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Francia y á sus tios los duques, el de Borgoña y el de Berri, y al duque de Orliens un embajador, por nombre Guillen de Copones, para querellarse de aquellos desórdenes; diligencia con que se atajó aquella tempestad, y los franceses dieron la vuelta en sazon que el rey don Juan de Aragon murió de un accidente que le sobrevino de repente. Salió á caza en el monte de Foja, cerca del castillo de Mongriu y de Urriols en lo postrero de Cataluña. Levantó una loba de grandeza descomunal; quier fuese que se le antojó por tener lesa la imaginacion, quier verdadero animal, aquella vista le causó tal espanto, que á deshora desmayó y se le arrancó el alma, que fué á los 19 de mayo, dia miércoles. Principe á la verdad mas señalado en flojedad y ociosidad que en alguna otra virtud. Su cuerpo fué sepultado en Poblete, sepultura ordinaria de aquellos reyes. No dejó hijo varon, solamente dos hijas de dos matrimonios, doña Juana y doña Violante. La primera dejó casada con Mateo, conde de Fox; la segunda concertȧda con Luis, duque de Anjou, segun que de suso queda apuntado. Nombró en su testamento por heredero de aquella corona á su hermano don Martin, duque de Momblanc, lo que con gran voluntad aprobó el reino por no caer en poder de extraños, si admitian las hembras á la sucesion. Hallábase don Martin ausente, ocupado en allanar á sus hijos la isla de Sicilia y componer. aquellas alteraciones. Doña María, su mujer, persona de peclio varonil, hizo sus veces, ca se llamó luego reina, y en una junta de señores que se tuvo en Barcelona mandó se pusiesen guardas á la reina doña Violante, que decia quedar preñada, para no dar lugar á algun embuste y engaño. La misma Reina viuda dentro de pocos dias se desengañó de lo que por ventura pensaba. Pretendia el conde de Fox que le pertenecia aquella corona por el derecho de su mujer, como de hija mayor del Rey difunto. Contra el testamento que hizo su suegro se valia del del rey don Pedro, su padre, que llamó á la sucesion las hijas, de la costumbre tan recebida y guardada de todo tiempo que las hembras heredasen el reino, la cual ni se debia ni se podia alterar, mayormente en su perjuicio. Estas razones se alegaban por parte del conde de Fox y de su mujer, si no concluyentes, á lo menos aparentes asaz. Sin embargo, las Cortes del reino, que se juntaron en Zaragoza por el mes de julio, adjudicaron el reino de comun acuerdo de todos á don Martin, que ausente se hallaba, las insignias, nombre y potestad real. Platicaron otrosí de los apercibimientos que se debian hacer para la guerra que de Francia por el mismo caso amenazaba.

en que mucho trabajó; su buena gracia, maña y destreza con que se granjean mucho las voluntades. En su asumpcion se llamó Benedicto XIII. Despues que se vió papa comenzó á tratar de pasar la silla á Italia, sin acordarse del juramento hecho ni de dar órden en renunciar el pontificado. Alteróse mucho la nacion francesa por la una y por la otra causa. Tuvieron su acuerdo en Paris en una junta de señores y prelados. Pareciółes que para reportar el nuevo Pontífice, que sabian era persona de altos pensamientos y gran corazon, como lo declaró bien el tiempo adelante, era necesario envialle grandes personajes que le representasen lo que aquel reino y toda la Iglesia deseaba. Señalaron por embajadores los duques de Borgoña y de Orliens y de Bourges, los cuales, luego que llegaron á Aviñon, habida audiencia, le requirieron con la paz, y protestaron la restituyese al mundo, y que se acordase de las calamidades que por causa de aquella division padecia la cristiandad; acusábanle el juramento que hizo, y mas en particular le pedian juntase concilio general en que los prelados de comun acuerdo determinasen lo que se debia hacer. Respondió el Papa que de ninguna suerte desampararia la Iglesia de Dios vivo y la nave de san Pedro, cuyo gobernalle le habian encargado. No se contentaron aquellos príncipes desta respuesta ni cesaban de hacer instancia; mas visto que nada aprovechaba, dieron la vuelta mal enojados, así ellos como su Rey y toda aquella nacion. Procurába el Pontífice con destreza aplacar aquella indignacion, para lo cual concedió al rey de Francia por término de un año la décima de los frutos eclesiásticos de aquel reino. Esto pasaba por el mes de mayo del año del Señor de 1395 años, en que se comenzó á destemplar poco a poco el contento del nuevo Pontífice y trocarse su prosperidad en miserias y trabajos. El gobernador de Aviñon con gente de Francia por órden de aquel Rey le puso cerco dentro de su palacio muy apretado. Publicóse otrosi un edicto en que se mandaba que ningun hombre de Francia acudiese á Benedicto en los negocios eclesiásticos. Sobre todo los cardenales mismos de su obediencia le desampararon, excepto solo el de Pamplona, que permaneció hasta la muerte en su compañía. Finalmente, por todas estas causas se vió tan apretado, que le fué forzoso salirse de Aviñon en hábito disfrazado y pasarse á Cataluña para poderse asegurar; pero esto aconteció algunos años adelante. Las negociaciones entre los príncipes sobre el caso andaban muy vivas y las embajadas que los unos á los otros se enviaban. El rey de Francia procuraba apartar de la obediencia de aquel Papa á los reyes, al de Navarra, al de Aragon y al de Castilla. Hacíaseles cosa muy grave á estas naciones apartarse de lo que con tanto acuerdo abrazaron, en particular el de Castilla despachó á don Juan, obispo de Cuenca, persona prudente y de trazas, para que reconciliase al rey de Francia con el Papa, ca entendian la causa de aquella alteracion y mudanza eran disgustos particulares; poco prestó esta diligencia. En Aragon por la parte de Ruisellon entró gran número de soldados franceses para robar y talar la tierra. La reina doña Violante, como la que por el descuido de su marido ponia en todo la mano, despachó al rey de

á

CAPITULO VI.

Cómo la reina doña Leonor volvió á Navarra.

El reino de Aragon andaba alterado por las sospechas y recelos de guerra que los aquejaban. En las ciudades y villas no se oia sino estruendo de armas, caballos, municiones, vituallas. Castilla sosegaba por haberse los demás grandes allanado y el de Gijon ausentado y partido para Francia, conforme á lo que con él asentaron. La reina de Navarra, asimismo mal su grado, fué forzada á volver con su marido, negocio por tantas veces

tratado. Para aseguralla hizo el Rey, su marido, juramento de tratalla como á reina é hija de reyes. Para honralla y consolalla el mismo rey de Castilla, su sobrino, la acompañó hasta la villa de Alfaro, que es en la raya de Navarra. En la ciudad de Tudela la recibió el Rey, su marido, magníficamente con toda muestra de alegría y de amor. Hiciéronse por esta vuelta procesiones en accion de gracias por todas partes, fiestas y regocijos de todas maneras. Juan Hurtado de Mendoza, mayordomo de la casa real, tenia gran cabida con el rey de Castilla; por esto y en recompensa de sus servicios le hizo poco antes donacion de la villa de Agreda, y en el territorio de Soria de los lugares Ciria y Borovia. El pueblo llevaba mal esto por la envidia, que, como es ordinario, se levanta contra los que mucho privan, y suélese llevar mal que ninguno se levante demasiado. Los vecinos de Agreda no querian sujetarse ni ser de señor ninguno particular, con tanta determinacion, que amenazaban defenderian con las armas, si necesario fuese, su libertad. Tenian por cosa pesada que aquel lugar de realengo se hiciese de señorío, gobierno que al principio suele ser blando y adelante muy pesado y grave, de que cada dia se mostraban ejemplos muy clarós. Demás que por estar á los confines de Navarra y Aragon corrian peligro de ser acometidos los primeros sin que los pudiesen defender las fuerzas de ningun señor particular. Querellábanse otrosi que no les pagaban bien los servicios suyos y de sus antepasados y la lealtad que siempre con sus reyes guardaron. Partióse el rey de Castilla para allá con intencion y fiucia que con su presencia se apaciguarian aquellos disgustos. Poco faltó que no le cerrasen las puertas, si no intervinieran personas prudentes que les avisaron con cuánto peligro se usa de fuerza para alcanzar de los reyes lo que con modestia y razon se debe y puede hacer, consejo muy saludable, porque el Rey, oidas sus razones, con facilidad se dejó persuadir que aquella villa se quedase en su corona, con recompensa que hizo á Juan de Mendoza en las villas de Almazan y Santistéban de Gormaz que á trueco le dieron, con que se sosegó aquella alteracion. El rey don Enrique para seguir al conde de Gijon envió sus embajadores á Francia, que comparecieron en Paris al plazo señalado. El Conde no compareció, sea por no poder mas, sea por maña; verdad es que al tiempo que los embajadores se aprestaban para dar la vuelta tuvieron aviso que el Conde era llegado á la Rochela, ciudad y puerto en tierra de Santonge, puesto entre la Guiena y la Bretaña. Por esta causa se detuvieron. Pusiéronle demanda delante del rey de Francia, alegaron las partes de su derecho, y sustanciado el proceso y cerrado, se vino á sentencia, en que el Conde fué dado por aleve y mandado se pusiese en manos de su Rey y se allanase; si así lo cumpliese, podia tener esperanza del perdon y de recobrar su estado, en que aquel Rey ofrecia interpondria su autoridad y ruegos; si perseverase en su rebeldía, le avisaban que de Francia no esperase ningun socorro ni lugar seguro en aquel reino. En esta sustancia se despacharon cartas para el duque de Bretaña y otros señores movientes de aquella corona y á los gobernadores, en que les avisaban no ayudasen al Conde para volver á España con di

neros, armas, soldados ni naves. Por otra parte, el rey de Castilla, avisado de la sentència, pedia que le entregasen la villa de Gijon conforme á las condiciones que asentaron. La Condesa, que dentro estaba, no venia en ello, sea por ser mujer varonil, ó por los consejeros que tenia á su lado. Acúdió el Rey á esto, porque con la dilacion no se pertrechase; púsose sobre aquella villa cerco, que no duró mucho á causa que los cercados, perdida toda esperanza de socorro, en breve se rindieron. El Rey hizo abatir los muros de la villa y las casas para que adelante no se pudiese rebelar. A la Condesa entregaron á su hijo don Enrique, que estaba en poder del Rey, á tal que desembarazase la tierra y se fuese fuera del reino con su marido, que á la sazon se hallaba en tierra de Santonge con poca ó ninguna esperanza de recobrar su estado. Hecho esto, el Rey dió la vuelta á Madrid, resuelto de visitar en persona el Andalucía, que lo deseaba y los negocios lo pedian, y por diversas causas lo dilatara hasta entonces. Pasó á Talavera con este intento, allí por el mes de noviembre le llegaron embajadores del rey de Granada para pedir que el tiempo de las treguas, que ya espiraba, ó era del todo pasado, se alargase de nuevo. Recelábanse los moros que, apaciguadas las pasiones del reino y de los grandes, no revolviesen las fuerzas de Castilla en daño de Granada para tomar emienda de los daños que ellos hicieron en su menor edad por aquellas fronteras. No los despacharon luego; solo les dieron órden que fuesen á Sevilla en compañía del Rey, al cual recibió aquella ciudad con grandes fiestas y regocijos, como es ordinario. En ella hizo prender al arcediano de Ecija por amotinador de la gente y atizador principal de los graves daños que los dias pasados se hicieron en aquella ciudad y en otras partes á los judíos. Esta prision y el castigo que le dieron fué escarmiento para otros y aviso de no levantar el pueblo con color de piedad. Por todas estas causas una nueva y clara luz parecia amanecer en Castilla despues de tantos torbellinos y tempestades, y una grande seguridad de que nadie se atreveria á hacer desaguisado á los miserables y flacos. Las treguas asimismo se renovaron con los moros, que mucho lo deseaban, con que quedaba todo sosegado sin miedo ni recelo de alguna guerra ni alboroto. Mucho importó para todo la prudencia y buena maña del rey don Enrique, que, aunque mozo, de cada dia descubria mas prendas de su buen natural en valor y todo género de virtudes. Verdad es que las esperanzas que deste Príncipe se tenian muy grandes en breve se regalaron deshicieron como humo por causa de su poca salud, mal que le duró toda la vida. Grande lástima y daño muy grave; con la indisposicion traia el rostro amarillo y desfigurado, las fuerzas del cuerpo flacas, las del juicio á veces no tan bastantes para peso tan grande, tantos y tan diversos cuidados. Finalmente, los años adelante no continuó en las buenas muestras que antes daba y que las gentes se prometian de su buen natural. Fué esto en tanto grado, que apenas se puede relatar cosa alguna de las que hizo los años siguientes. Algunas atribuyen esta dificultad á la falta que hay de memorias de aquel tiempo y mengua de las corónicas de Castilla. Es así, pero juntamente se puede entender que

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la continua indisposicion del Rey y la grande paz de que por beneficio del cielo gozaron en aquel tiempo fueron ocasion de que pocas cosas sucediesen dignas de memoria y de cuenta. Elduque de Benavente estaba preso en Monterey por cuenta y á cargo del maestre de Santiago; pasáronle adelante dende á la villa de Almodóvar. El arzobispo de Santiago, prelado, aunque pequeño de cuerpo, de gran corazon y que no sabia disimular, se mostraba desto agraviado, pues el Duque, fiado de su palabra, deshizo su gente, y se vino á la corte para ponerse en las manos del Rey. Demás desto, tenia por peligroso para la conciencia obedecer á los papas de Aviñon, que cuidaba ser falsos, y verdaderos los que residian en Roma. Este color tomó y esta ocasion para dejar á Castilla y pasarse á Portugal. Allí le criaron, primero obispo de Coimbra, y despues arzobispo de Braga en recompensa de la prelacía muy principal que dejaba en Castilla, de Santiago, en que por su ausencia entró don Lope de Mendoza. Era en la misma sazon obispo de Palencia don Juan de Castro, personaje mas conocido por la lealtad que siempre guardó al rey don Pedro y sus descendientes que por otra prenda alguna. Anduvo fuera de España en servicio de doña Costanza, hija del rey don Pedro, por cuya instancia y á contemplacion de su marido el duque de Alencastre le hicieron obispo de Aquis en la Guiena. Despues, al tiempo que se hicieron las paces entre Castilla é Inglaterra, volvió entre otros del destierro para ser obispo de Jaen, y finalmente de Palencia. Refieren que este Prelado escribió la corónica del rey don Pedro con mas acierto verdad que la que anda comunmente llena de engaños y mentiras por el que quiso lavar su deslealtad con infamar al caido y bailar al son que los tiempos y la fortuna le hacian. Añaden que aquella historia se perdió y no parece, mas por diligencia de los interesados, que por la injuria del tiempo, ó por otro demérito suyo. Tal es la fama que corre; así lo atestiguan graves autores. Nos en los hechos y vida del rey don Pedro seguimos la opinion comun, que es la sola voz de la fama, y de ordinario va mas conforme á la verdad; y es averiguado que no menos ciega el amor que el odio los ojos del entendimiento para que no vean la luz ni refieran con sinceridad y sin pasion la verdad. En Aragon no andaba la gente sosegada; la mudanza de los príncipes, en especial si el derecho del sucesor no es muy claro, suele ser ocasion de alteraciones. Prendieron á don Juan, conde de Ampúrias; achacá banle se inclinaba á la parte del conde de Fox, quier por tener su derecho por mas fundado y su demanda mas justa, quier por satisfacerse del agravio que pretendia le hicieron los años pasados. Amenazaba guerra de parte de Francia. Juntaron Cortes del reino en San Francisco de Zaragoza muy generales y llenas á 2 de octubre; acordaron se hiciese gente por todas partes para la defensa, y por general señalaron á don Pedro, conde de Urgel. Ninguna diligencia era demasiada, porque el conde de Fox, con un grueso campo, pasadas las cumbres de los Pirineos, corria la comarca que baña con su corriente el rio Segre y los pueblos llamados antiguamente ilergetes. Robaba, saqueaba, quemaba y finalmente á los postreros de noviembre se puso sobre

y

la ciudad de Barbastro con cuatro mil caballos y gran número de infantería. En aquellos reales se hicieron él y su mujer alzar y pregonar por reyes de Aragon con las ceremonias que en tal caso se acostumbran. Tembló la tierra en Valencia, mediado el mes de diciembre, con que muchos edificios cayeron por tierra, otros quedaron desplomados; que era maravilla y lástima. El pueblo, como agorero que es, pensaba eran señales del cielo y pronósticos de los daños que temian. Desbaratóse este nublado muy en breve á causa que el de Fox, alzado el cerco, fué forzado á dar la vuelta por la parte de Navarra á su tierra con tal priesa, que mas parecia huida que retirada, de que daba muestra el fardaje que en diversas partes dejaba. La falta de vituallas le puso en necesidad de volver atrás, por ser la tierra no muy abundante y tener los naturales alzados los mantenimientos y la ropa en lugares fuertes; demás que el conde de Urgel en todos lugares y ocasiones le hacia siempre algun daño con encuentros y alarmas que le daba. La retirada de los enemigos y el sosiego de Aragon y Cataluña fué por principio del año del Señor de 1396, en sazon que el nuevo rey don Martin, alegre con las nuevas que de Aragon le vinieron y allanados los alborotos de Sicilia, acordó de dar la vuelta á España en una buena armada que de naves y galeras aprestó en Mecina. Aportó de camino á Cerdeña, en que apaciguó asimismo en gran parte las alteraciones de aquella isla. Parecia que el cielo favorecia sus intentos y que todo se le allanaba. En la costa de la Provenza por el rio Ródano arriba llegó hasta la ciudad de Aviñon para verse con el papa Benedicto y hacelle el homenaje debido. El le presentó la rosa de oro con que suelen los pontífices honrar á los grandes príncipes, y le dió la investidura de Cerdeña y de Córcega con título de rey y como á feudatario de la Iglesia con las ceremonias y juramentos acostumbrados. Despedido del Papa, finalmente con su armada surgió en la playa de Barcelona. Allí hizo su entrada en aquella ciudad á manera de triunfo por las victorias que ganara y tantos reinos como en breve se le juntaron; y en una pública junta de los mas principales tomó la posesion de aquel reino por el derecho que á él tenia y por el que le daba el testamento de su hermano el rey don Juan. Al conde de Fox y á su mujer, porque tomaron nombre de reyes y por la entrada que hicieron por fuerza en aquel reino, los hizo publicar por traidores y enemigos de la patria; si á tuerto, si con razon, ¿quién lo podrá averiguar? Pero destas cosas se tornará á tratar en otro lugar; al presente volvamos á lo que se nos queda rezagado.

CAPITULO VII.

Que de nuevo se encendió la guerra de Portugal. El estado de las cosas de España en esta sazon era tolerable. El imperio oriental de los griegos padecia mucho y amenazaba alguna gran ruina por las discordias que en tan mala coyuntura se levantaron entre aquellos príncipes y la perpetua felicidad de los otomanos, emperadores de los turcos. La parcialidad de los griegos mas flaca, como es ordinario, sin tener respeto al bien comun, buscó socorros de fuera, y lo que

fué peor, llamó en su ayuda á Amurates, gran emperador de aquella gente. No le pareció al Turco dejar pasar la ocasion que aquellas discordias le presentaban de apoderarse de todo. Pasó con gran gente el estrecho de Hellesponto, y cerca dél se apoderó de primera entrada de Gallipoli y Adrianópoli, dos ciudades famosas y principales. Aspiraba á hacer lo mismo de lo restante de aquel imperio, y aun sus gentes se derramaron por diversas partes. El daño que hizo fué grande, y mayor el espanto, no solo en lo de Grecia, sino en las naciones comarcanas, en especial en Hungría, cuyo rey era Sigismundo, mas conocido y famoso por la paz que los años siguientes puso en la Iglesia, quitado el scisma, que venturoso en las armas. En este aprieto despachó sus embajadores á Cárlos VI, rey de Francia, para avisalle del peligro que corria toda la cristiandad, si prestamente todos no acudian á apagar aquel fuego antes que cobrase mas fuerzas y el imperio de aquella gente bárbara y fiera con el tiempo se arraigase en Europa. Oyeron los franceses por su nobleza y valor esta embajada de buena gana. Aprestaron buen golpe de gente á caballo, y por caudillo Juan, hijo del duque de Borgoña, y Filipe, condestable de Francia, Enrique de Borbon con otras personas de cuenta. Llegados á Hungría, consultaron con el rey Sigismundo en la ciudad de Buda sobre la manera en que se debia hacer la guerra. Acordaron convenia presentar la batalla al enemigo lo mas presto que pudiesen antes que se resfriase el calor que los franceses traian de pelear. Hicieron algunas cabalgadas, no de mucha cuenta, y quitaron de poder de los enemigos algunos pueblos de poco nombre, pero que les dió avilanteza para aventurar el resto y menospreciar al enemigo, cosa de ordinario muy perjudicial en la guerra. Marcharon con su gente hasta los confines de Tracia y hasta dar vista al enemigo cerca de la ciudad de Nicópoli. Ordenaron sus haces con resolucion de pelear, lo mismo hicieron los contrarios, dióse la señal por ambas partes de acometer. Los franceses, con el orgullo que llevaban, se adelantaron sin dar lugar á que los húngaros saliesen de sus reales y les hiciesen compañía. Cerraron antes de tiempo, que fué ocasion de perder aquella memorable jornada; muchos quedaron muertos en el campo, otros cautivaron, y entre los demás á Juan, hijo del duque de Borgoña, á quien su padre adelante rescató por gran dinero. El rey Sigismundo escapó á uña de caballo. Sucedió este grave daño y revés la misma fiesta de San Miguel, 29 de setiembre, con que el resto de la cristiandad quedó atemorizado, no solo por el estrago presente, sino mucho mas por los males que para adelante amenazaban. En unas partes se oian llantos por la pérdida de los suyos, en otras hacian procesiones y rogativas para aplacar á Dios y su saña. En Granada falleció el rey Juzef; rugíase que por engaño del rey de Fez, que con muestra de amistad le envió entre otros muy ricos presentes una marlota inficionada de ponzoña, tal y tan eficaz, que luego que la vistió convidado de su hermosura, se hirió de tal suerte, que dentro de treinta dias espiró atormentado de gravísimos dolores; las mismas carnes se le caian á pedazos, cosa maravillosa, si verdadera. Muerto Juzef, se apo

deró por fuerza del reino su hijo menor, por nombre Mahomad, y por sobrenombre Balva. Quedó excluido y privado el hijo mayor, llamado como el padre Juzef; venció su mejor derecho la maña que su hermano tuvo en granjear las voluntades del pueblo y sus buenas partes de ingenio vivo y valor, en que no tenia par. Solo le ponia en cuidado el rey de Castilla no emprendiese con sus fuerzas de restituir á su hermano en el reino de su padre. Para prevenirse partió para Toledo, resuelto de conquistar con dones y con su buena maña aquel Rey y á sus cortesanos. Salióle bien la jornada, que, renovado el concierto puesto con su padre, de nuevo se tornaron á asentar las treguas. Teníanse á la sazon Cortes en Toledo, en que se publicó una premática sobre las prebendas eclesiásticas, que no las pudiese poseer ningun extranjero, excepto algunos pocos, con quien pareció en particular dispensar, y en general con toda la nacion portuguesa, ca la pretendian conquistar y su aficion con semejantes caricias. Publicó otrosí el Rey este año una ley, en que mandó que ninguno pudiese tener mula de silla que no mantuviese caballo de casta, con algunas modificaciones que se pusieron, todo á propósito que en el reino se criase número de caballos. En Sevilla un juéves, 5 de octubre, falleció Juan de Guzman, conde de Niebla. Sucedióle Enrique de Guzman, su hijo, que fué padre de otro Juan de Guzman, por merced de los reyes primer duque los años adelante de aquella nobilísima casa. Los caballeros de Calatrava trocaron la muceta de que antes usaban con su capilla de color negra en la cruz roja de que hoy usan por bula del papa Benedicto, ganada á instancia y suplicacion de su maestre don Gonzalo de Guzman. Los portugueses, por aprovecharse de la ocasion que la poca salud del rey don Enrique les presentaba, trataban de volver á las armas. Era necesario buscar algun color para acometer aquella novedad. Parecióles bastante que algunos grandes de Castilla no firmaron en tiempo las treguas que se asentaron. Juntaron sus huestes, con que de primera entrada se apoderaron de Badajoz, ciudad puesta á la raya de Portugal, en que prendieron al gobernador, que era el mariscal Garci Gonzalez de Herrera. Destos principios de rompimiento se continuó la guerra por espacio de tres años con el mismo tesony porfía que la pasada. Para hacer resistencia mandó el de Castillajuntar y alistar sus gentes, y por general á don Ruy Lopez Dávalos, que poco antes hiciera su condestable, sea por muerte del conde de Trastamara, ó por despojalle de aquella dignidad; lo del mar, como negocio no menos importante, encargó al almirante Diego Hurtado de Mendoza. Sucedió por el mes de mayo del año siguiente 1397 que cinco galeras castellanas se encontraron con siete portuguesas, que volvian de Génova cargadas de armas y otras municiones. Embistiéronlas con tal denuedo, que las desbarataron; las cuatro tomaron, una echaron á fondo, las otras dos se escaparon. Pareció gran crueldad que despues de la victoria echaron á la mar cuatrocientas personas, si ya no juzgaron que con semejante rigor se debia enfrenar el orgullo de aquella nacion. El Almirante otrosí con su armada costeó las marinas de Portugal, saqueó y quemó pueblos, taló los campos y

robó toda la tierra, sin que le pudiesen ir á la mano. Muchos nobles y fidalgos de Portugal, unos por tener la guerra por injusta y aciaga, otros por estar cansados del gobierno de su Rey, se pasaron á Castilla; personas de valor, de que dieron muestra en todas las ocasiones que se presentaron. Los de mas cuenta fueron Martin, Gily Lope de Acuña, todos tres hermanos; Juan y Lope Pacheco, hermanos asimismo. A estos caballeros heredaron magníficamente los reyes de Castilla en premio de sus servicios y recompensa de la naturaleza y lo demás que en su tierra dejaron; zanjas y cimientos sobre que adelante se levantaron en Castilla muy principales casas y estados de estos apellidos y de otros. Continuábase la guerra, en que los portugueses se apoderaron de Tuy, ciudad de Galicia puesta á la raya de Portugal. Demás desto, por otra parte en la Extremadura pusieron sitio sobre la villa de Alcántara, bien conocida por ser asiento de la caballería de aquel nombre. Acorrió á los cercados en tiempo el nuevo condestable de Castilla, con que no solo desbarató el cerco é hizo retirará los enemigos, pero rompió por las fronteras de Portugal, corrió y robó la tierra y aun se apoderó de algunos pueblos de poca cuenta y enfrenó el orgullo y osadía de los contrarios. Por otra parte, el maestre de Alcántara y Diego Hurtado de Mendoza, el almirante, y con ellos Diego Lopez de Zúñiga, justicia mayor de Castilla, se pusieron sobre Miranda de Duero. Acudió asimismo con su gente el Condestable, con que de tal guisa apretaron el cerco, que los de dentro fueron forzados á rendirse. Así por la una y por la otra parte resultaban pérdidas y ganancias, con que los portugueses algun tanto se templaron, y todos comunmente entraron en esperanza se podria con buenas condiciones asentar paz entre aquellas dos naciones, que era lo que mejor les venia.

CAPITULO VIII.

Cómo se renovaron las treguas entre Castilla y Portugal. Al principio desta guerra dos frailes franciscos, cuyos nombres no se saben, solo se dice que encendidos en deseo de extender la religion cristiana y de enseñar á los moros descaminados y errados el camino de la verdad, se atrevieron á predicalles en público en Granada con gran concurso del pueblo, que se maravillaba de aquella novedad. Mandáronles dejasen aquella porfía; y como no quisiesen obedecer, si bien los maltrataron de palabra y obras, los alfaquíes, para atajar el escándalo, de consuno se fueron al Rey y se querellaron del desacato que con aquella libertad se hacia á su religion. Salió decretado que les echasen mano é hiciesen dellos justicia como de amotinadores del pueblo. Fué fácil prender á los que no huian y convencer á los que no se descargaban; cortáronles las cabezas y arrastraron sus cuerpos con todo género de denuestos yultrajes que les dijeron é hicieron. Los cristianos despues de muertos los tienen y honran como á mártires. En Aviñon el papa Benedicto, desamparado de sus cardenales, como se tocó arriba, y por tener enojado y por enemigo al rey de Francia, y él mismo estar cercado dentro de su sacro palacio, se hallaba con poca

esperanza de poder resistir á torbellinos tan grandes y mantenerse en el pontificado. Solo le alentaba contra el odio comun que los reyes de España casi todos tenian recio por él, sin embargo que el rey de Francia traia gran negociacion por medio de sus embajadores para apartallos de aquella obediencia. Decian que ningun otro camino se descubria para la union de la Iglesia, tan deseada y tan importante, sino que Benedicto renunciase simplemente, como él mismo lo tenia prometido y jurado cuando le sacaron por papa. Hízose junta general de obispos y otras personas graves en ciencia y prudencia. Asistieron de parte del rey de Aragon Vidal de Blanes, un caballero de su casa y otro gran jurista, por nombre Ramon de Francia. No se alteró nada en esta junta, si bien el Rey deseaba venir en lo que el de Francia le pedia; solo acordaron se procurase que con efecto los dos papas revocasen las censuras que el uno contra el otro tenian fulminadas, y de comun consentimiento con toda brevedad señalasen lugar en que los dos se comunicasen sobre los medios que se podrian tomar para unir la Iglesia y asentar una verdadera paz. En Pamplona la principal parte de la iglesia Catedral estaba por tierra, que se cayó siete años antes deste en que vamos. Deseaban reparalla, pero espantábales la mucha costa, para que no eran bastantes ni los proventos de la iglesia ni las limosnas particulares. El rey don Cárlos, visto esto, con gran liberalidad señaló para la fábrica la cuadrágesima parte de sus rentas reales por término de doce años, de que bay pública escritura, su data en San Juan de Pié de Puerto, á las vertientes de los Pirineos de la parte de Francia, deste año á 25 de mayo. Deseaba este Rey en gran manera recobrar el estado que sus antepasados poseyeron en Francia, que era el condado de Evreux y gran parte de Normandía. Trató desto por medio de sus embajadores con el rey de Francia, y como quier que en ausencia no se efectuase cosa alguna, acordó en persona pasar á la corte de aquel Rey, que aun no estaba del todo sano de su enfermedad, antes á tiempos se le alteraba la cabeza de suerte, que mal podia atender al gobierno. Por esto el Navarro, sin acabar cosa alguna de las que pretendia, cansado y gastado, dió la vuelta para su reino por el mes de setiembre del año 1398. Llegado, dió órden que todos los estados jurasen por heredero de aquella corona un hijo que el año pasado le nació de su mujer, y le llamaron asimisino don Carlos. La ceremonia y solemnidad se hizo en Pamplona á los 27 de noviembre; la alegría duró poco á causa de la muerte del Infante que le sobrevino en breve. Los portugueses, hostigados con los reveses pasados, tomaron mejor acuerdo de mover pláticas de paz. Despacharon embajadores en esta razon; respondió el rey don Enrique que ni él rompió la guerra ni pondria impedimento á la paz á tal que las condiciones fuesen honestas y tolerables. Dieron y tomaron sobre el caso; era dificultoso asentar paces perpetuas; acordaron de confirmar las treguas pasadas. Recelábanse los de Castilla de los de Aragon que querian tomar las armas; que causas de disgustos entre reyes comarcanos nunca faltan, ni razones con que cada cual abona su querella. El marqués de Villena ponia en cui

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