Imágenes de páginas
PDF
EPUB

veces rendirse á la necesidad, que de ordinario tiene mayores fuerzas que la justicia y la razon. Tomado este asiento, dejó á Francia y se volvió á su tierra para pasar en ella su viudez y vida.

CAPITULO XII.

Que nació un hijo al rey de Castilla.

Gozaba España de una muy grande paz y sosiego á causa que las alteraciones de dentro calmaban y los enemigos de fuera no se movian ni inquietaban por hallarse todos cansados con las guerras y diferencias pasadas, que mucho duraron. Solo el rey de Navarra se hallaba desgustado por verse despojado de los grandes estados que tenia en Francia, de Evreux, de Campaña y de Bria. Y dado que sobre este punto andaban embajadas y se hacia muy grande instancia, todavía no se alcanzaba cosa alguna; y aun él mismo por dos veces fué á Francia sobre lo mismo, pero en balde. La pretension era muy importante y claro el agravio que le hacian; acordó pues tercera vez de probar ventura por si pudiese alcanzar de su primo el rey de Francia y de sus grandes con presentes y caricias lo que la razon y la honestidad no habia podido alcanzar. Encomendó el gobierno del reino á su mujer; con esta resolucion se partió para Francia, y llegado á aquella corte, trató su negocio con todas las veras y por todos los caminos que le parecieron á propósito para salir con la demanda; gastáronse muchas demandas y respuestas; finalmente, se tomó por postrera resolucion que el de Navarra se apartase de aquella pretension y sacase de Quireburg, que todavía se tenia por él, los soldados que allí tenia de su guarnicion, y que en recompensa le diesen á Nemurs, ciudad de la Gallia Céltica, con título de duque; trueque á la verdad muy desigual, y muy baja recompensa de estados tan principales y grandes como renunciaba. Verdad es que le añadieron en las condiciones del concierto una pension de doce mil francos en cada un año además de una gran suma de dinero que para acallalle de presente le contaron. Pasó todo esto en Paris á 9 de junio del año que se contaba de 1404. Dícese que de aquel dinero labró este rey don Carlos en Olite y en Tafalla, villas de Navarra, distantes entre sí por espacio de una legua, sendos palacios de real magnificencia, muy hermosos y de habitacion muy cómoda, ca era este Príncipe muy entendido, no solo en las cosas de la paz y de la guerra, sino asimismo en las que sirven para curiosidad y entretenimiento. Decian otrosí que si la muerte no atajara sus trazas, pretendia juntar aquellos dos pueblos con un pórtico ó portal continuado y tirado desde el uno hasta el otro. Los reyes de Castilla y de Granada á porfía se presentaban entre sí ricos y hermosos dones, que parecia cada cual se pretendia adelantar en todo género de cortesía. A los moros venia bien aquella amistad por sus pocas fuerzas y su estado, que no era grande; al rey de Castilla por su continua indisposicion le era forzoso atender mas á conservarse que á quitar á otros lo suyo. En particular el rey Moro envió al de Castilla un presente muy rico de oro y de plata, piedras preciosas y adobos de vestidos muy hermosos;

y para que la cortesía pareciese mayor, lo envió todo con una de sus mujeres; que los moros segun su posibilidad cada cual acostumbra á tener muchas, en especial los reyes; que es la causa de estimallas de ordinario en poco por repartirse la aficion entre tantas. Las obras, finalmente, eran tales y las muestras de amor, que bastaran á ligallos y hermanallos por mucho tiempo si pagara bien la amistad y fuese durable entre los que se diferencian en la creencia y religion. Así, poco adelante se rompió la guerra entre estos dos reyes, como se verá en su lugar. En Roma falleció el papa Bonifacio IX á 1.o de octubre. Juntáronse sus cardenales en conclave, y con toda priesa nombraron por sucesor del difunto al cardenal Cosmato Meliorato, natural de Sulmona, ciudad del Abruzo en el reino de Nápoles, á los 17 del mismo mes. Llamóse Inocencio VII. Su pontificado fué breve, de solos dos años y veinte dias. Acometieron de nuevo con esta ocasion los príncipes á concertar los papas y unir la Iglesia. Usaron de las diligencias posibles, pero todo su trabajo fué en vano. Alegaban las partes que no hallaban lugar seguro en qué juntarse. Todo era color y hacer del juego maña para entretener la gente y engañar en grave perjuicio de toda la Iglesia. En especial el papa Benedicto, como mas artero y duro, por ningun camino se doblegaba, si bien desamparado de la mayor parte de sus amigos y valedores andaba de una parte á otra sin hallar lugar que le contentase ni persona alguna de quien fiarse; tan sospechosos le eran los de su casa como los extraños. Bien es verdad que muchas personas señaladas por su doctrina y santa vida defendian su partido y le seguian; entre otros fray Vicente Ferrer, gran gloria de Valencia, su patria, y de su órden de Santo Domingo por el buen olor que de sí daba y el gran fruto que hizo en todas las partes en que predicó la palabra de Dios, que fueron muchas, como trompeta del Espíritu Santo y gran ministro del Evangelio. Averiguóse que las naciones extrañas le entendian, si bien predicaba en su lengua vulgar, los italianos, los franceses, los castellanos; gracia singular, y despues de los apóstoles á él solo concedida. Los milagros que obraba y con que acreditaba su doctrina, eran muy ordinarios; daba vista á los ciegos, sanaba cojos, mancos, enfermos, y aun resucitaba los muertos. Todo lo hace mas creible lo que se dice de la innumerable muchedumbre de gente que por su medio salió de las profundas tinieblas de vicios y de ignorancia en que estaban. De los viciosos que convirtió, no diré nada; en sola España por su predicacion se bautizaron ocho mil moros y treinta y cinco mil judíos, cosa maravillosa. En particular en el obispado de Palencia se hicieron cristianos casi todos los judíos, que, por ser hacendados y en favor del bautismo quedar libres de diezmos y otros pechos y derramas, las rentas del obis

po

don Sancho de Rojas, que á la sazon lo era de aquella ciudad, se adelgazaron de suerte, que le fué necesario hacer recurso al Rey y ganar un privilegio real que hoy se muestra, en que le concede para recompensa de aquel daño cierta cantidad de maravedís de las rentas reales. La alegría que por esta causa resultaba en todo el reino se aumentó con el parto de la Reina, que en Toro en el monasterio de San Francisco, viérnes á

los 6 de marzo del año de 1405, parió un infante, que se llamó del nombre de su abuelo, el príncipe don Juan; el gozo de todos fué tanto mayor cuanto mas desconfiados estaban por la dilacion y la poca salud del Rey. Hiciéronse fiestas y regocijos por todas las partes. Los príncipes extraños enviaron sus embajadas para congratularse por el nacimiento del Infante. La Reina otrosí alcanzó del Rey con esta ocasion de su parto que perdonase é hiciese merced á don Pedro de Castilla, su primo, niño de poca edad. Don Juan, su padre, hijo del rey don Pedro, falleció poco antes deste tiempo en la prision en que le tenian en el castillo de Soria. De su mujer doña Elvira, hija del mismo alcaide Beltran Eril, dejó dos hijos, don Pedro y doña Costanza ; la hija vino á las manos del Rey, y por su órden hizo profesion en Santo Domingo el Real, monasterio de Madrid. Don Pedro se huyó, que le pretendian poner en prision. La culpa del padre y de los hijos no era otra sino tener el uno por padre y los otros por abuelo aquel príncipe desgraciado, que muchas cosas hacen los reyes para su seguridad que parecen exorbitantes. Compadecióse la Reina de aquel mozo; mandóle poner tras de las cortinas de la cama. Venida la ocasion que el Rey entró á visitalla, le suplicó por el perdon. Otorgó el Rey con su demanda, que no era justo en aquella sazon negalle cosa alguna. Sacáronle á la hora vestido de clérigo para que le besase la mano. Diósela con amoroso semblante, y para que se sustentase en los estudios le proveyó del arcedianato de Alarcon. Adelante le promovieron al obispado de Osma, y finalmente al de Palencia. Suplió la nobleza sus faltas; en particular tuvo poca cuenta con la honestidad. De dos mujeres, la una Isabel, de nacion inglesa, y la otra María Bernarda, dejó muchos hijos, cuatro varones, don Alonso, don Luis, don Sancho y don Pedro, y otras tantas hembras, doña Aldonza, doña Isabel, doña Catalina, doña Costanza. Destos, y principalmente de don Alonso, que tuvo siete hijos de legítimo matrimonio, desciende la casa y linaje de Castilla, asaz extendida y grande, aunque no de mucha renta ni estado. En Guadalajara falleció don Diego Hurtado de Mendoza, almirante del mar. Sucediéronle en sus estados y tierras Iñigo Lopez de Mendoza, su hijo, que adelante fué el primer marqués de Santillana; en el oficio de almirante, don Alonso Enriquez, hermano menor de don Pedro, conde de Trastamara, ambos nietos de don Fadrique, maestre de Santiago.

CAPITULO XIII.

De la guerra que se hizo contra moros.

El reino de Aragon por este tiempo andaba alborotado, y mas Zaragoza, por causa de dos bandos y parcialidades, cuyas cabezas eran, de la una Martin Lopez de la Nuza, de la otra Pedro Cerdan, hombres pode rosos en rentas y vasallos. En Valencia asimismo prevalecian otros dos bandos, el de los Soleres y el de los Centellas. Trababan á cada paso pasion entre sí y riñas; matábanse y robábanse las haciendas sin que la justicia les pudiese ir á la mano. Juntó el Rey Cortes en Maella, villa de Aragon, á propósito de asentar el gobierno y apaciguar las alteraciones que ponian á todos. M-11.

en cuidado. En aquellas Cortes se establecieron leyes muy buenas, unas para acudir á los inconvenientes presentes, otras que se guardasen siempre, enderezadas todas al bien y pro comun. Ordenáse demás desto que el rey don Martin de Sicilia, lo mas presto que fuese posible, viniese á España para que se acostumbrase á guardar los fueros de Aragon y no quisiese adelante atropellar sus libertades y gobernar aquel reico á fuer de los demás á su albedrío y voluntad. Sabida él esta determinacion, la voluntad del Rey, su padre, y de todo el reino, aprestado que hobo una armada, se hizo á la vela en Trapana, ciudad de Sicilia; de camino saltó en tierra en Niza, ciudad del Piamonte, para visitar y hacer homenaje al papa Benedicto, que á la sazon se hallaba en aquellas partes con voz de querer dar corte con su competidor en aquellas diferencias y debates tan reñidos. Hallóse presente acaso ó de propósito á la habla Luis, duque de Anjou, que se llamaba rey de Nápoles, y por el derecho de su mujer pretendia el reino de Aragon; mas por medio del Pontífice se concertaron y apaciguaron. Despedida esta habla, se tornó á embarcar el rey de Sicilia, y á los 3 de abril finalmente surgió en la playa de Barcelona. Por su venida hicieron fiestas por todo el reino, que pensaban seria por largo tiempo; mas engañóles su esperanza, porque con color que los de aquella isla no sosegaban del todo y que de nuevo don Bernardo de Cabrera con ocasion de su ausencia se tomaba mas autoridad y mano en el gobierno de lo que era razon, dejando las cosas medio compuestas en Aragon, á los 6 de agosto en la misma armada en que vino se embarcó en Barcelona y pasó en Sicilia. Con su llegada mandó luego á don Bernardo de Cabrera salir de palacio, y poco despues de toda la isla, con órden de presentarse delante de su padre el rey de Aragon para descargarse de las culpas que le achacaban. Hizo él lo que le fué mandado, y partió para España en sazon que por el principio del mes de noviembre llegaron á Barcelona cuatro estatuas de plata vaciadas y cinceladas y sembradas de pedrería, que envió el papa Benedicto para que pusiesen en ellas las reliquias que en Zaragoza tenian de los santos mártires Valerio, Vincencio, Laurencio, Engracia, para sacallas con esta pompa en las procesiones mas solemnes y generales. En Castilla se continuaba la conversion de los judíos, y aun para domeñar á los obstinados y duros se ordenó de nuevo, entre otras cosas, que los judíos no pudiesen dar á logro, cosa entre ellos muy usada; y que para ser conocidos trajesen sobre el hombro derecho por señal un redondo de paño rojo, como tres dedos de ancho. Lo mismo tres años adelante se ordenó de los moros, que trajesen otro redondo algo mayor de paño azul en forma de luna menguada, y lo que es mas, veinte y cinco años antes deste en que vamos estableció el rey don Juan el Primero en las Cortes que se hicieron en Soria que las mancebas de los clérigos se distinguiesen de las mujeres honestas por un prendedero de paño bermejo, tan ancho como los tres dedos, que les mandó traer sobre el tocado para que fuesen conocidas, leyes muy buenas, pero que no sé yo si en algun tiempo se guardaron. Lo que toca á los judíos, el tiempo presente se pidió por el 4

reino en las Cortes que los meses pasados para jurar al príncipe don Juan recien nacido se juntaron en Valladolid, y el Rey lo otorgó por una ley que publicó en esta razon en la villa de Madrid á los 21 dias del mes de diciembre. Ca habia pasado á aquellas partes para proveer á la guerra de Granada, que entonces pensaba hacer de propósito, á causa que aquel Rey, sin embargo de los conciertos y amistad hechos, se apoderó por fuerza de la villa de Ayamonte, puesta á la boca del rio Guadiana por la parte que desagua en el mar, y la quitó á Alvaro de Guzman, cuya era; demás que no queria pagar el tributo y las parias que conforme á los conciertos pasados debia pagar en cada un año. Todavía antes de venir á rompimiento intentó el rey de Castilla si le podria poner en razon con una embajada que le envió para ver si podria con aquello requerille de paz y que no diese lugar á aquellas novedades y demasías. El Moro, orgulloso por lo hecho y por pensar que aquella embajada procedia de algun temor y flaqueza, no solo no quiso hacer emienda de lo pasado, antes por principio del año 1406 envió un grande golpe de gente para que rompiesen por la parte del territorio de Baeza, como lo hicieron con muy grave daño de toda aquella comarca. Saliéronles al encuentro Pedro Manrique, frontero en aquella parte, Diego de Benavides y Martin Sanchez de Rojas con toda la demás gente que pudieron en aquel aprieto apellidar. Alcanzaron á los enemigos, que era muy grande cabalgada; llegaban muy cerca de la villa de Quesada. Pelearon con igual esfuerzo sin reconocerse ventaja ninguna hasta que cerró la noche y la escuridad tan grande los despartió. Los cristianos, juntos y cerrados, rompieron por medio de los enemigos para procurar mejorarse de lugar en un peñol que cerca cae, que fué señal de flaqueza; demás que en la pelea perdieran mucha gente, y entre ellos personas de mucha cuenta, y en particular Martin Sanchez de Rojas y Alonso Davalos, el mariscal Juan de Herrera y Garci Alvarez Osorio, en que si bien vendieron caramente sus vidas, quedaron tendidos en el campo. Esta batalla llaman la de los Collejares. El rey don Enrique, sin embargo de su poca salud, no se descuidaba en velar y mirar por todo. En Madrid, do estaba, convocó Cortes para la ciudad de Toledo; queria con acuerdo del reino proveer de todo lo necesario para aquella guerra, que cuidaban seria muy larga. El de Navarra, concluidas ya las cosas en Francia de la manera que de suso queda dicho, al dar la vuelta pasó por Narbona, dende atravesó á Cataluña, y en Lérida por el mes de marzo se vió con el de Aragon, que le festejó en aquella ciudad y en Zaragoza magníficamente, como lo pedia la razon. Llegó finalmente á Pamplona, y en aquella ciudad celebró el casamiento que de tiempo atrás tenia concertado de su hija doña Beatriz, Menor que dona Blanca, con Jaques de Borbon, conde de la Marca, persona en quien la nobleza, gentil disposicion y destreza en las armas corrian á las parejas. Hiciéronse las bodas á los 14 de setiembre, en el cual mes junto al castillo de Monaco en la costa de Génova falleció de peste Miguel de Salva, cardenal de Pamplona, que andaba en compañia del papa Benedicto; infeccion de que por aquella comarca pereció mucha gente. Sepul

taron su cuerpo en el monasterio de San Francisco de Niza; sucedióle en el obispado de Pamplona que vacó por su muerte Lanceloto de Navarra, en sazon que, cansada Francia de las largas del papa Benedicto en renunciar como le pedian y unir la Iglesia, de nuevo le tornaron á negar la obediencia y apartarse de su devocion.

CAPITULO XIV.

De la muerte del rey don Enrique.

Teníanse Cortes de Castilla en Toledo, que fueron muy señaladas por el concurso grande que de todos los estados acudieron, por la importancia de los negocios que en ellas se trataron y mucho mas por la muerte que en aquella sazon y ciudad sobrevino al Rey. Halláronse en ellas don Juan, obispo de Sigüenza, en su nombre y como gobernador sede vacante del arzobis

po de Toledo, que el electo don Pedro de Luna aun no era venido à aquella iglesia; don Sancho de Rojas, obispo de Palencia, don Pablo, obispo de Cartagena, don Fadrique, conde de Trastamara, don Enrique de Villena, maestre de Calatrava dos años habia por muerte de Gonzalo Nuñez de Guzman, don Ruy Lopez Davalos, condestable, Juan de Velasco, Diego Lopez dé Zúñiga y otros señores y ricos hombres. Luego al principio destas Cortes se le agravó al Rey la dolencia de guisa, que no pudo asistir. Presidió en su lugar su hermano el infante don Fernando; las necesidades apretaban y la falta de dinero para hacer la guerra á los moros y enfrenar su osadía. Tratóse ante todas cosas que el reino sirviese con alguna buena suma, tal que pudiesen asoldar catorce mil de á caballo, cincuenta mil peones, armar treinta galeras y cincuenta naves, aprestar y llevar seis tiros gruesos, que nuestros coronistas llaman lombardas, creo de Lombardía, de do vinieron primero á España, ó porque allí se inventaron, cien tiros menores con los demás pertrechos y municiones y almacen. Que todo esto y no menos cuidaban seria necesario para de una vez acabar con la morisma de España, como todos deseaban. Los procuradores del reino llevaban mal que se recogiese del pueblo tan gran suma de dinero como era menester para juntar tantas fuerzas, por estar todos muy gastados con las imposiciones pasadas; mayormente que los obispos no venian en que alguna parte de aquel servicio se echase sobre los eclesiásticos. Hobo demandas y respuestas y dilaciones, como es ordinario. Finalmente, acordaron que de presente sirviesen para aquella guerra con un millon de oro, gran suma para aquellos tiempos, en especial que se puso por condicion, si no fuese bastante aquella cantidad, que se pudiesen hacer nuevas derramas sin consulta ni determinacion de Cortes; tan grande era el deseo que todos tenian de ver acabada aquella guerra. El sueldo que en aquella sazon se daba á un hombre de á caballo era por cada dia veinte maravedís, y al peon la mitad. La buena diligencia del infante don Fernando su buena traza hizo que se allanasen todas las dificultades. Llegó en esto nueva que en Roma falleció el papa Inocencio á los 6 de noviembre y que los cardenales á gran priesa pusieron en su lugar al cardenal Angelo Corario, ciudadano de Venecia, á los 30 del mis

mo mes, que se llamó en el pontificado Gregorio XII. Asimismo en el mayor calor de las Cortes falleció el rey don Enrique en la misma ciudad de Toledo á 25 de diciembre, principio del año del Señor de 1407. Tenia veinte y siete años de edad; dellos reinó los diez y seis, dos meses y veinte y un dias. Dejó en la Reina, su mujer, al príncipe don Juan y á las infantas doña María y doña Catalina, que le naciera poco antes. Sepultáronle con el hábito de san Francisco en la su capilla real de Toledo. El sentimiento de los vasallos fué grande, y las lágrimas muy verdaderas. Veíanse privados de un príncipe de valor en lo mejor de su edad, y el reino, como nave sin piloto y sin gobernalle, expuesto á las olas y tempestades que en semejantes tiempos se suelen levantar. Fué este Príncipe apacible de condicion, afable y liberal, de rostro bien proporcionado y agraciado, mayormente antes que la dolencia le desfigurase, bien hablado y elocuente, y que en todas las cosas que hacia y decia se sabia aprovechar de la maña y del artificio. Despachaba sus embajadores á los príncipes cristianos y moros, á los de cerca y á los de léjos, con intento de informarse de sus cosas y de todo recoger prudencia para el buen gobierno de su reino y de su casa y para saber en todo representar majestad, á que era muy inclinado. Del valor de su ánimo y de su prudencia dió bastante testimonio un famoso hecho suyo y una resolucion notable. Al principio que se encargó del gobierno gustaba de residir en Búrgos. Entreteníase en la caza de codornices, á que era mas dado que á otro género de montería ó volatería. Avino que cierto dia volvió del campo cansado algo tarde. No le tenian cosa alguna aprestada para su yantar. Preguntada la causa, respondió el despensero que, no solo le faltaba el dinero, mas aun el crédito para mercar lo necesario. Maravillóse el Rey desta respuesta; disimuló empero con mandalle por entonces que sobre un gabau suyo mercase un poco de carnero con que y las codornices que él traia le aderezasen la comida. Sirvióle el mismo despensero á la mesa, quitada la capa, en lugar de los pajes. En tanto que comia se movieron diversas pláticas. Una fué decir que muy de otra manera se trataban los grandes y mucho mas se regalaban. Era así que el arzobispo de Toledo, el duque de Benavente, el conde de Trastamara, don Enrique de Villena, el conde de Medinaceli, Juan de Velasco, Alonso de Guzman y otros señores y ricos hombres deste jaez se juntaban de ordinario en convites que se hacian unos á otros como en turno. Avino que aquel mismo dia todos estaban convidados para cenar con el Arzobispo, que hacia tabla á los demás. Llegada la noche, el Rey disfrazado se fué á ver lo que pasaba, los platos muchos en número, y muy regalados los vinos, la abundancia en todo. Notó cada cosa con atencion, y las pláticas mas en particular que sobre mesa tuvieron, en que por no recelarse de nadie, cada uno relató las rentas que tenia de su casa y las pensiones que de las rentas reales llevaba. Aumentóse con esto la indignacion del Rey que los escuchaba; determinó tomar emienda de aquellos desórdenes. Para esto el dia siguiente luego por la mañana hizo corriese voz por la corte que estaba muy doliente y queria otorgar su testamento. Acudieron á la hora todos estos se

*!

ñores al castillo en que el Rey posaba. Tenia dada órden que como viniesen los grandes, hiciesen salir fuera los criados y sus acompañamientos. Hízose todo así como lo tenia ordenado. Esperaron los grandes en una sala por gran espacio todos juntos. A medio dia entró el Rey armado y desnuda la espada. Todos quedaron atónitos sin saber lo que queria decir aquella representacion ni en qué pararia el disfraz. Levantáronse en pié, el Rey se asentó en su silla y sitial con talante, á lo que parecia, sanudo. Volvióse al Arzobispo ; preguntóle ¿cuántos son los reyes que habeis conocido en Castilla? La misma pregunta hizo por su órden á cada cual de los otros. Unos respondieron : yo conocí tres, yo cuatro, el que mas dijo cinco. ¿Cómo puede ser esto, replicó el Rey, pues yo de la edad que soy he conocido no menos que veinte reyes? Maravillados todos de lo que decia, añadió: Vosotros todos, vosotros sois los reyes en grave daño del reino, mengua y afrenta nuestra; pero yo haré que el reinado no dure mucho ni pase adelante la burla que de nos haceis. Junto con esto, en alta voz llama los ministros de justicia con los instrumentos que en tal caso se requieren y seiscientos soldados que de secreto tenia apercebidos. Quedaron atónitos los presentes; el de Toledo, como persona de gran corazon, puestos los hinojos en tierra y con lágrimas pidió perdon al Rey de lo en que errado le habia. Lo mismo por su ejemplo hicieron los demás; ofrecen la emienda, sus personas y haciendas como su voluntad fuese y su merced. El Rey desque los tuvo muy amedrentados y humildes, de tal manera les perdonó las vidas, que no los quiso soltar antes que le rindiesen y entregasen los castillos que tenian á su cargo y contasen todo el alcance que les hicieron de las rentas reales que cobraron en otro tiempo. Dos meses que se gastaron en asentar y concluir estas cosas los tuvo en el castillo detenidos. Notable hecho, con que ganó tal reputacion, que en ningun tiempo los grandes estuvieron mas rendidos y mansos. El temor les duró por mas tiempo, como suele, que las causas de temer. De severidad semejante usó en Sevilla en las revueltas que traian el conde de Niebla y Pero Ponce; y aun el castigo fué mayor, que hizo justiciar mil hombres que halló en el caso mas culpados. Benefició las rentas reales por su industria y la del Infante, su hermano, de suerte que grandes sumas se recogian cada un año en sus tesoros, que hacia guardar en el alcázar de Madrid, al cual para mayor seguridad arrimó las torres, que hoy tiene antiguas, pero de buena estofa. Suyo es aquel dicho: «Mas temo las maldiciones del pueblo que las armas de los enemigos.>> Así llegó y dejó grandes tesoros sin pesadumbre y sin gemido de sus vasallos, solo con tener cuenta y cuidado con sus rentas y excusar los gastos sin propósito; virtud de las mas importantes de un buen principe.

CAPITULO XV.

Que alzaron por rey de Castilla á don Juan el Segundo.

Hecho el enterramiento y las exequias del rey don Enrique con la magnificencia que era razon y con toda representacion de majestad y tristeza, los grandes se

gaño ni lisonja. Subir á la cumbre del mando y del señorío por malos caminos es cosa fea; mas desamparar al reino que de su voluntad se os ofrece y se recoge al amparo de vuestra sombra en el peligro, mirad no parezca flojedad y cobardía. La naturaleza de la potestad real y su origen enseñan bastantemente que el cetro se puede quitar á uno y dar otro conforme á las necesidades que ocurren. Al principio del mundo vivian los hombres derramados por los campos á manera de fieras, no se juntaban en ciudades ni en pueblos; solamente cada cual de las familias reconocia y acataba al que entre todos se aventajaba en la edad y en la prudencia. El riesgo que todos corrian de ser oprimidos de los mas poderosos y las contiendas que resultaban con los extraños y aun entre los mismos parientes, fueron ocasion que se juntasen unos con otros, y para mayor seguridad se sujetasen y tomasen por cabeza al que entendian con su valor y prudencia los podria amparar y defender de cualquier agravio y demasía. Este fué el orígen que tuvieron los pueblos, este el principio de la majestad real, la cual por entonces no se alcanzaba por negociaciones ni sobornos; la templanza, la virtud y la inocencia prevalecian. Asimismo no pasaba por herencia de padres á hijos; por voluntad de todos y de entre todos se escogia el que debia suceder al que moria. El demasiado poder de los reyes hizo que heredasen las coronas los hijos, á veces de pequeña edad, de malas y dañadas costumbres. ¿Qué cosa puede ser mas perjudicial que entregar á ciegas y sin prudencia al hijo, sea el que fuere, los tesoros, las armas, las provincias, y lo que se debia á la virtud y méritos de la vida, dallo al que ninguna muestra ha dado de tener bastantes prendas? No quiero alargarme mas en este ni

comunicaron para nombrar sucesor y hacer las ceremonias y homenajes que en tal caso se acostumbran. No eran conformes los pareceres, ni todos hablaban de una misma manera. A muchos parecia cosa dura y peligrosa esperar que un Infante de veinte y dos meses tuviese edad competente para encargarse del gobierno. Acordábanse de la minoridad de los reyes pasados, y de los males que por esta causa se padecieron por todo aquel tiempo. Leyóse en público el testamento del Rey difunto, en que disponia y dejaba mandado que la Reina, su mujer, y el infante don Fernando, su hermano, se encargasen del gobierno del reino y de la tutela del Príncipe. A Diego Lopez de Zúñiga y Juan de Velasco encomendó la crianza y la guarda del niño, la enseñanza á don Pablo, obispo de Cartagena, para que en las letras fuese su maestro, como era ya su chanciller mayor, hasta tanto que el Príncipe fuese de edad de catorce años. Ordenó otrosí que los tres atendiesen solo al cuidado que se les encomendaba, y no se empachasen en el gobierno del reino. Algunos pretendian que todas estas cosas se debian alterar; alegaban que el testamento se hizo un dia antes de la muerte del Rey cuando no estaba muy entero, antes tenia alterada la cabeza y el sentido; que no era razon por ningun respeto dejar el reino expuesto á las tempestades que forzosamente por estas causas se levantarian. Desto se hablaba en secreto, desto en público en las plazas y corrillos. Verdad es que ninguno se adelantaba á declarar la traza que se debia tener para evitar aquellos inconvenientes;, todos estaban á la mira, ninguno se queria aventurar á ser el primero. Todos ponian mala voz en el testamento y lo dispuesto en él; pero cada cual asimismo temia de ponerse á riesgo de perderse si se declaraba mucho. Ofrecíaseles que el in-valerme de ejemplos antiguos para prueba de lo que fante don Fernando los podria sacar de la congoja en que se hallaban y de la cuita si se quisiese encargar del reino; mas recelábanse que no vendria en esto por ser de su natural templado, manso y de gran modestia, virtudes que cada cual les daba el nombre que le parecia, quién de miedo, quién de flojedad, quién de corazon estrecho; finalmente, de los vicios que mas á ellas se semejan. La ausencia de la Reina y ser mujer y extranjera daba ocasion á estas pláticas. Entreteníase á la sazon en Segovia con sus hijos cubierta de luto y de tristeza, así por la muerte de su marido, como por el recelo que tenia en qué pararian aquellas cosas que se removian en Toledo. Los grandes, comunicado el negocio entre sí, al fin determinaron dar un tiento al infante don Fernando. Tomó la mano don Ruy Lopez Davalos por la autoridad que tenia de condestable y por estar mas declarado que ninguno de los otros. Pasaron en secreto muchas razones primero, despues en presencia de otros de su opinion le hizo para animalle, que se mostraba muy tibio, un razonamiento muy pensado desta sustancia: « Nos, señor, os convidamos con la corona de vuestros padres y abuelos, resolucion cumplidera para el reino, honrosa para vos, saludable para todos. Para que la oferta salga cierta, ninguna otra cosa falta sino vuestro consentimiento; ninguno será tan osado que haga contradicion á lo que tales personajes acordaron. No hay en nuestras palabras en

digo. Todavía es averiguado que por la muerte del rey don Enrique el Primero sucedió en esta corona, no'doña Blanca, su hermana mayor, que casara en Francia, sino doña Berenguela, acuerdo muy acertado, como lo mostró la santidad y perpetua felicidad de don Fernando, su hijo. El hijo menor del rey don Alonso el Sabio la ganó á los hijos de su hermano mayor el infante don Fernando, porque con sus buenas partes daba muestras de príncipe valeroso. ¿Para qué son cosas antiguas? Vuestro abuelo el rey don Enrique quitó el reino á su hermano y privó á las hijas de la herencia de su padre; que si no se pudo hacer, será forzoso confesar que los reyes pasados no tuvieron justo título. Los años pasados en Portugal el maestre de Avis se apoderó de aquel reino, si con razon, si tiránicamente, no es deste lugar apurallo; lo que se sabe es que hasta hoy le ha conservado y mantenídose en él contra todo el poder de Castilla. De menos tiempo acá dos hijas del rey don Juan de Aragon perdieron la corona de su padre, que se dió á don Martin, hermano del difunto, si bien se hallaba ausente y ocupado en allanar á Sicilia; que siempre se tuvo por justo mudase la comunidad y el pueblo conforme á la necesidad que ocurriese, lo que ella misma estableció por el bien comun de todos. Si convidáramos con el mando á alguna persona extraña, sin nobleza, sin partes, pudiérase reprehender nuestro acuerdo. ¿Quién tendrá por mal que queramos por rey

« AnteriorContinuar »