majestad de edificios y en todo lo al. Hallábanse presentes con el Rey y en su ejército y campo Mateo Acuaviva, duque de Atri, el conde de Nola, Juan Veintemilla,

Pedro Cardona. Luego que hobieron barreado y fortificado los reales, comenzaron á aparejar escalas y otros ingenios para la batería. Repartiéronse los escuadrones por lugares á propósito para apretar los cercados. Estaban ya para dar el asalto, cuando la fortuna, que tiene por costumbre de jugar y burlarse en las cosas humanas y mezclar las cosas adversas con las prósperas, trastornó todos los intentos del rey de Aragon con un muy triste desastre. Fué así, que el infante don Pedro de Aragon, á 23 de octubre, por la mañana salido de los reales, se adelantó un poco para atalayar la ciudad. En esto dispararon una pelota de un tiro de artilleria desde la iglesia de nuestra Señora de los Carmelitas, con que le hirieron y mataron. Tres veces saltó la bala, y con el cuarto salto que dió le quebró la cabeza; el cuerpo muerto fué llevado á la Mudalena. Acudió á la triste nueva el rey don Alonso, su hermano, y besado el pecho del difunto: «Diferente alegría, dice, esperaba de tí, oh hermano, eterna honra de nuestra patria y par.tícipe de nuestra gloria. Dios haya tu alma.» Junto con esto con sollozos y lágrimas á los que presentes se hallaron: «Este dia, dijo, soldados, hemos perdido la flor de la caballería y de toda la gala. ¡Con cuánto dolor digo estas palabras!» Murió en lo mas florido de su mocedad, en edad de veinte y siete años, sin casarse. Hallóse en muchas guerras, y en ellas ganó prez y honra de valeroso; depositáronle en el castillo del Ovo. Los soldados vulgarmente y tambien la muchedumbre del pueblo tuvo por mal agüero la muerte de don Pedro, en especial que con las muchas aguas no se podia batir la ciudad ni dar el asalto; por esto, alzado el cerco, se retiraron á Capua. El marqués de Girachi Juan Veintemilla, en este medio enviado al encuentro contra Renato, que acudia con gentes para socorrer á los cercados, se encontró con él en el valle de Gardano. Prendió con su llegada al improviso algunos de los enemigos, con que los demás fueron forzados á doblar el camino y por otra parte pasar á tierra de Nola. Esto hecho, el Veintemilla con su escuadron en ordenanza se volvió al cerco de Nápoles. El rey don Alonso, con intento que tenia de volver á la guerra luego que el tiempo diese lugar y se abriese, se determinó de llamar desde España los otros dos sus hermanos. El deseo que tenia de ganar el reino de Nápoles era tal, que mostraba no hacer caso de los reinos que su padre le dejó, si bien comenzaban á ser trabajados por un buen número de gente francesa, que por estar acostumbrada á robar, debajo de la conducta de Alejandro Borbon, hijo bastardo de Juan, duque de Borbon, rompió por aquellas partes. Llevaban otrosí por capitan á Rodrigo Villandrando, persona que, aunque era español y natural de Valladolid, sirvió muy bien al rey de Francia en las guerras contra los ingleses, y de soldado particular llegó á ser capitan, y alguna vez tuvo debajo de su regimiento diez mil hombres. Era robusto de cuerpo, muy colérico. Estaba aquella gente acostumbrada debajo de aquellos capitanes á vivir de rapiña, talar y saquear pueblos y campos como los que teniau el robo por sueldo, y la codicia por gobernalle; hicieron entrada por el condado de Ruisellon. Fué grande el cuidado en que pusieron á los naturales, á la reina de Aragon y al rey de Navarra.

Mas fué el miedo que el daño; en breve aquella tempestad se sosegó á causa que los franceses por la aspereza del tiempo dieron la vuelta hácia otra parte, y se retiraron sin hacer en aquel estado algun daño notable. Aciago año y desgraciado fué este para Portugal, así bien por la pérdida tan grande que hicieron en Africa como por la peste que se derramó casi por todo aquel reino con muerte de gran número de gente. El mismorey don Duarte, en el convento de Tomar en que por miedo se retiró, de una fiebre que le sobrevino finó á los 9 de setiembre, mártes. Así lo hallo en las corónicas; mas por cuanto añaden que hobo aquel dia un grande eclipse del sol, es forzoso digamos que finó viérnes, á los 19 de aquel mes, en que fué la conjuncion y por consiguiente el eclipse. Príncipe que en su reinado no hizo cosas muy notables á causa del poco tiempo que le duró, ca reinó solos cinco años y treinta y siete dias. Fué aficionado á las letras. Dejó escrito un libro de la forma cómo se debe gobernar un reino. Ordenó que el hijo mayor de aquellos reyes en adelante se llamase príucipe, como se hacia en Castilla. Sus hijos fueron don Alonso, el mayor, que le sucedió en el reino, bien que no pasaba de seis años; don Fernando, duque de Viseo, maestre de Christus y de Santiago y condestable de Portugal, y cuyos hijos fueron doña Leonor, reina de Portugal, doña Isabel, duquesa de Berganza, y fuera de otros hijos, que tuvo muchos, don Diego, á quien dió la muerte el rey don Juan, su cuñado, y don Manuel, que llegó finalmente á ser rey de Portugal. Fué asimismo hija del rey don Duarte la emperatriz doña Leonor, mujer de Federico III y madre de Maximiliano; doña Catalina, que estuvo concertada con diversos príncipes y con ninguno casó; finalmente, doña Juana, mujer de don Enrique el Cuarto, rey de Castilla. El gobierno del reino por la poca edad del nuevo Rey quedó encomendado á la reina doña Leonor, su madre; así lo dejó dispuesto el Rey difunto en su testamento, cláusula de que resultaron grandes debates por extrañar los naturales ser gobernados de mujer, en especial extranjera. Bien es verdad que algunos tenian por ella, obligados por algunas mercedes recebidas antes ó movidos de algun particular interés. Corrian peligro de venir á las manos y ensangrentarse; finalmente, prevalecieron los que eran mas en número y mas fuertes. Juntáronse para tomar acuerdo sobre el caso. Salió uombrado por gobernador el infante don Pedro, duquo de Coimbra y tio del nuevo Rey. El sentimiento de la Reina por esta causa fué cual se puede pensar. Despachó sus cartas y embajadores para querellarse del agravio á sus hermanos y tambien al rey de Castilla, su cuñado y primo, diligencias que poco prestaron.

CAPITULO XIV.

De las alteraciones de Castilla.

Por el mes de agosto pasado huyó el adelantado Pcdro Manrique, su mujer y dos hijas que con él estaban, del castillo de Fuentidueña en que le tenian preso: descolgóse con cuerdas que echaron por una ventana. Fueron participantes y le ayudaron algunos criados del alcaide Gomez Carrillo, de que resultaron nuevas alteraciones. El almirante don Fadrique y don Pedro de

Zúñiga, conde de Ledesma, se aliaron con el Adelantado, y se concertaron para abatir á don Alvaro de Luna. Juntáronse con ellos para el mismo efecto Juan Ramirez de Arellano, señor de los Cameros, y Pedro de Mendoza, señor de Almazan, y don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli; allegáronseles poco despues el de Benavente, Juan de Tovar, señor de Berlanga, y los dos hermanos Pedro y Suero Quiñones; fuera destos el obispo de Osma don Pedro de Castilla, que en aquella revuelta de los tiempos estaba apoderado de muchos castillos, cosa que era de grande importancia para llevar adelante estos intentos. No era fácil ejecutar lo que pretendian por la gran privanza, poder y autoridad de don Alvaro. Juntaron en Medina de Ruiseco caballos, armas, soldados y todo lo al que era á propósito para la guerra. El rey de Castilla para prevenir estos intentos y práticas con presteza desde Madrigal por el mes de febrero, principio del año 1439, se partió para Roa. Iban en su compañía el príncipe don Enrique, su hijo, el mismo don Alvaro, los condes de Haro y de Castro, el maestre de Calatrava, los prelados, el de Toledo y el de Palencia; demás destos fray Lope de Barrientos, que poco antes subió á ser obispo de Segovia en premio de las primeras letras que enseñó al príncipe don Enrique. Enviaron los conjurados sus cartas al Rey con mucha muestra de humildad; contenian en suma que ellos estaban aparejados para hacer lo que les fuese mandado como vasallos leales, hijos de tales y tan nobles padres, con tal que él mismo ó su hijo el Príncipe los maudasen; que no sufrian que el reino fuese gobernado á voluntad de ningun particular ni que cualquiera que fuese estuviese apoderado del Rey, cosa que ni las leyes de la provincia lo permitian ni ellos debian disimular afrenta y mengua tan grande. ¿Si por ventura era justo que ni la autoridad de los magistrados ni la nobleza ni las leyes se pudiesen defender de un hombre solo ni enfrenalle? Que si en esto se pusiese remedio, y se diese traza, á la hora dejarian las armas que forzados para su defensa tomaran. A esta carta no dió el Rey ninguna respuesta; á la sazon habia llegado Rodrigo de Villandrando de Francia con cuatro mil caballos que traia para servir al Rey, con promesa que le darian en premio de su trabajo el condado de Ribadeo. El de Navarra y su hermano el infante don Enrique, determinados de ayudarse de la ocasion que las revueltas de Castilla les presentaban, y con deseo de recobrar los estados que los años pasados les quitaran, con quinientos de á caballo se metieron por las tierras de Castilla. No se sabia al principio lo que pretendian; por esto en un mismo tiempo los convidaron á seguir su partido, por una parte el Rey, y por otra los conjurados. Ellos, tomado su acuerdo, se resolvieron que el de Navarra fuese á Cuellar, do se hallaba el rey de Castilla, y don Enrique á Peñafiel, pueblo que fué suyo antes. Era su intento estar á la mira, y aguardar cómo se disponian aquellas alteraciones y en qué paraban, y seguir el partido que pareciese mejor y mas á propósito para recobrar sus estados. Entre tanto que esto pasaba, Iñigo de Zúñiga, hermano del conde de Ledesma, con quinientos de á caballo que traia se apoderó de Valladolid, villa grande y rica de

muchas vituallas. Luego que esto vino á noticia de los conjurados, acudieron allí gran número dellos. El rey de Castilla, alterado con esta nueva y por miedo que aquella rebelion de los suyos no fuese causa de algun grande inconveniente y daño, pasó á Olinedo para desde cerca sosegar aquellas alteraciones, sobre todo para traer á su servicio al infante don Enrique. Con este intento en diversas partes hobo hablas del Rey y del Infante, primero en Renedo, despues en Tudela, y últimamente en Tordesillas, pláticas todas por demás, porque el Infante, despues que hobo entretenido la una y la otra parte, al fin se llegó á aquellos señores conjurados, entendióse que con acuerdo del rey de Navarra, que pretendia para todo lo que pudiese suceder en aquella revuelta dejar entrada y tenella para reconciliarse con la una y con la otra parte. Además que muchos de los señores que seguian al Rey y poseian los pueblos que quitaron á los infantes con diferentes mañas entretenian el efectuarse las paces, por tener entendido que no podrian cuajar sino se restituian en primer lugar aquellos pueblos. Andaba la gente congojada y suspensa con sospechas de nueva guerra. Personas religiosas y muy graves, por su santa vida ó por sus letras y erudicion venerables, se pusieron de por medio. Hablaron con aquellos señores y representáronles el peligro que todos corrian si inquietaban el reino con aquellas diferencias fuera de tiempo; aunque fiasen de sus fuerzas, que no era cordura trocar lo cierto con lo dudoso y aventurallo. El comenzar la guerra era cosa muy fácil; el remate sin duda seria perjudicial, por lo menos á la una de las partes. Por tanto, que mirasen por sí y por el reino, y con su porfía sin propósito no echasen á perder las cosas que tan floridas estaban. Que todavía se podrian hacer las paces y amistades, pues aun no se habian ensangrentado entre sí; mas si las espadas se teñian una vez en sangre de hermanos y deudos, con dificultad se podrian limpiar ni venir á ningun buen medio. La instancia qué hicieron fué tal, que los príncipes acordaron de juntarse en Castro Nuño con los del Rey para tratar alli de las condiciones y medios de paz. Por el mismo tiempo vino aviso de Italia que Castelnovo en Nápoles, sin embargo de la guarnicion que tenian de aragoneses y que el rey de Aragon con todo cuidado procuró dalle socorro, apretado con un largo cerco, por falta de vituallas se entregó á los enemigos á 24 de agosto; todavía que aquel daño bastantemente recompensó el de Aragon con recobrar, como recobró, la ciudad de Salerno y ganar otros muchos lugares y plazas. Entre los grandes de Castilla y el Rey se hizo confederacion en Castro Nuño con estas condiciones: don Alvaro de Luna se ausente de la corte por espacio de seis meses, sin que pueda escribir ninguna carta al Rey. A los hermanos rey de Navarra y el Infante les vuelvan sus estados y lugares y dignidades, por lo menos cada año tanta renta cuanto los jueces árbitros determinaren. Las compañías de soldados y las gentes y campo se derramen. Los conjurados quiten las guarniciones de los castillos y pueblos que tomaron. Ninguno sea castigado por haber seguido antes el partido de Aragon y al presente á los conjurados. Con esto al infante de Aragon don Enrique fué restituido el maes

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