Imágenes de páginas
PDF
EPUB

langostas, que quitaba el sol. Los hombres atemorizados, cada uno tomaba estas cosas y señales como se le antojaba conforme á la costumbre que ordinariamente tienen de hacer en casos semejantes pronósticos diferentes, movidos unos por la experiencia de casos semejantes, otros por liviandad mas que por razones que para ello haya. En este tiempo, Rodrigo Sanchez de Arévalo, castellano que era en Roma del castillo de Santangel, escribia en latin una historia de España mas pia que elegante, que se llama Palentina, por su autor, que fué obispo de Palencia. Dióle aquella iglesia á instancia del rey don Enrique, al cual intituló aquella historia, el pontífice Paulo II, con quien, puesto que era español, el dicho Rodrigo Sanchez tuvo mucho trato y familiaridad.

CAPITULO X.

De la batalla de Olmedo.

Muy revueltas andaban las cosas en Castilla, y todo estaba muy confuso y alterado, no la modestia y la razon prevalecian, sino la soberbia y antojo lo mandaban todo. Veíanse robos, agravios y muertes sin temor alguno del castigo, por estar muy enflaquecida la autoridad y fuerza de los magistrados. Forzadas por esto las ciudades y pueblos, se hermanaron para efecto que las insolencias y maldades fuesen castigadas. A las hermandades, con consentimiento y autoridad del Rey, se pusieron muy buenas leyes para que no usasen mal del poder que se les daba y se estragasen. Comunmente la gente avisada temia no se volviese á perder España y los males antiguos se renovasen por estar cerca los moros de Africa, como en tiempo del rey don Rodrigo aconteció. La ocasion no era menor que entonces, ni menos el peligro á causa de la grande discordia que reinaba en el pueblo y la deshonestidad y cobardía de la gente principal. Pasaron en esto tan adelante, que vulgarmente llamaban por baldon al arzobispo de Toledo don Oppas, en que daban á entender le era semejable y que seria causa á su patria de otro tal estrago cual acarreó aquel Preludo. Estas discordias dieron avilenteza al conde de Fox, que con las armas pretendia apoderarse del reino de Navarra como dote de su mujer, y que se le hacia de mal aguardar hasta que su suegro muriese. Conforme al comun vicio y falta natural de los hombres, hacia él lo que en su cuñado culpaba, el príncipe don Cárlos. Y aun pasaba adelante con su pensamiento, ca queria hacer guerra á Castilla y forzar al rey don Enrique le entregase los pueblos de Navarra, en que tenia puestas guarniciones castellanas. De primera entrada se apoderó de la ciudad de Calahorra y puso cerco sobre Alfaro. Para acudir á este daño despachó el de Castilla á Diego Euriquez del Castillo, su capellan y su coronista, cuya corónica anda de los hechos deste Rey. Llegado, acometió con buenas razones á reportar al Conde; mas como por bien no acabase cosa alguna, juntadas que hobo arrebatadamente las gentes que pudo, le forzó á que, alzado el cerco de priesa, se volviese y retirase. Asimismo la ciudad de Calahorra volvió á la obediencia del Rey, ca los ciudadanos echaron della la guarnicion que el de Fox allí dejó. Desta manera pasa

ban las cosas de Navarra con poco sosiego. En Cataluña se mejoraba notablemente el partido aragonés. Los contrarios en diversas partes y encuentros fueron vencidos, y muchos pueblos se recobraron por todo aquel estado. Lo que hacia mas al caso, don Pedro el Compe tidor, yendo de Manresa á Barcelona, falleció de su enfermedad en Granolla un domingo, á 29 de junio. Su cuerpo enterraron en Barcelona en nuestra Señora de la Mar con solemne enterramiento y exequias. El pueblo tuvo entendido que le mataron con yerbas, cosa muy usada en aquellos tiempos para quitar la vida á log príncipes. Yo mas sospecho que le vino su fin por tenet el cuerpo quebrantado con los trabajos, y el ánimo aquejado con los cuidados y penas que le acarreó aqueIla desgraciada empresa. Este fué solo el fruto que sacó de aquel principado que le dieron y él aceptó poco acertadamente, como lo daba á entender un alcotan con su capirote que traia pintado como divisa en su escudo y blason en sus armas, y debajo estas palabras: « mo« lestia por alegría. » Dejó en su testamento á don Juan, príncipe de Portugal, su sobrino, hijo de su hermana, aquel condado, en que tan poca parte tenia; además que los aragoneses con la ocasion de faltar á los catalanes cabeza, se apoderaron de la ciudad de Tortosa y de otros pueblos. Para remedio deste daño los calala→ nes, en una gran junta que tuvieron en Barcelona, nombraron por rey á Renato, duque de Anjou, perpetuo enemigo del nombre aragonés; resolucion en que siguieron mas la ira y pasion que el consejo y la razon. A la verdad poca ayuda podian esperar de Portugal, y llamado el duque de Anjou, era caso forzoso que los socorros de Francia desamparasen al rey de Aragon, y por andar el conde de Fox alterado en Navarra, entendian no tendria fuerzas bastantes para la una y la otra guerra. Por el contrario, por mielo desta temp stad el rey de Aragon convidó al duque de Saboya y á Galeazo en lugar de su padre Francisco Esforcia, ya difunto, duque de Milan, para que se aliasen con él. RepresenLábales que Renato con aquel nuevo principado que se le juntaba, si no se proveia, era de temer se quisiesc aprovechar de Saboya, que cerca le caia, y de los milaneses por la memoria de los debates pasados. Acometió asimismo á valerse por una parte de los ingleses; por otra, al principio del año de nuestra salvacion de 1467, envió á Pedro Peralta, su condestable, á Castilla para que procurase atraer á su partido y hacer asiento con los señores confederados y conjurados contra su Rey. Y para mejor expedicion le dió comision de concertar dos casamientos de sus hijos, doña Juana y don Fernando, con el infante don Alonso, hermano del rey don Enrique, y con doña Beatriz, hija del marqués de Villena; tan grande era la autoridad de aquel caballero poco antes particular, que pretendia ya segunda vez mezclar su sangre y emparentar con casa real. Ayudabale para ello el arzobispo de Toledo, clara muestra de la grande flaqueza y poquedad del rey don Enrique. Verdad es que ninguno destos casamientos tuvo efecto. Al infaute don Alonso asimismo poco antes le sacaron de poder del arzobispo de Toledo con esta ocasion. El conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel, reconciliado que se hobo con el rey don Enrique, alcanzó dél le hi

perdon de su yerro pasado, fué enviado por su padre
con setecientos de á caballo y un fuerte escuadron de
gente de á pié. Por este servicio alcanzó se le hiciese
merced de los diezmos del mar; así se dice comunmen-
te y es cierto que se los dió. Era tanto el miedo del Rey
y el deseo que tenia de ganar á los grandes, que para
asegurar en su servicio al marqués de Santillana puso
en su poder á su hija la princesa doña Juana, y así la
llevaron á su villa de Buitrago; grande mengua. Todos
los grandes vendian lo mas caro que podian su servi-
cio á aquel Príncipe cobarde; persuadíanse que con
aquello se quedarian que alcanzasen y apañasen en
aquellas revueltas. Despues que el Rey tuvo junto un
buen ejército, enderezó su camino la vuelta de Medina.
Llegó por sus jornadas á Olmedo; los conjurados, con
intento de impedir el paso á la gente del Rey, salieron
de aquella villa puestos en ordenanza. El rey don Enri-
que deseaba excusar la batalla; su autoridad era tan
poca y los suyos tan deseosos de pelear, que no les pudo

ciese merced de la villa de Portillo, de que en aquella
revuelta de tiempos estaba ya él apoderado. Deseaba
servir este beneficio y merced con alguna hazaña seña-
lada. El infante don Alonso y el arzobispo de Toledo,
donde algun tiempo estuvieron, pasaban á Castilla la
Vieja. Hospedólos el Conde en aquel pueblo. El apo-
sento del Infante se hizo en el castillo; á los demás die-
ron posadas en la villa. Como el día siguiente traťasen
de seguir su camino, dijo no daria lugar para que el
Infante estuviese mas en poder del Arzobispo. Usar de
fuerza no era posible por el pequeño acompañamiento
que llevaban y ningunos tiros ni ingenios de batir;
sujetáronse á la necesidad. El rey don Enrique, alegre
por esta nueva, en pago deste servicio le dió intencion
de dalle el maestrazgo de Santiago, que el Rey tenia en
administracion por el Infante, su hermano. Merced
grande, pero que no surtió efecto por la astucia del
marqués de Villena, con quien el de Benavente comu-
nicó este negocio y puridad. Pensaba por estar casado
con hija del Marqués que no le pondria ningun impedi-ir á la mano. La batalla, que fué una de las mas seña-
mento. Engañóle su pensamiento, ca el Marqués quiso
mas aquella dignidad y rentas para sí que para su yer-
no; y no hay leyes de parentesco que basten para re-
primir el corazon ambicioso. De aquí resultaron entre
aquellos dos señores odios inmortales y asechanzas que
el uno al otro se pusieron. El Marqués era mañoso. Hizo
tanto con el Conde, que restituyó el infante don Alon-
so á los parciales. Con esto la esperanza de la paz se
perdió y volvieron á las armas. El rey don Enrique
sintió mucho esto por ser muy deseoso de la paz, en
tanto grado, que sin tener cuenta con su autoridad, de
nuevo tornó á tener habla con el marqués de Villena,
primero en Coca, villa de Castilla la Vieja, y despues-en
Madrid; y aun para mayor seguridad del Marqués puso
aquella villa como en tercería en poder del arzobispo
de Sevilla. No fueron de efecto alguno estas diligen-
cias, dado que doña Leonor Pimentel, mujer del conde
de Plasencia, acudió allí, llamada de consentimiento
de las partes por ser hembra de grande ánimo y muy
alicionada al servicio del Rey; por este respeto juzga-
ban seria á propósito para reducir á su marido y á los
demás alterados y concertar los debates. Tenia el mar-
qués de Villena mas maña para valerse que el rey don
Enrique recato para guardarse de sus trazas. Concerta-
ron nueva habla para la ciudad de Plasencia. Los gran-
des que
andaban en compañía del Rey llevaban mal es-
tos tratos. Temian algun engaño, y decian no era de
sufrir que aquel hombre astuto se burlase tantas veces
de la majestad real. De Madrid pasó el Rey á Segovia al
principio del estío; los rebeldes se apoderaron de Ol-
medo. Entrególes aquella villa Pedro de Silva, capitan
de la guarnicion que allí tenia. La Mota de Medina se
tenia por el arzobispo de Toledo. Los moradores de
aquella villa por el mismo caso eran molestados, y cor-
ria peligro de que los señores no se apoderasen della.
El rey don Enrique, movido por el un desacato y por el
otro, mandó hacer grandes levas de gente. Llamó en
particular á los grandes; acudió el conde de Medinace-
li, el obispo de Calahorra y el duque de Alburquerque
don Beltran, que hasta entonces estuvo fuera de la cor-
te. Asimismo Pero Hernandez de Velasco, alcanzado

ladas de aquel tiempo, se dió á 20 de agosto, dia de san
Bernardo. Encontráronse los dos ejércitos, pelearon
por grande espacio y despartiéronse sin que la victoria
del todo se declarase, dado que cada cual de las dos
partes pretendia ser suya. La escuridad de la noche
hizo que se retirasen. Los parciales se volvieron á Ol-
medo con el infante don Alonso; las gentes del Rey, que
eran dos mil infantes y mil y setecientos caballos, pro-
siguieron su camino y pasaron á Medina del Campo. El
rey don Enrique no se halló en la batalla. Pedro Peralta
le aconsejó, ya que estaban para cerrar las haces, se
saliese del peligro; algunos cuidaron fué engaño y trato
doble á causa que de secreto favorecia á los conjurados,
á los cuales habia venido por embajador. En particular
era amigo del arzobispo de Toledo, á cuyo hijo, llama-
do Troilo, dió poco antes por mujer á doña Juaua, su
hija y heredera de su estado. Tampoco se halló presente
el marqués de Villena por estar embarazado en el reino
de Toledo, á causa de la junta y capítulo que tenian
los treces de Santiago, que por el mismo tiempo le nom-
braron por maestre de aquella órden; debió ser con
beneplácito del Rey, tal fué su diligencia, su autoridad
y su maña. Con esto él creció grandemeute en poder, y
el recelo y temor de los demás grandes, pues con ser él
el principal autor de toda aquella tragedia, al tiempo
que otro fuera castigado, de nuevo acumulaba nuevas
dignidades y juntaba mayores riquezas. En Navarra
tenia el gobierno por su padre doña Leonor, condesa
de Fox, en el tiempo que por diligencia de don Nicolás
Echavarri, obispo de Pamplona, recobraron los navar-
ros á Viana, que hasta entonces quedó en poder de cas-
tellanos. Un hijo desta señora, llamado Gaston, como
su padre, de madama Madalena, su mujer, hermana
que era de Luis, rey de Francia, hobo á esta sazon un
hijo, llamado Francisco, al cual por su grande hermo-
sura le dieron sobrenombre de Febo. Otra hija del mis-
mo, que se llamó doña Catalina, por muerte de su her-
mano juntó por casamiento el reino de Navarra con el
estado de Labrit, que era una nobilísima casa y linaje
de Francia, como se declara en su lugar. Hacia de or-
dinario su residencia el rey de Aragon en Tarragona

[ocr errors]

para proveer desde allí á la guerra de Cataluña; y dado que era de grande edad y tenia perdida la vista de ambos ojos, todavía el espíritu era muy vivo y el brio grande. En aquella ciudad concertó de casar una hija suya bastarda, llamada doña Leonor, con don Luis de Biamonte, conde de Lerin. Desposólos, á 22 de enero del año 1468, don Pedro de Urrea, arzobispo de aquella ciudad y patriarca de Alejandría. Señaláronle en dote quince mil florines, todo á propósito de ganar aquella familia poderosa y rica en el reino de Navarra; buen medio, si la deslealtad se dejase vencer con algunos beneficios. Hacíanse las Cortes de Aragon en la ciudad de Zaragoza; presidia en ellas la Reina en lugar de su marido. Allí, de enfermedad que le sobrevino, falleció, á 13 de febrero, con grande y largo sentimiento del Rey. Dolíase que siendo él viejo y su hijo de poca edad, les hobiese faltado el reparo de una hembra tan señalada. A la verdad ella era de grande y constante ánimo, no menos bastante para las cosas de la guerra que para las del gobierno. Poco antes de su muerte tuvo habla con doña Leonor, su antenada, condesa de Fox, en Egea, á la raya de Aragon, do pusieron alianza en que expresaron que los mismos tuviesen las dos por amigos y por enemigos; palabras de ánimo varonil y mas de soldados que de mujeres. Su cuerpo fué sepultado en Poblete. De sola una cosa la tachan comunmente, que fué la muerte del príncipe don Cárlos, su antenado; así lo hablaba el vulgo. Añaden que la memoria deste caso la aquejó mucho á la hora de su muerte, sin que ninguna cosa fuese bastante para aseguralla y sosegar su conciencia muy alterada. Las revoluciones y parcialidades dan lugar á hablillas y patrañas.

CAPITULO XI.

Cómo falleció el infante don Alonso.

Llegó la fama de las alteraciones de Castilla á Roma; en especial el rey don Enrique por sus cartas hacia instancia con el pontífice Paulo II para que privase á los obispos sediciosos de sus dignidades y pusiese pena de descomunion á los grandes, si no sosegaban en su servicio. Por esta causa Antonio Venerio, obispo de Leon, enviado á Castilla por nuncio con poderes bastantes, despues de la batalla de Olmedo, en que se halló presente, primero fué á hablar al rey don Enrique en Medina del Campo, teniendo en esto consideracion á su autoridad real; despues como procurase hablar con los conjurados, apenas pudo alcanzar que para ello le diesen lugar, antes le despidieron primera y segunda vez con palabras afrentosas, y pusieran en él las manos si no fuera por tener respeto á su dignidad. Como amenazase de descomulgallos, respondieron que no pertenecia al Pontifice entremeterse en las cosas del reino. Juntamente interpusieron apelacion de aquella descomunion para el concilio próximo, condicion muy propia de ánimos endurecidos y obstinados en la maldad, que siempre se adelante en el mal hasta despeñarse, y quiera remediar un daño con otro mayor, sin moverse por algun escrúpulo de conciencia. Sucedió un nuevo inconveniente para el Rey que mucho le alteró, y fué que don Juan Arias, obispo de Segovia, por satisfa

cerse de la prision que se hizo en la persona de Pedro Arias, su hermano, contador mayor sin alguna culpa suya, solo por engaño del arzobispo de Sevilla, olvidado de los mercedes recebidas y que su hermano ya estaba puesto en libertad, se determinó entregar aquella ciudad de Segovia á los parciales. Ayudaronle para ello Prejano, su vicario, y Mesa, prior de San Jerónimo, con quien se comunicó. Es aquella ciudad fuerte y grande, puesta sobre los montes con que Castilla la Vieja parte término con la Nueva, que es el reino de Toledo. Acudieron todos los grandes como tenian concertado. Fué tan grande el sobresalto, que la Reina, que allí se halló, y la duquesa de Alburquerque apenas pudieron alcanzar les diesen entrada en el castillo, á causa que Pedro Munzares, el alcaide, de secreto era tambien uno de los parciales. La infanta doña Isabel, como sabidora de aquella revuelta y trato, se quedó en el palacio real, y tomada la ciudad, se fué para el infante don Alonso, su hermano, con intento de seguir su partido. Estas nuevas y fama llegaron presto á Medina del Campo, do el rey don Enrique se hallaba, con que recibió mas pena que de cosa en toda su vida, por haber perdido aquella ciudad, ca la tenia como por su patria, y en ella sus tesoros y los instrumentos y aparejos de sus deportes. Desde este tiempo, por hallarse no menos falto de consejo que de socorro, comenzó á andar como fuera de sí. No hacia confianza de nadie. Recelábase igualmente de los suyos y de los enemigos, de todos se recataba, y de repente se trocaba en contrarios pareceres. Ya le parecia bien la guerra, poco despues queria mover tratos de paz, cosa que por su natural descuido y flojedad siempre prevalecia. Señaló la villa de Coca para tener habla de nuevo con el marqués de Villena, magüer que los suyos se lo disuadian, y como no fuesen oidos, los mas le desampararon. En Coca no se efectuó cosa alguna; pareció se tornasen á ver en el castillo de Segovia. Allí se hizo concierto con estas capitulaciones, que no fué mas firme y durable que los pasados. Las condiciones eran el castillo de Segovia se entregue al infante don Alonso; el rey don Enrique tenga libertad de sacar los tesoros que allí están, mas que se guarden en el alcázar de Madrid, y por alcaide Pedro Munzares; la Reina para seguridad que se cumplirá esto esté en poder del arzobispo de Sevilla; cumplidas estas cosas, dentro de seis meses próximos, los grandes restituyan al Rey el gobierno y se pongan en sus manos. Vergonzosas condiciones y miserable estado del reino. ¡Cuán torpe cosa que los vasallos para alla narse pusiesen leyes á su Príncipe, y tantas veces hiciesen burla de su majestad! La mayor afrenta de todas fué que la Reina en el castillo de Alahejos, do la hizo llevar el Arzobispo conforme á lo concertado, pusó los ojos en un cierto mancebo, y con la conversacion que tuvieron se hizo preñada, que fué grave maldad y deshonra de toda España y ocasion muy bastante para que el poco crédito que se tenia de su honestidad pasase muy adelante y la causa de los rebeldes ya pareciese mejor que antes. El Rey, cercado de trabajos y menguas tan grandes, desamparado casi de todos y como fuera de sí, andaba por diversas partes casi como particular, acompañado de solos diez de á caballo. Acordó por postrer remedio

de hacer prueba de la lealtad del conde de Plasencia y entrarse por sus puertas y ponerse en sus manos. Fué alli muy bien recebido, y entretúvose en el alcázar de aquella ciudad por espacio de cuatro meses. En este tiempo, por muerte del cardenal Juan de Mela, que despues de don Pedro Lujen tuvo encomendada la iglesia de Sigüenza, aquel obispado se dió á don Pedro Gonzalez de Mendoza, sin embargo que don Pero Lopez, dean de Sigüenza desde los años pasados, como elegido por votos del cabildo, pretendia y traia pleito contra el dicho cardenal Mela. Euvió el Papa un nuevo nuncio para convidar á los grandes que se redujesen al servicio de su Rey, y porque no obedecian, últimamente los descomulgó. No se espantaron ellos por esto ni se emendaron, bien que lo sintieron mucho, tanto, que enviaron á Roma sus embajadores; mas no les fué dado Jugar para hablar con el Pontífice ni aun para entrar en la ciudad antes que hiciesen juramento de no dar título de rey al infante don Alonso. Ultimamente, en consistorio el Papa con palabras muy graves los reprehendió y amonestó que avisasen en su nombre á los rebeldes procederia con todo rigor contra ellos si no se emendaban; que semejantes atrevimientos no pasarian siu castigo; si los hombres se descuidasen debian temer la venganza de Dios. Añadió que sentia mucho que aquel Principe mozo por pecados ajenos seria castigado con muerte antes de tiempo. No fué vana esta profecía ni falsa. Con esta demonstracion del Pontífice las cosas del rey don Enrique se mejoraron algun tanto, en especial que por el mismo tiempo se redujo á su obediencia la ciudad de Toledo con esta ocasion. Era Pero Lopez de Ayala alcalde de aquella ciudad; su cuñado fray Pedro de Silva, de la órden de Santo Domingo, obispo de Badajoz, á la sazon estaba en Toledo; el cual, comunicado su intento con doña María de Silva, su hermana, mujer del Alcalde, dió al Rey aviso de lo que pensaba hacer, que era entregalle la ciudad. Acudió él sin dilacion, y en dos dias llegó desde Plasencia á Toledo para prevenir con su presteza no hiciese el pueblo alguna alteracion. Entró muy de noche, hospedóse en el monasterio de los dominicos, que está en medio y en lo mas alto de la ciudad. Luego que se supo su llegada, tocaron al arma con una campana; acudió el pueblo alborotado. Pero Lopez de Ayala como supo lo que pasaba, pretendia que el rey don Enrique no saliese en público ni se pasase adelante en aquella traza. Alegaba que le perderian el respeto; así, pasada la media noche, cuando el alboroto estaba sosegado, se salió de la ciudad. Partióse el Rey muy triste, y en su compañía Perafan de Ribera, hijo de Pelayo de Ribera, y dos hijos de Pero Lopez de Ayala, Pedro y Alonso. Al salir de la ciudad reconoció el Rey el cansancio de su caballo, que liabia caminado aquel dia diez y ocho leguas. Pidió á uno de los que le acompañaban le diese el suyo; no quiso. Vista esta cortedad, los dos hijos de Pero Lopez de Ayala á priesa se arrojaron de sus caballos, y de rodillas suplicaron al Rey se sirviese dellos, del uno para su persona, del otro para su paje de lanza. El Rey los tomó y partió de la ciudad acompañándole á pié aquellos caballeros que le dieron los caballos. Llegados á Olías, hizo el Rey merced á Pero Lopez de Ayala de se

tenta mil maravedís de juro perpetuo cada un año. El Obispo asimismo fué forzado á dejar la ciudad. Todo lo cual se trocó en breve; los ruegos, importunaciones y lágrimas de su mujer pudieron tanto con el Alcalde, que arrepentido de lo hecho, dentro de cuatro dias tornó á llamar al Rey. Volvió pues, y halló las cosas en mejor estado que pensaba. Solo por la instancia que hizo el pueblo y por su importunidad les confirmó sus antiguos privilegios y les otorgó otros de nuevo. A Pero Lopez de Ayala en remuneracion de aquel servicio dió título de conde de Fuensalida, y de nuevo le encomendó el gobierno de aquella ciudad, con que el Rey se partió para Madrid. Allí hizo prender al alcaide l'edro Munzares por no estar enterado de su lealtad; contentóse de quitalle la alcaidía, y con tanto poco despues le soltó de la prision. Alteró grandemente la pérdida de Toledo á los parciales, tanto, que salieron de Arévalo, do tenian la masa de su gente, con intento de poner cerco á aquella ciudad. Marchaba la gente la vuelta de Avila, cuando un desastre y revés no pensado desba-. rató sus pensamientos. Esto fué que en Cardeñosa, lugar que está en el mismo camino, dos leguas de Avila, sobrevino de repente al infante don Alonso ung tan grave dolencia, que en breve le acabó. Falleció á 5 de julio; su cuerpo, vuelto á Arévalo, le sepultaron en San Francisco; dende los años adelante le trasladaron al monasterio de Miraflores de cartujos de la ciudad de Búrgos. De la manera y causa de su muerte hobo pareceres diferentes; unos dijeron que murió de la peste que por aquella comarca andaba muy brava; los mas sentian que le mataron con yerbas en una trucha, y que se vieron desto señales en su cuerpo despues de muerto. Alonso de Palencia en la historia deste tiempo y en sus Décadas, que compuso como coronista del mismo lufante, con la libertad que suele, no dudó de contar esto por cierto, hasta señalar por autor de aquel'a maldad y parricidio al marqués de Villena, maestre de Santiago, lo que yo no creo. Porqué & á qué propósito un señor tan principal habia de mancillar su sangre y casa con hecho tan afrentoso? O ¿qué ocasion le pudo dar para ello un mozo que apenas era de diez y seis años? Sospecho que las grandes alteraciones y la corrupcion de los tiempos dieron ocasion á que la historia en alabar á unos y murmurar de otros, conforme à las aficiones de cada cual, ande por este tiempo estragada.

CAPITULO XII.

Que el príncipe de Aragon don Fernando fué nombrado por rey de Sicilia.

Renato, duque de Anjou, sin dilacion aceptó el prin cipado que de su voluntad los catalanes le ofrecian. Movíale á aceptar la ambicion sin propósito, enfermedad ordinaria, y el deseo que tenia de vengar en España los agravios que los aragoneses le hicieron en Italia. Verdad es que él por su larga edad no pudo ir allá; envió á su hijo, llamado Juan, duque que era de Lorena, de quien arriba se dijo fué echado de Italia, para apoderarse de aquel estado; pretendia ayudarse de sus fuerzas y de los socorros de Francia. El rey Francés, pospuesta la confederacion que tenia con Aragon asentada, le envió alguna ayuda despues que hobo puesto fin

á la guerra civil y muy áspera que tuvo con su hermano el duque de Berri, y con Cárlos, duque de Borgoña; parte poco adelante le trajo Juan, conde de Armeñac, con quien el de Lorena, no solo tenia puesta confederacion, sino tambien asentada hermandad para acudirse el uno al otro en las cosas de la guerra. Con tantas ayudas como tuvo, el de Lorena dió alegre principio á esta empresa; el remate fué diferente. La ciudad de Barcelona, luego que vino, le abrió las puertas. Tratóse de la guerra, y acordaron hacer el mayor esfuerzo por la parte de Ampúrias. Acudió el rey de Aragon á la defensa, aunque viejo y ciego. Cerca de Rosas en un encuentro fué desbaratada cierta banda de aragoneses. La fuerza del ejército francés marchó la vuelta de Girona con intento, si Pedro de Rocaberti, que tenia el cargo de la guaruicion, y los demás capitanes saliesen de la ciudad, presentalles la batalla; si se defendiesen dentro de los muros, tenian esperanza con cerco de apoderarse de aquella ciudad fuerte y rica. Sacaron los aragoneses su gente con grande ánimo; hobo algunos encuentros, siempre con mayor daño de los de fuera que de los de dentro. Acudió el príncipe don Fernando, metió todas sus gentes dentro de la ciudad; con tanto hizo que se alzase el cerco. En breve aquella alegría se destempló y trocó en grave pesadumbre. Salió don Fernando de la ciudad, y en una batalla que se dió cerca de un pueblo llamado Villademar le desbarató cierta parte del ejército francés; y muertos muchos de los aragoneses, el Príncipe se salvó por los piés. Quedó preso y en poder de los enemigos Rodrigo Rebolledo, capitan de gran nombre, cuya diligencia que hizo y esfuerzo de que usó en la defensa del Príncipe fué grande. Los primeros impetus de los franceses, mas fuertes que de varones, con maña y dilacion mas que con fuerza se han de rebatir. Tomaron este acuerdo, y por estar cerca el invierno, pusieron guarniciones en lugares á propósito, y dejaron á don Alonso de Aragon para que tuviese cuidado de aquella guerra. Hecho esto, el príncipe don Fernando se partió para Zaragoza, do se tenian Cortes á los aragoneses, y se halló presente á la enfermedad de su madre la Reina y á su muerte, de que queda hecha mencion. Difunta su madre y por estar su padre ciego y en edad de setenta años, fué necesario que las cosas de la paz y de la guerra, cargasen sobre los hombros del príncipe don Fernando, que, aunque de poca edad, daba grandes muestras de virtudes y de un natural excelente. Era menester que tuviese autoridad para gobernar cosas tan grandes; por esto en aquella ciudad fué nombrado por rey de Sicilia como compañero de su padre en aquella parte. Esto sucedió casi á los mismos dias y tiempo en que el infante don Alonso de Castilla pasó desta vida, como queda dicho. El cielo le aparejaba mayor imperio en Italia y en España y la gloria de deshacer el reino de los moros de Granada. Sabida que fué en Zaragoza la muerte del infante don Alonso, luego fué Pedro Peralta con muy bastantes poderes enderezados á los grandes parciales de Castilla para pedilles diesen á la infanta doña Isabel por mujer á don Fernando. Su padre el rey de Aragon se quedó en Zaragoza, y él se volvió á Cataluña á continuar la guerra, que se hacia por mar y por tierra con

gran riesgo del partido de Aragon. Lo que mas deseaba el de Lorena era apoderarse de Girona por entender, tomada aquella ciudad, en todo lo demás no hallaria resistencia. Con esta resolucion se volvió á Francia para hacer nuevas juntas de gentes, como lo hizo con tanta diligencia, que solo en lo de Ruisellon y lo de Cerdania levantó quince mil hombres, fuerzas contra las cuales, juntas con las gentes que antes tenia, los aragoneses no eran bastantes, tanto, que no pudieron meter en Girona, que de nuevo la tenian cercada y con gran porfía la batian, ni vituallas ni socorros. Verdad es que por el esfuerzo y diligencia de don Juan Melguerite, obispo de aquella ciudad y de los otros capitanes que dentro estaban, magüer que el peligro fué grande, la ciudad se defendió. Entre tanto que combatian á Girona, el rey don Fernando volvió sus fuerzas á otra parte, y se apoderó de un pueblo, llamado Verga, por entrega de los de dentro, que le hicieron á 17 de setiembre. Con esta toma, aunque no de mucha importancia, se comenzaron á mejorar las cosas, mayormente que el rey de Aragon á la misma sazon recobró la vista, cosa de milagro. Fué así, que un judío, natural de Lérida, llamado Abiabar, gran médico y astrólogo, se encargó de la cura, y mirado el aspecto de las estrellas, á 11 de setiembre, con una aguja le derribó la catarata del ojo derecho, con que de repente comenzó á ver. Rehusaba el Judío volver á probar cosa tan peligrosa como aquella; decia que el aspecto de las estrellas ni era ni seria en mucho tiempo favorable y que bastaba servirse del un ojo; ¿á qué propósito intentar con peligro lo que excedia las fuerzas humanas? Parecia bien lo que decia á los mas prudentes; pero como quier que el Rey hiciese instancia, á 12 de octubre se volvió á la misma cura, con que quedó tambien sano el ojo izquierdo. Esta alegría, que por la salud del Rey fué, como era razon, muy grande, se aumentó mucho y en breve por alzarse el cerco de Girona, que tenia á todos puestos en mucho miedo. Fué la causa sobrevenir el invierno y la falta que los enemigos tenian de cosas necesarias. Así, la prontitud y alegría con que los franceses vinieron parecia haberse caido, y que cada dia la empresa se hacia mas dificultosa. En Portugal se desposó el príncipe don Juan con doña Leonor, su prima, olvidado del concierto hecho con Castilla de casar con doña Juana. La poca honestidad y poco recato de aquella Reina confirmaban mucho la opinion de los que decian que su hija era habida de mala parte. El padre de la desposada doña Leonor, que era don Fernando, duque de Viseo, apercebida una armada en que pasó á Africa, ganó allí algunas victorias de los moros, y vuelto á su tierra, de su mujer doña Beatriz, hija de don Juan, maestre que fué de Santiago en Portugal, le nació un hijo, llamado don Emanuel, que los años adelante por voluntad de Dios vino á heredar el reino de Portugal. Cuentan los portugueses que en su nacimiento se vieron señales en el cielo que pronosticaban la gloria de aquel Infante y su majestad, como gente muy aficionada á sus reyes y que gusta de hallar cualquier camino y motivo para honrallos.

« AnteriorContinuar »