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cipe de Viana por mujer á su hija menor. Estas y otras ofertas mal fundadas engañaron aquel Rey para que, pospuestas las obligaciones que tenia á Dios y sin respeto del deudo tan cercano con España, entrase en la liga de Francia, que fué despeñarse en su perdicion. En esto el marqués de Orset con su armada de Inglaterra, en que venian mas de cinco mil archeros, llegó al Pasaje, puerto de Guipúzcoa, á los 8 de junio. Fué á verse con él don Fadrique de Portugal, obispo de Sigüenza, que atendia en San Sebastian por órden del Rey para proveer á los ingleses de todo lo necesario. Juntábase en Castilla buen número de gente para hacelles compañía en aquella empresa, y por su general el duque de Alba. Pretendia el rey Católico acometer primero á Navarra por asegurar las espaldas y tener el paso y las vituallas seguras para la empresa de Guiena. Con este intento mandó juntar Cortes de la corona de Aragon en Monzon, y por presidente la reina doña Germana, y que se alistase toda la gente que ser pudiese de aquellos estados para ayudalle en aquella guerra, á que decia queria ir en persona. Resolvieron en aquellas Cortes de servir á su Rey por espacio de dos años y ocho meses con docientos hombres de armas y trecientos jinetes. El rey de Navarra, vista la tempestad que le amenaza ba, envió á su mariscal don Pedro de Navarra al rey Católico para dar algun buen corte. Venia en que para la seguridad que se pedia se entregasen algunas fortalezas suyas, como no fuesen la de Estella y San Juan de Pié de Puerto, que eran las mas importantes. Acordó el rey Católico que su gente ante todas cosas fuese sobre Pamplona, y pedia al marqués de Orset hiciese lo mismo; mas él se excusó con que no tenia comision de su Rey para hacer la guerra en Navarra; antes formaba queja contra el Rey porque no tenia á punto la gente, como tenian concertado, para romper por la Guiena. Decia que si acudieran luego, se apoderaran sin dificultad de Bayona por hallarse desapercebida, y con la dilacion dieron lugar á que le acudiese gente y se pusiese de tal manera en defensa, que con grande dificultad se podria ya ganar.

refresco en gran número, desamparada Italia, se volvian á su tierra. Quedaba el de la Paliza con alguna gente en lo de Lombardía, pero cada dia se le despedian soldados. Legaron á Verona, á los 27 de mayo, pasados de veinte mil suizos; tomáronla sin dificultad á causa que los franceses desampararon la ciudad y el castillo. Aquí se acordó que Pablo Capelo con el ejército de la señoría, que era setecientos hombres de armas, ochocientos caballos ligeros y cuatro mil infantes, se juntase con los suizos. Fueron sobre Valesio, do se recogieron los franceses de Verona, que tambien desampararon esta plaza sin acometer á defenderse ni atajar el paso á los enemigos, que fuera fácil por estar el rio Mincio en medio. Siguieron los suizos el campo de Francia, que se retiró á Pontevico, y desde allí á Cremona, sin hallar lugar seguro en que afirmarse ni arriscarse á venir á las manos, tanto mas, que el Emperador tuvo forma para que los alemanes que quedaban en el ejército francés se despidiesen; cosa que puso tanto miedo al de la Paliza, que no paró hasta retirarse á Aste en lo postrero del ducado de Milan con intencion de desamparar á Lombardía. Con esto las ciudades se levantaron, en particular Cremona, que se dió al Cardenal sedunense en nombre del imperio. Milan con casi todas las demás ciudades de aquel estado se rindió á los vencedores. Ravena otrosí volvió á poder del Papa. Todos los elementos parece se conjuraban en daño de Francia. Con estos principios tan prósperos el de Gursa y don Pedro de Urrea, que venian con este ejército, pre- | tendian haber á Maximiliano Esforcia para restituille en aquel ducado y hacer la guerra con mas calor y proceder en aquella empresa con mayor justificacion. Los cardenales scismáticos, por no estar seguros en Milan, se pasaron á Francia. En esta revolucion tan grande de cosas las ciudades de Placencia y Parma se dieron de su voluntad al Papa, que pretendia le pertenecian como miembros del antiguo exarcado de Ravena, que donaron á la Sede Apostólica los reyes de Francia, segun de suso queda notado. En España continuaba el rey Católico en requerir al de Navarra le asegurase bastantemente que por aquella parte no le haria daño alguno. Como no venia en dar á su hijo el príncipe de Viana, contentábase que pusiese sus fortalezas en poder de alcaides naturales de aquel reino, pero que fuesen á su contento. Vino á Búrgos Ladron de Mauleon de parte de aquel Rey, mas sin poderes bastantes ni comision para concluir. Ofrecia el embajador de Navarra que se daria seguridad que por aquel reino no se haria ofensa á la causa de la Iglesia. No venia en asegurar que por los demás estados que tenian en Francia se haria lo mismo. Diósele por resoluta y final respuesta que diesen seguridad que estarian neutrales, ó si ayudaban al Francés por lo de Bearne, que lo misino hiciesen con la liga por lo de Navarra. Tenia aquel Rey gran recelo que despues de la muerte de Gaston de Fox el rey Católico pretenderia apoderarse de aquel reino por la reina dona Germana, como heredera de su hermano y de sus acciones y derechos. Prometia monsieur de Orbal, embajador en Navarra del rey de Francia, que en tal caso su señor acudiria á aquellos reyes con todas sus fuerzas; y aun ofrecia que daria al prín

CAPITULO XII.

El rey Católico se apoderó de Navarra.

Entreteníase el duque de Alba en Victoria hasta que le viniese órden de lo que debia hacer. Tenia en Alava y en la Rioja y Guipúzcoa su gente, que eran mil hombres de armas, mil y quinientos jinetes y seis mil infantes. Iban por coroneles de la infantería Rengifo y Villalva; llevaban veinte piezas de artillería, y por capitan della Diego de Vera. Llegó al Duque órden del Rey en que le mandaba se encaminase con toda su gente á Pamplona, cabeza del reino de Navarra. Hizose así: entró en aquel reino un miércoles á 21 de julio. Llevaba la avanguardia don Luis de Biamonte, forajido de Navarra y despojado de su estado. Era la reina doňa Catalina ida con sus hijos á Béarne, y el Rey se quedó en Pamplona con intento de defender aquella ciudad; pero como quier que el Duque halló la entrada y camino llano, el Rey, por ver las pocas fuerzas que tenia, se retiró á la villa de Lumbierre. Con su ausencia los de

Pamplona hicieron sus conciertos y se entregaron al Duque el mismo dia de Santiago. Querian hacer lo mis mo casi todos los lugares de aquel reino. El rey don Juan, por prevenir este daño y reparar sus haciendas lo mejor que pudiese, envió tres comisarios al Duque con poderes bastantes para concertarse, resuelto de aceptar las leyes que le pusiesen. Hízose el asiento, que en sustancia era remitirse á la voluntad del rey Católico para cumplir todo lo que ordenase y por bien tuviese; cuya resolucion fué que aquel Rey le entregase todo el reino de Navarra para tenelle en depósito hasta tanto que las cosas de la Iglesia se asentasen, y despues lo que su voluntad fuese; asimismo que entregase al príncipe de Viana, su hijo, para que estuviese y se criase en Castilla; condiciones tales y tan ásperas cuales se podian esperar de un vencedor. Con esto el rey don Juan, perdida la esperanza de poderse valer en Navarra, pasó los puertos. Las villas y lugares, luego que fueron requeridas de paz, enviaron sus procuradores á entregarse. Sola la fortaleza de Estella y los del val de Escua, confiados en la esperanza de la montaña, no vinieron en lo que los demás. Los roncaleses venian en rendirse, pero pedian se les concediesen los fueros y libertades de Aragon. En esta sazon la gente francesa, que venia en socorro de aquel reino, era llegada á Bearne. El rey Católico, para de mas cerca dar órden en todo, de Búrgos, do estuvo muchos meses, pasó á Logroño. Acudieron con gente Manuel de Benavides y don Luis de la Cueva y don Iñigo de Velasco, condestable de Castilla, á servir en aquella guerra. El obispo de Zamora don Antonio de Acuña, en nombre de la Sede Apostólica, fué á Pamplona los dias pasados para avisar al rey don Juan tuviese por bien de apartarse de los que alborotaban la Iglesia, y dado que aquella su ida no hizo efecto alguno, el rey Católico acordó de envialle de nuevo á Bearne para declarar á aquel Rey las condiciones que se le habian puesto y amonestalle las guardase. Prendiéronle en Salvatierra sin tener respeto ni á su dignidad ni á que iba por embajador; y luego por mandado del rey don Juan fué entregado al duque de Longavila, general de la gente francesa, que alojaba en Bearne, y era gobernador de Guiena. Hacíanle algunos cargos para justificar aquella prision, en particular que se halló en la batalla de Ravena; verdad es que poco despues le enviaron á proseguir el tratado de la paz con rehenes, que dejó tres sobrinos, para seguridad de volver cada y cuando que dello fuese requerido. La conquista de Navarra fué tan fácil, que los franceses entraron en sospecha de algun trato doble y maña. Para quitar esta sospecha, el rey don Juan fué á verse con el de Francia para dar razon de todo; y en poder de los franceses entregó á Salvatierra para que se asegurasen de su voluntad y la pusiesen en defensa. Estaba el rey de Francia resuelto de acudir con todo su poderá las partes de Guiena hasta enviar allá, si necesario fuese, el Delfin con todos sus buenos capitanes y toda la gente que era vuelta de Italia; al contrario, el rey don Fernando ponia todo cuidado en asegurarse de los pueblos de Navarra. Hizo que los de Pamplona le jurasen y le prestasen sus homenajes, no ya como depositario de aquel reino, sino como á Rey. La causa

que para esto se alegaba fué que el rey don Juan no cumplió con lo capitulado, y por tanto quedaba el reino por el vencedor. Trataba con el mariscal de Navarra y con el conde de Santisteban que se le rindiesen. El de Santistéban, que poco despues llamaron marqués de Falces, se acomodó con el tiempo; el mariscal, comunicado el negocio con sus deudos, respondió que no hallaba camino para, salvo su honor, faltar á su Rey. La ciudad de Tudela, si bien entre las primeras envió sus procuradores para rendirse, no acababa de prestar los homenajes; entendíase deseaba ser recebida con los fueros y privilegios de Aragon. No desistió de esta porfia hasta tanto que el arzobispo de Zaragoza con gente que juntó se presentó delante aquella ciudad y hizo que pasase por lo que los demás pueblos de aquel reino; pretendian otrosí los vencedores asegurar el paso para Francia. Con este intento mandó el duque de Alba que el coronel Villalva con la gente de su regimiento, que eran tres mil infantes, y con trecientas lanzas pasase los montes y se apoderase de San Juan de Pié de Puerto. Hizose así, y poco despues el mismo Duque con todo su ejército se fué á poner en el mismo lugar. Allí vinieron por órden del rey Católico Hernando de Vega, comendador mayor de Castilla, y Diego Lopez de Ayala, varones de gran prudencia y de quien se hacia gran confianza. Con la ida del Duque á aquel pueblo se hicieron dos efectos, el uno atajar el paso á los franceses para que no alterasen lo de Navarra, lo segundo abrir el camino para pasar á la conquista de Guiena. Hacíase instancia con el marqués de Orset para que se viniese á juntar con nuestro campo y dar principio á la guerra de Guiena. Alegaban muchas razones por donde fué necesario asegurarse de Navarra. El General inglés se excusó con decir que era ya tarde para dar principio á nueva conquista, ca el otoño iba muy adelante; que el calor con que su gente vino, con aquella tardanza se apagara, y muchos dellos enfermos. Esto decia en lo público; de secreto y entre los suyos se quejaba que los burlaron en efecto, y que el rey Católico solo pretendia con su venida hacer su negocio, que era apoderarse de Navarra, sin curar de la conquista de Guiena; que sus acciones y término daban bien á entender su intencion; finalmente, que se resolvia, como lo hizo, de dar la vuelta á Inglaterra, pues el invierno se acercaba, y por estas partes no se hacia cosa alguna sino gastarse la gente y consumirse. Bien es verdad que algunos sospecharon, segun que Antonio de Nebrija lo escribe, que el marqués buscó estos achaques por estar él y los suyos prendados con el oro de Francia.

CAPITULO XIII.

De las cosas de Italia.

Las cosas de Italia se trocaron no de otra suerte que si los franceses quedaran vencidos en la batalla de Ra vena. Movió el duque de Urbino con la gente del Papa para dar la tala á Boloña. Saliéronse los Bentivollas de la ciudad, y los boloñeses alzaron las banderas del Papa. Los cardenales de Estrigonia y Nantes, que se hallaban en Francia, y el del Final, que sobrevino, trataban

Querian tomar alguna buena resolucion á causa que los venecianos asimismo se declaraban en que el Virey no pasase á Lombardia; y con su gente tenian acordado de ir sobre Bresa, que se tenia por Francia, y en su guarda el señor de Aubeni con mas de tres mil soldados. Los embajadores del Emperador y rey Católico querian se ganase con el campo de la liga y se tuviese en su nombre. Acordaron empero que no se rompiese por entonces con Venecia, sino que el Virey tomase la empresa de Florencia en favor de los Médicis, que andaban desterrados de aquella ciudad. Hízose así; dió la vuelta á Módena, do quedaba su gente. Llevaba en su compañía á Julian de Médicis; y el cardenal Juan de Médicis, su hermano, ya libre por cierto accidente do la prision, le esperaba en Boloña con la artillería. Asimismo Próspero Colona últimamente se juntó con los demás. Detúvose tanto porque en la Marca por órden del Papa se le impidió el paso. En esta sazon se acordó que Maximiliano Esforcia, que ya se intitulaba duque de Milan, pasase á Italia para acabar de allanar con su presencia lo de Lombardía, donde la gente del Papa so apoderó de Parma y Placencia, ciudades de aquel ducado, con color que pertenecian de tiempo antiguo, como queda tocado, á la Iglesia. En Roma falleció don Pascual, obispo de Búrgos, de la órden de Santo Domingo, varon de muy santa vida, que ordinariamente todos los años iba á Roma en peregrinacion, y á la sazon se hallaba allí por causa del Concilio. Fallecieron otrosí los arzobispos de Aviñon y el de Rijoles, prelados notables. Estas enfermedades y otras causas hicieron que el Concilio, celebradas solas dos sesiones, se prorogase hasta principio de diciembre. El Papa pretendia mucho se tratase en él de hacer guerra al Turco por estar divididos los hijos de Bayazete; lo cual pasó tan adelante, que Seliu, el hijo menor de aquel Príncipe, con favor de los genizaros en vida de su padre se apoderó de aquel grande imperio, y poco adelante dió la muerte á Acomate y Corcuto, sus hermanos mayores. Parecia esta buena ocasion para tomar los cristianos aquella empresa, dado que los maliciosos decian que esta pretension del Papa se enderezaba á sacar los españoles de Italia con aquel color y maña.

de reconciliar aquel Rey con la Iglesia, de que al principio tuvieron buenas esperanzas; mas el Papa acordó de publicar su bula en que ponia entredicho en el reino de Francia, descomulgaba á su Rey, y absolvia del juramento de la fidelidad á los de Guiena y Normandía. Y porque en la ciudad de Leon dieron acogida á los cardenales scismáticos, mandó pasar las ferias á Ginebra, do antiguamente solian estar. Trataba el embajador Jerónimo Vic de concertar al duque de Ferrara con el Papa por medio de Fabricio Colona. Concertóse que pusiese en libertad los prisioneros que tenia en su poder y viniese á Roma á pedir perdon. Hízolo así. Vinieron en su compañía Fabricio Colona y Hernando de Alarcon. Entró en consistorio público con ropa de terciopelo negro y sin bonete. Tratóle muy mal de palabra el Papa; pero en fin le absolvió, aunque no le hizo restituir á Regio, como tenian concertado que se le daria su estado enteramente, antes trató de poner su persona en prision, y todavía queria le diese á Ferrara. Segun era su condicion, no desistiera desta pretension. Ganó Fabricio por la mano y le acompañó hasta le poner en salvo. El virey de Nápoles rehizo un muy buen ejército en pocos dias. Partió la via del Abruzo con intento de hacer allí alarde de la gente que llevaba; halló que con los dos mil españoles que trajo á la sazon el comendador Solís llegaban á siete mil infantes. Llevaba cargo de la infantería el marqués de la Padula ; y porque en el Aguila en cierto ruido él mismo se lirió en la mano, se encomendó aquel cargo al comendador Solís. Los hombres de armas eran hasta mil y docientos; los caballos ligeros quinientos y cincuenta. Sin estos Próspero Colona se ponia en órden con otros cuatrocientos caballos; diósele cargo de la avanguardia. En la batalla iban el conde de Golisano y el duque de Trageto y Antonio de Leiva. En la retaguardia Alonso de Carvajal, señor de Jodar, con otros buenos caudillos. Entre los capitanes de la infantería uno era Juan de Urbina, que se señaló mucho adelante en las guerras de Italia. Con esta gente se hallaba el Virey cuando le vino mandato de parte del Padre Santo que no pasasen adelante á causa que lo de Lombardía quedaba llano y no era menester mas gente para acabar. Fué siempre su intencion de echar todos los transmontanos de Italia; y como para echar los franceses se ayudó del poder de España, así con ayuda de los potentados de Italia queria hacer lo mismo de los españoles; mas sin embargo, el Virey con todo su campo por la Marca de Ancona pasó á Fermo. Desde allí entre Forli y Faenza se encaminó la vuelta de Boloña. Llegó al castillo de San Pedro en sazon que le vinieron embajadores de parte de los suizos para requerille no pasase adelante, que de otra manera le saldrian al camino ; que los franceses ya salieron fuera de Lombardía, y para sujetar las plazas que se tenian por Francia, ellos tenian fuerzas bastantes; todas trazas del Papa. Respondió el Virey que él era general de la liga, y no podia dejar de hacer lo que los príncipes confederados le mandasen. Con esto pasó á Boloña; desde allí á Módena para verse con el de Gursa en Mantua, segun que tenian acordado. Acudieron á las vistas el conde de Cariati y don Pedro de Urrea. Fué esta junta por mediado agosto.

CAPITULO XIV.

Que el Gran Capitan no pasó á Italia.

es

Pasó el Virey con su campo la via de Florencia, segun que quedó acordado. La voz era que pretendia restituir aquella república en su libertad y hacer que se reconciliase con la Iglesia y no diese favor á los scismá→ ticos. Llegó sin hallar resistencia hasta Prato, que e una villa á diez millas de Florencia. No se quisieron rendir los de dentro, confiados en el gran número de soldados que tenian. Plantóse la artillería, aportillaron el muro, y á los 29 de agosto entraron por fuerza al pueblo. La alteracion de Florencia por esta pérdida fué grande. Acordaron concertarse con el Virey. Para hacer esto mas libremente quitaron el cargo de confalonier, que era como gobernador ó capitan, á Pedro Soderino. Recibiólos el Virey con muestras de mucha benevolencia. Asentaron su confederacion, que en sumá

era perdonar á los de Médicis y de Pacis y restituillos en sus bienes; demás desto, entrar en la liga, apartarse de Francia y ponerse debajo la proteccion del rey Católico. Entonces ellos para muestra de mayor voluntad nombraron por su capitan general al marqués de la Padula. Sirvieron con alguna cantidad de dinero para el gasto de la guerra. Lo mismo hicieron las ciudades de Sena y Luca que se pusieron en la proteccion de España. Sucedió por el mismo tiempo que Jano María de Campofregoso entró con los de su bando en Génova, y en favor de la liga fué elegido por duque de aquella ciudad, con que los pueblos de aquel estado se comenzaron á desviar de la sujecion de Francia. Para que esto se llevase adelante, mandó el rey Católico que el capitan Berenguel de Olms con sus galeras acudiese á aquellas marinas. Todas las cosas de Italia le sucedian tan prósperamente como él mismo las pudiera pintar; que fué causa de sobreseer en la ida del Gran Capitan á Italia y principio de desbaratalla del todo, lo cual pasó desta manera. Luego que se perdió aquella memorable jornada de Ravena, todos pusieron los ojos en el Gran Capitan, cuyo crédito era tan grande, que sola su presencia entendian seria bastante para soldar aquella quiebra. Comunmente cargaban al Virey de poca experiencia, y al conde Pedro Navarro de temerario, y que por esta causa sucedió aquel revés. El mismo rey Católico, si bien se recelaba de la voluntad de aquel caballero por el mal tratamiento que le hizo, acordó de envialle á Italia. Llamóle para esto á Búrgos, do á la sazon residia. Aceptó el cargo de buena gana, y para aprestarse partió para Málaga. Fué cosa maravillosa la gente que le acudia de todas partes luego que se publicó este viaje; parecia que se despoblaba España. El Rey, que tenia intento de proseguir la empresa de Navarra y no gustaba de tanto aplauso, limitó el número; mandó que pasasen con él solos quinientos hombres de armas y dos mil infantes. Sin embargo, los mismos de la guarda y infantería ordinaria del Rey se despedian por pasar á Italia con tan buen caudillo y tan dichoso, que parece era el artífice de su buena ventura. La mayor parte de los caballeros de Castilla y Andalucía se apercebian para servir á su costa; tan grande era la repu tacion del Gran Capitan, y tan grande la voluntad que todos tenían de hacelle compañía. Cuanto mayor era el calor con que todo se aprestaba, tanto mas se entretenia el Rey con esperanza que el Virey con algun buen suceso se repararia en su crédito, á quien él amaba tanto, que algunos se confirmaban en la imaginacion que se tenia de que era su hijo. Como las cosas de Italia tomaron el término que se ha dicho, el Rey se determinó de envialle á mandar resolutamente que sobreseyese en su pasada por todo el invierno; y entre tanto se descargase de toda la costa ordinaria y diese órden que todos los caballeros y continuos de su casa que iban con él, le fuesen á servir en la guerra de Navarra. Este mandato, que recibió el Gran Capitan en Córdoba á los primeros de setiembre, le dió la pena que se puede pensar. El sentimiento de la gente fué tan grande, que ningun capitan de hombres de armas quiso ir á servir en aquella guerra de Navarra, fuera de Gutierre Quijada. El Gran Capitan escribió cartas

muy sentidas sobre el caso, en que se quejaba de los malsines, de cuyas celadas ¿quién se puede guardar? y de su desgracia, que tales servicios se recompensasen con tal paga. Sobre todo, mostraba sentir dos cosas: la una su honra, que todos sospecharian por aquel disfavor algun mal caso de su parte, y á él seria forzoso pasar por la grita de lo que todo el mundo dijese y imaginase; la segunda que no se hiciese gratificacion á aquellos caballeros que gastaron sus haciendas y se empeñaron por acompañalle. Llegó el disgusto á término, que envió un caballero de su casa á pedir licencia para irse á su estado de Terranova como en destierro; mas el Rey respondia con palabras blandas, como lo sa-bia muy bien hacer, gran maestro en disimular. Decia que su ida no era necesaria por estar ya los franceses fuera de Italia, y que no era conveniente enviar de nuevo gente de España en sazon que el Papa tralaba' de echar todos los españoles de Italia; cuanto á la ida de Terranova, se mostró mas duro, y le persuadia seria mejor retirarse á su casa en Loja. Pasó tan adelante este disfavor, que no le quiso proveer la encomienda mayor de Leon, que le envió á pedir por muerte de Garci Laso de la Vega, y se proveyó á don Hernando de Toledo. Lo mismo sucedió en la encomienda de Hornachos, que vacó por el mismo tiempo ; que fué notable desden y desvío. De que hallo yo dos causas las mas verdaderas: la una particular, que el rey don Fernando no estaba satisfecho de la voluntad deste caballero, y aun se quejaba de inteligencias que diversas veces trajo en su deservicio, en que le parecia disimular por lo que sirvió los tiempos pasados; la segunda es comun á todos los príncipes, que cuando los servicios son inuy grandes, miran á los que los hicieron como acreedores; y cuando llegan á ser tales que no se pueden pagar buenamente, se suelen alzar con la deuda y responder con ingratitud, como quier que sea cosa mas ordinaria castigar la ofensa que remunerar el servicio. A la verdad, ningun premio ni honra se debia negar á un tan excelente varon; pero ¿quién acabará con los reyes que con estas consideraciones enfrenen sus desgustos? Quién irá á la mano á sus sospechas, mayormente avivadas con la malicia de sus cortesanos?

CAPITULO XV.

Del cerco de Pamplona.

Entreteníase el duque de Alba en San Juan de Pié do Puerto. Hacia su genté algunas salidas, y ganaban algunos lugares de poca consideracion. Diego de Vera con gran trabajo hizo pasar allá la artillería. Pusiéronse los duques de Borbon y Longavila, el de Mompensier, el de la Paliza, y Lautreque en Salvatierra, villa de Bearne, y otros lugares comarcanos para hacer rostro á nuestro campo. Tenian ochocientos hombres de armas y ocho mil infantes. El Delfin tenia otro gran número de gente en Garriz para ayudar á esta empresa. Esperaban de cada dia que el rey don Juan acudiese con su gente, que ponia en órden para pasar á Navarra; con esta esperanza los del valle de Salazar y Roncales se alzaron contra los de Castilla. El mariscal de Navarra, que hasta entonces estuvo neutral, se declaró al tanto por

Navarra, y de Tudela, donde vino el rey Católico á recebir la Reina, que despedidas las Cortes de Monzon se volvia, se fué á juntar con los franceses. Apresuróse con esta nueva el rey don Juan. Hay dos puertos para pasar de Navarra á la parte de Francia: el uno se dice Valderroncal, el otro Valderronzas. A la entrada de Valderronzas está San Juan de Pié de Puerto, do se hallaba el duque de Alba. Por la otra parte aquel Rey con su gente subió los montes mediado octubre. Llevaba en su compañía á monsieur de la Paliza. No tenian los de España tanta gente que pudiesen aventurarse á dar la batalla; acudieron empero diversos capitanes con su gente para atajalles el paso donde quiera que se estrechaban los montes. Entre los demás, Hernando de Valdés se fué á poner en Burgui con intento de defender aquella plaza, que era muy flaca. Acudió el campo enemigo, combatiéronla muy fuertemente, y dado que perdieron en el combate cuatrocientos hombres, la entraron con muerte de algunos de los de deutro. Entre los otros, el mismo Hernando de Valdés murió como buen caballero; díjose que se puso en aquel peligro, como despechado de que el Rey cuando volvió de la de Ravena, le dijo: Allá se quedan los buenos. El duque de Alba, visto el peligro en que estaba Pamplona, acordó dejar en San Juan á Diego de Vera con ochocientos soldados y docientas lanzas y veinte piezas de artillería, y él con la demás gente volver á pasar el puerto para proveer á la defensa de lo de Navarra. Pudieran los enemigos atajalle el paso; cegábales su suerte así en esto como en no acudir luego á Pamplona, que se entiende la tomaran sin dificultad. Su tardanza dió lugar á que le acudiese gente, y el Duque con su campo se metiese dentro, con que mucho se aseguraron las cosas, junto con la venida del arzobispo de Zaragoza, que llegó en esta sazon á Egea con hasta seis mil hombres de guerra. Entre los lugares que se rebelaron uno era Estella. Acudió don Francés de Navarra, y por trato que tuvo con los de dentro, entró y saqueó el lugar. Para cercar el castillo acudió con mas gente el alcaide de los Donceles, que le rindió; y asimismo los castillos de Cabrega, Monjardin y el de Tafalla, que estaba tambien alzado, se entregaron. Por el val de Broto, que es en las montañas de Jaca, entró con gente el senescal de Bigorra. Cargaron sobre Torla, ganaron el lugar, y al tiempo que le saqueaban, los de aquel valle se apelli daron, y dieron sobre ellos con tal fuerza, que juntados con los que del lugar quedaban, los desbarataron con muerte de mas de dos mil dellos y pérdida del fardaje y de algunos tiros de campo que traian. El rey don Juan con su gente llegó á dos leguas de Pamplona. Asentó y forlificó su campo en Urroz. Esperaba que los de Pamplona se declarasen por él. Los nuestros tenian prevenido este peligro con hacer salir de la ciudad docientos vecinos, gente sospechosa. Por otra parte, en la Puente de la Reina, que está cerca de allí, se juntaba mucha gente para dar socorro á Pamplona, y si fuese necesario, dar la batalla á los franceses. Acudieron mil y quinientos soldados de Trasmiera y Campos, y novecienLos que de Bugia aportaron á Barcelona en compañía de Lope Lopez de Arriaran. Acudió poco despues al mismo lugar la gente de Aragon. Por general deste campo se

ñalaran al duque de Najara. Servia muy bien el conde de Santisteban don Alonso de Peralta; por tenelle mas obligado le dió el rey Católico título de mariscal de Navarra, y poco despues de marqués de Falces. Aun no se ponia cerco á Pamplona, á causa que los franceses aguardaban golpe de gente que les enviaba el Delfin. El de la Paliza andaba descontento por ver que ninguna cosa le sucedia conforme á su pensamiento. Púsose el campo francés en parte que pudiese atajar los mantenimientos que venian á la ciudad; otra parte del ejército francés que quedaba allende los montes, para divertir las fuerzas del rey Católico entró por la frontera de Guipúzcoa. Dió vista á Fuente-Rabía. Púsose sobre San Sebastian. Venia por caudillo desta gente monsieur de Lautreque, que se determinó de combatir aquella villa. A la sazon se hallaba dentro don Juan de Aragon, hijo del arzobispo de Zaragoza, que pasaba á Flándes para asegurar que no le queria el rey Católico dejar el reino de Nápoles, como sospechaba el Emperador. Eu su compañía iba Juan de Lanuza para residir en la corte del Principe con cargo de embajador. Con su presencia la gente de dentro se defendió con tanto esfuerzo, que aunque era poca, los franceses se volvieron á Rentería, y desde allí, porque los naturales no les tomasen el paso, se recogieron en Guiena. Este acontecimiento fué en sazon que el duque de Calabria trataba secretamente de pasarse de Logroño, do á la sazon estaba, al campo francés, con promesa que le hacia el rey de Francia de ponelle en posesion del reino de Nápoles. Fué preso con otros cuatro, por cuyo medio se traian estas inteli gencias. Lleváronle primero al castillo de Atienza, despues al de Játiva, en que estuvo algunos años; los medianeros fueron arrastrados y muertos; ¿en qué paran las desgracias y las trazas mal concertadas? El tiempo iba muy adelante y era poco á propósito para estar en el campo. Acordaron los franceses que se hallaban sobre Pamplona de abreviar. Están dos monasterios de monjas fuera de los muros, el uno de Santa Engracia, el otro de Santa Clara; en estos ejercitaron su crueldad los franceses, que los saquearon, sin tener respeto á ninguna cosa sagrada. Llegó la irreverencia á término que un capitan aleman', abierto el tabernáculo por robar la custodia, con sus manos sacrilegas echó el santísimo Sacramento en el altar. Díjole la sacristana : ¿Cómo os atreveis á hacer tal desacato? Respondió el aleman: Este no es Dios de los alemanes, sino de los españoles; principio de las herejías que poco despues brotaron, sacrilegio que pagó el miserable con la vida, ca en breve, como otro Júdas, reventó. Asentaron su artillería, dieron por dos veces el combate á la ciudad con tanta furia de artillería, que estuvo en gran peligro de ser entrada; mas los de dentro se defendieron muy bien. Señaláronse entre los demás el coronel Villalva y don Hernando de Toledo, Hernando de Vega, Antonio de Fonseca y otros muchos; murió Juan Albion, caballero principal de Aragon. El duque de Najara por lo alto de la sierra que llaman Reniega, se mostró con su gente, que eran seis mil infantes, sin la caballería, con intento de acometer el real de los enemigos, por lo menos atajalles las vituallas. En su compañía iban los duques de Segorve y Villahermosa, el marqués de Aguilar, los

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