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El de Navarra sin lesion; don Enrique en breve murió en Calatayud de una herida que le dieron en la mano izquierda; entendióse le atosigaron la llaga, con que sc le pasmó el brazo. Fué hombre de grande ánimo, pero bullicioso y que no podia estar sosegado. Su cuerpo sepultaron en aquella ciudad. Del segundo matrimonio dejó un hijo de su mismo nombre, que no dará en lo de adelante mucho menos en qué entender que su padre. Los vencedores recogieron los despojos, y luego escribieron cartas á todas partes, con que avisaban cómo ganaran la jornada. Demás desto, en el lugar que se dió la batalla, por voto del Rey y por su mandado, levantaron una ermita con advocacion del Espíritu Santo de la Batalla, para memoria perpetua desta pelea muy memorable.

CAPITULO III.

De las bodas de don Fernando, hijo del rey de Aragen y de Nápoles.

accidente á las manos y se dió la batalla. Pasó así, que el príncipe don Enrique con el brio de mozo se acercó al muro con cincuenta de á caballo para escaramuzar con el enemigo. Salieron del pueblo otros tantos, pero con espaldas de los hombres de armas. Espantáronse los del Príncipe con ver tanta gente, y vueltas las espaldas, se pusieron en huida. Siguiéronles los aragoneses hasta las mismas trincheas de los reales. Pareció grande desacato y atrevimiento; salen las gentes del Rey en guisa de pelear. En la vanguardia iba el condestable don Alvaro por frente, y á los costados los hombres de armas, y por sus capitanes don Alonso Carrillo, obispo de Sigüenza, y su hermano Pedro de Acuña, Iñigo Lopez de Mendoza y el conde de Alba. En el cuerpo de la batalla iba el príncipe don Enrique con quinientos y cincuenta hombres de armas, que debajo del gobierno de don Gutierre de Sotomayor, maestre de Alcántara, cerraban el escuadron. El Rey y en su compañía don Gutierre, arzobispo de Toledo y conde de Haro, guiaban y regian la retaguardia, cuyos costados fortificaban, de una parte el prior de San Juan y don Diego de Zúñiga, de otra Rodrigo Diaz de Mendoza, mayordomo de la casa real, y Pedro de Mendoza, señor de Almazan. Estuvieron en esta forma gran parte del dia sin que de la villa saliese ni se moviese nadie. Apenas quedaban dos horas de sol cuando mandaron que la gente se recogiese á los reales. Entonces los aragoneses salieron con grande alarido á cargar en los contrarios. Pensaban que la escuridad de la noche, que estaba cercana, si fuesen vencidos los cubriria, y si venciesen no los estorbaria por ser pláticos de la tierra y por sus muchos caballos. Cerraron los primeros los caballos ligeros. Acudieron los demás, con que la pelea se avivó. Las gentes de Aragon iban en dos escuadrones: el uno, que llevaba por caudillo al infante don Enrique, acometió á los del condestable don Alvaro; el de Navarra cargó contra el príncipe don Enrique, su yerno. Pelearon valientemente por ambas partes. Adelantáronse el maestre de Alcántara y Iñigo Lopez de Mendoza para ayudar á los suyos, que andaban apretados; muchos de ambas partes huian, en quien el miedo podia mas que la vergüenza. En especial los aragoneses eran en menor número, y por la muchedumbre de los contrarios comenzaban á ciar. Cerraba la noche; el de Navarra y don Enrique, su hermano, cada cual con su banda particular, discurrian por las batallas, socorrian á los suyos, cargaban á los contrarios donde quiera que los veian mas apiñados, acudian á todas partes, mas no podian por estar alterados los suyos ponellos á todos en razon y en ordenanza ni ser parte para que con la escuridad de la noche, que todo lo cubre y lo iguala, no se pusiesen en huida. Los infantes, desbaratados y huidos los suyos, se retiraron á Olmedo. El de Benavente y el Almirante se acogieron á otros lugares. El conde de Castro y don Enrique, hermano del Almirante, y Hernando de Quiñones fueron presos en la batalla y con ellos otros docientos; los muertos fueron pocos; treinta y siete murieron en la pelea, y de los heridos mas. Los infantes de Aragon, por no fiarse en la fortaleza del lugar, la misma noche se partieron á Aragon, sin entrar en poblado porque no los detuviesen.

Mejor y mas prósperamente procedian las cosas de Aragon en el reino de Nápoles en Italia. El rey don Alonso, en gracia del Padre Santo, quitó la Marca de Ancona á la gente de Francisco Esforcia. Ellos, aunque despojados de las ciudades y pueblos de que contra razon estaban apoderados, partido el Rey, no se sosegaban, por estar ensoberbecidos con la memoria de las cosas que hicieran, muchas y grandes en Italia. Revolvió el rey de Aragon á instancia del pontifice Eugenio, y llegado con sus gentes á la Fontana del Pópulo, pueblo no léjos de la ciudad de Teano, mandó que acudiesen allí los señores. Vino con los demás Antonio Centellas, marqués de Girachi, con trecientos de á caballo. Era de parte de padre de los Centellas de Aragon, de parte de madre de los Veintemillas de Nápoles, y en la guerra pasada sirvió muy bien y ayudó á sujetar lo de Calabria, Basilicata y Cosencia con su buena maña y con gran suma de dineros que, vendidas sus particulares posesiones, juntó para pagar á los soldados. Queria el Rey que Enricota Rufa, hija del marqués de Croton y heredera de aquel estado, casase con Iñigo Davalos, casamiento con que pretendia premialle sus servicios. Cometió este negocio á Antonio Centellas para que le efectuase. Ganó él por la mano, y quiso mas para sí aquel estado, y casó con la doncella. Aumentó con esto el poder, y creció tambien en atrevimiento. Disimulóse por entonces aquel desacato; pero poco despues en esta sazon fué castigado por todo. Achacábanle que trató de dar la muerte á un cortesano muy poderoso y muy querido del Rey. El por miedo del castigo se partió de los reales que tenian cerca de la Fontana del Pópulo, y no paró hasta llegar á Catanzaro, pueblo de su jurisdiccion. Alterado el Rey, como era razon, por este caso, envió á la Marca á Lope de Urrea y otros capitanes, y él mismo, porque con disimular aquellos principios no cundiese el mal, ca temia si pasaba por aquel desacato no le menospreciasen los naturales en el principio de su reinado, y con la esperanza de no ser castigados creciese el atrevimiento, dió la vuelta á Nápoles, desde donde para justificar mas su causa envió personas que redujesen á Antonio Centellas; pero él hacíase sordo á los que le amonestaban lo que le convenia.

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estragados, que no podian sosegar por largo espacio; si faltaban enemigos de fuera, nacian dentro de casa. Fué así, que dos primos hermanos, hijos que eran de dos hermanos del rey Moro, el uno llamado Ismael, ó por miedo de la tempestad que amenazaba, ó temiendo la ira de su tio, se fué al rey de Castilla para serville en la guerra, con cuya ayuda esperaba podria recobrar su patria, sus riquezas y la autoridad que antes tenia. El otro, que se llamaba Mahomad el Cojo, porque renqueaba de una pierna, en la ciudad de Almería, do era su residencia, se hermanó con algunos moros principales. Con esta ayuda se apoderó del castillo de Granada que se llama el Alhambra; hobo otrosí á las manos al Rey, su tio, y le puso en prision. Hecho esto, se alzó con todo el reino y se quedó por rey. Esto fué por el mes de setiembre; mes que aquel año, conforme á la cuenta de los arábes, fué el que llama aquella gente iamad el segundo. Dividiéronse con esto los moros en bandos. Andilbar, gobernador que era de Granada, con sus deudos y aliados se apoderó de Montefrio, que era un castillo muy fuerte no léjos de Alcalá la Real, y por tener poca esperanza de restituir y librar al Rey viejo que preso estaba, convidó con el reino á Ismael. Apresuróse él para tomalle con ayuda que le dió el rey de Castilla de dinero y de gente. La esperanza que tenia de salir con su intento era alguna; el miedo era mayor á causa de sus pocas fuerzas, y que le convenia contrastar con la mayor parte de aquella nacion, que los mas, quién de voluntad, quién por contemporizar, procuraban ganar la gracia del rey Mahomad y por este camino entretenerse Ꭹ mirar por sus particulares. Mas esto sucedió al fin deste año; volvamos á contar lo que se nos queda atrás.

Vinieron a las armas; el mismo Rey pasó á Calabria, y
de su primera llegada tomó á Rocabernarda y á Belli-
castro. Croton sufrió el cerco algunos dias. Despues por
miedo de mayor mal abrió las puertas y se rindió. Des-
de allí marchó el Rey la vuelta de Catanzaro, do An-
tonio Centellas se hallaba con su mujer y hijos y todo
el menaje y repuesto de su casa. No se vino á las ma-
nos á causa que, perdida la esperanza de defenderse y
por ver que los otros grandes no se movian en su ayu-
da, bien que en prometer liberales, mas mostrábanse re-
catados en el peligro; trató de pedir perdon, y alcan-
zóle con condicion que se rindiese á sí y á sus cosas á
voluntad del Rey. Hízose así; mandó el Rey, le entre-
gase aquella ciudad y el castille de Turpia, y él fué en-
viado á Nápoles con su mujer y hijos y toda su recáma-
ra; que fué un grande aviso para entender que en la
obediencia consiste la seguridad, y en la contumacia
la total perdicion. El principal movedor desta altera-
cion fué un milanés, por nombre Juan Muceo, que á la
sazon residia en Cosencia. Tuvo el Rey órden para
habelle á las manos; perdonóle al tanto, si bien poco
despues pagó con la cabeza sus malas mañas, ca el du-
que de Milan, do se acogió, le hizo dar la muerte por
otra semejante deslealtad. Por esta manera se conoció
la providencia y poder de Dios en castigar los delitos;
y aquellas grandes alteraciones, que tenian suspensa y
á la mira toda Italia, tuvieron remate breve y fácil. Fes-
tejóse y aumentóse la alegría de haber sosegado todo
aquel reino con las bodas de don Fernando, hijo del
Rey, que casó en Nápoles á 30 de mayo, dia domingo,
con Isabel de Claramonte, con la cual antes estaba des-
posado. Pretendíase con aquellas bodas ganar de todo
punto al príncipe de Taranto, tio de parte de madre de
aquella doncella, porque hasta entonces parecia andar
en balanzas. En medio destos regocijos vinieron nuevas
tristes y de mucha pesadumbre, esto es, que las dos rei-
nas, hermanas del Rey, y don Enrique de Aragon falle-
cieron, como queda dicho. Demás desto, que vencido
el de Navarra, le echaran de toda Castilla; tal es la con-
dicion de nuestra naturaleza, que ordinariamente las
alegrías se destemplan con desastres. Al embajador que
envió el rey de Navarra para avisar desto, y de su par-
te hacia instancia que el de Aragon volviese á España,
dió por respuesta que la guerra de la Marca estaba en
pié; por tanto, que ni su fe ni su devocion sufria desam-
parar al Pontífice y faltar en su palabra; acabada la
guerra, que él iria á España; pero avisaba que de tal ma-
nera se asegurasen de su ida, que no dejasen por tanto
de apercebirse de todo lo necesario; que nombraba en
lugar de la Reina para el gobierno al rey de Navarra, y
por sus consejeros á los obispos de Zaragoza y de Léri-
da y otras personas principales; que no seria dificultoso
con las fuerzas de Navarra y de Aragon resistir á las de
Castilla. En conclusion, otorgaba que con los moros de
Granada, lo cual pedia asimismo el rey de Navarra, se
concertasen treguas y confederacion por un año; ciudad
y nacion en que por el mismo tiempo hobo mudanza de
reyes. Dado que Mahomad, por sobrenombre el Izquier-á
do, con las guerras civiles de Castilla tuvo sosiego al-
gunos años, de la paz,como es ordinario, resultaron en-
tre los moros grandes discordias. Los tiempos eran tan

CAPITULO IV.

Que don Alvaro de Luna fué hecho maestre de Santiago.

Ganada la batalla de Olmedo, sobre lo que debian hacer se tuvo consejo en la tienda de don Alvaro de Luna, que salió herido de la refriega en la pierna izquierda. Allí determinaron por comun acuerdo de todos que los bienes y estados de los conjurados fuesen confiscados; tomaron la villa de Cuellar, y pusieron cerco sobre Simancas. El príncipe don Enrique queria que el almirante don Fadrique fuese exceptuado de aquella sentencia y que se le diese perdon; los demás eran de parecer contrario, decian que su causa no se podia apartar de la de los demás; antes juzgaban de comun consentimiento y tenian su delito por mas grave y calificado por ser el primero y principal y que movió á los demás á tomar las armas. Por esta causa el Príncipe se fué á Segovia; el Rey, su padre, alterado por su partida y por recelo no fuese este principio de nuevos alborotos, dejó á Pedro Sarmiento el cuidado de apoderarse de los demás pueblos de los alborotados, y él mismo se fué á Nuestra Señora de Nieva con deseo de sosegar á su hijo. Para obedecer pidió el Príncipe que para sí le diesen á Jaen, á Logroño y á Cáceres, Y Juan Pacheco á Barcarota, Salvatierra y Salvaleon, pueblos á la raya de Portugal. Condescendió el Rey con él; mas ¿qué se podria hacer? Desta manera, por lo que era razon fueran castigados, les dieron premio;

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ron grandes alteraciones y discordias. Alburquerque se tenia todavía por los aragoneses. Acudió el Rey en persona á rendir la villa y la fortaleza, que finalmente le entregó su alcaide Fernando Davalos. Dió el Rey la vuelta á Toledo, y allí removió, á peticion de la ciudad, de la tenencia del alcázar y del gobierno del pueblo á Pero Lopez de Ayala, y puso en su lugar á Pero Sar-· miento; acuerdo poco acertado, por lo que avino adelante, y aun de presente se disgustó asaz el príncipo don Enrique por el mucho favor que hacia al depuesto. Pero Lopez de Ayala. Al fin deste año, á los 4 de diciembre, finó en la su vila de Talavera don Gutierre, arzobispo de Toledo; su cuerpo sepultaron en el sagrario al cierto de aquella iglesia colegial. Sobre si le trasladaron á la villa de Alba, como él mismo lo dejó dispuesto en su testamento, hay opiniones diferentes; quién dice que nunca le trasladarou y que yace en el mismo lugar sin lucillo y sin letra, solo un capelo ver→ de, que cuelga de la bóveda en señal de aquel entierro; otros porfian que los de su casa le pasaron á Alba, sin señalar cuándo ni cómo. Solo consta que en San Leonardo, convento de jerónimos de aquella villa, hay un sepulcro de mármol blanco suyo, que de en medio de la capilla mayor en que estaba le pasaron al lado del Evange

tales eran los tiempos. Fuera desto, en Medina de Rioseco se dió perdon al Almirante con tal que dentro de cuatro meses se redujese al deber, y en el entre tanto dona Juana, reina de Navarra, su hija, estuviese detenida en Castilla como en relienes. Tomado este asiento, el castillo de aquella villa que se tenia por el Almirante, se entregó al Rey; los demás pueblos de Castilla la Vieja, que eran de los alterados, en breve tambien vinieron á su poder. Al principio desta guerra, por consejo de don Alvaro, dado que al conde de Haro y á otros grandes no les parecia bien, envió el rey de Castilla por gente de socorro á Portugal; acordó con esta demanda el gobernador don Pedro, duque de Coimbra. Juntó dos mil de á pié y mil y seiscientos caballos, y por general á su liijo don Pedro, que si bien no pasaba de diez y seis años, por muerte del infante don Juan, su tio, poco antes le habian nombrado por condestable de Portugal. Llegó esta gente á Mayorga, do el Rey estaba. Su venida no fué de efecto alguno por estar ya la guerra concluida. Sin embargo, festejaron al General, regalaron á los capitanes, y les presentaron magníficamente segun que cada cual era. No resultó algun otro provecho desta venida y deste ruido; solamente don Alvaro secretamente y sin que el mismo Rey lo supiese, segun se dijo, concertó de casalle se-lio, pero sin alguna letra que declare si están dentro gunda vez con doña Isabel, hija de don Juan, maestre de Santiago en Portugal, con el cual don Alvaro tenia grande alianza y muchas prendas de amor; tan grande era la autoridad y mano que don Alvaro se tomaba, tan rendido tenia al Rey. Decia que aquel parentesco seria de mucho provecho por el socorro de gente que les vendria de aquel reino, fuera de que hacian suelta por este respeto de gran suma de dineros que se gastaron en la paga de los soldados ya dichos. Despedido el socorro de Portugal, pasó la corte á Búrgos. Allí, muy fuera de lo que se pensaba, á los condes de Benavente y de Castro se dió perdon á tal que por espacio de dos años, ni el de Castro saliese de Lobaton, ni el de Benavente se partiese de aquella su villa de Benavente. A otros grandes hicieron crecidas mercedes, mayores al cierto que sus servicios: don Iñigo Lopez de Mendoza fué hecho marqués de Santillana y conde de Manzanares; Villena se dió á don Juan Pacheco con nombre tambien de marqués; demás desto, en Avila don Alvaro de Luna fué elegido por voto de los caballeros de aquella órden en maestre de Santiago; parece que la fortuna le subia tan alto para con mayor caida despeñalle. A don Pedro Giron, mas por respeto de don Juan Pacheco, su hermano, que por sus méritos, pues antes siguiera el partido de Aragon, dieron el maestrazgo de Calatrava. Para este efecto depusieron á don Alonso de Aragon; cargábanle que siguió á su padre en la guerra pasada. No faltó quien tachase aquellas dos elecciones como no legítimas, de que resultaron debates y competencias. Contra don Alvaro pretendia don Rodrigo Manrique, ayudado, como se dirá luego, del favor del príncipe don Enrique. Contra don Pedro Giron se oponia don Juan Ramirez de Guzman, comendador mayor de Calatrava, que desde la eleccion pasada pretendia algun derecho, y en la presente tuvo algunos votos por su parte, de que resulta

los huesos. En suma, en lugar de don Gutierre alcanzó aquella dignidad don Alonso Carrillo, obispo á la sazon de Sigüenza, por principio del año 1446. Su padre Lope Vazquez de Acuña, que de Portugal se vino á Castilla; sus hermanos Pedro de Acuña, señor de Dueñas y Tariego, y otro Lope Vazquez de Acuña. De más desto, era tio de don Juan Pacheco y hombre de gran corazon, pero bullicioso y desasosegado, de que son bastante prueba las alteraciones largas y graves que en el reino se levantaron, y él las fomentó. Hízose consulta sobre lo que quedaba por concluir de la guer ra. Atienza y Torija solamente se tenian por el de Navarra en toda Castilla, pero fortificadas para todo lo que podia suceder, guarnecidas de buen número de solda dos, que salian á correr los campos comarcanos, bacer presas de ganados y de hombres. Demás desto, crecia la fama de cada dia, y venian avisos que el de Navarra se aprestaba para volver de nuevo á la guerra, cosa que ponia en cuidado á los de Castilla, tanto mas, que el rey Moro con intento de ganar reputacion, y á instancia de los aragoneses, con una entrada que hizo por las fronteras del Andalucía, tomara por fuerza á Benamaruel y Benzalema, pueblos fuertes en aquella comarca; afrenta mayor que el miedo y que el daño. No se podia acudir á ambas partes; marcharon las gen tes del Rey contra los aragoneses por el mes de mayo, y despues que tuvieron cercada á Atienza por espacio de tres meses, se trató de hacer paces. Concertaron que aquellos dos pueblos se pusiesen en tercería y estuviesen en poder de la reina de Aragon doña María hasta tanto que los jueces nombrados de comun consentimiento determinasen á quién se debian entregar. Hecha esta avenencia, el rey de Castilla fué recebido dentro del pueblo á 12 de agosto. Hizo abatir ciertas partes de la muralla y poner fuego á algunos edificios. Los vecinos pretendian se quebrantaran las condicio

nes del concierto y asiento tomado, y así no le quisieron recebir en el castillo. Por esto sin acabar nada fué forzado volver atrás y irse á Valladolid. Solamente dejó ordenado que el nuevo arzobispo de Toledo y don Cárlos de Arellano quedasen con gente para reprimir los insultos de los aragoneses por aquella parte, y en ocasion se apoderasen de aquellos pueblos. No por esto los aragoneses quedaron amedrentados, antes desde aquellos lugares hacian de ordinario correrías y cabalgadas por todos aquellos campos hasta Guadalajara, do el de Toledo y Arellano residian. Algunos de los parciales andaban al tanto por toda la provincia esparcidos y mezclados con todos los demás, que á la sorda alteraban la gente y eran causa que resultasen nuevas sospechas entre los grandes de Castilla; maña en que el de Navarra tenia mayor fiucia que en las armas. Demás desto, don Alvaro y don Juan Pacheco cada cual por su parte con intento de aprovecharse del daño ajeno sembraban con chismes y reportes semilla de discordia entre el Rey y su hijo el príncipe, que debieran con todas sus fuerzas atajar; ¡ cruel codicia de mandar y ciego ímpetu de ambicion, cuán grandes estragos haces! En un delito ¡cuán gran número de maldades se encerraban! Pasaron tan adelante en estas discordias, que por ambas partes hicieron levas de soldados. En cierto asiento que se hizo entre el Rey y el Príncipe, su hijo, hallo que el Rey perdona al conde de Castro, y á sus hijos manda se les vuelvan sus estados y bienes. Don Rodrigo Manrique, confiado en estas revueltas mas que en su justicia, por nombramiento del pontífice Eugenio y á persuasion del rey de Aragon, sin tener el voto de los caballeros, se llamó maestre de Santiago. Pretendia él por las armas apoderarse de los lugares del maestrazgo; don Alvaro le resistia ; de que resultaron daños de una parte y de otra, muertes y robos por todas aquellas partes. Estas alteraciones y revueltas fueron causa que pocos cuidasen de lo que mas importaba; así los moros por principio del año 1447 hicieron entrada en nuestras tierras, llevaron presas de hombres y de ganados, quemaron aldeas, talaron los campos, las rozas y las labranzas, y en particular ganaron de los nuestros los pueblos de Arenas, Huescar y los dos Vélez, el Blanco y el Rojo, que están en el reino de Murcia, poco distantes entre sí. No tenian bastante número de soldados ni estaban bastecidos de vituallas ni de almacen; así no pudieron mucho tiempo sufrir el ímpetu de los enemigos. Esto y las sospechas que todos tenian de mayores males eran los frutos que de las discordias que andaban entre los grandes resultaron.

CAPITULO V.

De la guerra de Florencia.

No será fuera de propósito, como yo pienso, declarar en breve las causas y el suceso de la guerra de Florencia que por el mismo tiempo se emprendió en Italia. Blanca, hija de Filipo, duque de Milan, casó con Francisco Esforcia. El dote sesenta mil escudos, y entre tanto que se la pagaban, en prendas á Cremona, ciudad rica de aquel ducado, la cual el yerno con esperanza que tenia de suceder en aquel estado, aunque

le ofrecia el dinero, no quiso restituir á su suegro, confiado en la ayuda de venecianos, en aquella sazon, por sí mismos y por la liga que tenian con florentines y ginoveses, poderosos por mar y por tierra. Envió Filipo por su embajador al obispo de Novara para que tratase con el rey don Alonso moviese guerra á los florentines, para con esto recobrar él á Cremona, sin embargo del favor que daban á su yerno los venecianos. El pontifice Eugenio era contrario á los venecianos y á sus aliados y intentos, y por el contrario amigo del duque Filipo. Por esta causa atizaba y persuadia al Rey hiciese esta guerra, dado que no era menester por lo mucho que él mismo debia al Duque; así hizo mas de lo que le pedian. Envió por una parte al estado de Milan á Ramon Buil, excelente capitan y de fama en aquella era; él mismo por otra sin mirar que era invierno pasó á Tibur, cerca de Roma. Entre tanto que allí se entretuvo para ver cómo las cosas se encaminaban y que los florentines hacian buenas ofertas por divertir la guerra de su casa, los venecianos con las armas se apoderaron de gran parte del ducado de Milan. Por esta causa fué forzado el Duque de recebir á su yerno en su gracia. Lo mismo hizo el rey don Alonso á su instancia y aun envió al Duque dinero prestado. Hallábanse las cosas en este estado, cuando súbitamente, mudado el Duque de voluntad, convidó al rey de Aragon y le llamó para entregalle el estado de Milan. Resistió el Rey á esto, y no aceptó la oferta, por juzgar era cosa indigna que príncipe tan grande se redujese á vida particular y dejase el mando. Estas demandas y respuestas andaban, cuando el papa Eugenio, que era tanta parte para todo, falleció en Roma á 22 de febrero. Apresuróse el conclave, y salió por pontífice dentro de diez dias el cardenal Tomás Sarzana, natural de Luca, en Toscana, con nombre en el pontificado de Nicolao V; buen pontífice, y que la bajeza de su linaje, que fué grande, ennobleció con grandes virtudes; y por haber sido el que puso en pié y hizo se estimasen las letras humanas en Italia, es justo que los doctos le amen y alaben. Fué admirable en aquella edad, no solo en la virtud, sino en la buena dicha con que subió á tan alto estado, tan amigo de paz cuanto su predecesor de guerra. En el estado de Milan se hacia la guerra con diferentes sucesos. El duque Filipo, pasado que hobo con su ejército el rio Abdua, congojado de cuidados y desconfiado de sus fuerzas, trató de veras con Ludovico Dezpuch, embajador del rey don Alonso, de renunciar aquel estado y entregalle á su señor, ca estaba determinado de trocar la vida de príncipe, llena de tantos cuidados y congojas, con la de particular, mucho mas aventurada; sobre todo deseaba castigar los desacatos de su yerno. Decia que á causa de su vejez, ni el cuerpo podia sufrir los trabajos, ni el corazon los cuidados y molestias. Que seria mas á propósito persona de mas entera edad y mas brio para que con su esfuerzo y buena dicha reprimiese la lozanía y avilenteza de los venecianos. En el entre tanto que Ludovico con este recado va y vuelve, el duque Filipo falleció en el castillo de Milau, á los 13 de agosto, de calenturas y cámaras y principalmente de la pesadumbre que le sobrevino con aquellos cuidados que

le apretaron en lo postrero de su edad; aviso que la vida larga no siempre es merced de Dios. Mas ¿qué otra cosa sujetó á aquel Príncipe, poco antes tan grande, á tantas desgracias sino los muchos años? De manera que no siempre se debe desear vivir mucho, que los años sujetan á las veces los hombres á muchos afanes, y el fallecer en buena sazon se debe tener por gran felicidad. Aquel mismo mes se celebraron las bodas del

Castilla. Este era el mayor daño. El de Toledo y lùigo Lopez de Mendoza, que fué puesto en lugar de Arellano, con un largo cerco con que apretaron á Torija la forzaron á rendirse á partido que dejasen ir libres á los soldados que tenia de guarnicion. Este daño que recibió el partido de Aragon recompensaron los soldados de Atienza con apoderarse en tierra de Soria de un castillo que se llama Peña de Alcázar. El rey de Casti

rey de Castilla y doña Isabel en Madrigal; las fiestas nolla, irritado por esta nueva pérdida, desde Madrigal,

fueron grandes por las alteraciones que andaban todavía entre los grandes. La suma es que entre el Rey y la Reina sin dilacion se trató de la manera que podrian destruir á don Alvaro de Luna; negocio que aun no estaba sazonado, dado que él mismo por no templarse en el poder caminaba á grandes jornadas á su perdicion. Este fué el galardon de ser casamentero en aquel matrimonio. El rey don Alonso, como lo tenian tratado, fué por el duque Filipo nombrado en su testamento por heredero de aquel estado. En esta conformidad Ramon Buil, uno de los comisarios del Rey en Lombardía, en cuyo poder quedó el un castillo de aquella ciudad, hizo que los capitanes hiciesen los homenajes y juramento al rey don Alonso como duque de Milan. La muchedumbre del pueblo con deseo de la libertad acudió á las armas con tan grande brio, que se apoderaron de los dos castillos que tenia Milan, y sin dilacion los echaron por tierra y los arrasaron. Don Alonso no podia acudir por estar ocupado en la guerra de Florencia, que ya tenia comenzada, en que se apoderó por las armas de Ripa, Marancia y de Castellon de Pescara en tierra de Volterra. Los florentines, alterados por esta causa, llamaron en su ayuda á Federico, señor de Urbino, y á Malatesta, señor de Arimino. El Rey puso cerco sobre Piombino, y se apoderó de una isla que le está cercana, y se llama del Lillo. Los de Piombino asentaron que pagarian por parias cada un año una taza de oro de quinientos escudos de peso; los florentines otrosí se concertaron con el Rey debajo de ciertas condiciones, con que dejadas las armas, se partió para Sulmona. Quedaron por él en lo de Toscana la isla del Lillo y Castellon de Pescara. Erale forzoso acudir á lo de Milan y aquella guerra. Hobo diversos trances; venció finalmente Francisco Esforcia, mozo de grande ánimo, pues pudo por su esfuerzo y con ayuda de venecianos quitar la libertad á los milaneses y al rey don Alonso el estado que le dejara su suegro. Cepa de do procedió una nueva línea de príncipes en aquel ducado de Milan y ocasion de nuevas alteraciones y grandes, en que Francia con Italia, y con ambas España se revolvieron con guerras que duraron hasta nuestro tiempo, variables muchas veces en la fortuna y en los sucesos, como se irá señalando en sus propios lugares.

CAPITULO VI.

Que muchos señores fueron presos en Castilla. Las cosas de Castilla aun no sosegaban; de una parte apretaba el rey Moro, ordinario y ferviente enemigo del nombre de Cristo; de otra estaba á la mira el de Navarra, que tenia mas confianza que en sus fuerzas en la discordia que andaba entre los grandes de

do estaba, partió por el mes de setiembre para Soria ; seguíaule tres mil de á caballo, número bastante para hacer entrada por la frontera y tierras de Aragon. Por el mismo tiempo en Zaragoza se tenian Cortes de Aragon para proveer con cuidado en lo de la guerra que les amenazaba. Entendian que tantos apercebimientos como en Castilla se hacian no serian en vano. Hiciéronse diligencias extraordinarias para juntar gente; mandaron y echaron bando que todos los naturales de diez uno, sacados por suertes, fuesen obligados á tomar las armas y alistarse; resolucion que si no es en extremo peligro, no se suele usar ni tomar. No obstante esta di-, ligencia, enviaron por sus embajadores á Soria á Iñigo Bolea y Ramon de Palomares para que preguntasen cuál fuese el intento del Rey y lo que con aquel ruido y gente pretendia, y le advirtiesen se acordase de la amistad y liga que entre los dos reinos tenian jurada. Si confiaba en sus fuerzas, que tomadas las armas, lo que era cierto se hacia dudoso y se aventuraba; que comenzar la guerra era cosa fácil, pero el remate no estaria en la mano del que le diese principio y fuese el primero á tomar las armas. A esta embajada respondió el Rey, á 20 de setiembre, en una junta mausamente y con disimulacion, es á saber, que él tenia costumbre de caminar acompañado de los grandes y de su gente; que los aragoneses hicieron lo que no era razon en ayudar al de Navarra con consejo y con fuerzas; si no lo emendaban, lo castigaria con las armas. Envió junto con esto sus reyes de armas, llamados Zurban y Carabeo, para que en las Cortes de Zaragoza se quejasen destos desaguisados. Los aragoneses asimismo tornaron á enviar al Rey otra embajada. Entre tanto que estas demandas y respuestas andaban, los soldados de Castilla de sobresalto se apoderaron del castillo de Verdejo, que está en tierra y en el distrito de Calatayud. Con esto desistieron de tratar de las paces, y luego vinieran á las manos, si un nuevo aviso que vino de que los grandes en lo interior y en el riñon de Castilla se conjuraban y ligaban entre sí no forzara al rey de Castilla á dar la vuelta á Valladolid. En aquella villa tuvo las pascuas de Navidad, principio del año de 1448. En el mismo tiempo un escuadron de gente de Navarra tomó la villa de Campezo, y el gobernador de Albarracin se apoderó de Huelamo, pueblo de Castilla á la raya de Aragon, y que está asentado en la antigua Celtiberia, no léjos de la ciudad de Cuenca. Desta manera variaban las cosas de la guerra; así es ordinario. El mayor cuidado era de apaciguar á los grandes y reconciliar con el Rey al Príncipe, su hijo, ca por su natural liviano nunca sosegaba del todo ni era en una cosa constante. La ambicion de don Alvaro y de don Juan Pacheco era impedimento para que no se pudiese efectuar cosa alguna

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