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mil y quinientos caballos y otros tantos archeros, ca los ingleses son muy diestros en flechar, poca gente, pero que pudiera hacer grande efecto si luego se juntaran con la de Portugal. Los dias que en aquel cerco de la Coruña se entretuvieron fueron de gran momento para los contrarios, si bien ganaron algunos pueblos en Galicia. La misma ciudad de Santiago, cabeza de aquel estado y reino, se les rindió, si por temor no la forzasen, si por deseo de novedades, no se puede averiguar. Lo mismo bicieron algunas personas principales de aquella tierra que se arrimaron á los ingleses. Tenian por cierta la mudanza del Príncipe y del estado, y para mejorar su partido acordaron adelantarse y ganar por la mano, traza que á unos sube y á otros abaja. El de Alencastre á ruegos del Portugués pasó finalmente á Portugal. Echó anclas á la boca del rio Duero. Tuvieron los dos habla en aquella ciudad de Portu, en que trataron á la larga de todas sus haciendas. Venian en compañía del Duque su mujer doña Costanza y su hija doña Catalina y otras dos hijas de su primer matrimonio, Filipa y Isabel. Acordaron para hacer la guerra coutra Castilla de juntar en uno las fuerzas; que ganada la victoria, de que no dudaban, el reino de Castilla quedase por el Inglés, que ya se intitulaba rey; para el Portugués en recompensa de su trabajo señalaron ciertas ciudades y villas. Mostrábanse liberales de lo ajeno, y antes de la caza repartian los despojos de la res. Para mayor seguridad y firmeza de la alianza concertaron que doña Filipa casase con el nuevo rey de Portugal, á tal que el pontífice Urbano dispensase en el voto de castidad, con que aquel Príncipe se ligara como maestre de Avis á fuer de los caballeros de Calatrava. Grande torbellino venia sobre Castilla, en gran riesgo se hallaba. Los santos sus patrones la ampararon, que fuerzas humanas ni consejo en aquella coyuntura no bastaran. Hallábase el rey de Castilla en Zamora ocupado en apercebirse para la defensa, acudia á todas partes con gente que le venia de Francia y de Castilla. Publicó un edicto en que daba las franquezas de hidalgos á los que á sus expensas con armas y caballo sirviesen en aquella guerra por espacio de dos meses, notable aprieto. A don Juan García Manrique, arzobispo de Santiago, despachó con buen número de soldados para que fortaleciese á Leon, ca cuidaban que el primer golpe de los enemigos seria contra aquella ciudad por estar cerca de lo que los ingleses dejaron ganado. Todo sucedió mejor que pensaban. El aire de aquella comarca, no muy sano, y la destemplanza del tiempo, sujeto á enfermedades, fué ocasion que la tierra probase á los extraños, de guisa que de dolencias se consumió la tercera parte de los ingleses. Además que como salian sin órden y desbandados á buscar mantenimientos y forraje, los villanos y naturales cargaban sobre ellos y Jos destrozaban, que fué otra segunda peste no menos brava que las dolencias. Así se pasó aquel estío sin que se hiciese cosa alguna señalada, mas de que entre los príncipes anduvieron embajadas. El Inglés con un rey de armas envió á desafiar al rey de Castilla y requerille le desembarazase la tierra y le dejase la corona que por toda razon le tocaba. El de Castilla despachó personas principales, uno era Juan Serrano, prior de Gua

dalupe, ya aquella santa casa era de jerónimos, para que en Orense, do el Duque estaba, le diesen á entender las razones en que su derecho estribaba. Hicieron ellos lo que les fué ordenado. La suma era que doña Costanza, su mujer, era tercera nieta del rey don Sancho, que se alzó á tuerto con el rèino contra su padre don Alonso el Sabio. Por lo cual le echó su maldicion como á bijo rebelde y le privó del reino, que restituyó á los Cerdas, cuya era la sucesion derechamente y de quien decendia el Rey, su señor. Otras muchas razones pasaron. No se trató de doña María de Padilla ni de su casamiento, creo por huir la nota de bastardía que á entrambras las partes tocaba. Repiquetes de broquel para en público; que de secreto el Prior de parte de su Rey movió otro partido mas aventajado al Duque de casar su hija y de doña Costanza con el infante don Enrique, que por este camino se juntaban en uno los dere→ chos de las partes; atajo para sin dificultad alcanzar todo lo que pretendian, que era dejar á su hija por reina de Castilla. No desagradó al Inglés esta traza, que venia tan bien y tan á cuento á todos, si bien la respuesta en público fué que á menos de restituille el reino, no dejaria las armas ni daria oido á ningun género de concierto; aun no estaban las cosas sazonadas.

CAPITULO XI.

Cómo fallecieron tres reyes.

En este estado se hallaban las cosas de Castilla, para caidas y tantos reveses tolerable. El ver que se entretenian, y los males no los atropellaban en un punto, de presente los consolaba, y la esperanza para adelante de mejorar su partido hacia que el enemigo ya no les causase tanto espanto. A esta sazon en lugares asaz diferentes y distantes casi á un mismo tiempo sucedieron tres muertes de reyes, todos príncipes de fama. En Hungría dieron la muerte á Cárlos, rey de Nápoles, á los 4 de junio con una partesana que le abrió la cabeza. El primer dia de enero luego siguiente, principio del año 1387, falleció en Pamplona don Carlos, rey de Navarra, segundo deste nombre, bien es verdad que algunos señalan el año pasado; mas porque concuerdan en el dia y señalan nombradamente que fué martes, será forzoso no los creamos. Su cuerpo se→ pultaron en la iglesia mayor de aquella ciudad. Cuatro dias despues pasó otrosí desta vida en Barcelona el rey de Aragon don Pedro, cuarto deste nombre; su edad de setenta y cinco años; dellos reinó por espacio de cincuenta y un años menos diez y nueve dias. Era pequeño de cuerpo, no muy sano, su ánimo muy vivo, amigo de honra y de representar en todas sus cosas grandeza y majestad, tanto, que le llamaron el rey don Pedro el Ceremonioso. Mantuvo guerra á grandes príncipes sin socorro de extraños solo con su valor y buena maña; en llevar las pérdidas y reveses daba clara muestra de su grande ánimo y valor. Estimó las letras y los letrados; aficionóse mas particularmente á la astrología y á la alquimia, que enseña la una á adevinar lo venidero, la otra mudar por arte los metales, si las debemos llamar ciencias y artes, y no mas aína embustes de hombres ociosos y vanos. Sepultáronle en Bar

celona de presente; de allí le trasladaron á Poblete, segun que lo dejó mandado en su testamento. Al rey de Nápoles acarreó la muerte el deseo de ensanchar y acrecentar su estado. Los principales de Hungría por muerte de Luis, su rey, le convidaron con aquella corona como el deudo mas cercano del difunto. Acudió á su llamado. La Reina viuda le hospedó en Buda magníficamente. Las caricias fueron falsas, porque en un banquete que le tenia aparejado le hizo alevosamente malar; tanto pudo en la madre el dolor de verse privada de su marido, y á su hija María excluida de la herencia de su padre. De su mujer Margarita, cuya hermana Juana casó con el infaute de Navarra don Luis, segun que de suso queda apuntado, dejó dos hijos, á Ladislao y á Juana, reyes de Nápoles, uno en pos de otro, de que resultaron en Italia guerras y males; el hijo era de poca edad, la hija mujer y de poca traza. El de Navarra de dias atrás estaba doliente de lepra. Corrió la fama que murió abrasado; usaba por consejo de médicos de baños y fomentaciones de piedra zufre; cayó acaso una centella en los lienzos con que le envolvian; emprendióse fuego, con que en un punto se quemaron las cortinas del lecho y todo lo al. Dióse c munmente crédito á lo que se decia en esta parte, por su vida poco concertada, que fué cruel, avaro y suelto en demasía en los apetitos de su sensualidad. Su hija menor, por nombre doña Juana, ya el setiembre pasado era ida por mar á verse con su esposo Juan de Monforte, duque de Bretaña. Tuvo esta señora noble generacion, cuatro hijos, sus nombres Juan, Artus, Guillelmo, Ricardo y tres hijas. Sucedió en la corona de Navarra el hijo del defunto, que se llamó asimismo don Carlos, casado con hermana del rey de Castilla y amigo suyo muy grande. Con la nueva de la muerte de su padre de Castilla se partió á la hora para Navarra, y hechas las exequias al difunto y tomada la corona, hizo que en las Cortes del reino declarasen al papa Clemente por verdadero pontífice, que hasta entonces, á ejemplo de Aragon, se estaban neutrales sin arrimarse á ninguna de las partes. Los maliciosos, como es ordinario en todas las cosas nuevas, y el vulgo que no perdona nada ni á nadie, sospechaban y aun decian que en esta declaracion se tuvo mas cuenta con la voluntad de los reyes de Francia y de Castilla que con la equidad y razon. El rey de Castilla asimismo en gracia del nuevo Rey y por obligalle mas quitó las guarniciones que tenia de castellanos en algunas fortalezas y plazas de Navarra en virtud de los acuerdos pasados; y para que la gracia fuese mas colmada, le hizo suelta de gran cantía de moneda que su padre le debia; obras de verdadera amistad. Con que alentado el nuevo Rey, volvió su ánimo á recobrar de los reyes de Inglaterra y de Francia muchas plazas que en Normandía y en otras partes quitaron á tuerto á su padre. Acordó enviar al uno y al otro embajadas sobre el caso. Podíase esperar cualquier buen suceso por ser ellos tales, que á porfía se pretendian señalar en todo género de cortesía y humanidad; contienda entre príncipes la mas honrosa y real. Además que la nobleza del nuevo Rey, su liberalidad, su muy suave condicion, junto con las demás partes en que á ninguno reconocia ventaja, prendaban los cora

zones de todo el mundo; en que se mostraba bien diferente de su padre. El sobrenombre que le dieron de Noble es desto prueba bastante. En doña Leonor, su mujer, tuvo las infantes Juana, María, Blanca, Beatriz, Isabel. Los infantes Carlos y Luis fallecieron de pequeña edad. Don Jofre, habido fuera de matrimonio, adelante fué mariscal y marqués de Cortes, primera cepa de aquella casa. Otra hija, por nombre doña Juana, casó con Iñigo de Zúñiga, caballero de alto linaje. En Aragon el infante don Juan se coronó asimismo despues de la muerte de su padre; fué príncipe benigno de su condicion y manso, si no le atizaban con algun desacato, No se halló al entierro ni á las honras de su padre, por estar á la sazon doliente en la su ciudad de Girona de una enfermedad que le llegó muy al cabo. Por lo mismo no pudo atender al gobierno del reino, que estaba asaz alborotado por la prision que hicieron en las personas de la reina viuda doña Sibila y de Bernardo de Forcia, su hermano, y de otros hombres principales, que todos por miedo del nuevo Rey se pretendian ausentar. A la Reina cargaban de ciertos bebedizos, que atestiguaba dió al Rey su marido un judío, testigo poco calificado para caso y contra persona tan grave. Pusieron á cuestion de tormento á los que tenian por culpados, y como á convencidos los justiciaron. A la Reina y á su hermano condenaron otrosí á tortura; mas no se ejecutó tan grande inhumanidad, solo la despojaron de su estado, que le tenia grande, y para sustentar la vida le señalaron cierta cantía de moneda cada un año. Luego que el nuevo Rey se coronó y entró en el gobierno, la primera cosa que trató fué del scisma de los pontifices. Así lo dejó su padre en su testamento mandado so pena de su maldicion, si en esto no le obedeciese. Hobo su acuerdo con los prelados y caballeros que juntos se hallaban en Barcelona. Los pareceres fueron diferentes y la cuestion muy reñida. Finalmente, se concertaron en declararse por el papa Clemente, como lo hicieron á los 4 de febrero con aplauso general de todos. Con esto casi toda España quedaba por él, en que su partido y obediencia se mejoró grandemente. Para todo fué gran parte la mucha autoridad y diligencia de don Pedro de Luna, cardenal de Aragon y legado de Clemente en España, que para salir con su intento no dejó piedra que no moviese. Don Juan, conde de Ampúrias, era vuelto á Barcelona; asegurábale la estrecha amistad que tuvo con aquel Rey en vida de su padre, la fortuna que corrió por su causa. Suelen los reyes poner en olvido grandes servicios por pequeños disgustos, y recompensar la deuda, en especial si es muy grande, con suma ingratitud. Echáronle mano y pusiéronle en prision; el cargo que le hacian y lo que le achacaban era que intentó valerse contra Aragon para recobrar su estado de las fuerzas de Francia, grave culpa, si ellos mismos á cometella no le forzaran. Los alborotos de Cerdeña ponian en mayor cuidado; consultaron en qué forma los podrian sosegar; ofrecíase buena ocasion por estar los sardos cansados de guerras tan largas y que deseaban y suplicaban al Rey pusiese fin á tantos trabajos. Acordó el Rey de enviar por gobernador de aquella isla á don Jimen Perez de Arenos, su camarero. Llegado, se concertó con doña Leonor

Arborea en su nombre y de su hijo Mariano, que tenia de su marido Brancaleon Doria, en esta forma: que el juzgado de Arborea les quedase para siempre por juro de heredad; para los demás pueblos á que pretendian derecho se nombrasen jueces á contento de las partes, con seguridad que estarian por lo sentenciado; los pueblos y fortalezas de que durante la guerra se apoderaron por fuerza y en que tenian guarniciones los restituyesen al patrimonio real y á su señorío. Firmaron las partes estas capitulaciones, con que por entonces se dejaron las armas y se puso fin á una guerra tan pesada.

CAPITULO XII.

De la paz que se hizo con los ingleses.

Las pláticas de la paz entre Castilla y Inglaterra iban adelante, y sin embargo se continuaba la guerra con la misma porfía que antes. Seiscientos ingleses á caballo y otros tantos flecheros, que los demás de peste y de mal pasar eran muertos, se pusieron sobre Benavente. Los portugueses eran dos mil de á caballo y seis mil de á pié. El gobernador que dentro estaba, por noinbre Alvaro Osorio, defendió muy bien aquella villa, y aun en cierta escaramuza que trabó mató gente de los contrarios. El rey de Castilla, avisado por la pérdida pasada, no se queria arriscar, antes por todas las vias posibles excusaba de venir á batalla. El cerco con esto se continuaba, en que algunos pueblos de aquella comarca vinieron á poder de los enemigos. El provecho no era tanto cuanto el daño que hacia la peste en los extraños y la hambre que padecian á causa que los naturales, parte alzaron, parte quemaron las vituallas, vista la tempestad que se armaba. Por esto, pasados dos meses en el cerco sin hacer efecto de mucha consideracion, juntos portugueses é ingleses, por la parte de CiudadRodrigo, se retiraron á Portugal. Los soldados aflojaban enfadados con la tardanza y cansados con los males; olian otrosí que entre los príncipes se trataba de hacer paces, que les era ocasion muy grande para descuidar. Los mas deseaban dar vuelta á su tierra, como es cosa natural, en especial cuando el fruto no responde á las esperanzas. Apretábase el tratado de la paz, que estas ocasiones todas la facilitaban mas. Así el rey de Castilla, por tener el negocio por acabado, despidió los socorros que le venian de Francia, y todavía, si bien llegaron tarde y fueron de poco provecho, les hizo enteramente sus pagas, parte en dinero de contado, que se recogió del reino con mucho trabajo, parte en cédulas de cambio. Despachó otrosí sus embajadores al Inglés con poderes bastantes para concluir. Hallábase el Duque en Troncoso, villa de Portugal. Allí recibió cortesmente los embajadores, y les dió apacible respuesta. A la verdad á todos venia bien el concierto; á los soldados dar fin á aquella guerra desgraciada para volverse á sus casas, al Duque porque por medio de aquel casamiento que se trataba hacia á su hija reina de Castilla, que era el paradero del debate y todo lo que podia desear. Asentaron pues lo primero que aquel matrimonio se efectuase; señalaron á la novia por dote á Soria, Atienza, Almazan y Molina. A la Duquesa, su madre, dieron en el reino de Toledo á Guadalajara, y

en Castilla á Medina del Campo y Olmedo. Al Duque quedaron de contar á ciertos plazos seiscientos mil florines por una vez, y por toda la vida suya y de la duquesa doña Costanza cuarenta mil florines cada un año. Esta es la suma de las capitulaciones y del asiento que tomaron. Sintiólo el rey de Portugal á par de muerte, ca no se tenia por seguro si no quitaba la corona á su competidor; bufaba de coraje y de pesar. Por el contrario, el de Alencastre se tenia por agraviado dél, y se quejaba que antes de venir la dispensacion hobiese consumado el matrimonio con su hija. Por esto, y para con mas libertad concluir y proceder á la ejecucion de lo concertado, de la ciudad de Portu se partió por mar para Bayona la de Francia, mal enojado con su yerno. A la hora los pueblos de Galicia que se tenian por los ingleses con aquella partida tan arrebatada volvieron al señorío de su Rey. Los caballeros otrosí que se arrimaron á ellos, alcanzado perdon de su falta, se redujeron prestos de obedecer en lo que les fuese mandado. Sosegaron con esto los ánimos del reino; los miedos de unos, las esperanzas de otros se allanaron, trazas mal encaminadas sin cuento, finalmente, una avenida de grandes males. Hallábase el rey de Castilla para acudir á las ocurrencias de la guerra lo mas ordinario en Salamanca y Toro. Despachó de nuevo embajadores á Bayona para concluir últimamente, firmar y jurar las escrituras del concierto. La mayor dificultad era la del dinero para hacer pagado al de Alencastre y cumplir con él. La suma era grande, y el reino se hallaba muy gastado con los gastos de guerra tan larga y desgraciada, y con las derramas que forzosamente se hicieron. Para acudir á esto se juntaron Cortes en Briviesca por principio del año de 1388. Mostróse el Rey muy humano para granjear á sus vasallos y para que le acudiesen en aquel aprieto. Otorgó con ellos en todo lo que le suplicaron, en particular que la audiencia ó chancillería se mudase, los seis meses del verano residiese en Castilla, los otros seis meses en el reino de Toledo, que no sé yo si finalmente se pudo ejecutar. Acordaron para llegar el dinero de repartir la cantidad por haciendas, imposicion grave, de que no eximian á los hidalgos ni aun á los eclesiásticos; no parecia contra razon que al peligro comun todos sin excepcion ayudasen. Los señores y gente mas granada llevaban esto muy mal, ca temian deste principio no les atropellasen sus franquezas y libertades; que aprietos y necesidades nunca faltan, y la presente siempre parece la mayor. Al fin se dejó este camino, que era de tanta ofension y se siguieron otras trazas mas suaves y blandas. Despedidas las Cortes, se vieron los reyes de Castilla y Navarra primero en Calahorra, y despues en Navarrete; trataron de sus haciendas y renovaron su amistad. Acompañó á su marido la reina doña Leonor, y con su beneplácito se quedó en Castilla para probar si con los aires naturales, remedio muy eficaz, podia mejorar de una dolencia larga y que mucho la aquejaba. A la verdad ella estaba descontenta, buscaba color para apartar aquel matrimonio, segun que se vió adelante. Partido el Rey de Navarra, y firmados los conciertos, el rey de Castilla señaló la ciudad de Palencia, por ser de campaña abundante y porque en Búrgos y toda aquella comarca todavía picaba la

Y

peste, para tener Cortes y celebrar los desposorios de su hijo. Trajeron á la doncella caballeros y señores que envió el Rey hasta la raya del reino para acompañalla. Celebráronse los desposorios con real magnificencia. Las edades eran desiguales; don Enrique de diez años, su esposa doña Catalina de diez y nueve, cosa de ordinario sujeta á inconvenientes y daños. Los hijos herederos de los reyes de Inglaterra se llaman principes de Gales. A imitacion desto quiso el Rey que sus hijos sellamasen príncipes de las Astúrias, demás que les adjudicó el señorío de Baeza y de Andújar, costumbre que se continuó adelante que los hijos herederos de Castilla se intitulen príncipes de las Astúrias, y así los llamará la historia. En las Cortes lo principal que se trató fué de juntar el dinero para las pagas del duque de Alencastre. Dióse traza que se repartiese un empréstido entre las familias que antes eran peclieras, sin tocar á los bidaigos, doncellas, viudas y personas eclesiásticas. En recompensa otorgó el Rey muchas cosas, en particular que á los que sirvieron en la guerra de Portugal, como queda dicho arriba, los mantuviesen en sus hidalguías. Administrábanse los cambios en nombre del Rey; suplicóle el reino que para recoger el dinero que pedia lo encomendase á las ciudades. Hecho el asiento Ꭹ las paces, la duquesa doña Costanza, hija del rey don Pedro, dejado el apellido de reina, con licencia del Rey y para verse con él, por el mes de agosto pasó por Vizcaya y vino á Medina del Campo. Allí fué muy bien recebida y festejada, como la razon lo pedia. Para mas honralla demás de lo concertado le dió el Rey por su vida la ciudad de Huete, dádiva grande y real, mas pequeña recompensa del reino, que á su parecer le quitaban. Presentáronse asimismo, aunque en ausencia, magnificamente el Rey y el Duque; en particular el Duque envió al Rey una corona de oro de obra muy prima con palabras muy corteses; que pues le cedia el reino se sirviese tambien de aquella corona que para su cabeza labrara. Purtiéronse despues desto, la Duquesa para Guadalajara, cuya posesion tomó por principio del año de 1389; el Rey se quedó en Madrid. Allí vinieron nuevos embajadores de parte del duque de Alencastre para rogalle se viesen á la raya de Guiena y de Vizcaya. No era razon tan al principio de la amistad negalle lo que pedia. Vino en ello, y con este intento partió para allá. En el camino adoleció en Burgos, con que se pasó el tiempo de las vistas y á él la voluntad de tenellas. Todavía llegó hasta Victoria, de donde despidió á la duquesa doña Costanza para que se volviese á su marido. En su compañía para mas honralla envió á Pero Lopez de Ayala y al obispo de Osma y á su confesor fray Hernando de Illescas, de la órden de San Francisco, con órden de excusalle con el Duque de la habla por su poca salud y por los montes que caian en el camino cubiertos de nieve y ásperos. La puridad era que el Rey temia verse con el Duque, por tener entendido le pretendia apartar de la amistad de Francia; temia descompadrar con el Duque si no concedia con él; por otra parte, se le hacia muy cuesta arriba romper con Francia, de quien él y su padre tenian todo su ser. Los beneficios eran tales y tan frescos, que no se dejaban olvidar. No le engañaba su pensamiento, antes el Duque, perdida la esperanza de verse con el

Rey, comunicó sobre este punto con los embajadores. La respuesta fué que no traian de su Rey comision de asentar cosa alguna de nuevo, que le darian cuenta para que hiciese lo que bien le estuviese. Con tanto se volvieron á Victoria, sin querer aun venir en que los ingleses pudiesen como las demás naciones visitar la iglesia del apóstol Santiago. Esto pareciera grande extrañeza, si no temieran por lo que antes pasara no alterasen la tierra con su venida ellos y sus aficionados, que siempre quedan de revueltas semejantes, por la memoria del rey don Pedro, y por el tiempo que los ingleses poseyeron aquella comarca. Por este tiempo á los 13 de marzo en Zaragoza al abrir las zanjas de cierta parte que pretendian levantar en el templo de Santa Engracia, muy famoso y de mucha devocion en aquella ciudad, acaso hallaron debajo de tierra dos lucillos muy antiguos con sus letras, el uno de santa Engracia, el otro de san Lupercio. Alegróse mucho la ciudad con tan precioso tesoro y haber descubierto los santos cuerpos de sus patrones, prenda muy segura del amparo que por su intercesion esperaban del cielo alcanzar. Hiciéronse fiestas y procesiones con toda solemnidad para honrar los santos, y en ellos y por ellos á Dios, autor y fuente de toda santidad.

CAPITULO XIII.

La muerte del rey don Juan.

Las vistas del rey de Castilla y duque de Alencastre se dejaron; juntamente en Francia se asentaron treguas entre franceses é ingleses por término de tres años. Pretendian estas naciones, cansadas de las guerras que tenian entre sí, con mejor acuerdo despues de tan largos tiempos de consuno volver sus fuerzas á la guerra sagrada contra los infieles. Juntáronse pues y desde Génova pasaron en Berbería; surgieron á la ribera de Afrodisio, ciudad que vulgarmente se llamó Africa, pusiéronla cerco y batiéronla; el fruto y suceso no fué conforme al aparato que hicieron ni á las esperanzas que llevaban. España no acababa de sosegar; en la confederacion que se hizo con los ingleses se puso una cláusula, como es ordinario, que en aquellas paces y concierto entrasen los aliados de cualquiera de las partes. Juntáronse Cortes de Castilla en Segovia. Acordaron, entre otras cosas, se despachasen embajadores á Portugal para saber de aquel Rey lo que en esto pensaba hacer. La prosperidad, si es grande, saca de seso aun á los muy sabios, y los hace olvidar de la instabilidad que las cosas tienen. Estaba resuelto de continuar la guerra y romper de nuevo por las fronteras de Galicia. Solo por la mucha diligencia de fray Hernando de Illescas, uno de los embajadores, persona en aquella era grave y de traza, se pudo alcanzar que se asentasen treguas por espacio de seis meses. Falleció á esta sazon en Roma á los 15 de octubre el papa Urbano VI. En su lugar dentro de pocos dias los cardenales de aquella obediencia eligieron al cardenal Pedro Tomacello, natural de Nápoles; llamóse Bonifacio IX. El Portugués, luego que espiró el tiempo de las treguas, con sus gentes se puso sobre Tuy, ciudad de Galicia, puesta sobre el mar á los confines de Por

tugal. Apretaba el cerco y talaba y robaba la comarca sin perdonar á cosa alguna. El rey de Castilla, hostigado por las pérdidas pasadas, no queria venir á las manos ni aventurarse en el trance de una batalla con gente que las victorias pasadas la hacian orgullosa y brava. Acordó empero enviar con golpe de gente á don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo, y á Martin Yañez, maestre de Alcántara, ambos portugueses, para meter socorro á los cercados. Llegaron tarde en sazon que hallaron la ciudad perdida y en poder del enemigo. Todavía su ida no fué en vano, ca movieron tratos de concierto, y finalmente por su medio se asentaron treguas de seis años con restitucion de la ciudad de Tuy y de otros pueblos que durante la guerra de la una y de la otra parte se tomaron. El año que se contó de nuestra salvacion de 1390 fué muy notable para Castilla por las Cortes que en él se juntaron de aquel reino en la ciudad de Guadalajara, las muchas cosas y muy importantes que en ellas se ventilaron y removieron. Lo primero el Rey acometió á renunciar el reino en el Príncipe, su hijo; decia que, hecho esto, los portugueses vendrian fácilmente en recebir por sus reyes á él y á la reina dona Beatriz, su mujer. Sueñan los hombres lo que desean; reservaba para sí las tercias de las iglesias que le concediera el papa Clemente, á imitacion de su competidor Urbano que hizo lo mismo con el Inglés. Cada cual con semejantes gracias pugnaba de granjear las voluntades de los príncipes de su obediencia. Reservábase otrosí á Sevilla, Córdoba, Jaen, Murcia y Vizcaya. No vinieron en esto los grandes ni las Cortes. Decian que se introducia un ejemplo muy perjudicial, que era dejar el gobierno el que tenia edad y prudencia bastante, y cargar el peso á un niño, incapaz de cuidados; que de los portugueses no se debia esperar harian virtud de grado si su daño no los forzaba; que los tiempos se mudan, y si una vez ganaron, otra perderian, pues la guerra lo llevaba así. En segundo lugar se trató de los que faltaron á su Rey y se arrimaron durante la guerra al partido de Portugal; acordaron se diese perdon general; confiaban que los revoltosos con sus buenos servicios recompensarian la pasada deslealtad, además que la culpa tocaba á muchos. Solo quedó exceptuado desta gracia el conde de Gijon y en las prisiones que antes le tenian. Su culpa era muy calificada y de muchas recaidas; el Rey mal enojado y aun si el ejemplo del rey don Pedro no le enfrenarà, que se perdió por semejantes rigores, se entiende acabara con él, que perro muerto no ladra. Demás desto, se acordó que el reino sirviese al Rey còn una suma bastante para el sustento y paga de la gente ordinaria de guerra, porque, acabadas las guerras, se derramaban por los pueblos, comian á discrecion, robaban y rescataban á los pobres labradores; estado miserable. Para que esto se ejecutase mejor reformaron el número de los soldados, en guisa que restasen cuatro mil hombres de armas, mil y quinientos jinetes, mil archeros con la gente necesaria para su servicio. Que esta gente estuviese presta para la defensa del reino y se sustentasen de su sueldo, sin vagar ni salir de sus guarniciones ni de las ciudades que les señalasen. Desta manera se puso remedio á la soltura de los soldados, y para ali

viar los gastos bajaron el sueldo, que recompensaron con privilegios y libertades que les dieron. Quitaron la licencia á los naturales de ganar sueldo de ningun príncipe extraño; ley saludable, y que los reyes adelante con todo rigor ejecutaron. Acostumbraban los papas á proveer en los beneficios y prebendas de España á hombres extranjeros, de que resultaban dos inconvenientes notables, que se faltaba al servicio de las iglesias y al culto divino por la ausencia de los prebendados, y que los naturales menospreciasen el estudio de las letras, cuyos premios no esperaban; queja muy ordinaria por estos tiempos, y que diversas veces se propuso en las Cortes y se trató del remedio. Acordaron se suplicase al papa Clemente proveyese en una cosa tan puesta en razon y que todo el reino deseaba. Los señores asimismo de Castilla, infanzones, hijosdalgo, con las revueltas de los tiempos estaban apoderados de las iglesias con voz de patronazgo. Quitaban y ponian en los beneficios á su voluntad clérigos mercenarios, á quien señalaban una pequeña cota de la renta de los diezmos y ellos se llevaban lo demás. Los obispos de Búrgos y Calahorra, por tocalles mas este daño, intentaron de remedialle con la autoridad de las Cortes y el brazo real. El Rey venia bien en ello; pero, vista la resistencia que los interesados hacian, no se atrevió á romper ni desabrir de nuevo á los señores, que poco antes llevaron muy mal otro decreto que hizo, en que á todos los vasallos de señorío dió libertad para hacer recurso por via de apelacion á los tribunales y á los jueces reales; además que se valian de la inmemorial en esta parte, de los servicios de sus antepasados, de las bulas ganadas de los pontífices antes del Concilio lateranense, en que se estableció que ningun seglar pudiese gozar de los diezmos eclesiásticos ni desfrutar las iglesias, aunque fuese con licencia del sumo Pontífice, decreto notable. Las mercedes del rey don Enrique fueron muchas y grandes en demasía. Advertido del daño, las cercenó en su testamento en cierta forma, segun que de suso queda declarado. Los señores propusieron en estas Cortes que aquella cláusula se revocase, por razones que para ello alegaban. El Rey á esta demanda respondió que holgaba, y queria que las mercedes de su padre saliesen ciertas; buenas palabras; otro tenia en el corazon y las obras lo mostraron. A un mismo tiempo llegaron á aquella ciudad embajadores de los reyes de Navarra y de Granada. Ramiro de Arellano y Martin de Aivar pidieron en nombre del Navarro que, pues la reina doña Leonor, su señora, se quedó en Castilla para convalecer con los aires naturales, ya que tenia salud, á Dios gracias, volviese á hacer vida con su marido, que no era razon en aquella edad en que podian tener sucesion estar apartados, en especial que era necesario coronarse, ceremonia y solemnidad que por la ausencia de la Reina se dilatara hasta entonces. Al Rey pareció justá esta demanda. Habló con su hermana en esta razon; que el Rey, su marido, pedia justicia, por ende que sin dilacion aprestase la partida. Excusóse la Reina con el odio que decia le tenia aquella gente; que no podia asegurar la vida entre los que intentaron el tiempo pasado matalla con yerbas por medio de un médico judío. Al Rey pareció cosa fuerte y

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