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que impetró del Papa la iglesia de Santiago para don Alonso de Fonseca, mozo de pocas letras; y lo que era mas feo, por resignacion que en su favor hizo su mismo padre con título que se le dió á él de patriarca de Alejandria, negocio de muy mala sonada, que tal iglesia pasase de padre á hijo, especialmente bastardo, y novedad nunca oida. Verdad es que los servicios del padre fueron siempre muy grandes, y la revuelta de los tiempos, y que el mismo don Alonso, el mozo, acompañó al Rey en aquel viaje de Nápoles, pudieron excusar algun tanto este hecho, de que sin embargo toda la vida tuvo este Príncipe gran pesar. Mas ¿quién hay que no verre en algo? ¿En algo digo, y no en muchas cosas? Restaba por allanar el duque de Najara y don Juan Manuel, y de nuevo el conde de Lemos, que los dias pasados se apoderó por fuerza en Galicia de la villa de Ponferrada, que era de la corona real, y de gran parte del marquesado de Villafranca; á lo cual todo, si bien pretendia tener derecho, era grande desacato proceder por via de hecho. Tratóse en Hornillos, do la Reina residia, de atajar este daño. Los del Consejo, cl Arzobispo y otros grandes acordaron que el duque de Alba y conde de Benavente con gente fuesen contra el Conde. Hizose así, juntaron como dos mil lanzas y tres mil infantes para esto. El duque de Berganza dió muestra de querer acudir á socorrer al Conde, inducido por su hermano don Dionis, yerno del Conde, casado con su hija heredera; mas el rey de Portugal no dió lugar á ello. Trató empero con el arzobispo de Toledo que no se procediese por via de fuerza contra el Conde, sino que le diesen lugar para alegar de su derecho. En fin, el Conde se allanó, restituyó á Ponferrada y los lugares que tenia tomados del marquesado de Villafranca, porque con la nueva de la Hegada del rey Católico á Valencia todos le desamparaban, y él mismo con el miedo, que es gran maestro, cayó en que iba por camino errado. Don Juan Manuel, caudillo de aquella su parcialidad, resuelto de partirse para Alemaña y Flándes, do ya eran idos el de Vila y el de Vere y los demás flamencos, encomendaba el castillo de Burgos al duque de Najara, y el de Jaen al conde de Cabra. Por este tiempo vino nueva al rey Católico que el alcaide de los Donceles, que residia en Mazalquivir, con cien caballos y tres mil infantes que llevó de España, los mas de los que vinieron de Nápoles, hizo una entrada muy larga en tierra de moros la via de Tremecen, y que al dar la vuelta con grande presa de ganados y cautivos no léjos de Orán fué roto por el rey de Tremecen, que salió en su seguimiento con grande morisma. Pelearon los nuestros muy bien, pero no pudieron contrastar á tanta muchedumbre; perdieron la presa toda, y las vidas los mas. El Alcaide con setenta de á caballo rompió por los enemigos, y se metió en Mazalquivir. De todos los demás solos cuatrocientos se salvaron por los piés, y otros tantos quedaron cautivos, que fué una pérdida muy grande. El Rey con la nueva desta rota envió desde Valencia algunas galeras y naos para socorrer á Mazalquivir, si fuese necesario. En Nápoles Diego García de Paredes dió en ser cosario por el mar, ejercicio soez. Lo mismo Diego de Aguayo y Melgarejo. Diego García pasó á

levante, donde hizo grandes daños; los otros dos desde Iscla robaban lo que podian. Un valeroso soldado catalan, por nombre Michalot de Prats, que envió el Virey contra ellos, junto á Belveder, tierra del príncipe de Bisiñano, les tomó las fustas, y ellos se salvaron la tierra adentro. Apenas hizo esto el Michalot cuando por una sobrevienta muy brava se anegó con una carabela en que iba, sin poder ser socorrido, dado que estaba á vista de tierra, que fué un caso muy notable. Por este tiempo Alonso de Alburquerque, que fué el año pasado enviado en compañía de Tristan de Acuña á la India de Portugal para suceder en el cargo á Francisco de Almeida, antes de llegar á verse con él, sujetó la isla de Ormuz, una de las plazas mas importantes de aquellas partes, puesta á la boca del sino Pérsico, y aunque estéril y calurosa en extremo, sin agua, y tan pequeña que boja solas cuatro leguas, por la contratacion de levante á causa de dos puertos que tiene, muy rica y abundante en toda suerte de regalos y comodidades. En la costa de Africa á la parte del mar Océano los portugueses se apoderaron de Safio, ciudad grande y abundante, que fué otro tiempo del rey de Marruecos, y á la sazon tenia sus señores particulares.

CAPITULO X.

El rey Católico se vió con la Reina, su hija.

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Quedó la reina doña Germana en Valencia con cargo de lugarteniente general, aunque en breve pasó á Castilla. El conde Pedro Navarro fué delante con la mayor parte de los soldados que venian en el armada la via de Almazan. Con tanto partió el Rey de aquella ciudad á los 11 de agosto. Salióle al camino el arzobispo de Zaragoza, los duques de Medinaceli y de Alburquerque. Llegó á Montagudo, que es el primer pueblo de Castilla, un sábado, 21 de agosto. De allí pasó á Almazan y Aranda. Acudian por todo el camino á la hila grandes, prelados y señores para visitalle y hacello reverencia, los mas con deseo de recompensar con la presteza los deservicios pasados y con fingida alegría. La Reina estuvo hasta este tiempo en Hornillos con harta incomodidad sin querer salir de allí, dado que se quemó el techo de la iglesia, y fué necesario pasar el cuerpo del rey don Filipe, que en ella le tenian, a palacio. Pero con el aviso que tuvo de la venida del Rey, su padre, salió de aquel lugar, y fué á parar á Tórtoles, aldea que está no léjos de Aranda, de do se fué el Rey á Villavela, que está media legua de Tórtoles, do su hija le esperaba; y un sábado, 28 de agosto, oidas vísperas, fué á Tórtoles. Salieron al camino el Condestable y marqués de Villena con los otros grandes que asistian con la Reina; asimismo el arzobispo de Toledo y Nuncio apostólico con otros prelados. Llegó el Rey á su posada, en que le esperaba la Reina. El Rey se quitó el bonete, y la Reina el capirote que traia; echóse á los piés de su padre para besárselos, y él hiucó la rodilla para levantalla. Despues que estuvieron un rato abrazados, entráronse en un aposento. Acabada la plática, la Reina se volvió á su palacio. Allí el otro dia la vió el Rey, y estuvieron juntos mas de dos horas. Entendióse por el semblante que mostró el Rey no la

halló tan falta como se pensaba, y que le encomendó todo el gobierno del reino. Vióse esto por el efecto, porque luego comenzó á dar órden en todo y proveer oficiales como le pareció. Estuvieron en aquel lugar siete dias, los cuales pasados, se fueron á Santa Maria del Campo. Quisiera el Rey que en aquel lugar se diera el capelo al arzobispo de Toledo; la Reina no lo consintió, ca decia no era razon se hallase ella do se hiciesen alegrías y fiestas. Por esta causa se le dió en la iglesia de Mahamud; el pueblo era pequeño, la solemnidad fué grande. Intitulóse cardenal de España, dado que su título particular era de Santa Balbina. Hallábase en la corte en Santa María del Campo Andrea del Burgo, embajador por el César, hombre sagaz, atrevido y mañoso en tanto grado, que aun despues de la venida del rey Católico no cesaba de solicitar á muchos que se declarasen contra su gobierno. Mandole el Rey despedir con color que llevase respuesta de lo que le fué encomendado. Envió en su compañía á Juan de Albion para que avisase al Emperador de su parte y de la Reina le pluguiese de enviar persona por embajador suyo, que tuviese buen fin y celo á la paz de aquellos reinos, que era lo que á todos convenia. Junto con esto trató de conformar entre sí al Condestable, Almirante y du

y mandó juntar toda la gente que pudo? Estaba sin duda persuadido que el Emperador muy en breve seria en España con gente y traeria en su compañía al principe don Cárlos. Por esta confianza, no solo no quiso jurar la cláusula del testamento de la reina doña Isabel tocante á la gobernacion de Castilla en las Cortes de Toro, sino de allí adelante no obedecia á los mandatos del Consejo real; y aun dió órden que en sus lugares no recibiesen los alcaldes de corte que iban á ejecutallos. Hizo levas de gente en forma de alboroto, y aun se adelantó á publicar que tenia poderes del príncipe don Cárlos, en cuya virtud se llamó virey, y como tal dió sus provisiones para que los corregidores ejerciesen la justicia en su nombre; señaladamente se hizo esto en Ubeda, en que era corregidor don Antonio Manrique, su sobrino. Para prevenir estos inconvenientes y otros mayores que podian resultar, partió el rey Católico de Santa María del Campo camino de Búrgos. Llegó á Arcos; desde allí envió, á los 23 de octubre, á Hernan, duque de Estrada, su maestresala, para que dijese al Duque de su parte le entregase sus fortalezas para asegurarse dél por aquel medio y para que no fuese necesario pasar á otros remedios mas ásperos. Excusóse el Duque de hacer lo que se le mandaba. El Rey, de

que de Alba, y asegurarse dellos y de los otros gran-jando á la Reina en Arcos, porque no queria ir á Búr

des. Procuró otrosí sosegar las alteraciones del Andalucía, porque en Córdoba el marqués de Priego tomó las varas á los oficiales de don Diego Osorio, corregidor; en Ubeda los del bando de Molina desasosegaban la tierra con el favor que les diera el corregidor don Antonio Manrique, sobrino y parcial del duque de Najara; en Sevilla don Pedro Giron, hijo del conde de Ureña, por muerte del duque de Medina Sidonia don Juan, pretendia que no sucedia en aquel estado don Enrique, hijo del difunto, sino doña Mencía, su mujer. Dióse órden que los puertos de Vizcaya y de Galicia estuviesen muy seguros, y que de Galicia saliesen el conde de Lemos y don Hernando de Andrada, que tenian gran mano en aquella tierra. Lo mismo se hizo en los puertos de Cádiz, Gibraltar y Málaga; y aun para asegurarse de los moriscos les mandaron despoblar la tierra por espacio de dos leguas de la costa del mar del reino de Granada por cuanto se extiende desde Gibraltar hasta Almería, con intento que en aquella parte se heredasen y la poblasen cristianos viejos, dado que esto no se pudo ejecutar. Tenia en su poder don Juan Manuel las fortalezas de Búrgos, Jaen, Plasencia y Miravete; mandó el rey Católico que las rindiesen los alcaides y se las entregasen. El de Búrgos, que se llamaba Francisco de Tamayo, dilataba la ejecucion y entreteníase con buenas palabras. Por esto el Rey acordó pasar adelante camino de Búrgos, y juntamente dió órden al conde Pedro Navarro que con la gente de guerra que traía y la artillería de Medina del Campo fuese á combatir aquella fortaleza. El Alcaide, sabida esta determinacion, sin esperar mas entregó la fuerza; lo mismo se hizo de las demás. Don Juan Manuel por la via de Navarra pasó en Francia con intento de irse á Alemaña á valerse del Emperador. Restaba el duque de Najara; ¿con qué fuerzas, en cuya confianza, por qué medios pensaba sustentarse en Najara, do se hizo fuerte

gos, donde perdió su marido, pasó adelante con determinacion de proceder contra el Duque. Llegó el negocio á términos, que el conde Pedro Navarro tuvo órden de ir con su gente y la de las compañías de las guardas y artillería para ocupar todo el estado del Duque y prender su persona. Interpusiéronse los grandes, en particular el Condestable y duque de Alba que suplicaron al Rey templase aquel rigor; y el mismo Duque con este miedo se allanó á rendir las fortalezas de Navarrete, Treviño, Ocon, Redecilla, Davalillo, Ribas y la tenencia de Valmaseda, castillo de la corona real que tenia en su poder. Todas se entregaron al duque de Alba y á las personas que él señaló por alcaides para que las tuviesen en tercería. Con esto perdonó el Rey al Duque los yerros y enojos pasados, y aun no mucho despues hizo poco á poco entregar las fortalezas á don Antonio Manrique, conde de Treviño, hijo del Duque, con que se sosegaron aquellos nublados, que amenazaban alguna tempestad. Para mas obligar al duque de Alburquerque trató el Rey de casar á doña Juana de Aragon, hija del arzobispo de Zaragoza, con el hijo mayor del Duque, matrimonio que no se efectuó, y ella casó adelante con don Juan de Borgia, duque de Gandía.

CAPITULO XI.

De diversos matrimonios que se trataron.

Mostrábase el Emperador muy sentido contra el rey de Francia y el rey Católico. Quejábase del rey Católico que se apoderase del gobierno de Castilla tan absolutamente antes de concordarse con él. Decíase que para vengarse queria enviar como tres mil alemanes al reino de Nápoles para alterar los naturales y ayudar las inteligencias del cardenal de Aragon, que pretendia llevar á Nápoles al duque de Calabria, y para alzalle por Rey ayudarse de cualquiera que pudiese; y aun se tuvo

en posesion del reino de Navarra, á que pretendia tener derecho, como arriba queda tocado. Y por el mismo caso queria satisfacerse de los rey y reina de Navarra, que en todas las ocasiones mostraban la mala voluntad que le tenian, en que últimamente echaron el sello con despojar en su ausencia al conde de Lerin, sin tener respeto que era casado con su hermana y le tenia debajo de su amparo, tanto mas que no quisieron venir en lo que el Rey despues de su vuelta les rogaba, es á saber, que volviesen su estado al conde de Lerin con seguridad que estaria á justicia con ellos y pasaria por la pena en que fuese por los jueces condenado. Era ya llegado á la corte del Emperador don Juan Manuel; no alcanzó empero el lugar y crédito que antes tenia para en las cosas de Castilla; que á los caidos todos les faltan, y las desgracias comunmente van eslabonadas unas de otras. Como se vió desvalido, trató de tornarse á España. Para esto envió á pedir al rey Católico una de dos, ó que le volviese lo suyo y tratase como quien él era, ó que le diese licencia para irse con su mujer y hijos á Portugal; donde no, que no podria dejar de hacer como desesperado las ofensas que pudiese. No se proveyó en lo que pedia, y quedó desterrado de Castilla, y aunque desfavorecido, con mas mano por su grande agudeza y maña de lo que fuera razon para sembrar entre aquellos príncipes disensiones y no dar lugar á que se concordasen, especial que se entendia del cardenal don Bernardino de Carvajal, legado á la sazon del Papa en la corte del Emperador, que él asimismo no terciaba bien en los negocios, sospecha fundada en la inquietud de su ingenio, y poca aficion que sus deudos en estas ocasiones mostraban al servicio y gobierno del rey Católico. Llegó esto á tanto, que el Rey trató con el Papa le removiese de aquella legacía y hiciese volver á la corte romana, como al fin lo alcanzó.

sospecha del Gran Capitan que ponia la mano en este negocio con intento de casar su hija mayor con el Duque, y que pretendia aceptar el cargo de capitan general de la Iglesia que le ofrecian con sesenta mil ducados de entretenimiento al año; pero estas eran sospechas; las demás, sea tramas, sea sospechas, salieron en vano á causa que el César se declaró en breve que queria romper la guerra por el ducado de Milan, y con todas sus fuerzas proseguilla contra la señoría de Venecia; y el rey Católico puso mas diligencia en guardar al duque de Calabria que traia consigo en la corte. Juntamente para atajar inconvenientes mandó al conde de Ribagorza hiciese que el Cardenal se partiese de Nápoles para Roma. Del rey de Francia se tenia el César por agraviado por la ayuda que daba continuamente al duque de Gueldres, y la guerra que le dió por Borgoña al mismo tiempo que el rey Católico pasó en Italia; en que asimismo cargaba al rey Católico, y tuvo por muy sospechosas las vistas que los dos reyes tuvieron en Saona. Sobre todo sentia que el matrimonio entre el príncipe don Cárlos y Claudia no se efectuase; antes por este mismo tiempo se trataba, y aun se concluyó que casase con el duque de Angulema, delfin de Francia, lo cual él procuró estorbar por medio del cardenal de Ruan. Para ello alegaba muchas razones. Hacia gran fundamento en la concordia que se asentó en Haguenau, donde se dió la investidura de Milan juntamente al Francés y al Archiduque en favor del matrimonio de sus hijos y para que ellos heredasen el estado; que si en lo del casamiento innovasen, la investidura quedaba por el mismo caso revocada. El rey Católico no mostraba hacer mucho caso deste matrimonio, á trueco de asegurar la sucesion del reino de Nápoles en su nieto el príncipe don Carlos en recompensa de lo de Milan. Como el Francés no diese oidos á las quejas del Emperador, él volvió su pensamiento á casar el príncipe don Cárlos con María, hija del rey de Inglaterra. Este tratado se llevó tan adelante, que quedó de todo punto concertado, hasta señalar el dote á la doncella de docientos y cincuenta mil escudos de oro, y el tiempo y lugar, cuándo y dónde se habian de celebrar las bodas. Sacóse por condicion que se pidiese el consentimiento al rey Católico y á la reina doña Juana; pero que todavía con él y sin él se hiciese. Deseaba el rey de Inglaterra que este matrimonio que le venia tan bien se efectuase; sin embargo, mucho mas atendia á ganar al rey Católico por el gran deseo que tenia de casar él mismo con la reina de Castilla, pretension por muchas razones muy fuera de camino y de órden. El rey Católico le entretenia con buenas esperanzas porque no se desbaratase el matrimonio que tenian concertado de su hija doña Catalina con el príncipe de Gales; mas el Inglés entretenia esto con maña con intento que aquella dilacion fuese como torcedor para que el suyo se efectuase, que era una maraña y una complicacion extraordinaria de humores, enfermedad muy comun de príncipes. La muerte, que muy en breve sobrevino al Inglés, cortó todas estas tramas. Muchos decian que el rey Católico pretendia casar á la reina doña Juana con su cuñado Gaston de Fox, y con sus fuerzas y las de su tio el rey de Francia ponelle

CAPITULO XII.

Tratóse que el príncipe don Carlos viniese á España.

Declaróse el Emperador que los aparejos que hacia se enderezaban no para emprender lo del reino de Nápoles, como se sospechaba y decia, sino para romper la guerra contra el rey de Francia por el estado de Milan, dado que por parte del rey Católico y del Papa se hacia instancia para que se asentase la paz entre aquellos príncipes, por lo menos se concertasen treguas; en que el Emperador no venia sino con partidos muy aventajados y que no se admitian. Para el gobierno de Flándes, que tenia á su cargo, dejó á la princesa Margarita, su hija. Púsose en camino para pasar en Italia por el mes de enero, principio del año que se contaba de nuestra salvacion de 1508, y por el mes de hebrero llegó á Trento. En aquella ciudad, hecha cierta ceremonia que suelen allí hacer los reyes de romanos cuando se van á coronar, se intituló electo emperador, ca hasta este tiempo solo se intitulaba rey de romanos. Llevaba por su general al marqués de Brandemburg. La gente que con él iba era tan poca, que poco efecto se podia della esperar. Así en muy breve se desbarató todo el campo. Comenzóse la guerra por el valle de Cadoro, que era de venecianos. El Emperador tuvo aviso que

cinco mil suizos pasaban al sueldo del rey de Francia. Para impedir esto dió la vuelta á Suevia, do se tenia dieta de la liga de Suevia, y sin hacer nada acudió lucgo á Lucemburg, porque sabia que el rey de Francia enviaba gente por aquella parte; vergonzosa variedad en príncipe tan grande, que era la causa de no acabar cosa alguna. Con su ida la mayor parte de los alemanes que quedaba en Cadoro se derramaron, y dos mil que restaban, fueron desbaratados y muertos por la gente de venecianos, que cargó un dia sobre ellos antes del alba. De muy diferente manera encaminaba sus acciones el rey Católico; no obstante que estaba muy arraigado en la posesion del gobierno de Castilla, no se descuidaba, como el que sabia muy bien las mudanzas que suelen tener las cosas, además que muchos obstinados en su opinion antigua deseaban novedades. Entre estos se señalaban mucho los obispos el de Badajoz, que se llamaba don Alonso Manrique, hijo del maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, y el de Catania, hermano de Pero Nuñez de Guzman, clavero de Calatrava, los cuales despues que se declararon por el rey don Filipe, nunca tuvieron aficion al rey Católico, conforme al refran: Despues que te erré, nunca bien te quise. Por el mismo caso no tenían esperanza de medrar en tanto que el gobierno no se mudase. El Papa á peticion del Rey cometió al arzobispo de Toledo y obispo de Búrgos procediesen contra estos dos preJados. El de Badajoz se quiso huir á Flándes; prendióle cerca de Santander por órden del Rey Francisco de Lujan, corregidor de las cuatro villas de la costa en la merindad de Trasmiera. Estuvo algun tiempo detenido en la fortaleza de Atienza, despues fué remitido al arzobispo de Toledo conforme al órden del Papa. Hacia oficio de embajador por el rey Católico en Alemaña el obispo de Girachi don Jaime de Conchillos, y conforme al órden que tenia, hacia grande instancia con el Emperador que enviase al príncipe don Cárlos á España para que se criase en ella y aprendiese las costumbres de aquella nacion, que era el verdadero camino para asegurar la sucesion en aquellos reinos tan grandes. Que en los dias del rey Católico no corria peligro; mas si Dios le llevase, ausente el Príncipe, nadie podia asegurar que los grandes no acudiesen al infante don Fernando que conocian, y que revuelto lo de España, no se perdiese lo de Italia. Prevenia el rey Católico con su grande seso los inconvenientes que despues resultaron por no conformarse con él en esto el Emperador, que nunca quiso dar lugar que el Príncipe viniese á España si no fuese que le diese á él parte en el gobierno y en las rentas del reino, con que pensaba remediar su pobreza y acudir á sus empresas, que eran muchas y sobrepujaban su posibilidad. Para esto, entre otras cosas, pretendió que mil y quinientos soldados, que por órden del rey Católico servian al de Francia, se pasasen á su servicio; pero el rey Católico euvió á Alonso de Omedes para que sosegasen y no hiciesen alguna novedad. Obedecieron ellos no obstante que el marqués de Brandemburg los declaró por rebeldes como si fueran vasallos del Emperador. Todo esto se enderezaba á la pretension que tenia del gobierno de Castilla. Enconáronse los negocios de nuevo por causa que el rey

Católico no quiso que Andrea del Burgo, que volvia con cargo de Embajador, entrase en España, desvío que el Emperador tomó muy mal. Por este mismo tiempo el rey de Portugal don Manuel con gran gloria de su nacion extendia su fama por todas las partes de levante; continuaba su navegacion con las armadas que cada año enviaba, y sus capitanes no cesaban de ganar cada dia nuevas victorias por aquellas partes tan distantes. Los reyes de Calicut y Cambaya eran los mayores contrarios que los portugueses tenian por aquellas tierras, y por consiguiente declarados enemigos del rey de Cochin y otros reyes pequeños que los acogian en sus puertos y contrataban con ellos.

CAPITULO XIII.

Que el rey Católico fué al Andalucía.

Los grandes del Andalucía mostraban estar sentidos del rey Católico por el poco caso que dellos hacia, con ser no menos poderosos en aquella provincia que los otros grandes en Castilla, á los cuales gratificó y hizo mercedes para asegurar su venida. Los que mas se señalaban en este sentimiento eran el marqués de Priego don Pero Fernandez de Córdoba y el conde de Cabra. Sucedió que por cierto ruido que en Córdoba se levantó, la justicia prendió á uno de los culpados. Acudieron ciertos criados del obispo don Juan de Aza, y con violencia y mano armada quitaron el preso á los oficiales reales. El rey Católico desde Búrgos, donde estaba, envió al licenciado Hernan Gomez de Herrera, alcalde de corte, con gente para hacer pesquisa y castigar aquella fuerza. Comenzó á hacer su oficio segun el órden que llevaba. El marqués de Priego le envió á decir que no pasase mas adelante, y que hasta tanto que el Rey fuese avisa-do, se saliese de la ciudad. El Alcalde no lo quiso hacer, antes de parte del Rey y conforme á la instruccion que llevaba, mandó al Marqués y á su hermano que desembarazasen y se saliesen de Córdoba. Tuvo esto el Marqués por grande injuria; juntó gente armada, comunicó el negocio con el ayuntamiento de la ciudad, resolvióse de poner mano en el Alcalde y envialle preso á su fortaleza de Montilla, bien que despues le soltó con mandamiento y debajo de condicion que no entrase en Córdoba. Este desacato, que sucedió á los 14 del mes de junio, sintió el Rey mucho, como era razon, por ser tiempo tan peligroso. Determinó ir en persona á tomar emienda dél. Salió de Burgos por fin del mes de julio, pasó por Arcos, do la Reina vivia. Entonces sacó de su poder al infante don Fernando para llevalle en su compañía con color que convenia así para su salud, puesto que la Reina lo sintió mucho. Detúvose algunos dias en Valladolid. Allí dió órden para seguridad de la Reina que don Juan de Ribera, frontero de Navarra, se alojase con sus compañías cerca de Arcos, y que en cualquiera necesidad hiciese recurso al Condestable ó Almirante ó al duque de Alba, que quedaban por aquella comarca. Hizo llamamiento de gente para que le acompañasen, y publicó iba en persona á castigar aquel desacato, que era en ofensa de la justicia y podia perturbar la paz y sosiego del reino. En conformidad desto, en Sevilla el asistente don Iñigo de Velasco hizo pregonar que todos

los de sesenta años abajo y veinte arriba estuviesen apercebidos para cuando se les ordenase ir con el Rey ó con quien él mandase á castigar al Marqués. El Gran Capitan, luego que supo aquel caso, escribió al Marqués estas palabras precisas: «Sobrino, sobre el yerro » pasado, lo que os puedo decir es que conviene que á » la hora os vengais á poner en poder del Rey; y si así » lo haceis, seréis castigado, y si no, os perderéis. » Determinaba el Marqués de hacer lo que su tio le aconsejaba. Los grandes procuraban de amansar la ira del Rey como negocio que á todos tocaba; y en particular el Gran Capitan se agraviaba que se hiciese tan fuerte demostracion contra el Marqués, que si erró, ya estaba arrepentido, y en señal desto se venia á poner en sus manos; que era razon perdonar la liviandad de un mozo por los servicios de su padre don Alonso de Aguilar, que murió por hacer el deber, ya que los suyos estuviesen olvidados. El Rey iba muy resuelto de no dar lugar á ruegos. El Marqués, sabida la resolucion del Rey y que no tenia otro remedio, al tiempo que llegaba á Toledo, se vino á poner en sus manos. Mandóle estuviese á cinco leguas de la corte y entregase sus fortalezas. Obedeció en todo lo que le fué mandado. Llegaron á Córdoba con el Rey mil lauzas y tres mil peones. Prendieron al Marqués; acusóle el fiscal de haber cometido el crímen de lesa majestad. El Marqués no quiso responder á la acusacion ni descargarse; solo suplicaba al Rey se acordase de los servicios que sus pasados hicieron á aquella corona. Sustancióse el proceso, y llegóse á sentencia. Algunos caballeros que hallaron mas culpados fueron condenados á muerte; otros del pueblo justiciados. Derribaron las casas de don Alonso de Carcamo y las de Bernardino de Bocanegra, que se hallaron en la prision del Alcalde. Al Marqués sentenciaron en destierro perpetuo de la ciudad de Córdoba y toda su tierra, y del Andalucía cuanto fuese la voluntad del Rey, en cuyo poder estuviesen sus fortalezas y castillos, fuera de la casa fuerte que tenia en Montilla, que mandaron allanar. Desta sentencia tan rigurosa se agravió el Gran Capitan; decia que todo lo que el Marqués tenia estaba fundado en la sangre de los muertos sin los méritos de los vivos. Mucho mas al descubierto el Condestable se mostraba sentido por muchas razones: las dos mas principales, que nunca á los grandes se puso acusacion, ni los del Consejo real castigaron sus delitos, y que pues á su persuasion el Marqués se puso en las manos del Rey, él mismo se tenia por castigado. Estuvo tan sentido deste caso, que se quiso salir del reino, y se temió no se apartase por esta causa del servicio del rey Católico, de que resultasen nuevos bullicios y males. De Córdoba envió el rey á don Enrique de Toledo y al licenciado Hernando Tello á dar la obediencia en nombre de la Reina, su hija, al Papa. Entonces se revocó la legacía al cardenal don Bernardino de Carvajal, de quien se tenia sospecha inclinaba á la parte del Emperador. En Nápoles, á 13 de setiemdre, falleció la reina de Hungría en tanta pobreza, que el virey hobo de proveer cómo se le hiciesen las exequias. Enterróse en San Pedro Mártir de aquella ciudad, en que yace el cuerpo de su madre. Pasó el Rey á Sevilla; fué allí recebido con grande fiesta y aparato, arcos triunfales y

toda muestra de alegría. Llevaba en su compañía á la Reina, su mujer, y al infante don Fernando. El duque de Medina Sidonia don Enrique era de poca edad. Dejóle concertado su padre con doña María Giron, y por su tutor á don Pedro Giron, hermano de aquella señora y hijo mayor del conde de Ureña, y que tenia por mujer á doña Mencía, hermana de padre y madre del duque don Eurique. Era este caballero muy brioso y de gran punto. Tenia la tierra alborotada, y aun intentó de acudir con gente á la defensa del marqués de Priego. Para aplacar al Rey al tiempo que iba camino del Andaiucía y se detuvo en Valladolid, su padre el Conde ofreció que se le entregarian las principales fuerzas de aquel estado del Duque, y el Condestable se obligó por el Duque, su sobrino, que se mantendria en su servicio. Con todo esto el Duque y don Pedro no acudieron á hacer la reverencia debida al Rey, antes se tenian en Medina Sidonia, y aunque fueron avisados, no vinieron sino con grande premia. Mandó el Rey privar á don Pedro de aquella tutoría y que saliese desterrado de Sevilla y de todo el estado de Medina Sidonia, y al Duque mandó entregase sus fortalezas. Huyéronse los dos una noche á Portugal agraviados deste mandato, especial que se entendia del Rey pretendia casar al Duque con hija del arzobispo de Zaragoza. Mandó el Rey á los alcaides entregasen todas las fortalezas. El de Niebla y el de Trigueros no quisieron obedecer; al alcalde Mercado, que fué á requerir que las diesen, cerraron las puertas de Niebla. Indiguado el Rey, envió gente, que tomó la villa á escala vista, y la saqueó toda. Con este término tan riguroso todas las fortalezas y estados se allanaron, cuyo gobierno se cometió al arzobispo de Sevilla y á otros caballeros, y se dió órden á los del Consejo que procediesen contra don Pedro Giron. Deste rigor se agraviaron los grandes, en especial el Condestable, que escribió una carta muy sentida al Rey sobre el caso; pero él tenia determinado de allanar el orgullo de los grandes y amansar sus brios. Ayudaba el arzobispo de Toledo, que se quedó en Tordesillas, el cual dijo diversas veces al Rey que debia continuar aquel camino y hollalle bien, pues era el que convenia para asegurarse y sosegar la tierra.

CAPITULO XIV.

De las cosas de Africa.

Detúvose el rey Católico todo el otoño en dar asiento en las cosas del Andalucía. Desde allí daba calor á la guerra que se hacia en Africa y enviaba ayuda á los portugueses, que estuvieron en aquellas partes muy apretados. Súpose que el reino de Fez andaba alborotado por disensiones que resultaron entre aquel rey Moro y dos hermanos suyos. Pareció buena ocasion para acometer alguna buena empresa en Africa. Juntóse una buena armada en el puerto de Málaga. Las fustas de Vélez de la Gomera hicieron á la sazon mucho daño por la costa de Granada, como lo tenian de costumbre. Salió el conde Pedro Navarro, general de nues-tra armada, en su alcance. Ganóles algunas fustas; dió caza y corrió las demás hasta llegar á la isla que está en frente de Vélez, acogida ordinaria de cosarios. La forta

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