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DEL REY

Y

DE LA INSTITUCION REAL.

PRÓLOGO

LIBRO PRIMERO.

dirigido á Felipe III, rey católico de España.

HAY en los confines de los carpetanos, de los vectones y de la antigua Lusitania una ciudad noble y famosa, cuna de grandes ingenios, que Ptolemeo llama Líbora, Livio Ebora, los godos Elbora, y nosotros Talavera. Está sentada en un valle, de cuatro mil pasos de anchura por aquella parte, y de mas algo mas arriba, que cortan muchos rios de amenísimas riberas, entre ellos el Tajo, célebre por sus brillantes arenas de oro, por su extenso cauce y por los muchísimos arroyos que le dan tributo. Besan hácia el norte las aguas de este rio las firmes murallas de aquel antiguo municipio, defendidas á trechos por numerosas y elevadas torres de imponente aspecto.

Es indudablemente Talavera digna de grandes elogios, tanto, que entre callar ó extenderse poco en ellos creemos que, siéndoles deudores de la primera luz que vimos, nos conviene mas guardar silencio. Debemos, sin embargo, atendido nuestro actual propósito, añadir que á no mucha distancia, en el camino de Avila, se levanta á manera de meta un cerro, separado de cuantos le rodean, muy quebrado, de áspera y dificilísima pendiente y de unos cuatro mil pasos de circunferencia. Está poblado de muchas aldeas, cubierto de bosques, dotado de frescas y abundantes aguas, enriquecido con una tierra que satisface las esperanzas del colono, libre de todos esos males que tan á menudo afligen otros países no tan afortunados. Tiene en la cumbre, allá en la parte del norte, que es la mas fragosa, una cueva de estrecha y trabajosa entrada, noble asilo de san Vicente y de sus hermanas cuando para evitar la cólera de Daciano tuvieron que dejar los muros de Elbora; y á corto trecho las ruinas de un templo consagrado á aquel Santo, insigne en otro tiempo, y aun ahora notable, no

solo por sus grandes recuerdos religiosos, sino tambien por la majestad que le dan sus árboles seculares y sobre todo la circunstancia de estar situado en un lugar eminente, desde el cual puede abrazar la vista un vastísimo horizonte. Perteneció, segun dicen, á los templarios, pero hoy no es mas que una abadia del arzobispado de Toledo muy destruida y desierta, de la cual apenas quedan ya mas que las paredes y dos sepulcros de piedra, de antigua y desusada forma. No hay en ella ni una pequeña capilla, falta que ignoramos á quó deba atribuirse, si ya no es á que hacia el septentrion, debajo de aquel mismo templo, hay una muy tosca y rudamente fabricada en una llanura circuida por todas partes de collados y plantada de añosas y robustísimas encinas. Es esta humilde capilla, á pesar de lo pobre, muy venerada de todos los pueblos del contorno, y mas que todo notable por un jardin adjunto, donde brillan las aguas de una fuente inagotable bajo la sombra de castaños y nogales, ciruelos, morales y otros árboles de que abundan aquel lugar y sus alrededores. No sin razon se ha creido que pudo ser tan deliciosa llanura consagrada á Diana, diosa tutelar de los bosques para los antiguos, opinion que nos permite hasta cierto punto seguir una inscripcion romana, concebida en estos términos:

TOGOTI L. VIBIUS PRISCUS

EX VOTO.

En lugar de Togoti creo que podria leerse Toxoti, epiteto dado muy frecuentemente á aquella Diosa por el arco y las flechas de que la pintaron casi siempre armada. Es además la temperatura de aquel lugar admirable hasta en la estacion en que arden abrasados por el sol el campo y las ciudades. De noche como de dia puede uno pasar las horas sin molestia y sin fatiga, ya

co

bajo la copa de los árboles, ya bajo el sencillo techo de una rústica cabaña. Soplan templadísimos vientos puros y libres de todo miasma, brotan de todas partes las mas frescas aguas, corren acá y acullá fuentes cristalinas, sas todas por las que no sin razon fué aquel lugar llamado Piélago. Alegre es allí el sol, alegre el cielo, alegre por demás la tierra, cubierta de tomillo, borraja, acedera, peonía y mucho mas de yezgos y de helechos. Baste decir, por fin, en su elogio que dió la antigüedad el nombre de Eliseos á tan afortunados campos: tal y tan agradable se presenta en ellos el cielo en tiempo de verano. Suministran abundantemente los pueblos y las aldeas vecinas todo lo necesario para la vida, uvas, higos, peras que pueden sostener la comparacion con las mejores, jamones excelentes, peces, aves, carnes y vinos que podrian hacernos olvidar la patria. Es verdaderamente de admirar que reuniendo tantas y tan buenas dotes, estén aun aquellos lugares faltos de quintas, ni hayan merecido ser durante los rigores del agosto moradas de recreo y de placer para los ricos, que difícilmente podrán encontrar otros mas amenos, saludables ni fecundos. ¿Podemos ignorar empero que suele medirse por la renta que producen la fama y la hermosura de las comarcas, y que los mas arreglan á lo que les es útil sus deseos?

Pasóun verano á vivir en aquel monte mi amigo Calderon, uno de nuestros primeros y mas notables teólogos, canónigo, por su mucho saber y erudicion, de la iglesia de Toledo, el cual, sintiendo quebrantada su salud por el trabajo y deseando hallar un lugar á propósito contra los ardores de la estacion, no sé si por la casualidad 6 aconsejado, lo eligió como el que mas podia contribuir ú reparar sus fuerzas. Cou la confianza que siempre me trata me invitó, estando yo en Toledo, á que pasase á vivir con él para que se le hiciese mas agradable aquella soledad, donde despues de haber invertido el tiempo necesario en el rezo, la misa y la lectura, nos entregábamos á eruditas y amistosas conversaciones, que nos servian de gran placer y esparcimiento. Accedí á los deseos del amigo, y no me pesó á la verdad, pues nunca brillaron para mí dias tan alegres ni tan claros; tan dulce y tan agradable era la sociedad en que viviamos. Solo nos molestaba algun tanto lo incómoda que era nuestra vivienda, poco limpia, demasiado humilde, y lo que es mas, abierta por no pocas partes á las inclemencias del cielo, incomodidades que se prestó aun á remediar un propietario de una aldea vecina, nada mezquino por cierto, edificando para el próximo verano á su costa y sobre el plan que le dimos una casa que, aunque de modesta estructura, habia de ser para nosotros luego de concluida comparable con el mas soberbio palacio de los reyes.

Andábamos ocupados en la construccion de este edificio, cuando recibimos, príncipe Felipe, de tu maestro Garcia Loaisa cartas llenas de bondad y cortesía y con ellas las eruditas y elegantes conferencias que bajo su direccion tuviste sobre la gramática de Lorenzo. Estaba á la sazon con nosotros Suasola, varon docto y prudente, que veuia frecuentemente á confesarnos desde el vecino pueblo de Navamorcuende, sugeto de tan claro ingenio y de tan candorosas costumbres, que con facilidad se

reconoce en él al verdadero cántabro. Soliamos, apenas bajaba el sol al occidente, trasladarnos á la cercana cumbre, desde la cual podiamos, á pesar de la distancia, contemplar los monumentos de Toledo cuando no empañaba nubecilla alguna aquel sereno y trasparente cielo. Recreado el ánimo con tan agradable vista y sobre todo por el contraste de aquella dulce tranquilidad con el bullicio de las ciudades, nos poniamos entonces á rezar alternadamente los versos de los salmos, trabajo á que podiamos dedicarnos sin esfuerzo halagados por las suavísimas auras que allí incesantemente se respiran. Aconteció aquel dia que, concluida mas pronto de lo regular nuestra tarea, estábamos contemplando los muchos árboles que yacen en el bosque arrancados por la mano de los hombres ó por la fuerza de los vientos desde el pié de una añosa encina, de hendido tronco, pero de extensas ramas, por cuyo follaje podian apenas abrirse paso los rayos de la luna. Allí, como de ordinario acontece, nos acordamos de las últimas cartas recibidas, é hicimos naturalmente recaer la conversacion, oh Príncipe, en tus sabios maestros el marqués de la Velada y García Loaisa, varones eminentes, cuyos dominios y propiedades patrimoniales cabe descubrir desde aquel monte, hombres ya en nuestros tiempos escasos, de singular moderacion, de templadas costumbres, le grande amabilidad y prudencia, que conservan aun toda la gravedad de nuestros antiguos nobles, y acre litan con solo haber sido elegidos para tus maestros el gran tacto del Rey, confirmado ya como superior al de todos los demás mortales por tantos y tan insignes hechos. Me prohibe referir el pudor todo lo que á este propósito se dijo, que fué mucho.

Mediaron á poco unos cortos instantes de silencio,` despues de los cuales grande, dije, es el cargo de educar á nuestro Príncipe, grande el de cultivar el ingenio y formar las costumbres de aquel cuyo imperio, despues que hayamos conquistado Portugal, cosa no muy lejana, ha de tener por límites las mismas fronteras del Océano y la tierra. ¿Puede haber cosa de mayor trascendencia que el que se descuiden ó se esmeren en instruirle? Es tanto mas de agradecer el desempeño de este cargo, cuanto que, inclinada siempre la multitud á lo peor, si hace el príncipe progresos, los atribuye por entero á su alto rango, á su nobleza, á sus excelentes facultades; si falta, cosa nada extraña en melio de tanta abundancia, y sobre todo en medio de las licenciosas costumbres de palacio, là envidia ó la maledicencia lo achaca á las supuestas faltas de sus maestros.

Así seria, dijo Suasola, si para algo le hiciesen falta al Principe esos profesores; pero ¿tiene acaso mas que irse formando con los ejemplos de su sabio padre, cuyas huellas empieza á seguir ya con seguro y firme paso? ¿Para qué han de servir además las letras á un principe de España? ¿Debe acaso languidecer en el estudio y palidecer en la sombra el que solo ha de cuidar de las armas y los negocios de la guerra? Nuestra historia nacional nos presenta á cada paso príncipes que, sin. haberse dedicado nuuca á las letras, alcanzaron gloria y renombre, tanto por lo que hicieron en la paz como por lo que llevaron á cabo en los campos de batalla. ¿Nos hemos olvidado ya del Cid, de Fernando el Católico, cu

yas cenizas están aun calientes, y de otros muchos va- | rones ilustres, que sin el auxilio de las artes y las ciencias triunfaron noblemente de sus enemigos solo por su educacion militar y la grandeza de sus almas?

Extraño, repliqué yo entonces, que hombres como tú quieran darnos príncipes toscos y sin instruccion alguna, es decir, troncos ó piedras sin ojos, sin orejas, sin sentido; ¿es pues acaso mas el hombre que no ha cultivado las letras ni las artes liberales? Sacas á plaza el carácter verdaderamente varonil y militar de nuestros compatricios; mas ¿crees acaso que no exigen conocimientos los negocios de la guerra? No sin razon pintó armada la antigüedad á la diosa Minerva, ni sin razon la miró á la vez como la diosa de la sabiduría y de la guerra; quiso con esto indicar que así como las artes de la paz se encuentran guardadas á la sombra de las armas, así las de la guerra no pueden florecer sin el auxilio de la sabiduría. ¿Es por otra parte comparable el número de nuestros indoctos capitanes con los muchos que se aventajaron en las letras y en todo género de conocimientos? Debes además advertir cuánto mas admirables hubieran sido los príncipes de que hablas si á sus excelentes facultades hubiesen añadido el cultivo de su ingenio. Divino Platon, no sin motivo solias tú decir que no habian de ser felices las repúblicas hasta que empezasen á gobernarlas los filósofos ó á filosofar los reyes. Nadie tampoco puede ignorar cuánto y con cuánta frecuencia recomiendan las sagradas letras á los príncipes el estudio de las ciencias.

Es cierto, dijo Calderon, mas conviene que no lo lleves al extremo; un príncipe no debe tampoco invertir en las letras todos los años de su vida ni buscar en la extension de sus conocimientos una inútil gloria; su verdadera sabiduría ha de consistir mas en el temor de Dios y en la inteligencia de las leyes divinas que en las artes y la ciencia de la tierra.

Sí, repliqué yo con algun calor, convengo en que el culto de la divinidad es el principal fruto de la sabiduría; mas no me negarás que adornado el príncipe del conocimiento de otras artes liberales, llegará á tener algo de grande y de divino; no me negarás que si se le instruye desde niño, como aconsejan la razon y la experiencia, podrá hacer muchos adelantos en sus primeros años, sobre todo si está dotado de ese ingenio y de esa fácil y tenaz memoria que atribuye la fama á nuestro Príncipe y confirman varones eminentes. Se alcanzarán cultivándole increibles resultados; los campos de que no cuida la mano del hombre, cuanto son naturalmente mas fecundos, tanto mas y mas pronto se cubren de espinas y de nocivas yerbas. Pero he hablado ya mucho acerca de esto en los Comentarios que escribí dias pasados sobre el monarca y la institucion monárquica. He de dáros los á conocer para que los corrijais en cuanto los tenga limados. No solo encontraréis en ellos cosas relativas á la instruccion del Príncipe; veréis además mis opiniones sobre la manera de formarle é inocularle las costumbres propias de su rango, cosa en que debiamos fijar principalmente nuestras miras. Si lo he hecho bien ó mal, lo juzgaréis vosotros; estoy pronto á hacer las enmiendas que os parezcan oportunas.

M-11.

Mas¿á qué esperar tanto? repusieron mis amigos. Tenemos ahora lugar y tiempo; y puesto que nos has hecho ya mencion de tu trabajo, deseamos con avidez oir lo que sobre tan grave asunto recogiste, bien nos lo leas, bien nos lo recites de memoria en esta y las siguientes noches. No tememos que nos sea pesado el trabajo de castigar tu obra, ni rehusamos tampoco advertirte lo que, segun nuestro parecer, merezca corregirse.

Bien, dije, acepto pues la condicion, amo y amé siempre la franqueza. Tengo para mí que es de personas delicadas y no de amigos querer menos ser el autor de un libro que recibirle castigado por la mano de otro amigo. Voy pues, si os place, á empezar la explicacion de mis Comentarios, dejándolo tan solo cuando así lo exija el tiempo ó vuestro cansancio en oirme.

No, no, repuso Calderon, nosotros deseamos ya ardientemente oirte; me atrevo á asegurarlo hasta en nombre de Suasola. ¿Qué cosa puede haber mas agradable mientras se está disponiendo la cena que oir hablar sobre el modo de educar á un príncipe? Qué mas agradable que secundar tus nobles esfuerzos en lo que sea necesario y nosotros alcancemos?

Agradezco, dije á la sazon, en lo que debo vuestra favorable disposicion para conmigo; solo siento que mis facultades oratorias no corran al par de vuestra erudicion ni de vuestras esperanzas. Si Sócrates debiendo vituperar el amor en presencia de Fedro, no se atrevió á hacerlo sin cubrirse antes con su manto la cabeza, ¿cuánto mas no debo sonrojarme yo al pasar á desenvolver mis pobres pensamientos delante de un varon instruidísimo que hace tanto tiempo está explicando teología en Alcalá con universal aplauso de las gentes? No he salido, por otra parte, nunca de la vida privada: ¿qué podré decir sin temor acerca de la manera de educar é instruir á un príncipe? No parecerá ya en mi atrevimiento, sino temeridad y hasta impudencia. ¿Si correré yo la suerte de aquel anciano Formion que se atrevió á hablar del arte militar delante del gran capitan cartaginés Aníbal? Mucho he de temer en visla de este ejemplo que no recoja en vez de alabanzas carcajadas y sea vituperado al fin de necio y loco.

¿Mas cómo? dijo Calderon, no hay para qué temas; ¿quién podrá hallar mal que de tu mucha lectura hayas sacado preceptos saludables, confirmados por la aprobacion de todos los siglos y naciones, y sobre todo por la experiencia de los hombres mas ilustres? Podrias además escudarte con el ejemplo de Platon, Aristóteles y otros filósofos, que sin haber intervenido nunca en los negocios de la república, escribieron sutil y prudentemente sobre el modo de constituirla, ya por lo que leyeron, ya por lo que les inspiró su aventajado ingenio.

Es preciso, sin embargo, evitar el fastidio, dije, y atender además á que estamos en verano; os daré ú conocer por partes mis ideas durante los ratos que ten gamos de ocio en los dias sucesivos. Si algo os parece diguo de censura, ó lo vemos de noche ó despues de concluida la lectura de la obra; no sea que crezca mucho el libro si conferenciamos en particular sobre cada uno de los puntos de que trata. Podeis además así cor

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regir mi obra sin necesidad de que entremos en cuestiones enojosas. El papel, como suele decirse, no se sonroja; y bueno será tambien que miremos algo por nuestro amor propio, aunque no sea tan delicado como el de muchos hombres. Empezaré, si os parece, mi tarea explicando los motivos que me indujeron á escribir mi libro, y os manifestaré luego sus principales divisiones, á fin de que me esteis mas atentos y mas preparados para mi lectura.

Plácenos, dijeron entrambos; satisfarás así nuestros deseos y te evitarás la molestia de tener que entrar en contiendas literarias, para las cuales no te vemos hace ya mucho tiempo dispuesto.

Efectivamente, repuse, cambian mucho con la edad las inclinaciones; jóvenes, amamos el ruido y las disputas; ya de mas edad, no sentimos amor sino por el tranquilo estudio de las letras. Mas es hora ya de que empiece á cumplir con lo que deseais y con la promesa que os he hecho. Años atrás, cuando á mi regreso de Italia y Francia fijé mi residencia en Toledo, empleé algunos años en escribir en latin una Historia General de España, única cosa que nos faltaba y pedian con instancia naturales y extranjeros. Tuve en tanto lugar de fijar la atencion en grandes y numerosos ejemplos de varones principales, ejemplos que creí de mucha importancia recoger en un solo cuerpo de obra mientras daba á luz mi historia para dispertar algun tanto el gusto de los lectores, ya por los hechos de nuestra nacion, ya por trabajos de la naturaleza de los que yo emprendia. Observé además que con estos ejemplos y preceptos podia contribuir tal vez á formar nuestro príncipe Felipe, llenando así los deseos de nuestro maestro que me habia rogado en muchas cartas le hiciese observar todo lo que á mi modo de ver podia hacer para el mejor desempeño de su difícil cargo. Obró él como varon prudente solicitando con tanta modestia el auxilio aun de los que menos valen; y hubiera creido hacerme acreedor á la nota de ingrato, cosa que rechazan mis costumbres, si no hubiese correspondido de algun modo á tan grande amistad y deferencia. Escribí entonces solo lo necesario para llenar este deber sagrado, mas reservándome siempre dejar lo demás para este libro.

Aprobamos, dijo entonces Calderon, la ocasion que para escribir has escogido. ¿Quién podrá vituperar nunca con razon que hayas querido emplear tus fuerzas en cuestiones de la mayor y mas conocida trascendencia? No falta ahora sino que cumplas tu promesa antes que llegue el tiempo de volvernos.

Sí, añadió Suasola, porque ya me parece que nos están llamando nuestros fastidiosos é importunos criados.

He dividido pues mi obra, continué, en tres libros, y cada libro en capítulos para evitar el fastidio que naturalmente produce todo asunto tratado sin que estén compartidas sus diferentes partes. Es indudable que se nos hace menos pesado el camino cuando le vemos dividido á trechos por miliarios. Trato en el primer libro del origen de la potestad real, de la utilidad relativa de esta forma de gobierno, del derecho hereditario entre agnados y cognados, de la diferencia que media

entre la benignidad del rey y la crueldad del tirano, de la gloria que se puede alcanzar matando al principe que se atreva á violar las leyes del Estado, por mas que sea esto de sentir profundamente. Explico hasta dónde llegan los límites del poder real, y examino si el de las repúblicas es mayor que el de los reyes, para lo cual indico los argumentos emitidos por una y otra parte.

Señalados ya los términos de la potestad real, consagro el libro segundo á la manera cómo han de ser educados é instruidos los príncipes desde sus primeros años, deteniéndome, por considerarlas como las que mas pueden adornarlos y servirles para la direccion de los negocios públicos, en la honestidad, la clemencia, la liberalidad, la grandeza de alma, el amor á la gloria y sobre todo el culto de nuestra santa religion, el mas poderoso tal vez para dominar y cautivar el ánimo de la muchedumbre.

Trato por fin en el tercer libro de las obligaciones de los reyes, para lo cual le sacado de la mas profunda filosofía y del ejemplo de los varones mas ilustres los preceptos que se deben dar al príncipe al llegar á la mayor edad para que no caiga en error por ignorancia ó por descuido. Explico cómo debe ser gobernada la república en tiempo de paz, defendida en la guerra y si conviene ser ensanchada y dilatada ya por contrato, ya por la fuerza de las armas. Examino á quiénes debe encargarse la administracion de la justicia, quiénes deben entender mas directamente en los negocios de la guerra, cómo y con qué recursos puede hacerse, hasta qué punto puesen exigirse tributos, cuánto y cuán grande ha de ser el respeto á la justicia, qué motivo legítimo tienen las diversiones públicas y hasta qué punto deben permitirse, cuánto cuidado ha de ponerse en no consentir innovaciones peligrosas en materias de religion, sin cuya pureza es imposible que subsista una república.

Pongo en este punto fin á mi larga controversia. Espero que la examinaréis detenidamente en vuestras horas de ocio, convencidos de que cuanto mas severos seais en la censura, tanto mayor ha de ser para vosotros mi agradecimiento, pues no he podido aprobar nunca la conducta de aquellos que para evitar una ligera molestia cuidan poco ó nada de la opinion que los demás han de formar de sus amigos. Los mas prudentes médicos son los que menos consideraciones guardan al enfermo; la indulgencia tiene siempre sus peligros.

Dicho esto, nos levantamos á instancias de nuestros criados Ferrera y Navarro, que empezaban á darnos prisa, diciéndonos una y otra vez que estaba dispuesta la cena; no hubiéramos luego ido á atribuir á culpa suya lo que no era sino una consecuencia de nuestra tardanza. Volvímonos por el mismo punto, Calderon, á causa de su gran debilidad, á caballo de una mula, y los demás á pié, procurando divertir con fábulas y cuentos lo largo y molesto del camino. Llegados que hubimos á la capilla, saludamos á la Vírgen, arrodillándonos, como de costumbre, ante su sagrada imágen; pasamos luego á la cena, mas agradable que por otra cosa alguna por nuestras eruditas conversaciones; y

cuando estaban ya en su descenso las estrellas y la luna | opiniones seguir para adularles, no habia nunca cues

á poca distancia de su ocaso, nos sentamos bajo la espesa sombra de un castaño vecino, donde pasamos la mayor parte de la noche en modestas bromas respirando las apacibles auras que á la sazon soplaban.

Hé aquí pues en resúmen, príncipe Felipe, lo que me atrevo a dedicar tal cual es á tu augusto nombre, sin que me mueva á ello otra ambicion, que la de hacerte un pequeño obsequio, fomentar el desarrollo de tus grandes virtudes y esclarecido ingenio, y por estos mismos esfuerzos merecer bien de toda la república. Aunque pues estando educado en un palacio lleno de gravedad y sabiduría, entre varones prudentísimos, y lo que mas es, á la sombra de tan gran padre y tan eruditos profesores, no pueden faltarte preceptos excelentes y de gran filosofía, he pensado que no podrás dejar de confirmarlos mas y mas leyéndolos en este libro, y aun observando otros que me parecen de gran fuerza para determinar la conducta privada y gobernar con acierto los imperios. De pequeñas cosas nacen á veces las mayores; y no es bueno despreciar lo que puede con el tiempo llegar á ser de gravísima importancia. Antes empero de entrar en materia, te ruego, Príncipe, que no tomes á mal mi trabajo y procures corresponder ya á tu buen carácter, ya á la nobleza de tus antepasados. Te suplico ¡ oh Dios! que favorezcas nuestros esfuerzos y perpetúes tus excelsos dones, es decir, las grandes dotes de su alma y de su cuerpo. ¡Ah! Oye con benignidad mi súplica y ya por tu liberalidad, ya por la intercesion de la castísima Virgen, tu madre, haz que el éxito iguale por lo menos la esperanza.

CAPITULO PRIMERO.

El hombre es por su naturaleza animal sociable. En un principio los hombres como las fieras andaban errantes por el mundo; ni tenian hogar fijo, ni pensaban mas que en conservar la vida y obedecer al agradable instinto de procrear y de educar la prole. Ni habia leyes que les obligasen ni jefes que les mandasen; solo sí por cierto impulso de la naturaleza tributaba cada familia el mayor respeto al que por su edad parecia tener sobre todos una decidida preferencia. Verdad es que á medida que iban los hombres aumentando en número, iban presentando, aunque vaga y rudamente, las formas de la sociedad, ó por mejor decir, de un pueblo. Faltaba el jefe de la familia, bien fuese el abuelo, bien el padre, é hijos y nietos se distribuian en diversos grupos, convirtiendo en muchas una sola aldea.

Vivian entonces los hombres tranquilamente y sin ningun grave cuidado; contentos pues con poco,apagaban el hambre con la leche de sus ganados y los frutos que daban de sí los árboles silvestres, la sed con el agua de los arroyos y demás corrientes. Defendianse con la piel de los animales contra los rigores del calor y el frio, se entregaban dulcemente al sueño bajo la sombra de frondosos árboles, preparaban agrestes convites, jugaba cada cual con sus iguales, divertian el tiempo en familiares y amistosas pláticas. No habia entre ellos lugar al fraude ni á la mentira, no habia entre ellos poderosos cuyos umbrales conviniese saludar ni cuyas

tiones de términos, no habia guerras que fuesen á perturbar el curso de su tranquila vida. La insaciable y sórdida avaricia no habia aun interceptado y acaparado para sí los beneficios de la naturaleza; antes, como dice el poeta:

Mallebant tenui contenti vivere cultu:

Me signare quidem, aut partiri limite campum
Fas erat,

bienes con los que hubieran podido igualar en felicidad y convidar hasta los que habitaban en el cielo, si no hubiesen carecido por otra parte de cosas necesarias y la debilidad del cuerpo no les hubiese hecho tan sensibles á las impresiones del aire y á otras inclemencias.

Sabia empero Dios, creador y padre del género humano, que no hay cosa como la amistad y la caridad mútua entre los hombres, y que para excitarlas era preciso reunirlos en un solo lugar y bajo el imperio de unas mismas leyes. Habíales concedido ya la facultad de hablar para que pudiesen asociarse y comunicarse sus pensamientos, cosa que ya de por sí fomenta mucho el amor mútuo; y para mas obligarlos á querer lo que estaba ya en sus facultades, les creó sujetos á necesidades y expuestos á muchos males y peligros, para satisfacer y obviar los cuales fuese indispensable la concurrencia de la fuerza y habilidad de muchos. Dió á los demás animales con que comiesen y se cubriesen contra la intemperie; armó á los unos de cuernos, dientes y uñas para que pudieran rechazar los ataques exteriores; dotó á los otros de ligeros piés para que les fuese fácil salvarse de inminentes riesgos; pero abandonó al hombre á las miserias de la vida, dejándole desnudo é inerme como al desgraciado náufrago que acaba de ver sumergida su fortuna en el fondo de los mares. Nacemos y no sabemos siquiera buscar el pecho que ha de alimentarnos, no podemos sobrellevar las inclemencias del cielo, no nos es dado movernos por nosotros mismos, mientras no salgan los piés de su entorpecimiento. Empezamos esta miserable vida con el suspiro en nuestros labios y el llanto en nuestros ojos, presagio cierto de la infelicidad que nos apremia y de las desventuras que nos amenazan; seguimos, conforme á estos principios, privados de una infinidad de cosas, que no solo no podemos proporcionarnos individualmente, sino que ni aun con el auxilio de un reducido número de gentes.

¿Cuántos artesanos y cuánta industria no son necesarias para cardar el lino, la seda y la lana, para hilarlas, para tejerlas, para trasformarlas en las variadas telas con que cubrimos nuestras carnes? Cuántos obreros para domar el hierro, forjar herramientas y armas, explotar las minas, fundir los metales, convertirlos en alhajas? Cuántos, por fin, para la importacion y la exportacion de las mercancías, el cultivo de los campos, el plantío de los árboles, la conduccion de las aguas, la canalizacion de los rios, el riego de los campos, la construccion de los puertos artificiales por medio de vastas moles de piedra, arrojadas en el seno de los mares, cosas todas que, cuando no son absolutamente necesarias, sirven para hacer mas agradable y embellecer la vida? No nos es menos difícil procurarnos los medi

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