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ron á Paris sobre el caso, se concertó el casamiento á los 24 de marzo. Señaláronle en dote seiscientos mil ducados, los docientos mil en dinero, y por los cuatrocientos mil el ducado de Berri. Esto era en sazon que el Príncipe era salido de tutela, y el Emperador y princesa Margarita, sus tutores, le emanciparon y pusieron en el gobierno de aquellos estados de Flandes. Restaba de ganar al rey don Fernando. El de Lautreque, gobernador de la Guiena, movió plática al marqués de Comares que la tregua se continuase por término de otro año. Elrey Católico por entender el juego, como no era dificultoso, no quiso venir en ningun sobreseimiento de guerra con aquel Príncipe, si no fuese universal por estas fronteras y por Italia; antes para prevenirse hacia instancia que se asentase la liga general ya platicada para hacer guerra al Turco y para defensa de los estados de cada cual de los confederados. Junto con esto, venia en que se concertase otra nueva alianza que el Papa movió al Emperador por medio del cardenal de Santa María, en Pórtico, Bernardo Bibiena, en daño de venecianos, cuyas condiciones eran que Verona, Vicencia, el Frioli y el Treviso quedasen por el Emperador; Bresa, Bérgamo y Crema se entregasen al duque de Milan, en recompensa de Parma y Placencia, ciudades con que el Papa se queria quedar para dallas á Julian, su hermano. Con esto parecia al rey Católico se aseguraba el duque de Milan, y venia en que casase con una de las hermanas del príncipe don Carlos ó con la princesa Margarita ó con la reina de Nápoles, su sobrina, todos casamientos muy altos. Tuvo el rey Católico la Semana Santa en la Mejorada, con resolucion de juntar á un mismo tiempo Cortes de las dos coronas, las de Castilla en Búrgos, las de Aragon en Calatayud. Despachó sus cartas en Olmedo á los 12 de abril, en que mandaba se juntasen las de Aragon para los 11 de mayo. Para presidir en ellas envió á la Reina, para lo cual estaba habilitada, con órden que, concluidas aquellas Cortes, pasase á Lérida á hacer lo mismo en las de los catalanes, y despues á Valencia á las de los valencianos. Con esto partió el rey para Burgos por hallarse allí al tiempo aplazado. Todo se enderezaba á recoger dinero para la guerra que amenazaba por diversas partes. Acordaron las Cortes de Burgos de servir con ciento y cincuenta cuentos, grande servicio y derrama, Movióles á hacer esto la union que el rey Católico entonces hizo del reino de Navarra con la corona de Castilla, si bien de tiempo antiguo estuvo unido con Aragon, y parecia se podia con razon pretender le pertenecia de presente, pues se ayudó para la conquista, y el mismo que la conquistó era rey propietario de Aragon. El Rey empero tuvo consideracion á que los navarros no se valiesen de las libertades de aragoneses, que siempre fueron muy odiosas á los reyes. Además que las fuerzas de Castilla para mantener aquel estado eran mayores, y en la conquista, en gente, en dinero y capitanes sirvió mucho mas. Lo que da á entender este auto tan memorable es que el rey Católico no tenia intencion de restituir en tiempo alguno aquel estado, y que le tenia por tan suyo como los otros reinos, sin formar algun escrúpulo de conciencia sobre el caso; así lo dijo

él mismo diversas veces. Las razones que justificaban esta su opinion eran tres : la primera la sentencia del Papa, en que privó á aquellos reyes de aquel reino; la segunda una donacion que hizo á los reyes de Castilla del derecho que tenia á aquel reino ó corona la princesa doña Blanca, primera mujer del príncipe don Enrique, que despues fué rey de Castilla, el cuarto de aquel nombre, cuando el rey don Juan de Aragon, su padre, le entregó en poder de Gaston y de su hermana doña Leonor, sus enemigos declarados, que no pretendian otra cosa sino dalle la muerte para asegurarse ellos en la sucesion de Navarra, y era justo vengar aquella muerte con quitar el reino á los nietos de los que cometieron aquel caso tan feo, especial que doña Blanca era hermana del rey don Fernando. Otra razon era el derecho que pretendia tener á aquella corona la reina doña Germana despues de la muerte de su hermano Gaston de Fox, que si por este derecho no pudo el Rey, su marido, unir aquel reino con Castilla, puédese entender que se hizo con su beneplácito, pues se halla que tres años adelante, en las Cortes de Zaragoza, renunció aquel su derecho y traspasó en el príncipe don Carlos, ya rey de Castilla y Aragon. La suma de todo, que Dios es el que muda los tiempos y las edades, trasfiere los reinos y los establece, y no solamente los pasa de gente eu gente por injusticias y injurias, sino por denuestos y engaños. Tratábase que aquel reino de Aragon sirviese con alguna buena suma de dineros para los gastos de la guerra en las Cortes que se hacian de aragoneses en Calatayud. Los barones y caballeros para venir en ello porfiaban que se quitase á sus vasallos todo recurso al Rey. Estuvieron tan obstinados en esto, que las Cortes se embarazaron algunos meses. Trabajaba el arzobispo de Zaragoza lo que podia en allanar estas dificultades, y visto que por Cortes no se podia alcanzar se otorgase servicio general, dió por medio que se tratase con cada cual de las ciudades le concediesen en particular. El Rey, dado que se hallaba en Búrgos muy agravado de su dolencia, tanto, que una noche le tuvieron por muerto, acordó partir para Aragon; creia que con su presencia todos vendrian en lo que era razon. Envió á mandar á su vicecanciller Antonio Augustin que se fuese para él, porque tenia negocios que comunicalle. Luego que llegó á Aranda de Duero, do halló al Rey, fué preso en su posada por el alcalde Hernan Gomez de Herrera y llcvado al castillo de Simancas. Muchas cosas se dijeron desta prision; quién entendia que tenia inteligencias, con el príncipe don Carlos en deservicio del Rey; quién que no tuvo el respeto que debiera á la reina doña Germana. Puédese creer por mas cierto que en aquellas Cortes no terció bien con los barones, y que con su castigo pretendió el Rey enfrenar á los demas. Dejó en Segovia al Cardenal con el Consejo real. Apresuróse para Calatayud, y en su compañía llevó al infante don Fernando. No pudo acabar con los barones que desistiesen de aquella porfía tan perjudicial al ejercicio de la justicia. Apretábale la enfermedad; y aun se dice que la famosa campana de Vililla daba señal de su fin; mensajera de cosas grandes y de muertes de reyes. Así sc tiene en Aragon comunmente; la verdad ¿quién la ave

so de Alburquerque se hallaba en Ormuz, muy trabajado de una enfermedad y desconcierto de vientre, que le acabó. Compuestas las cosas de aquella isla, con deseo antes de su muerte de ver á Goa, en que tenia puesta su aficion, se embarcó. En el mar tuvo aviso de la llegada de su sucesor. Alteróse grandemente de primera instancia. «Dios eterno, dijo, ¡ de cuántas miserias me hallo rodeado! Si contento al Rey, los hombres se ofenden; si miro á los hombres, incurro en la desgracia de mi Rey. A la Iglesia, triste viejo, á la Iglesia, que ningun otro refugio te queda.» Mostró esta flaqueza, á lo que yo creo, por la congoja de la enfermedad, que todo lo hace desabrido, ó por sentir mucho que las calumnias hubiesen tenido fuerza contra la verdad, porque luego como vuelto en sí: «Verdaderamente, añadió, Dios es el que gobierna el corazon de los reyes, revuelve y ordena con su providencia todas las cosas. ¡Qué fuera de la India si despues de mi muerte no se hallara quien me sucediera en el cargo! ¡Cuán gran peligro corriera todo!» Dicho esto, se sose

riguará? ¿Cuánta vañidad y engaños hay en cosas semejantes? Por esto, sin concluir cosa alguna en lo del servicio general', por el otoño dió vuelta á Madrid. La Reina, despedidas las Cortes de Calatayud, pasó á Lérida á tener las Cortes de Cataluña. Al mismo tiempo que las Cortes de Castilla y Aragon se celebraban, en Viena de Austria se juntaron el Emperador y los hermanos Sigismundo, rey de Polonia, y Ladislao, rey de Hungría, con el hijo del húngaro Luis, rey que ya era de Bohemia. Llegaron á aquella ciudad á los 17 de julio. La causa desta junta fueron los casamientos que se celebraron, el dia de la Madalena, de los infantes don Fernando y doña María, su hermana, con los hijos del rey de Hungría, Ana y Luis, rey de Bohemia. Halláronse presentes á las fiestas, que fueron grandes, los tres desposados. La ausencia del infante don Fernando suplió como procurador suyo el Emperador, su abuelo. Desposólos Tomás, cardenal de Estrigonia, legado de la Sede Apostólica. Es de notar que como los infantes don Fernando y doña María eran nietos del rey don Fernando, bien así Luis y Ana, su hermana, eran bisnie-gó. Aumentósele con la navegacion la dolencia. Mandó tos de doña Leonor, reina de Navarra, hermana del rey don Fernando; ca Catalina, hija de doña Leonor, casó con Gaston de Fox, señor de Candala, cuya hija, por nombre Ana, casó con Ladislao, rey de Hungría, y parió á Luis y Ana. Tan extendida estaba por todo el mundo la sucesion y la sangre del rey don Juan de Aragon, padre del rey don Fernando.

CAPITULO XXV.

De la muerte de Alonso de Alburquerquo. Grandes fueron las cosas que Alonso de Alburquerque, gobernador de la India Oriental, hizo en el tiempo de su gobierno; mucho le debe su nacion por haber fundado el señorío que tiene en provincias tan apartadas. Hallábase viejo, cansado y enfermo; muchos émulos, como no era posible contentar á todos, acudian con quejas á Portugal. Acordó el rey don Manuel de proveer en todo con envialle sucesor en el cargo que tenia. Escogió para ello á Lope Juarez Alvarenga, persona de prendas y esperanzas y muy inteligente en las cosas de la India. En su compañía iba Mateo, embajador del Preste Juan, y juntamente Duarte Galvan para que fuese en embajada de parte suya á aquel Príncipe. No pudo ir por la muerte que le sobrevino. En su lugar fué los años adelante Rodrigo de Lima, y llevó en su compañía á Mateo, que falleció antes de llegar á aquella corte, y á Francisco Alvarez, sacerdote, cuyo libro anda impreso de todo este viaje, curioso y apacible. El nuevo Gobernador, en menos de cinco meses, que fué navegacion muy próspera, partido de Lisboa, llegó á Goa á los 2 de setiembre, en sazon que la reina de Portugal, cinco dias adelante, parió un hijo, que se llamó don Duarte, príncipe dotado de mansedumbre, y muy cortés en su trato, dado á la caza y á la música; falleció mozo, y todavía dejó en su mujer un hijo de su mismo nombre, y dos hijas, de las cuales dona María casó con Alejandro Farnesio, príncipe entonces, y despues duque de Parma; doña Catalina fué y es hoy duquesa de Berganza. Cuando Lope Juarez aportó á Goa, Alon

que de Goa, que estaba cerca, le trajesen su confesor,
con quien comunicó sus cosas, y cumplido con todo lo
que
debia á buen cristiano, una mañana dió su espíri-
tu. Señalado varon, sin duda de los mayores y mas va-
lerosos que jamás España tuvo; su benignidad, su pru-
dencia, el celo de la justicia corrieron á las parejas,
sin que en él se pueda dar la ventaja á ninguna destas
virtudes. Gran sufridor de trabajos, en las determina-
ciones acertado, y en la ejecucion de lo que determi-
naba muy presto; á los suyos fué amable; espantoso á
los enemigos. Mucho favoreció Dios las cosas de Por-
tugal en dar á la India los dos primeros gobernadores
tan señalados en todo género de virtud, de gran cora-
zon y alto, muy semejables en la prudencia, y no mc-
nos dichosos en todo lo que emprendian. Verdad es que
si bien se enderezaban á un mismo fin, que era ensal-
zar el nombre de Cristo y ponerse á cualquier peli-
gro por esto y por el servicio de su Rey y honra de su
nacion; pero diferenciábanse en los pareerces y en
los caminos que tomaban para alcanzar este fin. Fran-
cisco de Almeida, que fué el primer gobernador de la
India, era de parecer que las armadas de Portugal no
se empleasen en ganar ciudades en aquellas partes.
Las fuerzas de los portugueses eran pequeñas; Portu-
gal estaba muy lejos. Temia que si se dividian en mu-
chas partes, no podrian ser tan poderosos como era
menester para tan grandes enemigos. Parecíale que les
estaria mejor conservar el señorío del mar, con que
todas aquellas provincias los reconocerian. Alburquer-
que, por el mismo caso que la gente era poca y el so-
corro caia léjos, pretendia que en la India debian te-
ner tierras propias que sirviesen como de seminarios
para proveerse de gente, de mantenimientos y madera
para fabricar bajeles. Sin esto entendia no se podrian
mantener largo tiempo en el señorío del mar ni con-
servar el trato de la especería; pues una vez ú otra,
quier por la fuerza del mar, quier por el poder de los
enemigos, se podrian perder sus armadas. Finalmente,
que para asegurarse seria muy importante tener en su
poder algunos puertos y tierras por aquellas marinas,

do pudiesen acudir á tomar refresco y en cualquiera ocasion acogersc. Cuán acertado haya sido este parecer, el tiempo, que es juez abonado, lo ha bastantemente mostrado. Nunca se casó Alonso de Alburquerque, solo dejó un hijo que tuvo en una criada, en cuyo favor, poco antes que espirase, escribió al rey dor. Manuel estas palabras: «Esta será la postrera que escribo con >>muchos gemidos y muy ciertas señales de mi fin. Un »bijo solo dejo, al cual suplico que, atento á mis gran>>des servicios, se le haga toda merced. De mis trabajos »no diré nada mas de remitirme á las obras.» Sepultaron su cuerpo en la ciudad de Goa, en una capilla que él fundó con advocacion de nuestra Señora. El enterramiento fué sumptuoso, las honras reales, las lágrimas de todos los que se hallaron presentes muy de corazon, y muy verdaderos los gemidos. El Rey, cuando llegó esta nueva á Portugal, sintió su muerte tiernamente. Mandó llamar á su hijo; llamábase Blas; quiso que memoria de su padre, de allí adelante se llamase Alonso de Alburquerque. Heredóle, como era razon y debido, y casóle muy honradamente; vivió muchos años, y poco tiempo ha era vivo, y á su costa hizo ensanchar y adornar la iglesia en que á su padre enterraron. En Africa intentó el rey don Manuel de edificar un castillo á la boca del rio Mamora, que otro tiempo se llamó Subur, y junto á un estero que por allí hace el mar y está cien millas distante de Arzilla. Juntó una armada de docientas velas, en que iban ocho mil soldados, y por general Antonio Noroña. Partieron de Lisboa á los 13 de junio, y llegaron á la boca del rio á los 23. Comenzaron á levantar el castillo. Cargó tanta morisma, que fueron forzados á dejar la empresa y dar la vuelta á Portugal con vergüenza y pérdida de cuatro mil hombres y de la artillería que dejaron en aquella fortaleza comenzada.

CAPITULO XXVI.

Que el rey de Francia pasó á Milan.

Luego que el nuevo rey de Francia Francisco, primero deste nombre, se vió en pacífica posesion de aquel rico y poderoso reino, juntó un grueso ejército, resuelto de pasar en persona á la empresa de Lombardía. Acudieron á la defensa del duque de Milan quince mil suizos. Próspero Colona con la gente de armas que tenia acordó de atajar cierto paso á los franceses. Estaba en Villafranca descuidado y cenando, cuando fué preso por la gente que sobreviuo del señor de la Paliza. El Virey tenia su campo junto al rio Abdua; con la gente del Papa alojaba en Placencia Lorenzo de Médicis, hijo de Pedro de Médicis, el que se ahogó en el Garellano. Importaba mucho para asegurar la victoria que los unos y los otros se juntasen con los suizos; así lo entendia el duque de Milan, y hacia grande instancia sobre ello, tanto con mayor ansia, que las cosas comenzaban á suceder prósperamente al Francés, ca Alejandría se le dió, y tomó á Novara, y su castillo se ganó por industria del conde Pedro Navarro, que atediado del descuido que se tenia en rescatalle, se concertó con el rey de Francia, que pagó veinte mil ducados de su rescate. Euvió el rey Católico á convidalle con grandes partidos; llegó tarde el recado; el Conde se hallaba ya tan pren

dado, que se excusó. Entonces envió la renunciacion del condado de Olivito, que tenia en el reino de Nápoles. El Virey ni se aseguraba de los suizos por ser gente muy fiera y tener entendido traian inteligencias con Francia, ni tampoco hacia mucha confianza de la gente del Papa á causa que por no perder á Parma y Placencia, que los suizos les querian quitar, sospechaba se concertarian con los contrarios. Acordó dejar en Verona á Marco Antonio Colona, y en Bresa á Luis Icart con buen número de gente, y él con lo demás del campo pasar de la otra parte del Po por una puente que hizo de barcas y fortificarse junto á Placencia y al rio Trebia. Los suizos que se hallaban con el Duque en Milan llevaban mal aquellas trazas y tardanza, que sin duda iban erradas, y fueron la total causa de perderse la empresa. Acordaron de salir solos con unos pocos italianos á dar la batalla á los franceses, que tenian sus reales muy fortificados junto á San Donato y á Mariñano. Pretendian prevenir la venida de Albiano, que se apresuraba para juntarse con el campo francés con novecientos hombres de armas, mil y cuatrocientos caballos ligeros y nueve mil infantes. Salieron los suizos de la ciudad muy en órden. Los franceses para recebillos ordenaron sus haces. En la avanguardia iba Cárlos de Borbon; en la retaguardia monsieur de la Paliza; el Rey tomó á su cargo el cuerpo de la batalla. La artillería francesa, que era mucha y muy buena, hacia grande daño en los suizos. Cerraron ellos con intento do tomalla. Combatieron con tal coraje y furia, que rompieron el fuerte de los enemigos y se apoderaron de parte de la artillería. Sobrevino la noche, y no cesó la pelea por todo el tiempo que la claridad de la luna dió lugar, que fué hasta entre las once y las doce. El Rey se adelantó tanto, que le convino hacer la guarda, sin dormir mas de cuanto como estaba armado se recostó un poco en un carro; no se quitó el almete, ni comió bocado en veinte y siete horas, grande ánimo y teson. Entendió que los suizos querian acometer otra vez la artillería. Encomendó la guarda della á los alemanes. Al reir del alba volvieron al combate con no menos fiereza que antes. Jenolaco Galeoto asestó la artillería de tal suerte, que de través hacia gran riza en los contrarios. Con esto y con la llegada de Albiano, que sobrevino con algunas compañías de á caballo, los suizos, por entender que era llegado todo su campo, desmayaron, y en buen órden se recogieron á Milan. Desde allí se partieron luego la via del lago de Como. Dióse esta famosa batalla á los 13 y 14 de setiembre. Los milaneses rindieron luego al vencedor la ciudad. Sobre el castillo, á que se retiró el Duque con la gente que pudo, se puso cerco muy apretado. Combatíanlo con la artillería y con minas que el conde Pedro Navarro hacia sacar. Rindióse el Duque á los treinta dias del cerco, y fué llevado á Francia. Concertaron le darian cada un año para su sustento treinta y seis mil escudos á tal que no pudiese salir ni ausentarse de aquel reino. ¡Cuán cortos son los plazos del contento! Cuán poco gozó este Príncipe de su prosperidad, si tal nombre merecen los cuidados y miedos de que estuvo combatido todo el tiempo que poseyó aquel estado! Tras esto todas las ciudades y fuerzas de aquel ducado se

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se usó acrecentó su gloria, y aun le preservó que en lo último de su edad no tropezase, como sea cosa dificultosa y rara navegar muchas veces sin padecer alguna borrasca. A muchos grandes personajes con el discurso del tiempo se les escureció la claridad y fama que primero ganaron. El tiempo le cortó la vida; su renombre competirá con lo que el mundo durare. Por su muerte vacó el oficio de condestable de Nápoles; dióse á Fabricio Colona, y hoy le poseen los de su casa. Los demás estados quedaron á doña Elvira, hija mayor y heredera de la casa de su padre. El rey Católico, desde Madrid, con intento de pasar á Sevilla por ser el aire muy templado, era ido á Plasencia. Allí, si bien muy agravado de su mal, fué muy festejado y se detuvo algunos dias. Mandó al infante don Fernando se fuese á Guadalupe, do pensaba volver. Iban en su compañía Pero Nuñez de Guzman, clavero de Calatrava, su ayo, y su maestro don fray Alvaro Osorio, fraile dominico, obispo de Astorga. El rey pasó á la Serena por gozar de los vuelos de garzas, que los

entregaron al Francés. El virey don Ramon de Cardona dió luego la vuelta á Nápoles por asegurar las cosas de aquel reino y enfrenar á los naturales, alborotados con deseo de novedades. Tenia órden para entretener la gente de guerra de emprender la conquista de los Gelves. El Pontífice fácilmente se acomodó con el tiempo. Resuelto de temporizar, se vió con el Rey vencedor en Boloña. Concedióle todo lo que supo pedir. Alcanzó asimismo dél que abrogase la pregmática sanction en gran ofensa del clero de Francia. En España al rey Católico no faltaban otros cuidados. Publicóse que el Gran Capitan queria pasar á Flándes, y en su compañía los condes de Cabra y Ureña y el marqués de Priego. Indignose desto de suerte, que envió á Manjarres para prendelle con órden que le impidiese el pasaje, y si menester fuese, le echase la mano. Proveyó Dios para evitar un caso de tan mala sonada que el Gran Capitan adoleció de cuartanas por el mes de octubre en Loja, donde residia. No creian que la enfermedad fuese verdadera, sino fingida para asegurar. La indignacion del rey de Inglaterra pasaba adelante. Importaba mu-hay por aquella comarca muy buenos, recreacion á cho aplacalle, y mas en esta sazon. Envióle el Rey cou el comendador Luis Gilabert un rico presente de joyas y caballos. Llegó en sazon que se confirmó estar la Reina preñada; grande alegría de aquel reino; y á Tomás Volseo llegó el capelo, que fué muy festejado. Subió este Prelado de muy bajo lugar á tan alto grado por la grande privanza que alcanzó con aquel Rey; despeñóle su vanidad y ambicion, que fué adelante muy perjudicial á aquel reino. Este Cardenal y el embajador del rey Católico se juntaron, y asentaron á 18 de octubre una muy estrecha confederacion y amistad entre sus príncipes. Antes desto, Luis de Requesens con nueve galeras que tenia á su cargo venció junto á la isla Pantalarea trece fustas, que hicieran mucho daño en las costas de Sicilia y por todo aquel mar. Otro capitan Turco, por nombre Omich, y vulgarmente llamado Barbaroja, con la armada que llevaba se puso sobre Bugia. Acudiéronle muchos moros de la tierra; apretósc el cerco, que duró algunos meses. Don Ramon Carroz, capitan de aquella fuerza, la defendió con gran valor; vino en su socorro don Miguel de Gurrca, visorey de Mallorca; y sin embargo, el cerco se continuaba y llevaba adelante. Padecian los cercados gran falta de vituallas. Llególes á tiempo que se querian rendir una nave cargada de bastimentos que les envió el virey de Cerdeña, socorro con que se entre tuvieron hasta tanto que el Turco, perdida la esperanza de apoderarse de aquella plaza, alzó el cerco por fin deste año.

CAPITULO XXVII.'

De la muerte del rey don Fernando.

La hidropesía del rey Católico y las cuartanas del Gran Capitan iban adelante, dolencias la una y la otra mortales. Salió el Gran Capitan de Loja con las bascas de la muerte. Lleváronle en andas á Granada, donde dió el espíritu á los 2 de diciembre; varon admirable, el mas valeroso y venturoso caudillo que de muchos años atrás salió de España. La ingratitud que con él

que era mas aficionado que á otros géneros de cazas y de altanería. Hacíanle compañía el Almirante, el duque de Alba, el obispo de Búrgos, tres de su Consejo, es á saber, el doctor Lorenzo Galindez de Carvajal, que escribió un breve comentario de lo que pasó estos años, los licenciados Zapata y Francisco de Vargas, su contador, cuyo hijo y de doña Inés de Carvajal, el obispo de Plasencia don Gutierre de Carvajal falleció no ha muchos años. Allí por las fiestas de Navidad llegó Adriano, dean de Lovaina y maestro del Principe, que venia enviado de Flandes. Con su llegada se asentó que el Príncipe fuese ayudado para sus gastos con cincuenta mil ducados por año, y que el Rey por todos los dias de su vida, aunque muriese la reina doña Juana, tuviese el gobierno de Castilla. Mostrábanse liberales con quien muy presto por las señales que daba la enfermedad habia de partir mano de todo. Dió vuelta á Madrigalejo, aldea de Trujillo. Agravósele el mal de manera, que se entendió viviria pocos dias. Acudió el dean de Lovaina, de que el Rey recibió enojo, y mandó volviese á Guadalupe, donde era ido á verse con el infante don Fernando, y allí le aguardase. Ordenó su testamento. Confesóse con fray Tomás de Matienzo, de la órden de Santo Domingo, su confesor. La Reina en Lérida, do estaba, tuvo aviso de lo que pasaba. Partióso luego, y llegó un dia antes que se otorgase el testamento. Otro dia, miércoles, entre la una y las dos de la noche, á 23 de enero, entrante el año de 1516, dió su alma á Dios; Príncipe el mas señalado en valor y justicia y prudencia que en muchos siglos España tuvo. Tachas á nadie pueden faltar, sea por la fragilidad propia ó por la malicia y envidia ajena, que combate principalmente los altos lugares. Espejo sin duda por sus grandes virtudes en que todos los príncipes de España se deben mirar. Tres testamentos hizo: uno en Búrgos, tres años antes de su muerte; el segundo en Aranda de Duero, el año pasado; el postrero cuando murió. En todos nombra por su heredera á la reina doña Juana, y por gobernador á su hijo el príncipe don Cárlos. En caso que el Príncipe estuviese ausente, mandaba en el

primer testamento que en su lugar gobernase el infante don Fernando, su hermano; pero en los otros dos, mudada esta cláusula, ordenó que entre tanto que el Príncipe no pasase en estas partes, tuviese el gobierno de Aragon el arzobispo de Zaragoza, y el de Castilla el cardenal de España. Esto se guardó bien así como lo dejó mandado. Verdad es que el dean de Lovaina por poderes que mostró del Príncipe fué admitido al gobierno junto con el Cardenal. Al infante don Fernando mandó en el reino de Nápoles el principado de Taranto y las ciudades de Cotron, Tropea, la Amantia y Gallipoli, demás de cincuenta mil ducados que de las rentas de aquel reino ordenó le diesen cada un año que corriesen hasta tanto que el Príncipe, su hermano, en algun estado le consignase otra tanta renta. Mandó otrosí que el duque de Calabria, sin embargo que su ofensa fué muy calificada, le pusiesen en libertad, y encargaba al Príncipe le diese estado con que se pudiese sustentar. Pero esta cláusula no se cumplió de todo punto y enteramente hasta el año de 1533 por diversos respetos y ocasiones, que contra los caidos nunca faltan. Del vicecanciller Antonio Augustin no hizo mencion alguna, si por estar olvidado de su delito, ó querer que otro le castigase, no se puede averiguar. Basta que el cardenal de España poco adelante le remitió y envió á Flándes, donde fué dado por libre.

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Pronuncióse la sentencia en Bruseles á los 23 de setiembre deste mismo año. Nombró por sus testamentarios á la Reina, su mujer, y al Príncipe y al arzobispo de Zaragoza, á la duquesa de Cardona, al duque de Alba, al visorey de Nápoles, á fray Tomás de Matienzo, su confesor, y á su protonotario Miguel Velazquez. Clemente. Su cuerpo llevaron á enterrar á la su capilla real de Granada, donde le pusieron junto con el de la rcina dona Isabel, que tenian depositado en el Alliambra. De los que se hallaron á su muerte le acompañaron solos don Hernando de Aragon y el marqués de Denia don Bernardo de Sandoval y Rojas y algunos otros caballeros de su casa. Por el camino los pueblos le salian á recebir con cruces y lutos. En Córdoba particularmente, cuando por allí pasó el cuerpo, se señalaron el marqués de Priego y conde de Cabra con los demás caballeros de aquella ciudad. Los desgustos pasados y la severidad de que en vida usó con ellos, á sus nobles ánimos sirvieron mas aína de espuelas para señalarse con el muerto y con su memoria en todo género de cortesía y de humanidad. En Granada el clero, ciudad y chancillería á porfía se esmeraron en el recibimiento, enterramiento y exequias, que hicieron con toda solemnidad, como era razon, al conquistador y único fundador del bien y felicidad de aquella ciudad y de todo aquel reino de Granada.

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