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dia el pueblo y pretendian los fidalgos ; que si no otorgaban con ellos, él no podia faltar á las obligaciones que tenia á los suyos y á su patria. Las dolencias iban adelante, y á manera de peste de cada dia morian, no solo soldados ordinarios, sino tambien grandes personajes, como don Pedro Fernandez, maestre de Santiago, y el que le sucedió luego en aquella dignidad, por nombre Ruy Gonzalez Mejía, el almirante Fernan Sanchez de Tovar, Pero Fernandez de Velasco y los dos mariscales Pero Sarmiento y Fernan Alvarez de Toledo. Item, Juan Martinez de Rojas; dias hobo que fallecieron docientos mas y menos, con que el número de los soldados menguaba y el ánimo mucho mas. Por esto los mas principales blandeaban y aborrecian aquella guerra por ser entre parientes y contra cristianos. Quisieran que de cualquiera manera se tomara asiento y se concertaran las partes; finalmente, los trabajos eran tan grandes y la cuita por esta causa tal, que fué forzoso levantar el cerco con mengua y pérdida muy grande y volver atrás. Noinbró el Rey por mariscal á Diego Sarmiento luego que falleció su hermano; encargóle la guarda de Santaren con buen número de soldados; otros capitanes repartió por otras partes, ca pensaba rehacerse de fuerzas y muy en breve volver á la guerra. Hecho esto, la armada por mar y los demás por tierra en compañía del Rey se encaminaron para Sevilla. Pudieran recebir daño notable á la partida, que las piedras se levantan contra el que huye, si los portugueses salieran en su seguimien to, que pocos, bien gobernados, pudieran maltratar y deshacer los que iban tan trabajados; mas ellos se hallaban no menos gastados y afligidos que los contrarios, y tenian por merced de Dios verse libres de aquel peligro y de aquel cerco, y aun como dicen, al enemigo que huye puente de plata. Hicieron procesiones, así en Lisboa como en lo restante del reino, con toda solemnidad en accion de gracias por merced tan señalada. Por este mismo tiempo el rey de Aragon no hacia, buen rostro á sus dos hijos de la primera mujer los infantes don Juan y don Martin. Decíase comunmente que la Reina, como madrastra, con sus malas mañas era causa deste daño. Verdad es que el infante don Juan habia dado causa bastante de aquel desgusto, por casarse, como se casó, contra la voluntad de su padre arrebatadamente y de secreto con madama Violante, hija de Juan, duque de Berri, sin hacer caso de la reina de Sicilia, cuyo casamiento para todos estaba muy mas á cuento. Quebró el enojo en don Juan, conde de Ampúrias, yerno y primo de aquel Rey. Su culpa fué que los recogió en su estado para que allí se casasen. Por lo cual, luego que el hijo se redujo y se puso en las manos de su padre y él le perdonó aquella liviandad, revolvió contra el Conde y le quitó la mayor parte del estado, que le tenia asaz grande en lo postrero de España. No le pudo haber á las manos, que se huyó á Aviñon en una galera resuelto de tentar nuevas esperanzas, y con las fuerzas que pudiese juntar suyas y de sus amigos recobrar aquel condado.

CAPITULO IX.

De la famosa batalla de Aljubarrota.

Corria el año de 1385 cuando al conde de Ampúrias avino aquella desgracia. Al principio del cual el rey de Castilla, con el deseo en que ardia de rehacer la quiebra pasada, levantaba gente por todas partes y armaba en el mar. Juntó un grueso campo por tierra y una armada de doce galeras y veinte naves para enseñorearse del mar y asegurar la tierra. Todo procedia despacio á causa de una dolencia que le sobrevino, de que llegó á punto de muerte. Luego empero que convaleció y pudo atender á las cosas de la guerra, dió mucha priesa para que todo lo necesario se aprestase. Vino á la sazon una nueva que en cierto encuentro que los portugueses tuvieron con la guarnicion de Santaren quedaron presos el maestre de Avis y el prior de San Juan, alegría falsa y que muy en breve se trocó en dolor y pena, porque se supo de cierto que los portugueses en la ciudad de Coimbra habian alzado los estandartes reales por el maestre de Avis, que era meter las mayores prendas y empeñarse del todo para no volver atrás. El caso pasó en esta guisa. Juntáronse en aquella ciudad las cabezas de los alzados para acordar lo que se debia hacer en aquella guerra. Concordaban todos en que para hacer rostro á los intentos de Castilla les era necesario tener cabeza, algun valeroso capitan que acaudillase el pueblo, ca muchedumbre sin órden es como cuerpo sin alma. Añadian que para mayor autoridad de mandar y vedar y para que todos se sujetasen, y aun para que él mismo se animase mas y con mayor brio entrase en la demanda, era forzoso dalle nombre de rey. Alegaban que la república da la potestad real, y por el mismo caso, cuando le cumpliere, la puede quitar y nombrar nuevo rey; muchos y muy claros ejemplos, tomados de la memoria de los tiempos en coufirmacion desto, el derecho que la naturaleza y Dios da á todos de procurar la libertad y esquivar la servidumbre; sobre todo que si los contrarios confiaban en su derecho y razon, ¿por qué causa á tuerto fueron los primeros á tomar las armas? Que á ninguno es defendido valerse de la fuerza contra los que le hacen agravio. No faltaban letrados que todo esto lo fundaban en derecho con muchas alegaciones de leyes divinas y humanas. La grandeza del negocio y la dificultad espantaba; por donde algunos eran de parecer no quitasen el reino á doña Beatriz, pues seria cosa inhumana privalla de la herencia de su padre, temeridad irritar las fuerzas de Castilla, locura confiar de sí demasiado y no medirse con la razon. Que los enemigos antes de venir á las manos y de ensangrentarse saldrian á cualquier partido; las haciendas, las vidas y la libertad quedaria en mano del vencedor. Por conclusion, que era prudencia acordarse de los temporales que corrian, y medirse con las fuerzas, desear lo mejor y con paciencia acomodarse al estado presente. No faltaban en la junta votos en favor del infante don Juan, bien que en Toledo arrestado. Decian se debia tratar de su libertad, alegaban el comun acuerdo pasado; ¿qué otra cosa significaban aquellos estandartes? Qué cosa se ofrecia de nuevo para mudar lo acordado una vez? Pero

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este parecer comunmente desagradaba; ¿á qué propósito hacer rey al que ni los podia gobernar ni acudilles en aquel peligro, no ser ayuda, sino solo causa de guerra? Con tanto mayor voluntad acudieron los votos al maestre de Avis, que presente estaba, y de cuyo valor y maña todos muchos se pagaban. En San Francisco de Coimbra, do se tenia aquella junta, le alzaron por rey á los 5 de abril con aplauso general de todos los que presentes se hallaron. Los mismos que sentian diversamente eran los primeros á besalle la mano y hacelle todo homenaje para mostrarse leales y que aprobaban su eleccion. Publicaban que las estrellas del cielo y las profecias favorecian aquella eleccion, en particular que un infante de ocho meses al principio destas revueltas en Ebora se levantó de la cuna, y por tres veces en alta voz dijo: «Don Juan, rey de Portugal. » Lo cual interpretaban en derecho de su dedo del maestre de Avis; que así suelen los hombres favorecer sus aficiones, y por decir mejor, soñar lo que desean. Los portugueses, como tan empeñados en aquel negocio que no podia ser mas, desde aquel dia en adelante tomaron las armas con mayor brio y tanto mayor esperanza de salir con su intento cuanto menos les quedaba de ser perdonados, y aun mucho se movian por el deseo natural que todos los hombres tienen de cosas nuevas y enfado de lo presente. La comarca de Portugal que está entre Duero y Miño muy en breve se declaró por el nuevo Rey, unos se le allegaban por fuerza, los mas de su voluntad. Enturbióse esta alegría con la armada de Castilla que del Andalucía y de Vizcaya aportó á las marinas de Portugal, y se presentó delante la ciudad de Lisboa; con que los castellanos quedaron señores de la mar, y corrian aquellas riberas y los campos comarcanos sin contradicion; cosa que mucho enfrenó la alegría y los brios de los portugueses. Hallábase el rey de Castilla en Córdoba; dende al principio del estío envió la Reina, su mujer, á Avila, pues no podia ser de provecho por tenelle la gente perdido todo respeto y para que no embarazase. A la misma sazon y á los primeros de julio buen golpe de gente debajo la conducta de don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, y por úrden del Rey por la parte de CiudadRodrigo hizo entrada, y rompió por la comarca de Viseo con gran daño de los naturales, talas, robos, deshonestidades que cometian los soldados sin perdonar á doncellas ni casadas. Verdad es que á la vuelta cargó sobre ellos gente de Portugal, que los desbarataron y quitaron toda la presa con muerte de muchos dellos. De pequeños principios se suelen trocar las cosas en la guerra y aun los ánimos; fué así que los portugueses con este buen suceso se animaron mucho para hacer rostro en todas partes. En diversos lugares á un mismo tiempo tenian encuentros, en que ya vencian los unos, ya los otros; pero de cualquiera manera todo redundaba en daño de los naturales y principalmente de la gente del campo. Los unos y los otros conian á discrecion, que era un miserable estado y avenida de males. Juntóse el ejército de Castilla en CiudadRodrigo ya que el estio estaba adelante ; solo faltaba el infante don Carlos, hijo del rey de Navarra, que se decia allegaria muy en breve acompañado de mucha y

muy buena gente. Consultaron en qué manera se haría la guerra. Los pareceres eran diferentes como siempre acontece en cosas grandes. Los mas cuerdos querian se excusase la batalla; que seria acertado dar lugar á que el furor de los rebeldes se amansase y tiempo para que volviesen sobre sí. Decian que los buenos intentos y la razon se fortifica con la tardanza, y por el contrario los malos se enflaquecen. Que para domar á Portugal y sujetalle seria muy á propósito dalles una larga guerra, talalles los campos, quemalles las mieses y repartir por todas partes guarniciones de soldados. Añadian que no debian mucho confiar en sus fuerzas por ser los capitanes que al presente tenian gente moza, poco pláticos y de poca experiencia, por la muerte de los que faltaron en el cerco de Lisboa, que era la flor de la milicia, además de la falta de dinero para hacer las pagas y de la poca salud que el Rey de ordinario tenia, que en ninguna manera debia entrar en tierra de enemigos ni hallarse á los peligros y trances dudosos de la guerra, pues de su vida y salud dependian las esperanzas de todos, el bien público y particular. Esto decian ellos, cuyo parecer el tiempo y sucesos de las cosas mostró era muy acertado; pero prevaleció el voto de los que como mozos tenian mas caliente la sangre, por ser de mas reputacion; personas que con muchas palabras engrandecian las fuerzas de Castilla, y abatian las de los contrarios como de canalla y gente allegadiza, y que tenia mas nombre de ejército que fuerzas bastantes. Que convenia apresurarse porque con el tiempo no cobrasen fuerzas y se arraigasen en guisa que la llaga se hiciese incurable. Sobre todo que seria inhumanidad desamparar los que en Portugal seguian su voz, las plazas que se tenian por ellos y las guarniciones de soldados que las guardaban. A este parecer se arrimó el Rey, si bien el contrario era mas prudente y mas acertado. En muchas cosas se cegaron los de Castilla en esta demanda, permision de Dios para castigar por esta manera los pecados y la soberbia de aquella gente. Debieran por lo menos esperar los socorros que de Navarra les venian con su caudillo el infante don Cárlos. Tomada esta resolucion, partieron de Ciudad-Rodrigo, y en aquella parte de Portugal que se llama Vera se pusieron sobre Cillorico y le rindieron. Pasaron adelante, quemaron los arrabales de Coimbra y intentaron de tomar á Leiria, que se tenia por la reina de Portugal doña Leonor. Duraute el cerco de Cillorico, el Rey con el cuidado en que le ponia su poca salud, los trabajos y peligros de la guerra, otorgó su testamento á los 21 de julio. En él mandó que los señoríos de Vizcaya y de Molina, herencia de su madre, quedasen para siempre vinculados y fuesen de los hijos mayores de los reyes de Castilla. Nombró seis personajes por tutores de su hijo y heredero don Eurique, doce gobernadores del reino durante su menoridad. De la Reina, su suegra, y de los infantes de Portugal don Juan y don Donis, de los hijos del rey don Pedro y del hijo de don Fernando de Castro, que tenia en Castilla presos, mandó se hiciese lo que fuese justicia. Si los pretendia perdonar, si castigallos, la brevedad de su vida no dió lugar á que se averiguase. Otras muchas cosas dejó dispuestas en aquel testamento, que por hacelle arrebatadamente

fueron adelante ocasion de alborotos y diferencias asaz. Los portugueses con su campo eran llegados á Tomar, resueltos de arriscarse y probar ventura. Los castellanos asimismo pasaron adelante en su busca. Diéronse vista como á la mitad del camino, en que los unos y los otros hicieron sus estancias y se fortificaron, los portugueses en lugar estrecho, que tenia por frente un buen llano, y á los lados sendas barrancas bien hondas que aseguraban los costados. Los de á caballo eran en nú→ mero dos mil y docientos, los peones diez mil; los castellanos, como quier que tenian mucha mas gente, asentaron á legua y media de un gran llano descubierto por todas partes. Su confianza era de suerte, que sin dilacion la misma vigilia de la Asumpcion se adelantaron puestas en órden sus haces para presentar al enemigo la batalla. El rey de Castilla iba en el cuerpo de la batalla, los costados quedaron á cargo de algunos de los grandes que le acompañaban, los cuales al tiempo del menester y de las puñadas no fueron de provecho por la disposicion del lugar. Don Gonzalo Nuñez de Guzman, maestre de Alcántara, quedó de respeto con golpe de gente y órden que por ciertos senderos tomase á los enemigos por las espaldas. Pretendian que ninguno pudiese escapar de muerto ó de preso; grande confianza y desprecio del enemigo demasiado y perjudicial. Los portugueses se estuvieron en su puesto para pelear con ventaja; y por la estrechura de toda su gente formaron dos escuadrones. En la avanguardia iba por caudillo Nuño Alvarez Pereira, ya condestable de Portugal, nombrado por su Rey en los mismos reales para obligalle mas á hacer el deber; del otro escuadron se encargó el mismo Rey. Adelantáronse de ambas partes con muestra de querer cerrar, repararon empero los portugueses á tiro de piedra por no salir á lo raso. Entonces el nuevo Condestable pidió habla á los contrarios con muestra de mover tratos de paz. Sospechóse tenia otro en el corazon, que era entretener y cansar para aprovecharse mejor de los enemigos, porque si bien se enviaron personas principales para oirle y comunicar con él, ningun efecto se hizo mas de gastar el tiempo en demandas y respuestas. En este medio entre los capitanes y personajes de Castilla se consultaba si darian la batalla, si la dejarian para otro dia. Los mas avisados y recatados no querian acometer al enemigo en lugar tau desaventajado, sino salir á campo raso y igual. Los mas mozos, con el orgullo que les daba la edad y la poca experiencia, no reparaban en dificultad alguna, todo lo tenian por llano, y aun pensaban que como con redes tenian cercados á los enemigos para que ninguno se salvase. Será bien no pasar en silencio el razonamiento muy cuerdo que hizo Juan de Ria, natural de Borgoña, el cual, como embajador que era del rey de Francia, viejo de setenta años, de grande prudencia y autoridad, seguia los reales y el campo de Castilla. Preguntado pues su parecer, habló en esta sustancia: «Al huésped y extranjero, cual yo soy, mejor le está oir el parecer ajeno que hablar; mas por ser mandado diré lo que siento en este caso. Holgaria agradar y acertar, donde no, pido el perdon debido á la aficion y amor que yo tengo á la nacion castellana, y tambien á esta edad, que suele estar libre de altivez

y sospecha de liviandad, que por haberla gastado en todas las guerras de Francia, me ha enseñado por experiencia que ningun yerro hay tan grave en la guerra como el que se comete en ordenar el ejército para la batalla. Porque saber elegir el tiempo y el lugar, disponer la gente por órden y concierto y fortificalla con competente socorro es oficio de grandes capitanes. Mas victorias han ganado el ardid y maña que no las fuerzas. Nuestros enemigos, aunque menos en número y de ningun valor, como algunos antes de mi con muchas palabras han querido dar á entender, están bien pertrechados y se aventajan en el puesto; por la misma razon los cuernos de nuestro ejército serán de ningun provecho, ya es tarde y poco queda del dia. Los soldados están cansados del camino, de estar tanto tiempo en pié, del peso de las armas, flacos, sin comer ni beber por estar los reales tan léjos. Por todo esto mi parecer es que no acometamos, sino que nos estémos quedos; si los enemigos nos acometieren, pelearémos en campo abierto; si no se atrevieren, venida la noche, los nuestros se repararán de comida, los contrarios, muchos de necesidad desampararán el campo por venir de rebato, sin mochila y sustento mas de para el presente dia. De noche no tendrán empacho de huir; de dia temerán ser notados de cobardes. Yo aparejado estoy de no ser el postrero en el peligro, cualquier parecer que se tome; pero si no se pone freno á la osadía, Dios quiera que me engañe mi pensamiento, témome que ha de ser cierto nuestro llanto y perdicion, y la afrenta tal, que para siempre no se borrará.» Al Rey parecíale bien este consejo; mas algunos señores mozos, orgullosos, sin sufrir dilacion, antes de tocar al arma acometieron á los enemigos, y los embistieron con gran coraje y denuedo. Acudieron los demás por no los desamparar en el peligro. La batalla se trabó muy reñida, como en la que tanto iba. A los castellanos encendia el dolor y la injuria de habelles quitado el reino; á los portugueses hacia fuertes el deseo de la libertad y tener por mas pesado que la muerte estar sujetos al rey de Castilla y á sus gobernadores. Los unos peleaban por quedar señores, los otros por no ser esclavos. Volaron primero los dardos y jaras, tras esto vinieron á las espadas, derramábase mucha sangre. Peleaban los de á caballo mezclados con los de á pié sin que se mostrase nadie cobarde ni temeroso, defendian todos con esfuerzo el lugar que una vez tomaron, con resolucion de matar ó morir. El rey de Castilla por su poca salud en una silla en que le llevaban en hombros á vista de todos animaba á los suyos. El primer batallon de los enemigos comenzó á mostrar flaqueza y ciaba; queria ponerse en huida, cuando visto el peligro, el de Portugal hizo adelantar el suyo diciendo á grandes voces entre los escuadrones: «Aquí está el Rey; ¿á dó vais, soldados? ¿Qué causa hay de temer? Por demás es huir, pues los enemigos os tienen tomadas las espaldas; esperanza de vida no la hay sino en la espada y valor. ¿Estais olvidados que peleais por el bien de vuestra patria, por la libertad, por vuestros hijos y mujeres? Vuestros enemigos solo el nombre traen de Castilla, no el valor, que este perdióse el año pasado con la peste. ¿No podréis resistir á los primeros impetus

de los bisoños, que traen no armas, no fuerzas, sino despojos que dejaros? Poned delante los ojos el llanto, la afrenta y calamidades, que de necesidad vendrán sobre los vencidos, y mirad que no parezca me habeis querido dar la corona de rey para afrentarme, para burla y para escarnio. » Volvieron sobre sí los soldados, animados con tales razones; acudieron á sus banderas y á ponerse en órden, con que dentro de poco espacio se trocó la suerte de la batalla. Los capitanes de Castilla fueron muertos á vista de su propio Rey sin volver atrás; la demás gente, como la que quedaba sin capitanes y sin gobierno, murieron en gran número. El Rey, por no venir á manos de sus enemigos, subió de presto en un caballo y salióse de la batalla; tras él los demás se pusieron en huida. Fué grande la matanza, ca llegaron á diez mil los muertos, y entre ellos los que en valor y nobleza mas se señalaban. Don Pedro de Aragon, hijo del Condestable; don Juan, hijo de don Tello; don Fernando, hijo de don Sancho, ambos primos hermanos del Rey; Diego Manrique, adelantado de Castilla; el mariscal Carrillo; Juan de Tovar, almirante del mar, que en lugar de su padre poco antes le habian dado aquel cargo, y dos hermanos de Nuño Pereira, Pedro Alvarez de Pereira, maestre de Calatrava, y don Diego, que siguieron el partido y bando de Castilla; ultra destos Juan de Ria, el embajador del rey de Francia, indigno por cierto de tal desastre, y que causó grande lástima; hoy de sus decendientes y apellido en Borgoña viven muchos y muy nobles y ricos personajes. Muchos se salvaron ayudados de la escuridad de la noche, que sobrevino y cerró poco despues de la pelea. Destos unos se recogieron al escuadron del maestre de Alcántara, que, sin embargo de la rota, tuvo fuerte por un buen espacio. Otros se encaminaron á don Carlos, hijo del rey de Navarra, que entrara en son de guerra por otra parte de Portugal, por no poderse hallar ni allegar antes que se diese la batalla. Los mas de la manera que pudieron sin armas y sin órden se huyeron á Castilla. No costó á los portugueses poca sangre la victoria; no falta quien escriba faltaron dos mil de los suyos. El rey de Castilla, sacadas fuerzas de flaqueza, sin tener cuenta con su poca salud, por la fuerza del miedo caminó toda la noche sin parar hasta Santaren, que dista por espacio de once leguas. De allí el dia siguiente en una barca por el rio Tajo se encaminó á su armada, que tenia sobre Lisboa, y en ella alzadas las velas se partió sin dilacion. Llegó á Sevilla cubierto de luto y de tristeza, traje que continuó algunos años. Recibióle aquella ciudad con lágrimas mezcladas en contento, que si bien se dolian de aquel revés tan grande, holgaban de ver á su Rey libre de aquel peligro. Esta fué aquella memorable batalla en que los portugueses triunfaron de las fuerzas de Castilla, que llamaron de Aljubarrota porque se dió cerca de aquella aldea, pequeña en vecindad, pero muy celebrada y conocida por esta causa. Los portugueses cada un año celebraban con fiesta particular la memoria deste dia con mucha razon. El predicador desde el púlpito encarecia la afrenta y la cobardía de los castellanos; por el contrario, el valor y las proezas de su nacion con palabras á las veces no muy decentes á aquel lugar.

Acudia el pueblo con grande risa y aplauso, regocijo y fiesta mas para teatro y plaza que para iglesia; exceso en que todavía merecen perdon por la libertad de la patria que ganaron y conservaron con aquella victoria. Los de Castilla se excusan comunmente, y dicen que la causa de aquel desman no fué el esfuerzo de los contrarios, no su valentía, sino el cansancio y hambre de los suyos por comenzar tan tarde la pelea; otros pretenden fué castigo de Dios, contra el cual no hay fuerzas bastantes, que tomó de los que despojaron el santuario muy devoto de Guadalupe; quieren decir que aquella sagrada Vírgen volvió por esta manera por su casa. Despues de esta victoria todo Portugal se allanó al vencedor. Santaren y Berganza y otros muchos pueblos y fuerzas, cual por armas, cual de grado se rindieron; con que el nuevo Rey entabló su juego de guisa, que el reino que adquirió con poco derecho, le dejó firme y estable á sus sucesores; tanto puede y vale una buena cabeza, y en el aprieto una buena determinacion. Estuvo á esta sazon muy doliente el rey de Aragon en Figueras. Su edad, que estaba adelante, y los trabajos continuos le traian quebrantado. Desque convaleció se mostró torcido con su hijo el infante don Juan. El pueblo cargaba á la Reina que tenia gran parte en estos desabrimientos, hasta persuadirse tenia enhechizado y fuera de sí á su marido. El hijo mal contento se salió de la corte; llamó en su favor y del conde de Ampúrias despojado gente de Francia, que fué nueva ofensa. El Rey por esto le quitó la procuracion y gobernacion del reino que solian tener los hijos herederos de aquellos reyes. En Aragon, segun que de suso queda dicho, de tiempo antiguo tienen un magistrado y juez, que llaman el justicia de Aragon, para defensa de sus libertades y fueros y para enfrenar el poder y desaguisados que hacen los reyes, á la manera que en Roma los tribunos del pueblo defendian y amparaban los particulares de cualquier demasía y insolencia. Hizo pues el Infante recurso al Justicia para que le desagraviase de las injurias y injusticias que le hacian, el Rey al descubierto, y de callada la Reina. El Justicia le amparó, como á despojado violentamente, en la posesion de aquel oficio y preeminencia hasta el conocimiento de la causa, debate que tuvo principio el año presente, y se concluyó el siguiente. Volvainos á tratar lo que sucedió en Castilla y en Portugal despues de aquella memorable y famosa jornada.

CAPITULO X.

Que los portugueses hicieron entrada en Castilla. Nueva causa de temor y de cuidado, sobre las pérdidas pasadas y el sentimiento muy grande, sobrevino al rey de Castilla y á los suyos; muestra de las alteraciones á que están sujetas todas las cosas debajo del cielo, y argumento de que las adversidades no paran en poco, de un mal se tropieza en otro sin poderse reparar. Los portugueses, como hombres denodados que son, resueltos de ejecutar la victoria y seguir su buena ventura, acordaron lo primero de enviar una solemne embajada á Inglaterra para hacer liga con el duque de Alencastre, pretensor antiguo de la corona de Castilla por via de

su mujer. Que las fuerzas de Castilla con dos pérdidas muy grandes y juntas quedaban quebrantadas, los ánimos otro que tal, muy flacos y muy caidos. Que si juntaba sus fuerzas con las de Portugal podia tener por muy segura la victoria y por concluida la pretension. Entre tanto que andaban estas tramas y se sazonaban, por no estar ociosos y no dar lugar á los contrarios de rehacerse y alentarse, acordaron otrosí de continuar la guerra; el nuevo rey de Portugal para sujetar lo que restaba, correr por todo el reino las reliquias y restante de los castellanos, como lo hizo muy cumplidamente. Su condestable Nuño Pereira con buen número de gente rompió por las tierras del Andalucía haciendo correrías, mal y daño, presas por todas partes. Salieron al encuentro Pero Muñiz, maestre de Santiago, y Gonzalo Nuñez de Guzinan, que ya era maestre de Calatrava, y el conde de Niebla, y con lo que quedaba de la pérdida pasada encerraron á los enemigos que traian menos gente, y los cercaron como con redes cerca de un lugar llamado Valverde. Ellos, visto su peligro, comenzaron á temer y pedir partido; mas tambien la fortuna aquí les favoreció por un caso no pensado, que al principio de la refriega mataron el caballo al maestre de Santiago y despues á él mismo. Por tanto atemorizados los demás rehusaron la pelea como cosa desgraciada, y los portugueses se volvieron sin daño á su tierra, alegres y ricos con la presa que llevaban. Al condestable Nuño Pereira por sus buenos servicios le dió el nuevo Rey el condado de Barcelos. En lugar de Pero Muñiz hizo el rey de Castilla maestre de Santiago á Garci Fernandez de Villagarcía. Restaba la guerra que amenazaba de parte de los ingleses, que ponia al rey de Castilla en mayor cuidado de cómo se defenderia. Vínose de Sevilla á Valladolid para hacer Cortes. El deseo de venganza y reputacion suele calmar en semejantes aprietos; acudió don Cárlos, hijo del rey de Navarra, príncipe valeroso y agradecido para con su cuñado. Acordaron que se hiciesen de nuevo levas de gente en mayor número que hasta allí; que se armasen los vasallos conforme á la posibilidad de cada cual; que se hiciesen rogativas para aplacar á Dios en lugar del luto que traia el Rey y le templó á suplicacion de las Cortes; que dentro y fuera del reino procurasen ayudas y tambien dinero, de que padecian gran falta. Para esto juzgaban que en Francia tendrian muy cierto el favor y amparo. Despacharon embajadores, personas muy nobles, sobre esta razon. Llegados al principio del año de 1386, Paris delante del Rey y sus grandes con palabras lastimosas declararon el trabajo de su patria; que demás de los daños pasados, tales y tan grandes, de Inglaterra se les armaba de nuevo otra tempestad, la cual si á los principios no se atajaba, á manera de fuego que de una casa salta en otras, primero abrasada toda España, pasaria dende á Francia; que les pesaba mucho de estar reducidos á tal término, que fuesen compelidos á serles tantas veces cargosos, sin merecerlo sus servicios; que confesaban ser ningunos ó cortos por no dar lugar á ello los tiempos; que tenian en la memoria que don Enrique, su señor, adquirió aquel reino con las fuerzas .de Francia; la merced hecha al padre era justo continualla en su hijo y pensar que desta guerra no dependia M-11.

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sola la reputacion y autoridad, sino la libertad, la vida y todo su estado, de que sin duda, si fuesen vencidos, serian despojados. Los grandes de Francia que presentes se hallaron con su acostumbrada nobleza todos muy de corazon y voluntad, consultados, respondieron que se debia dar el socorro que aquel Rey, su aliado y amigo, pedia. En particular acordaron que fuese de dos mil caballos, y por capitan dellos Luis de Borbon, tio del rey de Francia de parte de madre, y cien mil florines para las primeras pagas. Añadieron que si este socorro no bastase para la presente necesidad, prometian que el mismo Rey en persona acudiria con todas las fuerzas y poderes de Francia y tomaria á su cargo la querella. El pontífice Clemente eso mismo desde Aviñon escribió al rey don Juan una carta en que le consolaba con razones y ejemplos tomados de los libros sagrados y de historias antiguas. Don Pedro, conde de Trastamara, primo hermano del Rey, que se pasara en tiempo de la guerra de Portugal del ejército real á Coimbra y de allí á Francia, volvió á esta sazon á España ya perdonado. Poca ayuda era toda esta por estar ya las fuerzas apuradas. La tardanza de los ingleses dió entonces la vida, con que la llaga se iba sanando. El rey de Portugal se armó de nuevo y puso cerco sobre Coria. No la pudo ganar á causa que le entró gente de socorro; solo volvió á su reino cargado de despojos. En Segovia se tornaron á juntar Cortes de Castilla á propósito de dar órden en las derramas que convenian hacerse para recoger dinero. En estas Cortes publicó el Rey un escrito en forma de ley, en que pretende animar y unir sus vasallos para tomar las armas en su defensa y deshacer la pretension del duque de Alencastre. Entre otras razones que alega, una es la violencia de que usó el rey don Sancho el Bravo contra sus sobrinos los hijos del infante don Fernando; el deudo que él mismo tenia con su mujer, en que en su vida nunca fué dispensado; la ilegitimidad de las hijas del rey don Pedro, como habidas en su combleza durante el matrimonio de la reina doña Blanca; por el contrario, funda su derecho en el consentimiento del pueblo, que dió la corona á su padre, y en la sucesion de los Cerdas, despojados á tuerto. La verdad era que la Reina, su madre, fué nieta de don Fernando de la Cerda, hijo menor del infante don Fernando, y nieto del rey don Alonso el Sabio, y por muerte de otros deudos quedó sola por heredera de sus estados y acciones. No debió de hacer cuenta de don Alonso de la Cerda, hijo mayor del dicho Infante, ni de su sucesion por la renunciacion que él mismo los años pasados hizo de sus derechos y acciones. Aceptó el de Alencastre el partido que de Portugal le ofrecian, resuelto de aprovecharse de la ocasion que el tiempo le presentaba. Intentó pasar por Aragon, y el de Castilla, desque lo supo, de impedillo; sobre lo cual de entrambas partes se enviaron embajadores á aquel Rey. Despedido, pues de tener aquel paso, en una armada pasó de Inglaterra á España. Aportó á la Coruña á los 26 de julio. Entró en el puerto, en que halló y tomó seis galeras de Castilla; el pueblo no le pudo forzar á causa que el gobernador que allí estaba, por nombre Fernan Perez de Andrada, natural de Galicia, le defendió con mucho valor y lealtad. Eran los ingleses

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