Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Hena de agua. Alegaban que en la eleccion de un nuevo príncipe, como arriba se ha indicado, prevalecen ordinariamente los malos, por ser siempre mayores en número en toda reunion de gentes; que nada minó tanto los firmes y sólidos cimientos del imperio romano como la eleccion de los príncipes, usurpada al fin por las guardias pretorianas, que con mengua de la majestad imperial encumbraron al solio á los hombres mas viles, por haber puesto mayor precio á la república. En España cabe apreciar tambien la naturaleza de esta cuestion por lo que sucedia en muchas poblaciones. Habia hace doscientos años en Castilla no pocos pueblos que tenian por antigua costumbre la libertad de elegir á sus señores. Elegian algunos de entre todos los ciudadanos al que creian convenir mas á sus intereses; pero otros reducian el círculo de los elegibles á una sola familia. Eran conocidos todos por este derecho con el nombre de behetrías; y estaban generalmente en ellos tan trastornadas las leyes y los juicios, que usamos á cada paso de aquella palabra para significar toda reunion desordenada en que nada se hace con razon, en que solo domina la pasion, la fuerza, los clamores. Estos males es evidente que deben evitarse á toda costa, adoptando, siempre que se presente una situacion tal, la sucesion hereditaria, pues cabe prometerse mas órden y concierto de los hijos de los príncipes. Saldrán tal vez burladas las esperanzas concebidas por el pueblo, cosa que sucede no pocas veces; mas aun este mal se sabe ya que está compensado con mayores bienes. Tiénese mayor respeto á los hijos y nietos de reyes, no solo por los ciudadanos, sino hasta por los extranjeros y los mismos enemigos; y qué, ¿ignoramos acaso que la majestad real es una garantía de paz, y es hasta la salud de la república? Bien claramente lo manifestó así por dos vcces Jacob Aben Juzef, primero cuando en Zahara recibió á Alfonso el Sabio, que iba á solicitar su poderoso amparo, dejando para él la silla mas alta, por considerar que era debida al que habia nacido de linaje de reyes y sido educado desde sus primeros años para gobernar el reino; luego cuando en Cesariano, ciudad de la Bética, que tenia cercada hacia ya seis meses con numerosas tropas africanas, mudando de improviso de pensamiento, levantó el sitio y pasó apresuradamente el Guadalete, temiendo ser vencido en batalla por Sancho, hijo de Alfonso, que estaba acampado allí cerca con tropas levantadas precipitadamente para salir del paso. Preguntado entonces por qué habia tomado la resolucion de huir del enemigo, dicen que contestó: «Desciende de cuarenta reyes; cercado de tanto prestigio, pelearia á los ojos de todos inspirándonos á nosotros terror, á ellos confianza; ¿qué habia de poder yo, que he sido el primero en decorar con la majestad real la familia de los Barramedas?» De tanta importancia es que descienda un príncipe de abuelos y bisabuelos reyes. La nobleza como la luz deslumbra, no solo á la muchedumbre, sino hasta á los magnates, y sobre todo enfrena la temeridad de los que tengan un corazon rebelde. Es, por otra parte, sabido que la naturaleza misma de las cosas quiere que las comunidades y las naciones sean mas gobernadas por la opinion que por los hechos. Muere el respeto y con él muere el imperio;

siendo muy de observar, que sobrellevan mejor los hombres al que nació infeliz del seno de una reina que al que menos desgraciadamente fué elegido.

Hé aquí por qué casi todas las monarquías han sido al fin hereditarias, y á naciones perpetuas han sido dados príncipes en cierto modo perpetuos, cosa para todos sumamente ventajosa. Evítanse así las graves alteraciones y las turbulentas tempestades que solian estallar en cada interregno; ciérrase el paso á las grandes discordias y guerras de sucesion, que han de existir forzosamente donde no esté admitida ó se suprima la sucesion hereditaria. Los bienes comunes están mejor administrados; es pues natural que los cuide como propios el que ha de trasmitir el poderá sus hijos, y es sabido que son siempre mirados con cierto descuido por los que ven limitada la existencia de su autoridad al escaso é incierto tiempo de su vida; los cuales suelen para ello fundarse en cuán fácil es que sus sucesores, siendo tan varios los juicios de los hombres, abandonen ó contradigan sus proyectos y comenzadas empresas, como vemos que sucede donde quiera que el poder supremo nace de los votos de los magnates ó de los del pueblo.

No me propongo ocultar que Aristóteles, uno de los mayores filósofos, en el lib. ш, cap. 11 de su política, desaprueba que los hijos sucedan indistintamente á sus padres, ni tampoco negar que los descendientes degeneran muchas veces y están muy distantes de tener las virtudes de sus predecesores. Lo acreditan las historias antiguas sagradas y profanas; y á la verdad podriamos aducir innumerables ejemplos de los grandes daños que ocasionaron á las repúblicas príncipes degenerados y destituidos de las prendas de sus antepasados. Mengua la buena índole de las familias ni mas ni menos que en las plantas y en los ganados mengua y cambia la bondad de las semillas por la influencia del cielo, la de la tierra, y sobre todo, la del tiempo. Extinguese el ardiente genio de los príncipes á fuerza de placeres y de una educacion mala y depravada; y como todos nacemos para morir, así vemos tambien y nos dolemos de que los linajes, los sembrados, los animales y las familias tengan sus principios y sus progresos y envejezcan al fin y mueran, como podemos ver por la historia de los últimos reyes de Castilla. Tuvo Enrique, el matador de su hermano Pedro y el fundador de su dinastía, un ingenio vivo y, sobre todo, un ánimo mayor aun que la nobleza de su cuna. En su hijo Juan no reconocemos ya tan afortunadas prendas, no hay ya tanta habilidad ni tanto vigor para la direccion de los negocios interiores ni exteriores. En su nieto Enrique se ve, es verdad, un entendimiento ardiente, un alma capaz de abrasar cielos y tierra, pero es débil de cuerpo, enfermizo, de una vida corta, que no le permite desarrollar las grandes virtudes de que apareció dotado ya en su misma infancia. Juan, segundo rey de este nombre, es ya mas á propósito para las letras que para los negocios del gobierno; y en él y su hijo Enrique IV se ve ya envejecida y hecha el juguete de los pueblos la gloria de sus antepasados. La destreza y la virtud ajenas se abrieron entonces paso hasta el trono, primero con un derecho cuestionable, y luego

mas ¿por qué no le hemos entonces de destronar como han hecho mas de una vez nuestros mayores? Cuando, dejados á un lado los sentimientos de humanidad, se conviertan los reyes en tiranos, debemos, como si fuesen fieras, dirigir contra ellos nuestros dardos. Destronado públicamente el rey don Pedro por sus crueles hechos, obtuvo el reino su hermano Eurique, aunque bastardo. Destronado su tercer nieto Eurique IV por su desidia y depravados hábitos, fué proclamado rey por voto de los magnates, primero su hermano Alfonso, que estaba aun en los primeros años de su vida, despues, muerto Alfonso, su hermana Isabel, que aun á despecho de Enrique se apoderó de la direccion de la república, absteniéndose solo de usar el nombre de reina mientras él viviese. No me meteré ahora en si estuvo bien ó mal hecho; confieso que muchas veces se procedió en aquellos tiempos con ligereza é intencion dañada; mas sé tambien que todo grandc ejemplo es casi indispensable que tenga algo de injusto, y considero que las faltas personales quedan compensadas con que se haya salvado el reino de manos de la tiranía.

con ventaja de los pueblos. Todo lo cual se encamina á que entendamos que los hijos no pocas veces difieren de sus padres en el ingenio, en la condicion y en las costumbres. No podemos empero negar que entre los príncipes electivos los ha habido tambien que no han sido menos malos ni de hábitos menos depravados, ni en número menores. Examinemos los anales de otros tiempos, recordemos la antigüedad, consideremos por un momento esas heces y monstruos del imperio romano llamados Oton, Claudio, Vitelio, Heliogábalo y otros que no nombro; ¿podemos creer acaso que subieron al trono del imperio mas que por los votos de la milicia, es decir, sobre las lanzas de las guardias pretorianas? Mas quiero dejar á un lado los ejemplos que nos ofrecen las naciones extranjeras: ¿habrá alguno tan temerario ó tan ignorante de nuestra historia que no conficse que en España hubo peores reyes que en ningun tiempo cuando apoderados de ella los godos eran elegidos de entre todos los ciudadanos los jefes supremos de la monarquía? ¿Se nos ha borrado quizá de la memoria Witiza y Rodrigo, últimos príncipes godos cuyas maldades atrajeron á toda España tan funestas desventuras? Seria mas feliz el mundo si lo que empieza bien en un principio perseverase en un mismo ser y estado y los fines correspondiesen siempre á los principios; pero la desidia, la maldad y el tiempo lo depravan todo; tal y tan triste es la condicion del hombre.

Nosotros, que ignorantes é incapaces de apreciar en su verdadero valor las cosas, estamos denunciando las faltas del sistema opuesto, sin querer hacernos cargo de los males en que hubieran incurrido los antiguos siguiendo otro camino, detestamos los vicios que vemos, creyendo siempre que lo pasado ha de ser mucho mejor que lo presente; conducta de que nacen todas las calamidades que afligen á la especie humana. Aun suponiendo que en otros tiempos hubiesen sido menores la agitacion de las asambleas y los funestos resultados de la negra ambicion y la codicia, ¿de qué otro medio podemos sospechar que se hayan valido sino de haber admitido el sistema hereditario? Para conservar la tranquilidad interior no hay indudablemente cosa mejor que designar por una ley los que han de suceder á la corona; no se deja así lugar ni á las pasiones de los pueblos ni al antojo de los príncipes y queda orillado todo motivo de discordia. Esta sola consideracion basta para que me decida en favor de la monarquía hereditaria; pero advierto además que es fácil corregir por medio de una buena educacion, sobre todo en la infancia, las faltas de los príncipes; que en una buena educacion encuentran freno hasta las mas depravadas naturalezas, y gracias á su saludable influencia, sufren un completo cambio; que si acontece de otra manera y no corresponde el éxito á los deseos ni á los esfuerzos de los que están encargados de dirigirle, es útil sobrellevarlo en cuanto lo permita la salud del reino y las corrompidas costumbres del principe queden ocultas en lo interior de su palacio. Podrá suceder que por sus desaciertos y maldades pongan algunos la república en inminente riesgo, desprecien la religion nacional, rechacen todo freno y se hagan del todo incorregibles;

No soy tampoco del parecer de aquellos que pretenden circunscribir el derecho de sucesion hereditaria dentro de una sola familia; creo que teniendo el príncipe muchos hijos, debe designar tambien la ley quién ha de suceder al padre, á fin de que en lo posible no se deje á las pasiones del pueblo lugar por donde quepa alterarse la tranquilidad pública, que hemos de conservar á todo trance. Tampoco apruebo que quiera introducirse en la sucesion á la corona lo que Platon proponia que se introdujese en la sucesion privada, á saber, que pasasen todos los bienes paternos á un solo hijo, pero solo al hijo designado deliberadamente por la voluntad del padre, medio con el cual decia se esmerarán todos los hijos en satisfacer los deseos de los que tantos sacrificios han hecho para criarles y educarles. No veo peligro en que así se estableciese para la sucesion privada; mas sí en que la ley no determinase hasta el hijo que ha de heredar la direccion del reino, omision de que habian de nacer forzosamente tan graves discordias como las que tuvieron lugar entre los príncipes moros de Africa y de España, cuyas terribles guerras y destronamientos, no tanto deben atribuirse á lo dispuestos que estaban siempre aquellos pueblos á mudar de príncipes, como á que no estaba determinado por leyes y costumbres cuál de los hijos habia de heredar la dignidad real cuando bajasen los emires al sepulcro. Veo adoptado en todas las naciones que los mayores de edad sean preferidos en la sucesion á los menores, y los varones á las hembras; mas no dejo de recordar que David entregó el reino á Salomon, el menor de sus hijos, cosa que, á ejemplo de David, no dejaron de hacer otros reyes de aquel mismo pueblo. Consta por las sagradas escrituras que en los primeros tiempos el patriarca Jacob traspasó á José los derechos que quitó á Ruben, su primogénito; pero es tambien preciso hacerse cargo de que así quedó castigada la maldad de Ruben, hombre por demás impío. Tengo, sin embargo, para mí que solo por inspiracion divina dejó David tan grave ejemplo, y lo dejó, ya para

que lo imitasen en tiempos posteriores otros príncipes, ya para que lo imiten aun los nuestros cuando el hijo mayor se haya manchado con negros crímenes y se hayan apurado todos los medios para corregirle, 6 bien cuando el menor aventaje en virtud manifiesta á todos sus hermanos. Creo que podrá entonces el padre, sin faltará la justicia, despojar de los derechos de sucesion al primogénito, con tal que no vea que han de resultar de esta medida agitaciones y discordias. El padre que es príncipe no debe dejarse llevar al instituir heredero por sus afectos personales, debe siempre atender, antes de todo, á la salud del reino.

No por ser grave y hasta peligroso el ejemplo de David han dejado de seguirlo aquí en tiempo de nuestros abuelos el rey de Aragon don Juan II y en nuestros tiempos tu padre, los cuales han desheredado ambos á dos á su primogénito Cárlos. ¿Quién empero no ve que el mismo cielo destinaba á reinar á Fernando el Católico, y te destina ahora á tí que has de igualar en virtudes á tu tatarabuelo y á todos tus antepasados por lo que dejan esperar tu natural ingenio y lu educacion esmeradísima, cuyos efectos contribuimos á desarrollar con nuestros ardientes votos? Es con todo mas que de hombres resistir la influencia de los afectos personales, virtud por lo demasiado grande poco acomodada á nuestra condicion y á nuestras fuerzas; así que estoy en que deberia ponerse coto á esta costumbre y no dejar al arbitrio del rey el derecho de cambiar la sucesion entre sus hijos, y lo creo tanto mas, cuanto que considero que la reforma de las leyes hereditarias no pertenece al rey, sino á la república que le confió el poder bajo las condiciones contenidas en aquellas mismas leyes, y que por consiguiente no puede tener lugar sin el consentimiento de las Cortes.

Ocurren tambien dudas sobre si deben ser llamadas á suceder las hembras cuando hayan muerto todos sus hermanos y no hayan quedado de ellos sino hijos varones. En muchas naciones está ya determinado que no sucedan, fundándose en que no sirve una mujer para dirigir los negocios públicos, ni es capaz de resolverse por sí misma cuando ocurran graves acontecimientos en el reino. Si cuando mandan en familias particulares anda perturbada la paz de todo el hogar doméstico, ¿qué no seria, dicen, si se las pusiera al frente de toda una república? En los diversos reinos de España no se ha seguido siempre ni una misma costumbre ni una misma regla. En Aragon unas veces han sido admitidas á la sucesion, otras excluidas. Como empero leamos en las sagradas escrituras que Débora gobernó la república judía, y veamos adoptado por muchas naciones que pase la corona á manos de las hembras cuando no haya varones que puedan ceñirlas, y en Castilla, que es la mas noble region de España, sin que en nada ceda á las extranjeras, y hasta entre los vascos vemos seguida desde los tiempos primitivos la costumbre de no distinguir para la sucesion varones ni hembras; no creemos que puedan ser vituperadas con razon las disposiciones de nuestras leyes respecto á este punto, mucho menos cuando no dejan de ofrecer por su parte muchísimas ventajas y merecen ser siempre preferidas á que se elija entre todos los varones el que

mas sobresalga á los ojos de los pueblos. Crecen y se ensanchan ásí los imperios por medio de casamientos, cosa que no se observa en otras naciones regidas por distintas leyes. Si la España ha llegado á ser un tan vasto imperio, es sabido que lo debe tanto á su valor y á sus armas como á los enlaces de sus príncipes, enlaces que han traido consigo la anexion de muchas provincias y aun la de grandísimos estados.

CAPITULO IV.

De la sucesion real entre los agnados.

Evítanse graves cuestiones, y lo que es mas, devastadoras guerras, teniendo en todos tiempos elegido por la ley el que ha de ocupar la silla vacante del imperio, y no dejando nunca la sucesion al arbitrio de nadie ni aun al del rey padre, á quien creemos la de negarse hasta la facultad de escoger heredero entre sus hijos. Mírase con esto decididamente por la tranquilidad pública, preferible á todo por ser entre los hombres lo mas saludable y de mayor provecho.

Las leyes á que está sujeta la sucesion, parte están escritas y grabadas en bronce, parte conservadas por los usos y costumbres de cada nacion constituida; y es evidente que á nadie es lícito alterarlas sin consultar la voluntad del pueblo, de la que derivan y dependen los derechos de los reyes. No porque estén escritas las leyes dejan de ocurrir dudas sobre su inteligencia, ni porque estén sancionadas las leyes de los pueblos dejan de ocurrir mudanzas, segun van cambiando las ideas y los sucesos; así que tenemos aun en pié la cuestion que han oscurecido no poco las diversas opiniones de los escritores y la polémica á que ha dado lugar esa misma diversidad de pareceres. Está ya generalmente admitido que sucedan los hijos á los padres, siendo entre aquellos preferidos los varones de mayor edad, como queda dicho; pero se ha dudado muchas veces si habiendo sobrevivido el padre al mayor de sus hijos y dejado este descendencia, ha de ser preferido el nieto al tio, ó al contrario. Pueden presentarse en favor de una y otra opinion brillantes y numerosos ejemplos, pues tanto en España como en las demás naciones han ocurrido casos de haber sido llamados á la sucesion los tios, prescindiendo de los nietos, y casos tambien de haber sido llamados los nietos, prescindiendo de los tios. Decídense muchos por lo último creyéndolo mas conforme á la equidad y á las leyes, porque, como ellos dicen, los tios no habiendo nacido y sido educados con la esperanza de suceder á la corona, no se les ofende excluyéndolos ni se les despoja en rigor de ningun derecho, y parece, por otra parte cruel agravar la desgracia de la muerte del padre privando á los hijos de la sucesion al reino.

Sube aun de punto la diversidad de opiniones cuando se reduce la cuestion á cuál de los agnados debe empuñar el cetro cuando han muerto todos los hijos del príncipe ó no ha tenido este descendencia. Supongamos que tuvo antes el príncipe hermanos y hermanas y bayan muerto: ¿deberán suceder los hijos de sus hermanas ó los de sus hermanos, es decir, los descendientes de varon ó los de hembra? Deberán ser considerados

todos los agnados como si fueran hijos, sin atender mas que á la diferencia de edad y sexo? Deberán ser preferidos al tio ó tia paternos los descendientes del hermano mayor aun cuando lo scan ya en segundo grado? Hase seguido uno y otro camino en la sucesion privada por derecho hereditario, siendo cosa sabida que por la ley imperial de sucesion abintestato suceden con los tios los nietos de los hijos difuntos, pero solo en estirpes, de modo que toque solo á todos de la herencia lo que habria de percibir el padre si viviese cuando la muerte del abuelo.

Lo mismo está dispuesto cuando el hermano sucede al hermano que murió intestado. Los hijos del otro hermano entran á suceder con su tio en estirpes, porque si así no sucediese, sino que entrasen á participar de la herencia ó los nietos y sobrinos comparados entre sí ó los que estuviesen con el difunto en mas remoto grado de parentesco, seria indispensable que se les llamase in capita y se distribuyese entre ellos los bienes por iguales partes. En el primer género de herederos cabe pues la representacion, no en el segundo.

¿Convendrá ahora que en la sucesion del reino se observen las disposiciones relativas á estos últimos cuando no habiendo ya nietos ni hijos del difunto sean llamados al trono los parientes colaterales? Se ha agitado esta cuestion entre los jurisconsultos, dando por resultado una increible variedad de pareceres; pero ha sido por los mas y que de mas erudicion están dotados resuelta en el sentido de que no puede tener lugar el llamamiento in stirpes á la sucesion de la corona. El reino, dicen, se adquiere por derecho de sangre, es decir, no por el derecho que da la voluntad del último posesor, sino por el que dan las costumbres, las instituciones, las leyes ó las disposiciones de un particular fundador del vínculo; y es evidente que ha de sufrir una suerte distinta de los demás bienes, que, aunque dados por derecho hereditario, están sujetos á mudanzas. Dado pues igual grado de parentesco, creen estos jurisconsultos que, á no disponer otra cosa una ley especial del reino, debe ser llamado á la sucesion el cognado que aventaja á todos los demás en sexo, en años y en prudencia. A las mujeres y á los niños, añaden, se les permite ya suceder á pesar de oponerse la misma naturaleza á que aquellas entiendan en los negocios públicos y no tengan los otros edad para sobrellevar tan graves cuidados; y esto, que no deja de ser un gran daño para la república, hemos de procurar evitarlo con todas nuestras fuerzas, rechazando la representacion como la ficcion del derecho, ó á lo menos no extendiéndola á mas de lo que esté prescrito expresamente por las leyes ó por las costumbres de los pueblos. Pues qué, ¿por puras ficciones hemos de quitar el reino á un hombre de aventajadas prendas y confiarle al que necesita aun de tutor y de quien le dirija y le gobierne? Por puras ficciones hemos de precipitar á ciencia cierta la república á un abismo sin fondo de males y peligros? ¿Hemos, por fin, de tener en mas los vanos raciocinios y razones que la salud de muchos? Léjos de nosotros tanta maldad é infamia.

A todo esto se opone que los padres trasmiten á sus

hijos todo lo que poseen, así en bienes como en derechos; pero solo los derechos ya adquiridos, no los que hubieran podido tocarles mas tarde á haber sobrevivido; que respecto á la sucesion son llamados de otros títulos los herederos en estirpes, y el derecho de los hijos es igual al que tendrian sus padres si viviesen; que la mujer, por fin, cuando desciende por línea recta de varon es preferida al mismo varon cuando desciende por línea recta de hembra; mas nuestros jurisconsultos, además de negarlo, sostienen que, aun cuando fuese cierto, no deberia observarse otro tanto en la sucesion del reino, distinta bajo muchos puntos de vista de las demás sucesiones, donde ha de haber naturalmente menos lugar al derecho de representacion, si ha de procurarse que quede incólume la unidad de la república. Reasumiendo pues la cuestion en pocas palabras: supongamos que haya de legítimas nupcias hijos legitimos entre los cuales se dispute á quién pertenece la primacía del gobierno; siendo igual el grado de parentesco, sostenemos que debe ser llamado á la sucesion del reino, á no ser que prescriban lo contrario leyes ó costumbres nacionales, para nosotros siempre respetables, el que entre todos los pretendientes tenga mas edad, mas privilegiado sexo y sobre todo mas virtudes. Y lo sostenemos partiendo de los mismos principios de la naturaleza y del derecho comun, con los cuales están conformes las leyes y costumbres españolas.

No ha dejado de haber en todos tiempos hombres infames y ambiciosos, que han confiado á la suerte de las armas los derechos de sucesion á la corona, no siendo raro que haya vencido por tener mas fuerzas el que con menos razon ha entrado en la contienda, pues guardan las leyes silencio entre el estruendo de la guerra, y no hay quien fie á las decisiones del derecho la facultad que se ha conquistado en los campos de batalla. Triste y doloroso es que deba apelarse á tales medios; mas no negamos que pueden estar controvertidos los derechos de los pretendientes hasta el punto de que los pueblos, no pudiendo seguir otro camino, deban limitar sus esfuerzos á procurar el triunfo del que mas pueda servirles en aquellas circunstancias, cosa de que tenemos muchos y varios ejemplos en otras naciones del mundo cristiano, y principalmente en nuestra España. Muerto Enrique I de Castilla sin dejar por su tierna edad sucesion directa, fué llamada con preferencia al trono Berenguela, madre de Fernando el Santo, á pesar de ser mayor de edad su hermana Blanca, reina de Francia y madre de san Luis, la cual, si fué postergada por los próceres del reino, fué indudablemente para impedir que viniesen á reinar en España príncipes de casas extranjeras, resolucion acertada y saludable como manifestaron despues las no interrumpidas victorias, la candorosa vida y las santas virtudes de Fernando. Muerto Alfonso el Sabio, fué tambien preferido á los nietos del primogénito el hijo menor don Sancho, al cual, por ser hombre de genio y estar ya con las armas en la mano, hubiera sido peligroso negar lo que de tanto tiempo y con tanto ahinco pretendia. Pero hay aun ejemplos mas recientes. Enrique el Bastardo mató con su propia mano al rey don Pedro, que abusaba del poder en perjuicio de los pueblos; y luego de haberse apoderado del reino des

pojó de la herencia paterna á sus desgraciadas hijas, cosa que si se dice que fué injusta, deberémos confesar que injustamente tambien reinaron los primeros monarcas de Castilla. Años despues dióse tambien por rey la Lusitania á Juan, el famoso maestre de Avis, el cual, á pesar de no ser tan ilustre su nacimiento como el de otros reyes ni tener quizá el derecho de su parte, ha logrado contra todos los esfuerzos de Castilla dejar á sus descendientes un reino bien constituido, reino que, como estamos ahora viendo, disfruta de gran felicidad y de todo género de bienes. No tardaron en ser excluidas de la sucesion paterna dos hijas de don Juan, rey de Aragon, donde es sabido que despues de la muerte deste príncipe fué llamado Martin desde Sicilia al trono, como parecian aconsejar la agitacion y desórdenes que tenian lugar en el corazon de aquellos pueblos. No podemos tan poco pasar en silencio á la reina Petronila, hija de Ramiro el Monje, que estando ya de parto, nombró heredero por testamento al que naciese si fuese varon, y si hembra á su marido Ramon, conde de Barcelona; decision que fué despues revocada por su hijo Alfonso, llamando á sus hermanas á la sucesion del reino. Cambian los derechos por la voluntad de los principes hasta tal punto, que en el mismo reino de Aragon se nos ofrecen casos de haber sido excluidas las hijas siendo luego llamados á suceder los nietos que de ellas nacieron. Paso aun por alto á Fernando, que desde Castilla, donde gobernaba con gran felicidad por el rey Juan, niño de pocos años, pasó á ocupar el trono de Aragon á la muerte de Martin I. Podemos muy bien decir que si venció á sus émulos fué mas por la gloria de sus hazañas y esclarecidas virtudes que por la fuerza del derecho que le competia.

Bien consideradas las cosas, ¿qué es lo que puede oponerse á que por la voluntad de los pueblos se cambie, exigiéndolo así las circunstrancias, lo que para el bien público fué establecido por los mismos pueblos? Puestos en tela de juicio los derechos de los que pueden suceder á la corona, ¿por qué no hemos de adoptar la resolucion que nos parezca mas provechosa y saludable? ¿Hemos de ser jueces injustos precisamente en la causa mas grave y de mas trascendencia? Conviene además, observar que los derechos de sucesion al trono han sido establecidos mas por una especie de consentimiento tácito del pueblo, que no se ha atrevido á resistir á la voluntad de los primeros príncipes, que por el consentimiento claro, libre y espontáneo de todas las clases del Estado como, á nuestro modo de ver, era necesario que se hiciese.

CAPITULO V.

Diferencia entre el rey y el tirano.

Seis son las formas de gobierno, y vamos á distinguirlas en brevísimas palabras antes de explicar cuánto difieren una de otra la benevolencia del rey y la perversidad de los tiranos. La monarquía está esencialmente determinada por el hecho de presentar concentrados en un solo hombre todos los derechos públicos; la aristocracia por el de estar reunidos esos mismos

poderes en un corto número de magnates que aventajan á los demás por sus prendas personales; la repúbli ca, propiamente llamada así, por el de ser partícipes todos los ciudadanos de las facultades del gobierno segun su rango y mérito; la democracia por el de ser conferidos los honores y cargos del Estado sin distincion de méritos ni clases, cosa por cierto contraria al buen sentido, pues pretende igualarse á los que hizo desiguales la naturaleza ó una fuerza superior é irresistible. Como tiene la república por antítesis la democracia, tiene la aristocracia por tal la que llamaron los griegos oligarquía, en la cual, si bien los poderes públicos están confiados tambien á pocos, no se atiende ya á la virtud, sino á las riquezas, y es preferido á los demás el que disfruta de mayores rentas. La tiranía, que es la última y peor forma de gobierno, antitética tambien de la monarquía, empieza muchas veces por apoderarse del poder á viva fuerza; y derive de bueno ó mal origen, pesa siempre de una manera cruel sobre la frente de sus súbditos. Aun partiendo de buenos principios, cae en todo género de vicios, principalmente en la codicia, en la ferocidad y la avaricia. Es propio de un buen rey defender la inocencia, reprimir la maldad, salvar á los que peligran, procurar á la república la felicidad y todo género de bienes; mas no del tirano, que hace consistir su mayor poder en poder entregarse desenfrenadamente á sus pasiones, que no cree indecorosa maldad alguna, que comete todo género de crímenes, destruye la hacienda de los poderosos, viola la castidad, mata á los buenos, y llega al fin de su vida sin que haya una sola accion vil á que no se haya entregado. Es además el rey humilde, tratable, accesible, amigo de vivir bajo el mismo derecho que sus conciudadanos; y el tirano, desconfiado, medroso, amigo de aterrar con el aparato de su fuerza y su fortuna, con la severidad de las costumbres, con la crueldad de los juicios dictados por sus sangrientos tribunales.

Conviene que sobre la diferencia entre el rey y el tirano digamos aun algo mas de lo que llevamos insinuado; y para esto hemos de examinar el orígen, los medios y los adelantos de cada una de esas dos formas de gobierno. El rey ejerce con singular templanza el poder que ha recibido de sus súbditos, no es gravoso, no es molesto sino para esos infames malvados que conspiran temerariamente contra las fortunas y la vida de sus semejantes; como es para estos severo, es para los demás un cariñoso padre, y no bien están ya vengados los crímenes que le obligaron á ser por algun tiempo inexorable, se despoja con gusto de su severidad, prestándose fácilmente á todos en todas las vicisitudes de la vida. No excluye de su palacio ni aun de su cámara al pobre ni al desamparado, presta atento oido á las quejas de todos, no consiente que en ninguna parte del imperio se proceda con crueldad ni aun con aspereza. No domina á sus súbditos como esclavos, les gobierua como hijos, sabiendo que ha recibido el poder de manos del pueblo, procura ante todo que le quieran, y no aspira sino á hacerse popular por medios lícitos, mereciendo la benevolencia y el aplauso de sus vasallos, principalmente de los buenos. Defendido así por el amor del pueblo, no necesita mucho de guardias, ni aun para

« AnteriorContinuar »