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primo, que usó en esto de una señalada grandeza de ánimo. Esto fué, que leida la carta en que le pedia socorro y avisaba del peligro, en el campo, do acaso se la dieron, mandó armar una tienda con juramento que hizo de no entrar debajo de tejado hasta tanto que Pedro de Ayala fuese libre de aquella afrenta. Esta era la primera ocasion de las alteraciones de Vizcaya; ia segunda, que se levantó cierta herejía de los fratrice!los deshonesta y mala, y se despertó de nuevo en Durango. Hizose inquisicion de los que hallaron inficionados con aquel error. Muchos fueron puestos á cuestion de tormento, y los mas quemados vivos. Era el capitan de todos un fraile de San Francisco, por nombre fray Alonso Mela. Este, por miedo del castigo, se huyó á Granada con muchas mozuelas que llevó consigo, que pasaron la vida torpemente entre los bárbaros. El mismo, no se sabe por qué causa, pero fué acañavereado por los moros, muerte conforme á la vida y secta que siguió. Este tuvo un hermano, que se llamó Juan Mela, que á la sazon era obispo de Zamora, su patria y natural, y adelante fué cardenal. En Portugal por fin del mes de octubre falleció don Juan, tio del rey de Portugal, en Aicázar de Sal, en edad de cuarenta y tres años. Era condestable en aquel reino y juntamente maestre de Santiago. De doña Isabel, su mujer, hija de don Alonso, su hermano, duque de Berganza, dejó un hijo, llamado don Diego, que sucedió en los cargos y honras de su padre; tres hijas, doña Isabel, doña Beatriz y doña Filipa, y dellas adelante procedieron príncipes muy grandes.

ños. Con los dos hermanos albañires se cumplió lo prometido bastantemente, promesas y paga mayores que llevaba su estado, con la cual fiucia tuvieron ánimo para acometer aquella hazaña. Notaban los hombres curiosos que casi por la misma forma ganó aquella ciudad de los godos el capitan Belisario. Renato, por no quedalle alguna esperanza de repararse, perdida aqueIla noble ciudad, poco despues se concertó con el contrario que le dejase ir libre á él y á los suyos, y entregaria lo que le quedaba. Tomado este asiento, partió para Florencia á verse con el papa Eugenio; desde allí pasó á Francia; su partida allanó todo lo demás. El Abruzo y la Pulla con todos los demás puebios que hasta entonces rehusaran el señorío de Aragon y se tenian por Francia pretendian recompensar las culpas pasadas con mayores servicios, y se daban priesa á rendirse, ca no querian con la tardanza irritar la saña del vencedor. Por este órden quedó apaciguada Italia en gran parte. España, dado que se hallaba cansada de males tan largos, y que entre los príncipes se habian concertado las paces, aun no sosegaba de todo punto; los caballeros, antes desavenidos entre sí, al presente menos se enfrenaban por el poco caso que hacian de los que gobernaban. Seria cosa larga relatallo todo por menudo. Las principales diferencias y alteraciones fueron estas: estaba don Luis de Guzman, maestre de Calatrava, enfermo y sin esperanza de salud. Dos caballeros de aquella órden, los mas principales entre los demás, con ambicion fuera de tiempo pretendian aquella dignidad; estos eran Juan Ramirez de Guzman, comendador mayor de aquella órden, y el clavero Fernando de Padilla. Este tenia ganadas y negociadas las voluntades de los comendadores. Don Juan, por entender que ninguna esperanza le quedaba de alcanzar aquella dignidad, si no se arriscaba con atrevimiento y temeridad, se determinó con mano armada apoderarse de los pueblos de aquella órden de Calatrava. El Clavero, sabido este intento, fué á verse con él acompañado de cuatrocientos de á caballo. Vinieron á las manos en el campo de Barajas. Quedó el Comendador mayor vencido y preso, y juntamente Ramiro y Fernando, sus hermanos, y Juan, su hijo; murieron otros muchos caballeros, y entre ellos cuatro sobrinos del mismo Comendador mayor. En premio desta victoria, que ganó de su contrario, fué dado á Padilla lo que pretendia, que sucediese en lugar del Maestre, honra de que gozó poco tiempo. La ocasion fué que el Rey hacia resistencia á aquella eleccion, y pretendia aquella dignidad para don Alonso, hijo bastardo del rey de Navarra. Pasóse tan adelante en esta pretension, que vinieron á las manos. Puso don Alonso cerco con su gente sobre Calatrava; el nuevo Maestre fué herido con una piedra que uno de los suyos inadvertidamente queria tirar á los contrarios. Con su muerte quedó su competidor don Alonso por maestre. Por otra parte los vizcaínos, gente valiente y indómita, se alteraron por dos causas. Tenian entre sí hechas ciertas hermandades confirmadas por el Rey. Estas acometieron á los castillos de los nobles y sus haciendas. Entre los demás Pedro de Ayala, merino mayor de Guipúzcoa, como le tuviesen cercado en una su villa, llamada Salvatierra, fué librado por el conde de Haro, su

CAPITULO XVIII.

De los varones señalados que hobo en España.

La residencia de don Alvaro, despues que se vió desgraduado, era en Escalona. La esperanza de recobrar la autoridad que le quitaron, ni del todo la tenia perdi. da, ni tampoco era grande. No le faltaba ingenio y diligencia, mas desbarataba sus trazas la fortuna ó fuerza mas alta. Su hermano, el arzobispo de Toledo falleció en Talavera á 4 de febrero. Gran desgracia, faltalle de repente ayuda tan grande. Quedábale don Rodrigo de Luna, á quien por ser hijo de un primo suyo en el tiempo adelante, vuelto á su prosperidad, hizo proveer el arzobispado de Santiago en lugar de don Alvaro de Isorna, como en otra parte se dirá, magüer que no tenia edad bastante para dignidad tan grande; mas poco le podia prestar en aquel trabajo, en especial que era mozo de mal natural y de costumbres estragadas. Por otra parte los grandes y caballeros, por entender que aquella revuelta de tiempos era á propósito para quedarse con todo lo que apañasen, cada cual se apoderaba de lo que podia. Pedro Juarez, hijo de Fernan Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, por muerte del Arzobispo se apoderó de Talavera. Llegó su osadía á que apenas dió entrada en ella al mismo rey de Castilla, que acudió á aquella villa para atajar aquellos bullicios. El cuerpo del Arzobispo fué enterrado en la capilla de la iglesia mayor de Toledo, que á su costa don Alvaro edificó muy sumptuosa. Sobre nombrar sucesor no se concertaban los votos. Pretendian don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago, y don Pedro de Castilla, obispo

de Palencia. Dos competidores tenian mayor negocio y favor que los demás el uno era don García Osorio, obispo de Oviedo; dábale la mano su tio el Almirante; el otro don Gutierre de Toledo, arzobispo de Sevilla, al cual favorecian los infantes de Aragon, que comenzaban á tener en todo gran mano. Con esta ayuda don Gutierre sobrepujó á su contrario, y salió con el arzobispado de Toledo. Era persona de gran ánimo, de estatura mediana, de buen rostro, blanco y rubio, dotado de letras, de ánimo sencillo y sin doblez, algo mas severo en el gobierno que podian llevar las costumbres de aqueIla era, que fué causa que algunos le aborréciesen. Poco tiempo tuvo el arzobispado de Toledo y como solo tres años. Su padre Fernan Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja y mariscal de Castilla; su madre doña María de Ayala, su hermano Garci Alvarez de Toledo. Nombró por adelantado de Cazorla á su sobrino, hijo de su hermano don Fernando Alvarez de Toledo, conde de Alba. Don García, competidor de don Gutierre, fué hecho arzobispo de Sevilla; don Diego, obispo de Orense, pasó al obispado de Oviedo. En conclusion, la iglesia de Orense dieron en encomienda á Juan de Torquemada, de fraile dominico cardenal de San Sixto, persona de mucha erudicion como se entiende por los muchos libros que sacó á luz, digno de inmortal alabanza por la defensa que puso por escrito en tiempos tan estragados y revueltos de la majestad de la Iglesia romana. Contemporáneo de Turrecremata, aunque de menor edad, fué Alonso Tostado, natural de

la villa de Madrigal, persona esclarecida por lo mucho que dejó escrito y por el conocimiento de la antigüedad y su varia erudicion, que parecia milagro. Faltóle el estilo elegante, alguna mengua para que no se compare con cualquiera de los padres antiguos. Los años adelante fué obispo de Avila, y mas mozo en Sena de Toscana, do á la sazon estaba el papa Eugenio, propuso gran número de conclusiones, tomadas de lo mas secreto de la teología, para defendellas públicamente á la manera escolástica. Entre ellas le calificaron algunas como de mala sonada, y sobre ello expidió una bula el pontífice Eugenio. Atizaba el negocio el cardenal Turrecremata, que escribió contra él en el mismo propósito cierto opúsculo. Respondió á todo el Tostado en un libro que llamó el Defensorio, obra docta, si bien á la misma autoridad de los pontífices no perdona por el deseo que tenia de defender su partido. Las proposiciones que le calificarop fueron estas la primera, Cristo nuestro Señor fué muerto al principio del año treinta y tres de su edad, y no á 23 de marzo, como ordinariamente sienten los antiguos, sino á 3 de abril; la segunda, puesto que á ningun pecado se niega el perdon por grave que sea, todavía de la pena y de la culpa Dios no absuelve, y mucho menos los sacerdotes por el poder de las llaves, palabra que él explicaba con cierta sutilidad, nueva y extravagante manera de hablar, que á los indoctos alteraba, y á los sabios no agradaba. Falleció á 3 de setiembre, año 1455.

LIBRO VIGÉSIMOSEGUNDO.

CAPITULO PRIMERO.

Del estado en que las cosas estaban.

MEJOR Se encaminaban las cosas y partido de los españoles en Italia que en España. Las condiciones y naturales de la gente eran casi los mismos, de aragoneses y castellanos. Los sucesos y la fortuna conforme á la calidad, ingenio y valor de los que gobernaban. El rey de Aragon tenia el ánimo muy levantado, mayor deseo de honra que de deleites; velaba, trabajaba, hallábase en todos los lugares y negocios, no se cansaba con ningun trabajo, y era igualmente sufridor de calor y de frio. Con las cuales virtudes y con la clemencia y liberalidad y condicion fácil y humana, en que no tenia par, no cesaba de granjear las voluntades de la una y de la otra nacion española y italiana, como el que no ignoraba que en la benevolencia de los vasallos consiste la seguridad de los señores y del estado, en el miedo el peligro, y en el odio su perdicion. En Castilla los desafueros y mando de don Alvaro con su ausencia no cesaban, antes mudado solo el sugeto, continuaban los males. El rey de Navarra no pretendió quitar los descontentos y reformar los desórdenes, sino en lugar de

don Alvaro apoderarse del rey de Castilla, que nunca salia de pupilaje, y siempre se gobernaba por otro; grande desgracia y causa de nuevas revueltas. Tenia el rey de Castilla algunas buenas partes, mas sobrepujaban en él las faltas. El cuerpo alto y blanco, pero metido de hombros, y las facciones del rostro desgraciadas. Ejercitábase en estudios de poesía y música, y para ello tenia ingenio bastante. Era dado á la caza, y deleitábase en hacer justas y torneos; por lo demás era de corazon pequeño, menguado y no á propósito para sufrir y llevar los cuidados del gobierno, antes le eran intolerables. Con pocas palabras que oia concluia cualquier negocio, por grave que fuese, y parece que tenia por el principal fruto de su reinado darse al ocio, flojedad y deportes. Sus cortesanos, en especial aquel á quien él daba la mano en las cosas, oian las embajadas de los príncipes, hacian las confederaciones, daban las honras y cargos, y por decillo en una palabra, reinaban en nombre de su amo, pues eran los que gobernaban; en el tiempo de la paz y de la guerra daban leyes y hacian ordenanzas. Vergonzosa flojedad del príncipe y torpeza muy fea. El buen natural, las virtudes y valor que los antiguos reyes de Castilla tenian descaecia de todo

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punto. No de otra manera que los sembrados y animales, la raza de los hombres y casta con la propiedad del cielo y de la tierra sobre todo con el tiempo se muda y se embastarda, en especial cuando mudan lugar y cielo; así el ingenio ardiente de los principes muchas veces con la abundancia de los regalos se apaga en sus descendientes y desfallece si los vicios no se corrigen con la buena enseñanza, y la sangre floja y muelle no se recuece y se reforma y vuelve en su antiguo estado con dalles por mujeres doncellas escogidas de alguna nacion y linaje mas robusto y varonil, con que en los hijos se repare la molicie y blandura de sus padres. En los grandes imperios ninguna cosa se debe menospreciar; y el atrevimiento de los cortesanos antes que se arraigue y eche hondas raíces, en el mismo principio se ha de reprimir, porque si se envejece, cobra fuerzas grandemente, y no se remedia sino á grande costa de muchos, y á las veces toma debajo á los que le quieren derribar. Cosa superflua fuera tachar las faltas pasadas, si de las menguas ajenas no se tomasen avisos para ordenar y reformar la vida de los príncipes, y es justo que por ejemplo de dos poderosísimos reyes de España, comparando el uno con el otro, se entienda cuánto se aventaje la fuerza de ánimo á la flojedad. El rey de Aragon, despues de tomada á Nápoles y sujetadas á su señorío las demás ciudades y castillos que se tenian por los angevinos, concluida la guerra, entró en Nápoles á 26 dias del mes de febrero del año 1443 con triunfo á la manera y traza de los antiguos romanos, asentado en un carro dorado, que tiraban cuatro caballos muy blancos, con otro que iba adelante asimismo blanco. Acompañaban el carro á pié los señores y grandes de todo el reino; los eclesiásticos delante con sus cruces y pendones cantahan alabanzas á Dios y á los santos. El pueblo, derramado por todas partes, á voces pedia para su rey un largo, feliz y dichoso imperio y vida. No se puso corona ni guirnalda en la cabeza; decia que aquella honra era debida á los santos, con cuyo favor él ganara la victoria; las calles sembradas de flores, las paredes colgadas de ricas tapicerías, todas las partes llenas de suavidad de olores, de perfumes y de fragrancia. Ningun dia amaneció mas alegre y mas claro, así para los vencidos como para los vencedores. Restaba solo un cuidado de ganar al pontifice Eugenio, que á la sazon no estaba muy inclinado á los franceses. Tratóse de hacer con él asiento en la ciudad de Sena, do el Pontífice se hallaba. Concluyóse á 15 de julio con estas condiciones : que el reino de Nápoles quedase por el rey de Aragon, y despues del le heredase su hijo don Fernando, el cual, aunque habido fuera de matrimonio, en una junta de grandes señaló su padre por su heredero, solo en aquel estado; el rey de Aragon pechase cada un año ocho mil onzas, que es cierto género de moneda, al Pontífice romano, y pusiese diligencia en reprimir á Francisco Esforcia, que ensoberbecido y orgulloso por estar casado con hija del duque de Milan, se habia apoderado en gran parte de la Marca de Ancona. Hecha esta avenencia, en lo que tocaba á la guerra cumplió el Rey, y pasó mas adelante de lo que se obligó, porque él mismo se encargó della, y en la Marca quitó muchos pueblos y castillos á los esforcianos, que restituyó al Pontifice,

cuyos nombres y el suceso de toda la guerra no es de nuestro propósito referirlo en este lugar. Tambien á instancia de los ginoveses se asentó la paz con ellos, con condicion que cada un año presentasen al rey don Alonso mientras que viviese una fuente de oro bien grande, la cual como acostumbrase á recebir delante del pueblo como trofeo de la victoria ganada contra aquella ciudad, por parecelles á los ginoveses cosa pesada, no duró la confederacion mucho tiempo ni pagaron las parias adelante de cuatro años. En Castilla otrosí el rey de Navarra usaba del poder que tenia usurpado con alguna aspereza, por donde su maudo no duró mucho tiempo, como quier que las cosas templadas se conservan, y las demasías presto se acaban. Tenia como preso al rey de Castilla, que fué un señalado. atrevimiento y resolucion extraordinaria, en reino ajeno, en tiempo de paz, á tan gran príncipe quitalle la libertad de hablar con quien quisiese. Púsole por guardas á don Enrique, hermano del Almirante, y á Rodrigo de Mendoza, mayordomo de la casa real, para que notasen las palabras y aun los meneos de los que entraban á hablalle. Estaban metidos en el mismo enredo el Almirante y el conde de Benavente, como personas obligadas por la afinidad contraida con los infantes; y aun el príncipe de Castilla y la Reina andaban en los mismos tratos. Visitaba el rey de Castilla á Ramaga, á Madrigal y á Tordesillas, pueblos de Castilla la Vieja. Fray Lope de Barrientos, ya obispo de Avila, movido por la indignidad del caso y porque de secreto favorecia á don Alvaro, pensó era buena ocasion aquella para volvelle en su privanza. Resolvióse sobre el caso de hablar con Juan Pacheco, lloró con él el estado en que las cosas andaban, maldecia la locura de los aragoneses. Decia que todo desacato que se hiciese al Rey era mengua del príncipe don Enrique, que en fin tal cual fuese era su padre. Si no era bastante para el gobierno, que no era razon, echado don Alvaro, que sucediesen en su lugar hombres extraños, sino que el mismo Príncipe supliese la fojedad y mengua de su padre y comenzase á gobernar. «¿Qué presta alegrarnos de la caida de don Alvaro, si quitado él todavía nos tratan como á esclavos y nos hacen sufrir gobierno mas pesado por la mayor aspereza de los que mandun y por su ambicion mas desenfrenada? Por ventura ¿pensais que los aragoneses se han de contentar con tener solo el gobierno como lugartenientes? Segun el corazon de los hombres es insaciable, creedme que pasaran adelante. Ganado el reino de Nápoles, es tauta su soberbia, que tratan de adquirir nuevos reinos en España. ¿Cuidais que están olvidados de don Enrique el Segundo? Tienen muy asentado en sus ánimos que se apoderó de Castilla contra razon. Pretenden abatir la familia real de Castilla, y están determinados de aventurar las vidas en la demanda. » Movíase Juan Pacheco con el razonamiento del Obispo; sabia muy bien que decia verdad y que su amonestacion era saludable; pero espantábale la dificultad de la empresa, y recelábase que sus fuerzas no se podrian igualar á las de los aragoneses. Todavía se resolvieron de acometer á dar un tiento á los grandes y entender si tenian ánimo bastante para abatir la tiranía de los aragoneses y chocar con ellos. A fin que estas práti

cas anduviesen massecretas persuadieron al príncipe don Enrique que, partido de Tordesillas, se fuese á Segovia con muestra de quererse recrear en la caza. Desde allí escribieron sus cartas á don Alvaro para comunicar con él lo que trataban. Acaso los condes de Haro y el de Ledesma, que por merced del Rey ya se intitulaba conde de Plasencia, juntándose en Curiel, trataban de poner en libertad al Rey. Esto fué causa que el príncipe don Enrique volviese á Tordesillas para ver lo que se podria hacer. Verdad es que los intentos de aquellos señores fueron por los aragoneses desbaratados, y ellos forza dos á huir; principios todos y zanjas que se abrian de nuevas alteraciones. Las bodas del rey de Navarra con su esposa se hicieron en Lobaton 1.o de setiembre del año del Señor de 1444. Asistieron casi todos los príncipes y las dos reinas, es á saber, la de Castilla y la de Portugal. El infante don Enrique por el mismo tiempo, celebrado que lobo sus bodas en la ciudad de Córdoba, con diligencia afirmaba en el Andalucía las fuerzas de su parcialidad. Diego Valera fué por embajador al rey de Francia con intento de alcanzar diese libertad al conde de Armeñaque, al cual poco antes prendió el Delfin, y don Martin, hijo de don Alonso, conde de Gijon. Achacábanle que tenia tratos con los ingleses. Diéroule libertad con condicion que si en algun tiempo faltase en la fidelidad debida, fuese despojado de los pueblos de Ribadeo y de Cangas, que poseia en las Astúrias por merced de los reyes de Castilla ó por habellos heredado. Fuera desto, se obligó el rey de Castilla en tal caso de le hacer guerra con las fuerzas de Vizcaya, cercana á su estado. Con el príncipe don Enrique á un misino tiempo unos trataban de destruir á don Alvaro de Luna, otros de volvelle y restituille en su autoridad. El rey de Navarra persuadia que le destruyesen, y que para este efecto juntasen sus fuerzas. El obispo Barrientos y Juan Pacheco juzgaban era bien restituille en su lugar y darse priesa antes que se descubriesen estas práticas. Con este intento para entretener al rey de Navarra y enganalle se comenzó á tratar de hacer confederacion y liga con él. En el entre tanto el príncipe don Enrique se volvió á Segovia, dende solicitó á los condes, el de Haro, el de Plasencia y el de Castañeda, para que juntasen con él sus fuerzas. Llegáronseles otrosí el conde de Alba don Fernan Alvarez de Toledo, con su tio el arzobispo de Toledo y Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita y Buitrago. Hecho esto, como les pareciese tener bastantes fuerzas para contrastar á los aragoneses, los confederados se juntaron en Avila por mandado del Príncipe, que se fué á aquella ciudad. Tenian mil y quinientos caballos, mas nombre de ejército y número que fuerzas bastantes. Vino eso mismo don Alvaro de Luna. La mayor dificultad para hacer la guerra era la falta del dinero para pagar y socorrer á los soldados. Partiéronse desde allí para Búrgos, donde estaban los otros grandes sus cómplices. Los contrarios enviaron al rey de Castilla á la villa de Portillo, y al conde de Castro para que le guardase. Comenzó el de Navarra á hacer arrebaladamente levas de gente, juntó dos mil de á caballo; con esta gente marchó contra los grandes, que de cada dia sc hacian mas fuertes con nuevas gentes que ordinariamente les acudian. Junto á Pampliega, en tierra

de Búrgos, se dieron vista los unos á los otros, asentaron á poca distancia cada cual de las partes sus reales; pusieron otrosí sus haces en campo raso en ordenanza con muestra de querer pelear. Acudieron personas religiosas y eclesiásticas movidos del peligro, comenzaron á tratar de concertallos; tenian el negocio para concluirse, cuando una escaramuza, ligera al principio, desbarató estos intentos, que por acudir y cargar soldados de la una y de la otra parte, paró en batalla campal. Era muy tarde; sobrevino y cerró la noche, con que dejaron de pelear. El rey de Navarra, por entender que no tenia fuerzas bastantes, ayudado de la escuridad, dió la vuelta á Palencia, ciudad fuerte. Sucedióle otra desgracia, que el rey de Castilla se salió de Portillo en son de ir á caza, comió en el lugar de Mojados con el cardenal do San Pedro; hecho esto, despidió al conde de Castro que le guardaba, y él se fué á los reales en que su hijo estaba. La libertad del Rey fué causa de gran mudanza. Cayéronse los brazos y las fuerzas á los contrarios. El de Navarra se fué á su reino para recoger fuerzas y las demás cosas necesarias, con intento de llevar adelante lo comenzado. Los señores aliados, cada cual por su parte, se fueron á sus estados. Con esto los pueblos de los infantes que tenian en Castilla la Vieja vinieron en poder de los confederados y del Rey, en particular Medina del Campo, Arévalo, Olmedo, Roa y Aranda. Don' Enrique de Aragon dió la vuelta del Andalucía á la su villa de Ocaña. El príncipe don Enrique y el condestable don Alvaro salieron contra él; mas por estar falto de fuerzas se huyó al reino de Murcia. Allí Alonso Fajardo, adelantado de Murcia, que seguia aquella parcialidad, le dió entrada en Lorca, ciudad muy fuerte en aquella comarca. Por esta via entonces escapó del peligro y pudo comenzar nuevas práticas para recobrar la autoridad y poder que tenia antes. Sucedieron estas cosas al fin del año. En el mismo año á 5 de julio don Fernando, tio del rey de Portugal, falleció en Africa; sepultáronle en la ciudad de Fez; de allí los años adelante le trasladaron á Aljubarrota, entierro de sus padres. Fué hombre de costumbres santas y esclarecido por milagros; así lo dicen los portugueses, nacion que es muy pia y muy devota, y aficionada grandemente á sus príncipes, si bien no está canonizado. Entre otras virtudes se señaló en ser muy honesto, jamás se ensució con tocamiento de mujer, ninguna mentira dijo en su vida, tuvo muy ardiente piedad para con Dios. Estas virtudes tenian puesto en admiracion á Lazeracho, un moro que le tenia en su poder. Este, sabida su muerte, primero quedó pasmado; despues, digno, dice, era de loa inmortal si no fuera tan contrario á nuestro profeta Mahoma. Maravillosa es la hermosura de la virtud; su estima es muy grande y sus prendas, pues á sus mismos enemigos fuerza que la estimen y alaben.

CAPITULO II.

De la batalla de Olmedo.

Parecia que las cosas de Castilla se hallaban en mejor estado y que alguna luz de nuevo se mostraba despues de echados del gobierno y de la corte los infantes de Aragon; mas las sospechas de la guerra y los te

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mores todavía continuaban. Tuviéronse Cortes en Medina del Campo, y mandaron de nuevo recoger dinero para la guerra, no tanto como era menester, pero cuanto podian llevar los pueblos, cansados con tantos gobiernos y mudanzas y que aborrecian aquella guerra tan cruel. Acudieron al mismo lugar el principe don Enrique y el condestable don Alvaro, despues que tomaron á don Enrique de Aragon muchos pueblos del maestrazgo de Santiago. Tratóse de apercebirse para la guerra que veian seria muy pesada. En particular el de Navarra por tierra de Atienza, en el cual pueblo tenia puesta guarnicion, hizo entrada por el reino de Toledo con cuatrocientos de á caballo y seiscientos de á pié, pequeño número, pero que ponia grande espanto por do quiera que pasaba, á causa que los naturales, parle dellos eran parciales, los mas sin poner á peligro sus cosas querian mas estar á la mira que hacerse parte. Así, el de Navarra se apoderó de Torija y de Alcalá de Henáres con otros lugares y villas por aquella comarca. El rey de Castilla, puesto que tenia pocas fuerzas para alteraciones tan grandes, todavía porque de pequeños principios, como suele, no se aumentase el mal, juntadas arrebatadamente sus gentes, pasó al Espinar para esperar le acudiesen de todas partes nuevas banderas y compañías de soldados. Poco despues desto, á 18 de febrero del año que se contó 1445, falleció la reina de Portugal doña Leonor en Toledo. Siguióla pocos dias despues doña María, reina de Castilla, que murió en Villacastin, tierra de Segovia. Sospechóse les dieron yerbas, por morir en un mismo tiempo y ambas de muerte súpita, demás que el cuerpo de la reina doña María despues de muerta se halló lleno de manchas. Dióse crédito en esta parte á la opinion del vulgo, porque comunmente se decia dellas que no vivian muy honestamente. La reina de Portugal enterraron en Santo Domingo el Real, monasterio de monjas en que moraba; desde allí fué trasladada á Aljubarrota. El enterramiento de la reina de Castilla se hizo en Nuestra Señora de Guadalupe. Por el mismo tiempo falleció don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago, en cuyo lugar fué puesto don Alvaro de Isorna, á la sazon obispo de Cuenca, y á don Lope Barrientos en remuneracion de los servicios que hiciera trasladaron de Avila á Cuenca; á don Alonso de Fonseca dieron la iglesia de Avila, escalon para subir á mayores dignidades. Era este prelado persona de ingenio y natural muy vivo y de mucha nobleza. Don Alvaro de Isorna gozó poco de la nueva dignidad, en que le sucedió, don Rodrigo de Luna, sobrino del Condestable. Desde el Espinar pasó el Rey á Madrid, y poco despues á Alcalá, llamado por los moradores de aquella villa. Tenia el de Navarra por allí cerca alojada su gente, que con la venida de su hermano don Enrique creció en número, de manera que tenia mil y quinientos de á caballo. Con esta gente se fortificó en las cuestas de Alcalá la Vieja, que son de subida agria y dificultosa, con determinacion de no venir á las manos sino fuese con ventaja de lugar, por saber muy bien que no tenia fuerzas bastantes para dar batalla en campo raso. Desde allí envió á Ferrer de Lanuza, justicia de Aragon, por embajador á su hermano el rey de Aragon para suplicalle, pues era con

cluida la guerra de Nápoles, se determinase de volver á España, quier para ayudalles en aquella guerra, quier para componer y asentar todos aquellos debates. El rey de Castilla hiciera otrosí lo mismo, que le despachó sus embajadores, personas de cuenta, á quejarse de los agravios que le hacían sus hermanos. No hobo encuentro alguno cerca de Alcalá, ni los del Rey acometieron á combatir ó desalojar los contrarios; así, los aragoneses por el puerto de Tablada se dieron priesa para llegar á Arévalo. Siguiólos el rey de Castilla por las mismas pisadas, resuelto en ocasion de combatillos. Marchaban á poca distancia los unos escuadrones y los otros, tanto, que en un mismo dia llegaron todos á Arévalo. El de Navarra se apoderó por fuerza de la villa de Olmedo, que por entender que el socorro de Castilla venia cerca, le habia cerrado las puertas. Los principales en aquel acuerdo fueron justiciados; su grande lealtad les hizo daño y el amor demasiado y fuera de sazon de la patria. El rey de Castilla pasó á media legua de Olmedo y barreó sus estancias junto á los molinos que llaman de los Abades. Eran sus gentes por todas dos mil caballos y otros tantos infantes. Acudieron con los demás el príncipe don Enrique, don Alvaro de Luna, Juan Pacheco, Iñigo Lopez de Mendoza, el conde de Alba y el obispo Lope de Barrientos. Por otra parte con los aragoneses se juntaron el Almirante, el conde de Benavente, los hermanos Pedro, Fernando y Diego de Quiñones, el conde de Castro y Juan de Tovar, con que se les llegaron otros mil caballos. Habláronse los príncipes de la una parte y de la otra para ver si se podian concertar, todo maña del obispo Barrientos para entretener á los contrarios hasta tanto que llegase el maestre de Alcántara, con cuya venida reforzados de gente los del Rey, se pusieron en órden de pelea. Los aragoneses ni podian mucho tiempo sufrir el cerco por falta de vituallas, y no se atrevian á dar la batalla por no tener fuerzas competentes. Resolviéronse en lo que les pareció necesario, de enviar á los reales del Rey á Lope de Angulo y al licenciado Cuellar, chanciller del de Navarra. Y como les fuese dada audiencia, declararon las razones por que los infantes lícitamente tomaran las armas. Que no era por voluntad que tuviesen de hacer mal á nadie, sino de defender sus personas y estados y de poner el reino en libertad, que veian estar puesto en una miserable servidumbre « Si echado don Alvaro, como tenia acordado vuestra alteza, quisiere por su voluntad gobernar el reino, no pondrémos dificultad ninguna ni dilacion en hacer las paces con tal que las condiciones sean tolerables. Que si no dais oido á tan justa demanda, la provincia y vuestros vasallos padecerán robos, talas, sacos y violencias; males que se pondrán á cuenta del que no los excusare, y que protestamos delante de Dios y de los hombres con toda verdad deseamos por nuestra parte y procuramos atajar. Avisamos otrosí que esta embajada no se envia por miedo, sino con el deseo que tenemos de que haya sosiego y paz.» Dichas con grande fervor estas palabras, presentaron un memorial en que llevaban por escrito lo mismo en sustancia. Respondió el Rey que lo miraria mas de espacio. En el entre tanto que andaban los tratos de paz, acaso, un dia miércoles, que se contaban 19 de mayo, vinieron por un

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