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metidas primeras muy bravas; mas luego se sosiega, mayormente que estaba sin cabeza y sin fuerzas, y sus intentos por ende desvariados. Así, el dia siguiente, algun tanto sosegada aquella tempestad, pasó al Albaicin, do tenia la gente aficionada. Juntó los que pudo y hablóles desta manera: «Por vuestro respeto, no por el mio, como algunos con poca vergüenza han sospechado, he venido á amonestaros lo que vos está bien, de que es bastante prueba que con tener en mi poder el castillo del Alhambra, no quise llamar al enemigo y entregaros en sus manos, magüer que me lo teníades bien merecido. Ni aun antes de ahora en tanto que con vuestras fuerzas os defendíades ó esperábades socorro de otra parte, ni en tanto que en la ciudad duró la provision, os persuadí que tratásedes de paz. Bien confieso haber en muchas cosas errado, en fiarme del enemigo y en alzarme con el reino contra mi padre, pecados los tengo bien pagados. Perdida toda la esque peranza, hice asiento con el enemigo, si no aventajado, á lo menos conforme al tiempo y necesario. No puedo entender qué alegan estos hombres locos y sandios para desbaratar la paz que está muy bien asentada. Si de alguna parte hay remedio, yo seré el primero á quebrantar lo concertado; pero si todo nos falta, las fuerzas, las ayudas, la provision y casi el mismo juicio, ¿á qué propósito con locura, ó ajena si os descontenta, ó vuestra si venís en este dislate, quereis despeñaros en vuestra perdicion? De dos inconvenientes, cuando ambos no se pueden excusar, que se abrace el menor aconsejan los sabios, cuales yo me persuadiria sois los que presentes estáis, si el alboroto pasado no me hiciera trocar parecer. Todo lo que teneis es del vencedor, la necesidad aprieta; lo que dejan debeis de pensar es gracia, y os lo hallais. No trato si los enemigos guardarán la palabra; yo confieso que muchas veces la han quebrantado. El hacer confianza es causa que los hombres guarden fidelidad, especial que para seguridad podemos pedir nos dén en rehenes castillos ó personas principales; que con el deseo que el enemigo tiene de concluir la guerra, no reparará en nada.»> Con este razonamiento los ánimos alterados del pueblo se sosegaron. Muchas veces, así los remedios de semejantes alteraciones como las causas, son fáciles. Qué se haya hecho del moro que amotinó el pueblo, no se dice; puédese entender que huyó. Consta que el rey Chiquito, avisado por el peligro pasado y por miedo que entre tanto que los dias que tenian concertados para entregar la ciudad se pasasen, podrian de nuevo resultar revoluciones y novedades, sin dilacion envió una carta al rey don Fernando con un presente de dos caballos castizos, una cimitarra y algunos jaeces. Avisábale de lo que pasara en la ciudad, del alboroto del pueblo, que convenia usar de presteza para atajar novedades, viniese aína, pues pequeña tardanza muchas veces suele ser causa de grandes alteraciones. Final-. mente, que muy en buen hora, pues así era la voluntad de Dios, el dia siguiente le entregaria el Alhambra y el reino como á vencedor de su mano misma, que no dejase de venir como se lo suplicaba.

CAPITULO XVIII.

Que Granada se ganó.

Esta carta llegó á los reales el dia de año nuevo, la cual como el rey don Fernando leyese, bien se puede entender cuánto fué el contento que recibió. Ordenó que para el dia siguiente, que es el que en Granada se hace la fiesta de la toma de aquella ciudad, todas las cosas se pusiesen en órden. El mismo, dejado el luto que traia por la muerte de su yerno don Alonso, príncipe de Portugal, vestido de sus vestiduras reales y paños ricos, se encaminó para el castillo y la ciudad con sus gentes en ordenanza y armados como para pelear, muy lucida compañía y para ver. Seguíanse poco despues la Reina y sus hijos, los grandes, arreados de brocados y sedas de gran valor. Con esta pompa y repuesto al tiempo que llegaba el Rey cerca del alcázar, Boabdil, el rey Chiquito, le salió al encuentro acompañado de cincuenta de á caballo. Dió muestra de quererse apear para besar la mano real del vencedor; no se lo consintió el Rey. Entonces, puestos los ojos en tierra y con rostro poco alegre : « Tuyos, dice, somos, Rey inconfiados vencible; esta ciudad y reino te entregamos, usarás con nosotros de clemencia y de templanza. » Dichas estas palabras, le puso en las manos las llaves del castillo. El Rey las dió á la Reina, y la Reina al Príncipe, su hijo; dél las tomó don Iñigo de Mendoza, conde de Tendilla, que tenia el Rey señalado para la tenencia de aquel castillo y por capitan general en aquel reino, y á don Pedro de Granada por alguacil mayor de la ciudad, y á don Alonso, su hijo, por general de la armada de la mar. Entró pues con buen golpe de gente de á caballo en el castillo. Seguíale un buen acompañamiento de señores y de eclesiásticos. Entre estos los que mas se señalaban eran los prelados de Toledo y de Sevilla, el maestre de Santiago, el duque de Cádiz, fray Hernando de Talavera, de obispo de Avila electo por arzobispo de aquella ciudad, el cual, hecha oracion como es de costumbre en accion de gracias, juntamente puso el guion que llevaba delante de sí el cardenal de Toledo, como primado, en lo mas alto de la torre principal y del homenaje, á los lados dos estandartes, el real y el de Santiago. Siguióse un grande alarido y voces de alegría, que daban los soldados y la gente principal. El Rey, puestos los hinojos con grande humildad dió gracias a Dios por quedar en España desarraigado el imperio y nombre de aquella gente malvada y levantada la bandera de la cruz en aquella ciudad, en que por tanto tiempo prevaleció la impiedad con muy hondas raíces y fuerza. Suplicábale que con su gracia llevase adelante aquella merced y fuese durable y perpetua. Acabada la oracion, acudieron los grandes y señores á dalle el parabien del nuevo reino, é hincada la rodilla, por su órden le besaron la mano. Lo mismo hicieron con la Reina y con el Príncipe, su hijo. Acabado este auto, despues de yantar, se volvieron con el mismo órden á los reales por junto á la puerta mas cercana de la ciudad. Dieron al rey Chiquito el valle de Purchena, que poco antes se ganó en el reino de Murcia de los moros, y señaláronle rentas con que pasase, si bien no mucho despues se pasó á Africa ; que los que

se vieron reyes no tienen fuerzas ni paciencia bastante para llevar vida de particular. Quinientos cautivos cristianos, segun que tenian concertado, fueron sin rescate puestos en libertad. Estos en procesion luego el otro dia despues de misa se presentaron con toda lumildad al Rey. Daban gracias á los soldados por aquel bien que les vino por su medio. Alababan lo mucho que hicieron por el bien de España, por ganar prez y honra y por el servicio de Dios; llamábanlos reparadores, padres y vengadores de la patria. No pareció entrar en la ciudad antes de estar para mayor seguridad apoderados de las puertas, torres, baluartes y castilos; lo cual todo hecho, el cuarto dia adelante, por el mismo órden que la primera vez, entraron en la ciudad. . En los templos que para ello tenian aderezados cantaron himnos en accion de gracias; capitanes y soldados á porfía engrandecian la majestad de Dios por las victorias que les dió unas sobre otras y los triunfos que ganaron de los enemigos de cristianos. Los reyes don Fernando y doña Isabel con los arreos de sus personas, que eran muy ricos, y por estar en lo mejor de su edad y dejar concluida aquella guerra y ganado aquel nuevo reino, representaban mayor majestad que antes. Señalábanse entre todos, y entre sí eran iguales; mirábanlos como si fuerau mas que hombres y como dados del cielo para la salud de España. A la verdad ellos fueron los que pusieron en su punto la justicia, antes de su tiempo estragada y caida. Publicaron leyes muy buenas para el gobierno de los pueblos y para sentenciar los pleitos. Volvieron por la religion y por la fe, fundaron la paz pública, sosegadas las discordias y alborotos, así de dentro como de fuera. Ensancharon su señorío, no solamente en España, sino tambien en el mismo tiempo se extendieron hasta lo postrero del mundo. Lo que es mucho de alabar, repartieron los premios y dignidades, que los hay muy grandes y ricos en España, no conforme á la nobleza de los antepasados ni por favor de cualquier que fuese, sino conforme á los méritos que cada uno tenia, con que despertaron los ingenios de sus vasallos para darse á la virtud y á las letras. De todo esto cuánto provecho haya resultado, no hay para qué decillo; la cosa por sí misma y los efectos lo declaran. Si va á decir verdad, ¿en qué parte del mundo se hallarán sacerdotes y obispos ni mas eruditos ni mas santos? ¿Dónde jueces de mayor prudencia y rectitud? Es así, que antes destos tiempos pocos se pueden contar de los españoles señaJados en ciencia; de aquí adelante ¿quién podrá declarar cuán grande haya sido el número de los que en España se han aventajado en toda suerte de letras y erudicion? Eran el uno y el otro de mediana estatura, de miembros bien proporcionados, sus rostros de buen parecer, la majestad en el andar y en todos los movimientos igual, el aspecto agradable y grave, el color blanco, aunque tiraba algun tanto á moreno. En particular el Rey tenia el color tostado por los trabajos de la guerra, el cabello castaño y largo, la barba afeitada á fuer del tiempo, las cejas anchas, la cabeza calva, la boca pequeña, los labios colorados, menudos los dientes y ralos, las espaldas anchas, el cuello derecho, la voz aguda, la habla presta, el ingenio claro, el juicio

grave y acertado, la condicion suave y cortés y clemente con los que iban a negociar. Fué diestro para las cosas de la guerra, para el gobierno sin par, tan amigo de los negocios, que parecia con el trabajo descansaba. El cuerpo no con deleites regalado, sino con el vestido honesto y comida templada acostumbrado y á propósito para sufrir los trabajos. Hacia malá un caballo con mucha destreza; cuando mas mozo se deleitaba en jugar á los dados y naipes; la edad mas adelante solia ejercitarse en cetrería, y deleitábase mucho en los vuelos de las garzas. La Reina era de buen rostro, los cabellos rubios, los ojos zarcos, no usaba de algunos afeites, la gravedad, mesura y modestia de su rostro singular. Fué muy dada á la devocion y aficionada á las letras; tenia amor á su marido, pero mezclado con celos y sospechas. Alcanzó alguna noticia de la lengua latina, ayuda de que careció el rey don Fernando por no aprender letras en su pequeña edad; gustaba empero de leer historias y hablar con hombres letrados. El mismo dia que nació el rey don Fernando, segun que algunos lo refieren, en Nápoles cierto fraile carmelita, tenido por hombre de santa vida dijo al rey don Alonso, su tio: << Hoy en el reino de Aragon ha nacido un infante de tu linaje ; el cielo le promete nuevos imperios, grandes riquezas y ventura; será muy devoto, aficionado á lo bueno, y defensor excelente de la cristiandad.» Entre tantas virtudes casi era forzoso, conforme á la fragilidad de los hombres, tuviese algunas faltas. El avaricia de que le tachan se puede excusar con la falta que tenia de dineros y estar enajenadas las rentas reales. Al rigor y severidad en castigar, de que asimismo le cargan, dieron ocasion los tiempos y las costumbres tan estragadas. Los escritores extraños le achacan de hombre astuto, y que á veces faltaba en la palabra, si le venia mas á cuento. No quiero tratar si esto fué verdad, si invencion en odio de nuestra nacion; solo advierto que la malicia de los hombres acostumbra á las virtudes verdaderas poner nombre de los vicios que le son semejables, como tambien al contrario engañan y son alabados los vicios que semejan á las virtudes; además que se acomodaba al tiempo, al lenguaje, al trato y mañas que entonces se usaban. Emparentó con los mayores príncipes de todo el orbe cristiano, con los reyes de Portugal y Inglaterra, y duques de Austria. Tenia deudo con otros muchos, ca era tio de madama Ana, duquesa de Bretaña, hermano de su abuela materna, primo hermano de don Fernando, rey de Nápoles, tio mayor de doña Catalina, reina de Navarra, hermano asimismo de su abuela. En esto cargan sobre todo lo al al rey don Fernando, que sin tener respeto al parentesco, solo por la demasiada codicia de ensanchar sus estados los años adelante echó á esta señora y á su marido del reino que heredaron de sus antepasados, y les forzó á retirarse á Francia; otros le excusan con color de religion y con la voluntad del sumo Pontifice que así lo mandó, de que todavía resultaron grandes y largas alteraciones. Enrique Labrit, hijo destos señores, pretendió recobrar el reino de sus padres con mayor porfía que ventura; tuvo en madama Margarita, hermana que era del rey Francisco de Francia, una hija y heredera de sus estados, llamada Juana, que

casó con Antonio Borbon, duque de Vandoma, madre de aquel Enrique que casó con madama Margarita, hermana de tres reyes de Francia, Francisco el Segundo, Cárlos y Enrique; y por ser el pariente mas cercano por línea de varon y por faltar todos sus cuñados sin sucesion, quedó por sucesor de aquella corona, sin embargo que abrazó desde su tierna edad las nuevas herejías, desamparada la religion verdadera de sus antepasados, y que los señores y pueblos de Francia pretendian no podia poseer aquella corona persona manchada con opiniones semejantes,, y que en su lugar se debia nombrar otro sucesor, pleito que ya el Papa le ha determinado. Nos, llegados al puerto y puesto fin á este trabajo, calarémos las velas, y harémos fin á esta escritura en este lugar. Concluyo con decir que con la entrada de los reyes en Granada y quedar apoderados de aquella ciudad, los moros por voluntad de Dios dichosamente y para siempre se sujetaron en aquella parte de España al señorío de los cristianos, que fué el año de nuestra salvacion de 1492, á 6 de enero, dia viérnes; conforme á la cuenta de los árabes el año 897 de la egira, á 8 del mes que ellos llaman rahib haraba. El cual dia, como quier que para todos los cristianos por costumbre antigua es muy alegre y solemne por ser fiesta de los Reyes y de la Epifanía, así bien por esta nueva victoria no menos fué saludable, dichoso y alegre para toda España, que para los moros aciago; pues con desarraigar en él y derribar la impiedad, la mengua pasada de nuestra nacion y sus daños se repararon, y no pequeña parte de España se allegó á lo demás del pueblo cristia

no, y recibió el gobierno y leyes que le fueron dadas, alegría grande de que participaron asimismo las demás naciones de la cristiandad. En particular se escribieron en esta razon cartas al pontífice Inocencio y á los reyes, y despacharon embajadores que les diesen aquellas nuevas tan alegres y avisasen que la guerra de los moros quedaba acabada, muertos y sujetados los enemigos de Cristo, puesto el yugo á Granada, ciudad antiguamente edificada y soberbia con los despojos de cristianos. Por conclusion, que toda España con esta victoria quedaba por Cristo nuestro Señor, cuya era antes. Las ciudades y provincias, así las comarcanas como las que caian léjos, festejaban esta nueva con regocijos, fuegos y invenciones. Así hombres como mujeres, de cualquiera edad ó calidad que fuesen, acudian en. procesiones á los templos, y postrados delante los altares, daban gracias a Dios por merced tan señalada. Estaba Roma alegre por las paces que tres dias antes se asentaran entre el Pontífice y los reyes de Nápoles, cuando llegó de España, primer dia de febrero, Juan de Estrada, embajador del rey don Fernando, y con la nueva de aquella victoria colmó y aumentó la alegría pasada. Para muestra de contento y para reconocer aquella merced por de quien era, el Papa, cardenales y pueblo romano ordenaron y hicieron una solemne procesion á la iglesia de Santiago de los Españoles. Allí se celebraron los oficios, y en un sermon á propósito del tiempo alabó el predicador y engrandeció, como era justo, á los reyes y toda la nacion de España, sus proezas, su valor y sus victorias notables.

LIBRO VIGÉSIMOSEXTO.

CAPITULO PRIMERO.

Que los judíos fueron echados de España.

CONCLUIDA la guerra de Granada con tanta honra y provecho de toda España y echado por tierra el señorío de los moros á cabo de tantos años que en ella duraba, los reyes don Fernando y doña Isabel volvieron su pensamiento á nuevas empresas, mayores y mas gloriosas que las pasadas. Valerosos príncipes y grandes, pues ni de dia ni de noche sabian reposar, ni pensaban sino cómo pasarian adelante, y por el camino que habian tomado llevarian al cabo sus intentos muy santos, que todos se enderezaban á la gloria de Dios y al ensalzamiento de la religion cristiana; y no era razon que con la paz tan deseada de España su valor y grandeza de ánimo reposasen, ni que sus nobles soldados, que por causa de las guerras pasadas tenian muchos y muy señalados, con los deleites y el ocio, fruto muy ordinario de la abundancia y prosperidad, se marchitasen; antes que pues en sus tierras no quedaba en qué mostrar su esfuerzo, los empleasen léjos dellas, y los enviasen á

conquistar gentes y reinos extraños, como sucedió al presente; camino y traza por donde el nombre y valor de España, conocido de pocos, y apretado dentro de los angostos términos de España, en breve pasó tan adelante, que con gran gloria suya se derramo, no solo por Italia y por Francia y Berbería, sino llegó hasta los últimos fines de la tierra; de manera que de levante á poniente no quedó parte alguna do no hayan puesto los trofeos y blasones de sus victorias y esfuerzo. Grande balumba de cosas se nos pone delante, y mayor peso que tan pequeñas fuerzas puedan llevar; inmenso piélago y hondura, que con dificultad podrán apear aun los grandes ingenios. Por lo cual estaba resuelto, como se dijo en la prefacion latina desta obra, de hacer punto en la guerra de Granada y no pasar adelante, pues es justo que cada uno se mida con el trabajo que emprende y haga balanzo de sus fuerzas, fuera de otras dificultades que se ofrecian y en el mismo lugar se apuntaron, Pero deste parecer me hicieron apartar algun tanto personas doctas y graves, las cuales pretendian que esta obra sin lo de adelante quedaba imperfecta y

falta de lo que naturalmente mas se desea saber, que
son las cosas modernas, sin hacer mucho caso de las
antiguas. Además que las cosas que sucedieron poco
adelante por ser tan gloriosas y grandes, y la puerta
que se abrió para la grandeza y imperio de que hoy go-
za España darian á esta obra el mas noble remate que
se pudiese desear; lustre de muy grande importancia,
que á imitacion de los que escriben y representan co-
medias, el acto postrero se aventaje á lo demás, para
que el lector con aquel postre y dejo quede con mayor
gusto y agrado, y toda la obra mas hermosa. Razones
eran estas de mucho peso. ¿Qué era justo que yo hi-
eiese? O ¿qué partido debia seguir y qué traza? Resol-
víme en condescender algun tanto y para acudir á todo
continuar esta historia algunos pocos años adelante,
en que acontecieron las cosas mas grandes y dignas
de memoria que jamás los españoles acometieron y aca-
baron; ni aun sé yo que alguna otra nacion en el mun-
do en tan breve espacio pasase tan adelante ni ensan-
chase tanto los términos de su imperio. Pero antes que
pongamos la mano á cosas tan grandes es bien que el
lector se acuerde de lo que arriba queda apuntado,
á saber, que Francisco, duque de Bretaña, casó con
Margarita, hija de doña Leonor, reina que fué de Na-
varra, y por el mismo caso sobrina del rey don Fernan-
do. Deste matrimonio quedaron dos hijas; sus nombres,
de la mayor Ana, y de la menor Isabel, y ningun hijo
varon. Por esta causa muchos príncipes pretendian cu-
sar con estas doncellas, mayormente con la mayor.
Entre los demás, Cárlos VIII, rey de Francia, se aventa-
jaba por tener mas fuerzas y caer mas cerca de Bretaña,
fuera de otras alianzas y correspondencia que con aquel
estado tenia como moviente de su corona, sin embargo
que de años antes se concertara con Margarita, hija del
rey de romanos, y que el mismo Maximiliano, por estar
viudo de María, su primera mujer, pretendia para sí este
casamiento y aun le tuvo concertado. Al Francés ni
faltaban mañas ni fuerzas, y con ocasion que algunos
señores de su reino, en particular Luis, duque de Or-
liens, su cuñado, casado con Juana, su hermana menor,
por ciertos disgustos se recogió á Bretaña por ser aquel
Duque, su primo hermano, hijo de Margarita, hermana
de Cárlos, padre del de Orliens, determinó tomar las
armas contra el Duque, y por medio de aquel torcedor
traelle á lo que deseaba. El Breton en este aprieto acu-
dió á Inglaterra y Alemania para que le valiesen, y en
particular bizo recurso á España; para esto Alano de
Labrit, padre del rey de Navarra, con intencion que se
le dió de aquel casamiento tan pretendido, los años pa-
sados se vió en Valencia con el rey don Fernando, y
dél alcanzó enviase en su compañía una buena armada,
que se juntó en San Sebastian, y por su capitan á Mi-
guel Juan Gralla, su maestresala. Hobo diversos encuen-
tros, que no son de nuestro propósito; finalmente, junto
á San Albin se vino á batalla, en que los bretones que-
daron vencidos, y presos el general de la armada espa-
ñola y el duque de Orliens y Juan Chalon, príncipe de
Oranges, que asistia al duque de Bretaña por ser su so-
brino, hijo de Catarina, su hermana. Dióse esta batalla,
que fué en aquel tiempo muy famosa, por el mes de
agosto del año que se contaba 1488. Despues se tomó

M-u.

que

asiento con el Francés, que soltó los presos, aunque
no en un mismo tiempo ni por la misma ocasion, y el
Breton se obligó de no casar sus hijas sin su consenti-
miento, condicion que él cumplió porque sin disponer
dellas falleció luego el año siguiente. Dejó por tutor de
sus hijas y gobernador de aquel estado al mariscal de
Bretaña, persona aficionada al casamiento de monsieur
de Labrit, como lo tenian concertado aun antes del
asiento que se tomó con Francia. Pero el conde de Du-
nois y el chanciller de Bretaña le eran de todo punto
contrarios, y mas el príncipe de Oranges, que como
deudo tan cercano, se apoderó de la Duquesa y su her-
mana. Acudieron por socorros, el mariscal á Inglaterra,
y el de Oranges al Rey de romanos y á España. Vinieron
gentes de todas partes, y en particular de España por
mar envió el rey don Fernando mil hombres de armas y
jinetes de socorro debajo la conducta y gobierno de don
Pedro Gomez Sarmiento, conde de Salinas, desem-
barcó con su gente en Bretaña al principio del año 1490.
Este socorro fué de poco efecto, por sospechas que
nacieron entre los naturales ylos españoles, demás que
la Duquesa se inclinaba á casar con el Rey de roma-
nos, y aun se trató y concertó el casamiento. Por esto
el mismo Labrit, perdida la esperanza de casar con
aquella señora, ó de que un hijo suyo, que tambien lo
pretendia, casase con la hermana menor, que falleció
por este mismo tiempo, y con promesa que le hicieron
de nombralle por condestable de Francia, resuelto de
mudar partido entregó á Nantes, cabeza de aquel du-
cado, plaza que tenia en su poder, al Francés. El rey
don Fernando otrosí hizo salir su gente de Bretaña por
lo poco que allí hacian y con esperanza que se le dió
de restituille lo de Ruisellon y Cerdania, conforme á lo
que
el rey Luis XI de Francia dejó dispuesto en su tes-
tamento, movido de su conciencia y á persuasion de fray
Francisco de Paula, fundador de los Mínimos, al cual
hiciera venir desde lo postrero de Italia, de do era na-
tural, con esperanza que por su medio recobraria la
salud, que le faltó mucho tiempo, á lo postrero de su vi-
da; y persuadido de sus razones antes de su muerte en-
viara al obispo de Lombes y al conde de Dunois para
que hiciesen la entrega de Perpiñan. Mas como el Rey
falleciese & la sazon, los que gobernaban el reino les
mandaron dar la vuelta sin efectuar el órden que lleva-
ban. Con la salida de los españoles el Francés tuvo co-
modidad de apoderarse de la mayor parte de aquel es-
tado, y Ana, madama de Borbon, su hermana mayor,
que todo lo gobernaba á su voluntad, tuvo órden y se
dió tan buena maña, que el Rey, su hermano, dejada
Margarita, su esposa, con color de su poca edad, final-
mente casó con la duquesa de Bretaña. Con este ma-
trimonio las fuerzas y poder de Francia se adelantaron,
y sosegadas las alteraciones de aquel reino, los france-
ses tuvieron comodidad de acometer lo de Italia. En
España los reyes don Fernando y doña Isabel, luego que
se vieron desembarazados de la guerra de los moros,
acordaron de echar de todo su reino á los judíos. Con
esta resolucion en Granada, do estaban, por el mes de
marzo del año 1492 hicieron pregonar un edicto en que
se mandaba á todos los de aquella nacion que dentro de
cuatro meses desembarazasen y saliesen de todos sus

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estados y señoríos, con licencia que se les daba de vender en aquel medio tiempo sus bienes 6 Hevallos consigo. Luego el mes siguiente de abril, fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, por otro edicto y mandato vedó á todos los fieles, pasado aquel tiempo, el trato y conversacion con los judíos, sin que á ninguno fuese lícito de allí adelante dalles mantenimiento ni otra cosa necesaria, so graves penas al que hiciese lo contrario; que fué causa de que una muchedumbre innumerable desta nacion se embarcase en diversos puertos. Unos pasaron á Africa, otros á Italia, y muchos tambien á las provincias de levante, do sus descendientes hasta el dia de hoy conservan el lenguaje castellano, y usan dél en el trato comun. Gran número desta gente se quedó en Portugal con licencia del rey don Juan el Segundo, que les dió con condicion que cada uno dellos pagase ocho escudos de oro por el hospedaje, que dentro de cierto tiempo que se les señaló saliesen de aquel reino, con apercebimiento que pasado el dicho término serian dados por esclavos, como muchos dellos lo fueron dados adelante, y despues por el rey don Manuel les fué restituida su libertad luego al principio de su reinado. El número de los judíos que salieron de Castilla y Aragon no se sabe; los mas autores dicen que fueron hasta en número de ciento y setenta mil casas, y no falta quien diga que llegaron á ochocientas mil almas; gran muchedumbre sin duda, y que dió ocasion á muchos de reprehender esta resolucion que tomó el rey don Fernando en echar de sus tierras gente tan provechosa y hacendada y que sabe todas las veredas de llegar dinero; por lo menos el provecho de las provincias adonde pasaron fué grande, por llevar consigo gran parte de las riquezas de España, como oro, pedrería y otras preseas de mucho valor y estima. Verdad es que muchos dellos por no privarse de la patria y por no vender en aquella ocasion sus bienes á menosprecio, se bautizaron algunos con llaneza, otros por acomodarse con el tiempo y valerse de la máscara de la religion cristiana, los cuales en breve descubrieron lo que eran y volvieron á sus mañas, como gente que son compuesta de falsedad y de engaño.

CAPITULO II.

De la eleccion del papa Alejandro VI.

su capelo á don Juan de Borgia, su sobrino, arzobispo de Monreal. Muchas cosas siniestras se dijeron deste Pontífice; puédese sospechar que algunas fueron verdaderas, otras impuestas; y que por el odio que como á extranjero le tenian, por lo menos que sus faltas no fueron tan graves como las encarecen. Lo cierto es que fué natural de Valencia; sus padres se llamaron Jofre Lenzo y Isabel Borgia. Luego que se supo la eleccion de su tio el papa Calixto, se partió á toda priesa para Roma con cierta esperanza que llevaba del capelo. Hecho cardenal, en una moza romana, llamada Zanozia ó Vanocia, hobo cuatro hijos, á Pedro Luis, el mayor, á César, á Juan y á Jofre, y una hija, por nombre Lucrecia. Era tan rico; que compró el ducado de Gandía, y le puso en cabeza de Pedro Luis, su hijo mayor, que falleció antes que su padre subiese al pony❘tificado, y en su lugar puso á Juan, su tercero hijo, al cual dió por mujer á doña María Enriquez, hija de don Enrique Enriquez, mayordomo mayor de los Reyes Católicos, y de doña María de Luna, su mujer, de quien nació el duque don Juan, padre de don Francisco de Borgia, varon santo, pues renunciado el estado que heredó de su padre y abuelo, le vimos primero religioso, y despues prepósito general de nuestra compañía; que fué una de las cosas notables de nuestra edad. La creacion de Alejandro se hizo á 11 dias de agosto, y á los 27 del mismo se coronó. En el mismo dia confirmó la ereccion hecha pocos dias antes de la iglesia de Valencia en metrópoli, y juntamente nombró por arzobispo de aquella iglesia á don César, su hijo segundo, que ya era obispo de Pamplona, y el año siguiente en las témporas de setiembre salió nombrado cardenal, con probanza de muchos testigos que juraron no era hijo del Papa, sino de Dominico Ariñano, marido que era de Zanozia; probanza que pasó por Rota y por el consistorio, sin que casi persona se atreviese á hacer contradiccion: tal era el poco miramiento de aquel tiempo. El hijo menor de todos se llamó Jofre, á quien por ciertos conciertos que el Papa tuvo con don Alonso el Segundo, rey de Nápoles, en lo postrero de Calabria hicieron príncipe de Esquilache. Lucrecia casó primero con el señor de Pesaro, por nombre Juan Esforcia; despues con Luis Alonso de Aragon, hijo bastardo del dicho don Alonso, rey de Nápoles ; y muerto este á manos de César, su cuñado, que renunciado el capelo se llamaba el duque Valentin, últimamente casó con Alonso de Este, hijo mayor de Hércules, duque de Ferrara. En el

En este medio falleció en Roma el papa Inocencio VIII á 25 de julio. Juntáronse luego el dia siguiente los cardenales para nombrar sucesor divididos en dos parcia-pontificado de Alejandro se dió el capelo á catorce eslidades: la una seguia al cardenal de San Pedro Julian de la Rovere, sobrino de Sixto IV, el cual se inclinaba á acudir con sus votos á don Jorge de Costa, cardenal de Portugal; de la otra parte eran cabezas los cardenales Ascanio Esforcia, hermano del duque de Milan, y don Rodrigo de Borgia, vicecanciller, personas poderosas y ricas, aunque el de Borgia tenia mas que dar, y finalmente, sea con buenos medios, sea con malos, salió con el pontificado y en él se llamó Alejandro VI. Ayudóle mucho el cardenal Ascanio; así en recompensa, segun se entendió, de lo mucho que trabajó en granjear las voluntades del conclave, le dió luego el oficio de vicecancelario, y en el primer consistorio que tuvo dió

pañoles; entre los demás fué uno don Bernardino de Carvajal, obispo que fué de diversas iglesias de Castilla, como se dijo de suso sucesivamente, y á la sazon embajador de Roma por don Fernando, rey de España. Su promocion fué agradable, así por sus buenas partes de ingenio asaz despierto como por la memoria del cardenal de Santangel, su tio, don Juan de Carvajal, que fué notable prelado. Destos principios ¿cuán grandes inconvenientes se seguirán? Lo de Navarra andaba muy alterado por dos causas: la primera que Juan, vizconde de Narbona, tio de la reina de Navarra, pretendia tener derecho á aquella corona, fundado en que su hermano mayor Gaston de Fox falleció en vida de su madre

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