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lla guerra á Tomás Graye, marqués de Orset, primo hermano del mismo Rey. Acordó asimismo el rey Católico que se sobreseyese por entonces en la conquista de Africa y se sacase la gente de guerra que tenia en Oran, quedando allí sola la necesaria para la defensa. Entonces se ordenó que se hiciese repartimiento de aquella ciudad; señalaron seiscientas vecindades, las doscientas de gente de á caballo, y las otras de á pié; repartieron entre los pobladores las casas, huertas y tierras de la ciudad, todo á propósito que con mas facilidad se pudiese sustentar aquella plaza. Para que de mejor gana acudiesen á poblar, se concedió á los vecinos franqueza de tributos y alcabalas además del sueldo que á todos les mandaban pagar. En esta misma sazon, postrero de enero, parió en Lisboa la reina doña María un hijo, que se llamó el infante don Enrique, y fué adelante cardenal, y últimamente, por muerte de su sobrino el rey don Sebastian, murió rey de Portugal; ocultos y altos juicios de Dios. El mismo dia que nació este Infante nevó mucho en Lisboa, cosa muy rara en aquella ciudad. Los curiosos decian que pronosticaba aquella nieve la blancura de sus costumbres, que fueron muy santas, y la pureza de la castidad, en que perseveró toda la vida; en el rostro fué el mas semejante á su padre entre todos sus hermanos. Hallábase el rey Católico en Búrgos; allí, á los 16 de febrero, por muerte del condestable don Bernardino de Velasco, concertó que su hija doña Juliana, nieta del mismo Rey por parte de su madre doña Juana de Aragon, casase con Pero Hernandez de Velasco, hijo mayor de don lñigo, que sucedió á su hermano don Bernardino en aquel estado de Haro y en el oficio de condestable.

CAPITULO VIII.

Que Papa descomulgó al rey de Navarra.

La ausencia del duque de Nemurs dió avilenteza á Jos de Bresa y á los de Bérgamo para levantarse contra Francia y volverá poder de venecianos, excepto los castillos. Era este negocio muy grave y principio de que todas aquellas ciudades de nuevo conquistadas hiciesen lo mismo. Acordó el Duque, luego que socorrió á Boloña, de acudir á aquella parte; llevó consigo al señor de Alegre. Quedó en Boloña un capitan francés, por nombre Fulleta, con trecientos hombres de armas y tres mil infantes en defensa de aquella ciudad. Al encuentro del de Nemurs salió Griti con el ejército de la señoría y todo el pueblo de Bresa. Retiróse él á la montaña, y pasada la media noche, entró en la ciudad por la parte del castillo. Desde allí pasó á dar en el real de los venecianos. Trubóse una batalla muy reñida y herida; murieron muchos de ambas partes, mas la victoria quedó por Francia con prision de Andrés Griti, de Antonio Justiniano, gobernador de aquella ciudad, y Pablo Manfron. El conde Luis Bogaro, que entregó aquella ciudad á venecianos por ser natural y tener gran parte en ella, no solo fué preso, sino por sentencia justiciado por traidor. El duque de Nemurs con este suceso tan próspero recobró sin dificultad á Bérgamo. Dejó á monsieur de Aubeni en guarda de Bresa con golpe de gente; lo demás del ejército M-11.

repartió por el Veronés, y él se fué á Milan á festejar las Carnestolendas y como á gozar del triunfo de la victoria. El rey de Francia sintió mucho su ida en tal coyuntura; ordenóle que sin dilacion saliese con su gente para hacer rostro al ejército de la liga, que á esta sazon se hallaba menguado de soldados y con poca reputacion y en mucho aprieto. Esto dió ánimo al concilio de Pisa para nombrar por sus legados á los cardenales, al de Sanseverino de Boloña, y al de Bayos de Aviñon; y fué ocasion que ni los venecianos se concertasen con el Emperador, si bien el Papa hacia grande instancia que aceptasen las condiciones diversas veces tratadas, ni el Emperador se declarase por la liga; verdad es que poco despues, por diligencia del embajador Jerónimo Vic, concertaron treguas con ciertas capitulaciones con que aquella señoría se obligó a contar cierta suma de dineros al Emperador. El rey de Francia fortificaba sus fronteras de Normandía primero, y despues de la Guiena por miedo del Inglés. Juntamente procuraba tener muy de su parte al rey de Navarra, dado que de secreto daba grandes esperanzas al duque de Nemurs, que concluida la guerra de Italia, le pondria en posesion de aquel reino. Esta alianza tan estrecha del rey de Navarra con Francia fué causa de su perdicion, lo cual se eucaminó desta manera: el Papa supo que aquel Rey favorecia y ayudaba á los enemigos de la Iglesia y hacia las partes de Francia y del concilio de Pisa. Acordó con consejo del colegio de los cardenales de acudir al remedio que se sucle tener contra príncipes scismáticos, esto es, que pronunció sentencia de descomunion contra el rey y reina de Navarra, privólos de la dignidad y título real, y concedió sus tierras al primero que las ocupase. Dióse esta sentencia á los 18 de febrero. Entendióse que la solicitó el rey Católico. Lo cierto que la tuvo muchos dias secreta con esperanza de asegurarse por otro camino de aquellos reyes. Con este intento, por fin del mes de marzo, desde Búrgos, do se hallaba, despachó á Pedro de Hontañon para que de su parte avisase á aquellos reyes del camino errado que llevaban; y para asegurarse que ni darian ayuda á Francia en aquella ocasion, ni paso por sus tierras á sus enemigos y de la Iglesia, pedia le entregasen á su hijo el príncipe de Viana, con promesa que les hacia de casalle con una de sus nietas, es á saber, con doña Isabel ó con dona Catalina. Ellos no quisieron venir en nada desto, antes continuaban en maltratar á los servidores del rey Católico, hacer alardes y juntas de gentes. Y si bien por don Juan de Silva, frontero de Navarra, fueron avisados no diesen lugar á aquellas novedades, á sus saludables amonestaciones no daban oidos. Animábanlos las nuevas que venian de Italia de la pujanza de los franceses y del aprieto en que se hallaba el campo de la liga. Entreteníase el Virey con su gente en el condado de Boloña, sin retirarse por la reputacion ni atreverse á pasar adelante ó acometer alguna empresa, si bien el Papa queria que rompiesen por las tierras del ducado de Milan. Temian ellos no les atajasen las vituallas que les venian de Ravena; y de la gente que tenian, por la aspereza del tiempo unos eran muertos, y otros desamparaban las banderas. Lo que mas es,

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que á tiempo que los enemigos estaban muy cerca, el teniente del duque de Urbino y las seiscientas lanzas del Papa se salieron del real, con achaque que no les pagaban y que tenian sospecha de alguna gente española. La verdad era que el Duque traia inteligencias con el rey de Francia y tenia letras suyas sobre un cambio de Florencia para levantar gente en su nombre. Llegó la mengua de nuestro campo á términos, que el Virey y el Legado acordaron de tomará sueldo cuatro mil italianos para reforzalle; y aun el Papa pretendia los llegasen á ocho mil, y libró para ello luego el dinero. Era su parecer que sin dilacion se viniese á las manos con los franceses. Su grande corazon le quitaba todo temor. El rey Católico, al contrario, queria se entretuviesen hasta tanto que la gente de Venecia les acudiese, pues lo podian hacer con la tregua que se asentó entre ellos y el Emperador. Ordenaba otrosí que se proveyesen de número de suizos, y á falta destos, de alemanes. Para persuadir esto despachó á Hernando de Valdés, capitan de su guarda, que fuese primero á Roma á tratallo con el Papa, y desde allí pasase al campo de la liga á mandallo al general de su parte. Hizo él lo que se le mandó muy cumplidamente. Llegó á do el Virey alojaba á los 29 de marzo, en sazón que los campos alojaban el uno á vista del otro, de tal suerte que, sin gran nota, con dificultad se podia excusar de venir á las manos.

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CAPITULO IX.

De la famosa batalla de Ravena.

El ejército de la liga todavía se entretenia en el castillo de San Pedro, en Butri, en Cento y la Pieve, pueblos todos del condado de Boloña; el Virey determinaba de esperar allí los franceses, y si quisiesen, dalles la batalla. La disposicion del lugar ayudaba mucho á los de la liga, y el deseo de venir á las manos era grande. En esta sazon llegó el campo de Francia, y con él el duque de Ferrara, muy acompañado de gente lucida y brava. Estuvieron los unos á vista de los otros tres dias sin que se viniese á la batalla. Los franceses no se atrevían á acometer nuestro campo en lugar tan desaventajado; el Virey queria guardar el órden que le trajo Hernando de Valdés. Detuviéronse los franceses en aquel puesto hasta postrero de marzo. Este dia alzaron sus reales y se encaminaron la via de Ravena, de la cual ciudad deseaban mucho apoderarse por ser el mercado de do los nuestros se proveian de vituallas. Habia enviado el Virey los dias pasados para la defensa á don Pedro de Castro con cien caballos ligeros, y á Luis Dentichi, gentilhombre neapolitano, con mil soldados italianos. La plaza era tan importante, que se determinó de levantar luego el real y seguir por la hueIla el enemigo tan de cerca, que solas tres millas iban distantes los dos campos. Acordó asimismo que Marco Antonio Colona se adelantase de noche con cien lanzas de su capitanía y quinientos españoles para meterse dentro de aquella ciudad. Está Ravena puesta á la marina del golfo de Venecia entre dos rios, que entrambos se pueden vadear, el uno se llama Ronco, y el otro Monton; corren muy pegados á los muros, el

Monton á mano izquierda, el Ronco á la derecha, dicho antiguamente Vitis. Llegaron los franceses el juéves Santo á poner su real sobre aquella ciudad entre los dos rios. Dióse el combate el dia siguiente, que fué muy bravo. Defendiéronla los de dentro con mucho ánimo, en particular Luis Dentichi, que perdió un hermano en la batería, y él quedó mal herido, de que murió en breve. El Virey acordó arrimarse á un lado de la ciudad y seguir el rio Ronco abajo, que bate con los muros y dividia los dos campos. Llegó el sábado Santo á ponerse á dos millas de los enemigos en un lugar, que se llama el Molinazo, en que se fortificaron con un foso que tiraron delante su campo. Sobre el pasar adelante hobo diversos pareceres. Fabricio queria que reparasen en aquel lugar, pues tenian seguras las vituallas, y los enemigos en breve padecerian necesidad, además que desde allí aseguraban la ciudad, ó si los enemigos se desmandasen á tomalla, la victoria. El conde Pedro Navarro, como hombre muy arri➡ mado á su consejo y enemigo del ajeno, aunque fuese mejor y mas seguro, persuadió al Virey que pasase adelante. Mostró siempre gran deseo de pelear, y hacia el principal fundamento en la infantería española, que queria aventurar contra todo el ejército de los enemigos, gran temeridad y locura. Con esta resolucion se adelantaron los nuestros; salieron á escaramuzar con nuestra avanguardia algun número de caballos franceses, pero no se hizo cosa de momento aquella tarde mas de que los enemigos volvieron á sus estancias, y los del Virey aquella noche se quedaron casi á vista de los reales contrarios. Luego el otro dia, que fué el domingo de Pascua á los 11 de abril, los unos y los otros se pusieron en órden de pelear. Tenian los franceses veinte y cuatro mil infantes, entre franceses, gascones, alemanes y italianos, dos mil hombres de armas y dos mil caballos ligeros; las piezas de artillería eran cincuenta. Guiaban la avanguardia el duque de Ferrara y monsieur de la Paliza; en la batalla iban el gran senescal de Normandía y el cardenal Sanseverino, legado del Concilio pisano; regia la retaguardia Federico de Bozoli; el de Nemurs con golpe de caballos escogidos quedó de respeto para acudir á do fuese mas necesario. El ejército de la liga, que eu la fama era de diez y ocho mil infantes, no llegaba con mucho á este número. Los españoles eran menos de ocho mil; los italianos cuatro mil, mil y docientos hombres de armas, dos mil caballos ligeros y veinte y cuatro piezas de artillería. Debiera el Virey partir antes del alba y sin estruendo para atajar á los enemigos el paso y no dalles lugar que se pusiesen en ordenanza, como lo aconsejaba Fabricio; pero él no quiso venir en esto, y así dió lugar á que los enemigos, pasado un puente que tenían en aquel rio, estuviesen muy en órden. La avanguardia de nuestro ejército llevaba Fabricio Colona con ochocientos hombres de armas y seiscientos caballos ligeros y cuatro mil infantes. De toda la demás gente se formaron dos escuadrones que quedaron á cargo del Virey y del conde Pedro Navarro. Adelantáronse con esta órden al son de sus cajas. Animaban los generales cada cual á su gente; el de Nemurs en particular habló á los suyos en esta manera: «Lo que por

tanto tiempo, señores y soldados, habeis deseado, que es pelear con los enemigos en campo raso, la fortuna ó fuerza mas alta, como benigna madre, demás de las victorias pasadas que nos ha dado, nos lo concede este dia, en que nos presenta ocasion de la mas gloriosa victoria que jamás ejército alguno haya alcanzado. Con la cual, no solo Ravena y toda la Romaña os quedarán rendidas como en parte del premio debido á vuestro valor, antes no quedando en Italia cosa que haga contraste á vuestro esfuerzo ni lanza enhiesta, ¿quién, amigos, será parte para que no sigamos la victoria sin parar hasta apoderarnos de Roma, ciudad y corte rica y soberbia con los despojos de toda la cristiandad? Botin y presa que á todo el mundo pondrá envidia juntamente y espanto. Tomada Roma, ¿quién os estorbará el paso para Nápoles? Donde vengaréis las injurias recebidas los años pasados muchas y graves; grande felicidad, y que la tengo por muy cierta cuando considero vuestro valor, vuestras hazañas y sobre todo esos semblantes alegres y denodados. Y no me maravillo que os mostreis animosos contra los que de noche afrentosamente os volvieron las espaldas luego que llegastes á Boloña. Los mismos que por no venir á vuestras manos ni fiarse de sus brazos, se arrimaron á los muros de Imola y de Faenza y se valieron de la aspereza de los lugares en que asentaron sus reales. Jamás esta canalla se os atrevió en el reino de Nápoles sino con ventaja de lugar, de reparos, rios y fosos. Toda su confianza la tienen puesta en sus mañas. Fuera de que estos no son los ejercitados en las guerras de Nápoles, sino gente allegadiza y lo mas acostumbrados á contrastar con los arcos y lauzas despuntadas de los moros; y aun poco ha quedaron de esos mismos vencidos en los Gelves y destrozados; ¡oh grande mengua! Y Pedro Navarro, su caudillo de tanto valor, es á saber, y fama, aprendió mal su grado cuán diferente cosa sea batir los muros con la fuerza de la artillería y con las minas secretas ó llegar á las manos y á las espadas. ¿No catais el foso que esta noche han tirado y como se han cerrado con sus carros? Nunca se olvidan de sus artes. Mus sed ciertos que no les valdrán, ni la batalla se dará como ellos deben pensar. La artillería los sacará de sus manidas y cavernas á lo raso, donde se entenderá la ventaja que el ímpetu francés, la ferocidad alemana y la nobleza de italianos hace á las astucias de los españoles. El número de nuestra gente es casi doblado que el de los contrarios, cosa que parece alguna mengua para gente tan esforzada; mas si bien se mira, nadie tendrá por cobardía que nos aprovechemos desta ventaja, antes á los contrarios por temerarios y locos, pues se mueven á pelear solo á persuasion de Fabricio Colona, que á costa suya quiere librar de nuestras manos á su primo Marco Antonio. Por mejor decir, la justicia de Dios los ciega para castigar la soberbia y enormes vicios del falso pontífice Julio; los engaños y traiciones de que se vale contra la bondad de nuestro Rey el fementido rey de Aragon. Mas ¿para qué son tantas palabras? ¿A qué propósito, soldados, entreteneros la victoria con alargar razones? -Arremeted pues y cerrad sin dudar, que este dia á mi Rey dará el señorío y á vos las ri

quezas de toda Italia. Yo acudiré á todas partes sin tener cuenta con la vida, como lo acostumbro, el mas dichoso capitan que jamás hubo en el mundo, pues tengo tales soldados, que con la victoria deste dia quedarán los mas famosos y mas ricos que algunos otros de trecientos años á esta parte.» Comenzó á jugar la artillería, y como quiera que la del Virey al principio hizo grande daño en la avanguardia enemiga al pasar el rio, pero la de los contrarios, por ser en número doblada y asentarse en lugar mas abierto, hizo muy mayor estrago en la gente de armas que no tenia algun reparo. Arremetió el marqués de Pescara con los caballos ligeros solo porque se comenzase la pelea. Mezcláronse los hombres de armas de todas partes con poca órden. Estuvo la pelea en peso un buen espacio sin que se reconociese ventaja. Cargó mucha gente francesa, y los de la liga comenzaron á desmayar y desordenarse. En este trance fué herido el caballo del marqués de Pescara y él preso, y muerto Pedro de Paz, capitau muy señalado. El conde Pedro Navarro, que siempre pretendió llevar el prez de la victoria, visto esto, se adelantó con la infantería española, con espaldas de trecientos hombres de armas españoles que pudo recoger. Al tiempo de romper con la infantería tudesca vió el coronel Zamudio que iba en la primera hilera un capitan aleman, por nombre Jacobo Empser, que se adelantó de los demás para desafialle. «¡Oh Rey, dijo Zamudio, cuán caras cuestan las mercedes que nos haces, y cuán bien se merecen en semejantes jornadas!» Dichas estas palabras, terció su pica, fuése para el Tudesco, y dió con él muerto en tierra. Los demás hirieron con tal denuedo en los alemanes, que los desbarataron; con la misma fuerza pasaron por los gascones y por los italianos sin hallar en ellos resistencia, de manera que con un ímpetu y furor extraño, pasados á cuchillo los mas de los tudescos, tanto, que de doce capitanes alemanes murieron los nueve, pusieron en huida toda la demás infantería francesa. No pararon hasta llegar á la artillería y ganalla, si bien los franceses dicen que la defendió con gran esfuerzo Jenolaco Galeoto, capitan de la artillería. Lo que consta es que la caballería francesa, visto aquel estrago y peligro, revolvió sobre nuestra infantería; la carga fué tan brava, que aunque los españoles se defendieron gran rato, como ni tenian caballería que les acudiese y estaban muy cansados de pelear, fueron desbaratados. Allí murieron el coronel Zamudio y otros capitanes, y quedó preso el conde Pedro Navarro. Los demás soldados se retiraron en ordenanza; acudióles la infantería que iba en la avanguardia. Defendíalos por un lado el rio, y por otro la calzada del camino real. Deseaba mucho el duque de Nemurs desbaratar aquel escuadron por quedar de todo punto con la victoria; adelantóse con pocos contra el parecer de monsieur de la Paliza, que le decia se contentase con lo hecho. Revolvieron sobre él los contrarios, y derribado del caballo, fué muerto por un soldado español, sin aprovechalle decir mirase que tenia por prisionero al hermano de la reina de Aragon. Murieron asimismo monsieur de Alegre y su hijo, y monsieur de Lautreque quedó por muerto tendido en el campo. Con esto dejaron pasar el rio abajo hasta tres mil soldados

y de á pié. Sin embargo, acordó de enviar al Gran Capitan á Italia, cuya presencia se tenia por cierto bastaba á soldar aquella quiebra; así lo publicó y escribió á diversas partes, y despachó luego para Nápoles al comendador Solís con dos mil soldados españoles. El rey de Francia, luego que supo lo que pasaba, dijo: «¡ Ojalá yo perdiera á Italia, y mi sobrino y mis buenos capitanes fueran vivos! Tales victorias dé Dios á mis enemigos, que por ellas se dijo: el vencido vencido, y el vencedor perdido.» La señoría de Venecia se alteró tanto, que tuvo por cierto con esta victoria se harian señores los franceses, no solo de Nápoles, sino de toda Italia. Llegaban á querer mudar partido. El conde de Cariati Juan Bautista Espinelo, embajador á la sazon del rey Católico en aquella ciudad, con sus buenas razones y con mostralles cuán pequeño fué el daño, los sosego para que no se declarasen contra la liga. El cardenal de Sorrento, que quedó en Nápoles en lugar del Virey durante la ausencia de don Ramon de Cardona, requirió á don Hugo de Moncada, virey de Sicilia, acudiese con toda la gente que pudiese juntar para asegurar las cosas de Nápoles y para cumplir con el encargo que tenia á la sazon de capitan general de los dos reinos, Nápoles y Sicilia; lo cual él hizo con los soldados que vinieron de Tripol y otra gente de á caballo. Asimismo don Ramon de Cardona de Ancona se partió para Nápoles, do entró á 3 de mayo con intencion de rebacer el ejército lo mejor que pudiese y proveer de todo lo necesario.

españoles. Peleaba todavía Fabricio con su gente y la demás que pudo recoger contra todo el campo francés, hasta tanto que le dieron dos heridas y cayó con el caballo en poder de la gente del duque de Ferrara. Desta manera los franceses quedaron señores del campo y la victoria por ellos; pero tan destrozados, que no pudieron ejecutalla ni seguir el alcance ni hacer empresa de momento. Del número de los muertos no se puede decir cosa cierta por la diversidad que hay en los autores, que parece siguieron cada cual sus aficiones particulares mas que la verdad. Lo que consta es que la pelea duró por espacio de cinco horas y que fué mayor el daño que recibieron los vencedores, no solo por perder su general y casi todos los alemanes y aun las personas de cuenta, fuera del duque de Ferrara y de monsieur de la Paliza, sino porque de nuestra caballería se perdió poca, tanto, que aquella noche se recogieron la vuelta de Arimino y Ancona hasta tres mil entre hombres de armas y caballos ligeros, y se pusieron en salvo pasados de cuatro mil españoles de infantería. El Virey de Pesaro, do se retiró, pasó á Ancona para recoger la gente. Personas de cuenta se salvaron, el duque de Trageto, el conde del Pópulo, Ruy Diaz Ceron, Alonso de Carvajal, Antonio de Leiva, si bien en la batalla le mató la artillería dos caballos; Hernando de Valdés, que se quiso hallar en esta batalla, Julio de Médicis, caballero de San Juan. Quedaron presos demás de los dichos el Legado y don Juan de Cardona, hermano del marqués de la Padula, que murió de las heridas, Hernando de Alarcon, los marqueses de Bitonto y de Atela, sin otras muchas personas de respeto que llevaron á Milan; solos Fabricio y Alarcon y don Juan de Cardona quedaron en Ferrara. Con esta victoria los franceses acudieron á Ravena, que se entregó luego á partido, en que no se guardó lo capitulado, porque salidos Marco Antonio Colona y don Pedro de Castro con la gente de su cargo la via de Cesena, la pusieron á saco sin perdonar á templos ni monasterios. Los escritores franceses cargan la culpa deste desórden á Jaquin, capitan de infantería, el cual del despojo de las iglesias de Bresa andaba vestido de brocado, y regostado á la ganancia, que le costó la vida, incitó á los soldados á que hiciesen lo mismo en Ravena, donde hallaron mas despojos y riquezas de lo que se pudiera pensar. Diéronse á los vencedores las ciudades de ImoJa, Forli, Cesena y Arimino con casi todos los castillos de la Romaña, que los recibió el Legado en nombre del Concilio pisano. La nueva desta batalla, que fué de las mas famosas de Italia, se derramó por todas partes. El Papa, averiguada la verdad, no perdió ánimo, dado que el pueblo de Roma estaba para alborotarse, especialmente que el duque de Urbino se le envió á ofrecer con deseo de enmendar los yerros pasados. Julio de Médicis desde Cesena, donde se acogió, con licencia se vió con el Legado, su primo, y por su órden fué á Roma para dar razon al Papa del estado en que las cosas quedaban y animalle á pasar adelante. Al rey Católico dieron á entender que el daño era muy menor de lo que de verdad fué, porque en sus cartas refiere que por los alardes se halló no faltaban de su campo mil y quinientos hombres entre la gente de á caballo

CAPITULO X.

Que el Concilio lateranense se abrió.

Antes que esta batalla se diese, el Papa en Roma se ocupaba en aprestar lo que era necesario para celebrar el Concilio lateranense al tiempo aplazado en sus edictos. Nombró en consistorio ocho cardenales y otras personas que atendiesen á esto, y mucho mas á dar órden en lo que á la reformacion de la ciudad de Roma y de su corte tocaba; que no era justo los prelados extranjeros hallasen desórdenes y vicios donde debia estar el albergue de toda virtud y honestidad. Juntaniente hacia instancia que los obispos de Sicilia y de Nápoles acudiesen, eso mismo los de España, en particular queria se hallasen en el Concilio los arzobispos de Toledo y de Sevilla, que eran dos prelados muy notables y grandes. Pretendia con su presencia autorizar aquel Concilio, y llegaba á ofrecer el capelo al de Sevilla. Su mayor ansia era desacreditar por estos medios el conciliábulo de Pisa que tenian junto los cardenales scismáticos. Ellos por este mismo tiempo trasladaron su junta á Milan, y con la nueva de la victoria ganada por los franceses, que sonaba mas de lo que era, pasaron tan adelante, que publicaron sus cartas contra el Papa, en que se contenia en sustancia que atento que una y muchas veces le suplicaron y amonestaron asistiese en el Concilio, ó señalase una de diez ciudades que nombraban, para que libremente se pudiese celebrar, por lo menos no impidiese ni molestase la prosecucion de aquel sínodo; y que en lugar de hacello así, habia sido causa de derramarse infinita sangre, sin dar esperanza alguna de reformar sus graves escán

dalos y vicios; por tanto, le declaraban por suspenso de toda administracion espiritual y temporal del pontificado, y la adjudicaban al santo Concilio, conforme & la determinacion de la sesion undécima del concilio de Basilea y de la cuarta y quinta del concilio de Constancia. Fijóse esta declaracion en las iglesias de Milan, Florencia, Génova, Verona y Boloña, atrevimiento y desacato que hizo maravillar á todo el mundo, y al Papa sirvió de espuelas para abreviar en dar principio al su Concilio lateranense. Abrióse á los 10 de mayo. Halláronse presentes los cardenales de Roma, muchos prelados que concurrieron de diversas partes. El mismo Pontífice quiso presidir en él para que todo tuviese mas autoridad y peso. En la primera junta, Egidio de Viterbo, general de los augustinos, y de los mayores predicadores que hobo en su tiempo en Italia, hombre erudito y grave, hizo un sermon muy elegante á propósito de lo que se debia tratar y remediar por los padres que allí estaban congregados, desta sustancia: « Años ha que por toda Italia á propósito de la revelacion de san Juan tengo predicado que se verian grandes trabajos en la Iglesia, y últimamente podiamos esperar su enmienda y reformacion. Alégrome que mi profecía no haya salido vana, pues casi en un tiempo nos vemos puestos en el extremo de los males y peligros, y tras ellos nos amanece la esperanza del remedio y de la bonanza despues de un tan recio temporal. Esta diferencia hay entre las cosas del cielo y las terrenas, que aquellas, como son eternas, no tienen necesidad de reparo; las humanas piden continuo cuidado para reformarse, por las alteraciones y mudanzas á que son sujetas. Lo que es la labor y riego en las plantas, lo que el sustento á los animales, esa necesidad tienen las costumbres de ser cultivadas. Que si esto pueden hacer los pastores, cada cual en su rebaño, la experiencía desde el tiempo del gran Constantino acá nos ha enseñado con cuánta mas eficacia se ejecuta cuando los prelados juntos en uno se animan y esfuerzan, ayudados del espíritu de Dios que les asiste, á poner la mano en la labor. ¿Quién desarraigó las herejías que de todo tiempo se levantaron? Los concilios. ¿Quién tuvo á raya los principes é los hizo temblar para que no hiciesen desaguisados y males? Los concilios. Por abreviar, ¿qué otra cosa sustenta hoy el lustre de la Iglesia, tiene en pié la religion y las ceremonias sagradas, hace que el pueblo se mantenga en piedad y obedezca á las leyes eclesiásticas? Por ventura, ¿no son los concilios? Que si el fruto es menor de lo que fuera razon, y los daños y vicios se ven crecer mas de lo que quisiéramos, mirad, padres, no sea la causa el haber aflojado en costumbre tan loable. Grande fuerza tienen estas juntas y grande eficacia; pero si las ayudamos con el ejemplo de la vida y nuestra modestia en todo, á imitacion de nuestra cabeza, que comenzó á hacer y á enseñar, como dice la Escritura. Buena es la enseñanza, y el trabajo que en ella se pone bien empleado; mas es menester esforzalla con el buen ejemplo y con la buena vida del que tiene oficio de enseñar. No me quiero detener en cosa tan clara. ¿Quién no ve los trabajos y males deste miserable siglo, las costumbres del pueblo tan sueltas, la ignorancia, ambicion y

deshonestidad en quien menos era razon, las demasías y robos, diré de los príncipes ó de sus soldados, ó de los unos y de los otros? Esos campos bañados con la sangre derramada mas que con las lluvias del cielo, ¿quién los puede mirar sin lágrimas? Estos y otros muchos males ó en este Concilio se han de remediar, ó no nos queda alguna esperanza. Grandes cosas habeis emprendido y acabado, Padre Santo; asegurar los caminos, castigar los salteadores, restituir á la Iglesia tantas ciudades cuantas ningun otro pontifice. Todavía la mayor os queda por hacer; esta es pacificar los príncipes cristianos y acabar con ellos vuelvan sus fuerzas contra el enemigo comun. Dejemos las armas corporales; con las que son propias nuestras hagamos guerra á los vicios y á los males, que son muchos y grandes; porque ¿cuándo la vida fué mas suelta? Cuándo la ambicion mas desenfrenada? Cuándo mayor libertad de hablar y sentir como cada cual quiere de las cosas divinas? Cuándo se vió mayor carnicería entre paganos y fieras que la de Bresa primero, y despues la de Ravena, cuya sangre aun no está del todo enjuta? Todo lo cual ¿qué son sino voces del cielo que amonestan y dicen la necesidad que teniamos de acudir á este postrer remedio y á esta sagrada áncora? El provecho para que sea mas colmado, se debe dar órden que en él se use de modestia, no haya voces ni ruidos; y sin embargo, todos tengan la libertad de hablar que antiguamente se tenia, aunque se traten cosas que toquen á cualquier persona, por grande que sea. Haced, padres, lo que es de vuestra parte, que Cristo os acudirá con su espíritu, y todos los santos del cielo con su ayuda. San Pedro y san Pablo, claras lumbreras del cielo, y patrones de la Iglesia santa y desta ciudad, oid uuestros gemidos. Poned los ojos de vuestra benignidad en nuestros daños. Ayudad á vuestra Iglesia, viña de vuestra labranza, y posesion de Dios; y la que librastes do la crueldad de los tiranos, no permitais perezca á manos de los que se llaman sus hijos y familiares. Comunicad fuerza del cielo á todos estos padres y santos prelados para que puestos los ojos en Dios y sin tener respeto á nadie, provean del remedio que tantas miserias piden y á todos nos es necesario. >>

CAPITULO XI.

Del princípio de la guerra de Navarra.

La tregua que se asentó entre el Emperador y venecianos y la diligencia del Cardenal sedunense obraron tanto, que los suizos se resolvieron de pasar en Italia en ayuda de la liga y de la Iglesia. Lo que les pudiera entibiar, que era la batalla de Ravena, eso les hizo apresurar tanto, que se halla que á los 19 de mayo estaban en Valcamonica, tierra de Bresa, en número diez y seis mil. Traian diez y ocho piezas de artillería de campo, sin otros seis mil que bajaban á la parte de Milan la via de Novara, y dos mil por la via de Bérgamo. Venia por general desta gente el baron de Altosajo, y en su compañía Mateo el Cardenal sedunense. Los franceses, sea por acudir á la parte de Guiena y por mandamiento de su Rey, como dicen sus historiadores, sea por miedo de tanta gente que acudia contra ellos de

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