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el mayor que la gente se acordaba, tanto, que llevó por el aire un par de bueyes con su arado, y de la torre de San Agustin derribó y arrojó muy léjos una campana, arrancó otrosí de cuajo muchos árboles muy viejos, y los edificios en muchas partes quedaron maltratados. Viéronse en el cielo como huestes de hombres armados que peleaban entre sí, quier fuese verdadera representacion, quier engaño, como se puede pensar, pues refieren que solamente las vieron los niños de poca edad. Finalmente, tres águilas con los picos y uñas en el aire combatieron por largo espacio; el fin de aquella sangrienta pelea fué que cayeron todas en tierra muertas. Los hombres, movidos destos prodigios y señales, hacian rogativas, plegarias y votos para aplacar, si pudiesen, la ira del cielo que amenazaba y alcanzar el favor de Dios y de los santos.

CAPITULO VII.

De una conjuracion que hicieron los grandes de Castilla.

El rey don Enrique comenzaba á mirar con mala cara al arzobispo de Toledo y al marqués de Villena por entender que en las diferencias de Aragon no le sirvieron con toda lealtad; por esto ni le hicieron compañía cuando fué al Andalucía, ni se hallaron en la junta que tuvieron los reyes en la Puente del Arzobispo; antes por temer que se les hiciese alguna fuerza, ó dallo así á entender, desde Madrid se fueron á Alcalá. Luego se juntaron con ellos el almirante de Castilla y el linaje de los Manriques y don Pedro Giron, maestre de Calatrava; allegáronseles poco despues los condes de Alba y de Plasencia por persuasion del marqués de Villena, que fué secretamente para esto á verse con ellos. El rey de Aragon asimismo por grandes promesas que le hicieron se arrimó á este partido. Estos fueron los principios y cimientos de una cruel tempestad que tuvo á toda España por mucho tiempo muy gravemente trabajada. Era necesario buscar algun buen color para hacer esta conjuracion. Pareció seria el mas á propósito pretender que la princesa doña Juana era habida de adulterio, y por tanto no podia ser heredera del reino. Procuraron para salir con este intento apoderarse de los infantes don Alonso y doña Isabel, hermanos del Rey, que residian en Maqueda con su madre, por parecelles á propósito para con este color revolvello todo. Verdad es que á instancia del Rey y con rehenes que le dieron para seguridad, el marqués de Villena don Juan Pacheco volvió á Madrid. Todo era fingido, y él iba apercebido de mentiras y engaños con que apartar á los demás grandes del Rey y de su servicio. Para este efecto le dió por consejo hiciese prender á don Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, que á menos desto él no podria andar en la corte seguramente. Despues que tuvo persuadido al Rey, con trato doble avisó á la parte del peligro en que estaba. Dió él crédito á sus palabras, huyóse y ausentóse; traza con que forzosamente se hobo de pasar á los alterados. Con esto quedó mas soberbio don Juan Pacheco, en tanta manera, que estando la corte en Segovia al tiempo de los calores, cierto dia entró con hombres armados en el palacio real para apoderarse del Rey

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y de sus hermanos. Pasó tan adelante este atrevimiento, que quebrantó las puertas del aposento real, y por no poder salir con su intento á causa que el Rey y don Beltran de la Cueva con aquel sobresalto se retiraron mas adentro en el palacio y en parte que era mas fuerte, determinó de noche, que fué nueva insolencia, llevar adelante su maldad. Ya era llegada la hora, y los sediciosos se aparejaban con sus armas para ejecutar lo que tenian acordado; mas el Rey y los suyos fueron avisados, con que las asechanzas no pasaron adelante. Estaba don Juan Pacheco, autor de todo esto, á la sazon en palacio; los mas persuadian al Rey y eran de parecer que le debian echar la mano y prenderle. Era tan grande el descuido del Rey, que antepuso una vana muestra de clemencia á su salud y vida. Decia que no era justo quebrantalle la seguridad que le diera, con que escapó entonces de aquel peligro y las cosas se empeoraron de cada dia mas, mayormente que por el mismo tiempo por bula del sumo Pontífice don Beltran de la Cueva fué nombrado por maestre de Santiago, cosa que al pueblo dió mucha pesadumbre por el agravio que se hacia al infante don Alonso en quitalle aquella dignidad. Las demasías de don Juan Pacheco no parecia se podian castigar mejor que con levantar por este medio á su contrario y competidor don Beltran. Intentó de nuevo el dicho marqués de Villena si podia salir con su pretension y con asechanzas y tratos apoderarse del Rey; con este deseño le hizo fuese á Villacastin para tener alli habla. Descubrióse tambien el engaño, y con esto se previno y remedió el daño. Desde Burgos los conjurados, juntados al descubierto y quitada la máscara, escribieron al Rey de comun acuerdo una carta muy desacatada. Las principales cabezas y capítulos eran: que los moros andaban libres en su corte sin ser castigados por maldad alguna que cometiesen; que los cargos y magistrados se vendian; que el maestrazgo de Santiago injustamente y contra derecho se habia dado á don Beltran; la princesa doña Juana, como habida de adulterio, no debia ser jurada por heredera ; que si estas cosas se reformasen, de buena gana dejarian las armas prestos de hacer lo que su merced fuese. Recibió el Rey y leyó esta carta en Valladolid, sin que por ella mucho se alterase; ciega sin duda el entendimiento la divina venganza cuando no quiere que se emboten los filos de su espada. A la verdad este Príncipe tenia con los deleites feos y malos enflaquecidas las fuerzas del cuerpo y del alma. Hallóse presente don Lope de Barrientos, obispo de Cuenca, que pretendia con grande instancia se debia con las armas castigar aquel desacato; pero no aprovechó nada, dado que le protestaba, pues no queria seguir el consejo saludable que le daba, que vendria á ser el mas miserable y abatido rey que hobiese tenido España; que se de arrepentiria tarde y sin provecho de la flojedad que presente mostraba. Tratóse de nuevo de concierto, pues lo de la guerra no contentaba. Para esto entre Cabezon y Cigales, pueblos de Castilla la Vieja, don Juan Pacheco, ¿con qué cara, con qué vergüenza? en fin, en un campo abierto y raso habló por grande espacio con el rey don Enrique. Resultó de la habla que se concertaron y hicieron estas capitulaciones: el infante don Alonso heredase el reino á tal que se casase con la pre

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de presteza al cardenal Pedro Barbo, de nacion veneciano, á 30 del mismo mes de agosto. Llamóse Paulo II. Era de cuarenta y siete años cuando fué electo en lo mejor de su edad. Mostróse muy aficionado á las cosas de España, y así ayudó con su autoridad y diligencia al rey don Enrique en sus grandes trabajos.

CAPITULO VIII.

De las guerras de Aragon.

condesta

tensa princesa doña Juana; don Beltran renunciase el maestrazgo de Santiago; que se nombrasen cuatro jueces, dos por cada una de las partes, y por quinto fray Alonso de Oropesa, general que era de los jerónimos; lo que sobre las demás diferencias determinase la mayor parte destos jueces, aquello se ejecutase. Tomada esta resolucion, el infante don Alonso, que era de edad de once años, de Segovia fué traido á los reales del Rey. Allí le juraron todos por príncipe y heredero del reino; quedó en poder de los grandes, de que resultaron nuevos daños. A don Beltran de la Cueva dió el Rey la villa de Alburquerque con título de duque, y juntamente le hicieron merced de Cuellar, Roa, Molina y Atienza, demás de ciertos juros que en el Andalucía le señalaron por cada un año en recompensa de la dignidad y maestrazgo que le quitaban. Los alterados, señalaron por jueces árbitros á don Juan Pacheco y al conde de Plasencia. El Rey á Pero Hernandez de Velasco y Gonzalo de Saavedra, enemigos declarados de don Juan Pacheco. El arzobispo de Toledo y el almirante se reconciliaron con el Rey; la amistad duró poco, ó como decia el vulgo, fué invencion y querer temporizar. Andaban los cuatro jueces árbitros alterados, y entendíase que si llegaban á pronunciar sentencia, dejarian á don Enrique solo el nombre de rey y le quitarian todo lo demás. Por esto mandó él de secreto al maestre de Alcántara y al conde de Medellin, personas de quien mucho se fiaba, que con las mas gentes que pudiesen se viniesen á él y desbaratasen aquellos intentos. Gonzalo de Saavedra, que era uno de los jueces, y Alvar Gomez, secretario del Rey, al cual hiciera merced en la comarca de Toledo de Maqueda y de Torrejon de Velasco y de San Silvestre, fueron por el Rey llamados. Pusiéronles algunos grandes temores, así á ellos como al maestre de Alcántara don Gomez de Solís y al conde de Medellin; avisáronlos que los querian prender y que sus malos tratos eran descubiertos; con esto les persuadieron se declarasen y públicamente con sus gentes se pasasen á los conjurados. El Rey, avisado de todo esto, puso tachas á los jueces árbitros y alegó que los tenia por sospechosos; mandó otrosí á Pedro Arias, ciudadano de Segovia, cuyo padre fué su contador mayor, que por fuerza se apoderase de Torrejon. Así lo hizo, y dejó aquella villa á los condes de Puñonrostro, sus descendientes. Pedro de Velasco se juntó tambien con los conjurados, dado que su padre el conde de Haro se quejaba mucho desta su liviandad, tanto, que ni con soldados ni con dineros le ayudaba, y le era forzoso andar entre los otros grandes muy desacompañado y desautorizado. Por este mismo tiempo, á 14 de agosto, falleció en Ancona, ciudad de la Marça, el papa Pio II. Pretendia, despues de convocados los príncipes de todo el mundo para tomar las armas contra los turcos, pasar el mar Adriático y ser caudillo en aquella guerra sagrada, que fué una grande determinacion; y con este intento, bien que doliente, se hizo llevar á aquella ciudad; ata-un collado cercano. Parecia queria excusar la batalla,

jóle la muerte y cortóle sus pasos. Duróle poco tiempo el pontificado, solo espacio de tres años; su renombre por sus virtudes y pensamientos altos y por sus letras será inmortal. Con su muerte todos aquellos apercebimientos se deshicieron. Pusieron en su lugar con gran

Con la venida á Barcelona de don Pedro, ble de Portugal, los catalanes cobraron mas ánimo que conforme á las fuerzas que alcanzaban. Mayor era el miedo todavía que la esperanza, como de gente vencida contra los que muchas veces los maltrataron; la obstinacion de sus corazones era muy grande, que mas que todo los sustentaba. La ciudad de Lérida despues que por el Rey estuvo cercada largo tiempo y despues que le talaron y robaron los campos al derredor, finalmente fué forzada á entregarse. En muchas partes en un mismo tiempo la llama de la guerra se emprendia con daño de los pueblos y de los campos, rozas y labranzas; miserable estado de toda aquella provincia. El principal caudillo en esta guerra era don Juan, arzobispo de Zaragoza, que fué otro hijo bastardo del rey de Aragon, mas á propósito para las armas que para la mitra y roquete. Filipo, duque de Borgoña, por el contrario, envió á don Pedro una banda de borgoñones, ayuda de poco momento para negocio tan grande. Con su venida la gente y compañías de catalanes se juntaron en la villa de Manresa hasta en número de dos mil infantes y sobre seiscientos de á caballo. Estaba el conde de Prades por parte del rey de Aragon puesto sobre Cervera. El cerco se apretaba, y los cercados, forzados de la hambre y falta de otras cosas, trataban de rendirse. Para prevenir este daño y por la defensa determinó don Pedro de ir en persona á socorrellos. La gente del rey de Aragon, lo principal de su ejército ý la fuerza so tenía á la raya de Navarra á propósito de sosegar las alteraciones de aquella nacion. Mandó el Rey á su hijo el príncipe don Fernando que con parte del ejército marchase á toda priesa para juntarse con el conde de Prades. Era don Fernando de muy tierna edad, tenia solos trece años; la necesidad forzó á que en aquella guerra comenzase su padre à valerse dél, y él á ejercitarse en las armas; por esto no tuvo tiempo para aprender las primeras letras bastantemente; sus mismas firmas muestran ser esto verdad. Llegaron los del condestable de Portugal á un lugar llamado los Prados del Rey con determinacion de dar la batalla; así lo avisaban las espías. El príncipe don Fernando, que cerca se hallaba, apercebidas todas las cosas y aparejadas, fué en busca del enemigo. Hizo alto en un ribazo, de do sc veian los reales de los catalanes. El Portugués hizo al tanto, que se mejoró de lugar y triucheó los reales en

bien que ordenó sus haces en forma de pelear. En la avanguardia iba Pedro de Deza con espaldas de los borgoñones, que cerraban aquel escuadron. En el segundo escuadron iban por capitanes de los soldados navarros y castellanos Beltran y Juan Armendarios. El cuidado

de la retaguardia llevaba el mismo don Pedro de Portugal. Las gentes de don Fernando eran menos en número, que no pasaban de setecientos caballos y mil infantes. Ordenáronlas desta manera: la avanguardia se encomendó al conde de Prades; Hugon de Rocaberti, castellan de Amposta y Mateo Moncada fortificaban los costados; don Enrique, hijo del infante de Aragon don Enrique, quedó de respeto para socorrer donde fuese necesario; en el postrer escuadron iba el príncipe don Fernando, acompañado de muchos nobles. Bernardo Gascon, natural de Navarra, con la infantería de su cargo llevó órden de tomar la parte de la montaña para que no les pudiesen acometer por aquel lado. Antes que se diese la señal de pelear, el principe don Fernando armó caballeros algunas personas nobles. Comenzaron á pelear los adalides, que iban delante, con grande vocería que levantaron; cargaron los demás, y en breve espacio el primero y segundo escuadron de los portugueses fueron forzados á retirarse, y en fin, todos se desbarataron por el esfuerzo de los aragoneses. Con tanto, atemorizados los demás que pusieron en la retaguardia, en que se hallaba el mismo don Pedro de Portugal y la fuerza del ejército, poca resistencia pudieron hacer. Volvieron las espaldas y huyeron desapoderadamente, la gente de á pié por los montes cercanos, los de á caballo por los llanos. Don Pedro de Portugal se valió de maña para escapar; quitóse la sobreveste, y mezclado con los vencedores, el dia siguiente sin ser conocido se puso en salvo. Los borgoñones, á los cuales se dió la primera carga, casi todos quedaron en el campo; peleaban entre los primeros, y conforme á su costumbre tienen por cosa muy fea volver el pié atrás. De los demás muchos fueron presos, y entre ellos el conde de Pallas, principal atizador de toda esta guerra. Dióse esta batalla postrero dia de febrero del año 1465. La victoria fué tanto mas alegre, que de los aragoneses pocos quedaron heridos, ninguno muerto. Don Pedro de Portugal se volvió á Manresa. Beltran Armendario, sin embargo, fortificó con gente el lugar de Cervera, en que metió parte del ejército, bien que desbaratado, no con menor ánimo que si ganara la victoria. De allí pasó la fuerza de la guerra á la comarca de Ampúrias, en que llevaban siempre lo mejor los aragoneses, y los portugueses lo peor. Parecia que todas las cosas eran fáciles á los vencedores, tanto mas, que los alborotos de Navarra estaban casi acabados y los biamonteses reducidos á la obediencia del Rey con el perdon que otorgó á don Luis y & don Cárlos, hijos de don Luis, ya difunto, conde de Lerin y condestable de Navarra, y juntamente les fueron restituidos sus bienes, cargos y dignidades que solian tener; lo mismo se hizo con don Juan de Biamonte, hermano del dicho Condestable, prior que era de San Juan, en Navarra. Declararon otrosí por herederos de aquel reino á Gaston, conde de Fox, y doña Leonor, su mujer, que ya se intitulaban príncipes de Viana. Ismael, rey de Granada, gozaba de tiempo atrás de una paz muy sosegada, cuando le sobrevino la muerte, á 7 de abril, que fué domingo, año de los árabes 869, á 10 dias del mes de xavan. Sucedióle Albohacen, su hijo, varon de grande ánimo y de grande esfuerzo en

las armas. Tuvo este rey dos mujeres, la una mora de nacion, cuyo hijo fué Boabdil, que adelante se llamó el Rey Chiquito, la otra era cristiana renegada, por nombre Zoroira; della tuvo dos hijos, llamados el uno Cado, y el otro Nacre, los cuales en tiempo del rey don Fernando el Católico, cuando se ganó Granada, se volvieron cristianos; el mayor se llamó don Fernando, y el menor don Juan. Su madre al tanto, movida del ejemplo de sus dos hijos, se redujo á nuestra fe y se llamó doña Isabel. En tiempo deste rey Albohacen hobo por algun tiempo paz con los moros. Por frontero á la parte de Jaen estaba Iranzu, el condestable; por la parte de Ecija don Martin de Córdoba. Por el mismo tiempo don Fernando, rey de Nápoles, vencidos y desbaratados sus enemigos, así los de dentro como los de fuera, afirmaba su imperio en Italia. Despues que en una batalla muy señalada que se dió cerca de Sarno, en Tierra de Labor, quedó vencido, se rehizo de fuerzas, y ayudado de nuevos socorros del Papa y duque de Milan y de Scanderberquio, como arriba queda dicho, el año siguiente despues que perdió aquella jornada humilló al enemigo, que soberbio quedaba, en una batalla que le ganó cerca de Troya, ciudad de la Pulla. No paró hasta tanto que forzó á Juan, duque de Lorena, á retirarse á la isla de Isquia; de donde, sosegadas las alteraciones de los barones y apaciguada la provincia, perdida toda esperanza, fué forzado con poca honra á dar la vuelta á Francia. Era este Príncipe igual en esfuerzo á sus antepasados, y dejó gran fama de su mucha bondad; la fortuna y el cielo no le fueron mas que á ellos favorables. Desta manera el rey don Fernando, puesto fin á la guerra de los barones de Nápoles, que fué muy dudosa y muy larga, entró en Nápoles como en triunfo de sus enemigos á 14 del mes de setiembre; grande magnificencia y aparato, concurso del pueblo y de los nobles extraordinario, que le honraron á porfia con todas sus fuerzas, regocijos y alegrías que se hicieron muy grandes. La reina doña Isabel, su mujer, como quier que atribuia la victoria á Dios y á los santos, visitaba las iglesias con sus hijos pequeños que llevaba delante de sí; arrodillábase delante los altares, cumplia sus votos, hacia sus plegarias, hembra que era muy señalada en religion y bondad, y que merecia gozar de mas larga vida para que el fruto de la victoria fuera mas colmado. Todo lo atajó la muerte; falleció casi al mismo tiempo que el reino quedaba apaciguado. El rey don Fernando, su marido, fundada la paz y ordenadas las demás cosas á su voluntad, tuvo el reino mas de treinta años. Emprendió en lo de adelante y acabó muchas guerras felizmente en ayuda de sus amigos y confederados. Fuera desto, á los turcos que se apoderaron pasados algunos años de Otranto y de buena parte de aquella comarca, desbarató y echó de Italia por su mandado don Alonso, su hijo, duque de Calabria. En conclusion, si este Rey en el tiempo de la paz continuara las virtudes con que alcanzó y se mantuvo en el reino, como fué tenido por muy dichoso, así se pudiera contar entre los buenos príncipes y en virtud señalados; mas hay pocos que en la prosperidad y abundancia no se dejen vencer de sus pasiones y sepan con la razon enfrenar la libertad.

CAPITULO IX.

Que el infante don Alonso fué alzado por rey de Castilla.

No sosegaron las alteraciones de Castilla por quedar el infante don Alonso en poder de los grandes; antes fué para mayor daño lo que se pensó seria para remediar los males. Como fueron los intentos y consejos errados, así tuvieron los remates no buenos. El Rey, de Cabezon, cerca de donde fué la junta y la habla que tuvo con don Juan Pacheco, se partió para el reino de Toledo; los grandes se fueron á Plasencia. El maestre de Calatrava don Pedro Giron, que en Castilla la Vieja era señor de Ureña, se partió para el Andalucía, do tenia tambien la villa de Osuna, con intento de mover los andaluces y persuadilles que tomasen las armas contra su Rey. Era el Maestre hombre vario y no de mucha constancia ni muy firme en la amistad, y que tenia mas cuenta con llevar adelante sus pretensiones y salir con lo que deseaba, que con lo que era honesto y santo. Quitaron el priorado de San Juan á don Juan de Valenzuela, y al obispo de Jaen despojaron de sus bienes y rentas, no por otra causa sino porque eran leales al Rey; delito que se tiene por muy grave entre los que están alborotados y amotinados. Por toda aquella provincia trató de levantar la gente, en especial de meter en la misma culpa á los señores y nobles; prometia á cada cual conforme á lo que era y á su calidad cosas muy grandes, con que muchos se alentaron y resolvieron de juntarse con los alborotados, en particular las comunidades y regimientos de Sevilla y de Córdoba y el duque de Medina Sidonia y conde de Arcos y don Alonso de Aguilar. El rey don Enrique, vista la tempestad que se aparejaba y armaba, en Madrid hizo una junta para tratar del remedio. Preguntó á los congregados lo que les parecia se debia hacer, si acudir á las armas, ó pues las cosas no se encaminaban como se pensó, si seria bien tornar á mover tratos de paz. Callaron los demás; el arzobispo de Toledo dijo que su parecer era debian procurar que el infante don Alonso volviese á poder del Rey, porque ¿quién seria mas á propósito para guardalle como prenda de la paz y para seguridad del casamiento poco antes concertado que su mismo hermano, y que poco despues seria su suegro? Que si no obedeciesen, en tal caso se podria acudir á las armas y á la fuerza y castigar la contumacia de los que se desmandasen. Para lo cual debia la corte con brevedad pasarse á Salamanca, por estar aquella ciudad cerca de donde los conjurados se hallaban, y por esta causa ser muy á propósito para asentar la paz ó hacer la guerra. Parecia á algunos que estas cosas las decia con llaneza; así, vinieron los demás en el mismo parecer, sin que ninguno de los que mejor sentian se atreviese á chistar; todo procedia, no por razon y justicia, sino por fuerza y violencia. Envióse pues por una parte embajada á los grandes, y por otra mandaron que las compañías de soldados acudiesen á Salamanca. Pasó el Rey á Castilla la Vieja y á Salamanca, y con las gentes que llevaba y allí halló puso cerco sobre Arévalo, que se tenia por los alborotados. Desde allí el arzobispo de Toledo, quitada la máscara, se fué á Avila, ciudad que tenia en su poder, que poco antes le dió el Rey, así aquella Al-Le

tenencia como la de la Mota de Medina. A Avila acudieron los conjurados llamados por el Arzobispo; asimismo el Almirante, como lo tenia acordado, se apoderó de Valladolid, do estos señores pensaban hacer la masa de la gente. Con estas malas nuevas y por el peligro que corria de mayores males, despertado el Rey de su grave sueño, á solas y las rodillas por tierra, las manos tendidas al cielo, habló con Dios, segun se dice, desta manera: «Con humildad, Señor, Cristo hijo de Dios y rey por quien los reyes reinan y los imperios se mantienen, imploro tu ayuda; á tí encomiendo mi estado y mi vida; solamente te suplico que el castigo, que confieso ser menor que mis maldades, me sea á mí en particular saludable. Dame, Señor, constancia para sufrille, y haz que la gente en comun no reciba por mi causa algun grave daño. » Dicho esto, muy de priesa sc volvió á Salamanca. Los alborotados en Avila acordaron de acometer una cosa memorable; tiemblan las carnes eu pensar una afrenta tan grande de nuestra nacion; pero bien será se relate para que los reyes por este ejemplo aprendan á gobernar primero á sí mismos, y despues á sus vasallos, y adviertan cuántas sean las fuerzas de la muchedumbre alterada, y que el resplandor del nombre real y su grandeza mas consiste en el respeto que se le tiene que en fuerzas ; ni el Rey, si le miramos de cerca, es otra cosa que un hombre con los deleites flaco; sus arreos y la escarlata ¿ de qué sirve sino de cubrir como parche las grandes llagas y graves congojas que le atormentan? Si le quitan los criados, tanto mas miserable; que con la ociosidad y deleites mas sabe mandar que hacer ni remediarse en sus necesidades. La cosa pasó desta manera. Fuera de los muros de Avila levantaron un cadahalso de madera en que pusieron la estatua del rey don Enrique con su vestidura real y las demás insignias de rey, trono, cetro, corona; juntáronse los señores, acudió una infinidad de pueblo. En esto un pregonero á grandes voces publicó una sentencia que contra él pronunciaban, en que relataron maldades y casos abominables que decian tenia cometidos. Leíase la sentencia, y desnudaban la estatua poco á poco y á ciertos pasos de todas las insignias reales; últimamente, con grandes baldones la echaron del tablado abajo. Hízose este auto un miércoles, á 5 de junio. Con esto el infante don Alonso, que se halló presente á todo, fué puesto en el cadahalso y levantado en los hombros de los nobles, le pregonaron por rey de Castilla, alzando por él, como es de costumbre, los estandartes reales. Toda la muchedumbre apellidaba como suele : Castilla, Castilla por el rey don Alonso, que fué meter en el caso todas las prendas posibles y jugar á resto abierto. Como se divulgase tan grande resolucion, no fueron todos de un parecer; unos alababan aquel hecho, los mas le reprehendian. Decian, y es así, que los reyes nunca se mudan sin que sucedan grandes daños; que ni en el mundo hay dos soles, ni una provincia puede sufrir dos cabezas que la gobiernen; llegó la disputa á los púlpitos y á las cátedras. Quién pretendia que, fucra de herejía, por ningun caso podrian los vasallos deponer al rey; quién iba por camnino contrario. Hizo el nuevo Rey mercedes asaz de lo que poco le costaba, en particular á Gutierre de Solis, por contemplacion del

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maestre de Alcántara, su hermano, dió la ciudad de Coria con título de conde. Las ciudades de Búrgos y de Toledo aprobaron sin dilacion lo que hicieron los grandes. Al contrario, no pocos señores comenzaron á mostrarse con mas fervor por el rey don Enrique; teníanle muchos compasion, y parecíales muy mal á todos que le hobiesen afrentado por tal manera. Pensaban otrosí que en lo de adelante daria mejor órden en sus costumbres y eso mismo en el gobierno. Don García de Toledo, conde de Alba, ya reconciliado con el Rey, acudió luego con quinientas lanzas y mil de á pié. La Reina y la infanta doña Isabel fueron enviadas al rey de Portugal para alcanzar por su medio le enviase gentes de socorro. Habláronle en la ciudad de la Guardia, á la raya de Portugal; pero fuera del buen acogimiento que les hizo y buenas palabras que les dió, no alcanzaron cosa alguna. Las gentes de los señores acudieron á Valladolid; las del Rey á Toro, mas en número que fuertes. Los rebeldes, muy obstinadɔs en su propósito, cargaron sobre Peñaflor. Defendiéronse los de dentro animosamente, que fué causa de que, tomada la villa, le allanasen los muros. Querian con este rigor espantar á los demás. Acudieron á Simancas; el Rey para su defensa despachó al capitan Juan Fernandez Galindo desde Toro con tres mil caballos. Con su llegada cobraron los cercados tanto brio y pasaron tan adelante, que como por escarnio y en menosprecio de los contrarios los mochilleros se atrevieron á pronunciar sentencia contra el arzobispo de Toledo y arrastrar por las calles su estatua, que últimamente quemaron; pequeño alivio de la afrenta hecha al Rey en Avila y satisfaccion muy desigual, así por la calidad de los que hicieron la befa como del á quien se hacia. Alzaron los conjurados el cerco por la resistencia que hallaron, especial que se sabia haberse juntado en Toro un grueso ejército de gentes que acudian al Rey de todas partes, hasta ochenta mil de á pié catorce mil de á caballo. Con estas gentes marcharon la ' vuelta de Simancas; en el camino cerca de Tordesillas fué en una escaramuza y encuentro herido y preso el capitan Juan Carrillo, que seguia la parte de los grandes. Ya que estaba para espirar, llamó al Rey y le avisó de cierto tratado para matalle. Declaróle otrosí en particular y en secreto los nombres de los conjurados; mas el rey don Enrique los encubrió con perpetuo silencio por sospechar, como se puede creer, que aquel capitan, aunque á punto de muerte, fingia aquel aviso, ó por odio que tenia contra los que nombraba, ó para congraciarse con el mismo Rey. Llegó pues á poner sus reales junto á Valladolid; no pudo ganar aquella villa por estar fortificada con muchos soldados, demás que en la gente del Rey se veia poca gana de pelear, y á ejemplo del que los gobernaba, una increible y vergonzosa flojedad y descuido. Tornaron en aquel campo á mover tratos de concierto; acordaron de nuevo de hablarse el rey don Enrique y el marqués de Villena. Fué mucho lo que se prometió, ninguna cosa se cumplió; solamente persua dieron al Rey que, pues sus tesoros no eran bastantes para tan grandes gastos, deshiciese el campo; que en breve el infante don Alonso, dejado el nombre de rey, con los demás grandes se reduciria á su servicio. Desta manera derramaron los soldados por ambas partes; y á los

grandes que estaban con el Rey, aunque no sirvieron, 6 poco, se dieron en Medina del Campo premios muy grandes. Particularmente á don Pedro Gonzalez de Mendoza, obispo de Calahorra, hizo el Rey merced de las tercias de Guadalajara y toda su tierra; al marqués de Santillana, su hermano, dió la villa de Santander en las Astúrias; al conde de Medinaceli dió á Agreda; al de Alba el Carpio; al de Trastamara la ciudad de Astorga en Galicia con nombre de marqués, sin otras muchas mercedes que á la misma sazon se hicieron á otros señores y caballeros. Los alborotados se partieron para Arévalo. Con su ida Valladolid volvió al servicio del Rey. Tenian al infante don Alonso como preso, y porque trataba de pasarse á su hermano, le amenazaron de matalle; ¡miserable condicion de su reinado! Dél estaban apoderados sus súbditos, y él, en lugar de mandar, forzado á obedecellos. Con todo se tornó á tratar de hacer paces. Prometian los alterados que si la infanta doña Isabel casase con el maestre de Calatrava, se rendirian, así el Maestre como su hermano el de Villena, en cuyas manos y voluntad estaba la guerra y la paz. Daba este consejo el arzobispo de Sevilla don Alonso de Fonseca. El Rey vino en ello, y con esta determinacion despidieron de la corte al duque de Alburquerque y al obispo de Calahorra por ser muy contrarios al dicho Maestre, que para el dicho efecto hicieron llamar. La Infanta sentia esta resolucion lo que se puede pensar; su pesadumbre grande, sus lágrimas continuas; consideraba y temia una cosa tan indigna. Su camarera mayor, llamada doña Beatriz de Bovadilla, con la mucha privanza que con ella tenia, le preguntó cuál fuese la causa de tantas lágrimas y sollozos. «¿No veis, dice ella, mi desventura tan grande, que siendo hija y nieta de reyes, criada con esperanza de suerte mas alta y aventajada, al presente, vergüenza es decillo, me pretenden casar con un hombre de prendas en mi comparacion tan bajas? ¡Ohi grande afrenta y deshonra! No me deja el dolor pasar adelante.» «No permitirá Dios, señora, tan grande maldad, respondió dona Beatriz, no en mi vida, no lo sufriré. Con este puñal, que le mostró desenvainado, luego que llegare, os juro y aseguro de quitalle la vida cuando esté mas descuidado !» ¡Doncella de ánimo varonil! Mejor lo hizo Dios. Desde su villa de Almagro se apresuraba el Maestre para efectuar aquel casamiento, cuando en el camino súbitamente adolesció de una enfermedad que le acabó en Villarubia por principio del año de nuestra salvacion de 1466. Su cuerpo sepultaron en Calatrava en capilla particular. Dijose vulgarmente que las plegarias muy devotas de la Infanta, que aborrecia este casamiento, alcanzaron de Dios que por este medio la librase. Estábale aparejado del cielo casamiento mas aventajado y muy mayores estados. En los bienes y dignidades del difuuto sucedieron dos hijos suyos. Don Alonso Tellez Giron, el mayor, conforme al testamento de su padre, quedó por conde de Ureña. Don Rodrigo Tellez Girou, segundo, hobo el maestrazgo de Calatrava por del Papa que para ello tenia alcanzada. Sin estos tuvo otro tercer hijo, llamado don Juan Pacheco, todos ha bidos fuera de matrimonio. Poco autes de la muerte del Maestre se vió en tierra de Jaen tanta muchedumbre de

el bula

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