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cen, y el otro Boabdelin. El Albohacen por no sufrir el ocio y con deseo de dar muestra de su esfuerzo, juntado que hobo un ejército de dos mil y quinientos de á caballo y quince mil infantes, entró por las tierras del Andalucía; en todo el distrito de Estepa hizo grandes talas y daños y robó gran número de ganado. Avisado del daño don Rodrigo Ponce, hijo del conde de Arcos, acudió al peligro junto con Luis de Pernia, capitan de la guarnicion que tenia Osuna. Recogieron hasta docientos y sesenta de á caballo y seiscientos de á pié; con tanto fueron á verse con el enemigo, que iba cargado con la presa, y sin cuidado ninguno como quien tal cosa no temia, resueltos de quitársela y aun en ocasion combatille. Las fuerzas de los nuestros eran pequeñas, y parecia locura pelear con tan grande morisma. Ofrecióse una buena ocasion, que parte de los moros con la presa habia pasado el rio de las Yeguas, y en el postrer escuadron quedaba sola la caballería. Advirtió esto don Rodrigo desde un ribazo cercano, y dado que los suyos temian la pelea, mandó tocar las trompetas y dar seña de pelear. Arremetieron con gran vocería los cristianos; los contrarios, divididos en tres partes, los recibieron no con menor constancia. Duró mucho la pelea; pero en fin los moros fueron desbaratados con muerte de mil y cuatrocientos de los suyos. De los nuestros perecieron treinta de á caballo, ciento y cincuenta de á pié. Alojáronse los vencedores aquella noche en un lugar llamado Fuente de Piedra; el dia siguiente á tiempo que recogian los despojos ven volver los ganados á manadas. Cuidaron al principio que fuese algun engaño, y por la polvareda que se levantaba sospechaban eran los enemigos que revolvian sobre ellos; mas luego se entendió que, huidas las guardas por el miedo, los ganados por cierto instinto de la naturaleza se volvian á las dehesas y pastos acostumbrados; tanto fué mas alegre la victoria y la presa mas rica. En las ciudades y pueblos hicieron procesiones en accion de gracias y regocijos por el buen suceso. Quebrantada por esta manera la confederacion y las paces, de una y de otra parte se hicieron correrías sin que sucediese cosa notable. Solamente Juan de Guzman, primer duque de Medina Sidonia y conde de Niebla, trataba y se apercebia para cercar á Gibraltar, pueblo que está puesto á la boca del Estrecho. El desastre pasado de su padre y grande desgracia, que murió en aquella demanda, antes le animaba que espantaba. La guerra que se levantó contra el rey de Aragon en su mismo estado era mas grave; los catalanes enviaron embajadores á su Rey para le suplicar que el príncipe de Viana fuese puesto en libertad. No quiso otorgar con esta demanda; de las palabras acudieron á las armas, salieron gran número dellos de Barcelona, apoderáronse de Fraga, pueblo puesto en la raya de Aragon. Dió grande ánimo á la muchedumbre alterada Gonzalo de Saavedra, que le envió el rey de Castilla en ayuda de los catalanes á su instancia con mil y quinientos de á caballo. El general de todo el ejército catalan era don Juan de Cabrera, conde de Módica, ciudad de Sicilia; por otra parte, don Luis de Biamonte se mostraba á la frontera de Navarra con gente armada á punto de entrar en Aragon, si á peticion tan justa el Rey no qui

siese condescender. Forzado pues de la necesidad, dió libertad á su hijo á 1.o de marzo del año 1461 con órden que desde Morella, do estaba detenido, la Reina, su madrastra, le llevase á Villafranca. Allí le entregó á los catalanes, que sin embargo no quisieron consentir que la Reina entrase en Barcelona, porque, puesto que con la libertad del Príncipe dejaron las armas, los ánimos no quedaban del todo sosegados; antes llegaron á tanto, que contra voluntad de su padre acordaron de jurar al Príncipe por heredero de aquel principado. Demás desto, alcanzaron que de voluntad ó por fuerza le nombrase por vicario y gobernador de todos sus estados, cargo que se acostumbraba dar á los hijos mayores de los reyes. En particular sacaron por condicion que en el principado de Cataluña fuese señor absoluto, sin que dél se pudiese apelar. Su padre llevaba muy mal que le quedase á él solamente el nombre de príncipe y diesen á su hijo una parte tan principal de sus estados; que era despojalle en vida, quitalle las fuerzas y juntamente afrentalle. Pero fuéle forzoso venir en todo esto, porque los catalanes, como gente feroz y de ingenios determinados, si no se les concedia, nunca acabaran de sosegarse; que fué causa de que en asentar estas condiciones y capitular se gastó mucho tiempo. En este comedio se tornó á tratar de nuevo con mas veras y diligencia del casamiento entre el príncipe don Cárlos y la infanta doña Isabel. Llegaron á término que se tuvo el negocio por concluido, tanto, que el Príncipe envió á Castilla por sus embajadores para que de su parte visitasen á la Infanta y á su madre, á don Juan de Cabrera y á Martin Cruilles, personas principales, que fueron hasta Arévalo á hacer aquel oficio. Emprendióse á la misma sazon guerra en Navarra con esta ocasion. Cárlos Artieda, luego que vino el aviso de la libertad del príncipe don Carlos, se apoderó en su nombre de Lumbier, pueblo de Navarra. Acudió don Alonso, el que fué duque de Villahermosa, por mandado del Rey, su padre, y cercó aquel pueblo, y comenzó á batille con todos los ingenios y pertrechos que pudo. La parcialidad del Príncipe no tenia muchas fuerzas ; el rey de Castilla envió á Rodrigo Ponce y Gonzalo de Saavedra con gente en su ayuda para que hiciesen alzar el cerco; hízose así. Todavía se hacian mayores aparejos para continuar aquella guerra, cuando vino nueva y se divulgó que la reina de Castilla, que á la sazon se hallaba en Aranda de Duero, quedaba preñada. Esta nueva agradó asaz, tanto mas, que era fuera de lo que comunmente se esperaba; y aun por ser naturalmente los hombres inclinados á creer lo peor, no faltaba quien dijese que aquel preñado era de don Beltran de la Cueva; habla que por entonces se rugia, y despues se confirmó esta opinion al tiempo que don Fernando de Aragon reinaba en Castilla, si con verdad ó en gracia suya, aun cuando el negocio estaba fresco, no se pudo averiguar. En Valladolid don Pedro de Castilla, antes obispo de Osma, y á la sazon de Palencia, falleció por ocasion de una caida que dió de la escalera de su casa. En su lugar fué puesto don Gutierre de la Cueva por contemplacion de su hermano don Beltran, que en aquel tiempo alcanzaba mas privanza que todos con el Rey y mas mano en la casa real. El arzobispo don Alonso de Fon

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á 13 de noviembre en el Algarve, en un pueblo de su estado que se llama Sagra. Depositáronle en Lagos entonces; desde allí adelante le trasladaron á Aljubarrota. Quedaba de todos sus hermanos don Alonso el Bastardo, duque de Berganza, que falleció tambien el año siguiente; de doña Beatriz, su mujer, hija del condestable Nuño Pereira, dejó un hijo, llamado don Fernando, de quien, sin que haya faltado la línea, descienden los duques de Berganza, señores los mas principáles y ricos en el reino de Portugal.

CAPITULO IV.

De las alteraciones que hobo en Cataluña.

seca fué enviado de la corte con muestra de honralle para que estuviese en Valladolid por gobernador en tanto que el Rey se ocupaba en la guerra que pensaba hacer en Navarra. Atizó este consejo su mismo competidor el marqués de Villena; pretendia con esto quedar solo y enseñorearse del Rey como lo tenia comenzado. Para salir con su intento con mas facilidad prometia su diligencia, si don Alonso de Fonseca se ausentaba, para ganar á los grandes que andaban apartados de su servicio, en especial el arzobispo de Toledo y el Almirante; que el maestre de Calatrava ya estaba apartado del número de los desabridos, y alistaba gente para acudir á lo de Navarra. Luego pues que don Alonso de Fonseca partió á Valladolid, el marqués de Villena fué al reino de Toledo, y á la misma sazon el maestre de Calatrava llegó á Aranda de Duero, acompañado de dos mil y quinientos de á caballo; con estas gentes el rey de Castilla marchó la vuelta de Almazan. El espanto de los aragoneses fué grande, mas el ímpetu de la guerra y el ejército revolvió contra Navarra, y por el mes de mayo llegó á Logroño, pueblo principal en la Rioja. Desde allí, engrosado el campo con las gentes que de todas partes acudian, entraron por las tierras de Navarra. Entregáronse las villas de San Vicente y de la Guardia. Pusieron cerco sobre Viana, que despues de combatilla muchos dias al fin la rindió Pedro Peralta, á cuyo cargo estaba, y á la sazon era condestable de Navarra. La villa de Lerin no se pudo tomar por ser muy fuerte. Desta manera se hacia la guerra en Navarra, cuándo prósperamente, cuándo al contrario. Don Alonso, hijo del rey de Aragon, por otra parte tomó por fuerza la villa de Abarzuza, con muerte y prision de la guarnicion de Castilla que en ella tenian. Todo este ruido y aparato se desbarató con una enfermedad mortal que sobrevino en Barcelona á don Cárlos, príncipe de Viana, ocasionada de las pesadumbres y cuidados y congojas que continuamente le trabajaron; así lo entendieron y así debió ser. Entre los biamonteses se tuvo por cosa cierta y averiguada que murió de yerbas que le dieron en la prision, que lentamente le acabasen y á la larga. Falleció á 23 de setiembre, miércoles, fiesta de santa Tecla. Al tiempo de su muerte pidió perdon á su padre. Fué sepultado en Poblete. Vivió cuarenta años, tres meses y veinte y seis dias. Príncipe mas señalado por sus continuas desgracias que por otra cosa alguna. No alcanzó tanta ventura cuanta era su erudicion y otras buenas partes merecian. Tuvo por familiar á Osias Marco, poeta en aquella era muy señalado y de fama en la lengua limosina ó de Limoges; su estilo y palabras groseras, la agudeza grande, el lustre de las sentencias y de la invencion aventajado. Traia el príncipe don Cárlos por divisa dos sabuesos muy bravos pintados en su escudo, que sobre un hueso peleaban entre sí; representacion y figura de los reyes de Francia y de Castilla, por cuya porfía y codicia le tenian casi consumido el reino de Navarra. Murieron asimismo otros príncipes: Cários VII, rey de Francia, al cual sucedió Luis XI, su hijo; el infante don Enrique, tio del rey de Portugal, finó por este mismo tiempo sin haberse jamás casado y sin llegar á mujer; vivió setenta y siete años; su muerte fué

Con la muerte del príncipe don Cárlos, si bien cesó la causa de las diferencias y debates, no quedaron las discordias apaciguadas. Don Fernando, hermano del muerto, fué luego jurado por príncipe y heredero de los estados de su padre, primero en Calatayud en las Cortes de Aragon que allí se juntaron, despues en Barcelona, donde la Reina, su madre, le llevó; pero toda la esperanza que por esta causa tenian de que todo se apaciguaria salió vana á causa que la gente catalana de repente tomó las armas, y los nobles por estar desabridos con el rey de Aragon pretendian y aun decian en secreto y en público que por engaños de su madrastra el Príncipe, su antenado, fué muerto; maldad muy indigna y impiedad intolerable. El que mas encendia el pueblo era fray Juan Gualves, de la órden de Santo Domingo. Persuadíales en sus sermones sediciosos que con las armas se satisficiesen de aquel exceso tan grave y feo; que cuando ellos disimulasen, el cielo en la sangre del pueblo tomaria sin duda venganza ; que debian aplacar á Dios con castigar ellos primero delito tan atroz. Alterada la muchedumbre y el pueblo, la Reina se salió de Barcelona. El color era sosegar ciertos alborotos de Ampúrias; la verdad que no se atrevia á salir en público, ca temia no le perdiesen el respeto los que tan alterados andaban. Acordó de reparar en la ciudad de Girona, que está en lo postrero de Cataluña, hasta ver qué término tomaban las cosas. El rey de Aragon por otra parte, vista la tempestad que se levantaba, convidaba á los príncipes extraños que se confederasen con él; en particular pedia al rey de Francia le ayudase, y al de Castilla que á lo menos no le hiciese daño; que pues don Cárlos, en cuyo favor tomó las armas, era muerto, sacase las guarniciones de soldados que tenia puestos en Navarra. Hallábase á la sazon el rey don Enrique en Madrid, deshecho su campo y gre por la prenez de la Reina, su mujer, que hizo traer alli en hombros porque con el movimiento no recibiese cualque daño. Al principio pues del año 1462 le nació una hija, que se llamó doña Juana; luego todos los estados del reino la juraron por princesa y heredera de Castilla; gran mengua engerir en la sucesion real la que el vulgo estaba persuadido fuese habida de mala parte, tanto mas, que para honrar á don Beltran y gratificalle sus servicios le hizo á la sazon el Rey conde de Ledesma, que fué nueva ofension y ocasion de mas murmurar. En su lugar fué puesto por mayordomo en la casa real Andrés de Cabrera, grande amigo suyo y aliado;

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principio de do como de escalon vino á alcanzar adelante grandes riquezas, no sin ofension de muchos y sin envidia de los que llevaban mal que un hombre poco antes particular subiese en breve tan alto. Estaba á la sazon en la corte el conde de Armeñaque, que vino por embajador del rey de Francia para tratar de hacer paces y confederacion entre los dos reyes. El arzobispo de Toledo, reconciliado á la sazon con el Rey, era el que todo lo mandaba, tanto, que cada semana se tenia en su casa consejo y audiencia de los oidores para determinar los pleitos y negocios. Los embajadores de Aragon por la mucha instancia que hicieron en fin concertaron se hiciese confederacion á 23 de marzo con las capitulaciones infrascritas: que entre Castilla y Aragon hobiese paz; el rey de Castilla retuviese como en rehenes y por resguardo los castillos de la Guardia y de San Vicente, Arcos, Raga y Viana, y volviese todo lo demás que tenia en Navarra; demás desto, que en la raya de Aragon y de Navarra pusiese en tercería á Jubera y á Cornago, y en el reino de Murcia á Lorca; los depositarios fuesen el arzobispo de Toledo y el maestre de Calatrava y Juan Fernandez Galindo para efecto que si el rey de Castilla quebrantase la alianza, entregasen estos pueblos al rey de Aragon; el cual en Olite, donde se hallaba para desde allí acudir á todas partes, puso su confederacion con el rey de Francia á 12 de abril. Asentaron que el rey de Francia enviase al Aragonés de socorro setecientos hombres de armas y docientos mil ducados para pagar el sueldo á su gente, y que el rey de Aragon entre tanto que no pagase esta suma, diese en prendas lo de Cerdania y Ruisellon, y todavía por las rentas de aquellos estados no se desfalcase parte alguna del principal. Para que esta avenencia tuviese mas fuerza se concertó habla entre los reyes de Francia y Aragon en Salvatierra, pueblo de Bearne. Juntamente al conde de Fox, por la instancia que sobre ello hacia, concedió que doña Blanca, hermana del príncipe don Cárlos, á quien pertenecia el reino de Navarra, fuese puesta en su poder; notable agravio, quitalle el reino y despojalla de la libertad; pero ¿qué no hace la codicia desenfrenada de reinar? Luego que tomaron este acuerdo, desde Olite con grande desgusto suyo la ilevaron á Bearne. Quejábase mucho á los santos y á los hombres de un desafuero tan grande. Escribió al rey don Enrique una carta, en la cual le pedia tuviese compasion de su suerte; que sobre las otras desgracias le quitaban la libertad, y en breve le quitarian la vida, si él no le daba alguna ayuda y la mano; suplicábale á lo menos vengase la muerte de su hermano y sus desventuras, como era justo; que se membrase del amor antiguo, que aunque desgraciado, al fin era de marido y mujer. Pusiéronla en el castillo de Ortes, del estado de Fox; allí no mucho despues fué muerta con yerbas que le dieron, sin que ninguno saliese á la venganza. La fama de su muerte tan injusta y cruel por mucho tiempo estuvo secreta. En fin, los desastres de su vida tuvieron aquel desgraciado remate; que cuando la miseria persigue á uno, ó fuerza mas alta, no para hasta acaballe. Su cuerpo enterraron en la ciudad de Lescar. Estaba el rey de Aragon en Tudela, y el rey don Enrique por Segovia y Aranda pasó

á Alfaro, pueblo no muy lejos de Tudela. Alli con intervencion del marqués de Villena los dos reyes firmaron las capitulaciones del concierto que en Madrid tenian acordadas, á la misma sazon que los catalanes, á 30 del mes de mayo, cercaron á la reina de Aragon dentro de Girona, mas congojada por el riesgo que corria su hijo el Príncipe que por su mismo peligro. El caudillo de la comunidad era Hugo Roger, conde de Pallas; el principal que defendia la ciudad por el Rey Luis Dezpuch, maestre de Montesa. Entraron la ciudad los comuneros, acometieron el castillo viejo, que se llamaba Gironela, do la Reina se recogió. Salieran los catalanes con su intento si no sobreviniera la caballería francesa, con cuya ayuda, no solo cesó el peligro, pero aun echaron de la ciudad á los levantados. Acudió al tanto el rey de Aragon con presteza, como al que el cuidado que tenia de su mujer y hijo le punzaba. Hobo muchos encuentros y refriegas, en que los levantados, como gente recogida de todas partes, no se igualaban á los soldados viejos. El Rey, despues de haber reducido á su obediencia muchas ciudades y pueblos, llegó á poner sus estancias junto á Barcelona. La reina de Castilla malparió en esta sazon en Aranda con gran riesgo de su vida. Por la vidriera de cierta ventana el rayo del sol que entraba le comenzó á quemar el cabello y le ocasionó aquel sobresalto y daño. La tristeza que causó esta desgracia en la corte en breve se trocó en alegría á causa que don Beltran, conde de Ledesma, casó con la hija menor del marqués de Santillana. Las bodas se celebraron en Guadalajara con grandes fiestas. Halláronse á ellas presentes el Rey y la Reina. Acabadas las fiestas, la Reina se fué á Segovia, y el Rey se partió para Atienza con intento de darse á la caza, por ser aquella comarca muy á propósito para ella. Allí vino un caballero, llamado Copones, en nombre y como embajador de Barcelona; ofrecíanle aquel estado de Cataluña si les enviase gente de socorro y los recibiese debajo de su amparo. Era este negocio muy grave; habido su acuerdo y aceptada la oferta, les envió el Rey de socorro dos mil y quinientos caballos, que por caminos extraordinarios llegaron á Cataluña. Con este socorro aquella muchedumbre levantada se animó, confiada que por aquel camino se podria defender y sustentar. En cumplimiento de lo asentado levantaron los pendones por el rey don Enrique. Apellidáronle conde de Barcelona, y batieron con su cuño y armas la moneda de aquel estado. Por esta manera se despeñaban loca y temerariamente en su perdicion. Alegróse con esta nueva el rey de Castilla don Enrique, pero mucho mas con saber que don Juan de Guzman, duque de Medina Sidonia, quitó á Gibraltar á los moros, y el maestre de Calatrava á Archidona. Mandóse poner entre los otros títulos reales al principio de las provisiones el de Gibraltar, á ejemplo de Abomelique, el cual era de linaje de los Merines, y como arriba queda dicho, se llamó rey de Gibraltar.

CAPITULO V.

De una babla que tuvieron los reyes, el de Castilla y el de Francia.

Entraron otras bandas de soldados de Castilla por tierras del reino de Valencia y Aragon; el miedo Ꭹ el espanto fué grande, si bien aquel Rey acudió luego al peligro. Pudiéranle quitar el reino por estar gastado y sin sustancia él y sus vasallos, si cuan grandes eran las fuerzas de Castilla, tan grande brio y ánimo tuviera el rey don Enrique; por esto el de Aragon ponia gran cuidado en reconciliarse con él. Para este efecto vino por embajador del rey de Francia Juan de Rohan, señor de Montalvan y almirante de Francia; llegó á Almazan, donde el rey don Enrique se hallaba, por principio del año 1463; fué muy bien recebido y festejado con convites muy espléndidos, con bailes y con saraos. Danzaban entre sí los cortesanos, y sacaban á danzar á las damas de palacio. En particular la Reina, presente el Rey y por su mandado, salió á bailar con el embajador francés; él, acabado el baile, juró de no danzar mas en su vida con mujer alguna en memoria de aqueIla honra tan señalada como en Castilla se le hizo. Acordóse por medio desta embajada que los reyes de Castilla y de Francia se viesen y hablasen para tratar en presencia de todas las diferencias que tenian y componer sus haciendas. Como se concertó, así se hizo, que aquellos príncipes tuvieron su habla por el fin del mes de abril cerca de la villa de Fuente-Rabía. Vinieron con el Francés los dos Gastones, padre y hijo, condes que eran de Fox, el duque de Borbon, el arzobispo de Turon y el almirante de Francia. Al de Castilla acompañaban el arzobispo de Toledo y los obispos de Búrgos, Leon, Segovia y Calahorra, el marqués de Villena, el maestre de Alcántara y el gran prior de San Juan, todos y cada cual arreados muy ricamente y con libreas y mucha representacion de majestad. Entre todos se señalaba el conde de Ledesma, gran competidor del de Villena; salió arreado de vestidos muy ricos, recamados de oro y sembrados de perlas. El vestido y traje de los franceses era muy ordinario, especial el del Rey, que era causa á los castellanos de burlarse dellos y de motejallos con palabras agudas y motes. Pasaron los nuestros en muchas barcas el rio Vedaso ó Vidasoa. Puédese sospechar se hizo esto por reconocer ventaja á la majestad de Francia; nuestros historiadores dicen otra causa, que todo aquel rio pertenece al señorío de España; y consta por escrituras públicas, acordadas en diferentes tiempos entre los reyes de Castilla y Francia, y de lo procesado en esta razon en que se declara que pasando el rey don Enrique el rio Vidasoa en un barco llegó hasta donde llegaba el agua, y allí puso el pié, y al tiempo que quiso hablar con el rey Luis, tenia un baston en la mano; desembarcado en la orilla y arenal donde el agua podia llegar en la mayor creciente, dijo que allí estaba en lo suyo, y que aquella era la raya dentre Castilla y Francia, y poniendo el pié mas adelante, dijo: Ahora estoy en España y Francia; y el rey Luis respondió en su lengua il est vrai, decís la verdad. En estas vistas y habla se leyó de nuevo la sentencia que poco antes pronunció en Bayona el rey de Francia,

elegido por juez árbitro entre Castilla y Aragon, en que se contenian estas principales cabezas: que las gentes de Castilla saliesen de Cataluña y se quitasen las guarniciones que tenian en Navarra; la ciudad de Estella con toda su merindad quedase en Navarra por el rey don Enrique; la reina de Aragon y su hija estuviesen en Raga en poder del arzobispo de Toledo para seguridad que se guardaria lo concertado. Esta sentencia ofendia mucho á la una nacion y á la otra, á los de Castilla y de Aragon, sobre todo á los de Navarra; quejábanse que aquel asiento y sentencia era en gran perjuicio suyo. Ningun otro provecho se sacó de juntarse estos príncipes. Pero de todo esto y aun de toda esta manera de juntas y hablas entre los príncipes será á propósito referir aquí lo que siente Filipe de Comines, historiador muy señalado de las cosas de Francia que pasaron en esta era, y que se puede comparar con cualquiera de los antiguos. Sus palabras, traducidas de francés en castellano, dicen así: « Neciamente lo hacen los príncipes de igual poder cuando por sí mismos se juntan á habla, en especial pasados los años de la mocedad, cuando en lugar de los juegos y burlas, á que aquella edad es aficionada, entra la envidia y emulacion; ni carecen de peligro juntas semejantes; y si esto no, ningun otro provecho resulta dellas sino encenderse mas la ira y el odio, de manera que tengo por mas acertado concertar las diferencias entre los reyes, y cualquier otro negocio que haya, por sus embajadores que sean personas prudentes. Muchas cosas me ha enseñado la experiencia, de las cuales tengo por conveniente poner aquí algunos ejemplos. Ningunas provincias entre cristianos están entre sí trabadas con mayor confederacion que Castilla con Francia, por estar asentada con grandes sacramentos amistad de reyes con reyes y de nacion con nacion. Fiados desta amistad, el rey Luis XI de Francia, poco despues que se coronó por rey, y don Enrique, rey de Castilla, se juntaron á la raya de los dos reinos. Don Enrique llegó á Fuente-Rabía rodeado de grande acompañamiento; seguíanle el gran maestre de Santiago y el arzobispo de Toledo y el conde de Ledesina, que entre todos se señalaba por ser su gran privado. El rey de Francia paró en San Juan de Angelin, acompañado, como es de costumbre, de muchos grandes. Gran número de la una nacion y de la otra alojaba en Bayona, los cuales luego que llegaron, se barajaron malamente. Hallóse presente la reina de Aragon que tenia diferencias con el rey don Enrique sobre Estella y otros pueblos de Navarra que dejaran en manos del Rey. Una ó dos veces se hablaron y vieron á la ribera del rio que divide á Francia de España, pero brevísimamente, cuanto pareció al maestre de Santiago y al arzobispo de Toledo, que lo gobernaban todo, y por esto fueron por el rey de Francia festejados grandemente en San Juan de Angelin cuando allí le visitaron. El conde de Ledesma pasó el rio en una barca que llevaba la vela de brocado; el arreo de su persona era conforme á esto, en particular llevaba unos hermosos borceguíes sembrados de pedrería. Don Enrique era feo de rostro; la forma del vestido sin primor y que descontentaba á los franceses. Nuestro Rey se señalaba por el hábito muy ordinario; el vestido corto, el sombrero comun,

con una imagen de plomo en él cosida, ocasion de mofas y remoquetes; los españoles echaban aquel traje á poquedad y avaricia. Desta manera se acabó la junta, sin que della resultase otro provecho mas de conjuraciones y monipodios que entre los unos y otros grandes se forjaron, por las cuales yo mismo vi al rey don Enrique envuelto en grandes trabajos y afanes, que se continuaron hasta su muerte, desamparado de sus vasallos y puesto en un estado miserable.» Hasta aquí son palabras de Filipe de Comines; lo demás que dice se deja por abreviar. Este año, á los 12 de noviembre, pasó desta vida á la eterna el santo fray Diego en el su monasterio de franciscos de Alcalá de Henares, que fundó don Alonso Carrillo, arzobispo de Toledo. Fué natural de San Nicolás, diócesi de Sevilla. Su vida tal, y los milagros que Dios por él hizo tantos, que el papa Sixto V le canonizó á los 2 de julio, año del Señor de 1588.

CAPITULO VI.

Los catalanes llamaron en su ayuda á don Pedro, condestable de Portugal.

Halláronse presentes á la junta destos príncipes dos embajadores de Barcelona, llamados el uno Cardona, y el otro Copones. Quejáronse al de Castilla que se hacia agravio á su nacion en desamparallos contra lo que tenian capitulado. Estas quejas no fueron de efecto alguno; las orejas destos príncipes estaban cerradas á sus ruegos por respetos que mas á ellos les importaban. En Tolosa, pueblo de Guipúzcoa, el coman del pueblo mató, á 6 de mayo, á un judío, llamado Gaon. Fué la ocasion que por estar el Rey cerca, entre tanto que se entretenia en Fuente-Rabía, comenzó el judío á cobrar cierta imposicion, que se llamaba el pedido, sobre que antiguamente hobo grandes alteraciones entre los de aquella nacion, y al presente llevaban mal que se les quebrantasen sus privilegios y libertades. No se castigó este delito y esta muerte, antes poco despues en Segovia, do se fué el rey don Enrique, hobo entre dos frailes y se encendió una grave reyerta. El uno afirmaba en sus sermones que muchos cristianos se volvian judíos, en que pretendia tachar el libre trato que con los de aquella nacion y con los moros se tenia; y era así, que muchos de aquellas naciones, enemigos de Cristo, libremente andaban en la casa real y por toda la provincia. El otro fraile lo negaba todo, mas en gracia de los príncipes, como yo creo, que por ser así verdad. Nunca sin duda en España se vió mayor estrago de costumbres ni corrieron tiempos mas miserables. En particular el pueblo en Sevilla andaba muy alborotado en gran manera, á causa que don Alonso de Fonseca, el mas viejo, pedia que le fuese restituida aquella iglesia, que diera los años pasados en confianza á su pariente, llamado tambien don Alonso de Fonseca. Alegaba que así estaba establecido por los derechos y recebido por la costumbre, y que así lo mandaba el Padre Santo. El pueblo y la nobleza, divididos en parcialidades, unos favorecian al pretensor, otros al contrario; de que resultaban alteraciones y corria riesgo no viniesen á las manos. Acudió á grandes jornadas el rey don Enrique, y con su venida entregó la iglesia á don Alonso de Fonseca, el mas viejo, y pagaron con las cabezas y con la

vida seis personas que fueron los principales movedores de aquel motin y alboroto. El rey de Portugal á la sazon con una gruesa armada volvió á Africa; iban en su compañía don Fernando, su hermano, y don Pedro, su primo, que era condestable de Portugal. Los catalanes, desamparados de la ayuda de Castilla y visto que los franceses é italianos los tenian prevenidos por el rey de Aragon, acordaron, lo que solo les faltaba y quedaba, llamar socorros de mas léjos; con este acuerdo enviaron á convidar á don Pedro, condestable de Portugal, para que desde Ceuta viniese á tomar posesion de aquel principado, que decian le pertenecia por su madre, que era la hija mayor del conde de Urgel. En mal pleito ninguna cosa se deja de intentar. Parecíale al Condestable buena ocasion esta; hízose á la vela, llegó á la playa de Barcelona, y surgió en ella á 21 de enero, principio del año 1464. Allí sin dilacion fué llamado conde de Barcelona y rey de Aragon; acometimiento que por falta de fuerzas salió en vano, y la honra le acarreó la muerte, demás de otros daños que resultaron. Lo primero con la partida de don Pedro las fuerzas de Portugal se enflaquecieron en Africa, por donde de Tánger, que pretendian tomar, fueron con daño rechazados los fieles por los moros; y algunas entradas que se hicieron en los campos comarcanos no fueron de consideracion ni de algun efecto notable; solo junto al monte Benasa en un encuentro que tuvieron con los enemigos, el mismo rey de Portugal estuvo á gran riesgo de perderse con toda su gente. Duarte de Meneses, como quier que por defender á su Rey se metiese con grande ánimo entre los enemigos, fué muerto en la pelea y otros con él. El conde de Villareal defendió aquel dia la retaguardia, por lo cual mereció mucha loa por testimonio del mismo Rey, que despues de la pelea le dijo: « Hoy en vos solo ha quedado la fe.» El rey don Enrique desde Sevilla fué á Gibraltar; allí á su instancia y por sus ruegos aportó el rey de Portugal á la vuelta de Africa y de Ceuta. Estuvieron en aquel pueblo por espacio de ocho dias; despues dellos el de Portugal se volvió á su reino. El rey don Enrique por la parte de Ecija rompió por el reino de Granada, sin desistir de la empresa hasta tanto que le pagaron el tributo que tenian antes concertado, y le hicieron otros presentes de grande estima. Con esto por Jaen, do residia Miguel Iranzu, su condestable, por frontero, pasó el Rey de priesa á Madrid. Queria recebir y festejar otra vez al de Portugal, que, por voto que tenia hecho, se encaminaba para visitar á Guadalupe, casa de mucha devocion. Viéronse los dos reyes y habláronse en la Puente del Arzobispo, raya del reino de Toledo; hallóse presente la reina de Castilla, que en compañía de su murido iba para verse con su hermano el rey de Portugal. En esta junta se concertaron dos casamientos, uno del rey de Portugal con doña Isabel, hermana del rey don Enrique, y otro de doña Juana, su hija, con el príncipe

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