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el conde de Lemos pretendia tener derecho. Por el mes de octubre en la ciudad de Trento se hicieron paces entre el César y el rey de Francia, cuya principal capitulacion fué que Cárlos, hijo del Archiduque, casase con Claudia, hija del Francés, casamiento que otras veces se trató y concertó, y al fin nunca se concluyó.

CAPITULO XI.

De la venida del Archiduque á España.

Las armadas que de Portugal y de Francia fueron á levante á persuasion del rey Católico en defensa de venecianos contra el Turco no hicieron cosa de momento. La de Portugal llegó á Corfu, y de allí en breve dió la vuelta. La de Francia pasó sobre la isla de Quio, que era de ginoveses, y sin hacer otra cosa mas de embarazar el tributo que de allí llevaba el Turco, padecieron de pestilencia y del tiempo y de enemigos tanta mortandad, que apenas de toda ella quedaron mil hombres. Acudieron á la Pulla, que cae cerca, do fueron muy bien tratados por órden del Gran Capitan. Los venecianos asimismo se recogieron, que traian veinte y cinco galeras mal armadas. Hizo mucho al caso para todo que el Turco este año no sacó su armada, que de otra suerte hallara poca resistencia. En España por una parte los Reyes Católicos pregonaron un edicto, por el cual mandaron que los moros que estaban esparcidos de años atrás por Castilla ó por Andalucía y se llamaban mudejares, ó se bautizasen ó desembarazasen la tierra; por otra parte, al fin deste año hobo algun ruido de guerra, que si no se atajara con tiempo, pudiera revolver el reino. Fué así, que el duque de Medinaceli don Luis de la Cerda, estando para morir, se casó con su manceba por legitimar un hijo que en ella tenia, por nombre don Juan. Pretendia suceder en aquel estado don Iñigo de la Cerda, hermano del Duque, cuyo hijo, llamado don Luis, casara con hija del duque del Infantado, que muerto el duque de Medinaceli, juntó su gente, y en favor de su yerno se puso sobre Cogolludo con intento de apoderarse de aquel estado. Pero el Rey le hizo avisar que derramase aquella gente, que siguiese su justicia y no le alborotase el reino, con apercibimiento, si no se reportase, que se pondria el remedio como mas conviniese. Hobo de obedecer el Duque, y don Juan quedó pacífico en el estado de su padre. Sosegados estos movimientos, se tuvo nueva que el Archiduque y su mujer venian por Francia, y que su llegada seria en breve. Fueron muy festejados por todo el camino; en Paris los recibieron con grande honra y fiesta; allí por entrambas partes, á 13 de diciembre, se juraron las paces que poco antes se concertaron en Trento, y el Archiduque hizo todos los actos necesarios para reconocer aquel Rey por superior suyo como conde de Flandes. La Princesa estuvo muy sobre sí para no hacer acto en que mostrase reconocer alguna superioridad al rey de Francia. De allí enderezaron su camino, y por Guiena llegaron á Fuente-Rabía, á los 29 de enero del año de nuestra salvacion de 1502. Estaban allí para recebillos por órden de los Reyes Católicos el condestable de Castilla, el duque de Najura y el conde de Treviño, su hijo,

y con ellos el comendador mayor don Gutierre de Cárdenas. Para muestra de mayor alegría y que la gente estuviese para recebillos mas lucida, se dió licencia para que los que podian traer jubones de seda sacasen tambien sayos de seda, y aun se dió á entender que holgarian los reyes que los que se vistiesen de nuevo hiciesen los vestidos de colores, que todo es muestra de la modestia de aquellos tiempos. En principio deste. año casó Lucrecia de Borgia con el hijo heredero del duque de Ferrara; llevó en dote cien mil ducados, sin otras ventajas y lugares. Los príncipes de Vizcaya llegaron á Búrgos, á Valladolid, Medina, y por Segovia pasaron los puertos y llegaron á Madrid; los reyes del Andalucía y de Granada, do asistian, por Extremadura vinieron á Guadalupe. Allí hicieron merced al duque Valentin' por ganalle para su servicio, y por contemplacion del Papa, de la ciudad de Andria con título de príncipe y de otras muchas tierras en el reino de Nápoles. Tratóse otrosí que los reyes el Católico y el de Francia acomodasen de rentas y vasallos al rey don Fadrique y á su hijo. Llegaron los reyes á Toledo á los 22 de abril. Hicieron asimismo en aquella ciudad su entrada los príncipes á 7 de mayo, ca por indisposicion del Archiduque se detuvieron algunos dias en Olías. Allí fueron jurados sin dificultad alguna en presencia del Rey y de la Reina por príncipes de Castilla y de Leon en la iglesia mayor de aquella ciudad, á 22 de aquel mes. Halláronse presentes el cardenal don Diego Hurtado de Mendoza, el arzobispo de Toledo con otros muchos prelados, el condestable don Bernardino de Velasco, los duques de Alburquerque, Infantado, Alba y Béjar, el marqués de Villena con otros muchos señores. Púsose por condicion que caso que sucediesen en aquellos reinos, los gobernarian conforme á las leyes y costumbres de la patria. Por este mismo tiempo que España por la veuida destos príncipes estaba muy regocijada, en Inglaterra se derramaban muchas lágrimas por la muerte que sobrevino al príncipe Artus. Quedó la Infanta, su mujer, á lo que se entendió, doncella, dado que cinco meses hicieron vida de casados. Pero el Príncipe era de catorce años solamente y de complexion tan delicada, que dió lugar á que esto se divulgase y se tuviese por verdad. Enviaron los Reyes Católicos á Hernan, duque de Estrada, para visitar al rey Enrique de Inglaterra y tratar que la Princesa casase con el hijo segundo de aquel Rey; él empero ni restituia el dote de la Princesa ni acababa de efectuar aquel matrimonio, que fué despues tan desgraciado. Vino esta nueva de la muerte deste Príncipe en sazon que poco despues, es á saber, á 6 de julio, en Lisboa la reina doña María parió un hijo, que se llamó don Juan, y vino á heredar como primogénito la corona de su padre; grande y valeroso príncipe que fué los años adelante.

CAPITULO XII.

Que el duque de Calabria fué enviado á España.

Púsose el Gran Capitan sobre Taranto los meses pasados, como queda dicho; hallábase dentro asaz fortificado el duque de Calabria. Todavía el mismo dia que asentó su campo trataron de tomar asiento; y al fin el

Duque, por medio de Otaviano de Santis, concertó treguas por dos meses para consultar al Rey, su padre, con seguridades que se dieron de no alterar cosa alguna. Despues, por causa que los mensajeros enviados al rey don Fadrique no volvieron al tiempo señalado, se prorogó la tregua hasta fin del año pasado con las mismas condiciones. Este término pasado, porque la resolucion del rey don Fadrique no venia, acordaron que la tregua se continuase otros dos meses, y la ciudad se pusiese en tercería en poder de Bindo de Ptolomeis, vasallo del rey Católico, y de cuya persona el Gran Capitan hacia mucha confianza, con promesa que pasado aquel nuevo plazo se daria la ciudad sin tardanza; pero que la persona del Duque fuese libre y asegurada con todos sus bienes y servidores. En el mismo tiempo el castillo de Girachi, que está á tres leguas de la marina y era de mucha importancia, se dió; y el príncipe de Salerno vino á verse con el Gran Capitan para tratar de mudar partido, á tal que á él y al príncipe de Bisiñano se les restituyesen sus estados. Pedia asimismo para sí el condado de Lauria y cinco mil ducados de renta que sus antecesores tiraban de los reyes pasados; que eran demasías fuera de sazon y muestra que los ánimos no sosegaban. Por el contrario, muchos barones que con el rey don Fadrique se recogieron á Iscla se vinieron al Gran Capitan; dellos acogió los que le parecieron mas importantes para el servicio del Rey, y entre ellos á Próspero y Fabricio Colona, porque le certificaban que venecianos los pretendian haber á su sueldo, Junto con esto don Diego de Mendoza y Iñigo de Ayala hobieron el castillo y ciudad de Manfredonia por trato con el alcaide, que se tenia por el rey don Fadrique, si bien el señor de Alegre vino con gente á socorrer los cercados. La ciudad de Taranto en fin, conforme al concierto, se entregó con sus castillos al Gran Capitan. Y porque entre las condiciones del concierto una era que el duque de Calabria pudiese libremente ir donde quisiese, por el presente se fué á Bari, que todavía se tenia por su padre, bien que la ciudad no era fuerte, y el castillo casa Ilana, para esperar allí lo que él le mandase, ca no queria apartarse de su voluntad. El Gran Capitan tenia gran deseo de concertalle con el rey Católico, porque no se fuese á Francia, de que podrian resultar inconvenientes. Moviéronse tratos sobre ello, y ofrecíale treinta mil ducados de renta perpetua en vasallos, parte del reino de Nápoles, parte de España; que era todo lo que él pedia y podia desear en el estado en que se hallaba. Veia el Duque que le venia bien aquel partido, mas no se resolvia sin la voluntad de su padre. Poco adelante la viuda duquesa de Milan, su prima, por no ir á Sicilia, do la convidaban que fuese con la reina de Hungría, su tia, se recogió en aquella ciudad. Esta señora pudo tanto con el Duque, que le hizo escribir una carta de su mano al Gran Capitan, en que le pedia que sin embargo de la libertad que tenia concertada para su persona, por ver que la intencion de su padre era otra de lo que á él le convenia, le rogaba le enviase al servicio de los Reyes Católicos, que esta era su determinada voluntad, dado que por respeto de su padre no se atrevia á publicalla. No parece que el Duque perseveró mucho en este propósito, porque demás que su padre hizo

grande esfuerzo con cartas y embajadas que envió al Gran Capitan para que conforme al asiento dejase ir libre á su hijo, que no era de caballero faltar en su palabra, y que se debia acordar de la amistad que le hizo en tiempo de su prosperidad; el Gran Capitan, que le tenia puestas guardas para que no se fuese, por atraelle á lo que deseaba, fuera de la renta que le ofreció antes, de nuevo le prometia de parte del rey Católico de casalle 6 con la reina de Nápoles, su sobrina, ó con su hija la princesa de Gales; el uno y el otro partidos muy aventajados. Sospechose que el conde de Potencia don Juan de Guevara, que andaba siempre á su lado, le mudaba del color que queria. Andaba el Duque por aquellos pueblos de la Pulla, aunque parecia libre, tan guardado, que no se podia ir á parte ninguna, tanto, que apenas podia salir á caza. Por conclusion, este negocio se rodeó de manera, que volvieron al Duque á Taranto. Desde allí se dió órden á Juan de Conchillos que en una galera le llevase á Sicilia y á España, por entender que en presencia las partes mejor acordarian todas sus haciendas, y el Duque se confirmaria mejor en el servicio y aficion del rey Católico, que tanto en deudo le tocaba. No parece se le guardó lo que tenian asentado. En la guerra ¿quién hay que de todo punto lo guarde? En la guerra ¿y no tambien en la paz, y mas en negocio de estado?

CAPITULO XIII.

Del principio de la guerra de Nápoles.

Los generales de Francia y España, puestos en el reino de Nápoles, comunicaban entre sí y con sus reyes la forma que se podria tener en concordar aquellas diferencias para que se conservase la concordia y no llegasen á rompimiento. Sobre esto poco antes que jurasen al Archiduque por príncipe de Castilla vino á Toledo de parte del rey de Francia el señor de Corcon. La suma de su pretension era que las provincias que se adjudicaron á Francia rentaban menos que la Pulla y Calabria; y que pues era razon se hiciese recompensa, quedase la Capitinata por Francia. A esto respondió el rey Católico que si el rey de Francia se tenia por agraviado en la particion, seria contento que trocasen las provincias; y que si todavía queria recompensa, se hiciese en el Principado y Basilicata que restaban por partir; que la Capitinata era lo mejor de la Pulla, y no era razon que se desmembrase della; en conclusion, que holgaria de dejar aquella diferencia al juicio y determinacion del Papa y de los cardenales. El Francés no venia en ninguno destos partidos, y el trueque no le estaba bien por no privarse de la ciudad de Nápoles y del título de rey de Nápoles y Jerusalem, que conforme á la concordia hecha le pertenecian, y amenazaba que usaria de fuerza, tanto, que un dia como los embajadores de España en este propósito le dijesen que el Rey, su señor, guardaba todo lo asentado, respondió que él hacia lo mismo, y que sobre esto, si fuese menester, haria campo con el rey de España y aun con el Rey de romanos. Respondió Gralla que el Rey, su señor, era tan justo príncipe como en el mundo le hobiese; y cuando fuese conveniente lo defenderia por

su persona á quien quiera que fuese. Replicó el Rey: El rey de España no ha de ser mas que yo. Gralla respondió: Ni vos mas que el Rey, mi señor. La verdad es que el rey Católico se mostró inclinado á la paz, y escribió á su general que por todas vias la procurase; que en esto le haria mas servicio que si con guerra le diese conquistado todo el reino. El primer principio que se dió para venir descubiertamente á las manos, fuera de otras cosas menudas, fué cuando el señor de Alegre, que se intitulaba lugarteniente de Capitinata, entró con gente de guerra para desbaratar el cerco que los españoles tenian sobre Manfredonia, como queda apuntado; y no contentos con esto, en el tiempo que el Gran Capitan se ocupaba en lo de Taranto se apoderaron de la ciudad de Troya, en la Capitinata, y de otras plazas ; que si bien los requirieron las restituyesen y no contraviniesen á lo concertado, no hicieron caso, Antes que se pasase mas adelante acordaron los dos generales de venir á habla. Para esto el Gran Capitan, compuestas que tuvo las cosas de Taranto, vino á Atela, el duque de Nemurs á Melfi, pueblos de la Basilicata. Está en medio del camino una ermita de San Antonio; allí acordaron de verse. Llevaron el uno y el otro sus letrados que alegasen del derecho de cada una de las partes. Los franceses decian que la parte de España rentaba setenta mil ducados mas que la de Francia, y que era justo, conforme á lo acordado, hobiese recompensa. Los españoles replicaban que debian ante todas cosas ser restituidos en la Capitinata, de que á tuerto los despojaran, y que hecho esto, serian contentos de cumplir con lo demás que tenian asentado. Despidiéronse sin concluir nada, dado que entre los generales hobo toda muestra de amor y todo género de cumplimiento. Visto que ningunas diligencias eran bastantes para acordarse, determinaron encomendarse á sus manos. Escribieron á sus reyes esta resolucion, hicieron instancia cada cual de las partes para prevenirse de socorros, de gente y de dineros. Junto con esto, el Gran Capitan, por la falta que padecia de mantenimientos, repartió parte de sus gentes por las tierras del Principado. El capitan Escalada con su compañía. llegó al lugar de Tripalda; echó algunos franceses que allí alojaban, y se apoderó de aquella villa, que está treinta millas de Nápoles. Otros capitanes españoles se apoderaron al tanto de otras plazas por aquella comarca. Esto tuvieron los franceses por gran befa, tanto, que llegó á oidos del rey de Francia, y mandó embargar todos los bienes que los españoles tenian en aquel su reino; resolucion que parecia muy nueva y exorbitante, que sin pregonar la guerra ni dar término á los españoles para salirse de Francia, les quitasen sus bienes y mercadurías. El rey Católico hacia todavía instancia que los suyos se concertasen, aunque fuese necesario dejar á los franceses lo que tenian en la Capitinata, que era la mayor parte. Tornaron pues los generales á juntarse de nuevo en aquella ermita de San Antonio, nombraron personas que hiciesen el repartimiento de nuevo, de manera que los franceses mostraban contentarse, ca entraban en division el Principado, Basilicata y Capitinata, que era todo lo que podian desear. Mientras este repartimiento se hacia, los france

ses reforzaron su campo de mil suizos y docientas lanzas que les vinieron de Francia, junto con cantidad de dineros para paga y socorro de la gente; crecióles con tanto el brio. Acordaron con este socorro de romper la guerra de nuevo; apoderáronse de Venosa, en que estaba el capitan Pedro Navarro, que á instancia de sus soldados rindió aquella plaza á partido; tomaron á Cuarata, que se la entregó Camillo Caraciolo; el uno y el otro pueblo están á doce millas de Barleta, do á la sazon se hallaba el Gran Capitan con la mayor parte de su gente. En el mismo tiempo se rebeló Viseli, pueblo del principado de Altamura. Acudieron los españoles á recobralle con las galeras; pero ya que le habian entra do por fuerza, fueron rebatidos por los franceses que sobrevinieron en defensa de aquel lugar. El estío en esta sazon iba muy adelante, y el campo francés en Cuarata padecia falta de agua y de mantenimientos, ca nuestra caballería les tomaba los pasos por donde les venian. Acordaron salir dende, y por la via que antes llevaran volvieron á ponerse á la ribera del rio Ofanto. Allí, por estar muy cerca de Barleta, á los últimos de agosto el Gran Capitan con su gente muy en órden les presentő la batalla. Como no saliesen á ella, antes continuasen su camino la vuelta de Melfi, algunos capitanes de caballos les fueron picando en la retaguardia de manera, que les mataron alguna gente y les tomaron buena parte del fardaje y parte de la recámara del duque de Nemurs y señor de Aubeni, caudillos principales de aquel campo. Esperaban los franceses otros mil suizos que eran llegados á Nápoles y cuatrocientas lanzas que llegaran á Florencia, y hasta su venida no se querian aventurar. El Gran Capitan para prevenirse hacia instancia con el Rey le enviase con su armada gente y dineros, en particular pedia cuatrocientos jinetes y dos mil gallegos y asturianos. Al embajador don Juan Manuel avisó en todo caso le encaminase dos mil alemanes para mezclallos con los españoles; y para recebillos y encaminallos por el mar Adriático envió á Ancona á micer Malferit. El rey Católico no se descuidaba; antes mandó aprestar una armada y por su general á Bernardo de Vilamarin, para que llevase dineros y gente, en particular docientos hombres de armas y otros tantos jinetes en algunas galeras, de las cuales le nombró por almirante. Por otra parte, persuadia al César hiciese la guerra en Italia á que tenia tanto derecho, y pusiese en posesion de Milan uno de los hijos del Duque despojado, que andaban desterrados y pobres en su corte. Venia otrosi en que pusiese en Florencia al duque Valentin para que tuviese aquel estado por el imperio con título de rey; esto por tener al Papa de su parte, que sumamente lo deseaba, con quien el rey Católico pretendia por medio de su embajador aliarse.

CAPITULO XIV.

Que el Archiduque partió para Flandes.

Entretúvose el rey Católico algunos dias en Toledo para festejar á los príncipes, sus hijos, que dejó allí con la Reina, y él con intento de allanar los aragoneses, partió la via de Zaragoza á los 8 del mes de julio. Tenia convocadas Cortes de los aragoneses para los 19

del mismo mes; desde el camino envió prorogacion dellas. Hallábase en Zaragoza por principio del mes de setiembre. Allí, por la priesa que el Gran Capitan daba por la armáda, dió órden que se acabase de aprestar otra de nuevo á toda diligencia, y que con parte della partiese Manuel de Benavides, y en su compañía cuatrocientas lanzas, por mitad hombres de armas y jinetes, y trecientos infantes. Poco adelante mandó que con el resto de la armada partiese Luis Portocarrero, señor de Palma, taballero que mucho sirvió en toda la guerra de Granada, para que con igual poder al Gran Capitan ayudase en aquella guerra. Fueron en su compañía en aquella jornada trecientos hombres de armas y cuatrocientos jinetes y tres mil infantes. Todo fué necesario por el mucho aprieto en que las cosas estaban en aquel reino, especial en Calabria. Junto con esto trató el Rey de ligarse con venecianos, que mostraban inclinarse mucho á ello. Para mejor expedicion deste particular tornó á enviar á Lorenzo Suarez de Figueroa á Venecia para que lo concluyese y ofreciese á aquella señoría de su parte ayuda para lo de Milan ó del Abruzo, provincias de que mucho deseaban apoderarse. Hizose la proposicion de Cortes en Zaragoza el dia señalado. Pidió el Rey que pues el príncipe don Miguel era muerto, jurasen por príncipes á la archiduquesa doña Juana, como hija mayor suya, y á su marido. Asimismo pedia le sirviesen para la guerra de Nápoles, pues era tan propia de aquella corona. Vinieron los aragoneses fácilmente en lo que se les proponia. Entre tanto que se trataba de la ayuda para la guerra, proveyó el Rey que los príncipes apresurasen su venida, que aun no eran llegados. Fueron recebidos con mucha alegría, y á los 27 dias de octubre les hicieron el homenaje con las ceremonias y prevenciones que los aragoneses acostumbran. Así la princesa doña Juana fué la primera mujer que en Aragon hasta entonces se juró por heredera, ca la reina doña Petronila no fué jurada por princesa, ni entonces se usaba, sino recebida por reina. Partióse poco despues el Archiduque para Madrid, y trás él la Princesa; hízola el Rey compañía. Para presidir en las Cortes de Aragon hasta que se concluyesen, nombró á su hermana la reina de Nápoles, la cual de meses atrás publicó querer pasar á Italia, y con este intento se partió de Granada, donde á la sazon residian los reyes. Acordaron que todo el tiempo que en Aragon se detuviese fuese gobernadora de aquel reino como antes lo era don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza, hijo del rey Católico. El Archiduque de mala gana se detenia en España; y de peor sus cortesanos, por los cuales se dejaba gobernar, en especial por el arzobispo de Besanzon que le hizo compañía en este viaje, y falleció en España los dias pasados, y por el señor de Vere, personas de aficion muy franceses. Tomó color para partirse que Flandes quedó á su partida desapercebida de gente; que por causa del rompimiento entre España y Francia podria recebir algun daño si él no asistiese. Procuraron los reyes apartalle deste propósito, mayormente que la Princesa se hallaba muy preñada. No bastó diligencia alguna ni para detenelle ni para que no pasase por Francia en tiempo tan revuelto. Decia él que seria parte con aquel

Rey para que se viniese á concordia, de que por el mismo tiempo habia dado intencion y propuesto se restituyese el rey don Fadrique en su reino con ciertas condiciones y tributo que queria le pagase; donde no, que los dos reyes renunciasen sus partes, el Católico en su nieto don Carlos, y el de Francia en su hija Claudia, para que le llevase en dote y se efectuase el casamiento entre los dos como lo tenian concertado. Todo esto pareció entretenimiento, y á propósito para descuidar al rey Católico y tomar á sus capitanes desapercebidos. En conclusion, el Archiduque partió de Madrid, donde dejó con sus padres á la Princesa; tomó el camino de Aragon y de Cataluña y por la villa de Perpiñan. Vínole allí el salvoconducto del rey Ludovico, con que entró en Francia, y siguió su camino hasta Leon, en que á la sazon se hallaba el rey de Francia y el cardenal de Ruan, legado del Papa; pero esto fué al fin deste año y principio del siguiente. Volvamos á la guerra de Nápoles.

CAPITULO XV.

Si fuera conveniente que el rey Católico pasara á Italia. Continuábase en esta sazon la guerra en el reino de Nápoles, y el fuego se emprendia por todas partes. La mayor fuerza cargaba en lo de la Pulla y en Calabria. Los príncipes de Salerno y de Bisiñano y Rosano y el conde de Melito estaban en aquella parte muy declarados por Francia. Acordaron los franceses de acudir á aquella provincia con mas fuerzas; para esto que en la Capitinata quedase el señor de Alegre con trecientas lanzas, en tierra de Bari monsieur de la Paliza con otras trecientas y mil soldados; para guarda de la Basilicata nombraron á Luis de Arsi con cuatrocientas lanzas y alguna gente de á pié. El duque de Nemurs pretendia ir á Calabria con docientas lanzas y mil infantes, y que monsieur de Aubeni quedase en Espinazola con toda la demás gente á veinte y cuatro millas de Barleta. Porfió el de Aubeni que le consignasen lo de Calabria, ca pretendia el ducado de Terranova, de que hiciera merced el rey Católico al Gran Capitan. Por esta porfía concertaron que ambos se enderezasen hácia la parte de Calabria. Con todo, el de Aubeni fué primero á la tierra de Bari con ciento cincuenta lanzas y mil infantes. El de Nemurs, dado que publicaba ir á Calabria, revolvió la via de Taranto. Tomó de camino á Matera y Castellaneta, pueblos de poca defensa; y desbarató al conde de Matera y al obispo de Mazara que halló en Matera con alguna gente. Con esto se puso sobre Taranto, do pensó ballar al duque de Calabria, que nueve dias antes de su llegada era ya partido para Sicilia. Salieron algunas compañías de españoles que alojaban en 'aquella ciudad, cargaron con tal denuedo y dieron sobre las estancias de los contrarios, que los forzaron á levantar con vergüenza el campo y pasalle á una casa fuerte, distante á veinte y dos millas de Taranto, y esto con intento de revolver sobre el territorio de Bari y allí juntarse con el de Aubeni y apoderarse de Bitonto ó encaminarse á Calabria. Sucedió que los franceses que alojaban en la Basilicata, que era el mayor golpe del campo francés, enviaron á Barleta un trompeta enderezado á

don Diego de Mendoza, con un cartel en que once caballeros franceses desafiaban otros tantos españoles para hacer con ellos el dia siguiente á hora de nona campo. Señalaron lugar entre Barleta y Viseli y aseguráronle. Ponian por condicion que los vencidos queda sen por prisioneros de los vencedores. Aceptó el desafío el Gran Capitan, si bien el término era muy breve. Escogiéronse los once, y entre los demás el muy famoso Diego García de Paredes, que, como muy valiente que era, sirvió en esta guerra muy bien, y al principio della pasó en Calabria por coronel de seiscientos soldados. El dia siguiente luego por la mañana se pusieron en órden. El Gran Capitan para animallos delante Fabricio y Próspero Colona y el duque de Termens y otros muchos caballeros les habló en esta manera: «La primera cosa que en el hecho de las armas deben los caballeros hacer es justificar su querella. Desta no hay que dudar, sino que la justicia de nuestros reyes es muy clara, y que por el consiguiente será muy cierta la victoria. Concertaos por tanto muy bien y ayudaos en el pelear como lo sabeis hacer, y acordaos que en el trance desta pelea se aventura la reputacion y honra de nuestra patria, el servicio de nuestros reyes y el bien y alegría de todos los que aquí estamos, títulos que cada cual dellos obliga al buen soldado á posponer la vida y derramar por ellos la sangre. Que si no es con la victoria, ¿con qué rostro volveréis, soldados? ¿Quién os mirará á la cara?» A estas palabras respondieron todos que estaban prestos á perder las vidas antes que faltar al deber. Salieron con cuatro trompetas y sendos pajes. Entraron en la liza una hora antes que los contrarios. El combate fué muy bravo; el suceso que de los franceses quedó uno muerto y otro rendido y nueve heridos, y muertos otros tantos caballos. De los españoles uno rendido y dos heridos y tres caballos muertos. Llegó el combate hasta la noche; no pudieron los españoles rendir á los franceses que peleaban á pié, porque se hicieron fuertes entre los caballos muertos; así, aunque el daño que recibieron fué mayor, todos salieron del palenque por buenos, de que el Gran Capitan mostró mucho descontento, que pretendia salieran del campo los españoles mas honrados y no desistieran hasta tanto que á todos los contrarios tuvieran rendidos y quedara por ellos el campo. A esta sazon el rey de Francia para dar mas calor á aquella guerra y acudir de mas cerca á todo lo necesario, se determinó pasar en Italia puesto que se detuvo en Lombardia. Lo mismo pretendia hacer el rey Católico, y este intento llevaba cuando fué á Zaragoza á que le convidaban los ejemplos de sus antepasados los reyes de Aragon, que con su presencia en Cerdeña, Sicilia y Nápoles acabaron cosas que por sus capitanes no pudieran ó con gran dificultad. Era este negocio muy grave. Consultóse con grandes personajes. Los pareceres, como suele acontecer, eran diferentes y contrarios. El comendador mayor don Gutierre de Cárdenas, persona muy anciana y de grande experiencia, en una consulta que se tuvo sobre el caso hizo un razonamiento en presencia del Rey desta sustancia: «Yo quisiera, señor, en negocio tan grave oir antes que hablar; pero pues soy mandado, diré lo que siento con toda verdad. Todo

hombre que quiere emprender alguna cosa grande debe hacer balanzo de lo que en aquella pretension se puede ganar, con lo que se aventura á perder. Porque como no acometer empresas dificultosas es de bajo corazon, así es temeridad por las de poco momento poner á riesgo lo que es mas. En este negocio si miro la reputacion, que importa mucho conservar, veo que será mayor si vuestros capitanes salen con la victoria, y si se pierde, menos daño que ellos sean vencidos que su señor. Principalmente que la guerra podrá estar concluida cuando lleguemos allá, que forzaria á dar la vuelta con mengua y sin hacer nada; pues si por los nuestros estuviese la victoria, será suya la honra, y nuestro trabajo en balde; y si fuesen vencidos, ¿qué fuerzas bastarán á comenzar de nuevo el pleito aunque se hallasen juntas todas las de España? Las potencias de Italia están á la mira, inclinadas á seguir el partido de España; si se persuaden hay flaqueza de nuestra parte y que no bastan las fuerzas, sino que es necesaria la presencia del Rey, podrán tomar otro camino. Yo no soy de parecer que los príncipes pasen en ociosidad su vida; pero tampoco deben poner á peligro sus personas en casos no necesarios. ¿Quién no ve los peligros del mar en navegacion tan larga? Quién no mira cuán grande es por la mar el poder de ginoveses y cuán pujantes están, en especial si con ellos se juntan las armadas de Francia, como se puede temer para hacer rostro á las nuestras? Quién será de parecer que la vida y salud del Rey se aventure en el trance de una batalla naval, donde tanta fuerza tiene la ventura y tan poco el valor? Como se puede considerar en vuestro tio el rey don Alonso cuando fué vencido y preso con sus hermanos por pocas naves de Génova. No digo nada del desgusto de los grandes que podrán alterar el reino si se ausenta el que los enfrena y tiene á raya. Cuando todo lo demás cesase, ¿cómo podréis dejar á la Reina, que está doliente y sentirá á par de muerte semejante viaje? Si algunos reyes de Aragon pasaron el mar, los tiempos y ocasiones eran diferentes, y no siempre nuestros mayores en sus hechos acertaron. Que deseeis vestir arnés y hallaros en la guerra, no me maravillo, pues os criastes en ella desde vuestra niñez; pero mi parecer es que si esto pretendeis la rompais por España y forceis al enemigo á volver á sus fuerzas á estas partes, traza con que enflaquecerá en lo de Nápoles y aun porná á riesgo lo de Milan. Este, señor, es mi parecer; si acertado, sean á Dios las gracias; si contra el vuestro, merece perdon mi lealtad. Lo que vos determináredes eso será lo mejor y mas acertado; y si fuere de ir á Italia, yo seré el primero que con esta edad y canas os haré compañía, ca resuelto estoy de aventurar vida y hacienda antes que faltar en lo que soy obligado; mas el que es consultado, debe libremente decir lo que siente, y el que consulta oir con paciencia y de buena gana al que habla. » Grande fué el aplauso que los que se hallaron presentes dieron á las razones del Comendador mayor, que parecieron muy concertadas y dignas de dersona tan avisada. Divulgóse este parecer, y un prelado, cuyo nombre no se dice, sin ser consultado sobre el caso, dió al Rey escrito un papel desta sustancia: «El atrevimiento que tomo de dar consejo sin ser lla

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