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el conde de Lerin, que solo en comun y en particular podia mas que todo el resto. Oyó esta embajada el rey don Fernando, prometió tendria cuidado de las cosas del rey Francisco, y para muestra desta su voluntad envió con estos príncipes personas á propósito para que de su parte avisasen á los alborotados que se templasen y prestasen el vasallaje debido á su Rey. Hízose en Tafalla una junta y Cortes de aquel reino. Los embajadores representaron á los presentes lo que les fué mandado; respondieron los navarros que si el Rey no habia tenido libre entrada en el reino, no era por culpa de todos, sino de algunos pocos que alteraban el reino; que si él viniese, los pueblos no faltarian en ninguna cosa de las que deben hacer buenos vasallos. Esta respuesta dió contento, y así se trató con el rey don Fernando que el rey Francisco viniese á Pamplona. Pareció debia venir guarnecido de soldados para que en aquella revuelta de tiempos alguno no se le atreviese. Esto se trataba en los mismos dias que al rey de Portugal sobrevino la muerte en Sintra; á 28 de agosto falleció en el mismo aposento en que nació. Su cuerpo llevaron á Aljubarrota. Sucedióle en su reino y estado su hijo don Juan, segundo deste nombre; por la grandeza de su ánimo y gloria de sus hazañas tuvo renombre de Grande. Este Príncipe por toda su vida tuvo grande enemiga con los reyes de Castilla, como tambien su padre; el padre procedió mas al descubierto y á la llana; el hijo mas astutamente, y por tanto con mayor rabia descargó la saña sobre algunos señores de su reino, que sospechaba favorecian el partido de Castilla, como luego se dirá. Por lo demás en la clemencia, piedad, severidad contra los malhechores, en agudeza de ingenio, presta y tenaz memoria igualó á los demás reyes de su tiempo y aun se aventajó á muchos dellos. Suya fué aquella sentencia: «El reino ó halla á los príncipes prudentes, ó los hace»; por el perpetuo trato que tienen con hombres de grandes ingenios, aventajados en todo género de saber, cuales son muchos de los que andan en los palacios reales, además que los que tratan con los príncipes usan de palabras muy estudiadas á propósito de salir con lo que pretenden y dar muestra de lo que saben.

CAPITULO XXII.

De la muerte de tres príncipes.

En tres años continuos fallecieron continuadamente otros tantos príncipes. En Marsella al fin deste año falleció Cárlos, duque de Anjou; dejó por su heredero al rey de Francia. ¿Cuántos torbellinos y tempestades se levantaran contra Italia por esta causa? Por la muerte deste Príncipe al cierto se juntaron con el reino de Francia dos estados muy principales, el de Anjou y el de la Provenza, sin otras pretensiones que turbaron el mundo. El año luego siguiente de 1482, á 1.o de julio, falleció don Alonso Carrillo y de Acuña, arzobispo de Toledo, bien que de larga edad, siempre de ingenio muy despierto y á propósito, no solo para el gobierno, sino para las cosas de la guerra. Retiróse los años postreros forzado de la necesidad y por desabrimiento mas que de su propia voluntad. Sepultáronle en la capilla mayor de la iglesia de San Fraucisco, monasterio que él mis

mo á sù costa edificó en Alcalá de Henares, donde pasó lo postrero de su edad en mejores ejercicios. Erigió otrosí la iglesia de Sant Juste; parroquial de aquella villa, en colegial, siete dignidades, doce canónigos, siete racioneros. Fué muy dado al alquimia y murió pobre. Todavía se dice dejó cantidad de dinero llegado para reparar la escuela de Alcalá, de que se ayudó despues el cardenal fray Francisco Jimenez para lo mucho que allí hizo los años adelante. A mano izquierda del sepulcro del Arzobispo sepultaron asimismo el cuerpo de Troilo, su hijo; mas el cardenal don fray Francisco Jimenez, por ser cosa fea que hobiese memoria tan pública de la incontinencia de aquel Prelado, hizo que el dicho sepulcro se quitase de allí y le pasasen al capítulo de los frailes. Deste Troilo y de su hijo don Alonso, que fué condestable de Navarra, descienden los marqueses de Falces, señores conocidos en aquel reino; su apellido de Peralta. Sucedió en la iglesia de Toledo y en aquel arzobispado el cardenal de España, gran competidor de don Alonso Carrillo, y que acompañó á los reyes en el viaje de Aragon. Sus padres, Iñigo Lopez de Mendoza, marqués de Santillana, y doña Catalina de Figueroa. Sus hermanos Diego Hurtado de Mendoza, primer duque del Infantado, Lorenzo y Iñigo, condes, el primero de Coruña, el otro de Tendilla, y otros. Fué este Prelado gran personaje, no mas por la nobleza de sus antepasados que por sus grandes partes y virtudes. Con aquella dignidad le quisieron pagar sus servicios y voluntad que siempre tuvo de ayudar al público. A don lñigo Manrique, obispo de Jaen, trasladaron en lugar del Cardenal al arzobispado de Sevilla. En Navarra despues de una nueva alegría se siguió un trabajo y revés muy grande; que así se aguan los contentos y se destemplan. El rey Francisco desde Francia, ca se entretuvo allí por las revueltas grandes y largas de Navarra, últimamente, como tenian concertado, en compañía de su madre y de sus tios y de muchos nobles que de Francia y de Navarra le acompañaban, llegó á Pamplona. Recibiéronle los naturales con grande aplauso y solemnidad, y en la iglesia mayor de aquella ciudad se coronó por rey y se alzaron los pendones reales por él á 3 dias de noviembre. Estaba en la flor de su edad, era de quince años, su belleza por el cabo, de muy buenas inclinaciones. Lo primero que hizo fué mandar, so pena de muerte, que ninguno se llamase de allí adelante ni biamontés ni agramontés, apellidos de bandos odiosos y perjudiciales en aquel reino. A don Luis, conde de Lerin, hizo condestable, como antes se lo llamaba, y juntamente le hizo merced de Larraga y otros pueblos. Deseaba con esto ganalle por ser hombre poderoso y granjear los de su valía; acuerdo muy avisado, vencer con beneficios á los rebeldes. Visitó el reino, castigó los malhechores, estableció y dió órden que los magistrados fuesen obedecidos. Trataban de casalle para tener sucesion. El rey don Fernando pretendia desposalle con su hija doña Juana. El de Francía era de parecer que casase con la otra doña Juana de Portugal, bien que ya era monja profesa. Queria por esta via con las armas de Francia recobrar en dote el reino de Castilla. A esto se inclinaba mas madama Madalena, madre deste Rey, mujer ambiciosa y inclinada á las cosas de Francia. Por esto y

por recelo de alguna fuerza ó engaño persuadió á su hijo que pasase los montes, do tenia grande estado. Apenas era llegado, cuando en la ciudad de Pau ó de San Pablo, en Bearne, á 30 de enero, año de nuestra salvacion de 1483 le sobrevino una dolencia y della la muerte envidiosa, triste y fuera de sazon. Desta manera cayó por tierra la flor de aquella mocedad, como derribada con un torbellino de vientos, al tiempo que se comenzaba á abrir y mostrar al mundo su hermosura. Su cuerpo enterraron en Lescar, ciudad asimismo de Bearne. Sucedióle en el reino su hermana Catarina, como era razon. Con su casamiento poco adelante pasó aquel reino á los franceses, que no les duró ni dél gozaron mucho tiempo; de que resultaron forzosamente alborotos, intentos descaminados de aquella gente, y en fin, tiempos aciagos, como se puede entender por heredar aquel reino una moza de poca edad, cuya madre era francesa de nacion y por el mismo caso poco aficionada á las cosas de España.

CAPITULO XXIII.

De una conjuracion que se hizo contra el rey de Portugal.

En Portugal el rey don Juan castigaba algunos de sus grandes que se conjuraron entre sí para dalle la muerte, y con la sangre de algunos se satisfacia de aquella celada que contra él tenian parada, á que el mismo Rey dió ocasion, por ser de condicion áspera, y por su rigor en hacer justicia y sobre todo por la soltura en el hablar. Esto tenia ofendido á los grandes, sobre todo los desgustaba que contra lo que antiguamente se acostumbraba, los alguaciles del Rey con el favor y alas que les daba y porque así se lo mandaba, se atrevían en sus estados contra su voluntad á prender y castigar á los malhechores. Consultaron entre sí lo que debian hacer, y por la poca esperanza que tenian de ser por bien desagraviados, se resolvieron en defender si fuese menester con las armas la libertad y privilegios que sus antepasados por sus servicios ganaron y dejaron á sus sucesores. Las principales cabezas en estos tratos eran los duques don Fernando, de Berganza, y don Diego, de Viseo, por su nobleza, que eran de sangre real, y por sus estados los mas poderosos de aquel reino. Juntábanse con ellos otros muchos, como fueron el marqués de Montemayor, el conde de Haro, los hermanos del duque de Berganza, don García de Meneses, arzobispo de Ebora, y su hermano don Fernando; item, don Lope de Alburquerque, conde de Penamacor. La ocasion con que se descubrió esta conjuracion fué esta. Hacíanse Cortes de aquel reino en la ciudad de Ebora. Ordenáronse algunas cosas muy buenas, y en particular que los señores no pudiesen libremente agraviar ni maltratar al pueblo, ni tuviesen ellos mas fuerza que las leyes y la razon. Quejábase el duque de Berganza que por este camino los desaforaban y quebrantaban los privilegios y autoridad concedidos á sus antepasados; ofrecíase á mostrar esto por escrituras bastantes, otorgadas por los reyes en favor de los duques de Berganza. Buscaba por su órden estos papeles Lope Figueredo, su contador mayor; halló á vueltas otros por donde constaba de algunos tratos que el M-u.

Duque traia con el rey de Castilla, en gran perjuicio de aquel reino. Llevólos él con toda puridad y mostrólos al Rey. El, enterado de la verdad, le mandó dejar traslado y volver los originales donde los halló. Aconteció que la Reina á la primavera del año 1483 estaba en Almerin doliente de parto. Viniéronla á visitar su hermano el duque de Viseo y su cuñado el duque de Berganza. Acogiólos el Rey muy bien, y regalólos con mucho cuidado. Deseaba sin rompimiento remediar el daño. Un dia, despues de oir misa, habló en secreto con el de Berganza en esta sustancia: «Duque primo, yo os juro por la misa que hemos oido y por el sagrado altar delante del cual estamos, que os trato verdad en lo que os quiero decir. Yo tengo muy averiguados los tratos que en nuestro deservicio habeis traido con el rey de Castilla, afrentosos para vos, y muy fuera de lo que yo esperaba. Apenas acabo de creer lo que sé muy cierto, que con hecho tan feo hayais amancillado vuestra casa, trocado en deslealtad los servicios pasados ; ¡ con cuánta pena os digo esto! Sea lo que fuere, yo estoy determinado de borrallo perpetuamente de la memoria y haceros mas crecidas mercedes y honraros mas que antes, con tal que os emendeis y querais estar de nuestra parte. Dios fué servido que yo tuviese la corona, y vos despues de mí el lugar mas preeminente en estado y autoridad y riquezas poco menos que de rey, demás del casamiento en que me igualais, pues estamos casados con dos hermanas. ¿Quién romperá tan grandes ataduras de amistad? O & de quién podréis esperar mayores mercedes y mas colmadas? El dolor sin falta os ha cegado; pero si en nuestro nuevo reinado usamos de alguna demasía, si nuestros jueces han hecho algun desaguisado, fuera razon que con vuestra paciencia diérades ejemplo á los otros. Yo tambien, avisado, de buena gana emendaré lo pasado; que para el bien y en pro del reino fuera justo que me ayudarades, no solo con consejo, sino con las armas, lo que os torno á encargar hagais con aquella aficion y lealtad que estáis obligado.» Alteróse el Duque con las razones del Rey. Suplicóle no diese oidos ni crédito á los malsines, gente que quiere ganar gracia con hallar en otros faltas ; que no amancillaria su casa con semejante deslealtad; que las mercedes eran mayores que los agravios; nunca Dios permitiese que él hiciese maldad tan grande, cosa que ni aun por el pensamiento le pasaba. Todo lo cual afirmaba con grandes sacramentos. Con esto se puso fin á la plática. El Rey se fué á Santaren, los duques á sus estados, los ánimos en ninguna manera mudados. Entre tanto que esto pasaba, fray Hernando de Talavera, prior de Prado, monasterio que es de jerónimos junto á Valladolid, y confesor de los reyes de Castilla, por su mandado fué á Portugal para confirmar de nuevo las avenencias puestas y tratar que los infantes que pusieron en rehenes fuesen vueltos á sus padres, como se hizo; solamente mudaron en las capitulaciones de antes y concertaron que con el príncipe de Portugal don Alonso casase doña Juana, la hija menor del rey don Fernando, por ser los dos de una edad. Con esto la infanta doña Isabel por fin del mes de mayo volvió á Castilla á poder de sus padres, y el príncipe don Alonso al de

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pañía los conjurados, alegres por parecelles que en tantos dias no habian sido descubiertos, determinados al salir el Rey de la iglesia acometelle y matalle. Quiso su ventura que su camarero, llamado Faria, le avisó á la oreja del riesgo que le amenazaba. Habló á los conjurados cortesmente, con que ellos reprimieron algun tanto su rabia. Sin embargo, como no se tuviese por seguro, se entró en otro templo, que se dice de nuestra Señora la Antigua, y está en el arrabal de aquella villa hácia el mar. Hizo esto disimuladamente por entretenerse hasta tanto que le acudiese mayor número de cortesanos; para esto de propósito alargaba la plática que tenia con Vasco Coutiño. Pesábales á los conjurados de aquella tardanza; temian que si perdian aquella ocasion, alguno de tantos como eran participantes por ventura los descubriria y querria ganar gracias á costa de los otros. Cuando esto sucedió era viérnes, 27 de agosto. El Rey, libre de aquel peligro, envió con otro achaque á llamar al duque de Viseo, que se hallaba con la Duquesa, su madre, en Palmela á la mira de en qué paraba lo que tenian los conjurados tramado. El peligro á que se ponia en obedecer á aquel mandato era grande; pero en fin se resolvió, confiado en que ninguno le habria faltado, á ir al llamado del Rey. Engaǹóle su pensamiento; luego que llegó y entró en el aposento del Rey, en presencia de algunos pocos que allí se hallaron, él mismo le dió de puñaladas. Dijole solamente estas palabras: « Andad, decid al duque de Berganza el fin en que ha parado la tela que dejó comenzada. » Era el duque de Viseo como de treinta años cuando acabó desta manera. Los astrólogos por el aspecto de las estrellas le tenian pronosticado que seria rey; gente vanísima, cuyas mentiras, bien que muchas y conocidas de todos, en todas las naciones han siempre corrido y correrán. Su estado todo fué luego dado á don Emanuel, su hermano, salvo que, mudado el apellido, le llamaron duque de Beja. El cielo le tenia aparejado el reino de Portugal, lo cual dió á entender y pronosticó, como decian, una esfera que traia acaso en su escudo por divisa y blason. A su ayo Diego de Silva, en premio de sus servicios, hizo él mismo adelante merced de Portalegre con título de conde. Los demás conjurados, unos fueron presos, como el arzobispo de Ebora y don Fernando, su hermano, y Gutierre Coutiño; los mas en Castilla vivieron desterrados, pobres y miserables. Por el mismo tiempo el rey Luis XI de Francia falleció en un bosque en que se entrețenia junto á la ciudad de Turon, á 30 dias de agosto; dejó en su testamento mandado que lo de Ruisellon y Cerdania se restituyese á cuyo solia ser. Sucedióle su hijo Cárlos VIII, en edad de trece años, enfermizo, de muy poca salud y mal talle. Su padre le hizo criar en Amboesa, sin dar lugar á que le hablasen ni conversasen fuera de unos pocos criados que le señaló. El retiramiento fué tal, que aun no quiso estudiase gramática. Decia que bastaba supiese en latin estas tres palabras solas: El que no sabe fingir no sabe reinar. Pero nuestro cuento ha pasado en el tiempo muy adelante; será forzoso volver á relatar las cosas de Castilla y tomar el agua de un poco mas atrás.

los suyos. Acompañôle el duque de Berganza para muestra de su voluntad hasta Ebora, en que la corte se hallaba. Allí fué preso, ca se tenia aviso que por medio de Pedro Jusarte de nuevo volvia á los tratos de antes que tenia con el rey don Fernando. Descubriólo Gaspar Jusarte, hermano de Pedro Jusarte, y en premio deste aviso y oficio fueron adelante ambos honrados y galardonados, en particular á Pedro se hizo merced de un pueblo, llamado Arroyuelo. Pusieron acusacion al de Berganza, y oidos sus descargos, por no parecer bastantes, le sentenciaron á muerte como quien cometió delito contra la majestad. La sentencia se ejecutó á 22 de junio, aviso para los demás que pocas veces las novedades paran en bien, antes son perjudiciales, y mas para los mismos que les dieron principio. Juntamente con el Duque justiciaron otros seis hidalgos que hallaron culpados en aquel tratado. El condestable de Portugal con otros se salieron de aquel reino, y los hermanos del duque de Berganza con presteza se ausentaron. Asimismo la duquesa doña Isabel, luego que le vino la triste nueva de la prision de su marido, envió á Castilla sus tres hijos, Filipe, Diego y Dionisio, por no asegurarse que les valdria su inocencia si venian á las manos del Rey sañudo y airado. Destos, don Filipe falleció en Castilla sin casarse, don Diego volvió á Portugal con perdon que adelante se le dió, don Dionisio casó en Castilla con hija heredera del conde de Lemos. Al duque de Viseo valió su poca edad; solo el Rey otro dia depues de justiciado el de Berganza le avisó y reprehendió de palabra sin pasar adelante. Ni el castigo del un duque, ni la clemencia que con el otro se usó, fueron parte para que los conjurados amainasen y desistiesen de sus intentos; antes de secreto se quejaban de tiempos tan miserables, que eran tratados como esclavos, y por estar algunos pocos apoderados de todo, no se hacia caso alguno de los demás. Que el duque de Berganza por no poder disimular con aquellas insolencias pagó con la cabeza. Lo que con él hicieron ¿quién los aseguraria que no se ejecutase con los que quedaban? «¿Hasta cuándo, señores, sufrirémos cosas tan pesadas? Si no ganamos por la mano y no prevenimos tan malos intentos, todos juntamente perecerémos. ¿Por qué no vengamos aquella muerte con matar, y con la sangre del tirano hacemos las exequias y honras de aquel Príncipe inocente y bueno?» Acordaron que se hiciese así, y que muerto el Rey, pondrian en su lugar al duque de Viseo, intento atrevido, porfía pertinaz, miserable remate. Esperaban solamente coyuntura para ejecutar lo concertado; mas antes que lo pudiesen hacer, toda la conjuracion fué descubierta por esta manera. Tenia Diego Tinoco una hermana amiga del arzobispo de Ebora. Esta mujer, sabido lo que pasaba y el peligro que corria el Rey, lo descubrió á su hermano, y él al Rey en hábito de fraile francisco, con que fué á Setubal á hablalle y dalle el aviso para que fuese mas secreto. Lo mismo le avisó Vasco Coutiño, cuyo hermano, llamado Gutierre Coutiño, era cómplice en la prática. En premio, pasado el peligro, le hizo merced del condado de Barba y de Estremoz. Salió el Rey un dia de aquella villa con intencion de visitar una iglesia muy devota que estaba allí cerca. Iban en su com

LIBRO VIGÉSIMOQUINTO.

CAPITULO PRIMERO.

Del principio de la guerra de Granada.

PRINCIPIO de una nueva narracion, y fin deseado de toda esta obra será la famosa guerra de Granada, la cual debajo la conducta y por mandado de los reyes don Fernando y doña Isabel se continuó por espacio de diez años, llena de varios y maravillosos trances, y en cuyo discurso se dieron batallas muy bravas. Su remate últimamente alegre y dichoso para España y para todo el orbe cristiano, pues por esta manera cayó por tierra de todo punto el reino de los moros que en aquellas partes se conservó por mas de setecientos años; grande mengua y afrenta de nuestra nacion. Llegamos á vista de tierra despues de una larga y dificultosa navegacion; queremos caladas las velas tomar puerto, y y con un nuevo aliento y fuerzas de nuestro ingenio poner fin á este trabajo. El socorro y ayuda del cielo y de los santos confiamos que, como hasta aquí, no nos faltará. El reino de Granada está puesto entre el de Murcia y el Andalucía, parte de la antigua Bética y de la provincia cartaginense. Tiene en ruedo setecientas millas, que hacen casi docientas leguas, y es mas largo que ancho. Desde Ronda hasta Huéscar se cuentan sesenta leguas por el largo; por el ancho desde Cambil hasta Almuñecar solas veinte y cinco. Sus aledaños á la parte de levante el reino de Murcia; por la parte de mediodía le baña el mar Mediterráneo; por las demás partes del poniente y del septentrion le ciñen las otras tierras de la Andalucía. Goza de cielo muy alegre y suelo muy apacible. Sus campos son muy fértiles y abundantes en todo género de frutos y esquilmos tanto como los mejores de España. La tierra doblada por la mayor parte; los mismos montes empero por las muchas aguas con que se riegan son á propósito para ser cultivados y criar toda suerte de árboles, por donde perpetuamente están verdes y muy frescos. De aquí resulta ser el aire templado en invierno y en verano, cosa muy saludable para los cuerpos, mayormente en la ciudad de Granada, cabeza del reino, una de las mas nobles, abastadas y mas grandes de toda España, de cuyo nombre toda la provincia se llama el reino de Granada, y la ciudad se llamó así de una cueva que llega hasta una aldea, llamada Alfahar, en que hay fama que antiguamente los naturales se ejercitaban en el arte de nigromancia. Gar en lengua arábiga es lo mismo que cueva, y cierto número de soldados que vinieron en compañía de Tarif á la conquista de España, naturales de una ciudad de la Suria, llamada Nata, acabada aquella guerra desgraciada, hicieron su asiento en aquella parte. De Gar y de Nata se forjó el nombre de Granada, como lo sienten y dicen personas de prudencia y erudicion; otros traen otras etimologías deste

nombre, en que no hay para qué gastar tiempo ni ser pesados con referir diversas opiniones y derivaciones de vocablos, mayormente inciertas. Averiguase al cierto que en aquel reino á la sazon que se comenzó esta guerra y cuando últimamente quedaron vencidos los moros y sujetos, se contaban catorce ciudades y noventa y siete villas. Las mas principales ciudades, fuera de la ya dicha, eran Almería, Málaga y Guadix; Plinio la llamó Acci. Todas tres tienen iglesias catedrales y buen número de ciudadanos. Muchas causas se ofrecian para emprender esta guerra; el odio comun contra aquella gente, la diversidad en la religion y haberse fundado aquel reino en España á sinrazon y conservado por largo tiempo con vergüenza y afrenta de los cristianos, muchos y grandes agravios de la una y de la otra parte como suele acontecer entre reinos comarcanos. La flaqueza de nuestros reyes fué causa que las reliquias de aquella gente, aunque reducidas á un rincon de España, se conservaron tanto tiempo por estar dividida España en muchos principados, poco unidos entre sí á propósito de destruir los enemigos de cristianos. Es así de ordinario, que tanto sentimos los daños públicos, y no mas, cuanto se mezclan con nuestros particulares. El amor de la religion poco mueve cuando punza el deseo de vengar otras injurias ó la codicia de acrecentar el estado. Si alguna vez, como era justo, se concertaban para destruir los moros, impedian las fuerzas de Africa, que cae cerca, de do tenian cierta esperanza de socorros; además que muchas veces innumerables gentes, pasado el mar, á manera de rio arrebatado se derramaron y rompieron por España con espanto de todos los cristianos. Esta fué la causa que el imperio de aquella gente, que ellos fundaron en menos de tres años, se conservó tanto tiempo. Así fué la voluntad de Dios, que castigó con este daño los pecados de nuestra nacion. Quien tiene el cielo ofendido ¿qué maravilla que su trabajo é intentos salgan vanos? Y al contrario, todo sucede prósperamente cuando tenemos á Dios y á los santos aplacados. Así se vió en este tiempo. Ordenado que se hobo el santo oficio de la Inquisicion en España y luego que los magistrados cobraron la debida fuerza y autoridad, sin la cual á la sazon estaban para castigar los insultos, robos y muèrtes, al momento resplandeció una nueva luz, y con el favor divino las fuerzas de nuestra nacion fueron bastantes para desarraigar y abatir el poder de los moros. Estas eran las causas antiguas que justificaron esta guerra, á las cuales se añadió una nueva insolencia. Esto fué que la villa de Zabara, asentada entre Ronda y Medina Sidonia, pueblo bien fuerte, estaba en poder de cristianos desde que el infante don Fernando, abuelo del rey don Fernando, la ganó de los moros, como arriba queda declarado. Hernando de Saavedra, que

tenia cuidado de aquella plaza, por no recelarse de cosa semejante, no se hallaba bastantemente apercebido de soldados, almacen y vituallas; falta de proveedores, aprovechamiento de capitanes acarrean estos daños. Vino este descuido á noticia del rey moro Albohacen: acudió con gente de los suyos, y de noche al improviso escaló aquel pueblo á 27 de diciembre, principio del año 1481; ayudábale la noche, que era muy tempestuosa de lluvias y vientos. Los moradores, atemorizados sin saber á qué parte acudir, fueron muertos todos los que se atrevieron á hacer resistencia con las armas; los demás á manera de ganado los llevaron delante los vencedores á Granada sin tener compasion á viejos, niños ni mujeres, de cualquier estado y calidad que fuesen. El pueblo quedó por los moros, y ellos le fortificaron muy bien. A los nuestros pareció que este daño era grande, y tal la afrenta, que no se debia disimular. Algunos asimismo se alegraban por verse puestos en necesidad de vengar las injurias pasadas y la presente y destruir aquella gente malvada. Los reyes don Fernando y doña Isabel desde Medina del Campo, do tuvieron aviso de lo que pasaba, mandaron á los que tenian cargo de las fronteras y á las ciudades comarcanas que se apercibiesen para la guerra y que no aflojasen en el cuidado y vigilancia. Que el daño recebido les debia hacer mas recatados, y avisar que los moros en ninguna cosa guardan la fe y la palabra. Verdad es que ellos se excusaban con la costumbre que tenian durante el tiempo de las treguas, de hacer los unos y los otros cabalgadas y correrías, y aun se tomaban lugares con tal que la batería no pasase de tres dias y que no asentasen ni fortificasen cerca del pueblo que batian sus reales. Desta misma licencia y color se aprovecharon los moros al principio del año siguiente 1482 para acometer á Castellar y á Olbera, mas no los pudieron tomar. Los nuestros, movidos destos daños tan ordinarios, se determinaron á vengallos. Juntaron en Sevilla buen número de gente y todo lo al que era necesario. Consultaban entre sí por qué parte seria bueno hacer entrada en tierra de moros, cuando les vino aviso que la villa de Alhama tenia pequeña guarnicion y flaca, y las centinelas poco cuidado; que seria á propósito acometer á tomalla. Diego de Merlo, asistente de Sevilla y que tenia el cargo de la guerra, trató esto con el marqués de Cádiz don Rodrigo Ponce. Acordaron de acudir á toda priesa de noche y por caminos extraordinarios. Llevaban dos mil y quinientos de á caballo y cuatro mil peones; llegaron en tres dias á un valle rodeado por todas partes de recuestos y collados mas altos. Allí los capitanes avisaron á los soldados que venian cansados del camino que Alhama no distaba mas que media legua, que era justo de buena gana llevasen el trabajo restante para vengarse de los moros, perpetuos enemigos de cristianos. Demás desto, les avisaron de la presa y saco. Trecientos escogidos y pláticos entre todos los soldados se adelantaron. Estos, llegado que hubieron muy de noche, como vieron que nadie se rebullia en el castillo, puestas sus escalas, subieron á la muralla. El primero se llamaba Juan de Ortega, y despues dél otro Juan, natural de Toledo, y Martin Galindo, todos tres soldados muy denodados y

animosos. Mataron las centinelas que hallaron dormidas, y degollados algunos otros, abrieron la puerta del castillo que sale al campo, por la cual entraron los demás soldados. Los del pueblo, espantados con aquel sobresalto, acuden á las armas; hicieron reparos y palizadas para que del castillo no les pudiesen entrar el pueblo, que luego al reir del alba probaron los nuestros á ganar. No pudieron salir con su intento; antes Sancho de Avila, alcaide de Carmona, y Martin de Rojas, alcaide de Arcos, como quier que fuesen los primeros al arremeter, pagaron su osadía con las vidas. En la misma puerta del castillo cayeron muertos por los tiros, flechas, dardos y piedras que les arrojaron. El negocio no sufria tardanza. Está aquel lugar distante de Granada solamente ocho leguas; corrian peligro que toda la reputacion ganada con la toma del castillo la perdiesen si luego no se apoderaban del pueblo. La dificultad por entrambas partes era grande. Algunos pretendian que seria bien abatir y quemar el castillo, y con esto volver atrás. Los mas atrevidos y arriscados, gente acostumbrada á poner su vida á riesgo por la esperanza de la victoria y codicia de la ganancia, eran de contrario parecer, que no se alzase la mano hasta salir con la empresa; así se hizo; á un mismo tiempo acometieron á entrar por diversas partes. Algunos de fuera escalaron el muro. Acudió contra ellos la fuerza de los moros de la villa, que dió lugar á los que estaban dentro del castillo de entrar el pueblo por aquella parte. Peleóse valientemente por las calles ; los fieles se aventajaban en el esfuerzo; el número de los moros era mayor; y dado que era gente flaca por la mayor parte mercaderes, y el regalo de los baños, que los hay en aquella villa muy buenos, les tenia debilitadas las fuerzas; todavía la misma desesperacion, arma muy fuerte en el peligro, los hacia muy animosos. Duró la pelea hasta la noche, cuando contra la obstinacion de los enemigos prevaleció la constancia de los nuestros. Los que se recogieron á la mezquita, que fueron muchos en número, parte degollaron, y los demás tomaron por esclavos. Desta manera la pérdida de Zahara se recompensó, y del agravio se tomó la debida satisfaccion; mas perdieron los moros que ganaron, y su insulto se rebatió con hacerles mayor daño. Estos fueron los primeros principios de aquella larga guerra y sangrienta. Sobre la toma de Alhama anda un romance en lengua vulgar, que en aquel tiempo fué muy loado, y en este en que los ingenios están mas limados no se tiene por grosero, antes por elegante y de buena tonada. Ganóse Alhama á postrero de febrero. Esta pérdida puso grande espanto en los moros, y á los fieles en grande cuidado. Los moros, por ver que los contrarios llegaron tan cerca de la ciudad de Granada, se recelaban de mayores daños, y temian no fuese venido el fin de aquel principado y reino. Congojábanles algunas señales vistas en el cielo, y un viejo adevino, luego que los moros tomaron á Zahara, refieren dijo en Granada á gritos: «Las ruinas deste pueblo ¡ ojalá yo mienta! caerán sobre nuestras cabezas. El ánimo me da que el fin de nuestro señorío en España es ya llegado.» Todo esto fué causa que con mayor diligencia hiciesen gente por toda aquella provincia; el mis

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