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»mado merece perdon; pues el negocio es comun, to>>dos tenemos licencia de hablar. Si los inconvenientes »y peligros se deben considerar tan por menudo como >>el Comendador mayor dicen los ha encarecido, nadie >>acometerá hecho alguno que tenga dificultad. Ni el >>labrador se pondrá al trabajo de la sementera, ni el pi>>loto á los peligros del mar, ni el soldado embrazará las >>armas con riesgo de su vida, finalmente, nadie cum>>plirá con su oficio. Esta es la miseria de los hombres, >>que ninguna cosa grande da Dios ó la naturaleza á los >>mortales sino á costa de mucho afan. No hay duda sino »>que el primer oficio y mas proprio de los reyes es el >>cuidado de la guerra, de juntar y gobernar sus huestes, >>sea para defenderse, sea para acometer cuando es ne>>cesario; y nadie puede negar sino que esto se hace me»jor en presencia del Rey que por otro, sea quien fuere. >>Acúdenle sus vasallos y acompáñanle; los pequeños, >>los medianos y los mayores tienen por cosa vergon>>zosa quedarse en casa cuando su cabeza y su Rey se >>pone al trabajo. Nadie se desdeña de seguille, como >>>quier que muchos tengan por afrenta ser gobernados >>por los que son menos que ellos. El ejemplo está en la >>mano. ¿Cuál de los grandes, decidme, es ido á la guer»ra de Nápoles con tener el general partes tan aventa»jadas en todo? Fuera desto, el dinero, municiones y >>todo lo demás se despacha mas en breve. Las determi>>naciones en las dificultades son mas acertadas cuando >>el Rey ve por sus ojos lo que pasa. Lo que viene de tan >>léjos determinado y proveido tarde llega, y muchas >>veces fuera de sazon, por no decir que las mas veces >>va errado. El amor de los soldados para con su prínci>>pe es la cosa mas importante en la guerra; este nace >>del conocimiento, porque son como los perros, y así los >>llama Platon, que halagan á los que conocen, y ladran »á los extraños. En presencia de su príncipe que los ha >>de premiar, los valientes se hacen leones, y los cobar>>des se avergüenzan. Homero aludió á esto cuando fin»ge que los mismos dioses se hallaban en las batallas, »y que el rey Agamenon llamaba por sus nombres á to»dos los soldados. Por cierto Alejandro y César nunca >>hazañas tan grandes acabaran si quedándose en su >>regalo se encomendaran á sus capitanes. ¿Quién echó >>por el suelo la grandeza del imperio romano? ¿Los >>príncipes que se contentaron de dar órden en las co»sas de la guerra desde su casa? Y por dejar cuentos >>antiguos, yo creo, señor, que los moros se estuvieran >>hoy en España si vos mismo no fuérades á la con>>quista de Granada. Cárlos, rey de Francia, ¿cuán en >>breve allanó con su presencia todo lo de Nápoles? Su >>ausencia fué causa que se volviese á perder lo gana»do. Los trabajos no son grandes á causa que á los re>>yes nunca falta el regalo y el servicio; y el aplauso >>que todos les dan hace que se sientan menos las inco»modidades. Pues ¿qué diré de los peligros del mar? >>¿Cuándo vimos algun rey ahogado? Por cierto muy raras >>veces. Y si el rey don Alonso quisiera excusar aque>>lla batalla naval con que nos espantan, nadie le forzara »á dalla. La mucha confianza de sí, el desprecio de los >>enemigos fueron ocasion de aquel desastre, del cual »salió tan bien por el respeto que á su persona se tuvo >>como á rey, que fué casi el todo para allanar sus con

>>trarios. Que si todavía parece duro que el Rey se halle >>en las batallas y ponga á riesgo su vida, por lo menos »podrá ir á Sicilia, visitará aquel su reino, y dará asien>>to en sus cosas, y con mas calor se acudirá como de >>tan cerca á la guerra de Calabria y Pulla. Esto es lo que »yo siento en el caso presente; bien sé que mi parecer >>no agradará á todos, mas no son peores las medicinas >>que no dan gusto al paladar.» El voto del Obispo, aunque libre, pareció á muchos muy acertado, aun á los mismos que deseaban lo contrario; y si no se conformaban con él, mas era por falta de voluntad que por no aproballe. Siguióse pues el del Comendador mayor que era mas á gusto de todos y mas recatado; en especial que se le arrimaron don Enrique Enriquez, tio del Rey, don Alvaro de Portugal, presidente del Consejo Real, Garci Laso de la Vega, Antonio de Fonseca y Hernando de la Vega, personas de grande autoridad y conocida prudencia. El mismo Gran Capitan por sus cartas se conformaba con esto, y aun daba por muy cierta la victoria, seguridad que en los grandes capitanes no se suele tener por acertada. A la verdad las asonadas de guerra que por las fronteras de Francia se mostraban no daban lugar á que la persona del Rey se ausentase.

CAPITULO XVI.

Que los españoles segunda vez presentaron la batalla
á los franceses.

Al mismo tiempo que en Zaragoza se trataba de la jura de los príncipes archiduques, el partido de España iba muy de caida en Calabria. Acudió el Virey á Mecina, juntó la gente extranjera que pudo para socorrer á los suyos. De Roma, don Hugo y don Juan de Cardona, hermanos del conde de Golisano, dejado el cómodo que tenian muy honrado acerca del duque Valentin en la Romaña, á persuasion del embajador Francisco de Rojas llevaron á la misma ciudad docientos y cuarenta soldados, gente escogida. Luego que llegaron al puerto de Mecina, con su gente y la demás que pudieron recoger, pasaron el faro á tiempo que el conde de Melito, hermano del príncipe de Bisiñano, tomada Terranova, sitiaba el castillo y le tenia muy apretado. Don Hugo hizo marchar la gente hácia aquella parte, y desbaratado el Conde que le salió al encuentro, hizo alzar el cerco, y aun los príncipes de Salerno y de Bisiñano, que estaban sobre Cosencia, fueron forzados, dejado aquel cerco, por reparar el daño á bajar á la llanura de Terranova. Sucedió este encuentro cuatro dias antes que Manuel de Benavides llegase con la gente que traia en quince naves al puerto de Mecina. Entre los demás capitanes vino Antonio de Leiva, soldado muy bravo y capitan muy prudente, y mas en lo de adelante. Pasaron lo mas en breve que pudieron á Calabria para juntarse con don Hugo y con los demás. Acordaron los príncipes, que se recogieron en Melito, que el Conde con setecientos suizos y algunos caballos y gente de la tierra fuese á ponerse sobre Cosencia. Llegó á alojar á la Mota de Calamera, que está tres millas de Rosano, do alojaba la mayor parte de los españoles, que amanecieron sobre aquel lugar, y como era flaco y abierto, le entraron. De los contrarios, unos fueron muertos, otros

allí á Francisco Ursino, duque de Gravina, que se fué á ver con él, junto con Pablo Ursino, Vitelocio У Oliveroto de Fermo. El Papa, avisado desto al tanto, bizo luego en Roma prender al cardenal Ursino. Todo se enderezaba á ejemplo de los coloneses, que andaban desterrados y pobres por la violencia del Papa, á destruir asimismo la casa de los Ursinos y apoderarse de sus estados, sin embargo que poco antes hiciera una estrecha confederacion con ellos. Poco despues cobró él mismo á Perosa y Civita Castelli, y aun pretendia apoderarse de las repúblicas de Sena, Luca y Pisa. Solo enfrenaba esta su codicia demasiada el temor del rey de Francia, que tenia estas ciudades debajo de su proteccion, con que podia desde Francia enviar sus gentes hasta Nápoles como por su casa sin que nadie le pusiese impedimento; dado que la guerra entre Florencia y Pisa se continuaba, y los pisanos por valerse del rey Católico pretendian poco antes deste tiempo ponerse debajo de su amparo. No quiso él por entonces tratar dello por respetos que tuvo; cuando quiso volver á la plática era pasada la coyuntura. De Portugal dos primos, Alouso y Francisco de Alburberque, con cada tres naves partieron para la India Oriental.

CAPITULO XVII.

Que el señor de la Paliza fué preso.

huyeron, algunos con el Conde se retiraron al castillo. Y porque se tuvo nueva que el señor de Aubeni con todo su poder iba en socorro del Conde, los españoles dieron la vuelta á Rosano. Por el mismo tiempo Fabricio de Gesualdo, hijo del conde de Conza y yerno del príncipe de Melfi, que era frontero de Taranto, fué á correr la tierra de aquella ciudad. Salieron contra él Luis de Herrera y Pedro Navarro, capitanes de la guarnicion en Taranto. Esperaron en cierto paso á los contrarios, en que todos fueron presos ó muertos, que no escaparon sino tres; el mismo Fabricio quedó cautivo. En lo demás de la Pulla se hacia la guerra tanto con mayor calor, que cada cual de las partes pretendia cobrar la aduana de los ganados, que es una de las mas gruesas rentas de aquel reino. Los encuentros fueron diversos, que seria largo el relatallos por menudo; el daño de los naturales muy grande. Españoles y franceses hacian presas en los ganados de la gente miserable. Por atajar estos daños acordó el duque Nemurs en Canosa, do estaba, de venir con todo su campo á romper una puente del rio Ofanto, distante cuatro millas de Barleta. Parecíale que, quitada aquella comodidad, los contrarios no podrian con tanta facilidad pasar á hacer correrías en la Pulla, en especial al tiempo que aquel rio con las lluvias coge mucha agua. Asimismo el señor de Aubeni, luego que entró en la Calabria, fué sobre los contrarios que se hallaban en Terranova. El lugar era flaco y falto de bastimentos; acordaron dejalle y por la sierra pasar á la Retromarina. Atajáronles los pasos los franceses. Así, en aquellas fraguras hicieron huir de los españoles la gente de á pié, y de los caballos prendieron hasta cincuenta, parte hombres de armas, parte jinetes, los mas de la compañía de Antonio de Leiva, que en aquella apretura peleó con mucho esfuerzo; los mas empero se retiraron á Girachi y otras fuerzas de aquella comarca. Con esta rota, que fué segundo dia de Navidad, ganó tanta reputacion el señor de Aubeni, que casi toda la Calabria se tuvo luego por él. Cuatro días adelante el de Nemurs, como lo tenia acordado, vino con su campo sobre la puente de Ofanto, y con la artillería abatió el arco de en medio junto con una torre que á la entrada de aquella puente quedó medio derribada desde que los dias pasados pasó otra vez por allí. Tuvo el Gran Capitan aviso de la venida del duque de Nemurs. Hizo venir la gente que tenia en Andria, que era buen golpe. Tardaron algun tanto, pero en fin pudo salir á tiempo que descubrió los contrarios; mas ellos no quisieron aguardar, antes volvieron por el camino que eran idos. Envió el Gran Capitan á decir al Duque con un trompeta que ya él iba, que le aguardase. Respondió que cuando Gonzalo Fernandez estuviese tan cerca de Canosa como él llegó de Barleta, le daba la palabra de salir á dalle la batalla. A este mismo tiempo por la via de Alicante llegó á Madrid, do los reyes se hallaban, el duque de Calabria; y magüer que iba preso, el tratamiento y recibimiento que se le hizo fué como á hijo de rey. Por otra parte, el duque Valentin hacia la guerra en la Romaña con grande pujanza, ca el primer dia de enero del año de 1503 se le entregó Senagalla, que era del hijo del Prefecto, sobrino del cardenal Julian de la Ruvere. Sobre seguro prendió

El Gran Capitan en Barleta, do tenia sus gentes, se hallaba en grande aprieto, y era combatido de contrarios pensamientos. Por una parte no queria salir al campo hasta tanto que asegurase su partido con la venida de los alemanes, y el socorro que de España venia, que aguardaba por horas. Por otra parte la falta de bastimentos le ponia en necesidad de desalojar el campo, y ir en busca del enemigo, que tenia su gente repartida en Monorbino, donde el general estaba, y Canosa y Ciriñola, pueblos mas proveidos de mantenimientos. En esta perplejidad siguió el camino de en medio, que fué enviar diversas compañías y escuadrones á correr la comarca, traza muy á propósito para juntamente conservar la reputacion, ejercitar su gente y entretenerse con las presas. Con esta resolucion, á 15 de enero, salió de Barleta. Envió delante al comendador Mendoza con trecientos jinetes para que corriesen la tierra hasta Labelo, distante veinte y cinco millas de allí, y que alcanzaba buena parte de la aduana. El con la demás gente se puso á cuatro millas de Monorbino para hacer rostro si los franceses saliesen contra los suyos. Arrancaron los corredores en aquella salida mas de cuarenta mil ovejas. Salieron de la Ciriuola docientos hombres de armas y otros tantos archeros para juntarse con otros tantos que alojaban en Canosa y ir juntos á quitalles la presa. La gente del Gran Capitan los quiso atajar, pero con mal órden, que fué causa que se pudiesen entrar en Canosa, aunque con pérdida de alguna gente. No salió el de Nemurs, y así los nuestros se pudieron recoger con la presa que llevaban. Cuatro dias despues por aviso que tuvieron que el señor de la Paliza salia con quinientos caballos á correr lo de Barleta, salieron el Gran Capitan y don Diego de Mendoza á ponerse en dos pasos por donde los franceses forzosamente habian

de pasar. Cayó el de la Paliza con su caballo al salir, que fué causa de quedarse con la mas gente; solo fué un su teniente, por nombre Mota, con setenta, parte hombres de armas, parte archeros, á hacer la correría. Cayeron en la celada, y de todos no se salvaron sino. dos que no fuesen muertos ó presos. Entre los demás quedó en poder de don Diego de Mendoza Mota, teniente del Capitan. Este en pláticas que tenia se adelantó á decir mal de la nacion italiana. Volvia Iñigo Lopez de Ayala por los italianos y defendíalos con buenas razones. El Francés con el calor y porfía se arrojó á decir que si diez italianos quisiesen hacer armas con otros tantos franceses, que él seria uno dellos, y les probaria ser verdad lo que decia. Llegó esta plática á orejas de los italianos que estaban allí en servicio de España. Quejáronse al Gran Capitan, y pidieron licencia para volver por su nacion. El se la dió de buena gana. Hobo demandas y respuestas sobre asegurar el campo y sobre el número de combatientes; en fin, señalaron el campo entre Andria y Cuarata. Juntamente acordaron que de cada parte peleasen trece. Salieron á los 13 de febrero los unos y los otros, y el Gran Capitan, por lo que pudiese suceder, se puso con toda su gente cerca de Andria. Los jueces señalaron los puestos á los unos y á los otros. Hacia grande viento y ayudaba á los italianos. Pidieron los franceses que el viento se dividiese; no se acordaron los jueces en esto. Eucontráronse con las lanzas, y dado que casi á todos los franceses se les cayeron por el gran viento, ningun caballo fué muerto ni caballero derribado. Vinieron á los estoques y hachas, en que los italianos se aventajaron tanto, que en espacio de una hora á los franceses todos echaron del campo y los rindieron; quedó uno dellos muerto, y otro muy mal herido. De los italianos uno solo quedó herido ligeramente. Con esta victoria entraron aquellos caballeros aquella noche en Barleta, los doce prisioneros delante. Fué grande el contento de todos, y mas del Gran Capitan, que para mas honrallos los hizo cenar consigo. A la misma sazon salieron de Taranto Luis de Herrera y Pedro Navarro con su gente; tomaron por trato á Castellaneta y otros muchos lugares por aquella comarca. Ofrecíase otra empresa de mayor importancia; alojaban el señor de la Paliza, que se llamaba virey del Abruzo, y el lugarteniente del duque de Saboya en un pueblo, que se llama Rubo, diez y ocho millas distante de Barleta ; tenian pasados de quinientos soldados entre hombres de armas y archeros. Deseaba el Gran Capitan dar sobre ellos. Tuvo aviso que el duque de Nemurs iba á recobrar á Castellaneta, y que con el príncipe de Melfi quedaba en Canosa la fuerza del ejército francés, y que de nuevo otros ciento y cincuenta soldados eran idos á Rubo por asegurar mas aquella plaza. Con este aviso un miércoles, á 22 de febrero, salió al anochecer el Gran Capitan con mil caballos y tres mil infantes y algunas piezas de artillería. Con esta gente y aparato amaneció sobre Rubo. Asestaron la artillería. Los soldados, antes que el muro estuviese abatido del todo, sin órden acometieron con deseo de tomar el pueblo á escala vista. Fueron por los de dentro rebatidos, y retiráronse, aunque sin daño. Prosiguieron la batería, y derribada buena parte del

muro, tornaron los de España á acometer. Los de dentro se defendian muy bien, y el combate fué muy sangriento; mas en fin, los de España entraron por fuerza. Murieron docientos franceses, y quedaron heridos otros muchos. El señor de la Paliza con una herida en la cabeza al salir del lugar, ca pretendia salvarse, fué preso. El teniente del duque de Saboya se retiró al castillo para defenderse hasta que llegase el socorro; pero como se plantase la artillería para batille, se rindió á merced. Fueron asimismo presas otras personas de cuenta que hacian grande falta en el campo francés. De los vencedores murieron pocos. Don Diego de Mendoza á la entrada fué herido en la cabeza con una piedra que le sacó de sentido; pero todo el daño quedó en el almete. Con esta victoria y con el saco se retiraron luego los nuestros porque no cargase la gente francesa, que no estaba léjos, mayormente que el de Nemurs, avisado que fué de la resolucion del Gran Capitan, sin tomar á Castellaneta dió la vuelta para juntarse con el principe de Melfi y acorrer á Rubo. Su venida fué tarde, por donde ni en lo uno ni en lo otro hizo algun efecto ; y desde este tiempo sus cosas comenzaron á ir de caida, en especial que un Perijuan, caballero de San Juan, provenzal de nacion, el cual con cuatro galeras y dos fustas era venido de Rodas en favor de franceses y impedia á los nuestros las vituallas y aun tomaba los bajeles que andaban desmandados por aquellas riberas de la Pulla, fué desarmado por los nuestros. Lezcano, cabo de cuatro galeras que andaban por aquellas costas de Pulla, hombre diestro en el mar, las reforzó de remeros y puso en ellas quinientos soldados para acometer al enemigo. Fué en su busca la vuelta de Brindez; él, aunque tenia mas número de bajeles, no se atrevió á pelear, metióse en el puerto de Otranto, fiado en el amparo de venecianos. Lezcano no se curó desto; tomó primero una nao y una carabela que halló fuera del puerto con otros bajeles; con esto fué tanto el miedo de Perijuan, que sin aventurar á defenderse, de noche sacó la gente y la ropa que pudo, y echó á fondo las galeras y fustas con la artillería porque dellas no se aprovechasen los enemigos. El almirante Vilamarin se tenia en el puerto de Mecina con algunas galeras para asegurar aquella costa y acudir á la parte que fuese necesario. Para reforzarse aguardaba la venida de Luis Portocarrero. Por otra parte, pretendia el Gran Capitan viniese á surgir en algun puerto de la Pulla, porque no se detuviese en lo de Calabria, como lo hizo Manuel de Benavides, contra el órden que él tenia dado, es á saber, que fuese á juntarse con él. Este mismo órden se dió á Luis de Herrera y Pedro Navarro que guardaban á Taranto; y á Lezcano, que desarmado el contrario luego desembarcó los quinientos soldados, y al obispo de Mazara, que estaba en Galípoli, que con sus gentes acudiesen á Barleta; todo á propósito de rehacerse de fuerzas para dar la batalla de poder á poder á los franceses y de una vez concluir con aquella guerra.

CAPITULO XVIII.

Que el marqués del Vasto se declaró por España. El mismo cuidado de rehacerse de fuerzas tenia el duque de Nemurs en Canosa, tanto mas, que los espa

ñoles en diversos encuentros le mataban mucha de su gente, ca en San Juan Redondo el capitan Arriaran, que se tenia en Manfredonia, pasó á cuchillo docientos franceses; Luis de Herrera y Pedro Navarro cerca de las Grutallas mataron otros docientos y prendieron cincuenta que les tenian tomado un paso al salir de Taranto, segun que les fuera ordenado. Mas adelante estos dos capitanes y Lezcano, entre Conversano y Casamaxima desbarataron y prendieron al marqués de Bitonto, el cual con obra de quinientos hombres de á pié y de á caballo se iba á juntar con el duque de Nemurs. Murieron en la refriega, entre otros muchos, Juan Antonio Acuaviva, tio del Marqués, y un hijo suyo. Lo mismo sucedió al capitan Oliva, que se encontró con una compañía de franceses y los desbarató con muerte de treinta dellos. Don Diego de Mendoza dió sobre cincuenta caballos y setenta de á pié que salieron de Viseli contra los forrajeros del campo español, en cu. ya guarda él iba. Los caballos se retiraron á Viseli; los de á pié á una torre, en que fueron combatidos y muertos. Movido destos y otros semejantes daños el duque de Nemurs, envió á avisar al señor de Aubeni y á los príncipes de Salerno y Bisiñano que dejado el mejor órden que pudiesen en Calabria, se viniesen á juntar con él para dar la batalla á los contrarios. No obedecieron ellos por entonces á este órden por causas que para ello alegaron. El Gran Capitan tenia el mismo deseo de venir á las manos, y los unos y los otros eran forzados á aventurarse por la gran falta de bastimentos que padecian; y retirarse de los alojamientos en que estaban fuera perder reputacion, que temian que la tierra se les rebelase. Verdad es que una nave de venecianos á esta sazon llegó á Trana cargada de trigo, que vino á poder de los nuestros, y otras cinco en dos veces arribaron de Sicilia con seis mil salmas de trigo, ayuda con que el Gran Capitan se pudo entretener algun tiempo junto con las presas que de ordinario de ganados se hacian. Traia de dias atrás sus inteligencias con las ciudades del Abruzo, y en particular con la ciudad del Aguila; por otra parte Capua, Castelamar, Aversa y Salerno se le ofrecian. Acordó con todas que luego que saliese en campaña se levantarian por España. Recibió á concierto al conde de Muro, dado que fué el primero á alzarse por los franceses en Basilicata, do tenia su estado. El de Salerno trató de pasar á la parte de España, y aun ofrecia de casar con hija del Gran Capitan. Poco se podia fiar de su constancia ni de la del príncipe de Melfi, que al tanto daba muestra de querer reducirse. La cosa de mas importancia que en este propósito se hizo fué que don Iñigo Davalos se declaró del todo por el rey Católico con la isla de Iscla, en que se entretenia á la sazon. Era el orígen deste caballero de España, ca don Iñigo Davalos, hijo del condestable don Ruy Lopez Davalos, gran camarlengo del reino de Nápoles, casó con Antonela de Aquino, hija heredera de Bernardo Gaspar de Aquino, marqués de Pescara. Deste matrimonio nació don Alonso Davalos, marqués de Pescara, al que mató sobre seguro un negro en un fuerte de Nápoles, y dejó un hijo niño, que se llamó don Fernando. Nació asimismo don Iñigo, & quien el rey don Fadrique hizo marqués del Vasto, y le dió por toda su vida el

gobierno de la isla de Iscla con la tenencia de la fortaleza, rentas de la isla y minas de los alumbres. Hermana destos dos caballeros fué doña Costanza Davalos, condesa de la Cerra, y despues duquesa de Francavila. Tuvieron asimismo otro hermano, que se llamó don Martin, y fué conde de Montedorosi, sin otros dos que se nombraron en otro lugar. Concertó el Gran Capitan que se le daria al Marqués todo lo que antes tenia, y de nuevo se le hizo merced de la isla de Prochita, demás de una conducta que le ofrecieron de cien lanzas y docientos caballos ligeros, y á su sobrino se concedió el marquesado de Pescara y el oficio de gran camarlengo; además que si los españoles fuesen echados de aquel reino, se les prometia recompensa de sus estados en España, condiciones todas muy aventajadas. Gastóse algunos meses en concedellas, y por esto tardó tanto el Marqués en declararse, como en lo demás fuese muy español de aficion y muy averso de Francia. Hijo deste marqués fué don Alonso, muy valeroso capitan los años adelante, y que heredó el marquesado de Pescara por muerte de su primo don Fernando, que no dejó bijo alguno. Nieto del mismo fué don Fernando Davalos, marqués de Pescara, al cual los años pasados vimos virey de Sicilia, casado con hermana del duque de Mantua. Alzó el Marqués en Iscla las banderas por España el mismo dia de pascua de Resurreccion. Por el mismo tiempo que el Marqués se pasó á la parte del rey Católico, el comendador Aguilera desembarcó en Cotron con trecientos soldados que envió últimamente desde Roma el embajador de socorro. El comendador Gomez de Solís al tanto socorrió el castillo de Cosencia y entró por fuerza la ciudad; echó al conde de Melito que allí estaba con cuatro tanta gente que la que él llevaba. Sobre los prisioneros que se tomaron en Rubo hobo duda; y entre franceses y españoles anduvieron demandas y respuestas. Tenian concertado que se hiciesen guerra cortés, y para esto entre otras cosas acordaron que los prisioneros de á caballo perdiesen armas y caballo, y se rescatasen por el cuartel del sueldo que ganaban. Prendieron los franceses los dias pasados en cierto encuentro á Teodoro Bocalo, capitan de albaneses, y á Diego de Vera, que tenia cargo de la artillería, y á Escalada, capitan de infantería española, con otros hasta en número de treinta. Soltaron á los demás conforme á lo concertado. Detuvieron los tres con color que eran capitanes y que no se comprehendian en el concierto ni era justo que pasasen por el órden que los otros. Sin embargo, al presente hacian instancia que los prisioneros de Rubo se rescatasen conforme á lo que de los demás tenian asentado, sin mirar que eran los mas gente muy principal y muchos capitanes. Avisaron al Gran Capitan que aqueIla ley guardada en la milicia neapolitana cuanto á los prisioneros de á caballo que se rescatasen por el cuartel de su sueldo no se extendia á los que en batalla campal eran presos ó en lugar que se tomase por fuerza de armas. Consultóse el caso con soldados y caballeros ancianos de la tierra; y como quier que todos conformasen en este parecer, conforme á él se respondió á los franceses, y los prisioneros quedaron para rescatarse cada cual segun su posibilidad y como se concer

tasen con los que los rindieron y los tenian en su poder. El principal intento fué entretenellos para que no pudiesen servir al duque de Nemurs en la batalla que segun el término en que las cosas se hallaban se entendia no se podia excusar.

CAPITULO XIX.

De las paces que el Archiduque asentó con Francia.

daban con su parte, y quitaban al rey Católico la suya, pues le forzaban á sacar los españoles de aquel reino; y por el segundo se quedaban las cosas en la misma reyerta que antes. Esto se trataba en sazon que el rey Católico era vuelto á Zaragoza para dar conclusion en las Cortes que allí se continuaban. En ellas al principio del mes de abril en presencia suya fué acordado que Aragon sirviese para aquella guerra por tres años con docientos hombres de armas y trecientos jinetes á sus expensas, con tal que los capitanes y gente fuesen naturales del reino. Pusiéronse en breve en órden, y fué acordado que marchasen la via de Ruisellon, por asonadas de guerra que de Francia se mostraban, para defender aquella frontera si intentasen de romper los franceces por aquella parte, como se temia, á causa que el mariscal de Bretaña, capitan general de Francia, y el señor de Dunoes y el gran Escuyer se acercaban á Carcasona con los pensionarios del Rey, y otras muchas gentes se esperaban allí de diversas partes. Por esto el

Al tiempo que el Archiduque partió de Madrid hizo grande instancia con el Rey, su suegro, para que le declarase su determinada voluntad en lo que tocaba á tomar algun medio de paz con Francia, y que le diese comision para tratar della, caso que el rey de Francia viniese en lo que era razon. Rehusó el rey Católico de hacer esto al principio, sea por no fiarse del todo de su yerno, y menos de los que tenia á su lado, que eran tenidos por muy franceses, ó por no desanimar á los que se tenían de su parte en Italia si se entendiese que el Archiduque por su órden y con su beneplácito pasa-Rey proveyó que su gente se acercase á Figueras, y ba por Francia. Sin embargo, la instancia fué tal, que finalmente le dió la comision con una instruccion muy limitada, que prometió de no exceder en manera alguna, y aun despues con fray Bernardo Boil, abad de San Miguel de Cuja, le envió el poder para concluir con nueva instruccion. Dióle órden que no diese parte á nadie que llevaba aquel poder, sino solo al Archiduque, debajo de juramento que lo tendria secreto; y que si no se guardase la instruccion, no diese el poder hasta dar aviso de todo lo que pasaba. Llegó el Archiduque á Leon por el mes de marzo en sazon que la guerra se hacia en la Pulla y Calabria con el calor que queda mostrado; y en Alcalá de Henares la Princesa parió un hijo, que se llamó don Fernando, á los 10 de aquel mes; bautizóle el arzobispo de Toledo; fueron padrinos el duque de Najara y el marqués de Villena. Estaba en Leon el legado del Papa, el cardenal de Ruan y el mismo Rey. Comenzóse á tratar del negocio, pero muy diferente de la instruccion que llevaban de España. El abad avisó al Archiduque que no se debia pasar adelante sin avisar primero á su Rey. No dieron lugar á ello ni comodidad de despachar un correo, como lo pedia; antes le pusieron tales temores, que le convino entregar el poder que tenia, y aun al Príncipe estrecharon tanto sobre el caso, que buenamente no se pudo excusar por estar en poder del rey de Francia y porque los de su consejo eran de parecer que concluyese, sin tener cuenta con la instruccion que llevaba. Creyóse que los franceses con dinero que les dieron los cohecharon y ganaron. La suma desta concordia fué que se tomasen uno de dos medios, ó que el rey Católico renunciase la parte que le pertenecia del reino de Nápoles en su nieto don Cárlos, y el de Francia la suya en su hija Claudia, que tenia concertados; que entre tanto que los dos no se casaban, la parte del rey Católico se pusiese en tercería en poder del Archiduque y de los que él nombrase, y la otra quedase en poder de franceses; ó que el Católico tuviese su parte, y el de Francia la suya, y la Capitinata sobre que contendian se pusiese en tercería. Eran estos medios muy fuera de propósito, pues por el primero los franceses se que

don Sancho de Castilla, capitan general de Ruisellon, apercebia todas aquellas plazas para que no le hallasen descuidado. El mismo Rey acordó acercarse á aquellas fronteras. Llegó á Poblete, cuando por una del abad fray Boil tuvo aviso de la premia que al Príncipe se hacia para que asentase la concordia contra el órden que llevaba. Respondióle el Rey lo que debia hacer. Todo no prestó nada, que las paces se publicaron, y el Archiduque despachó á Juan Edin, su aposentador mayor, y el Rey de Francia un Eduardo Bulloto, ayuda de cámara, para que cada cual por su parte avisasen al Gran Capitan y al de Nemurs cómo quedaban las paces concluidas, y que por tanto sobreseyesen, y no se pasase mas adelante en la guerra. Con tanto, el Archiduque se partió de Leon la via de Saboya para verse con su hermana madama Margarita, con quien y con aquel Duque tuvo las fiestas de Pascua. Apresuraron Juan Edin y Eduardo su camino por Roma publicando que las paces eran hechas. Llegaron á Barleta en sazon que los dos generales se aprestaban á toda furia para venir á las manos, en especial el Gran Capitan, despues que dos mil y quinientos alemanes que se embarcaron en Trieste y sin contraste pasaron por el golfo de Venecia, á los 10 de abril aportaron á Manfredonia, socorro que esperaba con grande deseo. Dióle Juan Edin la carta que le llevaba del Archiduque, en que le encargaba y mandaba de parte del Rey que sobreseyese él y todos los demás en todo auto de guerra, porque esto era lo que convenia. Estaba el Gran Capitan prevenido por cartas de su Rey, en que le avisaba de la ida del Archiduque por Francia; y porque della podria resultar que se hiciese algun asiento de paz ó tregua, le ordenaba que puesto que el Archiduque le escribiese alguna cosa en este propósito, no hiciese lo que le ordenase sin su especial mandato. Así, respondió que no se podia cumplir aquel órden sin que primero el Rey, su señor, fuese informado del estado en que las cosas de aquel reino se hallaban; que los franceses rompieron la guerra á tuerto, y que al presente, que tenian perdido el juego, no podia ni debia aceptar semejante paz; que él sabia bien lo que debia hacer, y en persona iria á dar la res

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