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via, tierra del Papa, y las imposiciones que de nuevo hacia cobrar de las mercadurías que por el Po se llevaban á Venecia. Desto tuvo el Francés tanto sentimiento, que mandó embargar y secrestar todas las rentas de los cardenales franceses y de los curiales de su señorío, y les mandó salir de Roma y que viniesen á residir en sus iglesias. Iban en aumento estos disgustos por cuanto el Papa por una parte intentó con favor de las galeras de venecianos hacer que el comun de Génova, en que tenia mano por ser natural de Saona, se levantase contra el gobierno de Francia. Envió con las galeras á Octaviano de Campofregoso y otros forajidos de aquel estado; y á Marco Antonio Colona dió órden que de Luca, donde asistía, se acercase á Génova con gente de á pié y de á caballo. No se hizo efecto por no estar las cosas sazonadas. Por otra parte, alcanzó de venecianos que pusiesen en libertad al marqués de Mantua, de cuya persona pretendia servirse en la guerra contra Francia, á tal que para seguridad le entregase á su hijo. Dióse libertad al Marqués á los 14 de julio. Asimismo acometi las tierras del duque de Ferrara, y pretendia apoderarse de la misına ciudad, y como las demás restituilla á h Iglesia por ser aquel estado feudo suyo, sin tener respeto al rey de Francia, en cuya proteccion estaba, y el nismo Duque ocupado en su servicio. Nombró por general de la Iglesia para esta guerra al duque de Urbino. Tuvieron las gentes del Papa tomadas todas las tierras del ducado de Ferrara, que están en la Romaña de a otra parte del Po; acudió un capitan francés, llamaco Chatillon, con trecientas lanzas á los 29 del mes de julio. La gente del Papa, alzado el cerco que tenian sobre Lugo con la nueva del socorro, se retiró á Imola. Recobró el de Ferrara lo perdido; pero la gente del Papa en breve lo tornó luego á ganar, y aun el cardena de Pavía, por trato que tuvo con algunos ciudadanos de Módena, se apoderó de aquella ciudad por el Papa. Corria el mismo peligro Regio. Metió dentro el Duque gente, y monsieur de Chamonte envió para su defensa docientas lanzas. El duque de Urbino, que se halaba á la sazon en Boloña, pretendia fortificar aquella ciudad, ca se temia acudiria sobre ella el campo francés. Asimismo el Papa por medio del Obispo sedunense, que era suizo de nacion, y para mas obligalle le dit intencion del capelo, levantó hasta en número de dore mil de aquella gente, los ocho mil á su sueldo, y el resto al de la señoría de Venecia, todo con intento de hacer la guerra en el ducado de Milan y poner en aquel estado á Maximiliano Esforcia, que andaba despojado e la corte del Emperador. Todos pensamientos, si bien ms altos que sus fuerzas, muy conformes á su natural, desuyo muy desasosegado y brioso, como lo mostró en toda la vida pasada, porque en el pontificado del papa Sixo, su tio, nunca entendió sino en sembrar discordias, y en el del papa Inocenció se dijo fué la causa que los barones del reino tomasen las armas contra su Rey; y el tiempo de Alejandro fué el principal caudillo para traer los franceses en Italia; de suerte que nunca supo vivir en paz y siempre procuró contienda. Los intentos de Papa forzaron al gran maestre de Francia á retirarse con su campo la via de Milan para guardar aquel estad y acudir, si fuese necesario, á lo de Génova. Ver

dad es que publicaba retirarse de aquella guerra á causa que el Emperador estaba ausente, y que sin él no se podia hacer efecto de momento, tanto mas, que los venccianos se reforzaban cada dia con gente que les acudia de la Romaña y de otras partes. Todavía quedó Juan Jacobo Trivulcio con buen golpe de gente de armas, porque sin ella lo demás del ejército imperial apenas pudieran ser señores del campo. Llegó á tanto grado esta mengua, que los alemanes acordaron de sacar de Vicencia su artillería y municiones y pasallas á Verona, por ser aquella ciudad y castillo muy flacos y no tener ellos fuerzas bastantes para tenerse. Por este tiempo la duquesa de Terranova se detenia todavía en Génova; y como el Papa continuaba en hacer instancia que su marido el Gran Capitan fuese á serville, los franceses se recelaron de su estada allí. Por esto proveyó su maridɔ que á la hora se partiese para España, donde los do Fuente-Rabía y los de Hondaya, pueblo de la Guiena, tenian contienda sobre á cuál de las partes pertenecia el rio Vidasoa, con que parten término España y Francia. Llegaron diversas veces á las manos, y el pleito á términos, que se nombraron jueces por los reyes, los cuales acordaron que cada cual de las partes quedase con la ribera que caia hácia su territorio, y el rio fuese comun. Solo se vedó á los franceses tener allí y usar de bajeles con quilla, es á saber, grandes, con que finalmente se sosegaron.

CAPITULO XXIV.

Que el Papa dió la investidura del reino de Nápoles al rey
Católico.

Tenia el rey Católico convocadas Cortes generales de Aragon, Valencia y Cataluña para la villa de Monzon y para los 20 de abril, con intencion que aquellos sus reinos le hiciesen algun servicio para proseguir la guerra de Africa, que era de su conquista. Salió de Madrid la primavera para hallarse al tiempo aplazado. Quedó en aquella villa el infante don Fernando, y en su compañía el cardenal Arzobispo y los del Consejo real. Llevó consigo al duque de Medina Sidonia y don Pedro Giron, ca les tenia dado perdon, dado que se retuvo las fortalezas de Sanlúcar, Niebla y Huelva. Iban otrosí en su compañía el Condestable, el marqués de Priego y el conde de Ureňa. Llegó á Zaragoza, y dende pasó á Monzon. Concurrió mucha gente por ser las primeras Cortes generales que tenia despues que reinaba, como antes fucsen particulares de cada uno de aquellos tres estados pertenecientes á la corona de Aragon. Ocupábase el Rey en esto, y no se descuidaba en acudirá la conquista de Africa y á la guerra de Italia; mas particularmente hacia grande instancia con el rey de Francia para que se reformase aquella condicion que capitularon tocante á la sucesion en el reino de Nápoles, caso que la reina doña Germana no tuviese hijos. No daba el Francés oidos ni lugar á esta demanda, con la esperanza que siempre tuvo de recobrar aquel estado por el camino que pudiese, en especial que á esta sazon falleció el cardenal de Ruan, que estuvo siempre muy apoderado de la voluntad de aquel Rey, y no terciaba mal en las cosas que tocaban al bien comun y se enderezaban á la paz. Tenia este negocio puesto en mucho cuidado al

los señores de Castilla y de Nápoles y Sicilia fueron en gran número; y muchos mas los que tenian voto en Cortes de los tres brazos. En el eclesiástico tenia el primer lugar don Alonso de Aragon, arzobispo de Zaragoza; entre los ricoshombres se asentaban los primeros los condes de Belchit y de Aranda; entre los infantes, don Miguel de Gurrea y don Miguel Perez de Almazan. Sin estos, asistieron los procuradores de los reinos de Aragon y Valencia y de todas las ciudades y villas que suelen acudir y tienen en Cortes voto y lugar.

rey Católico por lo que importaba; acordó de valerse del Papa y ayudarse de la enemistad que tenia con el rey de Francia para alcanzar la investidura de aquel reino. Al Papa al principio se le hizo de mal concedella; despues, como se vió embarazado en negocios tan graves, por valerse de la ayuda de España, acordó de dar la investidura de la manera y tan amplamente como se pudiera pintar. Habia el papa Alejandro concedido al rey de Francia la investidura de la parte de aquel reino, como queda dicho, con el título de rey de Nápoles y de Jerusalem. Era dificultoso despojalle de aquel derecho, mayormente sin oille. Acordó declarar que el Francés perdió la investidura por no acudir, como no acudió en tantos años, con el reconocimiento que debia, y mas porque enajenó aquel feudo cuando se concertó con el rey Católico, sin consentimiento del Pontífice, señor directo de aquel estado. Con esto le concedió la investidura de todo aquel reino para sí y para sus sucesores; y señalóse que pagase cada un año la fiesta de San Pedro y San Pablo ocho mil onzas de oro, y cada trienio un palafren blanco. Deniás desto, por una vez debia dar cincuenta mil ducados, y lo mismo contasen sus sucesores cada y cuando que se les diese la investidura; que eran todas las mismas condiciones que se impusicron al rey Carlos el Primero cuando se le dió la investidura. Esto se concedió por el Papa y colegio de cardenales por principio del mes de julio. Poco despues, á 7 del mes de agosto, el Papa hizo relajacion del censo y de los cincuenta mil ducados, y se contentó con que cada un año le presentasen un palafren blanco decentemente adornado y le sirvicsen con trecientas lanzas cada y cuando que se hiciese guerra en el estado de la Iglesia; que era una de las condiciones de la investidura, de que no quiso el Papa alzar mano por servirse dellas para la empresa de Ferrara. Despues, en tiempo del papa Leon X, se impuso un censo de siete mil ducados cada un año por la licencia que dió al emperador don Carlos para que juntamente con el Imperio pudiese tener aquel reino contra lo que tenian de tiempo antiguo capitulado con las casas de Anjou y de Aragon. Mostró gran sentimiento el rey de Francia por esta con. cesion, y sobre ello su embajador ei obispo de Rius hizo grande negociacion, y formó grandes quejas acerca del rey Católico á tiempo que las Cortes de Monzon se continuaban. En ellas, á los 13 de agosto, se acordó que sirviesen para la guerra de Africa con quinientos mil escudos, que fué un servicio muy grande, considerado el tiempo y la libertad de aquellas provincias; pero era muy encendido el deseo de todos que aquella conquista se prosiguiese, que se aumentó con las nuevas que entouces llegaron de la toma de Tripol. Demás desto, por si otras ocupaciones forzasen al Rey de ausentarse antes de concluir las Cortes, habilitaron á la reina doña Germana para presidir en ellas, y aun si fuese necesario, convocallas de nuevo, á tal que fuese proveida por teniente general de aquellos reinos y principado. Decretóse otrosí que se extinguiese en aquellos reinos la hermandad que se instituyó los años pasados. Asistieron á estas Cortes, como era costumbre, el vicccanciller Antonio Augustin y Juan de la Nuza, justicia de Aragon. Los embajadores que se hallaron en Monzon,

CAPITULO XXV.

Que don García de Toledo fué muerto en los Gelves. Aprestóse en la ciudad de Málaga una armada erque partiese don García de Toledo con gente á la conquista de Africa. Solicitaba el rey Católico su ida; mas entretúvose por causa de estar Bugia inficionada de peste. Hizose á la vela con siete mil hombres ya que los calores del verano iban adelante. Aportó á Bugia; para guarda de aquella ciudad dejó parte de su armada con tres mil hombres. Diego de Vera al tanto, dejado árden en las cosas de Bugia, siguió la armada, y junos llegaron al puerto de Tripol con diez y seis velas en coyuntura que el conde Pedro Navarro tenia embaɛada su gente, que eran mas de ocho mil hombres, con resolucion de ir sobre los Gelves, que es la mayor y mas importante isla que hay en la costa de Africa, mas ccidental que Tripol, en distancia como de cien legias. Es muy Ilana y arenosa, cubierta de bosques de palnas У de olivos, tan allegada á tierra firme, que por una parte se pasa de una á otra por una puente. Boja mas de diez y seis millas; tiene falta de agua; no hay en ella pueblos, sino caserías, y á la marina un castillo, estancia del señor. Solia ser del rey de Túnez, mas entonces tenia su propio jeque, á quien obedecian. Partieron de Tripol con toda brevedad; llegaron á los Gelves un miércoles, 28 de agosto, dia de San Agustin. Desembarcó la gente sin hallar impedimento ni contraste entre la isla y tierra firme, en un lugar que laman la Puente Quebrada. Ordenaron de toda la gente siete escuadrones. Quiso don García, sin embargo que era general, ir delante de todos con los caballeros quo llevaba en su compañía; quién dice con voluntad y acuerdo del conde Pedro Navarro, quién afirma que á pesar suyo. El jeque tenia hasta ciento y cincuenta de á caballo y dos mil de á pié, gente mal armada y tan medrosa, que ofrecieron partidos muy aventajados por no venir á las manos. Era pasado medio dia cuan b nuestros escuadrones comenzaron á marchar. El calor fué tan excesivo y el polvo de los arenales tan grance, que todo parecia echar de sí llamas. Apenas caminaron dos leguas cuando algunos de pura sed se caian murtos, y todos la padecian extrema. Llegó el primer escuadron á unos palmares, donde por entender que jinto á unas casas caidas habia ciertos pozos, la gente bda se desordenó por beber; aquí descubrieron los motos, que, advertidos del aprieto de nuestra gente, se fueron para ellos. Apeóse don García y algunos otros que ilan á caballo. Decíanle algunos que se retirase. «Adelante, dijo él, caballeros; somos llegados aquí para vover

las espaldas? Si la suerte fuere contraria, á lo menos no nos hará olvidar de nuestra nobleza ni faltar á lo que es razon.» Esto dijo, tomó á un infanzon aragonés una pica que llevaba, y arremetió con ella á los moros. No se pudo detener nuestra gente con el valor de su general, antes luego se puso en huida. Acometieron los moros de tropel, y de los primeros mataron á cuatro de los que se apearon; estos fueron don García, Garci Sarmiento, Louisa y Cristóbal Velazquez, todos nobles capitanes. Era tanta la turbacion de la gente que huia, que sin remedio se lanzaban por los otros escuadrones y los desbarataban de suerte, que todos volvian las espaldas. Entonces el Conde proveyó que los escuadrones de don Diego Pacheco y de Gil Nieto, que quedaron con él en la retaguardia, atajasen el paso por do huia la gente, para que hiciesen reparar los moros, que fué el remedio para que todos no pereciesen: cosa maravillosa. En este trance el Conde se halló tan turbado, que como sin consejo ni valor fué de los primeros á embarcarse; puesto que pudo pretender que las galeras, las surtas mas cerca de tierra, recogiesen la gente, ca muchos por no querellos admitir se ahogaban en el mar. Entre muertos y cautivos faltaron de los nuestros hasta cuatro mil. Gente de cuenta, demás de los ya dichos, murieron don Alonso de Andrada, Santangel, Melchor Gonzalez, hijo del conservador de Aragon, sin muchos otros capitanes y gentiles hombres. El cuerpo de don García fué llevado al jeque, que despues de algunos dias escribió á don Hugo de Moncada, virey de Sicilia, que por entender era aquel gran señor pariente del Rey, le tenia en una caja para hacer dél lo que ordenase. Dejó don García un hijo pequeño, que se llamó don Fernandalvarez de Toledo, que fué adelante uno de los mas señalados guerreros y capitanes de todo el mundo. Padre de don García fué el duque don Fadrique, primo hermano del rey Católico de parte de las madres; abuelo, don García, el primero que de aquella casa alcanzó título de duque, cuyo padre don Fernandalvarez

de Toledo, sobrino de don Gutierre de Toledo, arzobispo de Toledo, fué el primer conde de Alba. El conde Pedro Navarro, antes que partiese de los Gelves, despachó á Gil Nieto y al maestro Alonso de Aguilar para dar cuenta al Rey de lo que pasó en aquella jornada y de aquel revés tan grande. Las galeras envió á Nápoles conforme al órden que tenia; con el resto de la armada se encaminó la vuelta de Tripol; y dado que corrió fortuna por espacio de ocho dias, finalmente llegó á aquel puerto á los 19 de setiembre. Puso para guarda de aquella ciudad á Diego de Vera con hasta tres mil soldados; despidió otros tres mil por mal parados y enfermos, y él con otros cuatro mil y con la parte del armada que le quedó salió para correr la costa de Africa entre los Gelves y Túnez. El tiempo era contrario y tal, que le forzó á detenerse lo mas del invierno en la isla de Lampadosa, una de las que caen cerca de la de Sicilia. Sobre la ciudad de Safin, que era de portugueses, en la costa de Africa, se puso por fin deste año una morisma innumerable; acudieron socorros de la isla de la Madera. Con esta ayuda, Ataide, capitan de aquella fuerza, y con la gente que tenia la defendió muy bien, y alzado el cerco, hizo con los suyos entrada en tierra de moros hasta llegar cerca de Alinedina, pueblo distante de Safin no menos que treinta y dos millas. Tuvo diversos encuentros con los moros, ganóles mucha presa y cautivos, á la vuelta empero cargó sobre él tanta gente, que le fué forzoso dejalla. Hizo adelante otras muchas entradas y correrías hasta llegar á las puertas de Marruecos algunos años despues deste; hazaña memorable de mas reputacion que provecho. Lo mismo hacian don Juan Coutiño, capitan de Arcilla en lugar de su padre don Vasco Coutiño, conde de Borba, y Pedro de Sousa, capitan de Azamor, caudillos todos valerosos y muy determinados de ensanchar el señorío de Portugal por aquellas partes de Africa, provincia dividida en muchos reinos poco conformes entre sí y á propósito para ser fácilmente conquistados.

LIBRO TRIGÉSIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Que algunos cardenales se apartaron de la obediencia del Papa. Casi á un mismo tiempo el rey Católico, despedidas las Cortes de Monzon, por Zaragoza dió vuelta á Castilla, y el papa Julio salió de Roma la vuelta de Boloña. El mismo Rey pretendia ballarse en las Cortes que tenia aplazadas para la villa de Madrid y acudir á la conquista de Africa, donde publicaba queria pasar en persona para reparar el daño que se recibió en los Gelves. Demás desto, la guerra de Italia le tenia puesto en cuidado á causa que todos los príncipes se querian valer de su ayuda. El Pontífice desde Boloña, en que entró por fin de setiembre, queria dar calor á la guerra de Ferra

ra, por cuanto su sobrino el duque de Urbino con la gente de la Iglesia hacia poco progreso; antes por estar el enemigo muy apercebido y con el arrimo de Francia alentado, llevaba lo peor, y con su campo retirado cerca de Módena. Hallóse el rey Católico en Madrid á los 6 de octubre, dia en que presentes los embajadores del Emperador y del príncipe don Carlos y el nuncio del Papa, conforme á lo capitulado en Bles, hizo el juramento en pública forma de gobernar aquel reino con todo cuidado, hacer y cumplir todo aquello que á oficio de verdadero y legítimo tutor y administrador incumbia. Junto con esto, para cumplir con el Papa por la obligacion de la investidura que le dió, mandó que Fabricio Colona con trecientas lanzas del reino de Nápoles, gente esco

tre el Emperador, por medio de Mateo Lango, su secretario, ya obispo de Gursa, que tenia gran cabida con aquel Príncipe y le despachó para este efecto, se asentó confederacion con el rey de Francia en Bles á los 14 de noviembre, en que intervino el embajador del rey Católico Cabanillas, con poderes limitados é instruccion que no viniesen en cosa alguna que se intentase contra el Papa. En aquella junta, demás de declarar que todos los príncipes confederados, conforme á lo capitulado en Cambray, quedaban obligados á ayudar al Emperador á cobrar la parte que del estado de venecianos le tocaba, se acordó de procurar con el Papa estuviese á justicia y á derecho con el duque de Ferrara; y para apremialle á que viniese en esto, ordenaron que el Emperador en sus estados, y lo mismo en Aragon y Castilla, se juntasen concilios nacionales para determinar las mismas cosas que poco antes se establecieron en la iglesia gallicana, que se juntó primero en Orliens, y despues en Tours, es á saber, que todas las personas eclesiásticas de aquel reino, sin exceptar ni cardenales ni los familiares del Papa, fuesen á residir en sus beneficios con apercebimiento, si no obedecian, que todas sus rentas se secrestasen y gastasen en pro de las mismas iglesias; resolucion muy perjudicial, principio y puerta de alborotos y de scisma, y que forzó al Papa á publicar sus censuras contra los que obedeciesen aquel mandato y declarar por descomulgados al gran maestre de Francia, á Trivulcio y á todos los capitanes que en Italia estaban á servicio y sueldo del rey de Francia y á los que intervenian en las congregaciones de la iglesia gallicana. El rey Católico nunca quiso ser parte en la nueva avenencia de Bles, y mucho menos aprobar ni seguir aquel ejemplo de la iglesia gallicana tan descaminado; antes procuró con todas sus fuerzas apartar al Emperador de aquel intento y hacer se reconciliase con el Papa y concertarse con venecianos. Tratábase en esta sazon de casar la reina de Nápoles, sobrina del rey Católico, con Cárlos, duque de Saboya. Llegó el tratado á señalar en dote de la Reina docientos mil ducados, y aun se halla que aquella señora se intitulaba por este tiempo duquesa de Saboya. Sin embargo, este matrimonio no se efectuó, y el Duque casó adelante con doña Beatriz, infanta de Portugal. En Nápoles se alborotó el pueblo á causa que intentaron de asentar en aquella ciudad y reino la Inquisicion á la manera de España. Comenzaba á ejercer el oficio el inquisidor Andrés Palacio juntamente con el ordinario. La revuelta fué tan grande, que por atajar mayores males el Virey publicó un edicto en que mandaba que los judíos y los nuevamente convertidos, que vinieron en gran número de España huidos, saliesen de aquel reino y desembarazasen por todo el mes de marzo. Junto con esto proveyó que atento la religion y observancia de aquella ciudad y de todo el reino, la Inquisicion se quitase, con que todos sosegaron. El mismo Papa era deste parecer, que por entonces no debian alterar la gente con poner en aquel reino aquel nuevo y severo tribunal.

gida, fuese á juntarse con la de la Iglesia, con instruccion de ayudar en la guerra de Ferrara, mas no contra el rey de Francia; antes para tenelle contento y á su instancia mandó al almirante Vilamarin que con once galeras que volvieron de los Gelves á Nápoles acudiese á las marinas de Génova para junto con la armada de Francia asegurar aquella ciudad en el servicio de aquel Rey, de suerte que no hiciese novedad como se recelaba. El duque de Termens tenia en Verona sus cuatrocientas lanzas en servicio del Emperador, y aun fué el todo para que aquella ciudad no viniese en poder de venecianos, que en esta sazon la tuvieron muy apretada con cerco que sobre ella pusieron con mucha gente. Acudió el gran Maestre con cuatrocientas lanzas á dar socorro á los cercados; pero antes que llegase, los enemigos eran idos. El Papa á su partida mandó que todos los cardenales le siguiesen. Algunos por recelarse de su condicion ó por inteligencias que traian con Francia, pretendieron recogerse á Nápoles; mas como quier que el Virey no les acudiese, pasaron á Florencia. Allí el principal, don Bernardino de Carvajal, cayó malo; con esta ocasion se detuvieron, dado que el Papa les daba priesa para que fuesen donde él estaba. Ellos diJataban su ida hasta ver qué camino tomaban las cosas de la guerra, porque en esta sazon que el Papa se haHlaba en Boloña y su ejército en Módena, el gran maestre de Francia acometió una empresa muy extraña. Esto fué que con las cuatrocientas lanzas que llevaba al socorro de Verona y con otras docientas que tenia en Rubiera revolvió sobre Boloña, confiado en los Bentivollas que iban con él, y le prometian de dalle entrada en aquella ciudad. El Pontifice y todo el colegio estuvieron en grande peligro. Proveyó Dios que á muy buen tiempo llegó Fabricio Colona y su gente, con cuya llegada los del Pontifice se reforzaron, y los franceses fueron forzados de alzar su campo y cerco sin hacer algun efecto y sin que los nuestros les hiciesen otro enojo por guardar el órden que llevaban y el respeto que al rey de Francia se debia. Sucedió que el Papa adoleció en aquella ciudad de suerte que poca esperanza se tenia de su vida, que dió ocasion á nuevas esperanzas y pláticas no muy honestas que pasaron entre los cardenales. El Papa, avisado deste desórden, á los 11 del dicho mes los llamó á consistorio. Allí publicó una bula muy rigurosa contra los que cometiesen simonía en la eleccion del pontífice, que tenia ordenada desde el principio de su pontificado, y por diversos respetos se dilató su promulgacion hasta esta coyuntura. Con todo esto estaba muy receloso de los cardenales que se quedaron en Florencia, tanto, que por atajar las inteligencias que tenian con Francia, se contentaba y venia en que se retirasen á Nápoles como al principio ellos mismos lo deseaban, pero ellos tenian sus pretensiones tan adeJante, que no vinieron en ello; antes los cardenales don Bernardino y el de Cosencia se pasaron á Pavía con voz que pretendian juntar concilio general para tratar de la reformacion de la Iglesia y aun proceder hasta deponer al Papa; camino y traza de grandes inconvenientes y daños. Hacian espaldas á estos cardenales y á sus intentos el rey de Francia y el Emperador, y aun procuraron atraer á su partido al rey Católico, tanto, que en

CAPITULO II.

Que los franceses tomaron á Boloña.

No se aseguraba el rey de Francia del rey Católico, antes sospechaba se queria ligar con el Papa en daño suyo. Los suizos asimismo, que tiraban sueldo del Pontífice, le hacian dudar no volviese la guerra contra Milan. Trató de concertarse con el Papa por medio del cardenal de Pavía, que podia mucho con él. Ofrecia buen número de gente de á pié y de á caballo para la guerra contra el Turco, y que acabaria con el duque de Ferrara dejase á Cento y la Pieve, y que tornase á pagar el censo que solia de cuatro mil ducados por año, dado que el papa Alejandro le relajó el censo, y entregó aquellos lugares en parte del dote con Lucrecia de Borgia; demás desto, que alzaria mano de las tierras que tenia en la Romaña. Todos eran buenos partidos, si el Papa no tuviera por cierto que tomaria al Duque todo el estado. Estaba ya apoderado de Módena, y pretendia hacer lo mismo de Regio y Rubiera, pueblos principa les de su condado. Agraviábase desto el Emperador á causa que todo aquel condado de Módena era feudo del imperio, y dél le tenian los duques de Ferrara. Hízole requerir que no pasase adelante, y que restituyese á Módena. Venia el Papa bien en ello; solo queria seguridad que no la entregaria á aquel Duque, ni menos al rey de Francia. El rey Católico tenia puesto su pensamiento en la empresa de Africa, dado que no se descuidaba de las cosas de Italia. Mandó al duque de Termens que con su gente diese vuelta al reino de Nápoles, pues en el Veronés no se hacia efecto de momento por estar el Emperador ausente, y no tener ejército bastante. Hízolo así, y de camino visitó al Papa en Boloña, y dél fué muy bien recebido y acariciado. El rey Católico, pospuesto todo lo al, por principio de enero del año de 1511 pasó de Madrid á Sevilla para dar calor á los aparejos que se hacian para la guerra de Africa. Queria reparar el daño y mengua que se recibió en los Gelves, tanto mas que en la isla de Querquens, puesta entre los Gelves y Túnez, fué muerto por los moros, que sobrevinieron de sobresalto de noche, el coronel Jerónimo Vianelo con cuatrocientos soldados que salieron á hacer agua; sucedió esta desgracia el mismo dia de Santo Matía. Lo mismo hizo el Papa, que en el corazon del invierno, que fué muy recio, continuaba la guerra contra Ferrara, y porque sus gentes y las de la señoría hacian poco efecto, determinó ir en persona á cercar la Mirándula. Apretóla tanto, que la Condesa, mujer que fué del conde Ludovico Pico, la entregó. Vióse el Papa en este cerco en peligro de la vida, porque una bala abatió la tienda en que estaba con otros cardenales; grande fué cl espanto, el daño ninguno. Para memoria deste milagro mandó colgasen la bala, que es como la cabeza de un hombre, delante la imágen de nuestra Señora de Loreto, y allí está hasta el día de hoy al lado de la epístola. De Mirándula el Pontífice dió la vuelta á Boloña, pero mandó pasar su ejército contra Ferrara. Acudióle Andrés Griti con parte del ejército de venecianos, todos con intento de ponerse sobre aquella ciudad. Toda esta diligencia fué de poco efecto á causa que la gente del Duque se hallaba muy en órden, y el gran maestre de

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Francia con la gente que tenia en el Veronés se acercó á la ribera del Po con muestra de dar la batalla si fuese necesario para defender á Ferrara. Por esto los de la Iglesia dieron la vuelta, y el gran Maestre fué á Regio, do tenia puesto á Gaston de Fox, duque de Nemurs. Desde allí cargó sobre Módena, que se tenia ya por el Emperador, ca el Papa, á persuasion del rey Católico, se la restituyó por este mismo tiempo. Estaba en ella con gente de la Iglesia Marco Antonio Colona, que la defendió muy bien y con mucho valor. El Papa acordó intentar de nuevo de entrar en el Ferrares por la via de Ravena, por donde pensaba hallar el camino mas fácil y ayudarse mejor de la armada veneciana. Con esta resolucion partió con su ejército de Boloña; mas tampoco esta entrada fué de provecho, antes la gente del Duque desbarató la del Papa, y las galeras venecianas no se atrevieron á subir por el Po arriba por miedo del artillería que tenian plantada en la ribera de aquel caudaloso rio. Falleció en Regio en esta sazon el gran maestre de Francia, señor de Chamonte; su muerte fué á los 11 de febrero. Por el mes de marzo, el Papa, entre nueve cardenales que crió en Ravena, dió el capelo á los obispos sedunense, suizo de nacion, y al de Gursa, secretario del César, que era venido á Italia de parte de su señor á dar corte en los negocios y diferencias que tenia con venecianos y con Francia y con el Papa. Quedó por general en lugar de Chamonte Juan Jacobo Trivulcio, padre de la condesa de la Mirándula. Prometiéronle los Bentivollas que le darian las puertas de Boloña, do hallaria la gente de guarnicion muy descuidada de trama semejante. Acudió Trivulcio con sus gentes, y sin dificultad se apoderó de aquella ciudad, porque el duque de Urbino, que allí quedó por su tio, avisado de su venida y de las inteligencias que tenia con aquellos ciudadanos, se salió con la gente que allí tenia de guarnicion y los demás capitanes. Salióse asimismo el cardenal de Pavía Francisco Alidosio, y fuese á Ravena, donde halló al Papa, en cuya presencia cargó la culpa de la pérdida de Boloña al Duque; y aun decia que tenia inteligencias con el de Ferrara, y por estar casado con hija de su hermana, le pesaba de todo su daño. No faltó quien avisase desto al duque de Urbino, que se indignó desto tanto, que un dia á tiempo que iba el Cardenal á palacio, si bien le acompañaba mucha gente y algunos capitanes, salió con gente y á estocadas le mató á los 24 de julio. Fué grande este atrevimiento; valióle ser sobrino del Papa, que si bien mostró gran sentimiento de aquella desgracia y exceso, no faltó quien dijese que por su órden se cometió aquel caso.

CAPITULO III.

Que algunos cardenales convocaron concilio general. En el conclave en que fué elegido el pontífice Julio, todos los cardenales antes de la eleccion se obligaron por juramento que cualquiera dellos que saliese papa, dentro de dos años juntaria concilio general. Demás desto, en los concilios de Constancia y de Basilea quedó establecido que cada diez años se juntase el dicho concilio, so graves penas que ponen á los que lo impidiesen. El papa Julio, despues que se vió con el pontificada

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