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España aun no igualaba á la de Francia, que llegaba entre naves y galeras y otros bajeles á treinta velas; por otra parte, el Gran Capitan procuraba con todas sus fuerzas traer los Ursinos al servicio del rey Católico, plática que se movió primero por el conde de Pitillano, que era el mas principal de aquella casa y ofrecia de servir con cuatrocientas lanzas; lo cual se concluyó, y fué por capitan de los Ursinos Bartolomé de Albiano, caudillo que los años adelante se señaló grandemente en las guerras de Italia, y en las cosas prósperas y adversas que por él pasaron, dió muestra de valor. Tratábase asimismo que el César rompiese la guerra por Lombardía; para facilitar le ofrecian cantidad de dineros, y juntamente se procuraba que el Papa se declarase por España, ca en este tiempo se mostraba neutral; negociacion que la traian muy adelante, si se podia tener alguna confianza del ingenio del duque Valentin. Desbaratólo la muerte del Papa, que le sobrevino á los 18 de agosto de veneno con que el duque Valentin pensaba matar algunos cardenales en el jardin del cardenal Adriano Corneto, donde cierto dia cenaron y conforme al tiempo se escanció asaz. Fué así, que por yerro los ministros trocaron los frascos, y del vino que tenian inficionado, dieron á beber al Papa y al Duque y al dicho Cardenal. El Duque, luego que se sintió herido, ayudado de algunos remedios y por su edad escapó. En particular dicen que le metieron dentro del vientre de una mula recien muerta, aunque la enfermedad le duro muchos dias. El Papa y Cardenal, como viejos, no tuvieron vigor para resistir á la ponzoña. Tal fué el fin del pontifice Alejandro, que poco antes espantaba al mundo y aun le escandalizaba. Muchas cosas se dijeron y escribieron de su vida, si con verdad ó por odio, no me sabria determinar, bien entiendo que todo no fué levantado ni todo verdad. Con su muerte nuevas esperanzas y pretensiones se tramaron, y muchos acudieron para sucedelle en aquel alto lugar, que hacian mas fundamento en la negociacion que en las letras y santidad. Sucedió esto en el mismo tiempo que el rey don Fadrique se vió en Macon con el de Francia, do se le dieron grandes esperanzas de volvelle su reino, y las mismas pláticas se movían por parte de España; palabras que todas salieron al cabo vanas. Secretario del rey don Fadrique y compañero en el destierro fué Actio Sincero Sanazario, insigne poeta deste tiempo. Este y Joviano Pontano, que fué asimismo secretario de los reyes pasados de Nápoles, escribieron con la pasion muchos males y vituperios del papa Alejandro. El rey de Francia hizo muchos favores á Sanazario, y por su intercesion se le restituyeron los bienes que por seguir á su señor en el destierro dejó perdidos; y alcanzó finalmente licencia de volver al reino de Nápoles.

CAPITULO III.

Del cerco que los franceses pusieron sobre Salsas.

Grandes recelos se tenian que la guerra no se emprendiese en España por la mucha gente que de Francia acudia á las partes de Narbona. Con este cuidado el rey Católico fué á Barcelona para desde mas cerca proveer en todo lo necesario; y para la defensa alistaba to

da la gente que podia, y aun nombró por general de Ruisellon á don Fadrique de Toledo, duque de Alba. No faltaba quien aconsejase al Rey que ganase por la mano y con sus huestes hiciese la guerra en Francia. La poca satisfaccion que de los reyes y reina de Navarra se tenia todavía continuaba á causa que toda aquella casa era muy francesa, tanto, que el señor de Vanes, hermano de aquel Rey, seguia con su gente el partido de Francia en el reino de Nápoles, y su padre el señor de Labrit de nuevo fué nombrado por gobernador de la Guiena, que era hacelle por aquella parte frontero de España. Demás desto, el señor de Lusa con gente que tenia junta pretendia entrar en el valle de Anso, que es parte de Aragon, para combatir el castillo de Verdun; lo cual no podia hacer si no le daban entrada por el val de Roncal, que pertenece á Navarra. Pretendian aquellos reyes descargarse de todo lo que se les oponia; y para quitar aquella mala satisfaccion, enviaron, como queda apuntado, á su hija la infanta doña Madalena para que se criase en compañía de la reina doña Isabel. Bien que esta prenda no era ya de tanta consideracion, por cuanto este mismo año les nació hijo varon, que se llamó Enrique, y les sucedió adelante en aquellos estados. Por esta mala satisfaccion proveyó la reina Católica desde Madrid, do residia, que el condestable de Castilla y duque de Najara con sus vasallos y quinientos caballos que de nuevo les envió se acercasen á las fronteras de aquel reino, dado que don Juan de Ribera, que de tiempo pasado tenian allí puesto, no se descuidaba, antes ponia en órden todo lo necesario; ca todos tenian por cierto que la guerra se emprenderia por estas partes. Así fué que el rey de Francia determinó de juntar todas las fuerzas de su reino y con ellas hacer todo el mal y daño que pudiese por la parte de Ruisellon, que pensaba hallar desapercebido para resistir á un ejército tan grande, que llegaba á veinte mil combatientes entre la gente de ordenanza y de la tierra, bien que toda la fuerza consistia en diez mil infantes y mil caballos. El general de toda esta gente monsieur de Rius, mariscal de Bretaña, luego que le tuvo junto, en fin de agosto asentó su campo en los confines de Ruisellon en un lugar que se llama Palma. Detuviéronse algunos dias en aquel alojamiento. Desde allí tomaron la via de Salsas, la infantería por la sierra y los caballos por lo lla no; dejaban guardados los pasos porque los nuestros no les atajasen las vituallas que les venian de Francia. Con este órden se pusieron sobre el castillo de Salsas, sábado, á 16 dias de setiembre. Era ya el duque de Alba llegado á Perpiñan; tenia mil jinetes y quinientos hombres de armas y seis mil peones; y otro dia despues que llegó don Sancho de Castilla, que era antes general de aquella frontera, se fué á meter dentro de Salsas. Salieron los del Duque por su órden á reconocer el campo del enemigo y dalles algun rebate y alarma. El mismo Duque con su gente salió de Perpiñan y se fué á poner en Ribasaltas sobre Salsas y sobre el campo francés. No podia allí ser ofendido por la fragura del lugar, y estaba alerta para no perder cualquiera ocasion que se ofreciese de dañar al enemigo ó dar socorro á los cercados hasta llegar á presentar la batalla al enemigo, que fué arriscarse demasiado por tener

de Arimino ó poco mas; que lo mal adquirido de ordinario se pierde tan presto y mas que se gana.

CAPITULO IV.

Que se alzó el cerco de Salsas.

Hacian los franceses sus minas, y con la artillería batian los muros del castillo de Salsas con tanta furia, que derribaron una parte de la torre maestra y de un baluarte que no tenian aun acabado. Cegaron las cavas, con que tuvieron lugar de llegar á picar el muro. Gran- · de era el aprieto en que los de dentro estaban; acordaron desamparar aquel baluarte, pero en ciertas bóvedas que tenian debajo pusieron algunos barriles de pólvora con que le volaron á tiempo que le vieron mas lleno de franceses, que fué causa que murieron mas de cuatrocientos dellos, parte quemados, parte á manos de los que salieron á dar en ellos. Acudian al duque de Alba cada dia nuevos soldados, con que llegó á tener cuatrocientos hombres de armas, mil y quinientos jinetes y hasta diez mil infantes. Con esta gente un viernes, 13 de octubre, llegó á ponerse junto al real de los franceses y estuvo allí hasta puesta del sol. No quisieron los contrarios dejar su fuerte ni salir á dar la batalla. Por ende nuestra artillería descargó sobre ellos y les hizo algun daño. En esta sazon el Rey acudió á Girona para recoger la gente que le venia de Castilla, no menos en número que los que tenia en Perpiñan y mejor armados que ellos. Publicaba que queria acometer á los franceses dentro de su fuerte si no querian

mucho menos gente, si los franceses la aceptaran ; verdad es que el lugar en que el Duque se puso era muy aventajado. A la sazon que los franceses se pusieron sobre el castillo de Salsas y hacian todas sus diligencias para ganar aquella plaza, los cardenales en Roma se cerraron en su conclave para elegir sucesor.en lugar del papa Alejandro. Muchos eran los que pretendian y la negociacion andaba muy clara. El cardenal de Ruan se adelantaba mucho, así por causa del campo francés, que marchaba la vuelta de Roma, como porque de Francia trajo en su compañía para ayudarse dellos á los cardenales de Aragon y Ascanio Esforcia, que hizo con este intento poner del todo en libertad. El cardenal de San Pedro Julian de la Rovere se le oponia, dado que en lo demás era muy francés; queria empero mas para sí el pontificado que para otro. Asimismo al cardenal don Bernardino de Carvajal daba la mano el Gran Capitan; y para este efecto hizo que el cardenal Juan de Colona, que se hallaba en Sicilia por la persecucion del papa Alejandro contra aquella su casa, viniese al conclave. Y juntamente despachó con gente desde Castellon á Próspero Colona y don Diego de Mendoza con voz que no permitiesen que por la parte de Francia se hiciese alguna fuerza á los cardenales. Ninguno destos pretensores, ni el cardenal de Nápoles que asimismo estuvo adelante, pudo salir con el pontificado, si bien detuvieron la eleccion por espacio de treinta y cinco dias. Concertaron los cardenales entre sí que cualquiera que saliese papa dentro de dos años fuese obligado de juntar concilio general para reparar los daños, y despues se celebrase cada tres años perpetua-salir á la batalla. Tenia asimismo apercebida en aquemente. Juraron esta concordia todos los cardenales. Hecho esto, se conformó la mayor parte del colegio en nombrar por pontífice al cardenal de Sena Francisco Picolomino, que tenia muy buena fama de persona reformada. Hízose la eleccion á los 22 de setiembre; llamóse Pio III en memoria de su tio el papa Pio II, hermano que fué de su madre. Tuvo gran deseo de reformar la Iglesia, y en particular la ciudad de Roma y la curia. Con este intento en una congregacion que juntó antes de coronarse declaró su buena intencion, además que para juntar concilio no queria esperar los dos años, sino dar priesa desde luego para que con toda brevedad se hiciese. Sus santos intentos atajó su poca salud y la muerte que le sobrevino muy en breve á cabo de veinte y seis dias despues de su eleccion. A los demás dió contento la eleccion deste Pontífice, y les parecia muy acertada para reparar los daños pasados, en particular al rey Católico; otros sentian de otra manera, y entre ellos el Gran Capitan, que se recelaba por lo que tocaba al marqués de Lochito, su sobrino, no se pusiese de la parte de Francia, con que las cosas de España en el reino de Nápoles empeorasen. En este conclave tuvo poca parte el duque Valentin á causa de su indisposicion, que le trabajó muchos dias; y aun los señores de Romaña y barones de Roma que tenia despojados, con tan buena ocasion hicieron sus diligencias para recobrar sus estados, y salieron con ello. Los venecianos asimismo se apoderaron de algunas de aquellas plazas, de suerte que en pocos dias no quedó por el Duque en la Romaña sino selos los castillos de Forli y

llas marinas una armada para acudir á lo de Ruisellon,
y por su general Estopiñan, que aun no era llegado por
falta de tiempo. Como las fuerzas del Rey acudian á
aquella parte, diez y nueve fustas de moros tuvieron
lugar de hacer daño en las costas de Valencia y de
Granada. Encontró con ellas Martin Hernandez Galin-
do, general por mar de la costa de Granada; pelearon
cerca de Cartagena, los moros quedaron vencidos y
las fustas tomadas ó echadas á fondo. El Rey, alegre con
esta nueva, partió de Girona con su gente, llegó á Per-
piñan un jueves, 19 de octubre. Allí visto el aprieto en
que los cercados se hallaban, acordó abreviar y que
parte de su ejército se pusiese por las espaldas de los.
contrarios á la parte de Francia, resuelto con la demás
gente de combatillos por la otra banda. Para que esto
mejor se hiciese, el mismo dia que llegó hizo comba-
tir un castillo de madera que los francèses tenian levan-
tado en el agua para impedir á los contrarios el paso
porque no les atajasen las vituallas que de Francia les
venian. La pérdida de aquel castillo, la llegada y reso-
lucion del Rey puso gran espanto en los franceses, tan-
to, que aquella noche sin ruido y sin que los del Rey lo
pudiesen entender sacaron su artillería al camino de
Narbona, y el dia siguiente levantaron su campo, de-
jando parte de sus municiones y bagaje; y dado que
bajaron á lo llano y dieron muestra de querer la batalla,
mas luego revolvieron la vuelta de Narbona. Acome-
tieron la retaguardia los jinetes de Aragon y gente de
á caballo de Cataluña. Diéronles tal carga, que les fué
forzado desamparar parte de la artillería, de las muni-

ciones y tiendas que llevaban. Acudió el Rey con todo su campo. Los franceses llevaban ventaja y se daban priesa, y la acogida, que tenian cerca; así, no les pudo dar alcance, si bien se metió dentro de Francia, donde los nuestros gaparon á Leocata y otros lugares de aquella comarca. Esto era en sazon que la infanta doña Isabel nació en Lisboa á los 24 dias de octubre, que fué emperatriz adelante y reina de España. Pocos dias despues vinieron embajadores de Francia, por cuyo medio se concertaron treguas por espacio de cinco meses entre los dos reyes y sus reinos, fuera de lo que tocaba al reino de Nápoles; con esto se dejaron las armas. Quedó por gencral de aquella frontera don Bernardo de Rojas, marqués de Denia, y en su compañía mil hombres de armas, dos mil jinetes y tres mil peones. Por alcaide de Salsas don Dimas de Requesens. Hecho esto, el Rey dió la vuelta á Barcelona. Dende despachó á Francia por sus embajadores á Miguel Juan Gralla y Antonio Agustin por estar así tratado, y juntamente para que procurasen tomar algun asiento en las cosas del reino de Nápoles, que tenian puesto en mucho cuidado al rey Católico por el socorro que iba de franceses y sobre todo por las nuevas que le vinieron de la muerte del papa Pio III, y de la eleccion del cardenal de San Pedro en pontífice, que fué á 1.o de noviembre, y se llamó en su pontificado Julio II. Era ginovés de nacion, de aficion muy francés, y de ingenio bullicioso; temíase no fuese parte para revolver á Italia. Tuvo gran parte en esta eleccion el duque Valentin; por la mala voluntad que tenia al cardenal don Bernardino Carvajal y entender que tenia parte en los votos, procuró con los que eran hechura del papa Alejandro, que sacasen por papa al que salió. Esto era en sazon que el Archiduque partió de Saboya para ir á verse con su padre que le persuadió no insistiese en llevar adelante la paz que se concertó en Francia. Ofrecia otrosí, si el rey Católico le proveia de dinero, de hacer la guerra por la parte de Lombardía; empresa sobre que le hacian instancia don Juan Manuel y Gutierre Gomez de Fuensalida, embajadores del rey Católico en Alemaña. El rey Católico no se aseguraba de la condicion del César ni de su constancia; y hacia mas fundamento en su dinero para todo lo que sucediese que en el socorro que por aquella parte le podia venir. Con esto sin concluir nada se pasaba el tiempo en demandas y respuestas. En la princesa doña Juana se veian grandes muestras de tener ya turbado el juicio, que fué una de las cosas que en medio de tanta prosperidad dió mayor pena á sus padres, y con razon. ¡Cuán pobre de contento es esta vida! Daba grande priesa que se queria ir á su marido. Entreteníala su madre con buenas razones por no ser el tiempo á propósito. Llegó tan adelante, que un dia se quiso salir á pié de la Mota de Medina, do la entretenian. No tuvieron otro remedio sino alzar el puente. Ella, visto que no podia salir, se quedó en la barrera; y en una cocina allí junto dormia y comia sin tener respeto al frio ni al sereno, que era grande. Ni fueron parte don Juan de Fonseca, obispo de Córdoba, que se halló en su compañía, ni el arzobispo de Toledo, que para este efecto sobrevino, para que volviese á su aposento hasta tanto que vino la Reina,

que estaba doliente en Segovia. Desde allí al fin por contentalla y aplacalla mandó aprestar una armada en Laredo para llevalla luego que el tiempo abriese á Flandes, do ya era llegado su marido el Archiduque á cabo de tantos meses que en Francia y en Saboya se

entretuvo.

CAPITULO V.

De las rotas que dieron los de España á los franceses junto al Garellano."

El campo francés que estaba en Italia marchaba la vuelta del reino muy despacio. Pasó por Florencia y por Sena sin hallar impedimento alguno. Llevaba por general al marqués de Mantua, El de la Tramulla por estar doliente de cuartanas se quedó atrás, si bien seguia á los demás con parte de la gente. Apretóle la indisposicion, y no pasó adelante de Roma, en la cual ciudad no acogieron el campo francés, solo dieron lugar que pasase el Tiber por el puente Molle, que está á dos millas de Roma. El Gran Capitan se hallaba en gran cuidado cómo podria continuar el cerco de Gaeta y atajar el paso á aquella gente que le venia de socorro. Acudióle muy á tiempo el embajador Francisco de Rojas con dos mil soldados que pudo recoger en Roma entre españoles, alemanes é italianos, y cien caballos ligeros, y puso en órden otros docientos alemanes y quinientos italianos para enviallos en pos de los primeros. Iba con esta gente don Hugo de Moncada, que dejó una conducta de cien hombres de armas que tenia del duque Valentin, con deseo de servir á su Rey y acudir en aquel aprieto. Fué este socorro muy á tiempo por cuanto el cerco de Salsas impedia que de España no pudiese acudir alguna ayuda de gente ni de dineros. El Gran Capitan, luego que supo que los enemigos eran pasados de Roma y que llegaban á los confines del reino, arrancó con todo su campo de Castellon en busca dellos. Llegó el primer dia á ponerse en la ribera del Garellano. Dejó allí á Pedro de Paz con buen golpe de gente para guarda de cierto paso, y él fué adelante camino de San German. Llegó en sazon que el campo francés alojaba en Pontecorvo, lugar de la Iglesia, distante de allí solas seis millas. Era fama que en él se contaban hasta mil almetes, dos mil caballos ligeros y nueve mil infantes, la mayor parte italianos. Tenian treinta y seis piezas de artillería, las diez y seis gruesas, las demás girifaltes y falconetes. Adelantósé con parte de la gente Pedro Navarro para combatir el castillo de Monte Casino, que todavía se tenia por los franceses. Tomóse por fuerza de armas, que fué gran befa para los franceses por estar á vista de su campo y no se atrever á socorrelle. Publicóse que el de Mantua se jactaba que deseaba verse en campo con aquella canalla ó marranalla. El Gran Capitán con su hueste se puso á una milla de Mantua y á su vista. Envióle desde allí á requerir con la batalla, pues tanto mostraba desealla. El respondió que en el Garellano se verian, que él pasaria á su pesar. Este famoso rio tiene su nacimiento en el Abruzo, y pasa por entre San German y las tierras de la Iglesia muy recogido. Lleva tanta agua, que apenas se puede vadear. No tenia por allí otra puente sino la de Pontecorvo. Hace con su corriente grandes

revueltas y muchas, por donde con estar Gaeta desta parte del rio como se va á Roma, para socorrella por camino mas breve era menester pasalle por dos veces. Acudió desde Gaeta el señor de Alegre con hasta tres mil hombres para juntarse con el campo francés. Daba él priesa que pasasen el rio y viniesen á las manos, sin quedar escarmentado de la batalla de lu Cirinola, como queda apuntado. Pasó pues el campo de los franceses el rio por el vado de Ceprano un domingo mediado octubre. El primer lugar que encontraron de los que se tenian por España, pasado el rio, era Rocaseca. Estaban en él de guarnicion los capitanes Cristóbal Villalva, Pizarro y Zamudio con mil y docientos soldados. Con esta gente dieron en la avanguardia de los franceses que venian mal ordenados, y mataron y prendieron mas de trecientos dellos. Acudieron los franceses á combatir aquella plaza. Los de dentro mostraban tanto ánimo, que, no contentos con defender el lugar, salieron á pelear con los franceses, y aun dellos mataron sobre docientos, y á los demás hicieron retirar dentro de sus reparos. Otro dia les entraron tres mil hombres de socorro con Próspero Colona y Pedro Navarro. Por otra parte marchaba el Gran Capitan con todo su campo para acudir á los cercados. Los enemigos, si bien hicieron ademan de querer volver al combate, por miedo de perder la artillería si les sucediese algun desman y por ser el tiempo muy lluvioso, alzado su campo, volvieron á alojarse de la otra parte del rio. Desde á dos dias segunda vez pasaron el rio, y fueron á asentar su campo en Aquino, que está seis millas de San German, donde era vuelto con su gente el Gran Capitan. La tempestad de agua era tan grande, que impidió que se viniese á las manos. Retrajéronse los franceses hácia Pontecorvo. El Gran Capitan por atajalles el paso del rio, que pretendian ponelle de por medio, caminó en su seguimiento hasta de la otra parte de Aquino, do les tornó á presentar la batalla. Ellos se cerraron en un sitio asaz fuerte con la artillería, y los de España fueron forzados á dar la vuelta á San German. Los franceses tornaron á pasar el Garellano en sazon que entrado noviembre se concertaron los Ursinos con los coloneses en Roma en servicio del rey Católico por medio de los embajadores de España y de Venecia, ca á los venecianos desplacia la prosperidad de Francia, y no querian tener por vecino príncipe tan poderoso. Obligáronse los Ursinos de servir con quinientos hombres de armas á tal que el rey Católico les acudiese con sesenta mil ducados por año. Por su parte Bartolomé de Albiano, principal entre los Ursinos y que se halló en toda esta faccion del Garellano, ofrecia de servir en aquella guerra con tres mil de á caballo y de á pié. Fabricio Colona con golpe de gente española que le dieron combatió y tomó por fuerza á Roca de Vandra con grande afrenta del campo francés que lo veia, y no pudo socorrer á los cercados; antes rio abajo se fué á poner diez y ocho millas de San German, y doce no mas de Gaeta, con intento de pasar el rio por una puente de piedra que allí hay. Pedro de Paz, puesto para guardar aquel paso con mil y docientos infantes y algunos jinetes, con su gente y con otros docientos jinetes que llegaron de socorro peleó tres dias y tres noches con los franceses sin que le pudiesen

ganar la puente. En esto llegó el Gran Capitan con todo el campo, y con su llegada hizo pegar fuego á una parte de la puente, que era de madera, y asentó su real junto á su entrada. Aquí hobo gran desórden en la gente de España, que por ser el tiempo tan recio y no estar los soldados pagados, se desmandaban en robar por los poblados y caminos; demás que muchos, así de los hombres de armas como de la infantería, desamparaban las banderas, y aun los mas principales capitanes eran de parecer que el campo se retirase. Un dia llegó el negocio á tanto rompimiento, que un soldado sobre el caso puso la pica en los pechos al Gran Capitan; pero él llevaba todo esto con grande esfuerzo y corazon. Juntó el dinero que pudo, con que socorrió á cada soldado con cada dos ducados; y á los capitanes que le instaban en una junta con grande porfía que se retirase, respondió: « Yo sé muy bien lo que al servicio del Rey importa esta jornada, y estoy determinado á ganar antes un paso, aunque sea para mi sepultura, que volver atrás, aunque fuese para vivir cien años. Aquí se ha de rematar esta contienda como fuere la voluntad de Dios y como pluguiere á su majestad; nadie pretenda otra cosa. » Los coloneses fueron los que hicieron mas instancia que el campo se retirase. Sospechóse y dijose que por inteligencias secretas que traian con los franceses, de que resultaron disgustos y enemistades formadas. Todavía se fué mucha gente del campo español y quedó muy menguado, con que los franceses tuvieron lugar de echar sin ser sentidos una puente bien trabada sobre ciertas galeras y barcos, por la cual hasta mil y quinientos franceses pasaron los primeros, y por estar los de España descuidados y tomalles de sobresalto, les ganaron un reparo como fuerte. Dieron alarma en el campo, que era todo de pocos caballos y como cinco mil infantes. Subió el Gran Capitan en un caballo, y puesta en órden su gente, se apeó, y con una alabarda fué el primero que comenzó á pelear con los contrarios, que ya eran pasados hasta el número de cinco mil, y continuaban á pasar con muy buen órden, y la artillería francesa que tenian plantada de la otra parte del rio no cesaba de jugar contra los nuestros. Sin embargo, fué tanto el denuedo de la infantería española y su coraje y cargaron tan furiosamente sobre los contrarios, que les forzaron á dar las espaldas y recogerse á la puente. Con la priesa del pasar quedaron muertos y ahogados mas de mil y cuatrocientos hombres. Llegó el Gran Capitan sin miedo de la artillería hasta la entrada de la puente, y aun algunas de sus banderas y compañías á vuelta de los franceses pasaron de la otra parte del rio. Al retirarse recibieron algun daño de la artillería enemiga, en que murieron algunos hombres de cuenta, á otros hirieron; en particular el capitan Zamudio quedó mal herido de un tiro. Sobre todos es de alabar el ánimo del alférez Hernando de Illescas, que perdida de un tiro la mano derecha, tomó con la izquierda el estandarte, y llevada de otro tiro tambien la izquierda, se abrazó con los brazos dél, sin moverse de un lugar hasta tanto que los franceses fueron echados. Varon digno de inmortal renombre y de las mercedes que su Rey le hizo grandes á instancia y por informacion del Gran Capitan. Esta rota desanimó mu

cho á los franceses, tanto, que no se tenian por seguros con tener el rio de por medio. Guardaban con cuidado la puente, no para pasar ellos, sino porque los contrarios no pasasen de la otra parte do ellos alojaban. Demás desto, por diferencias que resultaron entre el marqués de Mantua y el señor de Alegre, el Marqués se resolvió de dejar el campo y oficio de general y volver atrás con color que no podia sufrir la arrogancia de los franceses, que allegaban á desmandarse en palabras y Hamalle bougre, nombre de injuria muy grave entre los franceses, si ya no fué capa, que no quiso aventurarse por ver el juego mal parado. En su lugar hasta tanto que su Rey fuese avisado y proveyese como fuese su voluntad, nombraron los capitanes por general al marqués de Saluces, que era venido á esta empresa en favor de Francia con cargo de visorey. Tras esto el Gran Capitan, si bien tenia menos gente que los contrarios, se resolvió de pasar el rio y dalles la batalla. Para ejecutarlo mandó labrar una puente y echalla siete millas mas arriba de la que tenian los franceses sobre ciertas barcas y carros. Dió cuidado de hacer esto á Bartolomé de Albiano. Luego que la puente estuvo en órden, salió de Sesa en que alojaba, y un juéves, 28 de diciembre, pasó con dos mil peones españoles y mil y quinientos alemanes. Dejó otrosí órden á don Diego de Mendoza y don Fernando de Andrada que recogiesen aquella noche la caballería que tenian alojada por aquella comarca, y con ella al amanecer estuviesen con él. Luego que los de España pasaron el rio, los franceses se retiraron de sus estancias y tomaron una loma de una sierra. Rindiéronse Suy y Castelforte, que se tenian en aquella ribera del rio por los franceses. Quedóse aquella noche nuestra gente en el campo delante de Monforte, y el dia siguiente fué el rio abajo con intento de dar la batalla. Los franceses con parte del artillería enviaron á Pedro de Médicis para que en unas barcas la llevase á Gaeta. Llegó á la boca del rio, quiso pasar adelante puesto que el mar andaba alto; porfia perjudicial, hundiéronse las barcas con la artillería, y él mesmo se alogó. La demás gente un hora antes del dia, desamparado el puente y la artillería gruesa, las tiendas y parte del fardaje, se apresuraron por meterse en Mola, que está junto á Gacta. Supo el Gran Capitan el camino é intento que llevaban; envió delante á Próspero Colona con los caballos ligeros para que los detuviesen hasta tanto que llegase la infantería. Luego que llegó al puente de Mola, se trabó la pelea, que no fué muy larga. En breve espacio los contrarios fueron rotos y se pusieron en huida. Siguieron los vencedores el alcance, y ejecutáronle hasta las puertas de Mola y de Gaeta, donde parte de los vencidos se recogió. Muchos quedaron muertos en todo el camino; perdieron treinta y dos piezas de artillería; tomáronles mil y quinientos caballos. Una parte de los franceses que echaron por la via de Fundi y otros que por allí alojaban fueron muertos y presos de los villanos de la tierra, que salieron contra ellos y les atajaron los pasos de suerte, que fueron muy pocos los que dellos se salvaron. Señaláronse mucho de valerosos en estos encuentros y toda esta jornada Bartolomé de Albiano y don Hugo de Moncada.

CAPITULO VI.

Que la ciudad de Gaeta se rindió.

Quisiera el Gran Capitan aprovecharse de la turbacion y miedo de los franceses para subir con su gente, que iba en el alcance, en el monte Orlando que está sobre Gaeta y la sojuzga. El dia fué tan áspero por lo mucho que llovia, y los soldados venian tan fatigados del camino y de la hambre por no haber comido la noche pasada ni todo aquel dia, que parece solo el herir y matar los sustentaba, que le fué forzoso desistir por entonces de aquel intento y volver con su campo á Castellon, do antes alojaba. Tenian los franceses acordado de fortificarse en Mola con la artillería menuda que les quedaba, por temor no les acometiesen ante todas cosas en aquel lugar. Pero el Gran Capitan luego que tuvo la gente refrescada y descansada, revolvió sobre Gaeta, que era lo mas principal, por aprovecharse del miedo y desmayo que tenian los contrarios. El combate fué aun mas fácil de lo que se pensaba, ca por la batería que la artillería hizo los meses pasados se halló tan poca resistencia, que sin dificultad les ganaron el monte, y los que le guardaban apenas se pudieron recoger á la ciudad. Con esto acabaron de perder lo que les quedaba de la jornada pasada. Tomáronles otros mil caballos y dos cañones que hicieron todo el daño á los nuestros en el primer cerco. Lo que mas es, perdieron de todo punto el ánimo, en especial cuando vieron que los de España pasaron sus alojamientos junto á los adarves de la ciudad sin que les pudiesen ir á la mano. Salieron luego á rendirse cincuenta hombres de armas de Lombardía, cuyo capitan era el conde de la Mirandula. Tras esto, aquella misma noche acudieron de la ciudad tres personajes á tratar de parte del marqués de Saluces de algun concierto. Pidieron en primer lugar que los prisioneros se rescatasen por dineros. Respondió el Gran Capitan que no se podia hacer. Pasaron adelante con la plática; vinieron á ofrecer que por los prisioneros franceses é italianos serian contentos de entregar la ciudad y castillo de Gaeta y la Roca de Mondragon, plaza asentada en las ruinas de la antigua Sinuesa, demás de dar libertad á los prisioneros españoles é italianos que tenian de nuestra parte. El Gran Capitan oyó de buena gana esta oferta. Todavía no venia en soltar los prisioneros italianos, especial al marqués de Bitonto, Mateo de Acuaviva y Alonso de Sanseverino, primo del príncipe de Bisiñano, cuyas culpas y deslealtad eran mas notables, y pretendia reservar al rey Católico el conocimiento de su causa. Anduvieron demandas y respuestas, y los franceses en lo que tocaba á los prisioneros italianos aflojaron. Al fin á 1.o de enero del año de nuestra salvacion de 1504 fueron de acuerdo que el señor de Aubeni con los demás franceses se pusiesen en libertad. Cuanto á los italianos, que no se pudiese hacer justicia de ninguno dellos, ni el rey Católico determinase sus causas antes que el de Francia tuviese lugar de enviar á España embajador sobre el caso para interceder por ellos. Con esto se permitió á los soldados que se fuesen con sus bagajes y armas. A los naturales de Gaeta que quedasen con sus haciendas, y que á todas las

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