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tre sí lo que se debia hacer en aquel caso. Acordaron de procurar con todas sus fuerzas de poner en libertad al conde de Gijon para contraponelle á los contrarios y á la parte del de Toledo. Decian que la prision tan larga era bastante castigo de las culpas pasadas, cualesquier que ellas fuesen. Parecia muy puesta en razon esta demanda, y así, con facilidad se salió con ella. Sacáronle de la prision, y lleváronle á besar la mano al Rey, que le mandó restituir su estado. La revuelta de los tiempos le dió la libertad que á otros quitara; ansí van las cosas, unos pierden, otros ganan en semejantes revoluciones. Juntáronse las Cortes en Búrgos, segun que lo tenian concertado. Comenzóse á tratar del concierto puesto entre las partes. El arzobispo de Santiago, como lo tenian trazado, dijo que no vendria en ello si no admitian al conde de Gijon por cuarto gobernador junto con los tres grandes que antes señalaron, pues en nobleza y estado á ninguno reconocia ventaja. Mucho sintió el arzobispo de Toledo verse cogido con sus mismas mañas. Altercaron mucho sobre el caso. Los procuradores de las ciudades, divididos, no se conformaban en este punto, como los que estaban negociados por cada cual de las partes. Temíase alguna revuelta no menor que las pasadas. Para atajar inconvenientes acordaron de nombrar jueces árbitros que determinasen lo que se debia hacer. Señalaron para esto á don Gonzalo, obispo de Segovia, y Alvar Martinez, muy eminentes letrados en el derecho civil y eclesiástico. No se conformaron ni fueron de un parecer por estar tocados de los humores que corrian y ser cada uno de su bando. Continuáronse los debates, y duraron hasta el principio del año que se contaba 1392, en que, finalmente, á cabo de muchos dias y trabajos otorgaron con el dicho arzobispo de Santiago que todos los cuatro grandes de suso mentados tuviesen parte en el gobierno junto con los demás. Dieron asimismo traza que entre todos se repartiese la cobranza de las rentas reales. Para lo demás del gobierno que cada seis meses por turno gobernasen los cinco de diez que eran, y los demás por aquel tiempo vacasen. Parecióles que con esta traza se acudia á todo y se evitaba la confusion que de tantas cabezas y gobernadores podia resultar. Tomado este asiento, parecia que toda aquella tempestad calmaria y se conseguiria el deseado sosiego. Regaláronse estas esperanzas por un caso no pensado. Dos criados del duque de Benavente dieron la muerte á Diego de Rojas volviendo de caza, que era de la familia y casa del conde de Gijon. Entendióse que aquellos homicianos llevaban para lo que hicieron órden y mandato de su amo. Desta sospecha, quier verdadera, quier falsa, resultó grande odio en general contra el Duque. Representábaseles lo que se podia esperar en el gobierno y poder del que á los principios tales muestras daba de su fiereza y de su mal natural. Alteróse pues la traza primera, y por órden de las Cortes acordaron que el testamento del Rey se guardase, mas que en tanto que el marqués de Villena y conde de Niebla, llamados por sendas cartas del Rey, no viniesen, el arzobispo de Toledo tuviese sus veces y entrase en las juntas con tres votos. Todo se enderezaba á contentalle para que no

revolviese la feria. Al duque de Benavente y conde de Gijon, en recompensa del gobierno que les quitaban, les señalaron sendos cuentos de maravedís cada un año durante su vida. Concedieron otrosí al arzobispo de Toledo que él solo cobrase la mitad de las rentas reales; de que por su mano se hiciese pagado de los gastos que hizo en levantar la gente en pro comun del reino; que así lo decia, y aun queria que los demás otorgasen con él. El tiempo de las treguas asentadas con Portugal espiraba, y era mala sazon para volverá la guerra; el Rey mozo, las fuerzas muy flacas. Acordaron los gobernadores se despachasen embajadores que procurasen se alargase el tiempo, que fueron las cabezas Juan Serrano, prior de Guadalupe, primero obispo de Segovia, é ya de Sigüenza, y Diego de Córdoba, mariscal de Castilla, de quien decienden los condes de Cabra. El conde de Niebla Juan Alonso de Guzman para asistir al gobierno partió de su casa. Con su ida se levantó en Sevilla una grande revuelta. Diego Hurtado de Mendoza, con la cabida que tenia en el nuevo Rey, pretendió que le nombrasen por almirante del mar. No se podia esto hacer sin descomponer á Alvar Perez de Guzman, que tenia de atrás aquel cargo. El conde de Niebla, quier de su voluntad, quier negociado, quiso mas granjear un nuevo amigo, que podia mucho en la corte, que mirar por la razon y por su deudo Alvaro de Guzman. Esta fué la ocasion del alboroto, porque él descompuesto se juntó con Pero Ponce, señor de Marchena, y ambos se apoderaron de Sevilla con daño de los amigos y deudos del conde de Niebla, ca los echaron todos de aquella ciudad, escándolos que por algun tiempo se continuaron. A la sazon el Rey se hallaba en Segovia, ciudad fuerte por su sitio y para con sus reyes muy leal. Allí volvieron los embajadores que se enviaron á Portugal. El despacho fué que el rey de Portugal no daba oidos á aquella demanda de alargar el tiempo de las treguas, antes queria volver á las armas," confiado demás de las victorias pasadas en la poca edad del rey de Castilla y mas en las discordias de sus grandes, ocasion cual la pudiera desear para mejorar sus haciendas. El de Benavente otrosí por la mala cara con que en la corte le miraban y la mala voz que de sus cosas corria, junto con la privacion del gobierno, mal contento se retiró á su casa y estado; y aun se sonrugia que se comunicaba con el de Portugal y aun traia inteligencias de casar con doña Beatriz, hija bastarda de aquel Rey, con gran suma de dineros que en dote le señalaban. Daba cuidado este negocio, por ser el Duque persona de tantas prendas, señor de tantos vasallos, y que tenia su estado á la raya de Portugal. Avisado de lo que se decia, se excusó con el agravio que le hicieron en quitalle el casamiento que tuvo por hecho de doña Leonor, condesa de Alburquerque ; y aun se dijo que esta fué la ocasion de la muerte que hizo dar á Diego de Rojas, que no terció bien en aquella su pretension. Todavía ofrecia, si mudado acuerdo se la daban, trocaria por aquel casamiento el de Portugal. Tiene la necesidad grandes fuerzas; acordaron los gobernadores por el aprieto en que todo estaba de venir en lo que pedia. Señalaron á Arévalo, villa de Castilla, para que las bodas se celebrasen. Cosa maravillosa; lue

go que otorgaron con su deseo, se volvió atrás, sea porque á las veces lo que mucho apetecemos alcanzado nos enfada, ó lo que yo mas creo, temia debajo de muestras de querelle contentar alguna zalagarda. Apretóse con esto el negocio de Portugal. El arzobispo de Toledo por atajar el daño que desto podia resultar fué á toda priesa á verse con el Duque. Confiaba en su autoridad y en las prendas de amistad que habia de por medio. Ofrecióle, si mudaba partido, de casalle con hija del marqués de Villena, y en dote tanta cantidad como en Portugal le prometian. Muchas razones pasaron; la conclusion fué que el Duque no salió á, cosa alguna; excusóse que el gran poder de sus enemigos le tenia en necesidad de valerse del amparo de extraños. El Arzobispo, visto que sus amonestaciones no prestaban, dió la vuelta por Zamora para prevenir que Nuño Martinez de Villaizan, alcaide del alcázar, y que tenia en su poder la torre de San Salvador, no pudiese entregar aquella fuerza al duque de Benavente, como vehementemente se sospechaba, y sobre ello la ciudad estaba alborotada y en armas. Llegado el Arzobispo, lo compuso todo; diéronse rehenes de anibas partes, y en particular el Alcaide para mayor seguridad entregó aquella torre fuerte á quien el Arzobispo señaló para que la guardase. Eran entrados los calores del estío cuando vino nueva cierta que los embajadores que fueron de nuevo á Portugal se juntaron con el prior de San Juan, que vino de parte de su Rey á Sabugal á la raya de los dos reinos; por mucha instancia que hicieron no pudieron alcanzar que las treguas se prorogasen. Ardian los portugueses en un vivo deseo de volver á las manos y no dejar aquella ocasion de ensanchar su reino y mejorar su partido. El primero que salió en campaña fué el duque de Benavente, que acompañado de quinientos de á caballo y gran número de infantes hizo sus estancias cerca de Pedrosa, no léjos de la ciudad de Toro. Grande era el aprieto en que Castilla se hallaba, los grandes discordes, la guerra que de fuera amenazaba. En Granada otrosí se alborotaron los moros en muy mala sazon. Falleció por principio deste año Mahomad, que siempre se preció de hacer amistad á los cristianos. Sucedióle su hijo Juzef, otro que tal, en tanto grado, que en vida de su padre á muchos cristianos dió libertad sin rescate. Esta amistad con los nuestros le acarreó mal y daño. Tenia cuatro hijos, Juzef, Mahomad, Ali, Hamet. Mahomad era mozo brioso, amigo de honra y de mandar. No tenia esperanza, por ser hijo segundo, de salir con lo que deseaba, que era hacerse rey, si no se valia de malicia y de maña. Para negociar la gente y levantalla comenzó de secreto á achacar á su padre y cargalle de que era moro solo de nombre, en la aficion y en las obras cristiano. Por este modo muchos se le arrimaron, unos por el odio que tenian á su Rey, otros por deseo de novedades. Destos principios crecieron las pasiones de tal suerte, que estuvo la ciudad en gran riesgo de ensangrentarse y tomar los unos contra los otros las armas. Hallóse presente á esta sazon un embajador del rey de Marruecos, moro principal y de reputacion por el lugar que tenia, y su prudencia muy aventajada. Púsose de por medio y procuró de sosegar

los bullicios y pasiones que comenzaban. Avisóles del riesgo que todos corrian, si el fuego de la discordia civil se emprendia y avivaba entre ellos, de ser presa de sus enemigos, que estaban alerta y á la mira para aprovecharse de ocasiones semejantes. En una junta en que se hallaban las principales cabezas de las dos parcialidades les habló en esta sustancia: « Los accidentes y reveses de los tiempos pasados os deben enseñar y avisar cuánto mejor os estará la concordia, que es madre de seguridad y buenandanza, que la contumacia, mala de ordinario y perjudicial. No el valor de los enemigos, sino vuestras disensiones han sido causa de las pérdidas pasadas, muchas y muy graves. ¿Qué podrémos al presente esperar, si como locos y sandios de nuevo os alborotais? Toda razon pide que el hijo obedezca á su padre, sea cual vos le quisiéredes pintar. Hacelle guerra, ¿qué otra cosa será sino confundir la naturaleza y trocar lo alto con lo bajo? ¿Por qué causa no juntaréis antes vuestras fuerzas para correr las tierras de cristianos? ¿Cuál es la causa que dejais pasar la buena ocasion que de mejorar vuestras cosas os presenta la edad del rey de Castilla, las discordias de sus grandes, además del miedo y cuidado en que los tiene puestos la guerra de Portugal?» Con estas pocas razones se apaciguaron los rebeldes, y el mismo Mahomad prometió de ponerse en las manos de su padre. Acordaron tras esto de hacer una entrada en el reino de Murcia, como lo hicieron por la parte de Lorca, en que talaron los campos é hicieron grandes presas de hombres y de ganados. Eran en número de setecientos caballos y tres mil peones. Siguiólos el adelantado de Murcia Alonso Fajardo, y si bien no llevaba mas de ciento y cincuenta caballos, les dió tal carga y á tal tiempo, que los desbarató, degolló muchos dellos, finalmente, les quitó la presa que llevaban; gran pérdida y mengua de aquella gente, con que España quedó libre de un gran miedo que por aquella parte le amenazaba; lo cual fué en tanto grado, que el rey de Aragon, á quien este peligro menos tocaba, por acudir á él deshizo una armada que tenia en Barcelona aprestada para sosegar los movimientos y alborotos que de nuevo andaban en Cerdeña, á causa que Brancaleon Doria sin respeto de los negocios pasados con las armas se apoderaba de diversos pueblos y ciudades. Verdad es que los moros, castigados con aquella rota y temerosos de la tempestad que se les armaba por la parte de Aragon, con mas seguro consejo acordaron pedir treguas al rey de Castilla; que fácilmente les concedieron por no embarazarse juntamente en la guerra de Portugal y en la de los moros. Hallábase el Portugués muy ufano por verse arraigado en aquel reino sin contradicion, por las muchas fuerzas y riquezas que tenia, y mas en particular por la noble generacion que le nacia de dona Filipa, su mujer, que en cuatro años casi continuados parió cuatro hijos: primero á don Alonso, que falleció en su tierna edad; despues á don Duarte, que sucedió en el reino de su padre, y en este mismo año á 9 de setiembre nació en Lisboa don Pedro, que fué adelante duque de Coimbra, y dende á diez y seis meses don Enrique, duque de Viseo y maestre de Christus, y que fué muy aficionado á la astrología, de la cual ayudado y de

la grandeza de su corazon se atrevió el primero de todos á costear con sus armadas las muy largas marinas de Africa, en que pasó tan adelante, que dejó abierta la puerta á los que le sucedieron para proseguir aquel intento hasta descubrir los postreros términos de levante, de que á la nacion portuguesa resultó, grande honra y no menor interés, como se notará en sus lugares. Los postreros hijos deste Rey se llamaron don Juan, y el menor de todos don Fernando. En este mismo año á Cárlos VI, rey de Francia, se le alteró el juicio por un caso no pensado. Fué así, que cierta noche en Paris, al volver de palacio el condestable de Francia Oliverio Clison cierto caballero le acometió y le dió tantas heridas, que le dejó por muerto. Huyó luego el matador, por nombre Pedro Craon, recogióse á la tierra y amparo del duque de Bretaña. El Rey se encendió de tal suerte en ira y saña por aquel atrevimiento, que determinó ir en persona para tomar emienda del matador por lo que cometió, y del Duque porque, requerido de su parte le entregase, no queria venir en ello; bien que se excusaba que no tuvo parte ni arte en aquel delito y caso tan atroz. Púsose el Rey en camino y llegó á la ciudad de Maine. Salió de allí al hilo de medio dia en los mayores calores del año; tal era el deseo que llevaba y la priesa. No anduvo media legua cuando de repente puso mano á la espada furioso y fuera de sí; mató á dos, é birió á otros algunos; finalmente, de cansado se desmayó y cayó del caballo. Volviéronle á la ciudad y con remedios que le hicieron tornó en su juicio; pero no de manera que sanase del todo, ca á tiempos se alteraba. Deste accidente y de la incapacidad que quedó al Rey por esta causa resultaron grandes inconvenientes en Francia, por pretender muchos señores, deudos del mismo Rey y de los mas poderosos de aquel reino, apoderarse del gobierno, quien con buenas, quien con malas mañas. Juan Juvenal, obispo de Beauvais, refiere que ninguna cosa le daba mas pena, cuando el juicio se le remontaba, que oir mentar el nombre de Inglaterra é ingleses, y que abominaba de las cruces rojas, divisa y como blason de aquella nacion; creo porque á los locos y á los que sueñan se les representan con mayor vehemencia las cosas y las personas que en sanidad y despiertos mas amaban ó aborrecian.

CAPITULO XVII.

que tenia en la corte, personajes principales y poderosos. Que no se podria asegurar hasta tanto que el Rey saliese de tutela, y no se gobernase al antojo de los que tenían el gobierno; además que no estaria bien á persona de sus prendas andar en la corte como particular, sin poder, sin autoridad, sin acompañamiento. Partió con tanto el Arzobispo en sazon que la ciudad de Zamora segunda vez corrió peligro de venir en poder del duque de Benavente por inteligencias que con él traia el alcaide Villaizan de entregalle aquel castillo. Alborotóse la ciudad sobre el caso. Acudieron los arzobispos de Toledo y de Santiago y el maestre de Calatrava, que atajaron el peligro y lo sosegaron todo. Dió el de Benavente con su gente vista á aquella ciudad, confiado que sus inteligencias y las promesas del Alcaide sal'drian ciertas; mas como se hallase burlado, revolvió sobre Mayorga, villa del infante don Fernando, de cuyo castillo se apoderó por entrega del alcaide Juan Alonso de la Cerda que le tenia en su poder. Suelen á las veces los hombres faltar al deber por satisfacerse de sus particulares desgustos. Juan Alonso se tenia por agraviado del rey don Juan, á causa que por su testamento le privó del ofició de mayordomo que tenia en la casa del Infante, que fué la ocasion de aquel desórden. El alcaide Villaizan otrosí estaba sentido que no le diesen el oficio de alguacil mayor que tuvo su padre en Zamora. Dieron traza para asegurar aquella ciudad con alguna muestra de blandura, que con retencion de los gajes que antes tiraba Villaizan entregase el castillo á Gonzalo de Sanabria, vecino de Ledesma, hijo de aquel Men Rodriguez de Sanabria que acompañó al rey don Pedro cuando salió de Montiel, y muerto el Rey, quedó preso. Pasó el rey don Enrique con esto su corte á Zamora, como á ciudad que cae cerca de Portugal, para desde allí tratar con mas calor y mayor comodidad de las treguas, en sazon que las fuerzas del duque de Benavente por el mismo caso se enflaquecian de cada dia mas, y muchos se le pasaban á la parte del Rey. Querian ganar por la mano antes que los de Castilla y de Portugal concertasen sus diferencias, sobre que andaban demandas y respuestas; el remate fué acordarse con las condiciones siguientes que Sabugal y Miranda se entregasen á los portugueses, cuyas los tiempos pasados fueron; el rey de Castilla no ayudase en la pretension que tenian de la corona de Portugal, nj á la reina doña Beatriz, ni á los infantes, sus tios, don Juan y Donis, arrestados en Castilla; lo mismo hiciese el de Portugal sobre la misma querella con cualquier que pretendiese pertenecelle el reino de Castilla; á trueco por ambas partes se diese libertad á los prisioneros. Para seguridad de todo esto concertaron diesen al de Portugal en rehenes doce hi

De las treguas que se asentaron entre Castilla y Portugal. La porfía y los desgustos de don Fadrique, duque de Benavente, ponia en cuidado á los de Castilla, en especial á los que asistian al gobierno. Deseaban aplacalle y ganalle, mas hallaban cerrados los caminos. El arzobispo de Toledo, como deseoso del bien comun, sin ex-jos de los señores de Castilla. Mudóse esta condicion en cusar algun trabajo, se resolvió de ponerse segunda vez en camino para verse con el Duque. Confiaba que le doblegaria con su autoridad y con ofrecelle nuevos y aventajados partidos. Vióse con él por principio del año del Señor de 1393. Persuadióle se fuese despacio en lo del casamiento de Portugal; que esperase en lo que paraban las treguas, de que con mucho calor se trataba. No pudo acabar que deshiciese el campo ni que se fuese á la corte; excusábase con los muchos enemigos

que fuesen cada dos hijos de ciudadanos de seis ciudades, Sevilla, Córdoba, Toledo, Búrgos, Leon y Zamora. Con tanto se pregonaron las treguas por término de quince años mediado el mes de mayo en Lisboa y en Búrgos, do á la sazon los dos reyes se hallaban, con grande contento de ambas naciones. Estas capitulaciones parecian muy aventajadas para Portugal, menguadas y afrentosas para Castilla; pero es gran prudencia acomodarse con los tiempos, que en Castilla corrian

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De la prision del arzobispo de Toledo.

La alegría que todos comunmente en Castilla recibieron por el asiento que se tomó con Portugal, vencidas tantas dificultades y á cabo de tantas largas, se destempló en gran manera con la prision que hicieron en la persona del arzobispo de Toledo. Parecia que unos males se encadenaban de otros, y que el fin de una revuelta era principio y víspera de otro daño. Hacia el Arzobispo las partes del duque de Benavente por la amistad y prendas que habia entre los dos. Deseaba otrosí que á Juan de Velasco, camarero del Rey, amigo y aliado de los dos, volviesen la parte de los gajes que por el testamento del rey don Juan le acortaron. No pudo salir con su intento por muchas diligencias que hizo; acordó como despechado ausentarse de la corte. Recelábanse los demás gobernadores que esta su salida y enojo no fuese ocasion de nuevos alborotos, por su grande estado y ánimo resoluto que llevaba mal cualquiera demasía, y aun queria que todo pasase por su mano. Comunicáronse entre sí y con el Rey; salió resuelto de la consulta que le prendiesen, como lo hicieron dentro de palacio, juntamente con su amigo Juan de Velasco. Era este caballero asaz poderoso en vasallos, y que poco antes con su mujer en dote adquirió la villa de Villalpando. Su padre se llamó Pedro Hernandez de Velasco, de quien arriba se dijo que murió con otros muchos en el cerco de Lisboa, y el uno y el otro fueron troncos del muy noble linaje en que la dignidad de condestable de Castilla se ha continuado por muchos años sin interrupcion alguna hasta el dia de hoy. Prendieron asimismo á don Pedro de Castilla, obispo de Osma, y á Juan, abad de Fuselas, muy aliados del Arzobispo y participantes en el caso. Pareció exceso notable perder el respeto á tales personajes y eclesiásticos, si bien se cubrian de la capa del bien público, que suele ser ocasion de se hacer semejantes demasías. Pusieron entredicho en la ciudad de Zamora, do se hizo la prision, en Palencia y en Salamanca. Quedaban por el mismo caso descomulgados, así el Rey como todos los señores que tuvieron parte en aquellas prisiones, si bien no duraron mucho, ca en breve los soltaron á condicion que diesen seguridad. El Arzobispo dió en rehenes cuatro deudos suyos, y puso en tercería las sus villas de Talavera y Alcalá; mas sin embargo, se ausentó sentido del agravio. Juan de Velasco entregó el castillo de Soria, cuya tenencia tenia á su cargo. Acudieron asimismo al Papa por absolucion de las censuras, que cometió á su nuncio Domingo, obispo primero de San Ponce, y á la sazon de Albi en Francia; sobre lo cual le enderezó un breve, que hoy dia se halla entre las escrituras de la iglesia mayor de Toledo; su tenor es el siguiente: «Lleno está de amar>> gura mi corazon despues que poco ha he sabido la >> prision y detencion de las personas de nuestros vene>rables hermanos Pedro, arzobispo de Toledo, y Pedro, obispo de Osma, y Juan, abad de Fuselas, que se

>>hizo en la iglesia de Palencia por algunos tutores de >>don Enrique, ilustre rey de Castilla y Leon, así ecle>>siásticos como seglares, y otros del su consejo y va◄ »sallos y por mandamiento y consentimiento del mismo >>Rey. Es nuestro dolor y nuestra tristeza tan grande, >> que no admite ningun consuelo, porque estando la » Iglesia santa de Dios en estos lastimosísimos tiempos » tan afligida y por muchas vias desconsolada y mise>>rablemente dividida con la discordia del scisma, so>>bre sus tantas heridas se haya añadido una tan grande >> por el sobredicho Rey, su particuiar hijo y principal >> defensor. Mas porque por parte del Rey se nos ha dado >> noticia que en la dicha prision y detencion que se hizo >> por ciertas causas justas y razonables que concernian » al buen estado, seguridad, paz, quietud y provecho >> del mismo Rey y su reino y vasallos, tenido primero » maduro acuerdo por los de su consejo y sus grandes, »> no ha intervenido otro algun grave ó enorme exceso » acerca de las personas de los dichos presos, y que >> luego los mismos dende á poco tiempo fueron puestos >> en libertad, de que plenariamente gozan; nos, tenien>> do consideracion á la tierna edad del Rey, y que ve>> risímilmente la dicha prision y detencion no se hizo >> tanto por su acuerdo como por los de su consejo, que>>remos por estas causas habernos con él blandamente >>en esta parte; y inclinado por sus ruegos cometemos » á vos, nuestro hermano, y mandamos que si el mismo >>Rey con humildad lo pidiere, por vuestra autoridad >> le absolvais en la forma acostumbrada de la senten>>cia de descomunion, que por las razones dichas en >> cualquier manera haya incurrido por derecho ó sen>>tencia de juez; y conforme á su culpa le impongais »saludable penitencia, con todo lo demás que confor»>ine á derecho se debe observar, templando el rigor de >> derecho con mansedumbre segun que conforme á jus>>tas y razonables causas vuestra discrecion juzgare se » debe hacer. Queremos otrosí que por la misma auto»ridad le relajeis las demás penas, en que por las cau»sas ya dichas hobiere en cualquier manera incurrido. >> Dado en Aviñon á 29 de mayo en el año décimo quinto » de nuestro pontificado.» Recebido este despacho, el Rey, puestas las rodillas en tierra en el sagrario de santa Catalina en la iglesia mayor de Búrgos, con toda muestra de humildad pidió la absolucion. Juró en la forma acostumbrada obedeceria en adelante á las leyes eclesiásticas, y satisfaria al arzobispo de Toledo con volvelle sus plazas; tras esto fué absuelto de las censuras, dia viérnes, á los 4 de julio. Halláronse presentes á todo don Pedro de Castilla, obispo de Osma; Juan, obispo de Calahorra, y Lope, obispo de Mondoñedo, y Diego Hurtado de Mendoza, que sin embargo de los escándalos de Sevilla, ya era almirante del mar. Alzóse otrosí el entredicho ; á esta alegría se allegó para que fuese mas colmada la reduccion del duque de Benavente, que á persuasion del arzobispo de Santiago que lo mandaba todo y por su buena traza vino en deshacer su campo, abrazar la paz y ponerse en las manos de su Rey. En recompensa del dote que le ofrecian en Portugal concertaron de contalle sesenta mil florines y que tuviese libertad de casar en cualquier reino y nacion, como no fuese en aquel. Demás desto, de las rentas reales le se

ñalaron de acostamiento cierta suma de maravedís en los libros del Rey. Asentado esto, sin pedir alguna seguridad de su persona para mas obligar á sus émulos, vino á Toro. Recibióle el Rey allí con muestras de amor y benignidad, y luego que se encargó del gobierno y le quitó á los que le tenian, le trató con el respeto que su nobleza y estado pedian. Desta manera se sosegó el reino, y apaciguadas las alteraciones que tenian á todos puestos en cuidado, una nueva y clara luz se comenzó á mostrar despues de tantos nublados. Grande reputacion ganó el arzobispo de Santiago, todos á porfía alababan su buena maña y valor. Duróle poco tiempo esta gloria á causa que en breve el Rey salió de la tutela y se encargó del gobierno; el arzobispo de Toledo, su contendor, otrosi volvió á su antigua gracia y autoridad, con que no poco se menguó el poder y grandeza del de Santiago. El pueblo, con la soltura de lengua que suele, pronosticaba esta mudanza debajo de cierta alegoría, disfrazados los nombres destos prelados y trocados en otros, como se dirá en otro lugar. Al rey de Navarra volvieron los ingleses á Quereburg, plaza que tenian en Normandía en empeño de cierto dinero que le prestaron los años pasados. Encomendó la tenencia á Martin de Lacarra y su defensa, por estar rodeada de pueblos de franceses y gente de guerra derramada por aquella comarca. Las bodas de la reina de Sicilia y don Martin de Aragon finalmente se efectuaron con licencia del rey de Aragon, tio del novio, y del papa Clemente, segun que de suso se apuntó. Los varones de Sicilia con deseo de cosas nuevas, ó por desagradalles

aquel casamiento, continuaban con mas calor en sus alborotos y en apoderarse por las armas de pueblos y castillos y gran parte de la isla. No tenian esperanza de sosegallos y ganallos por buenos medios; acordaron de pasar en una armada que aprestaron para sujetar los alborotados aquellos reyes, y en su compañía su padre don Martin, duque de Momblanc. En la guerra, que fué dudosa y variable, intervinieron diversos trances. El principio fué próspero para los aragoneses; el remate, que prevalecieron los parciales hasta encerrar á los reyes en el castillo de Catania y apretallos con un cerco que tuvieron sobre ellos. Don Bernardo de Cabrera, persona en aquella era de las mas señaladas en todo, acompañó á los reyes en aquella demanda; mas era vuelto á Aragon por estar nombrado por general de una armada que el rey don Juan de Aragon tenia aprestada para allanar á los sardos. Este caballero, sabido lo que en Sicilia pasaba, de su voluntad ó con el beneplácito de su Rey se resolvió de acudir al peligro. Juntó buen número de gente, catalanes, gascones, valones; para llegar dinero para las pagas empeñó los pueblos que de sus padres y abuelos heredara. Hizose á la vela, aportó á Sicilia ya que las cosas estaban sin esperanza. Dióse tal maña, que en breve se trocó la fortuna de la guerra, ca en diversos encuentros desbarató á los contrarios, con que toda la isla se sosegó, y volvió mal su grado de muchos al señorío y obediencia de Aragon, en que hasta el dia de hoy ha continuado, y por lo que se puede conjeturar durará por largos años sin mudanza.

LIBRO DÉCIMONONO.

CAPITULO PRIMERO.

Cómo el rey don Enrique se encargó del gobierno.

REPOSABA algun tanto Castilla á cabo de tormentas tan bravas de alteraciones como padeció en tiempo pasado; parecia que calmaba el viento de las discordias y de las pasiones, ocasionadas en gran parte por ser muchos y poco conformes los que gobernaban. Para atajar estos inconvenientes y daños el Rey se determinó de salir de tutela y encargarse él mismo del gobierno, si bien le faltaban dos meses para cumplir catorce años; edad legal y señalada para esto por su padre en su testamento. Mas daba tales muestras de su buen natural, que prometian, si la vida no le faltase, seria un gran príncipe, aventajado en prudencia y justicia con todo lo al. Demás que los señores y cortesanos le atizaban y daban priesa; la porfía de todos era igual, los intentos diferentes. Unos, con acomodarse con los deseos de aquella tierna edad, pretendian granjear su gracia para adelantar sus particulares, los de sus deudos y aliados. Otros, cansados del gobierno presente, cuidaban

que lo venidero seria mas aventajado y mejor, pensamiento que las mas veces engaña. Por conclusion, el Rey se conformó con el consejo que le daban. A los primeros de agosto juntó los grandes y prelados en las Huelgas, monasterio cerca de Búrgos, en que los reyes de Castilla acostumbraban á coronarse. Habló á los que presentes se hallaron, conforme á lo que el tiempo demandaba. Que él tomaba la gobernacion del reino; rogaba á Dios y á sus santos fuese para su servicio, bien, prosperidad y contento de todos. A los que presentes estaban encargaba ayudasen con sus buenos consejos aquella su tierna edad y con su prudencia la encaminasen. Pero desde aquel dia absolvia á los gobernadores de aquel cargo, y mandaba que las provisiones y cartas reales en adelante se robrasen con su sello. Acudieron todos con aplauso y muestras grandes de alegría, así el pueblo como los ricos hombres y señores que asistian á aquel auto, el nuncio del Papa, el duque de Benavente, el maestre de Calatrava y otros muchos. El arzobispo de Santiago, como quier que ejercitado en todo género de negocios, y los demás le reconocian por

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