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contradicion que su reino hacia, por llevar mal que lo de Milan y Bretaña se desmembrase de aquella corona, y que todos los estados le suplicaban la casase con el duque de Angulema, á quien pertenecia la sucesion de aquel reino despues de sus dias. A lo de las vistas respondió con palabras generales, que holgaria dellas cuando hobiese disposicion para ello. Tuvieron segunda audiencia los embajadores, en que llegaron á ofrecer al rey Católico que el César le daria título de emperador de Italia, y renunciaria en él todos sus derechos que tenia sobre aquella provincia y le ayudaria á hacerse señor della. A esto dijo que no convenia disminuyese el Emperador su autoridad, que de Italia él no queria mas de lo que era suyo. Movieron despues desto la plática de ligarse los príncipes, Emperador, reyes de Francia y el Católico con el Papa contra venecianos. A esto dijo que como los demás se concertasen, no quedaria por él. Entonces envió el Rey al César por su embajador á don Jaime de Conchillos, obispo de Girachi, con cargo en lo público y órden de allanar á los flamencos para que admitiesen al Emperador á la gobernacion de aquellos estados, como á tutor del príncipe don Carlos, su nieto. Otro tenia en el corazon, como queda ya tocado.

CAPITULO V.

Que la reina doña Juana parió en Torquemada.

La reina doña Juana se hallaba en Torquemada, principio del año de 1507. Allí un juéves, á los 14 de enero, -parió una hija, que llamó doña Catalina, y adelante fué reina de Portugal. Vióse en gran peligro por falta de partera, oficio que hobo de suplir doña María de Ulloa, su privada y camarera. Todos eran efectos de su indisposicion ordinaria, que no daba lugar á medicinas ni á consejos. Hallábanse allí el arzobispo de Toledo, el Condestable y otros grandes. Los de su Consejo con su presidente el obispo de Jaen se quedaron en Búrgos. Deseaban los de su Consejo componer las diferencias que se continuaban entre los grandes y sosegar la llama de los alborotos que por todas partes se encendia; pero tenian sus provisiones y mandatos poca fuerza, de suerte que quien no queria obedecer se salia con ello; todo era violencias y males, miserable estado y avenida de escándalos y desórdenes. El alboroto de Córdoba contra los inquisidores iba adelante. El motivo principal era que los presos, por revolver el pleito, tenian encartada gran parte de la nobleza como cómplices en sus delitos. El pueblo atribuia esto á la malicia de los inquisidores. En Toledo los Silvas y Ayalas se pusieron en armas; los Ayalas en favor de un pesquisidor que venia nombrado por el Consejo con suspension de varas del corregidor y sus oficiales; los Silvas pretendian que el pesquisidor no entrase y que el corregidor quedase con su oficio. Eran gran parte para salir con todo lo que querian por tener en su poder las puertas y las puentes; mas prevalecieron los Ayalas porque los seguia el pueblo, y el corregidor don Pedro de Castilla fué echado de la ciudad, en que hobo sobre el caso muertos y heridos. A Madrid traian alborotado don Pero Laso de Castilla, que estaba por el rey Católico, y Juan Arias, cabeza del bando contrario. El corregidor de Cuenca

Filipe Vazquez de Acuña tenia oprimido el regimiento para que no obedeciesen á la Reina; Diego Hurtado de Mendoza le echó fuera de la ciudad, y se dió órden que el regimiento nombrase alcaldes ordinarios que gobernasen en nombre de la Reina. En Segovia el marqués de Moya tenia cercado el alcázar, y hizo salir de la ciudad todos los vecinos que no eran de su opinion, hasta quemar la iglesia de San Roman, en que algunos de sus contrarios se hicieran fuertes. La Reina no servia de otra cosa mas de embarazar. Para prevenir que el fuego no pasase adelante en el Andalucía, se ligaron el marqués de Priego y conde de Cabra con el conde de Tendilla, capitan general de Granada, y el adelantado de Murcia, en servicio de la Reina y para conservar en justicia aquellas tierras hasta tanto que el rey Católico volviese. Vino el conde de Ureña á la corte. Pretendió interponer su autoridad para sosegar los grandes, dado que así bien él como los demás daba sus quejas y tenia sus pretensiones, que venian á parar todas en el alcaidía de Carmona, que le habian quitado, y en una encomienda que pedia para su hijo don Rodrigo. Los grandes, sin embargo, se armaban. El Almirante juntaba gente para apoderarse de Villada y Villavicencio, villas que decia le tenia usurpadas el duque de Alba. El duque de Najara andaba en la corte muy acompañado de gente de armas; y llegó á tanto su atrevimiento, que ocupó las posadas que en Villamediana se dieron á los del Consejo, que por esta causa se fueron á Palencia. Don Juan Manuel vino á Torquemada con sesenta lanzas. El marqués de Villena y el Condestable asimismo se apercebian de gente. El arzobispo de Toledo, vistos estos desórdenes, comenzó á traer gente de guarda, y juntó cien lanzas y trecientos alabarderos, y dió órden como de su dinero se pagasen las compañías de las guardas ordinarias. Y aun por esta causa quiso jurasen obediencia á la Reina y á él mismo, todo á propósito de enfrenar la insolencia de los grandes por una parte, y por otra que el Consejo no despachase algunas provisiones poco á propósito para tiempos tan revueltos. Alteróse por esta causa el duque de Najara. Juntó mas gente para su seguridad. Las cosas llegaron á término, que una noche en Torquemada hobieran de venir á las manos los del Duque y los del Arzobispo. Para atajar estos daños se dió órden que en aquella, villa solo quedase la gente de la Reina y del Arzobispo, con que el Duque se partió mal enojado. Antes que don Juan se saliese de Torquemada se juntaron con él en Grijota el Almirante, el de Villena, el de Benavente y Andrea del Búrgo, embajador del Emperador; concertaron de impedir la venida del rey Católico, si primero no satisfacia á sus demandas y pretensiones. Despues se juntaron algunos dellos en Dueñas. Allí acordaron echar fama que el arzobispo de Toledo y Condestable tenian á la Reina presa; últimamente se fueron á Villalon con intento de juntar gente para socorrer el alcázar de Segovia que tenia apretado el marqués de Moya. El rey de Portugal tenia asimismo sus inteligencias con el marqués de Villena para impedir la venida del rey Católico y procurar que el Emperador trajese al Principe, y como su tutor tomase á su mano el gobierno. Vino por este tiempo de Roma don Antonio de Acuña, proveido del obis

pado de Zamora. Cometióle el Rey como á deudo que era del marqués de Villena que le asegurase en su servicio, y le ofreciese le darian á Villena y Almansa, que tanto él deseaba. No bastó esta diligencia, ni fué de mayor efecto la que hizo don Alvaro Osorio con el duque de Najara y con don Juan Manuel, con los cuales se fué á ver para sosegallos y atraellos al servicio del rey Católico. De la provision del obispado de Zamora en la persona de don Antonio de Acuña se quejó el Condestable que fuese premiado el mayor enemigo que tenia, y á él no se hiciese merced alguna. Resultó asimismo otra nueva revuelta. Los del Consejo por haberse hecho aquella provision sin preceder suplicacion de la Reina ni del Rey, su padre, como era de costumbre, juzgaron que seria en gran perjuicio de la preeminencia real si se consintiese llevar adelante. Despacharon sus provisiones enderezadas al dean y cabildo de aquella iglesia para impedille la posesion; y si la posesion fuese tomada, mandaban que no la dejasen continuar ni acudiesen con los frutos del obispado á don Antonio. Llegaron las provisiones á tiempo que don Antonio estaba en pacífica posesion. Despacharon al alcalde Ronquillo que hiciese ejecutar sus mandatos. Don Antonio, que sobrevino con gente una noche, le prendió dentro de su posada y llevó á la fortaleza de Formosel. Acudieron el corregidor de Salamanca para castigar aquel desórden y desacato, y el duque de Alba mandó juntar sus vasalios para lo mismo. Pero ninguna diligencia bastó para remover á don Antonio y que no quedase con su obispado. Todo el reino ardia en alborotos, tramas, quejas y pretensiones. Los mejores querian vender lo mas caro que pudiesen su lealtad y servicio, acomodar sus cosas; para sí, sus dendos y amigos sacar lo que mas pudiesen. El rey Católico, como quier que no pretendia traer la espada desnuda contra los que le ofendieron, así parecia cosa dura y afrentosa comprar con dádivas lo que de derecho se le debia, bien que desagraviar á los que injustamente padecian, á todos parecia muy conveniente. En esta sazon los del Consejo prorogaron las Cortes por espacio de cuatro meses; con que los procuradores del reino, que se entretenian en Búrgos, se volvieron á sus casas.

CAPITULO VI.

Que el duque Valentin fué muerto.

Las cosas de Castilla se hallaban en esta confusion, y por las fronteras de Navarra se comenzaron á mover algunas novedades. El rey don Juan con la ocasion de la ausencia del rey Católico, que le tuvo siempre enfrenado, determinó tomar enmienda de los desacatos que su condestable el conde de Lerin le tenia hechos en muchas maneras por las espaldas que de Castilla le hacian. Para este su intento vino muy á propósito la huida del duque Valentin, su cuñado. Luego que se acogió á su reino, le nombró por su capitan general, con cuya ayuda pretendia despojar de todo su estado al conde de Lerin y echalle de todo aquel reino como á notorio rebelde y enemigo de su corona. Juntó sus gentes, que eran docientos jinetes y ciento y cincuenta hombres de armas y hasta cinco mil infantes. Con este ejército, un

miércoles, á 10 de marzo, se puso sobre la fortaleza de Viana, cuya tenencia se habia dado al Condestable, y tenia dentro para su defensa á don Luis de Biamonte, su hijo, y yerno del duque de Najara. Otro dia despues que llegó esta gente á Viana, por ser la noche muy tempestuosa, tuvo comodidad el Condestable de acudir desde Mendavia, que era una su villa á tres leguas de allí, á favorecer y proveerá los cercados. Llevó en su compañía docientas lanzas, y dejó fuera de Mendavia en un barranco á la cubierta de un viso hasta seiscientos de á pié. Entró en la fortaleza y bastecióla lo mejor que pudo. A la mañana al dar la vuelta fueron sentidos. Salieron del campo del Rey hasta setenta lanzas en compañía del duque Valentin, que por la priesa iba mal armado. Seguia el Rey con la demás gente, aunque despacio y no muy en órden. El Duque, como era arriscado, acometió á los que se retiraban, mató y prendió hasta quince hombres. Adelantóse en seguimiento de un caballero hasta el lugar en que tenian la celada. Revolvieron otros cuatro caballeros sobre él; hirióle el uno con una lanza sobre el faldar, fué el golpe tal, que le arrancó del caballo. Acudieron los de la celada, y sin ser conocido, aunque peleó muy bien á pié con una lanza de dos hierros, al fin le mataron, y le despojaron en un momento hasta de la camisa. Con la muerte del Duque toda la demás gente se volvió con poca honra á sus estancias. El condestable de Mendavia por estar mas seguro se pasó á Lerin. Así acabó sus dias el que poco antes ponia espanto á toda Italia, y en cuya mano estaba la paz y la guerra de toda ella. Notóse mucho que muriese dentro de la diócesi de Pamplona, que fué el primer obispado que tuvo, y que su muerte fuese el mismo dia que tomó la posesion dél, es á saber, el dia de San Gregorio. Quedó sola una hija del Duque en poder de su madre y del rey de Navarra, su tio. Con todo esto el Rey estrechó mas el cerco de la fortaleza con su gente y la que de Castilla el Condestable le envió de socorro de á pié y de á caballo. Por el contrario, el duque de Najara se acercó á la frontera con gente para ir á socorrer al conde de Lerin; y aun el arzobispo de Zaragoza apercebia gente para ayudalle por ser tan servidor del rey Católico y su cuñado. Pero en fin la fortaleza de Viana se hobo de rendir, y el Rey con su gente, que llegaba ya á seiscientas lanzas y ocho mil infantes, se fué á poner sobre Raga. Los del Consejo real de Castilla por sosegar aquellos movimientos enviaron al secretario Lope de Conchillos para requerir al rey de Navarra en nombre de la reina doña Juana no procediese por via de fuerza contra el conde de Lerin. Hacíase instancia que sobreseyese en aquella guerra por tiempo de tres meses, en el cual medio se podrian concertar quellas diferencias y vendria el rey Católico para concordallos. El rey de Navarra no venia en ello; la respuesta fué dar grandes quejas contra el conde de Lerin, que le tenia revuelto su reino; que no era razon fuesen favorecidas de ningun príncipe insolencias semejantes. Todavia se contentaba con que viniese en persona á pedir perdon de sus yerros y entregalle en su poder á Lerin, y sus hijos fuesen á serville en su corte, y hecho esto, el Conde se saliese de aquel reino. Tratábase desto, y el Rey continuaba en apoderarse del es

tado del Conde. Rindióse Raga y todos los demás lugares que el Conde tenia; solo quedó en su poder Lerin, villa en que se hizo fuerte con sus hijos y aliados, plaza que, si bien con dificultad, tambien vino á poder del Rey. For esto el Conde se fué á Castilla, y despues pasó á Aragon, sin que le quedase una almena en toda Navarra. No le hizo poco daño tener de su parte al duque de Najara, porque por el mismo caso el Condestable y los mas servidores del rey Católico se declararon por el Navarro, si bien para las turbaciones de Castilla fué á propósito ocuparse el Duque en aquella guerra de Navarra ; tanto mas, que el rey Católico á la misma sazon ganó á su servicio al conde de Benavente con promesas que le hizo de una encomienda y docientas mil de juro, é intencion que dió de le otorgar la feria de Villalon. Aseguró otrosí al duque de Béjar con prometelle otras cosas que él mismo deseaba. Así, el partido del rey Católico y de los que deseaban su venida andaba muy valido, y muy caido el de los contrarios. Morian en Torquemada de peste, mal que se embraveció este año muy extraordinariamente, y se derramó por toda España. Salióse la Reina á Hornillos, aldea muy pequeña, que está una legua de aquella villa, con determinacion de no salir de aquella comarca sino aguardar allí al Rey, su padre. Tenia mandado que volviesen á su Consejo los que estaban en él en vida de la Reina, su madre, y los nuevamente proveidos fuesen privados de aquel cargo. Con esto el obispo de Jaen se fué á su casa; los oidores nuevos, que eran Aguirre, Guerrero, Avila y don Alonso de Castilla, hicieron instancia para que se revocase aquel mandato; no se pudo acabar con la Reina por grandes diligencias que se hicieron y medios que para ello tomarou. Así, volvieron al Consejo los oidores antiguos Angulo, Vargas y Zapata. En Segovia se continuaba el cerco que tenia el marqués de Moya muy apretado sobre el alcázar; y dado que los de dentro se defendieron muy bien por espacio de seis meses, al fin con minas que se sacaron por diversas partes redujeron los de dentro á término, que le rindieron á los 15 de mayo. Ayudaron al Marqués en esta empresa el duque de Alburquerque, que fué allá en persona, y el Condestable, duque de Alba y Antonio de Fonseca con gentes que de socorro le enviaron.

CAPITULO VII.

Que el Emperador y rey Católico trataban de concertarse
sobre el gobierno de Castilla.

Los embajadores del César que fueron á Nápoles hacian grande instancia sobre las vistas de los dos príncipes consuegros. Ofrecian que el Emperador vendria á Niza, ó que el rey Católico fuese á Roma, donde el César en breve pensaba venir á coronarse. Que en un dia se podrian mejor conformar por sus personas que en mucho tiempo por medio de terceros. El rey Católico daba diversas excusas para no venir á las vistas, la mas principal que los reinos de Castilla padecerian mucho daño con aquella tardanza, que forzosamente seria de algunos meses. Como se resolvió en esto, los embajadores le requirieron no volviese á Castilla sin que primero se concertasen todas las diferencias; que de otra ma

nera el Emperador seria eso mismo forzado de ir allá, y los males que dello resultasen se imputarian y estarian á cuenta del que diese la causa. Pareció este término mas desafio que voluntad de concierto. Todavía se comenzó á tratar por los embajadores sobredichos de una parte, y de otra el Gran Capitan, el camarero y el secretario del rey Católico de los derechos que cada uno pretendia tener por su parte y de los medios que se representaban para conformarse. Muchas cosas se alegaron como en negocio tan grave. Los principales puntos en que el rey Católico se fundaba eran ser padre y por consiguiente tutor de la Reina, y su voluntad que siempre dió muestra de querer que su padre gobernase, y el testamento de la reina doña Isabel que así lo disponia. De parte del Emperador se oponia que en caso que la Reina estuviese impedida, sucedia el Príncipe, su nieto, en cuya tutela debia ser preferido el abuelo paterno. Que el rey Católico se casó segunda vez, por do perdió la tutela, especialmente que prometió á la reina doña Isabel no lo haria, por lo menos era cierto que si entendiera se pretendia casar, no le dejara el gobierno. Lo tercero que los grandes, cuyo consentimiento se requeria, no venian en su gobernacion, y no era razon poner el reino en condicion de revolverse. Otras razones alegaron, mas estos eran los nervios fundamentales. Pasaron á tratar de medios. Los del Emperador decian que su señor holgaria se cometiese el gobierno á veinte y cuatro personas; dellas las diez y seis nombrase él, y las ocho el rey Católico, y que estos gobernasen en compañía del Rey. Y cuanto á las provisiones de oficios y beneficios, que de tres partes el Rey proveyese la una, y las dos los del gobierno ; las rentas dividian en cuatro partes, las tres partes para la Reina, y la una para el Rey. Item, para asegurar la sucesion del príncipe don Carlos querian que todas las fortalezas del reino estuviesen en poder del Emperador. Todas eran demasías y exorbitancias á propósito de revolvello todo. Pedian otrosí que se enviasen á Flándes algunos hijos de grandes y personas principales de Castilla y Aragon para criarse con el Príncipe, y que se diese seguridad para los que siguieron la voz del rey don Filipe que no serian maltratados ni en algun tiempo les pararia perjuicio. Que la investidura de Nápoles se alcanzase de manera que no perjudicase á la sucesion del príncipe don Cárlos. Condiciones tolerables eran algunas destas, pero pedian otras muchas, que no se debian conceder ni se pudieran asentar en muchos años. Por esto el rey Católico aprestaba su partida, si bien el Emperador de nuevo le envió á requerir con Bartolomé de Samper, que de Nápoles fué enviado á Alemaña, sobrese yese hasta tanto que aquellas diferencias estuviesen asentadas. El Rey todavía continuaba en su propósito, y para despacharse envió sus embajadores á dar la obediencia al Papa, que fueron Bernardo Dezpuch, maestre de Montesa, Antonio Augustino y Jerónimo Vic, un caballero valenciano que iba para hacer oficio de embajador ordinario en aquella corte en lugar de Francisco de Rojas. Dióseles audiencia á los 30 de abril; hizo Antonio Augustino un muy elegante razonamiento, en que excusaba la dilacion que en dar aquella obediencia se tuvo por diversos impedimentos que no se pudieron evitar. Ofre

de Faenza y Arimino, que tenian los venecianos usurpadas en la Romaña. No se podia hacer esto en poco tiempo, y las revueltas de Castilla no sufrian tanta dilacion. Resolvióse de abreviar su partida de cualquiera manera que fuese. Para prendar mas al Gran Capitan otorgó un instrumento en que daba fe de la lealtad que siempre en su persona halló y de su mucho valor y servicios señalados; cuya copia se envió á todos los príncipes para que si alguno habia dél concebido ó sospechado otra cosa, quedase con tal testimonio desengañado. Era venido á Nápoles Juan de Lanuza, virey de

ció la obediencia y todas las fuerzas del Rey en favor de aquella santa silla. Respondió el Papa con mucha alegría, y en señal de amor dió á los embajadores la rosa de oro que se bendice la noche de Navidad, para que de su parte la llevasen á su Rey. Juntamente convidaba al Gran Capitan para que fuese general de la Iglesia en la guerra que pensaba hacer á venecianos; el mismo cargo le ofrecia aquella señoría por entender que era tanto su valor, que llevaria consigo muy cierta la victoria á cualquier parte que se allegase. Los partidos que le hacian muy aventajados previno el Rey con tornar á prometelle el maestrazgo de Santiago. Y porque no parecie-Sicilia; á este caballero, por la mucha confianza que ha. sen palabras, dió comision á Antonio Augustino, cuando le envió á Roma, para que suplicase al Papa le pudiese resignar en su favor en manos de los arzobispos de Toledo y de Sevilla y el obispo de Palencia, para que con comision del Pontífice le colasen al Gran Capitan Juego que llegase á Castilla; que no hacia desde luego la resignacion por inconvenientes que alegaba que podrian resultar en ausencia. El Papa venia bien en conferir al Gran Capitan aquella dignidad, pero no quiso dar la comision que se le pedia por no perjudicar á su autoridad. Con esto se dilató aquella resignacion, no sin gran sospecha que el Rey usó en esto de maña solo para sacar al Gran Capitan de Italia, que era duque de Sesa y de Terranova y gran condestable de Nápoles; grandes estados y mercedes en sí, pero muy pequeñas, si con sus méritos y servicios se comparan. Deseaba el Rey con gran cuidado reformar la capitulacion hecha en Francia sobre la sucesion del reino de Nápoles, que caso no tuviese hijos de la reina doña Germana, se devolvia á los reyes de Francia. Trataba de remediar este daño, y para esto de tomar por medio al cardenal de Ruan con promesa que le hacia de ayudalle para subir al pontificado, si allanaba esta dificultad, como á la verdad el mejor camino fuese alegar que pues el rey de Francia no cumplia el asiento que tenia tomado de casar su hija con el príncipe don Cárlos, con que le quita-peridad, y extendia su fama por todas las partes, merba la sucesion de Milan y de Bretaña, era razon que esto se recompensase con alzar aquel gravámen en lo de la sucesion de Nápoles, pues no era cosa tan grande ni tan cierta como lo que se le quitaba, ni aquella condicion servia sino de dejar pleito y debates á sus sucesores para adelante. El rey de Francia no daba oidos á nada desto, ca estaba desabrido por los homenajes que se hicieron en Nápoles en nombre de la reina doña Juana, sin hacer mencion de la reina doña Germana, como fuera razon, para conformarse con lo que tenian capitulado.

CAPITULO VIII.

Que el rey Católico partió de Nápoles. Importaba mucho que el rey Católico abreviase en su venida para atajar inconvenientes y sosegar malos humores que cada dia por acá se levantaban, lo cual él no ignoraba; mas las cosas de Nápoles le detenian hasta dejallas bien asentadas. Hacia instancia con el Papa por medio de su embajador Jerónimo Vic le diese la investidura de Nápoles. Anduvieron sobre el caso demandas y respuestas. El Pontífice se resolvió de dársela con condicion que le recobrase con sus gentes las ciudades

cia dél y sus buenas partes, determinó dejar por visorey de Nápoles. Pero porque antes que el Rey se embarcase, él y su hijo Juan de Lanuza, que era justicia de Aragon, fallecieron, nombró por virey de Nápoles á su sobrino don Juan de Aragon, conde de Ribagorza, y á Sicilia envió á don Ramon de Cardona con cargo de teniente general. Para el consejo de estado de Nápoles nombró á Andrés Garrafa, conde de Santaseverina, y á Hector Piñatelo, conde de Monteleon, y á Juan Bautista Espinelo, al cual quitó entonces el cargo y nombre de conservador general por ser muy odioso en aquel reino. Dejó órden al Virey que conservase los Coloneses y Ursinos, y á Bartolomé de Albiano se restituyó su estado porque se redujo á la obediencia del Rey. Proveyóse que demás de la gente de guerra docientos gentiles hombres residiesen en la corte con nombre de Continos y acostamiento por año de cada ciento y cincuenta ducados. A los venecianos que se mostraban sospechosos de la voluntad del Rey, para asegurallos envió á Filipe Ferreras que hiciese con aquella seiroría oficio de embajador. Proveido todo esto, el Rey se hizo á la vela un viernes, á los 4 de junio, con diez y seis galeras. Ocho dias antes partió la armada de las naos, y por su general el conde Pedro Navarro. El reino de Portugal florecia por este tiempo en todo género de pros

ced de Dios, que les dió un rey tan señalado como el que mas en valor y prudencia y en noble generacion. Parió la Reina en Lisboa, á los 5 de junio, un hijo, que se llamó don Fernando. Las grandes esperanzas que daba su buen natural y aficion á las letras cortó la muerte arrebatada, que le sobrevino en la flor de su mocedad. Algunos grandes de Castilla, en especial el marqués de Villena, pusieron los ojos en este Principe para que se encargase del gobierno de aquel reino, con intento de impedir por este modo la venida del rey Católico; mas él no quiso aventurar su sosiego por promesas de pocos y mal fundadas, si bien de secreto deseaba tener mano en las cosas de Castilla por casar sus hijos con los de la Reina, y por este medio tomar uno de dos caminos, ó como tutor en tal caso del príncipe don Cárlos, su yerno, encargarse del dicho gobierno, que venia muy á cuento para proseguir la navegacion de la India y la conquista de Africa con la ayuda que podia tener de Castilla, ó por lo menos obrar con el Emperador que tomase á su cargo lo que el derecho le daba. A esto mismo convidaba al César el rey de Navarra, Y aun le ofrecia el paso por su tierra, que decia seria camino muy fácil, y esto por estar muy sentido del rey

le

á manderecha, el Francés á la izquierda, y en medio
la Reina, fueron debajo del palio al castillo, do tenian
hecho el aposento á los huéspedes. El de Francia por
mas honrallos se pasó á las casas del Obispo. El dia de
San Pedro oyeron misa juntos. Los cortesanos á por-
fía andaban muy lucidos; en especial los españoles
con las riquezas de Nápoles iban en extremo arreados
y bravos. Aquella noche cenó la Reina con el rey de
Francia, su tio, y con el rey Católico dos cardenales,
el de Santa Prajedis, que vino por legado del Papa á
las vistas, y el de Ruan, legado de Francia. Otro dia
cenaron los dos reyes y Reina juntos, y con ellos por
cuarto el Gran Capitan, á instancia del rey de Francia,
que le honró con todo género de favor, palabras y cor-
tesía. Lo mismo hizo el rey Católico con el señor de
Aubeni, tanto, que él entró en esperanza le mandaria
restituir el condado de Venafra, que poseia al tiempo
que se rompió la guerra. Grande resolucion fué la del
rey Católico ponerse libremente en poder de su compe-
tidor y hacer dél tanta confianza, larga materia de dis-
cursos, especial para italianos. En estas vistas lo que
principalmente se trató fué de tomar la empresa contra
la señoría de Venecia, plática comenzada otras veces.
Despedidas las vistas, continuó el rey Católico su via-

Católico, y aun receloso que si volvia á su antiguo po-
der, no pararia hasta apoderarse de aquel reino. Es
cosa cierta que á estos dos reyes pesaba de la prosperi-
dad del rey Católico, y no querian tener vecino tan po-
deroso, conforme á la costumbre de todos los príncipes.
La misma instancia hacian al Emperador los grandes
de-
sus aficionados y parciales, y él mismo estuvo muy
terminado de ponerse en camino y pasar en España,
como consta de una que escribió desde Constancia, do
se tenia la dieta del imperio, deste tenor á don Juan
Manuel «Por otras cartas vos he hecho saber mi de-
>> terminacion, que era de ir en persona á esos reinos y
» llevar conmigo al príncipe don Cárlos, mi nieto; é si
>> las cosas dellos no estuviesen en la pacificacion que
>> convenia al servicio de la serenísima Reina, mi hija,
» daria tal órden que ella fuese servida é obedecida, é la
>>sucesion del Príncipe asegurada. Pero despues he
» sido informado que ha habido algunas novedades, por
>> lo cual me tengo de dar mas priesa para ir á esos rei-
»nos y llevar conmigo al Príncipe. E ansí yo partiré de
»aquí para Bravante de hoy en catorce ó quince dias,
»é ya he mandado aderezar las cosas que para mi ida á
>> esos reinos son necesarias. Entre tanto yo vos ruego y
»encargo que os junteis con nuestro embajador y con
>> los otros servidores del Príncipe, como hasta aquí ha-je, que por ser los vientos contrarios, la navegacion

>> beis hecho, y no se dé lugar á que se haga cosa con-
>> tra la libertad de la Reina ni contra la sucesion del
. »Principe; que idos allá, habiendo respeto al amor
» que el Rey, mi hijo, que haya santa gloria, os tenia, é❘
»á la voluntad que tenia de os hacer mercedes, é á
mi
» vuestros servicios, se hará con vos lo que el Rey,
» hijo, deseaba hacer. De la mi ciudad imperial de
» Constancia, á 12 de junio de 1507.»

CAPITULO IX.

á

De las vistas del rey Católico con el rey de Francia. Hallábase el rey de Francia en Italia, donde abajó los meses pasados con un grueso ejército para sosegar en su servicio los ginoveses, que con las armas pretendian recobrar su libertad y salir de la sujecion de Francia, en que pasaron tan adelante, que el año pasado el pueblo se alborotó contra los nobles. Abatieron las armas de Francia de todos los lugares en que estaban, y sacaron por Duque á un tintorero de seda, por nombre Paulo de Nove. Para sosegar estos movimientos el rey de Francia envió primero su gente; despues él mismo pasó á Italia. Tratábase con esta ocasion que la vuelta del rey Católico para España los dos reyes se viesen. Pareció la ciudad de Saona lugar á propósito para esta habla. Detuviéronse las galeras en Gaeta y por las costas de Roma y de Toscana algunos dias por ser el tiempo contrario. Llegó el rey Católico á Génova á los 26 de junio. Allí le salió á recebir Gaston de Fox, señor de Narbona, su sobrino y cuñado, cuatro galeras. Aguardaba ya el rey de Francia en Saona su llegada. Salió el rey Católico vigilia de San Pedro del puerto de Génova para ir allá. Fué grande el recebimiento que se le hizo. Salió el rey de Francia á la marina y despues de haberse recogido y abrazado con toda muestra de alegría los dos reyes, el Católico

con

de

fué larga. Llegó al puerto de Cadaques, en Cataluña, á
los 11 de julio; y por huir la peste, que se herian
muchos por aquella comarca, no paró hasta llegar á la
playa de Valencia, que fué á los 20 del mismo mes,
donde dias antes era aportado Pedro Navarro con los
navíos. Fueron grandes las fiestas que en aquella ciu-
dad hicieron á los reyes. La Reina entró debajo del pa-
lio por ser allí su primera entrada. Con la nueva de la
venida del Rey lo de Castilla se allanó con facilidad;
en particular el marqués de Villena de su voluntad se
redujo y puso en las manos del Rey, con promesa que
se le hizo de estar con él á justicia y hacelle razon en
todo lo que pretendia estar agraviado. Y dado que
esta reduccion la hizo mas forzado que de grado, to-
davía se estimó en mucho; y aun su primo el conde
de Ureña obró y ayudó muy bien para que se redu-
jese á mejor partido; en premio deste buen oficio y
por aseguralle mas le dieron la tenencia del castillo
de Carmona, que pretendia se le debia y era suya.
Al duque de Medina Sidonia con el mismo intento
por medio del Condestable se le dió intencion de la-
celle recompensa por lo de Gibraltar en dinero y ju-
ros. Para todo daba calor el arzobispo de Toledo, muy
contento, demás de las mercedes recibidas, que el rey
Católico le trajese impetrado del Papa el capelo, y el
oficio de inquisidor general en los reinos de Castilla y
Leon por cesion que hiciera de aquel cargo el arzo-
bispo de Sevilla, como consta todo por una carta que
le escribió el rey Católico poco antes de su partida de
Nápoles, cuyo original se guarda en su colegio mayor
de Alcalá de Henáres. Inquisidor general en la corona
de Aragon era fray Juan de Enguerra, confesor del
Rey. Con estos medios tan fáciles se sosegaron los áni-
mos de casi todos los grandes, y quedó tan llano lo de
Castilla cuanto se podia desear. Una cosa dió mucho
que murmurar á todo el reino y maravillarse. Esta fué

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