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trazgo de Santiago, al de Navarra la villa de Cuellar, á don Alvaro de Luna en recompensa della dieron á Sepúlveda. El rey de Castilla, hecho esto, se fué á la ciudad de Toro. Allí le vino nueva que la infanta dʊña Catalina, mujer del infante de Aragon don Enrique, falleció de parto en Zaragoza á 19 de octubre sin dejar sucesion alguna. Fueron á dar el pésame al Infante de parte del rey de Castilla el obispo de Segovia y don Juan de Luna, prior de San Juan. Don Alvaro de Luna en cumplimiento de lo concertado se partió á los 29 de octubre ȧ Sepúlveda con mayor sentimiento de lo que fuera razon, tanto, que con ser persona de tanto valor, ni podia enfrenar la saña ni templar la lengua; solo le entretenia la esperanza que presto se mudarian las cosas y se trocarian. Hiciéronle compañía á su partida Juan de Silva, alférez mayor del Rey, Pedro de Acuña y Gomez Carrillo con otros caballeros nobles que se fueron con él, quién por haber recebido dél mercedes, quién por esperanza que sus cosas se mejorarian. Esto en España. En el Concilio basiliense últimamente condenaron al papa Eugenio, y en su lugar nombraron y adoraron á Amadeo, á 5 de noviembre, con nombre de Félix V. Por espacio de cuarenta años fué primero conde de Saboya y despues duque; últimamente, renunciado el estado y los regalos de su corte, vivia retirado en una soledad con deseo ardiente de vida mas perfecta, acompañado de otros seis viejos que llevó consigo, escogidos de entre sus nobles caballeros. Sucedió muy á cuenta de! papa Eugenio que los príncipes cristianos hicieron muy poco caso de aquella nueva eleccion; hasta el mismo Filipo, duque de Milan, bien que era yerno de Amadeo y enemigo de venecianos y del papa Eugenio, no se movió á honrar, acatar y dar la obediencia al nuevo Pontífice; lo mismo el rey de Aragon, no obstante que se tenia por ofendido del mismo papa Eugenio á causa que favorecia con todas sus fuerzas á Renato, su enemigo. Todos creo yo se entretenian por la fresca memoria del scisma pasado y de los graves daños que dél resultaron. Además que la autoridad de los padres de Basilea iba de caida, y sus decretos, que al principio fueron estimados, ya tenian poca fuerza, dado que no se partieron del Concilio hasta el año 47 desta centuria y siglo, en el cual tiempo, amedrentados por las armas de Ludovico, delfin de Francia, que acudió á desbaratallos, y forzados del mandato del emperador Federico, que sucedió á Alberto, despedido arrebatadamente el Concilio, volvieron á sus tierras. El mismo Félix, nuevo pontifice, poco despues con mejor seso, dejadas las insignias de pontifice, fué por el papa Nicolao, sucesor de Eugenio, hecho cardenal y legado de Saboya. Este Gin, aunque no en un mismo tiempo, tuvieron las diferencias de Castilla y las revueltas de la Iglesia, principio de otras nuevas reyertas, como se declarará en el capítulo siguiente.

CAPITULO XV.

De otras nuevas alteraciones que hobo en Castilla.

Parecia estar sosegada Castilla y las guerras civiles, no de otra suerte que si todo el reino con el destierro de don Alvaro de Luna quedara libre y descargado de malos humores, cuando repentinamente y contra lo que M-11.

todos pensaban se despertaron nuevos alborotos. La causa fué la ambicion, enfermedad incurable, que cunde mucho y con nada se contenta. Siempre pretende pasar adelante sin hacer diferencia entre lo que es licito y lo que no lo es. El Rey era de entendimiento poco capaz, y no bastante para los cuidados del gobierno, si no era ayudado de consejo y prudencia de otro. Por entender los grandes esto, con varias y diversas mañas y por diferentes caminos cada cual pretendia para sí el primer lugar acerca dél en privanza y autoridad. Sobre todos se señalaba el almirante don Fadrique, hombre de ingenio sagaz, vario, atrevido, al cual don Alvaro pretendió con todo cuidado dejar en su lugar, y para esto hizo todo buen oficio con el Rey antes de su partida. Los infantes de Aragon llevaban mal ver burlados sus intentos y que el fruto de su industria en echar á don Alvaro se le levase el que menos que nadie quisieran. Poca lealtad hay entre los que siguen la corte y acompañan á los reyes. Sucedió que sobre repartir en Toro los aposentos riñeron los criados y allegados de la una parte y de la otra, y parecia que de las palabras pretendian llegar á las manos y á las puñadas. El Rey tenia poca traza para reprimir á los grandes; así, por consejo de los que á don ́Alvaro favorecian, sc salió de Medina del Campo, y con muestra que queria ir á caza, arrebatadamente se fué á meter en Salamanca, ciudad grande y bien conocida, por principio del año 1440. Fueron en pos dél los infantes de Aragon, los condes de Benavente, de Ledesma, de laro, de Castañeda y de Valencia, demis destos liigo Lopez de Mendoza. Todos salieron de Madrigal acompañados de seiscientos de á caballo con intento, si les hacian resistencia, de usar de fuerza y de violencia, que era to lo un miserable y vergonzoso estado del reino. Apenas sec hobo el rey de Castilla recogido en Salamanca, cuando, avisado cómo venian los grandes, á toda priesa partió para Bonilla; pueblo fuerte en aquellas comarcas, asi por la lealtad de los moradores como por sus buenas murallas. Desde allí envió el Rey embaja lores á los in fantes de Aragon. Ellos, con seguridad que les dieron, fueron primero á Salamanca, y poco despues á Avila, do eran idos los grandes conjurados con intento de apoderarse de aquella ciudad. El principal que an laba de por medio entre los unos y los otros fué don Gutierre de Toledo, arzobispo á la sazon de Sevilla, que en aquel tiempo se señaló tanto como el que mas en la lealtad y constancia que guardó para con el Rey, eser❤ lon para subirá mayor dignidad. De pocó momento fué aquella diligencia. Solamente los grandes con la bue: a ocasion de hombre tun principal y tan á propósito escribieron al Rey una carta, aunque comedida, pero ilena de consejos muy graves, sacados de la filosofía moral y politica. Lo principal á que se enderezaba era cargar á don Alvaro de Luna. Decian estar acostuinbrado á tiranizar el reino, apoderarse de los bienes pú blicos y particulares, corromper los jueces, sin tener respeto ni reverencia alguna ni á los hombres ni á Dios. El Rey no ignoraba que parte destas cosas eran verdaderas, parte levantadas por el odio que le tenian; pero como si con bebedizos tuviera el juicio perdido, se hacia sordo á los que le amonestaban lo que le con

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ron órden de celebrar sus bodas con mayor presteza que pensaban. A doña Blanca, su esposa, trajo la Reina, su madre, á la raya de Navarra, dende don Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, el conde de Haro y el señor de Hita, que enviaron para este efecto, la acompañaron hasta Valladolid. Allí, á 25 de setiembre, se celebraron las bodas con grandes fiestas. En una justa ó torneo fué mantenedor Rodrigo de Mendoza, mayordomo de la casa real, regocijo muy pesado. Murieron en él algunos nobles á causa que pelearon con lanzas de hierros acerados á punta de diamante, como se hace en la guerra. Sacaron todos los señores ricas libreas y trajes á porfía, hicieron grandes convites y saraos, ca á la sazon los nobles no menos se daban á estas cosas que á las de la guerra y á las armas. Aguó la fiesta que la nueva casada se quedó doncella, cosa que al principio estuvo secreto; despues como por la fama se divulgase, destempló grandemente la alegría pública de toda la gente. Por el mismo tiempo en Francia se trató de hacer las paces entre los ingleses y franceses. Púsose de por medio el duque de Borgoña, que encomendó este cuidado á doña Isabel, su mujer, persona de sangre real, tia del rey de Portugal, conforme á la costumbre recebida entre los franceses que por medio de las mujeres se concluyan negocios muy graves. A la raya de Flandes fué doña Isabel y vinieron los embajadores ingleses; comenzóse á tratar de las paces, empresa de gran dificultad y que no se podia acabar en breve. Dióse libertad á Cárlos, duque de Orliens. Vinieron en ello el rey de Inglaterra, en cuyo poder estaba, y el duque de Borgoña tambien interesado á causa de la muerte de su padre, que los años pasados se cometió en Paris. Para concluir esta querella el Borgoñon por su rescate pagó al Inglés cuatrocientos mil ducados, y se puso por condicion que entre los borgoñones y los de Orliens hobiese perpetuo olvido de los disgustos pasados, y que por estar aquel Príncipe cautivo sin mujer, para mas seguridad casase con Margarita, hija del duque de Cleves y de hermana del duque de Borgoña. Desta manera veinte y cinco años despues que el duque de Orliens en las guerras pasadas fué preso cerca de un pueblo llamado Blangio, volvió á su patria y á su estado, y en lo de adelante guardó lo que puso con sus contrarios con mucha lealtad; el casamiento asimismo, que concertaron como prendas de la amistad, se efectuó.

venia. No dió respuesta á la carta. Los grandes enviaron de nuevo por sus embajadores á los condes de Haro y de Benavente; ellos hicieron tanto, que el Rey vino en que se tuviesen Cortes del reino en Valladolid. Querian se tratase en ellas entre el Rey y los grandes de todo el estado de la república; y en lo que hobiese diferencias, acordaron se estuviese por lo que los dichos condes como jueces árbitros determinasen. Sucedió que ni se restituyeron las ciudades de que los señores antes desto se apoderaran, y de nuevo se apoderaron de otras, cuyos nombres son estos: Leon, Segovia, Zamora, Salamanca, Valladolid, Avila, Burgos, Plasencia, Guadalajara. Fuera desto, poco antes se enseñoreó el infante don Enrique de Toledo por entrega que della le hizo Pero Lopez de Ayala, que por el Rey era alcaide del alcázar y gobernador de la ciudad, y como tal tenia en ella el primer lugar en poder y autoridad. En las Cortes de Valladolid que se comenzaron por el mes de abril, lo primero que se trató fué dar seguridad á don Alvaro de Luna y hacelle volver á la corte. Estaba este deseo fijado en el pecho del Rey, á cuya voluntad era cosa no menos peligrosa hacer resistencia que torpe condescender con ella. Tuvo mas fuerzas el miedo que el deber, y así, por consentimiento de todos los estados, se escribieron cartas en aquella sustancia. Cada cual procuraba adelantarse en ganar la gracia de don Alvaro, y pocos cuidaban de la razon. La vuelta de don Alvaro, sin embargo, no se efectuó luego. Despues desto las ciudades levantadas volvieron á poder del Rey, en particular Toledo. Tratóse que se hiciese justicia á todos y dar traza para que los jueces tuviesen fuerza y autoridad. A la verdad era tan grande la libertad y soltura de aquellos tiempos, que ninguna seguridad tenia la inocencia; la fuerza y robos prevalecian por la flaqueza de los magistrados. Toda esta diligencia fué por demás; antes resultaron nuevas dificultades á causa que el príncipe de Castilla don Enrique se alteró contra su padre y apartó de su obediencia. Tenia mala voluntad á don Alvaro, y pesábale que volviese á palacio. Sospecho que por la fuerza de alguna maligna constelacion sucedió por estos tiempos que los privados de los príncipes tuviesen la principal autoridad y mando en todas las cosas, de que dan bastante muestra estos dos príncipes, padre y hijo, ca por la flaqueza de su entendimiento y no mucha prudencia se dejaron siempre gobernar por sus criados. Juan Pacheco, hijo de Alonso Giron, señor de Belmonte, se crió desde sus primeros años con el príncipe don Enrique, y por la semejanza de las costumbres ó por la sagacidad de su ingenio acerca dél alcanzó gran privanza y cabida. Parecia que con derribar á don Alvaro de Luna, que le asentó con el Príncipe, pretendia, como lo hizo, alcanzar el mas alto lugar en poder y riquezas. Este fué el pago que dió al que debia lo que era; poca lealtad se usa en las cortes, y menos agradecimiento. Las sospechas que nacieron entre el Rey y su hijo en esta sazon llegaron á que el príncipe don Enrique un dia se salió de palacio. Decia que no volveria si no se despedian ciertos consejeros del Rey, de quien él se tenia por ofendido. Verdad es que ya muy noche á instancia del rey de Navarra, su suegro, volvió á palacio y á su padre. Para mas sosegalle die

CAPITULO XVI.

Cómo el rey de Castilla fué preso.

En el mismo tiempo que se hacian los regocijos por las bodas del príncipe don Enrique con doña Blanca falleció el adelantado Pedro Manrique, persona de pequeño cuerpo, de gran ánimo, astuto, atrevido, pero buen cristiano y de gran industria en cualquier negocio que tomaba en las manos. Sucedióle en el adelantamiento y estado su hijo Diego Manrique, que fué tambien conde de Treviño. Don Alvaro, dado que ausente y residia de ordinario en Escalona, todavía por sus consejos gobernaba el reino, cosa que llevaban mal los alterados, y mas que todos el príncipe don Enrique, tanto, que al fin deste año, dejado su padre, se partió

para Segovia, mostrándose aficionado al partido de los infantes de Aragon. Ayudaba para esto Juan Pacheco como su mayor privado que era; soplaba el fuego de su ánimo apasionado. La ciudad de Toledo tornó otra vez á poder de don Enrique de Aragon, ca Pero Lopez de Ayala le dió en ella entrada contra el órden expreso que tenia del Rey. Añadieron á esto los de Toledo un nuevo desacato, que prendieron los mensajeros que el Rey enviaba á quejarse de su poca lealtad. Alterado pues el Rey, como era razon, á grandes jornadas se partió para allanalla. Iba acompañado de pocos, asegurado que no perderian respeto á su majestad real; pero como quier que no lè diesen entrada en la ciudad, reparó en el hospital de San Lázaro, que está en el mismo camino real por donde se va á Madrid. Salió don Enrique de Aragon fuera de la puerta de la ciudad acompañado de docientos de á caballo. Los del Rey en aquel peligro, bien que tenian alguna esperanza de prevalecer, el miedo era mayor, por ser en pequeño número para hacer rostro á gente armada. Con todo esto tomaron las armas y fortificáronse como de repente pudieron con trincheas y con reparos. Fuera muy grande la desventura aquel dia, si el infante don Enrique, por no hacerse mas odioso si hacia algun desacato á la majestad real, sin llegar á las manos no se volviera á meter en la ciudad. Esto fué dia de la Circuncision, entrante el año 1441. Mostróse muy valeroso en defender al Rey, y fortificar el hospital en que estaba, el capitan Rodrigo de Villandrando. En premio y para memoria de lo que hizo aquel dia le fué dado un privilegio plomado, en que se concedió para siempre á los condes de Ribadeo que todos los primeros dias del año comiesen á la mesa del Rey y les diesen el vestido que vistiesen aquel dia. El Rey partió para Torrijos; dejó para guarda de aquel lugar á Pelayo de Ribera, señor de Malpica, con ciento de á caballo. Desde allí pasó á Avila, acudió don Alvaro á la misma ciudad para tratar sobre la guerra que tenian entre las manos. Con su venida se irritaron y desabrieron mas las voluntades de los príncipes conjurados; la mayor parte dellos alojaba en Arévalo, hasta la misma reina de Castilla daba orejas á las cosas que se decian contra el Rey por estar mas inclinada y tener mas amor á su hijo y á sus hermanos. Fueron de parte del Rey á aquel lugar los obispos de Búrgos y de Avila para ver si se podria hallar algun camino de concordar aquellas diferencias. Hizo poco fruto aquella embajada. Diego de Valera, un hidalgo que andaba en servicio del príncipe don Enrique, escribió al Rey una carta desta sustancia: «La debida lealtad de súbdito no me con>>siente callar, como quiera que bien conozco no ser » pequeña osadía hacer esto. Cuántos trabajos haya pa>> decido el reino por la discordia de los grandes, no hay >> para que relatallo; seria cosa pesada y por demás to>>car con la pluma las menguas de nuestra nacion y »> nuestras llagas. Las cosas pasadas fácilmente se pue>> den reprehender y tachar, lo que hace al caso es po>>ner en ellas algun remedio para adelante. Tratar de >> las causas y movedores destos males ¿qué presta? »Sea de quien se fuere la culpa, pues estáis puesto por >> Dios por gobernador del género humano, debeis prin»cipalmente imitar la clemencia divina y su benignidad

>> en perdonar las ofensas de vuestros vasallos. Enton>> ces la clemencia merece mayor loa cuando la causa >> del enojo es mas justificada. Llamamos á vuestra al» teza padre de la patria, nombre que debe servir de >> aviso y traeros á la memoria el amor de padre, que »es presto para perdonar y tardío para castigar. Dirá » alguno ¿cómo se podrán disimular sin castigo des>> acatos tan grandes? Por ventura ¿no será mejor forzar » por mal aquellos que no se dejaron vencer por buenas » obras? Verdad es esto, todavía cuando en lo que se >> hace hay buena voluntad, no deseo de ofender, el >> yerro no se debe llamar injuria. En ninguna cosa se >> conoce mas la grandeza de ánimo, virtud propia de >> los grandes príncipes, que en perdonar las injurias de >> los hombres, y es justo huir los trances varios y du>> dosos de la guerra y anteponer la paz cierta á la vic>> toria dudosa, la cual si bien estuviese muy cierta, la » desgracia de cualquiera de las partes que sea venci>> da redundará en vuestro daño, que por vuestros de>> beis contar, señor, los desastres de vuestros vasallos. >>Ruego á Dios que dé perpetuidad á las mercedes que »> nos ha hecho, conserve y aumente la prosperidad de »> nuestra nacion, incline sus orejas á nuestras plega>> rias, y las vuestras á los que os amonestan cosas sa>> ludables. El sea de vos muy servido, y vos de los >> vuestros amado y temido. » Leida esta carta delante del Rey y despues en consejo, diversamente fué recebida conforme al humor de cada cual. Todos los demás callaban; solo el arzobispo don Gutierre de Toledo con soberbia y arrogancia : Dénos, dice, Valera ayuda, que consejo no nos falta. Fué este Valera persona de gran ingenio, dado á las letras, diestro en las armas, demás de otras gracias de que ninguna persona, conforme á su poca hacienda, fué mas dotado. En dos embajadas en que fué enviado á Alemania se señaló mucho; compuso una breve historia de las cosas de España, que de su nombre se llama la Historia Valeriana; bien que hay otra Valeriana de un arcipreste de Murcia, cual se cita en estos papeles. El príncipe don Enrique, llamado por su padre, fué á Avila para tratar de algun acuerdo de paz; en estas vistas no se hizo nada. El Príncipe, vuelto á Segovia, suplicó á las dos reinas, su madre y su suegra, la cual á la sazon se hallaba en Castilla, se llegasen á Santa María de Nieva para ver si por medio suyo se pudiesen sosegar aquellas parcialidades. En aquella villa falleció la reina de Navarra doña Blanca primer dia de abril; sepultáronla en el muy devoto y muy afamado templo de aquella villa. Así se tiene comunmente, y grandes autores lo dicen, dado que ningun rastro hoy se halla de su sepultura, ni alli ni en Santa María de Ujue, donde mandó en su testamento que la llevasen, que hace maravillar haberse perdido la memoria de cosa tan fresca. Los frailes de Santo Domingo de aquel monasterio de Nieva afirman que los huesos fueron de allí trasladados, mas no declaran cuándo ni á qué lugar. Sucedió en el reino don Cárlos, príncipe de Viana, su hijo, como heredero de su madre; no se llamó rey, sea por contemplacion de su padre, sea por conformarse con la voluntad de su madre, y que así lo tenian antes concertado. Este príncipe don Cárlos fué dado á los estudios y á las letras, en que se

ejercitó, no para vivir en ocio, sino para que ayudado de los consejos y avisos de la sabiduría, se hiciese mas idóneo para gobernar. Andan algunas obras suyas, Como son las Eticas de Aristóteles, que tradujo en lengua castellana, una breve historia de los reyes de Navarra; demás desto, elegantes versos, trovas y composiciones, que él mismo solia cantar á la vihuela, mozo dignísimo de mejor fortuna y de padre mas manso. Era de edad de veinte y un años cuando su madre finó. Con la muerte desta señora cesaron las práticas de la paz, y la reina de Castilla se volvió á Arévalo, do antes se tenia. La llama de la guerra se emprendió en muchos lugares. Los principales capitanes y cabezas de los alterados eran don Enrique de Aragon y el almirante del mar y el conde de Benavente. Hacíase la guerra en particular en las comarcas de Toledo; don Alvaro de Luna desde Escalona con sus fuerzas y las de su hermano el arzobispo de Toledo defendia su partido con gran esfuerzo. Los sucesos eran diferentes, cuándo prósperos, cuándo desgraciados. Inigo Lopez de Mendoza cerca de Alcalá, villa de que se apoderara, y se la habia quitado al arzobispo de Toledo, en una zalagarda que le paró Juan Carrillo, adelantado de Cazorla, se vió en gran peligro de ser muerto, tanto que, degollados los que con él iban, él mismo herido escapó con algunos pocos. Por el mismo tiempo junto á un lugar llamado Gresmonda un escuadron de los malcontentos fué desbaratado por la gente de don Alvaro. Percció en la refriega Lorenzo Davalos, nieto del condestable don Ruy Lopez Davalos, cuyo desastre desgraciado cantó el poeta cordobés Juan de Mena con versos llorosos y elegantes; persona en este tiempo de mucha erudicion, y muy famoso por sus poesías y rimas que compuso en lengua vulgar; el metro es grosero como de aquella era; el ingenio elegante, apacible y acomodado á las orejas y gusto de aquella edad. Su sepulcro se ve hoy en Tordelaguna, villa del reino de Toledo; su memoria dura y durará en España. Por el mismo tiempo el rey de Navarra pasó con buen número de gente á Castilla la Nueva en ayuda de los desabridos, á causa que los enemigos eran mas fuertes y llevaban lo mejor; los únos y los otros derramados por los campos y pueblos hacian robos, estragos, fuerza á las doncellas y á las casadas; estado miserable. En Castilla la Vieja el Rey se apoderó de Medina del Campo y de Arévalo, villas que quitó al rey de Navarra, cuyas eran. En aquella comarca, en una aldea llamada Nabarro, tuvo el Rey habla con la reina viuda doña Leonor que venia de Portugal. Tuvieron diversas pláticas secretas; no se pudo concluir nada en lo que tocaba á la paz con los alterados por estar el Rey muy ofendido de tantos desacatos como le hacian cada dia. Solo resultó que para componer las diferencias de Portugal se enviaron embajadores que amonestasen y requiriesen á don Pedro, duque de Coimbra, hiciese lo que era razon. Lo mismo hizo el rey don Alonso de Aragon, que despachó sobre el caso una embajada desde Italia hasta Portugal. Todas estas diligencias salieron en vano á causa que don Pedro gustaba de la dulzura del mandar, y los portugueses persistian en no querer recebir ni sufrir gobierno extranjero. Las guerras que el uno y el otro príncipe tenian entre las manos no daban lugar

á valerse de las armas y de la fuerza. Visto esto, la reina doña Leonor, perdido el marido, aparta la de sus hijos, despojada del gobierno, hasta el fin de la vida se quedó en Castilla. Los infantes de Aragon, movidos del peligro que corrian, del reino de Toledo se fueron apriesa á Castilla la Vieja para volver por lo que les tocaba. Arévalo, por la aficion que los moradores les tenian, sin tardanza les abrió las puertas. Pasaron á Medina del Campo, do el Rey estaba; pusieron sobre ella sus estancias; hiciéronse algunas escaramuzas ligeras, mas sin que sucediese alguna cosa memorable. No duró mucho el cerco á causa que algunos de la villa dieron de noche entrada en ella á los conjurados, con que la tomaron sin sangre. El rey de Castilla, sabido el peligro, tenia puesta gente de á caballo en las plazas y á las bocas de las calles. Los del pueblo estábanse quedos en sus casas, sin querer acudir á las armas por miedo del peligro ó por aborrecimiento de aquella guerra civil. Don Alvaro de Luna y su hermano el Arzobispo, y con ellos el maestre de Alcántara, por la puerta contraria sin ser conocidos, bien que pasaron por medio de los escuadrones de los contrarios, se salieron disfrazados. El Rey les avisó corrian peligro sus vidas, si con diligencia no se ausentaban, por estar contra ellos los alterados mal enojados. Llegaron los conjurados á besar la mano al Rey asi como le hallaron armado, y con muestra de humildad y comedimiento poco agradable le acompañaron hasta palacio. Entonces los vencidos y los vencedores se saludaron y abrazaron entre sí, alegría mezclada con tristeza; maldecian todos aquella guerra, en que ninguna cosa se interesaba, y las muertes y lloros eran ciertos por cualquiera parte que la victoria quedase. Acudieron las reinas y el príncipe don Enrique con la nueva deste caso, y despues de largas y secretas pláticas que con el Rey tuvieron, mudaron en odio de don Alvaro los oficiales y criados de la casa real. Juntamente hicieron salir de la villa á don Gutierre Gomez de Toledo, arzobispo de Sevilla, y á don Fernando de Toledo, conde de Alba, y á don Lope de Barrientos, obispo de Segovia. La mayor culpa que todos tenian era la lealtad que con el Rey guardaron, dado que les achacabau que tenian amistad con don Alvaro, y que podian ser impedimento para sosegar aquellas alteraciones. Tratóse de hacer conciertos, sin que nadie contrastase; el Rey estaba detenido como en prision y en poder de sus contrarios. Nombráronse jueces árbitros con poderes muy bastantes. Estos fueron la reina de Castilla y su hijo el principe don Enrique, el almirante don Fadrique y el conde de Alba, que por este respeto le hicieron volver á la corte. En la sentencia que pronunciaron condenaron á don Alvaro que por espacio de seis años no saliese de los lugares de su estado que le señalasen. En especial le mandaron no escribiese al Rey sino fuese mostradas primero las copias de las cartas á la Reina y al príncipe don Enrique. Demás desto, que no hiciese nuevas ligas ni tu viese soldados á sus gajes; finalmente, que para cumplimiento de todo esto diese en rehenes y por preuda á su hijo don Juan y pusiese en tercería nueve castillos suyos dentro de treinta dias. Sabidas estas cosas por don Alvaro, fué grande su sentimiento, tanto, que no

podia reprimir las lágrimas ni se sabia medir en las palabras ni templarse, lo cual unos echaban á ambicion, otros lo excusaban; decian que por su nobleza y gran corazon no podia sufrir afrenta tau grande. Sin embargo deste su sentimiento y caida, no dejaba de pensar nuevas trazas para tornar á levantarse; mas al caido pocos guardan lealtad, y todas las puertas le tenian cerradas, en especial que los alterados se fortalecian con nuevos parentescos y matrimonios. Concertaron á doña Juana, hija del almirante don Fadrique, con el rey de Navarra; con don Enrique, su hermano, á doña Beatriz, hermana del conde de Benavente. El que movió y concluyó estos desposorios fué don Diego Gomez de Sandoval, conde de Castro, que en aquella sazon andaba en la corte del príncipe don Enrique y le acompañaba, persona de grandes inteligencias y trazas; y en este particular pretendia que, unidos entre sí estos principes y asegurados unos de otros, con mayor cuidado tratasen, como lo hicieron, y procurasen la caida del condestable don Alvaro de Luna.

CAPITULO XVII.

Que el rey de Aragon se apoderó de Nápoles. Concluida la guerra civil, parece comenzaba en España algun sosiego; por todas partes hacian fiestas y se regocijaba el pueblo. Al contrario, Italia se abrasaba con la guerra de Nápoles. Las fuerzas de Renato con la tardanza y dilacion se enflaquecian; su mujer y hijos eran idos á Marsella; muestra de tener muy poca esperanza de salir con aquella empresa. Así lo entendia el vulgo, que á nadie perdona, y suele siempre echar las cosas á la peor parte. Es de gran momento la opinion y fama en la guerra; así, desde aquel tiempo hobo gran mudanza en los ánimos, mayormente por la falta que les hizo Jacobo Caldora, en quien estaba el amparo muy grande de aquella parcialidad, ca era grande la experiencia que tenia de la guerra y ejercicio de las arinas. Su muerte fué de repente. Queria saquear el lugar de Circello, que es de la jurisdiccion del Papa, cuando cayó sin sentido en tierra, y llevado á su alojamiento, en breve rindió el alma; los demás de su linaje, que era muy poderoso y grande, se pasaron por su muerte á la parte aragonesa, que cada dia se mejoraba. Ganaron la ciudad de Aversa, rindieron lo de Calabria. Desbarataron la gente de Francisco Esforcia cerca de Troya, ciudad de la Pulla, todos efectos de importancia. Sin embargo, el pontífice Eugenio hizo luego liga con los venecianos y florentines y ginoveses con intento de echar los aragoneses de toda Italia. Con este acuerdo el cardenal de Trento con diez mil soldados se metió por las tierras de Nápoles. Hizo poco efecto toda aquella gente como levantada apriesa, y que tenia diversas costumbres, voJuntades y deseos; antes por el mismo tiempo la gente aragonesa marchó la vuelta de Nápoles. Dentro de la ciudad se estuvo Renato con pretension que tenia de defendella, visto que perdida aquella ciudad, se arriscaLa todo lo demás. No salió á dar la batalla, creo por no asegurarse de la constancia de los naturales, ó desconLado de sus fuerzas si se viniese á las manos. Los de Cénova trajeron algunas pocas vituallas á los cercados

y algun socorro de soldados; pequeño alivio por la gran muchedumbre que se hallaba en la ciudad, que fué causa de encarecerse los mantenimientos y que el moyo de trigo costase mucho dinero. Hobo personas quo en junta pública con el atrevimiento que la hambre les daba persuadieron á Renato que de cualquiera manera se concertase con los contrarios. El cerco iba adelante, y juntamente crecia la falta de lo necesario; por esto uno, por nombre Anello, con otro su hermano, de profesion albañires, huidos de la ciudad, dieron aviso se podria tomar sin gran peligro, si les gratificasen su trabajo y indústria. La entrada era por un acueducto ó caños debajo de tierra, por donde para comodidad de la ciudad el agua de una fuente que cerca caia se encaminaba á los pozos. Pretendian meter gente secretamente por estos caños. Escogieron docientos soldados, hombres valientes, con órden que todos obedeciesen á los dos hermanos. La subida era difícil, la entrada y paso estrecho, los mas se quedaron atrás, espantados del peligro ó por ser pesados de cuerpo; solos cuarenta pasaron adelante. Arrancaban piedras con palancas y picos do impedian el paso, y á los que temian por ser el camino tan extraordinario, animaban los dos hermanos con palabras y con ejemplo, y algunas veces les ayudaban á subir con dalles la mano. La porfia y esfuerzo fué tal, que llegaron al pozo de una casa particular; una mujercilla, cuya era la casa, vistos los soldados, dió Juego gritos, con que se descubriera la celada, si prestamente no le taparan la boca. Gastóse tiempo en la entrada, era salido el sol, y ninguna cosa avisaban ni daban muestra de ser entrados, no se sabe si por miedo ú por descuido. Sospechaban que todos eran degollados, y todavía las compañías que tenian apercebidas acometieron á escalar la muralla; aflojaba la pelea por no sentirse en la ciudad ruido ninguno. Los cuarenta soldados, movidos y animados por la vocería de los que peleaban ó forzados de la necesidad y darse por perdidos si los sentian, se apoderaron de una torre del adar-* ve que cerca caia y no tenia guarda, llamada Sofía. Acudió el rey de Aragon para socorrellos; acudió al tanto Renato al peligro. Fuera fácil recobrar la torre y lanzar della á los aragoneses; mas los de fuera acudieron muy de priesa y pusieron temor á los contrarios; lo que á los de dentro causó espanto, á los aragoneses que estaban en la torre hizo cobrar ánimo. Dióse el asalto por muchas partes; finalmente, quebrantadas algunas puertas, entraron los de Aragon en la ciudad. Renato, sin saber á qué parte debia acudir, bien que se mostró, no solo prudente capitan, sino valiente soldado, tanto, que por su mano mató muchos de los contrarios, perdida al fin la esperanza de prevalecer, se recogió al castillo. Algunas casas fueron saqueadas, pero no mataron á nadie. Luego que entró el Rey se puso tambien fin al saco; desta manera los aragoneses se apoderaron de Nápoles, dia sábado, á 2 de junio, año del Señor de 1442. Los soldados fueron por el Rey en público alabados y premiados magníficamente conforme á como cada uno se señalara, don Jimeno de Urrea, don Ramon Boil y y don Pedro de Cardona, que eran los principales capitanes en el ejército; fué tambien premiado Pedro Martinez, capitan de los soldados que entraron por los ca

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