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rero, que comenzaba á tener cabida con el Príncipe. Ayudabanle y deponian lo mismo el obispo de Cuenca y Juan de Silva, alférez del Rey, y el mariscal Pelayo dé Ribera. Avisaron al Príncipe que usase de toda diligencia y que mirase por sí. El castigo dado á don Juan Pacheco seria á los demás aviso para que no recompensasen con deslealtad mercedes tan grandes como tenia recebidas. Aprobado este consejo, se acordó fuese preso. Era tan grande su poder, que no era cosa fácil ejecutallo, y él mismo, avisado del enojo del Príncipe, se apoderó de cierta parte de la ciudad y en ella se barreó para hacer resistencia á los que le acometiesen. Recelábanse que el negocio no pasase adelante y no fuese necesario venir á las armas, con que se ensangrentasen todos; permitieronle se fuese á Turuégano, pueblo de su jurisdiccion. Desde allí procuró ganar á Pedro Portocarrero. Para esto le dió una bija suya bastarda, por nombre doña Beatriz, por mujer, y en dote á Medellin, villa grande en Extremadura y cerca de Guadiana. Con esta maña enflaqueció el poder de sus enemigos, y la ira del Príncipe comenzó á amansar. La guerra con los aragoneses se continuaba, bien que no con mucho calor y cuidado ni con mucha gente, por estar todos cansados de tan largas diferencias. El castillo de Bordalua, en la frontera de Aragon, tomaron á los aragoneses, que ellos de nuevo y en breve recobraron. El enojo que se tenia contra el rey de Navarra era mayor por ser causa y movedor de todos estos males; ofrecíase coyuntura para tomar dél emienda con ocasion de algunas diferencias que resultaron en aquel reino. Fué así, que muchos inducian al príncipe de Viana se apoderase del reino. Decian que era de su madre; y su padre hacia agravio á él, pues tenia ya bastante edad para gobernar, y á toda la nacion, pues siendo extranjero, sin ningun derecho ni razon queria ser y llamarse rey de Navarra. Estas eran las zanjas que se abrian de grandes alteraciones que adelante se siguieron. Estaba el rey de Navarra en Zaragoza, donde se tuvieron Cortes de Aragon, entrado bien el verano. Tratóse de los pesquisidores, que solian ser como tenientes del justicia de Aragon, y fué acordado que el oficio destos se templase y limitase con ciertas leyes que ordenaron para que no abusasen en agravio de nadie del poder que para bien comun se les daba. Determinóse otrosí que los bienes sobre que hobiese pleito se pusiesen en tercería en poder de un depositario general, á propósito que los jueces por tenellos en su poder no dilatasen las sentencias y alargasen los pleitos. El rey don Alonso de Aragon, dado que ocupado y entretenido en Nápoles, todavía cuidaba de las cosas de España. Despachó embajadores á los príncipes con que los exhortaba á la paz, resuelto, si hobiese guerra, de acudir con fuerzas y consejo á su hermano y á sus vasallos. Por lo demás parecia estar olvidado de su patria en tanto grado, que nunca le pudieron persuadir volviese á España, puesto que muchas veces lo procuraron. Las grandes comodidades de que así por mar como por tierra goza aquella provincia y ciudad de Nápoles le detenian en Italia, donde queria mas ser el primero en poder y en autoridad que en España ser contado, como era forzoso, por segundo. El fruto de sus trabajos era una grande paz de que go

zaba y renombre del mas afamado entre los principes de su tiempo; los de cerca y los de léjos á porfía pretendian su amistad con embajadas que para este efecto le enviaban. En especial los emperadores griegos se señalaban en esto por estar trabajados de los turcos, que, ensoberbecidos con tantas victorias, por todas partes los rodeaban y apretaban ordinariamente, y aun se recelaban que ya se acercaba el fin de aquel imperio nobilísimo. La poca esperanza que quedaba á los griegos de sustentarse estribaba en la fortaleza y grandeza de sola la ciudad de Constantinopla, cabeza y asiento de aquel imperio, pero era esta ayuda muy flaca. Así se determinaron buscar socorros de fuera, y en particular Demetrio Paleólogo, príncipe de la Atica y del Peloponeso, que hoy se llama la Morea, y hermano del emperador Constantino, que así se llamaba, con una embajada que envió al rey de Aragon le ofreció si le ayudaba que, concluida la guerra de los turcos, le daria en premio provincias muy grandes. Lo mismo hizo Aranito, conde de Epiro, que vulgarmente se llama Albania. Pero entre las demás embajadas no es razon dejar de referir la que le envió Georgio Castrioto por las grandes virtudes y esfuerzo deste varon y por sus hazañas y proezas contra los turcos muy señaladas. Antes será bien decir de aquel Príncipe en este lugar algunas cosas que podrán dar luz para lo que adelante se ha de contar. En su tierna edad le entregó á Amurates, emperador de los turcos, su padre Juan Castrioto, que tenia su estado en aquella parte de Epiro en que antiguamente estaba Ematia, y se le dió en rehenes. Así, desde mozo fué enseñado en la ley de Mahoma y llamado Scanderberquio, que es lo mismo en lengua turquesca que Alejandro. Llegado á mayor edad, dió tal muestra de sí, que parecia seria un muy valiente capitan, porque en todas las contiendas y pruebas se aventajaba á sus iguales y se la ganaba. Era alto de cuerpo, membrudo, de buen rostro, de grande ánimo, mas de seoso de gloria que de deleites de manera tal, que por su valor en breve muchas veces se acabaron empresas muy grandes. En medio desta prosperidad solo le afligia el amor que tenia á la religion cristiana y el deseo de recobrar el estado de su padre, que á sinrazon le quitaran. Deseaba pasarse á los nuestros con ocasion de alguna hazaña señalada que hiciese en favor de los cristianos. Ofreciósele acaso buena coyuntura para ejecutar lo que pensaba. Juan Huniades en una batalla que se dió memorable á la ribera del rio Morava desbarató un ejército de turcos. Georgio, como quier que hobiese escapado de la rota y huido, acordó fingir ciertas letras en nombre del Emperador en que mandaba al Gobernador le entregase la ciudad de Croia, cabeza del estado de su padre. Obedeció el Gobernador al engaño; con que Georgio se apoderó de aquella ciudad, y lo mismo hizo de las ciudades y pueblos comarcanos. Avisado el gran Turco de lo que pasaba, sintió mucho aquel caso. Anduvieron cartas de la una á la otra parte. Perdida la esperanza que de voluntad se hobiese de reportar, acudieron los turcos á las armas. Diéronse muchas batallas, en que muchas veces grandes huestes de enemigos fueron por pocos cristianos desbaratadas; tanto importa el esfuerzo de un solo varon y la

determinacion & los que tienen la razon de su parte; sobre todo que los santos patrones de aquella tierra favorecian aquella empresa, que de otra manera ¿cómo pudieran por fuerzas humanas y por consejo defenderse tanto tiempo y desbaratar tantas veces huestes invencibles de enemigos? Seria cosa muy larga referir todos los particulares. Basta que con la gloria de su nombre pareció igualarse á los antiguos capitanes; su esfuerzo respondia bien al nombre de Scanderberquio, pues no tuvo menos ánimo ni mucho menor felicidad que Alejandro. Las fuerzas eran pequeñas y no bastantes para empresas tan grandes; por esto se determinó buscar socorros de fuera. Hizo liga con los venecianos; pidió ayuda á los papas, en particular enderezó una embajada al rey de Aragon, que llegó á Gaeta, do el Rey estaba, al principio del año 1451, en que le ofrecia, si le ayudaba para aquella guerra con soldados y dineros, que aquella provincia le estaria sujeta y le pagaria cada un año el tributo y parias que acostumbraban pechar al gran Turco. Respondió el Rey á esta demanda benignamente y con obras, ca envió gente de socorro; pero ¡cuán poco era todo esto para contrastar con el gran poder de los enemigos, que bramaban por ver que en aquella parte durase tanto la guerra! Fué este año muy dichoso para España por nacer en él la infanta doña Isabel, á la cual el cielo por muerte de sus hermanos aparejaba el reino de Castilla. Princesa sin par, y que con la grandeza de su ánimo y perpetua felicidad sanó las llagas de que la flojedad de sus antecesores fueran causa; honra perpetua y gloria de España. Nació en Madrigal, donde sus padres estaban, á 23 del mes de abril. Asimismo don Enrique, hermano del Almirante, de quien se dijo fué preso tres años antes deste junto con otros grandes, huyó de la torre de Langa en que le tenian preso, cerca de Santistéban de Gormaz. Para librarse se valió de la astucia que aquí se dirá. Avisó á los suyos secretamente lo que pretendia hacer, y que para ello le enviasen entre cierta ropa un ovillo de hilo de apuntar. Hecho esto, una noche compuso su vestidura en la cama de manera que parecia hombre dormido, con su bonete de acostar, que puso tambien sobre la ropa. Despues desto salióse secretamente del aposento y subióse á lo mas alto de una torre. El alcaide, como lo tenia de costumbre, visitó el aposento, y por entender que el preso dormia, cerró la puerta sin ruido y fuese á reposar. Don Enrique, como vió que todos dormian y reposaban, con el hilo de aquel ovillo que tenia subió una cuerda con ñudos á cierta distancia, que su gente le tenia apercebida, con que se guindo y descolgó poco a poco, y ayudándose de los piés y de las manos, hizo tanto, que con extraordinaria fortaleza de ánimo escapó por este medio, muy alegre y regocijado, no menos por el buen suceso de aquel riesgo á que se puso que por la libertad que cobró. En Portugal se concertó doña Leonor, hermana de aquel Rey, con el emperador Federico, que por sus embajadores la pedia. Hiciéronse los desposorios en Lisboa á 9 de agosto, dia lúnes. Poco despues la doncella por mar con una larga y dificultosa navegacion llegó á Pisa, y desde allí á Sena, ciudades de Toscana, la una y la otra bien conocidas en Italia.

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CAPITULO XI.

De la guerra civil de Navarra.

Con nuevas alianzas que algunos grandes de Castilla hicieron se desbarató la avenencia que entre algunos dellos se tramara poco antes. Por esta causa y por la alteracion del príncipe de Viana el rey de Navarra se hallaba sin fuerzas, así de los suyos como de los extraños. Lo uno y lo otro se encaminó por industria y sagacidad de don Alvaro de Luna, a cuya cabeza amenazaban todas aquellas tempestades y borrascas. Valíase para prevalecer en todos los peligros de sus mañas como siempre lo acostumbraba; pero lo que otras veces le sucedió prósperamente, al presente le acarreó su perdicion, ca los engaños é invenciones no duran, y es justo juicio de Dios que se atajen con el castigo del que dellos se vale. Fué así, que á su instancia se hizo cierta apariencia de confederacion entre los reyes de Castilla y de Navarra, con que se concertó otrosi que el Almirante y el conde de Castro y otros señores fuesen perdonados y les volviesen sus estados; demás desto, acordaron que á don Alonso, hijo del rey de Navarra, se restituiria el maestrazgo de Calatrava; mas esto no tuvo efecto á causa que don Pedro Giron se apercibió de soldados y vituallas y se hizo fuerte en la villa de Almagro para hacer resistencia á quien le pretendiese enojar; así, á don Alonso de Aragón, que acudió á su pretension, sin efectuar cosa alguna fué forzoso dar la vuelta á Aragon. Llevó muy mal esto el de Navarra que con engaño le hobiesen burlado y que les pareciese de tan poco entendimiento que no calaria aquellas tramas. Allegóse otro nuevo desgusto, y fué que por consejo de don Alvaro el príncipe don Enrique se reconcilió del todo finalmente con su padre, y se apar tó de la alianza que tenia puesta con su suegro el de Na varra. Lo que fué sobre todo pesado que en Navarra sa despertó una guerra larga, civil y muy cruel por esta causa. Estaba aquella gente de tiempo antiguo dividi da en dos bandos, los biamonteses y los agrainonteses, nombres desgraciados y dañosos para Navarra, traidos de Francia; en que se envolvieron familias y casas muy nobles y aun de sangre real, como fueron los condes de Lerin y los marqueses de Cortes, cabezas destas dos parcialidades. Los agramonteses seguian al rey de Na• varra; los biamonteses atizaban al príncipe de Viana, que sabian estar descontento de su padre, para que to mase las armas. Decian que le hacia agravio en tenelle ocupado el reino, y quebrantaba en ello las leyes divi nas y humanas, y era razon que se acudiese á este agravio; que si las fuerzas humanas le faltasen, Dius favoreceria una causa y querella tan justa. Lo primero hicieron confederacion con los reyes de Castilla y de Francia. El de Castilla prometió de acudir con tal que el príncipe de Viana públicamente se declarase y tomase las armas; lo mismo prometió el Francés, que por haber quitado la Guiena á los ingleses, podia desde cer ca con mucha facilidad ayudar aquellos intentos, especial que por el mismo tiempo se apoderó de Bayoua y venció á los ingleses en una batalla muy señalada. Al tiempo que se daba dicen que una cruz blanca apareció en el cielo, quier fuese verdadera figura y apariencia

que en las nubes se puede formar, quier se les antojase. De su vista sin duda se tomó pronóstico que las cosas adelante les sucederian mejor, y ocasion de trocar los franceses la banda roja de que solian usar en las guerras en una cruz blanca, divisa que traen hasta el dia de hoy. Ganada esta jornada, ninguna cosa quedó por los ingleses en tierra firme fuera de Calés y su territo➡ rio, que no es muy grande. Luego que la guerra civil se comenzó entre los navarros, los biamonteses se apoderaron de diversas ciudades y pueblos, entre los demás de Pamplona, cabeza del reino,, y de Olite y de la villa de Aivar. Todavía la mayor parte quedó por el Rey á causa que con recelo desta tempestad encomendara el gobierno y las guarniciones á los que tenia por mas leales, y con grande diligencia estaba apercebido para todo lo que podia resultar, tanto, que el mismo principado de Viana le tenia en su poder.. Acudió don Enrique, príncipe de Castilla; como tenian concertado puso cerco sobre Estella, pueblo muy fuerte; acudió asimismo el Rey, su padre. Hallóse dentro la reina de Navarra. El Rey, su marido, movido del peligro que sus cosas corrian, desde Zaragoza se apresuró para dar socorro á los cercados; llegó á 19 de agosto, pero con poca gente. Por donde y porque ni aun tampoco los agramonteses tenian bastantes fuerzas para sosegar aquellas alteraciones, le fué necesario dar la vuelta á Zaragoza con intento de levantar mas número de gente de Aragon. Con su vuelta el rey de Castilla y su hijo á instancia del príncipe don Cárlos, como si la guerra quedara acabada, se volvieron á Búrgos sin dejar hecho efecto de importancia. Hízole daño á don Carlos su buena, sencilla y mansa condicion. Su padre, como artero, con soldados y número de gente que juntó, mas fuerte y experimentada en la guerra que mucha en número, puso sus reales sobre la villa de Aivar, que se tenia por los contrarios, fortificada con buen número de soldados y baluartes. Acudió el hijo á dar socorro á los cercados; asentó los reales á vista de los de su padre. A 3 de octubre sacaron los unos y los otros sus gentes y ordenaron sus batallas en forma de pelear. Pretendian personas religiosas y eclesiásticas, á quien parecia cosa grave y abominable que parientes y aliados viniesen entre sí á las manos, en especial el hijo contra su padre, ponellos en paz y hacellos dejar las armas. El príncipe don Carlos daba de buena gana oido á lo que le proponian, á tal que su padre perdonase á todos sus secuaces y al mismo don Luis de Biamonte, que era conde de Lerin y condestable, y que á él le restituyese el principado de Viana y le dejase la mitad de las rentas reales con que sustentase su vida y el estado de su casa; en conclusion, que el rey de Castilla aprobase esta confederacion, ca tenia jurado el príncipe don Cárlos que no se haria concierto sin su voluntad. El rey de Navarra pasaba por algunas condiciones; otras no le contentaban. El Príncipe, feroz con la esperanza de la victoria, ca tenia mas gente que su padre, dió señal de pelear; lo mismo hicieron los contrarios. Encontráronse las haces con tanto denuedo de los biamonteses, que hicieron retirar el primer escuadron del rey de Navarra; solo Rodrigo Rebolledo, que era su camarero mayor, huidos los demás, detuvo y sufrió el ímpetu de

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los enemigos, que ferozmente se iban mejorando, con cuyo esfuerzo animados los demás escuadrones se adelantaron á pelear. Los mismos que al principio volvieron las espaldas procuraban con el esfuerzo y coraje recompensar la falta y mengua pasada; fué tan grande la carga, que no los pudieron sufrir los contrarios, y se pusieron en huida los primeros los caballos del Andalucía que tenian de su parte. Eran los del Principe gente allegadiza, mas número que fuerzas; los soldados de su padre viejos y experimentados. Los muertos no fueron muchos ; los cautivos en gran número. El mismo príncipe de Viana, rodeado por todas partes de los enemigos y puesto en peligro que le matasen, entregó la espada y la manopla á don Alonso, su hermano, en señal de rendirse. Fué esta batalla de las mas señaladas y famosas de aquel tiempo; los principios tuvo malos, los medios peores, y el remate fué miserable. No escriben el número de los que pelearon ni de los que fueron muertos, ni aun concuerdan los escritores en contar y señalar el órden con que se dió la batalla ni tampoco en qué tiempo; vergonzoso descuido de nuestros coronistas. El príncipe don Carlos por mandado de su padre fué llevado primero á Tafalla y despues á Monroy. Dícese que por todo el tiempo de su prision tuvo grande recelo que le querian dar yerbas, y que despues de la batalla no se atrevió á gustar la colacion que trujeron hasta tanto que su mismo hermano le hizo la salva. El de Navarra, alegre con esta victoria, dió la vuelta á Zaragoza y con él la Reina, su mujer, que en breve se hizo preñada. Los biamonteses no dejaron por ende las armas ni perdieron el ánimo, en especial que el príncipe don Enrique en odio de su suegro acudió luego á les ayudar. Demás desto, los señores de Aragon favorecian al príncipe don Cárlos y comenzaban á mover tratos para ponelle en libertad. Era miserable el estado de las cosas en Navarra; por los campos andaban sueltos los soldados á manera de salteadores, dentro de los pueblos ardian en discordias y bandos, de que resultaban riñas, muertes y andar todos alborotados. En el Andalucía las cosas mejoraban, en particular cerca de Arcos reprimieron los fieles cierto atrevimiento de los moros; fué así, que seiscientos moros de á caballo y ochocientos de á pié hicieron entrada por aquella parte. Acudió menor número de los nuestros que los desbarataron y pusieron en huida á 9 de febrero del año que se contaba de nuestra salvacion 1452. El capitan desta empresa y que apellidó la gente y la acaudilló don Juan Ponce, conde de Arcos y señor de Marchena. Mayor estrago recibieron el mes luego siguiente en el reino de Murcia seiscientos moros de á caballo y mil y quinientos peones que entraron á robar; en un encuentro que tuvieron cerca de Lorca los desbarataron y quitaron la presa, que era muy grande, de cuarenta mil cabezas de ganado mayor y menor, trescientos de á caballo de los cristianos y dos mil infantes. Los caudillos Alonso Fajardo, adelantado de Murcia, y su yerno García Manrique, y con ellos Diego de Ribera, á la sazon corregidor de Murcia. Desta manera por algun tiempo quedaron reprimidos los brios y orgullo de los moros y se trocó la suerte de la guerra. Además que los moros, cansados del gobierno del rey

Mahomad el Cojo, comenzaban á tratar de hacer mudanza en el estado y en el reino y revolverse entre sí. No aconteció en España en este año alguna otra cosa memorable, fuera de que al rey don Juan de Navarra nació un hijo, á 10 dias del mes de marzo, en un pueblo llamado Sos, que está á la raya de Navarra y de Aragon. Iba la Reina de Sangüesa adonde el Rey, su marido, estaba, cuando de repente le dieron los dolores de parto. Parió un hijo, que se llamó don Fernando, al cual el cielo encaminaba grandísimos reinos y renombre inmortal por las cosas señaladas y excelentes que obró adelante en guerra y en paz. En Sena, ciudad de Toscana, se vieron y juntaron el emperador Federico, que venia de Alemania, y doña Leonor, su esposa, enviada por mar desde Portugal. Allí se ratificaron los desposorios; hizo la ceremonia Eneas Silvio, persona á la sazon señalada por la cabida que con aquel Príncipe alcanzó y su mucha erudicion. En Roma los veló y coronó de su mano el Pontífice; en Nápoles consumaron el matrimonio; las fiestas fueron grandes y los regocijos tales, que los vivos no se acordaban de cosa semejante.

CAPITULO XII.

Cómo don Alvaro de Luna fué preso.

Sin razon se quejan los hombres de la inconstancia de las cosas humanas, que son flacas, perecederas, inciertas, y con pequeña ocasion se truecan y revuelven en contrario, y que se gobiernan mas por la temeridad de la fortuna que por consejo y prudencia, como á la verdad los vicios y las costumbres no concertadas son los que muchas veces despeñan á los hombres en su perdicion. ¿Qué maravilla si á la mocedad perezosa se sigue pobre vejez? ¿Si la lujuria y la gula derraman y desperdician las riquezas que juntaron los antepasados? Si se quita el poder á quien usa dél mal? Si á la soberbia acompaña la envidia y la caida muy cierta? La verdad es que los nombres de las cosas de ordinario andan trocados. Dar lo ajeno y derramar lo suyo se llama liberalidad; la temeridad y atrevimiento se alaba, mayormente si tiene buen remate la ambicion se cuenta por virtud y grandeza de ánimo; el mando desapoderado y violento se viste de nombre de justicia y de severidad. Pocas veces la fortuna discrepa de las costumbres; nosotros, como imprudentes jueces de las cosas, escudriñamos y buscamos causas sin propósito de la infelicidad que sucede á los hombres, las cuales si bien muchas veces están ocultas y no se entienden, pero no faltan. Esto me pareció advertir antes de escribir el desastrado fin que tuvo el condestable y maestre don Alvaro de Luna. De bajos principios subió á la cumbre de la buenandanza ; della le despeñó la ambicion. Tenia buenas partes naturales, condicion y costumbres no malas; si las faltas, si los vicios sobrepujasen, el suceso y el remate lo muestra. Era de ingenio vivo y de juicio agudo; sus palabras concertadas y graciosas; usaba de donaires con que picaba, aunque era naturalmente algo impedido en la habla; su astucia y disimulacion grande; el atrevimiento, soberbia y ambicion no menores. El cuerpo tenia pequeño, pero recio y á propósito para los trabajos de la guerra. Las facciones del

rostro menudas y graciosas con cierta majestad. Todas estas cosas comenzaron desde sus primeros años; con la edad se fueron aumentando. Allegóse el menosprecio que tenia de los hombres, comun enfermedad de poderosos. Dejábase visitar con dificultad, mostrábase áspero, en especial de media edad adelante fué en la cólera muy desenfrenado. Exasperado con el odio de sus enemigos y desapoderado por los trabajos en que se vió, á manera de fiera que agarrochean en la leonera y despues la sueltan, no cesaba de hacer riza; ¿qué estragos no hizo con el deseo ardiente que tenia de vengarse? Con estas costumbres no es maravilla que cayese, sino cosa vergonzosa que por tanto tiempo se conservase. Muchas veces le acusaron de secreto y achacaron delitos cometidos contra la majestad real. Decian que tenia mas riquezas que sufria su fortuna y calidad, sin cesar de acrecentalias; en particular que, derribada la nobleza, estaba asimismo apoderado del Rey y lo mandaba todo; finalmente, que ninguna cosa le faltaba para reinar fuera del nombre, pues tenia ganadas las voluntades de los naturales, poseia castillos muy fuertes y gran copia de oro y de plata, con que tenia consumidos y gastados los tesoros reales. No ignoraba el Rey ser verdad en parte lo que le achacaban, y aun muchas veces con la Reina se quejaba de aquella afrenta, ca no se atrevia á comunicallo con otros; parecia como en lo demás estaba tambien privado de la libertad de quejarse. Ofrecióse una buena ocasion y cual se deseaba para derriballe. Esta fué que don Pedro de Zúñiga, conde de Plasencia, se habia retirado en Béjar, pueblo de su estado, por no atreverse á estar en la corte en tiempos tan estragados. Don Alvaro, persuadido que se ausentaba por su causa, se resolvió de hacelle todo el mal y daño que pudiese. Está cerca de Béjar un castillo, llamado Piedrahita, desde donde don García, hijo del conde de Alba, nunca cesaba de hacer correrías y robos en venganza de su padre, que preso le tenian. Don Alvaro fué de parecer que le sitiasen con intento de prender tambien al improviso con la gente que juntasen al conde de Plasencia. Esto pensaba él; Dios el mal que aparejaba para los otros, volvió sobre su cabeza, y un engaño se venció con otro. Fué así, que el conde de Haro y el marqués de Santillana á instancia del conde de Plasencia trataron entre sí y se hermanaron para dar la muerte al autor de tantos males. El Rey de Búrgos era venido á Valladolid para proveer á la guerra que se hacia entre los navarros. Enviaron los grandes quinientos de á caballo á aquella villa con órden que les dieron de matar á don Alvaro de Luna, que estaba descuidado desta trama. Para que el trato no se entendiese echaron fama que iban en ayuda del conde de Benavente contra don Pedro de Osorio, conde de Trastamara, con quien tenia diferencias. Súpose por cierto aviso lo que pretendian aquellos grandes. Por esto la corte á persuasion de don Alvaro dió la vuelta á Búrgos, que fué acelerar su perdicion por el camino que pensaba librarse del peligro y de aquella zalagarda. Era lùigo de Zúñiga alcaide del castillo de aquella ciudad. Con esta comodidad el Rey, que cansado estaba de don Alvaro, acordó llamar al conde de Plasencia, su hermano del alcaide, con órden que viniese con

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gente bastante para atropellar á don Alvaro, su enemigo declarado. Importaba que el negocio fuese secreto; por esto envió la Reina á la condesa de Ribadeo, señora principal y prudente y sobrina que era del mismo Conde de parte de madre, para que mas le animase y le hiciese apresurar. Hizo ella lo que le mandaron. Avisó á su tio que don Alvaro quedaba metido en la red y en el lazo; que como á bestia fiera era justo que cada cual acudiese con sus dardos y vengasen con su muerte las injurias comunes y daños de tantos buenos. El Conde no pudo ir por estar enfermo de la gota; envió en su lugar á su hijo mayor don Alvaro, que paró en Curiel, pueblo no léjos de Búrgos, para juntar gente de á caballo. Avisó el Rey á don Alvaro de Luna que se fuese á su estado, pues no ignoraba cuanto era el odio que le tenian; que él pretendia gobernar el reino por consejo de los grandes. Debia el Rey estar arrepentido del acuerdo que tomara de hacer morir á don Alvaro, ó temia lo que de aquel negocio podia resultar. Excusábase don Alvaro, y no venia en salir de la corte si no fuese que en su lugar quedase el arzobispo de Toledo; lo peor fué que por sospechar de las palabras del Rey, que entendia no las dijera sin causa, le tenian puestas algunas asechanzas, hizo una nueva maldad con que parecia quitalle Dios el entendimiento, y fué que mató en su posada á Alonso de Vivero, y desde la ventana de su aposento le hizo echar en el rio que corria por debajo de su posada, sin tener respeto á que era ministro del Rey y su contador mayor, ni al tiempo, que era viernes de la semana santa, á 30 de marzo, año de 1453. Este exceso hizo apresurar su perdicion y que el Rey enviase á toda priesa un mensaje para acuciar á don Alvaro de Zúñiga. Llegó á la ciudad arrebozado; seguíanle de trecho en trecho hasta ochenta de á caballo. Como fué de noche, llamaron algunos ciudadanos al castillo, y los avisaron que con las armas se apoderasen de las calles de la ciudad. No pudo todo esto hacerse tan secretamente que no corriese la fama de cosa tan grande y se dijese que el dia siguiente querian prender á don Alvaro; ninguno empero le avisaba del peligro en que se hallaba, que parece todos estaban atónitos y espantados. Solo un criado suyo, llamado Diego de Gotor, le avisó de lo que se decia, y le amonestaba que pues era de noche se saliese á un meson del arrabal. No recibió él este saludable consejo; que por estar alterado con diversos pensamientos, no hallaba traza que le contentase. A la verdad ¿dónde se podia recoger? Dónde estar escondido? ¿De quién se podia fiar? En la ciudad no tenia parte segura, muy lejos sus castillos, en que se pudiera salvar por ser muy fuertes. Despedido Gotor, se resolvió á esperar lo que sucediese; fiaba en sí mismo, y menospreciaba sus enemigos; lo uno y lo otro, cuando alguno está en peligro, demasiado y muy perjudicial. Ya que todo estaba á punto, á 5 de abril, que era juéves, al amanecer cercaron con gente armada las casas de Pedro de Cartagena, en que don Alvaro de Luna posaba. No pareció usar de fuerza, bien que algunos soldados fueron heridos por los criados de don Alvaro, que les tiraban con ballestas desde las ventanas de la casa. Anduvieron recados de una parte á otra. Por conclusion, don Alvaro

de Luna, visto qué no se podia hacer al y que le era forzoso, demás que el Rey, por una cédula firmada de su mano que le envió, le prometia no le seria hecho agravio, que era todo dalle buenas palabras, finalmente se rindió. En las mismas casas de su posada fué puesto en prision, á las cuales vino el Rey á comer despues de oida misa. El obispo de Avila don Alonso de Fonseca venia al lado del Rey. Don Alvaro, como le viese desde una ventana, puesta la mano en la barba, dijo: Para estas, cleriguillo, que me la habeis de pagar. Respondió el Obispo: Pongo, señor, á Dios por testigo, que no he tenido parte alguna en este consejo y acuerdo que se ha tomado, no mas que el rey de Granada. Aun no tenia sus brios amansados con los males. Acabada la comida, y quitadas las mesas, pidió licencia para hablar al Rey. No se la dieron; envióle un billete en esta sustancia: « Cuarenta y cinco años ha que os >> comencé, señor, á servir; no me quejo de las merce>>des, que antes han sido mayores que mis méritos, y » mayores que yo esperaba, no lo negaré. Una cosa ha » faltado para mi felicidad, que es retirarme con tiem>>po. Pudiera bien recogerme á mi casa y descanso, en » que imitara el ejemplo de grandes varones que así lo >> hicieron. Escogí mas aína servir como era obligado » y como entendí que las cosas lo pedian; engañéme, » que ha sido la causa de caer en este desman. Siento >> mucho verme privado de la libertad, que por darla á >> vuestra alteza no una vez he arriscado vida y estado. >> Bien sé que por mis grandes pecados tengo enojado á >> Dios, y tendré por grande dicha que con estos mis » trabajos se aplaque su saña. No puedo llevar adelante » la carga de las riquezas, que por ser tantas me han >> traido á este término. Renunciáralas de buena gana, >> si todas no estuviesen en vuestras manos. Pésame de >> haberme quitado el poder de mostrar á los hombres » que como para adquirir las riquezas, así tenia pecho » para menospreciallas y volvellas á quien me las dió. » Solo suplico que por tener cargada la conciencia á » causa de la mucha falta de los tesoros reales en diez »ó doce mil escudos que se hallarán en mi recámara y >> en mis cofres, se dé órden como se restituyan ente>>ramente á quien yo los tomé ; lo cual si no alcanzo >> por mis servicios, tales cuales ellos han sido, es justo » que lo alcance por ser la peticion tan justa y razona>>ble.» A estas cosas respondió el Rey: «Cuanto á lo que decia de sus servicios y de las mercedes recebidas, que era verdad que eran mayores que ningun rey ó emperador en tiempo alguno hobiese hecho á alguna persona particular. Que si le ayudó á recobrar la libertad que por su respeto le quitaran, no merecia por esta causa menos reprehension que alabanza. A la pobreza y falta de dinero, pues él fué della la principal causa, fuera mas justo que ayudara con sus riquezas que con agraviar á nadie; pero que, sin embargo, se tendria cuenta con que de sus bienes se hiciese la satisfaccion que decia, en que se tendria mas cuenta con la conciencia que con los enojos y desacatos pasados.» Es cosa maravillosa y digna de considerar que entre tantos como tenia obligados don Alvaro con grandes beneficios y favores ninguno le acudió en este trabajo. La verdad es que todos desamparan á los miserables, y per

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