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puesta al duque de Nemurs. Como lo dijo, así lo cumplió. El rey Católico asimismo no quiso venir en esta concordia, si bien para cumplir con todos tornó á mover la plática de restituir el reino al rey don Fadrique; mas el Francés no quiso oir al embajador que para este efecto le enviaron, antes le despidió afrentosamente por el sentimiento que tenia grande de que la concordia no se guardase.

CAPITULO XX.

Que el señor de Aubeni fué vencido y preso.

Con la armada que se aprestó en Cartagena partió Luis Portocarrero mediado febrero. La navegacion conforme al tiempo fué trabajosa en el golfo de Leon, y despues en el paraje de la costa de Palermo tuvieron dos tormentas muy bravas. Llegaron en veinte dias al puerto de Mecina con la armada entera y junta, dado que hombres y caballos padecieron mucho. Tratóse allí á qué parte del reino irian á desembarcar; algunos eran de parecer que conforme á los avisos del Gran Capitan pasasen á la costa de Pulla para juntarse con la masa del ejército español; á Luis Portocarrero pareció que la navegacion era muy larga para gente que venia cansada y maltratada del mar. Pasó á Rijoles con su armada con intento de hacer la guerra por la Calabria conforme al órden que traia de España. El señor de Aubeni, despues de la rota que dió á Manuel de Benavides y á don Hugo de Cardona, tenia sus alojamientos en la Mota Bubalina con esperanza de tomar por hambre á Girachi, que está distante tres leguas, y buena parte de los vencidos despues de la rota se recogió á aquella plaza. Era ido el príncipe de Bisiñano á su estado, y el de Salerno y conde de Melito se partieran para Nápoles. Determinó Portocarrero de salir en campaña, y con este intento hizo alarde de su gente en Rijoles cuando le sobrevino una fiebre mortal. Antes que falleciese fué avisado que algunos capitanes de cuenta se entraron en Terranova, lugar que con otros muchos desampararon los franceses luego que supieron que la armada era llegada. Supo mas que el de Aubeni, sabida la enfermedad, acudió á ponerse sobre ellos, y los tenia muy apretados por ser aquel lugar flaco. Con este aviso Luis Portocarrero nombró en su lugar á don Fernando de Andrada para que con la gente de á pié y de á caballo fuese á socorrer á los cercados, y al almirante Vilamarin dióórden que enviase sus galeras delante Joya para desmentir á los franceses que entendiesen iba el socorro por mary por tierra. Apresuráronse los españoles, porque tenian entendido que los de Terranova padecian gran falta de bastimento. Llegaron á Semenara; tuvo el de Aubeni noticia del socorro que iba, alzóse del burgo de Terranova, do alojaba, y pasóse á los Casales. Don Fernando, contento de haber socorrido á los cercados, se detuvo en Semenara. Allí le acudieron otras compañías de gente, en particular Manuel de Benavides, Antonio de Leiva, Gonzalo Davalos, don Hugo y don Juan de Cardona, cada cual con su gente, con que formó un buen ejército bastante para romper al enemigo al tiempo del retirarse la via de Melito. Deste parecer era don Hugo que le acometiesen; pues todas las veces que se reconoce

notable ventaja, los prudentes capitanes se deben aprovechar de la ocasion, que si la dejan pasar, pocas veces vuelve. Mas don Fernando se excusó con el órden que llevaba de no dar en manera alguna la batalla. Falleció finalmente Portocarrero; su cuerpo depositaron en la iglesia mayor de Mecina enfrente de la sepultura de don Alonso el Segundo, rey de Nápoles. Por su muerte resultó alguna diferencia entre los capitanes sobre quién debia ser general. Acordaron de remitirse al virey de Sicilia, el cual se conformó con la voluntad del difunto, y tornó á nombrar á don Fernando de Andrada. Sintiéronse desto y agraviáronse don Hugo y don Juan de Cardona que un caballero mozo y de poca experiencia fuese antepuesto á los que en nobleza no le reconocian ventaja, y en las cosas de la guerra se la hacian muy conocida; pero no por eso dejaron de acudir con los demás, ca venció el deseo de servir á su Rey y hacer lo que debian al sentimiento y pundonor. Tenia toda la gente española mucho deseo de venir á las manos; las estancias muy cerca de las de los contrarios. El de Aubeni mostraba no menor voluntad de querer la batalla, y envió un trompeta á requerilla. Los españoles la rehusaban por el órden que tenian. Cobró avilenteza con esto, y por entender que nuestros soldados estaban descontentos, porque no les pagaban. Salió de Rosano y Joya para acercarse á los contrarios, tanto, que se adelantó á dar vista á Semenara. Pasó el rio y entró por la vega adelante, que fué grande befa. Habian estado los gallegos poco antes amotinados porque no les pagaban. Podíase temer algun desman. El virey de Sicilia con algun dinero y los capitanes con las joyas y plata que vendieron, los aplacaron en breve. Los franceses eran trecientos hombres de armas y seiscientos caballos ligeros y mil y quinientos infantes y mas de tres mil villanos. Los españoles con buen órden salieron de Semenara en número ochocientos caballos y cerca de cuatro mil peones. Retiróse el de Aubeni á Joya sin atreverse á esperar la batalla. Siguiéronle los contrarios con intento de combatir el lugar. Pasaron algunas cosas de menor cuenta, hasta que un viérnes de mañana, á 21 de abril, los unos y los otros, como si la batalla estuviera aplazada, sacaron sus gentes al campo. El de Aubeni animaba á los suyos, traíales á la memoria la victoria que los años pasados ganaran en aquel mismo lugar y puesto del rey don Fernando de Nápoles y del Gran Capitan : «Si contra ejército tan pujante y capitanes los mas valerosos de Italia salistes con la victoria y distes muestra de la ventaja que hacen los franceses á las demás naciones, ¿ será razon que contra unos pocos y mal avenidos soldados perdais el ánimo, perdais el prez y gloria que poco ha ganastes? No lo permitirá Dios, ni vuestros corazones tal sufrirán; morir sí, pero no volver atrás. Acordaos de vuestra nobleza, del nombre y gloria de Francia.» Esto decia el de Aubeni. Adelantábanse los campos por aquella llanura al son de sus atambores y trompetas. Cada parte pretendia aventajarse en tomar el sol. Pasaron los de España con este intento el rio un poco mas arriba. Antojóseles á los franceses que se retiraban. Arremetieron con poco órden, y con menos dispararon el artillería antes que la contraria, que no hizo daño alguno ni desbarató la ordenanza que

los de España llevaban, los cuales á la mano izquierda pusieron la infantería, á la derecha los jinetes, en medio los hombres de armas. Rompieron los caballos con tanto denuedo en los contrarios, que casi no quedó hombre dellos á caballo. Con esto el segundo escuadron de los enemigos, en que iba la gente de á pié, sin aventurarse se puso luego en huida. Siguieron los españoles el alcance hasta las puertas de Joya, do la mayor parte de los vencidos se retiraron. Fueron presos casi todos los capitanes de los franceses, y dentro de Joya se rindieron Honorato y Alonso de Sanseverino, el primero hermano, y el segundo primo del príncipe de Bisiñano; al de Aubeni en la Roca de Angito, donde se retiró, apretaron de manera, que se rindió al tanto por prisionero. Con esta victoria, que fué una de las mas señaladas que se ganaron en toda aquella guerra, toda la Calabria en un momento quedó llana por España.

CAPITULO XXI.

De la gran batalla de la Cirinola.

Hallábase el Gran Capitan en tal aprieto por falta de vituallas, que no tenia provision para mas que tres dias ni órden para proveerse y traellas de otra parte; temia no se rebelasen los lugares de aquella comarca forzados de la hambre que todos padecian igualmente. Acordó de salir á buscar al enemigo, y en primer lugar enderezarse contra la Cirinola, pueblo muy flaco, pero que tenia en el castillo bastante número de soldados, yalojado á seis millas todo el campo francés, por donde seria forzoso venir á las manos. Antes de partir socorrió á los hombres de armas con cada dos ducados, y á los infantes con cada medio. Los soldados estaban muy animados, y no hacian instancia por ser pagados. El primer dia por bajo de la famosa Cannas, á la ribera del rio Ofanto, se fueron á poner á tres millas del campo francés. El dia siguiente prosiguieron su viaje la yuelta de la Cirinola muy en órden por tener los enemigos tan cerca. Fabricio Colona y Luis de Herrera iban con los corredores, que eran hasta mil caballos ligeros. La avanguardia se dió á don Diego de Mendoza con dos mil infantes españoles. Con los alemanes y algunos hombres de armas y caballos ligeros quedó el Gran Capitan en la retaguardia para hacer rostro á los contrarios, si los quisiesen seguir. La tierra era muy seca, el dia muy caluroso, la jornada larga; fatigóse tanto la gente, que murieron de sed algunos hombres de armas y peones de los alemanes y españoles. Tuvieron los franceses aviso desta incomodidad. Acordaron aprovecharse de la ocasion y sacar la gente de su fuerte, en que se tenian muy pertrechados, á dar la batalla. Erau los franceses quinientos hombres de armas, dos mil caballos ligeros y cuatro mil suizos y gascones, repartidos en esta forma. El príncipe de Salerno llevaba en la avanguardia docientos hombres de armas y dos mil infantes. La retaguardia se dió al príncipe de Melfi con una compaùía de hombres de armas, mil villanos y algunos gascones. Con lo demás en la batalla iba el duque de Nemurs. Los de España se aventajaban en la infantería, sino fuera tan fatigada. Los contrarios se señalaban en la caballería, que la tenian muy buena y muy lucida.

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Con este órden comenzaron los franceses á picar en nuestra retaguardia. Parecia cosa imposible llegar los de España á la Cirinola, do tenian fortificados sus reales, sin perder el carruaje y aun mucha parte de la infantería, que quedaban tendidos por el suelo por la sed y calor grande. En este aprieto el Gran Capitan no perdió el ánimo; antes hizo que los de á caballo tomasen en las ancas los peones que tenian necesidad, y él mismo hacia lo que ordenaba á los otros, y daba con su mano de beber á los que padecian mas sed. Con este órden llegaron al fin á sus estancias sin que se recibiese algun daño dos horas antes que se pusiese el sol. En esto asomó la caballería enemiga. Los de España sin dificultad dentro de sus trincheas se pusieron en ordenanza. El miedo muchas veces puede mas que el trabajo. Entonces el Gran Capitan comenzó á animar á los suyos con estas razones : « La honra y prez de la milicia, señores y soldados, con vencer á los enemigos se gana. Ninguna victoria señalada se puede ganar sin algun afan y peligro. Los que estáis acostumbrados á tantos trabajos no debeis desmayar en este día, que es en el que habeis de coger el fruto de todo el tiempo pasado. La causa que defendemos es tan justificada, que cuando nos hicieran ventaja en la gente, se pudiera esperar muy cierta la victoria, cuanto mas, que en todo nos adelantamos y mas en el esfuerzo de vuestros corazones acostumbrados á vencer; la gana que mostrábades de venir á las manos y el talante ¿ será razon que en tal ocasion la perdais? Este dia, si sois los que debeis y soleis, dará fin á todos nuestros afanes. >> Tras esto se comenzó la batalla. El de Nemurs, por ser tan tarde, quisiera dejalla para el otro dia. El señor de Alegre hizo instancia que no se dilatase, ca tenia por cierta la victoria. De cada parte habia trece piezas de artillería; los franceses jugaron la suya primero sin hacer algun daño en nuestros escuadrones. La española, que como de lugar mas alto sojuzgaba á los contrarios, hizo en ellos grande estrago. No pudo tirar sino una vez por causa que un italiano, pensando que los españoles eran vencidos, puso fuego á dos carros de pólvora que llevaban. La turbacion de la gente fué grande, y la llama se esparció tanto, que se entendió eran todos perdidos. Estuvo el Gran Capitan sobre sí en este trance, que dijo á los que con él estaban con rostro alegre: << Buen anuncio, amigos, que estas son las luminarias de la victoria que tenemos en las manos.» Por el daño que nuestra artillería hizo el duque de Nemurs quiso luego trabar la pelea; arremetió con ochocientos hombres de armas contra los que estaban en ordenanza, la infantería por frente, y los hombres de armas por los costados. Tenian el arce y la cava delante, reparo que los franceses no advirtieron; por donde les fué forzoso sin romper lanza dar el lado para volver á enristrar. Entonces los arcabuceros alemanes que cerca se hallaron descargaron de tal manera sobre los contrarios, que hicieron grande estrago en aquel escuadron. Seguíase tras los hombres de armas el señor de Chandea, coronel de suizos y gascones con su infantería. Contra estos salieron los españoles y les dieron tal carga, que al punto desmayaron. Adelantáronse los príncipes de Salerno y Melfi que venian este dia en la reguardia. Reci

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biólos el Gran Capitan con su escuadron como convenia. Finalmente, los de España por todas partes cargaron de tal suerte, que los contrarios fueron desbaratados ypuestos en huida. Siguieronlos los vencedores hiriendo y matando hasta meter los franceses por sus reales, que tenian seis millas distantes y fueron con el mismo ímpetu entrados y ganadas las tiendas con la cena que aparejada hallaron, y era bien menester para los que aquel dia tanto trabajaron y tenian tanta falta de vituallas. El despojo y riquezas que se hallaron fué grande. Dióse esta batalla, de las mas nombradas que jamás hobo en Italia, un viérnes, á 28 de abril. Murió en ella á la primera arremetida el duque de Nemurs, general, cuyo cuerpo mandó el Gran Capitan sepultar con toda solemnidad en Barleta en la iglesia de San Francisco. Murieron otrosí el señor de Chandea, el conde de Morcon y casi todos los capitanes de los suizos. Los príncipes de Salerno y Melfi y marqués de Lochito salieron heridos. Perdieron toda la artillería y casi todas las banderas. Muy mayor fuera el daño si la noche que sobrevino y cerró con su escuridad no impidiera la matanza. Reposaron los vencedores aquella noche, el dia si

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guiente se entregó Cirinola, y todos los que en el pueblo. tenian de guarnicion se rindieron á merced. Lo mismo hicieron trecientos que de los vencidos se recogieron al castillo. Canosa asimismo alzó banderas por España. Los que en esta batalla se señalaron fueron los españoles, ca los alemanes, fuera de la rociada que dieron á los hombres de armas franceses, no pusieron las manos en lo demás. Entre todos ganaron grande honra, de los italianos el duque de Termens, de los españoles don Diego de Mendoza, de quien dijo el Gran Capitan que aquel dia obró como nieto de sus abuelos. Mandaron enterrar los muertos. Hallóse que de la parte de Francia murieron tres mil y setecientos, y de los españoles no faltaron sino nueve en la pelea, y ninguno persona de cuenta. Verdad es que en el camino muchos de los del campo español murieron de sed, y aun mil y quinientos no se pudieron sacar del agua que hallaron en ciertos pozos, ni fueron de provecho alguno aquel dia; por lo cual la batalla fué muy dudosa, y la victoria por el mismo caso mas alegre y mas señalada y de mayor gloria para los vencedores.

LIBRO VIGÉSIMOCTAVO.

CAPITULO PRIMERO.

Que la ciudad de Nápoles se rindió al Gran Capitan. * DESPUES que los españoles ganaron la batalla de la Cirinola, casi todo lo demás de aquel reino se les allanó con facilidad. El Gran Capitan no se descuidaba con la victoria como el que sabia muy bien que la grande prosperidad hace á los hombres aflojar, por donde suele šer víspera de algun desastre; y que es menester ayudarse cuando sopla el viento favorable, sin perdonar á diligencia ni á trabajo hasta tanto que la empresa comenzada se lleve al cabo, tanto mas, que un dia despues que ganó aquella victoria le llegaron cartas de la batalla que los suyos vencieron junto á Semenara y de la prision del señor de Aubeni. No llegaron estas nuevas antes á causa que don Fernando de Andrada no se tenia por sujeto al Gran Capitan por haber sucedido en aquel cargo á Luis Portocarrero, de que él se sintió tanto, que envió á pedir licencia para volverse á España. El rey Católico mandó á don Fernando desistiese de aquella pretension, y al Gran Capitan le diese una compañía de hombres dearmas para que ayudase en lo que restaba. Con la nueva destas dos victorías y con enviar diversos barones á sus tierras para que allanasen lo que restaba alzado, muy en breve se redujeron la Capitinata y Basilicata casi todas; y aun en el Principado muchos barones y pueblos se declararon por España. De los que escaparon de la batalla, la mayor parte se retiró la vuelta de Campaña con intento de fortificar

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se en Gaeta, ciudad de sitio inexpugnable, ca todo lo demás lo daban por perdido. Siguiólos Pedro de Paz con algun número de caballos. Con ocasion de su ida por aquella comarca, Capua alzó banderas por España, y aun gente de aquella ciudad ayudó á seguir los franceses, de los cuales antes que entrasen en Gaeta mataron y prendieron hasta cincuenta hombres de armas que alcanzaron. El marqués de Lochito luego que llegó á su casa, aunque maltratado de la pelea, con su mujer y la hacienda que pudo recoger se partió la via de Roma para el cardenal de Sena, su tio, hermano de su madre. Otros se redujeron á otras partes, en especial monsieur de Alegre y el príncipe de Salerno se recogieron á Melfi, de donde el dia siguiente se partieron la via de Nápoles. El conde de Montela al pasar estos señores por su estado les mató y prendió mas de docientos caballos de quinientos que llevaban. Luis de Arsi se fortificó en Venosa, confiado en el castillo que tenia muy bueno. Acudió luego el Gran Capitan con su campo; hizo sus estancias en la Leonesa, que está cerca de aquellos dos pueblos, Melfi y Venosa. Allí se movieron tratos con el príncipe de Melfi para que se rindiese, como lo hizo á condicion que le dejasen residir en otra villa de su estado, hasta entender si el rey Católico le recebia en su servicio con las condiciones. que tenían tratadas, magüer que de su ingenio se pudo presumir tenia tambien puestos los ojos en lo que pararía el partido de Francia. Fabricio Colona y los condes del Pópulo y Montorio fueron enviados al Abruzo

para dar calor á los que en aquella provincia se declaraban por España y para allanar lo restante; al almirante Vilamarin se envió órden que con sus galeras y los demás bajeles que pudiese juntar partiese con toda presteza la vuelta de Nápoles, para do el Gran Capitan se pensaba encaminar, y con este intento fué con su gente á Benevento, y de allí pasó á Gaudelo. Desde este pueblo escribió una carta muy comedida á la ciudad de Nápoles, en que ofrecia á aquellos ciudadanos todo buen tratamiento y cortesía, y les rogaba no diesen lugar para que su gente entrase en su territorio de guerra y hiciese algunos daños. Salieron á tratar con él el conde de Matera y los síndicos de aquella ciudad. Hicieron sus capitulaciones, y con tanto ofrecieron de entregarse. A la sazon monsieur de Vanes, hijo del señor de Labrit, avisado del destrozo de los franceses, pidió licencia al duque Valentin, ca le servia en la guerra que continuaba contra los Ursinos, para acudir al reino de Nápoles. Diósela el Duque, y con docientos caballos y alguna gente de á pié que pudo recoger se fué á juntar con el campo de los franceses, los cuales con la gente que de la Pulla y Calabria y del Abruzo se les allegó formaron cierta manera de campo, y se alojaron junto al Garellano. Por esta causa se pusieron á las espaldas en Capua y en Sesa de los españoles hasta cuatrocientos de á caballo. Al presente acordó el General enviar toda la demás gente para el mismo efecto de hacer rostro á los enemigos y asegurarse por aquella parte y quedarse solo con mil soldados, que le parecia bastaban para el cerco de los castillos de Nápoles. Los soldados españoles, con el deseo que tenian de verse en Nápoles, la noche antes se desmandaron á pedir la paga que decian les prometiera el Gran Capitan de hacelles en Nápoles. Mostrábanse tan alterados, que por excusar mayores inconvenientes fué forzado el General de llevar consigo la infantería española, y se contentó con enviar á Sesa los hombres de armas y caballos ligeros y los alemanes con órden que le aguardasen allí, que muy en breve seria con ellos, ca no pensaba detenerse en aquella ciudad. La entrada del Gran Capitan en Nápoles fué á 16 de mayo con tan grande aplauso y triunfo como si entrara el mismo Rey. Llevaba delante la infantería y las banderas de España. Los barones y caballeros de la ciudad le salieron al encuentro. Todo el pueblo, que es muy grande, derramado por aquellos campos con admiracion miraban aquel valeroso Capitan, que tantas veces venció y domó sus enemigos. Acordábanse de las hazañas pasadas y proezas suyas en tiempo y favor de sus reyes don Fernando y don Fadrique, y comparábanlas con las victorias que de presente dejaba ganadas. Parecíales un hombre venido del cielo y superior á los demás. Lleváronle por los sejos como se acostumbraba llevar á los reyes cuando se coronaban, por las calles ricamente entapizadas, el suelo sembrado y cubierto de flores y verduras; los perfumes se sentian por todas partes, todo daba muestra de contento y alegría. Los mas aficionados á Francia eran los que en todo género de cortesía mas se señalaban y mas alegres rostros mostraban con intento de cubrir por aquella manera las faltas pasadas. La ciudad de Nápoles, que dió nombre

á aquel reino, es una de las mas principales, ricas y populosas de Italia. Su asiento á la ribera del mar Mediterráneo y á la ladera de un collado que poco a poco á se levanta entre poniente y septentrion. Las calles son muy largas y tiradas á cordel, sembradas de edificios magníficos á causa que todos los señores de aquel reino, que son en gran número, tienen por costumbre de pasar en aquella ciudad la mayor parte del año; y para esto edifican palacios muy costosos como á porfía y competencia. Los mas nombrados son el del príncipe de Salerno y el del duque de Gravina. Convídales á esto la templanza grande del aire, la fertilidad de los campos y los jardines maravillosos y frescos que tiene por todas partes; así, no hay ciudad en que vivan de ordinario tantos señores titulados. Está la ciudad dividida en cinco sejos, que son como otras tantas casas de ayuntamiento, en que la nobleza y los señores de cada cuartel se juntan á tratar de lo que toca al bien de la ciudad, de su gobierno y provision. Los templos, monasterios y hospitales muchos y muy insignes, especialmente el hospital de la Anunciata, cada un año de limosnas que se recogen gasta en obras pias mas de cincuenta mil ducados. Los muros son muy fuertes y bien torreados, con cuatro castillos que tiene muy principales. El primero es Castelnovo, muy grande y que parece inexpugnable, puesto á la marina cerca del muelle grande que sirve de puerto. El segundo la puerta Capuana, que está á la parte de septentrion, y antiguamente fué una fuerza muy señalada; al presente está dedicada para las audiencias y tribunales reales. El castillo del Ovo en el mar sobre un peñol pequeño, pero inaccesible. El de Santelmo se ve en lo mas alto de la ciudad, que la sojuzga, y de años á esta parte está muy fortificado. Destas cuatro fuerzas, las dos se tenian á la sazon por los franceses, es á saber, Castelnovo, do tenian de guarnicion quinientos soldados, y Castel del Ovo. Luego que el Gran Capitan se apeó en su posada, fué con Juan Claver y otros caballeros á reconocer aquellos castillos y dar órden en el cerco que se puso luego sobre Castelnovo. Batíanle con grande ánimo y minábanle. Los de dentro se defendian muy bien. Llegó Vilamarin con su armada siete dias despues que el Gran Capitan entró en Nápoles. Surgió cerca de nuestra Señora de Pié de Gruta. Esto era én sazon que en Roma, postrero de mayo, creó el Papa nueve cardenales, los cinco del reino de Valencia. Apretaron los españoles á los cercados por tierra y por mar; y en fin, despues de muchos combates, se entró en el castillo por fuerza, y fué dado á saco á los 12 de junio. El primero al entralle Juan Pelaez de Berrio, natural de Jaen, y gentilhombre del Gran Capitan. Los que mucho se señalaron en el combate fueron los capitanes Pedro Navarro, excelente en minar cualquier fuerza, y Nuño de Ocampo, al cual en remuneracion se dió la tenencia de aquel castillo. Entre los otros prisioneros se halló en aquel castillo Hugo Roger, conde de Pallas, que por mas de cuarenta años fué rebelde al rey Católico y al rey don Juan, su padre. Enviáronle al castillo de Játiva, prision en que feneció sus dias. Venian algunas naves francesas y ginovesas de Gaeta en favor de los cercados; pero llegaron tarde, dado que duró aquel cerco mas de

tres semanas. Túvose aviso que la armada francesa vepia, que era de seis carracas y otras naves gruesas y cinco galeras, sin otros bajeles menores. Vilamarin, por no ser bastante á resistir, se retiró al puerto de Iscla. Alli estuvo cercado de la armada contraria. Defendióse empero muy bien, de suerte que muy poco daño recibió. Hallóse presente el marqués del Vasto, que acudió muy bien á la defensa de la isla y de la armada. Restaba el Castel del Ovo; no pudo esperar el Gran Capitan que se tomase. Dejó el cuidado principal de combatille & Pedro Navarro y Nuño de Ocampo. Ellos con ciertas barcas cubiertas de cuero se arrimaron para minar el peñasco por la parte que mira á Picifalcon. Con esto y con la batería que dieron al castillo mataron la mayor parte de los que le defendian; solos veinte que quedaron vivos al fin se rindieron á condicion de salvalles las vidas. Dióse la tenencia á Lope Lopez de Arriaran que se halló con los demás en el cerco, y se señaló en él de muy esforzado. Con esto la ciudad de Nápoles se aseguró y quedó libre de todo recelo, al mismo tiempo que Fabricio Colona con ayuda de ochocientos soldados que le vinieron de Roma, enviados por el embajador Francisco de Rojas, entró por fuerza la ciudad del Aguila, cabeza del Abruzo; con que se allanó lo mas de aquella provincia. Fracaso de Sanseverino, y Jerónimo Gallofo, cabeza de los angevinos en aquella ciudad, se escaparon y recogieron á las tierras de la Iglesia.

CAPITULO II.

Del cerco de Gaeta.

Partió el Gran Capitan de Nápoles á los 18 de junio la vuelta de San German con intento de hacer rostro á los franceses que alojaban con su campò de la otra parte del rio Garellano, llamado antiguamente Liris, y de allanar algunos lugares de aquella comarca que todavía se tenian por Francia. Pasó por Aversa y por Capua á instancia de aquellas ciudades que le deseaban ver y mostrar la aficion que tenian á España. Entre tanto que se detenia en esto, por su órden se adelantaron Diego García de Paredes y Cristóbal Zamudio con mil y quinientos soldados para combatir á San German. Rindiéronse aquella ciudad y su castillo brevemente, si bien en Monte Casino, que está muy cerca, se hallaba Pedro de Médicis con golpe de gente francesa. Mas desconfiado de poderse allí defender, se partió arrebatadamente; y docientos soldados que dejó en aquel monasterio se concertaron con los de España y le rindieron. Por otra parte, el Gran Capitan rindió á Roca Guillerma, que era plaza muy fuerte, y á Trageto, que está sobre el Garellano, y otros lugares por aquella comarca. En particular se rindieron Castellon y Mola, pueblos que caen muy cerca de Gaeta, y se tiene que el uno de los dos sea el Formiano de Ciceron. Hecho esto, el Gran Capitan pasó adelante con su campo, que le asentó en el burgo de Gaeta, 1.o de julio. Es aquella ciudad muy fuerte por estar rodeada de mar casi por todas partes; solo por tierra tiene una entrada muy estrecha y áspera, y sobre la ciudad el monte de Orlando, de subida asimismo muy agria, en que los franceses tenian

asentada mucha artillería, de suerte que no se podia llegar cerca. Tenian dentro cuatro mil y quinientos hombres de guerra, los mil y quinientos de á caballo, recogidos allí de diversas partes. Sobre todo eran señores del mar por la armada francesa, que era superior á la de España; así, no se podia impedir el socorro ni las vituallas, dado que Vilamarin acudió allí con sus galeras, y el Gran Capitan hizo traer la artillería que dejó en Nápoles, para combatir el monte, de donde los suyos recebian notable daño por tener sus estancias á tiro de cañon y estar descubierta gran parte del campo español y sojuzgada del monte. Fueron muchos los que mató el artillería, y entre los demás gente de cuenta, en particular murió don Hugo de Cardona, caballero de grandes partes. Los de dentro padecian falta de mantenimientos, y mas de harina, por no tener con qué moler el trigo. Llególes socorro, á 6 de agosto, de vituallas, y mil y quinientos hombres en dos carracas y cuatro galeones y algunas galeras, en que iba el marqués de Saluces, nombrado por visorey en lugar del duque de Nemurs. El mismo dia que llegó este socorro, Rabastein, coronel de los alemanes, que tiraba sueldo de España, fué muerto de un tiro de falconete. Por todo esto, el dia siguiente el Gran Capitan retiró su campo á Castellon, que es lugar sano y está cerca, y no podian ser ofendidos del artillería enemiga. En tantos dias no se hizo de parte de España cosa de consideracion á causa que ni se pudo acometer la ciudad, si bien la artillería derribó buena parte de la muralla, que fortificaron muy bien los de dentro, ni los cercados salieron á escaramuzar. Solo el mismo dia que se retiró nuestro campo salieron de Gaeta dos mil y quinientos soldados á dar en la retaguardia de los alemanes; dejáronlos que se cebasen hasta sacallos á lugar mas descubierto y tenellos mas léjos de la ciudad. Entonces revolvieron sobre ellos tan furiosamente cuatrocientos españoles, que los hicieron volver luego las espaldas sin parar hasta metellos por las puertas de Gaeta, con muerte de hasta docientos, que á la vuelta despojaron muy de espacio. A la sazon que esto pasaba en Gaeta, por la una parte y por la otra se hacian todos los apercebimientos posibles; el rey de Francia procuró que el señor de la Tramulla fuese en favor de Gaeta con seiscientas lanzas francesas y ocho mil suizos, sin otros cuatro mit franceses que eran llegados por mar á Liorna y Telamon y Puerto Hércules. Hacíase esta masa de gente en Parma; acudieron allí el duque de Ferrara y marqués de Mantua y otros personajes italianos. El chanciller de Francia y el bailío de Mians, que se halló en la batalla de la Cirinola, de Gaeta fueron á Roma para solicitar que el campo francés se apresurase. Pretendíase que el marqués de Mantua fuese junto con el de la Tramulla por general de aquella gente, y si bien al principio se excusó, por persuasion y diligencia que usó Lorenzo Suarez, que estaba en Venecia, y solicitaba que aquella señoría se declarase por España, en fin, como se supo que el de la Tramulla por enfermedad que le sobrevino no podia ir, se encargó de servir al rey de Francia. Por el contrario, el rey Católico envió á Nápoles seis galeras con dineros y gente, y por su general á don Ramon de Cardona. Con su venida, la armada de

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