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que el marqués de Mantua, que servia de general de la gente veneciana, se le relajase el juramento con que como tal se obligó á aquella señoría, y se le restituyese un hijo, que para seguridad desto entregó en poder del Papa; que recibiese en su gracia al duque de Ferrara, y revocase las sentencias que se dieron contra él, sin que restituyese las tierras que tenia de la otra parte del Po ni Cento y la Pieve, pues se le dieron en dote, como queda apuntado. Las mismas cosas se pedian al Papa de parte del Emperador; él empero las tenia por muy graves, y como era de pensamientos tan altos, no sufria que nadie para obedecelle y hacer lo que era oblipa-gado le pusiese ley. El rey Católico, visto que no se hallaba remedio para atajar aquel escándalo tan grande, se resolvió de declararse por el Papa con tan grande determinacion, que alzó la mano de la conquista de Africa, á que pensaba pasar en persona, y despidió mil archeros ingleses que le envió el rey de Inglaterra para que le acompañasen. Así desde Cádiz, do llegaron por principio de junio, los mandó volver á su tierra contentos y pagados. Demás desto, hizo asiento con aquel Rey que caso que el de Francia no restituyese á Boloña á la Iglesia ni desistiese de la convocacion del Concilio, el rey Católico acudiese al Papa; y si en tanto el de Francia rompiese por las fronteras de España, y en efecto para que no rompiese, el Inglés le hiciese guerra por la Guiena. Con esta resolucion partió el Rey de Sevilla para Búrgos. Desde Guadalupe dió órden que el conde Pedro Navarro fuese con la gente que tenia á Nápoles, do el virey don Ramon de Cardona con color de la guerra de Africa tenia muy en órden toda la gente de á caballo que tenia en el reino. Proveyóse asimismo que Tripol quedase encorporada en el reino de Sicilia para que desde allí los vireyes la defendiesen y proveyesen de lo necesario, para cuyo gobierno envió á don Jaime de Requesens con una buena armada. Esto se hizo á causa que pretendia servirse de Diego de Vera, que allí quedó por capitan, en su cargo de capitan general de la artillería. Gozó poco de aquella tenencia don Jaime, ca por un alboroto de los soldados que tenia en aquella ciudad, el virey de Sicilia lo sacó de allí con su caudillo, y envió á trueque por gobernador de Tripol y por capitan á su hermano don Guillen de Moncada.

señor de todo, mostró no hacer caso ni del juramento
que hizo ni de lo por aquellos concilios decretado; que
parecia poco miramiento y poca cuenta con lo que era
razon. Alegábanse muchos desórdenes que en los tiem-
pos, en particular de los papas Alejandro y Julio, se
veian en la corte romana y en el sacro palacio. Desea-
ban muchas personas celosas algun remedio para atajar
un daño tan comun y un escándalo tán ordinario; pero
no se hallaba camino para cosa tan grande. Este celo,
junto con la indignacion que el Emperador y el rey de
Francia tenian con el Papa, dió alas á los dos cardena-
les que estaban en Pavía, es á saber, don Bernardino y
Cosencia, y al de Narbona que se juntó con ellos,
ra que en su nombre y de otros seis cardenales inten-
tasen un remedio muy áspero y de mayores inconve-
nientes que la misma dolencia que pretendian curar.
Despacharon sus cartas en Milan, do se pasaron de Pavía,
en la misma sazon que la guerra de Ferrara andaba mas
encendida, para convocar concilio general. En ellas de-
claraban los motivos que tenian y las razones con que
se justificaba aquel medio tan extravagante. Acudié-
ronles el obispo de Paris y otros prelados de Francia;
asimismo el conde Jerónimo Nogarolo y otros dos vi-
nieron de parte del Emperador, y otros tantos en nom-
bre del rey de Francia para asistilles. Estos despacha-
ron al tanto sus edictos en nombre de sus príncipes, en
que decian que los emperadores y reyes de Francia
siempre fueron defensores y protectores de la Iglesia
romana, y como tales para obviar de presente los escán-
dalos públicos y procurar el aumento de la fe y paz de
la Iglesia, se determinaban de acudir al remedio comun,
que erá juntar el concilio. En todos estos edictos se
señalaba para celebrar el concilio la ciudad de Pisa
para que todos acudiesen y se hallasen 1.o de setiem-
bre. El emperador en todo lo demás se conformaba ;
solo pretendia que el concilio se trasfiriese á Alema-
ña, y se señalase la ciudad de Constancia por caer Pisa
tan léjos y estar alborotada y falta por la guerra que
tantos años los pisanos continuaran con los florentines.
El rey Católico, luego que supo tan gran desórden, se
declaró por contrario á estas tramas, tanto con mayor
voluntad, que los cardenales en sus edictos le querian
hacer parte en aquella resolucion. Procuró con el Empe-
rador desistiese de un camino tan errado; advertíale de
los malos sucesos y efectos que de semejantes intentos
otros tiempos resultaron; que no podia este negocio
parar en menos que alborotos de la Iglesia y scisma. A
su embajador Cabanillas mandó que, aunque con pala-
bras muy corteses en forma de requirimiento suplica-
se al rey de Francia de su parte fuese contento que el
condado de Boloña se restituyese al Papa, y no se pro-
cediese adelante ni en invadir las tierras de la Iglesia,
y mucho menos en la convocacion del concilio. Excu-
sábase el rey de Francia con que el Papa habia innova-
do, y no queria pasar por lo que tenian capitulado; que
el suceso de las guerras está en las manos de Dios, y él
da las victorias de su mano á quien le place. Todavía
seria contento de aceptar la paz con partidos honestos
y razonables; en particular queria que se guardase la
capitulacion de Cambray; que los cardenales que salie-
ron de la corte romana volviesen á su primer estado;

CAPITULO IV.

Que el Papa convocó concilio para San Juan de Letran.

Mucho procuraba el rey Católico de sacar al Emperador de la amistad que tenia con el rey de Francia, que tan mal estaba á su reputacion. Envió para desengañalle y procurar se concertase con venecianos y ligase con el Papa á don Pedro de Urrea, y para que sucediese en el cargo de embajador al obispo de Catania don Jaime de Conchillos. El Emperador no acababa de resolverse por ser muy vario en sus deliberaciones. Acordó de enviar al de Guisa al Padre Santo para tomar algun asiento, y á don Pedro de Urrea á Venecia. Ofrecia el Pontífice en nombre de aquella señoría que quedasen por el Emperador Verona y Vicencia, y lo demás que pretendia por venecianos. Que por la investidura le contarian docientos y cincuenta mil ducados, y de pen

sion treinta mil por año, y las demá diferencias quedasen en sus manos y en las del rey Católico para que las echasen á un cabo; partidos aventajados, pero que el de Guisa no quiso aceptar. Ni la ida de don Pedro de Urrea fué de algun efecto á causa que aquella señoría entendia por los humores alterados que andaban que en breve se revolveria Italia, con cuya revuelta ellos podrian respirar y repararse de los daños pasados. Hacíase instancia de parte del Emperador y la princesa Margarita que el rey Católico acudiese con socorro de gente ó de dineros para contra el duque de Gueldres, porque confiado en las espaldas que el de Francia le hacia, no cesaba de molestar las tierras del señorío de Flándes y apoderarse de algunos lugares sin que nadie le fuese á la mano. Mas el rey Católico estaba tan puesto en acudir á lo de Italia, que poco caso hacia de todo lo al; y aun el mismo Emperador por no romper con el de Francia le parecia por entonces disimular. El verano iba adelante, en sazon que las cosas de portugueses en la India se mejoraban asaz por el valor y diligencia de Alonso de Alburquerque. Tuvo los años pasados el rey don Manuel noticia que mas adelante de Goa y Calicut está situada Malaca, ciudad de gran contratacion. Dió órdená Diego Lopez Siqueira, que partió de Lisboa con cinco naves tres años antes deste, fuese á descubrilla. Hizo su viaje en su compañía García Sousa y Hernando Magallanes. Descubrió primero la isla de Somatra, que está contrapuesta á Malaca y debajo de la línea equinoccial, muy grande y fértil, dividida en muchos reinos, habitada parte de moros, parte de gentiles. Contrató con aquella gente, y de allí pasó á Malaca, ciudad grande y rica por el mucho trato que tiene, sujeta antiguamente al rey de Siam, y á la sazon tenia rey propio, que se llamaba Mahomad. Tuvo Siqueira sus hablas con este Rey. Hicieron sus alianzas, y con tanto el Capitan puso en una casa á Rodrigo Araoz con cierto número de portugueses para continuar el trato. El Moro, temeroso de los portugueses, intentó de apoderarse de las naves; no le salió esto, prendió los que halló descuidados en la ciudad. No tenian fuerzas bastantes los portugueses para satisfacerse de aquel agravio; alzaron las velas, y con la carga que pudieron tomar, desde Cochin, do tocaron, dieron la vuelta á Portugal. Alonso de Alburquerque, que ya tenia el gobierno de la India, determinó juntar su armada para vengar esta injuria. Partió de Goa, y llegó á tomar puerto en la isla de Somatra. De allí enderezó su viaje á Malaca. Sucedió en el viaje que encontró con una nave, acometióla y tomóla; ya que los portugueses la entraban, se emprendió tau grande llama, que fueron forzados á retirarse por no ser quemados. Entendióse despues que aquella llama se hacia con cierto artificio sin que hiciese algun daño. Poco adelante se vió otra nave; embistiéronla los cristianos y tomáronla, dado que un moro que iba en ella, por nombre Nahodabeguia, grande enemigo de portugueses, con otros la defendió valientemente hasta tanto que de las muchas heridas que le dieron cayó muerto. Notóse que con estar tan herido no le salia sangre ninguna. Despojáronle, y luego que le quitaron uua manilla de oro, brotó la sangre por todas partes. Súpose que en aquella manilla traia engastada una piedra que en el

reino de Siam se saca de ciertos animales llamados cabrisias, y tiene maravillosa virtud para restañar la sangre. Llegó la armada á Malaca 1.o de julio. Hobo algunos encuentros con los de dentro, que se defendieron con todas sus fuerzas, pero en fin la ciudad quedó por el rey de Portugal. Desta manera se dilataba el nombre cristiano en los últimos fines de la tierra. En Italia la autoridad de la Sede Apostólica andaba en balanzas por el scisma que amenazaba. Acordó el Papa, dejada la guerra, dar la vuelta á Roma; allí por atajar los intentos de los cardenales scismáticos publicó sus edictos á los 18 del mismo mes, en que mandaba á los prelados y á todos los demás que se deben hallar en semejantes juntas acudiesen á Roma para celebrar un concilio general en la iglesia de San Juan de Letran, que se abriria lúnes, á los 19 de abril, del año luego siguiente. Publicaba el Papa que en el concilio queria tratar algunas cosas de grande importancia, como era que la reina de Francia no era legítima mujer de aquel Rey; que los estados de Guiena y Normandía pertenecian al rey de Inglaterra, y se debia dar á los naturales absolucion del juramento que tenian prestado á los reyes de Francia, todo á propósito de enfrenar al Francés y ponelle espanto. El con este recelo no dejaba de dar oido á la plática de la concordia, y estuvo para concertarse con venecianos con las condiciones que ofrecian antes al Emperador; mas al fin le pareció mejor continuar el camino comenzado del concilio de Pisa, que pretendia de nuevo el Emperador se trasladase á Verona ó á Trento, sobre que hacia grande instancia. El Francés, que era el que guiaba esta danza, no veuia en ello por estar Verona malsana, y Trento ser lugar pequeño para tanta gente como pensaban acudiria; antes solicitaba á los cardenales para que sin mas dilacion abriesen el coucilio en Pisa, y de los florentines tenia alcanzado entregasen aquella ciudad en poder de los cardenales. Sin embargo, ellos no se aseguraban de entrar en ella antes que el Emperador y rey de Francia enviasen sus embajadores y acudiesen algun buen número de prelados de aquellas naciones; y aun daban muestra de quererse reducir, y pedian seguridad para hacello, y que les señalase el Papa lugar en que pudiesen retirarse; todo era trato doble y entretener para con el tiempo asentar mejor sus cosas. Procedíase en Roma contra ellos; sustancióse el proceso y cerróse. Venido á sentencia, fulminó el Pontífice sus censuras, y condenó en privacion de todas sus diguidades á cuatro cardenales, es á saber, Carvajal, Cosencia, Samalo, Bayos; lo mismo pretendia hacer con los cardenales Sanseverino y Labrit. Esta sentencia contradijo al principio el colegio. Llegaron algunos á excusallos; alegaban que solo pretendian se celebrase concilio en lugar seguro, en que se tratase de la reformacion de la Iglesia en la cabeza y en los miembros. Y no faltaba quien dijese que el Papa por impedir la tal congregacion podia ser depuesto de su dignidad conforme a lo que el concilio de Busilea decretó en la sesion oncena.

CAPITULO V.
De la liga que el rey Católico hizo con el Papa y con venecianos.

sortes; todas eran trazas en el aire, y muy diferentes de las que el Rey, su consuegro, con mas fundamento tramaba. Concluyóse pues la liga, que llamaron santísima, entre él y el Papa y venecianos á los 4 de octubre, por la restitucion de Boloña y de las otras tierras de la Iglesia y por la defensa de la Sede Apostólica contra los scismáticos y el concilio de Pisa. Las condiciones fueron que el Rey dentro de veinte dias despues de la publicacion desta alianza enviase mil y docientos hombres de armas, mil caballos ligeros, diez mil infantes españoles á esta empresa; el Papa quedó de acudir con seiscientos hombres de armas debajo la conducta del duque de Termens; la señoría con su ejército y con su armada para que se juntase con las once galeras del rey Católico. Mientras la guerra durase, el Papa y venecianos se obligaron de pagar para la gente del Rey por mes cuarenta mil ducados y de dar el dia de la publicacion desta liga ochenta mil por la paga de dos meses. Quedó á cargo del Rey nombrar general de todo el ejército, y señaló á don Ramon de Cardona, su virey de Nápoles. En este tratado los venecianos renunciaron cualquier cantidad que hobiesen

Andaban las pláticas entre el Papa y rey Católico para concertarse; apretábase el tratado cada dia mas. El Rey queria se le acudiese con dinero para pagar la gente; al Papa se le hacia muy de mal de privarse de aquella poca sustancia que para su defensa le quedaba. Esto sentia tanto, que á las veces revolvia en su pensamiento y aun movia partidos para concertarse con Francia; pero como quier que no le sucediese á su propósito, acudió al socorro de España como á puerto mas cierto y mas seguro. Llevóse el negocio tan adelante, que el Rey determinó enviar á Nápoles buena parte de la gente que tenia junta para pasar á Africa; quinientos hombres de armas, trecientos caballos ligeros y otros tantos jinetes y dos mil infantes se embarcaron en Málaga. Llevaba cargo de toda esta gente Alonso de Carvajal, señor de Jodar; de los infantes iba por cabeza el coronel Zamudio. La voz era que iban á la conquista de Africa; no venia bien ni se creia, porque al mismo tiempo que esta gente partió de España, que fué á principio de agosto, el conde Pedro Navar-prestado á los reyes de Nápoles que fueron de la casa

ro llegó á Nápoles con hasta mil y quinientos soldados maltratados y desarrapados, reliquias de las desgracias pasadas. Entreteníase el rey de Francia con la plática que movió de casar su hija menor con el infante don Fernando, en que daba intencion de alzar la mano de la pretension que tenia á la sucesion de Nápoles. El rey Católico, dado que venia bien en el casamiento, todavía instaba que Boloña se restituyese á la Iglesia. El Francés se excusaba por razones que alegaba para no hacello. Las cosas amenazaban rompimiento. El Francés se concertó con los Bentivollas de tomar aquella ciudad debajo de su amparo; y para todo lo que podia suceder, mandó á Gaston de Fox, su sobrino, que era duque de Nemurs y le tenia puesto por su general y gobernador de Milan, enviase cuatrocientas lanzas á Boloña, y si fuese necesario, pasase con su ejército en persona á socorrella. Por otra parte, un embajador de Inglaterra, que fué á Francia para este efecto, y el embajador Cabanillas hicieron un requirimiento en pública forma al rey de Francia sobre la restitucion de Boloña, que era tanto como denuncialle la guerra, si en cosa tan justa no condecendia. Alteróse mucho el Francés desto; respondió por resolucion que determinaba de defender á Boloña de la misma manera que á Milan. Sucedió que el Papa adoleció de guisa, que se entendia no podia escapar. El Emperador asimismo vino á Trento por el mes de setiembre; desde allí el obispo de Catania se despidió para dar la vuelta á España. Habia este Príncipe entrado en pensamiento de ser puesto en la silla de san Pedro en lugar del Papa. Fomentaba esta imaginacion el cardenal de Sanseverino, uno de los scismáticos, que andaba en aquella corte en ayuda y en nombre de su parcialidad, y le allanaba el camino, no solo para salir con el pontificado, sino para hacerse señor del reino de Nápoles con favor de los señores de su casa, y aun de toda Italia, si se determinase ir en persona á dar calor al concilio de Pisa en que ya estaban los otros cardenales sus con

de Aragon. El Emperador no entró en esta liga; declaróse empero en las capitulaciones en particular que se hizo con su sabiduría y con participacion del rey de Inglaterra. Resolvióse el Papa de venir en estas condiciones, á lo que se entendió, por tres causas: la uua, que estando él doliente, los barones de Roma y el pueblo se alteraron y pusieron en armas con intento que les guardasen sus privilegios y que eran gobernados tirúnicamente; la otra, que los florentines se tenian por Francia, que daba ocasion de temer que cada y cuando que quisiese podria aquel Rey sin resistencia llegar á Roma y enseñorearse de todo hasta poner pontífice de su mano; lo que sobre todo le hizo fuerza era el concilio de Pisa, ca tenia gran recelo no procediesen á deponelle y á criar antipapa, como se publicaba lo pretendian hacer. En esta misma sazon Diego García de Paredes, que hizo mucho tiempo oficio de cosario, y por esta causa cayó en desgracia de su Rey, andaba en servicio del Emperador; y fué por dos veces preso, una junto á Verona en cierto encuentro que con los imperiales tuvieron los albaneses; la segunda en Vicencia, do estaba enfermo al tiempo que aquella ciudad se redujo á la obediencia de la señoría. El almirante Vilamarin, que era ido con sus galeras á España, por órden del Rey dió vuelta á Nápoles para acudir á las cosas de la liga. Quedó en la costa de Granada Berenguel de Olms con algunas galeras. Por otra parte, Rodrigo Bazan con otros capitanes y gente iban á quemar ciertas fustas que se recogian en el rio de Tetuan. Túvose aviso que el rey de Fez venia muy poderoso sobre Ceuta; acudieron los unos y los otros al socorro. Cuando llegaron á Ceuta supieron que el de Fez era pasado á ponerse sobre Tanger, plaza que tenia por capitan á don Duarte de Meneses, muy buen caballero. Acudieron luego á aquella parte, llegaron un sábado, 18 de octubre. Tenian los moros el lugar en mucho aprieto, porque hicieron gran daño con su artillería en las murallas y gente, y pasaron sus estancias junto

á las minas que tenian hechas para batir la ciudad. Salieron del pueblo Rodrigo Bazan y sus compañeros. Dieron sobre una de las estancias de los enemigos, que les hicieron desamparar con muerte de muchos de los principales moros que allí estaban. Otro dia salieron los portugueses de á caballo á escaramuzar con los moros; hicieronlo tan valientemente y con tanta destreza, como muy ejercitados contra moros, que el rey de Fez perdió la esperanza de salir con su empresa, tanto, que el dia siguiente mandó levantar sus reales. Así los capitanes de Castilla volvieron á Gibraltar con la honra de haber socorrido aquella ciudad y librádola de enemigo tan poderoso y bravo.

CAPITULO VI.

La guerra se comenzó en Italia.

Apercebíase el virey de Nápoles para salir con su gente. El conde Pedro Navarro iba por general de la infantería, que tenia alojada en Gaeta y por los lugares de aquella comarca. La caballería muy en órden y todos prestos para marchar. Excusóse de ir á esta jornada Próspero Colona; parecíale no lo podia hacer con reputacion sin llevar algun cargo principal. Por esta causa se dió á Fabricio Colona nombre de gobernador y teniente general. El conde de Santa Severina Andrés Garrafa asimismo no quiso ir. Notóse que los que con mas voluntad se ofrecieron fueron los barones de la parte angevina. Entre ellos se señalaron el marqués de Bitonto, hijo del duque de Atri, el marqués de Atela, hijo único del príncipe de Melfi, el duque de Trageto, los hijos de los condes de Matalon y de Aliano. El príncipe de Bisiñano, dado que se quedó por doliente, por ser la guerra contra Francia, envió el collar y órden de San Miguel á aquel Rey; lo mismo hicieron los de Melfi y Atri y Matalon. Partió primero el coude Pedro Navarro con su infantería la via de Pontecorvo; poco despues, á 2 de noviembre, salió la caballería, que era muy lucida gente, en compañía del Virey. En este medio el ánimo del Emperador combatian varios pensamientos y contrarios: por una parte el cardenal Sanseverino continuaba en sus promesas mal fundadas; por el contrario, el embajador don Pedro de Urrea ofrecia, si entraba en la liga para atajar los males que amenazaban, le ayudarian con el ejército comun y á su costa para enseñorearse del ducado de Milan y aun para allanar lo de Güeldres. Este camino parecia á aquel Príncipe mas seguro y mas llano, si bien conforme á su condicion nunca acababa de resolverse. Tornaba á querer concierto con venecianos con las condiciones y partido que ofreció el Papa al de Gursa. Era ya tarde, en sazon que los venecianos, demás de estar muy confiados en el ejército de la liga, tenian de su parte mil hombres de armas, fuera de otros docientos con que fué á servilles Pablo Ballon, caudillo de fama; tenian otrosí mas de tres mil caballos ligeros, en buena parte albaneses, gente muy diestra, y nueve mil infantes. Verdad es que el embajador de Roma Jerónimo Vic se dió tal maña, que concertó treguas entre aquella señoria y el Emperador; cosa que, aunque no sirvió para que los venecianos se juntasen con el ejército de la li

ga, para lo de adelante importó mucho. El rey de Francia no se descuidaba en dar órden que su general Gaston de Fox saliese á combatir el campo de la liga con toda su gente y la que de nuevo le proveyó de Francia; y aun de los suizos pretendia levantar gran número y divertillos que no entrasen en la liga ni aun acudiesen á la defensa de la Iglesia como se procuraba por medio del Cardenal sedunense. Juntamente por entretener al Emperador le ofrecia por medio de Andrea del Burgo de hacelle Papa, si lo quisiese ser, y si no, que se elegiria pontifice de su mano; tan poco miramiento se tenia en negocio tan grave. Demás desto, que recobraria las tierras que de la Iglesia pertenecian al imperio, y del reino de Nápoles le daria la parte que en él quisiese, y el ducado de Milan y ciudad de Génova le acudirian perpetuamente con cierto número de gente siempre que tuviese guerra. Las diferencias de Güeldres ofrecia se comprometerian en las personas que el mismo César nombrase; partidos todos tan grandes, que nadie se podia asegurar del cumplimiento. Entonces el cardenal de Sanseverino se despidió del Emperador con poco contento por la poca resolucion que en sus pretensiones llevaba. Queria el Virey llevar su ejército la via de Florencia para de camino asegurarse de aquella ciudad, que seguia la voz de los scismáticos y de Francia; mas el Papa no lo consintió, y mandó que por el Abruzo pasase á la Romaña, y desde allí á Boloña. El tiempo era muy recio y la tierra muy áspera; adolecieron muchos del ejército, murieron pocos. Llegó con toda su gente á Imola, do se detuvo por esperar la artillería de batir que venia por mar; y de Manfredonia, donde la embarcaron, aportó á Arimino el mismo dia de Navidad, principio del año de 1512; de allí se llevó á Imola. El conde Pedro Navarro con la infantería se haHlaba mas adelante en Lugo y Bañacabalo; acordó por no perder tiempo de pasar á combatir la Bastida, que era una fortaleza del duque de Ferrara puesta sobre el Po, y tenia dentro de guarnicion docientos y cincuenta italianos. Aprobó el Virey esta resolucion del Conde; comenzaron á combatilla postrero de diciembre; defendiérouse los de dentro muy bien, pero al tercero combate fué entrada por fuerza; murieron casi todos los que tenia en su defensa, con su capitan Vestitelo. Ganóse én esto reputacion á causa que en cinco dias ganaron aquella fuerza, que se tenia por inexpugnable; entregáronla al cardenal Juan de Médicis, que iba en el ejército por legado del Papa. Deseaba el rey de Francia tener en su poder á don Alonso de Aragon, hijo segundo del rey don Fadrique. Ilizo tantas diligencias sobre ello que la reina doña Isabel, su madre, aunque era de solos doce años, se le entregó. Publicaban los franceses que en breve con la armada de Francia le llevarian al reino de Nápoles, para con esta traza alterar el pueblo y alzalle por rey. Parecia esta empresa fácil por quedar Nápoles desnuda de soldados Ꭹ la gente del reino muy deseosa de ser gobernados por sus reyes naturales y propios como de antes; que siempre lo presente da fastidio, y lo pasado parece á todos mejor; juicio comun, mas que muchas veces engaña.

CAPITULO VII.

Del cerco de Boloña.

donde acordaban que se diese la batería. Antes desto se tuvo aviso que Gaston de Fox, duque de Nemurs, en Parma juntaba su gente, que eran ochocientas lanzas, mil caballos ligeros y tres mil infantes, y que en el Final, pueblo á veinte millas de Boloña, se juntaria con él la gente del duque de Ferrara, que eran dos mil gascones y algun número de caballos con determinacion de ha cer alzar el cerco. Alojaba Fabricio Colona en Cento y en la Pieve con la avanguardia del ejército para impedir el paso á los franceses. Ordenóle el Virey que con toda su gente viniese á ponerse por la otra parte de la ciudad hacia la montaña. Acordaban de nuevo se pasase alli la artillería y se diese la batería por ser el muro mas flaco por aquella parte; pero poco despues acordaron que el campo estuviese todo junto en lugar que se asegurase la artillería, y se atajase el paso á los que venian de socorro. Asentóse la artillería entre San Miguel y la puerta de Florencia. Comenzóse la batería á los 28 de enero, con que abatieron parte del muro, y algunos soldados pudieron subir á una torre, en que pusieron sus banderas. Acudieron los de dentro, y al fin los echaron fuera. Sacaba una mina el conde Pedro Navarro. Pegaron fuego á los barrilles para volar los adarves. Con la fuerza de la pólvora se alzó el muro, dé manera que los de dentro y los de fuera se vieron por debajo. Tornó empero luego á asentarse tan á plomo como antes. Túvose por milagro y favor del cielo por una devota capilla que tenian por de dentro pegada á la muralla, y se llamaba del Baracan, que voló y se asentó como lo demás. Hallábase sin embargo la ciudad en mucho aprieto y peligro de ser tomada, cuando sobrevino una nieve, que continuó tres dias. Con esto el eneral francés tuvo comodidad de meterse una noche dentro de Boloña con gran golpe de gente, no solo sin que le impidiesen los contrarios por estar algo apartados, sino sin ser sentido de las centinelas. Por esto y por la aspereza del tiempo y las nieves que continuaban, acordaron los de la liga de alzar el cerco y retirarse todo el campo con la artillería á San Lázaro, que está á dos millas de Boloña. La gente del Papa no paró hasta que llegó á Imola. El Virey se pasó al castillo de San Pedro, y los demás capitanes alojaron su gente por aquella comarca. En esto paró aquel cerco tan famoso y de tan grande ruido. Los mas, como suele acontecer en casos semejantes, cargaban al General que, sin tener consideracion á la aspereza del tiempo, dejó pasar ocho dias en que se pudiera hacer efecto; que los reales se asentaron muy léjos de donde debian estar; las minas y trincheas para batir el muro se sacaron no como debian; finalmente, que el recato era tan poco, que el enemigo se les pasó sin ser sentido. A la verdad el tiempɔ era muy áspero, y ni los suizos vinieron como se cuidaba, ni los venecianos acudieron con su gente. Halláronse en este cerco con los demás Antonio de Leiva, el capitan Albarado, el marqués de Pescara don Her

Ganada la Bastida, el conde Pedro Navarro con su gente dió vuelta á Imola. En Butri, donde pasó todo el campo, se trató en consulta de capitanes de la manera con que se debia hacer la guerra. Fabricio Colona y los demás de la junta eran de parecer que el ejército se fuese á poner en Cento y en la Pieve, que ganara aquellos dias Pedro de Paz con los caballos ligeros, y que combatiesen á Castelfranco, plaza importante por ser fuerte y estar entre Carpi, do alojaba la gente francesa, y Bolona. Decian que desde allí discurriese el ejército por los lugares del condado de Boloña, y ganados, se podia poner el cerco sobre la ciudad, ca siempre las em presas se deben comenzar por lo mas flaco; además que se tenia aviso como Gaston de Fox con gente de á pié y de á caballo venia en socorro de aquella ciudad, y que estaban dentro el bastardo de Borbon, el señor de Alegre y Roberto de la Marca con trecientas lanzas francesas y la gente de la ciudad, que era mucha y belicosa asaz. El conde Pedro Navarro porfiaba se dębia ir luego sobre Boloña, pues distaba solas quince millas; que divertirse á otras partes seria perder reputacion. Hacia la empresa muy fácil, como hombre que por su atrevimiento tanteaba el suceso de lo demás. Este parecer se siguió por tener el Conde gran crédito entre la gente de guerra y aun porque servia de mala gana cuando no se ejecutaba lo que él queria; propiedad de cabezudos. Salió de Roma el Duque de Termens con la gente del Papa, y porque murió en el camino, y el duque de Urbino no quiso por entonces acetar aquel cargo, aunque poco despues envió su teniente, ordenó el Papa á los capitanes obedeciesen al Legado, y entregasen la gente al Virey, al cual envió la espada y bonete junto con las banderas que bendijo en la misa de Navidad. Los venecianos ni acudian con el dinero, segun tenian concertado, ni con su gente; antes con la sombra de la liga pretendian recobrar las tierras de su estado que se tenian por el Emperador, y aun si pudiesen, las que por Francia. Salió el Virey de Butri, llegó á poner su campo á cuatro millas de Boloña, reconoció la tierra, que es muy fuerte, y por el riego muy mala de campear, mayormente en tiempo de invierno. Otro dia, que fué á 10 de enero, pasó con toda la gente delante para reconocer en qué parte haria sus estancias. Llegó hasta una casa de placer, que decian Belpogio, y era de los Beutivollas, á tiro de cañon de la ciudad. Dentro de Boloña se hallaban ya en esta sazon quinientas lanzas y dos mil soldados, y por capitan principal monsieur de Alegre. Sucedió que el mismo dia que el Virey partió de Butri, el duque de Ferrera acudió con gente á la Bastida. Dióle tanta priesa, que en veinte horas la forzó, y la mandó echar por tierra. Asentó el Virey con su gente en aquella casa de placer. Mas adelante con parte de la infantería se pusieron el marqués de la Padula y el conde de Pópulo,nando Davalos, que fué adelante muy famoso capitan. que se apoderaron de un monasterio, que llamaban San Miguel del Bosque, y apagaron el fuego que los mismos de dentro le pegaron por quitar aquel padrastro. Alli plantaron algunos tiros de artillería, y los demás se plantaron en un cerro que se levanta mas adelante, por

El de Inglaterra se apercebia para luego que el tiempo diese lugar romper con Francia por la parte de Guiena; pretension antigua de aquellos reyes sobre que en nombre del rey Católico hacia instancia don Luis Carroz, su embajador. Tenia nombrado por general para aque

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