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afligida con guerras tan largas; mas al presente no se trata del sosiego de una provincia, sino del bien y remedio de toda la cristiandad. Esto es lo que todo el mundo espera y por mi boca os suplica. Y por cuanto es necesario que haya en la guerra cabeza, todas las potencias de Italia os nombran por general del mar, que es por donde amenaza mas brava guerra, honra y cargo antes de agora nunca concedido á persona alguna. En vuestra persona concurre todo lo necesario, la prudencia, el esfuerzo, la autoridad, el uso de las armas, la gloria adquirida por tantas victorias habidas por vuestro valor en Italia, Francia y Africa. Solo resta con este noble remate y esta empresa dar lustre á todo lo demás, la cual será tanto mas gloriosa cuanto por ser contra los enemigos de Cristo será sin envidia y sin ofension de nadie. Poned, señor, los ojos en Cárlos llamado Magno por sus grandes hazañas, en Jofre de Bullon, en Sigismundo, en Huniades, cuyos nombres y memoria hasta el dia de hoy son muy agradables. ¿Por qué otro camino subieron con su fama al cielo, sino por las guerras sagradas que hicieron? No por otra causa tantas ciudades y príncipes, de comun consentimiento deja das las armas, juntan sus fuerzas si no para acudir debajo de vuestras banderas á esta santísima guerra, para mirar por la salud comun y vengar las injurias de nuestra religion. Esto en su nombre os suplican estos nobilísimos embajadores, y yo en particular, por cuya boca todos ellos hablan. Esto os ruega el pontílice Nicolao, el cual lo podia mandar, viejo santisimo, con las lágrimas que todo el rostro le bañan. Acuérdome del llanto en que le dejé. Sed cierto que su dolor es tan grande, que me maravillo pueda vivir en medio de tan grandes trabajos y penas. Solo le entretiene la confianza que, fundada la paz de Italia, por vuestra mano se remediarán y vengarán estos daños; esperanza que si, lo que Dios no quiera, le faltase, sin duda moriria de pesar; no os tengo por tan duro que no os dejeis vencer de voces, ruegos y sollozos semejantes.» A estas razones el Rey respondió que ni él fué causa de la guerra pasada, ni pondria impedimento para que no se hiciese la paz. Que su costumbre era buscar en la guerra la paz y no al contrario. «No quiero, dice, faltar al comun consentimiento de Italia. El agravio que se me hizo en tomar asiento sin darme parte, cualquiera que él sea, de buena gana le perdono por respeto del bien comun. La autoridad del Padre Santo, la voluntad de los pueblos y de los príncipes estimo en lo que es razon, y no rehuso de ir á esta jornada, sca por capitan, sea por soldado.» Despues de la respuesta del Rey se leyeron las condiciones de la confederacion hecha por los venecianos con Francisco Esforcia y con los florentines, deste tenor y sustancia: Los venecianos, Francisco Esforcia y florentines y sus aliados guarden inviolablemente por espacio de veinte y cinco años, y mas si mas pareciere á todos los confederados, la amis tad que se asienta, la alianza y liga con el rey don Alonso para el reposo comun de Italia, en especial para reprimir los intentos de los turcos, que amenazan de hacer grave guerra á cristianos. Las condiciones desta confederacion serán estas: El rey don Alorso defienda, como si suyo fuese y le porteneciese, el estado de ve

necianos, de Francisco Esforcia y de florentines y sus aliados contra cualquiera que les hiciere guerra, ora sca italiano, ora extranjero. En tiempo de paz para socorrerse entre sí, si alguna guerra acaso repentinamente se levantare, el Rey, los venecianos y Francisco Esforcia cada cual tengan á su suelo cada ocho mil de á caballo y cuatro mil infantes; los florentines cinco mil de á caballo y dos mil de á pié, todos á punto y armados. Si aconteciere que de alguna parte se levantare guerra, á ninguna de las partes sea lícito hacer paz sino fuere con comun acuerdo de los demás; ni tampoco pueda el Rey ó alguno de los confederados asentar liga ó hacer avenencia con alguna nacion de Italia, sino fuere con el dicho comun consentimiento. Cuando á alguna de las partes se hiciere guerra, cada cual de los ligados le acuda sin tardanza con la mitad de su caballería y infantería, que no hará volver hasta tanto que la guerra quede acabada. Si aconteciere que por causa de alguna guerra se enviaren socorros á alguno de los nombrados, el que los recibiere sea obligado á señalalles lugares en que se alojen y dalles vituallas y todo lo necesario al mismo precio que á sus naturales. Si alguno de los susodichos moviere guerra á cualquiera de los otros, no por eso se tenga por quebrantada la liga cuanto á los demás, antes se quede en su vigor y fuerza que darán socorro al que fuere acometido, no con'menor diligencia que si el que mueve la guerra no estuviese comprehendido en la dicha confederacion. Si se hiciere guerra á alguno de los nombrados, á ninguno de los otros sea lícito dar por sus tierras paso á los contrarios ó proveellos de vituallas, antes con todo su poder resistan á los intentos del acometedor. Estas condiciones, reformadas algunas pocas cosas, fueron aprobadas por el Rey. Comprehendian en este asiento todas las ciudades y potentados de Italia, excepto los ginoveses, Sigismundo Malatesta y Astor de Faenza, que los exceptuó el Rey; los ginoveses, porque no guardaron las condiciones de la paz que con ellos tenia asentada los años pasados, Sigismundo y Astor, porque, sin embargo de los dineros que recibieron y les contó el rey de Aragon para el sueldo de la gente de su cargo en tiempo de las guerras pasadas, se pasaron á sus contrarios.

CAPITULO XVII.

Del pontifice Calixto.

Toda Italia y las demás provincias entraron en una grande esperanza que las cosas mejorarian luego que vieron asentadas las paces generales, cuando el pontifice Nicolao, sobre cuyos hombros cargaba principalmente el peso de cosas y práticas tan grandes, apesgado de los años y de los cuidados, falleció á 24 de marzo, y con su muerte todas estas trazas comenzadas se estorbaron y de todo punto se desbarataron. Juntáronse luego los cardenales para nombrar sucesor, y porque los negocios no sufrian tardanza, dentro de catorce dias en lugar del difunto nombraron y salió por papa el cardenal don Alonso de Borgia, que tenia hecho antes voto por escrito, si saliese `nombrado por Papa, de hacer la guerra á los turcos. Llamábase en la misma cédula Calixto, tanta era la confianza que tenia de su

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bir á aquel grado, concebida desde su primera edad, como se decia vulgarmente, por una profecía y palabras que siendo él niño le dijo en este propósito fray Vicente Ferrer, al cual quiso pagar aquel aviso con ponelle en el número de los santos. Lo mismo hizo con san Emundo, de nacion inglés. Fué este Pontífice natural de Játiva, ciudad en el reino de Valencia. En su menor edad se dió á las letras, en que ejercitó su ingenio, que era excelente y levantado y capaz de cosas mayores. Los años adelante corrió y subió por todos los grados y dignidades; al fin de su edad alcanzó el pontificado romano. Sus principios fueron humildes; en él ninguna cosa se vió baja, ninguna poquedad; mostróse en especial contrario al rey de Aragon por celo de defender su dignidad ó por el vicio natural de los hombres, que á los que mucho debemos los aborrecemos y miramos como acreedores. Así, aunque le suplicaron expidiese nueva bula sobre la investidura del reino de Nápoles en favor del rey don Alonso y de su hijo, no se lo pudieron persuadir. Tuvo mas cuenta con acrecentar sus parientes que sufria aquella edad y la dignidad de la persona sacrosanta que representaba, que es lo que mas se tacha en sus costumbres. Nombró por cardenales en un mismo dia, que fué cosa muy nueva, dos sobrinos suyos, hijos de sus hermanas, de doña Catalina á Juan Mila, y de doña Isabel á Rodrigo de Borgia. A Pedro de Borgia, hermano que era de Rodrigo, nombró por su vicario general en todo el estado de la Iglesia. El pontífice Alejandro y el duque Valentin, personas muy aborrecibles en las edades adelante por la memoria de sus malos tratos, procedieron como frutos deste árbol y deste pontificado. Entre Castilla y Aragon se confirmaron las paces, y conforme á lo capitulado el rey de Navarra desistió de pretender los pueblos que en Castilla le quitaron. En recompensa, segun que lo tenian concertado, le señalaron cierta pension para cada un año. Los alborotos de Navarra aun no se apaciguaban por estar la provincia dividida en parcialidades; gran parte de la gente se inclinaba á don Cárlos, principe de Viana, por su derecho mejor, como juzgaban los mas. Favorecíale otrosí con todas sus fuerzas su hermana dona Blanca, con tanta ofension del rey de Navarra por esta causa, que trató con el conde de Fox, su yerno, de traspasalle el reino de Navarra y desheredar á don Cárlos y á doña Blanca. Parecíale era causa bastante haberse rebelado contra su padre, y fuera así, si él primero no los hobiera agraviado. Para mayor seguridad convidaron al rey de Francia que entrase en esta pretension y les ayudase á llevar adelante esta resolucion tan extraña. El rey de Castilla don Enrique hacia las partes del príncipe don Cárlos; corria peligro no se resolviese por esta causa Francia con España, puesto que el rey don Enrique por el mismo tiempo se hallaba embarazado en apercebirse para la guerra de Granada y para efectuar su casamiento, que de nuevo se trataba. Tuviéronse Cortes en Cuellar, en que todos los estados del reino, los mayores, medianos y menores se animaron á tomar las armas, y cada uno por su parte procuraba mostrar su lealtad y diligencia para con el nuevo Rey. Quedaron en Valladolid por gobernadores del reino en tanto que el Rey estuviese ausente el arzobispo

de Toledo y el conde de Haro. Hecho esto y juntado un grueso ejército, en que se contaban cinco mil hombres de á caballo, sin dilacion hicieron entrada por tierra de moros, llegaron hasta la vega de Granada. Asimismo poco despues con otra nueva entrada pusieron á fuego y á sangre la comarca de Málaga con tanta presteza, que apenas en tiempo de paz pudiera un hombre á caballo pasar por tan grande espacio. Estaba desposada por procurador con el rey de Castilla doña Juana, hermana de don Alonso; rey de Portugal. Celebráronse las bodas en la ciudad de Córdoba á 21 de mayo. Fueron grandes los regocijos del pueblo y de los grandes que de toda la provincia en gran número concurrieron para aquella guerra. Hiciéronse justas y torneos entre los soldados y otros juegos y espectáculos. Algunos tenian por mal agüero que aquellas bodas y casamiento se efectuasen en medio del ruido de las armas; sospechaban que dél resultarian grandes inconvenientes, y que la presente alegría se trocaria en tristeza y llanto. Veló los novios el arzobispo de Turon, que era venido por embajador á Castilla de parte de Carlos, rey de Francia, con quien tenian los nuestros amistad; con los ingleses discordias por ser, como eran, mortales enemigos de la corona de Francia. A la fama que volaba de la guerra que se emprendia contra moros acudian nuevas compañías de soldados, tanto, que llegaron á ser por todos catorce mil de á caballo y cincuenta mil de á pié; ejército bastante para cualquiera grande empresa. Con estas gentes hicieron por tres veces entradas en tierras de moros hasta llegar á poner fuego en la misma vega de Granada á vista de la ciudad. Mostrábanse por todas partes los enemigos; pero no pareció al Rey venir con ellos á batalla por tener acordado de quemar por espacio de tres años los sembrados los campos de los moros, con que los pensaba reducir á extrema necesidad y falta de mantenimiento. Los soldados, como los que tienen el robo por sueldo, la codicia por madre, llevaban esto muy mal; gente arrebatada en sus cosas y suelta de lengua. Echábanlo á cobardía, y amenazaban que pues tan buenas ocasiones se dejaban pasar, cuando sus capitanes quisiesen y lo mandasen, ellos no querrian pelear. Los grandes otrosí se comunicaban entre sí de prender al Rey y hacer la guerra de otra suerte. La cabeza desta conjuracion y el principal movedor era don Pedro Giron, maestre de Calatrava. Iñigo de Mendoza, hijo tercero del marqués de Santillana, dió aviso al Rey, y le aconsejó que desde Alcaudete, donde le querian prender, con otro achaque se volviese á la ciudad de Córdoba, sin declaralle por entonces lo que pasaba. Llegado el Rey á Córdoba, fué avisado de lo que trataban; por esto y estar ya el tiempo adelante despidió la gente para que se fuesen á invernar á sus casas, con órden de volver á las banderas y á la guerra luego que los frios fuesen pasados y el tiempo diese lugar. Los señores al tanto fueron enviados á sus casas, y los cargos que tenian en aquella guerra se dieron á otros, que fué castigo de su deslealtad y muestra que eran descubiertos sus tratos. El mismo Rey se partió para Avila; desde allí pasó á Segovia para recrearse y ejercitarse en la caza, si bien tenia determinacion de dar en breve la vuelta y tornar

y

chos pueblos y castillos cayeron por tierra ó quedaron maltratados. El estrago mas señalado en Isernia y en Brindez; en lo postrero de Italia algunos edificios desde sus cimientos se allanaron por tierra, otros quedaron desplomados, hundióse un pueblo llamado Boiano, y quedó allí hecho un lago para memoria perpetua de daño tan grande. Muchos hombres perecieron; dícese que llegaron á sesenta mil almas. El papa Pio II y san Antonino quitan deste cuento la mitad, ca dicen que fueron treinta mil personas; de cualquier manera, número y estrago descomunal.

CAPITULO XVIII.

Cómo el rey de Aragon falleció.

No podia España sosegar ni se acababa de poner fin en alteraciones tan largas. Los navarros andaban alborotados con mayores pasiones que nunca. Los vizcaínos, sus vecinos, por la libertad de los tiempos tomaron entre sí las armas, y se ensangrentaban de cada dia con las muertes que de una y de otra parte se cometian. Los nobles y hidalgos robaban el pueblo, confiados en las casas que por toda aquella provincia á manera de castillos poseen las cabezas de los linajes, gran número de las cuales abatió el rey don Enrique, que de presto desde Segovia acudió al peligro y á sosegar aquella tierra con gente bastante. Esto sucedió por el mes de febrero del año de 1457. Desta manera con el castigo de algunos pocos se apaciguaron aquellos alborotos, y los demás quedaron avisados y escarmentados para no agraviar á nadie. En esta jornada y camino recibió el Rey en su casa un mozo, natural de Durango, que so llamó Perucho Munzar, adelante muy privado suyo. Deseaba el Rey, por hallarse cerca de Navarra, ayudar al príncipe don Cárlos, su amigo y confederado; dejólo de hacer á causa que por el mismo tiempo el Príncipe huyó y desamparó la tierra por no tener bastantes fuer

al Andalucía, en señal de lo cual tomó por divisa y hizo | do aquel reino por los temblores de tierra con que mupintar por orla de su escudo y de sus armas dos ramos de granado trabados entre sí, por ser estas las armas de los reyes de Granada. Queria con esto todos entendiesen su voluntad, que era de no dejar la demanda antes de concluir aquella guerra contra moros y desarraigar de todo punto la morisma de España. En Nápoles al principio del año siguiente, que se contó de 1456, don Alonso de Aragon, príncipe de Capua, y doña Leonor, su hermana, nietos que eran del rey de Aragon, casaron á trueco con otros dos hermanos, hijos de Francisco Esforcia, don Alonso con Hipólita, y doña Leonor con Esforcia María, parentesco con que parecia grandemente se afirmaban aquella dos casas. El pontífice Calixto se alteró por esta alianza, que era muy contraria á sus intentos, mayormente que todo se enderezaba para asegurarse dél. El rey de Castilla volvió con nuevo brio á la guerra de los moros, pero sin los grandes. Siguió la traza y acuerdo de antes, y así solo dió la tala á los campos, y se hicieron presas y robos sin pasar adelante, por la cual causa los soldados estaban desgustados, y porque no les dejaban pelear, á punto de amotinarse. El Rey para prevenir mandó juntar la gente, y les habló en esta manera: «Justo fuera, soldados, que os dejárades regir de vuestro capitan, y no que le quisiérades gobernar, esperar la señal de la pelea, y no forzar á que os la dén. Las cosas de la guerra mas consisten en obedecer que en examinar lo que se manda, y el mas valiente en la pelea, ese antes della se muestra mas modesto y templado. A vos pertenecen las armas y el esfuerzo; á nos debeis dejar el consejo y gobierno de vuestra valentía; que los enemigos mas con maña que con fuerzas se han de vencer, género de victoria mas señalada y mas noble. Por todas partes estáis rodeados de enemigos poderosos y bravos. ¿Cuán grande gloria será conservar el ejército sin afrenta, sin muertes y sin sangre y juntamente poner fin y acabar guerra tan grande? Mucho mayor que pasar á cuchillo innumerables huestes de enemigos. Ningu-zas para contrastar con las de Aragon y del conde de na cosa, soldados, estimamos en mas que vuestra salud; en mas tengo la vida de cualquiera de vos que dar la muerte á mil moros. » Con este razonamiento los soldados, mas reprimidos que sosegados, fueron llevados á Córdoba, y despedidos cada cual por su párte, se repartieron para sus casas; otros repartieron por los invernaderos. El Rey otrosí por fin deste año se fué para la villa de Madrid. En este tiempo el rey de Portugal envió una gruesa armada la vuelta de Italia para que se juntase con la de la liga. Llegó en sazon que el fervor de las potencias de Italia se halló entibiado, y que nuevas alteraciones en Génova y en Sena, ciudades de Italia, se levantaron muy fuera de tiempo. Así, la armada de Portugal dió la vuelta á su casa sin hacer efecto alguno; cuya reina doña Isabel falleció en Ebora á los 12 de diciembre. Sospechóse y averiguóse que la ayudaron con yerbas. Hizo dar crédito á esta sospecha el grande amor que en vida la tuvieron sus vasallos, de que dió muestra el lloro universal de la gente por su muerte. El Rey, dado que quedaba en el vigor y verdor de su edad, por muchos años no se quiso casar. Fué este año no menos desgraciado para la ciudad de Nápoles y toM-ilo

Fox, en especial que se decia tenia el rey de Francia parte en aquella liga, causa de mayor miedo. Esto le movió á pasar á Francia para reconciliarse con aquel Rey tan poderoso; pero, mudado de repente parecer por su natural facilidad ó por fiarse poco de aquella nacion, ca estaba ya prevenida de sus contrarios que ganaran por la mano, se determinó pasar á Nápoles para verse con su tio el rey de Aragon, que por sus cartas le llamaba, y con determinacion que, si movido de su justicia y razon no le ayudaba, de pasar su vida en destierro. De camino visitó al Pontífice, al cual se quejó de la aspereza de su padre y de su ambicion. Ofrecia que de buena gana pondria en manos de su Santidad todas aquellas diferencias y pasaria por lo que determinase; no se hizo algun efecto. Partió de Roma por la via Apia, y en Nápoles fué recebido bien y tratado muy regaladamente. Solo le reprehendió el Rey, su tio, amorosamente por haber tomado las armas contra su padre. Que si bien la razon y justicia estuviese claramente de su parte, debia obedecer y sujetarse al que le engendró y disimular el dolor que tenia conforme á las leyes divinas, que no discrepan de las humanas. A 10

Erales afrentosa esta condicion; pero el espanto que les entró era tan grande, que les hizo allanarse y pasar por todo. Añadióse en el concierto que sin embargo quedase abierta la guerra por las fronteras de Jaen, do quedó por general don García Manrique, conde de Castañeda, con dos mil hombres de á caballo. Para ayuda á esta guerra envió el papa Calixto al principio deste año una bula de la cruzada para vivos y muertos, cosa nueva en España. Predicóla fray Alonso de Espina, que avisó al en Palencia, do estaba, que el dinero que se llegase no se podia gastar sino en la guerra contra moros. Traia facultad para que en el artículo de la muerte pudiese el que fuese á la guerra ó acudiese para ella con docientos maravedís ser absuelto por cualquier sacerdote de sus pecados, puesto que perdida la habla, no pudiese mas que dar señales de alguna contricion; item, que los muertos fuesen libres de purgatorio; concedióse por espacio de cuatro años. Juntáronse con ella casi trecientos mil ducados; ¡cuán poco de todo esto se gastó contra los moros! Concluida la guerra, vino de Roma á Madrid un embajador que traia al Rey de parte del Papa un estoque y un sombrero, que se acostumbra de bendecir la noche de Navidad y enviar en presente á los grandes príncipes cual se entendia por la fama era don Enrique. Traia tambien cartas muy honoríficas para el Rey. No hay alegría entera en este mundo; á la sazon vino nueva que el conde de Castañeda, como fuese en busca de cierto escuadron de moros, cayó en una celada, y él quedó preso y gran número de los suyos destrozados. Pusieron en su lugar otro general de mas ánimo, mas prudencia y entereza. El Conde fué rescatado por gran suma de dinero, y las treguas mudaron en paces, que fué el remate desta guerra de los moros y principio de cosas nuevas. En Italia estaba la ciudad de Génova puesta en armas, dividida en parcialidades; el rey de Aragon favorecia á los adornos; Juan, duque de Lorena, hijo de Renato, duque de Anjou, que se llamaba duque de Calabria, era venido para acudir á los fregosos, bando contrario. El cuidado en que estos movimientos pusieron fué tanto mayor porque el rey de Aragon adoleció á 8 de mayo del año 1458 de una enfermedad que de repente le sobrevino en Nápoles. Della estuvo trabajado en Castelnovo hasta los 13 de junio. Agravábasele el mal; mandóse llevar á Castel del Ovo. Las bascas de la muerte hacen que todo se pruebe; no prestó nada la mudanza del lugar; rindió el alma á 27 de junio al quebrar del alba. Príncipe en su tiempo muy esclarecido, y que ninguno de los antiguos le hizo ventaja, lumbre y honra perpetua de la nacion española. Entre otras virtudes hizo estima de las letras, y tuvo tanta aficion á las personas señaladas en erudicion, que, aunque era de gran edad, se holgaba de aprehender dellos y que le enseñasen. Tuvo familiaridad con Laurencio Valla, con Antonio Panhormita y con Georgio Trapezuncio, varones dignos de inmortal renombre por sus letras muy aventajadas. Sintió mucho la muerte de Bartolomé Faccio, cuya historia anda de las cosas deste Rey, que falleció por el mes de noviembre próximo pasado. Como una vez oyese que un rey de España era de parecer que el príncipe no se debe dar á las letras, replicó que aquella palabra no

todo esto se excusó el Príncipe en pocas palabras de lo
hecho, y en lo demás dijo se ponia en sus manos, presto
de hacer lo que fuese su voluntad y merced. «Cortad,
señor, por donde os diere contento; solamente os acor-
dad que todos los hombres cometemos yerros, hacemos
y tenemos faltas; este peca en una cosa, y aquel en otra.
¿Por ventura los viejos no cometísteis en la mocedad
cosas que podian reprehender vuestros padres? Piense
pues mi padre que yo soy mozo, y que él mismo en al-
gun tiempo lo fué. » Despues desto, un hombre princi-Rey
pal, llamado Rodrigo Vidal, enviado de Nápoles sobre el
caso á España, trataba muy de veras de concertar aque-
llas diferencias. Desbarató estos tratados un nuevo
caso, y fué que los parciales del Príncipe, sin embargo
que estaba ausente, le alzaron por rey en Pamplona,
que fué causa luego que se supo de dejar por entonces
de tratar de la paz. El rey de Castilla, á instancia del
de Navarra, que para el efecto entregó en rehenes á su
hijo don Fernando, se partió de la ciudad de Victoria
por el mes de marzo, y tuvo habla con él en la villa de
Alfaro. Halláronse presentes las reinas de Castilla y de
Aragon. Los regocijos y fiestas en estas vistas fueron
grandes. Asentáronse paces entre los dos reyes. Demás
desto, por diligencia de don Luis Dezpuch, maestre de
Montesa, que de nuevo venia por embajador del rey de
Aragon, y á su persuasion se revocó la liga que tenian
asentada entre el de Fox y el Navarro, y todas las dife-
rencias de aquel reino de Navarra por consentimiento
de las partes y por su voluntad se comprometieron en
el rey de Aragon como juez árbitro. La esperanza que
todos destos principios concibieron de una paz dura-
dera despues de tantas alteraciones y que con tanto cui-
dado se encaminaba salió vana y fué de poco efecto,
como se verá adelante. En el Andalucía los reales de
Castilla y la gente estaban cerca de la frontera de
los moros. El rey don Enrique, despedidas las vistas,
llegó allá por el mes de abril. Con su venida se hizo
entrada por tierra de moros, no con menor ímpetu que
antes ni con menor ejército. Llegaron hasta dar vista
á la misma ciudad de Granada. Talaban los campos y
ponian fuego á los sembrados. Sin esto cierto número de
los nuestros se adelantó sin órden de sus capitanes para
pelear con los enemigos, que por todas partes se mos-
traban. Eran pocos, y cargó mucha gente de los con-
trarios; así, fueron desbaratados con muerte de algu-
nos, y entre ellos de Garci Laso, que era un caballero
de Santiago de grande valor y esfuerzo. Este revés y la
pérdida de persona tan noble irritó al Rey de suerte,
que no solo quemó las mieses, como lo tenia antes de
costumbre, sino que puso fuego á las viñas y arboledas,
á que no solian antes tocar. Demás desto, en un pueblo
que tomaron por fuerza, llamado Mena, pasaron todos
los moradores á cuchillo sin perdonar á chicos ni á
grandes ni aun á las mismas mujeres; que fué grande
crueldad, pero con que se vengaron del atrevimiento y
daño pasado. Con estos daños quedaron tan humillados
los moros, que pidieron y alcanzaron perdon. Concer-
taron treguas por algunos años, con que pagasen cada
un año de tributo doce mil ducados y pusiesen en li-
bertad seiscientos cautivos cristianos, y si no los tuvie-
sen, supliesen el número con dar otros tantos moros.

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cra de rey, sino de buey. Cuéntanse muchas gracias, donaires y dichos agudos deste Príncipe para muestra de su grande ingenio, elegante, presto y levantado; mas no me pareció referillos aquí. Poco antes de su muerte se vió un cometa entre Cancro y Leon con la cola que tenia la largura de dos signos ó de sesenta grados, cosa prodigiosa, y que, segun se tiene comunmente, amenaza á las cabezas de grandes príncipes. Otorgó su testamento un dia antes de su muerte. En él nombró á don Juan, su hermano, rey que era de Navarra, por su sucesor en el reino de Aragon; el de Nápoles como ganado por la espada mandó á su hijo don Fernando, ocasion en lo de adelante de grandes alteraciones y guerras. De la Reina, su mujer, no hizo mencion alguna. Hobo fama, y así lo atestiguan graves autores, que trató de repudialia y de casarse con una su combleza, llamada Lucrecia Alania. Hállase una carta del pontífice Calixto toda de su mano para la Reina, en que dice que le debia mas que á su madre, pero que no conviene se sepa cosa tan grande. Que Lucrecia vino á Roma con acompañamiento real, pero que no alcanzó lo que principalmente deseaba y esperaba, porque no quiso ser juntamente con ellos castigado por tan grave maldad. El mayor vicio que se puede tachar en el rey don Alonso fué este de la incontinencia y poca honestidad. Verdad es que dió muestras de penitencia en que á la muerte confesó sus pecados con grande humildad, y recibió los demás sacramentos á fuer de buen cristiano. Mandó otrosí que su cuerpo sin túmulo alguno, sino en lo llano y á la misma puerta de la iglesia, fuese enterrado en Poblete, entierro de sus antepasados, que fué señal de modestia y humildad. Falleció por el mismo tiempo don Alonso de Cartagena, obispo de Búrgos, cuyas andan algunas obras, como de suso se dijo; una breve historia en latin de los reyes de España, que intituló Anacefaleosis, sin los demás libros suyos, que la Valeriana refiere por menudo, y aquí no se cuentan. Por su muerte en su lugar fué puesto don Luis de Acuña.

CAPITULO XIX.

Del pontifice Pio II.

Con la muerte del rey don Alonso se acabó la paz y sosiego de Italia; las fuerzas otrosí del reino de Nápoles fueron trabajadas, que parecia estar fortificadas contra todos los vaivenes de la fortuna. Una nueva y cruelísima guerra que se emprendió en aquella parte lo puso todo en condicion de perderse; con cuyo suceso, mas verdaderamente se ganó de nuevo que se conservó lo ganado. Tenia el rey don Fernando de Nápoles ingenio levantado, cultivado con los estudios de derechos, y era no menos ejercitado en las armas, dos ayudas muy á propósito para gobernar su reino en guerra y en paz. No reconocia ventaja á ninguno en luchar, saltar, tirar ni en hacer mal á un caballo. Sabia sufrir los calores, el frio, la hambre, el trabajo. Era muy cortés y modesto; á todos recogia muy bien, á ninguno desabria, y á todos hablaba con benignidad. Todas estas grandes virtudes no fueron parte para que no fuese aborrecido de los barones del reino, que conforme á la costumbre natural de los hombres deseaban

mudanza en el estado. Cuanto á lo primero, don Cárlos, príncipe de Viana, fué inducido por muchos á pretender aquel reino como á él debido por las leyes. Decian que don Fernando era hijo bastardo, que no fué nombrado y jurado por votos libres del reino, antes por fuerza y miedo fueron los naturales forzados á dar consentimiento. Daba él de buena gana oido á estas invenciones, y mas le faltaban las fuerzas que la voluntad para intentar de apoderarse de aquel reino. Algunos se le ofrecian, pero no se fiaba, por ver que es cosa mas fácil prometer que cumplir, especial en semejantes materias. No pudieron estos tratos estar secretos. ReceJóse del nuevo Rey, y así determinó en ciertas naves de pasar á Sicilia para esperar allí qué término aquellos negocios tomarian. En el tiempo que anduvo desterrado por aquellas partes tuvo en una mujer baja, llamada Capa, dos hijos, que se dijeron, el uno don Felipe, y el otro don Juan; demás destos en María Armendaria, mujer que fué de Francisco de Barbastro, una hija, que se llamó doña Ana, y casó con don Luis de la Cerda, primer duque de Medinaceli. Sin embargo de los tratos. dichos, doce mil ducados de pension que el rey don Alonso dejó en su testamento cada un año á este Príncipe desterrado, su hijo el rey don Fernando mandó se le pagasen. Con la ida del príncipe don Cárlos á Sicilia no se sosegaron los señores de Nápoles, antes el prin cipe de Taranto y el marqués de Cotron enviaron á solicitar á don Juan, el nuevo rey de Aragon, para que viniese á tomar aquel reino. El fué mas recatado; que contento con lo seguro y con las riquezas de España, no hizo mucho caso de las que tan léjos le caian. Partió de Tudela, y sabida la muerte de su hermano, llegado á Zaragoza por el mes de julio, tomó posesion del reino de Aragon, no como vicario y teniente, que ya lo era, sino como propietario y señor. La tempestad que de parte del pontífice Calixto, de quien menos se temia, se levantó fué mayor. Decia que no se debia dar aquel reino feudatario de la Iglesia romana á un bastardo, y pretendia que por el mismo caso recayó en su poder y de la Silla Apostólica. Sospechábase que eran colores y que buscaba nuevos estados para don Pedro de Borgia, que habia nombrado por duque de Espoleto, ciudad en la Umbria; ambicion fuera de propósito y poco decente á un viejo que estaba en lo postrero de su edad olvidado del lugar de que Dios le levantó. Parecia con esto que Italia se abrasaria en guerra; temian todos no se renovasen los males pasados. Deseaba el rey don Fernando aplacar el ánimo apasionado del Pontífice y ganalle; con este intento le escribió una carta deste tenor y sustancia: «Estos dias en lo mas recio del dolor y » de mi trabajo avisé à vuestra Santidad la muerte de » mi padre; fué breve la carta como escrita entre las » lágrimas. Al presente, sosegado algun tanto el lloro, » me pareció avisar que mi padre un dia antes de su » muerte me encargó y mandó ninguna cosa en la tierra >> estimase en mas que vuestra gracia y autoridad; con » la santa Iglesia no tuviese debates, aun cuando yo fue» se el agraviado, que pocas veces suceden bien seme»jantes desacatos. A estos consejos muy saludables, >>para sentirme mas obligado se allegan los beneficios. » y regalos que tengo recebidos, ca no me puedo clvi

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