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de préstamo la mitad del oro de las iglesias, obligándose lealmente á devolverla por entero cuando estuviese ya tranquila la república. La majestad de la religion no se oscurece porque se le quite el oro que posee; se aumenta, por lo contrario, cuando se le aplica á usos saludables: se animan los particulares á ofrecer los bienes á porfía viendo que no faltan subsidios seguros para las circunstancias graves y difíciles. Los sacerdotes y rentas de la iglesia de Toledo vinieron á la grandeza en que los vemos, grandeza con la cual no puede compararse la

to que no nos permiten ya tanta gloria las circunstancias de los tiempos, los que pretenden despojar las iglesias de sus alhajas y arrebatar la riqueza á los sacerdotes ¿no trabajan para que se les tenga en menos, sea mas escasa la moderacion, siendo insignificante el peligro, leve el daño y el pudor ninguno? Con las riquezas de los sacerdotes vive, por otra parte, gran multitud de pobres, causas por que principalmente les han sido dadas. Seria verdaderamente de desear que las gastasen con mas templanza y con mas fruto, y no seré yo á la verdad quien niegue que algunos, y no pode ninguna otra iglesia del mundo, no por otra razon

cos, abusen de ellas para daño de sus semejantes; mas tambien digo que comparándolas con las de los legos, son indudablemente para el Estado mucho mas útiles y beneficiosas. Al que piense de otro modo le pondré ante los ojos las espantosas rentas de los grandes, y no me negará que consumen las mas en comidas opíparas y superfluas, en perros de caza y en una turba de criados, entregada completamente al ocio, cosa que, á decir verdad, es de resultados escasísimos. Por mas que se diga, no sucede esto con las riquezas de los templos, pues aun donde peor se invierten, sirven para el alimento de muchos pobres, y ya en tiempo de guerra, ya en tiempo de paz, producen considerables beneficios para la república. No deseo sino que se considere á qué están principalmente aplicadas las rentas nada exageradas de los monasterios. Viven con ellas un gran número de personas, hijas todas de padres honrados, y muchas de padres ricos y nobles. Contentas con poco, se sustentan comiendo y bebiendo pobremente á fin de que puedan ser socorridos los pobres de los pueblos vecinos, que son las mas de las veces en gran número. Si esas mismas rentas se diesen á cualquier profano, es triste decirlo, pero se agotarian fácilmente y con escasos frutos por destinarlas solo á la gula y los placeres y distribuir una insignificante parte entre unos pocos criados y unos pocos hijos. Los que pues fundándose en que son inútiles las riquezas y las rentas de los templos pretenden que han de ser destinadas á mejores usos, engañados por su propia opinion, no hacen mas que procurar un gran mal á la república, de tal suerte, que yo no creo que debamos buscar la salud en quitárselas, sino en hacer que sirvan para su antiguo objeto y para ayuda de los menesterosos, para lo cual no podrá dudar que hayan sido dadas el que haya leido y examinado la historia de los antiguos tiempos.

Las albajas de los templos, las rentas, el oro y la plata acuñados se conservan allí como en un sagrado depósito para las mas apuradas circunstancias de la república. Cuando nos provoca, por ejemplo, á la guerra un enemigo feroz y formidable por sus victorias, cuando la contienda recae sobre nuestra religion, no creo vituperable que el Estado eche mano de esas riquezas para defender la salud pública, pues leo que varones de tanta piedad como san Ambrosio, san Cirilo de Jerusalen y otros destinaron los vasos sagrados de los templos para la redencion de los cautivos. Ilace poco mas de un siglo, en el año 1477, recuerdo tambien que las Cortes de Medina del Campo concedieron á Fernando el Católico para que pudiera detener los esfuerzos y las armas de Alfonso de Portugal que tomase por via

y motivo que por ese uso oportuno y saludable de las muchas riquezas que poseen. Hubo siglos atrás en España una tan terrible carestía de víveres, que pueblos enteros quedaban á cada paso desiertos, descuidado completamente el cultivo de los campos. Rodrigo Semen, arzobispo de Toledo, contribuyó tanto á aliviar la miseria pública, ya con sus riquezas, ya con las que recogió, merced al fervor de sus arengas, que Alfonso, rey de Castilla, otorgó nuevamente el señorío de muchos pueblos á aquella santa iglesia, considerando que el oro estaba allí depositado como en un erario público, y decretó que sus prelados fuesen cancilleres natos del reino, dignidad que despues de la real era la mayor que se conocia en el Estado. No se disminuye pucs así ni la majestad ni la riqueza de los templos, antes se aumenta destinándolas á la salud del reino.

Apele, sin embargo, el príncipe á esos tesoros sagrados solo cuando sea gravísimo el apuro y no tenga ya á quién pedir recursos despues de haber intentado todo género de medios. No le es lícito tocarlos cuando no ha gravado aun con impuestos á los pueblos, cuando no ha violado aun las inmunidades de los grandes. Estando consagrados á Dios, habiendo sido recibidos de antepasados cuyos testamentos nadie puede alterar con derecho alguno, habiendo permanecido siempre libres de toda carga, ¿seria justo que echase mano de ellos antes que de los particulares? Si los tuviesen aun sus antiguos dueños, á buen seguro que el príncipe los res petaria; ¿no seria pues grande su maldad si los arrebatase ahora á las iglesias donde están cubiertos y defendidos por la misma santidad del templo? ¿Cómo se ha de atrever, por otra parte, á tocar los bienes de las viudas y los huérfanos sin que recuerde el castigo de Heliodoro? Los tesoros de los templos merecen ser respetados bajo un doble aspecto; primero por estar aplicados á socorrerá los pobres, los pupilos y las viudas, y luego por ser considerados templos y sacerdotes como pupilos y necesitar de tutela y sobre todo de la proteccion del príncipe; & quién en vista de tales consideraciones ha de ser tan temerario que conciba siquiera el intento de usurparlos? Deben además los reyes abstenerse de semejantes medidas para evitar las murmuraciones del vulgo, que no son de poca importancia para que salgan bien ó mal los negocios del Estado. El pueblo aborrece como impio al que dispone de los objetos consagrados al culto de Dios y de los santos, se cree obligado á expiar irremisiblemente ese delito, y no vacila en atribuir á castigo del cielo cualquier contratiempo que á la sazon ocurra. Por esto Fernando el Santo, estando en el cerco de Sevilla extremadamente falto de

recursos, se negó terminantemente á remediar sus apuros con las riquezas de los templos, como se lo aconsejaban algunos para que no tuviese que abandonar la empresa con grave mengua del nombre cristiano. Mas confio, repitió muchas veces, en las oraciones de los sacerdotes que en todo el oro encerrado en sus iglesias. En recompensa de tanta moderacion y piedad se le entregó al otra dia Sevilla bajo las capitulaciones anteriormente estipuladas. Juan I de Castilla salió, por lo contrario, vencido en la Aljubarrota, á pesar de ser mucho menor el número de sus enemigos; y lo fué, segun la opinion pública, solo por haber destinado á los gastos de aquella guerra las ofrendas de nuestra Señora de Guadalupe, á que no podia tocar sin cometer un crímen á los ojos de Dios y de los hombres. Así dicen que vengó la Virgen tamaño ultraje y aseguró la riqueza de su templo.

Para que un principe pueda disponer con derecho de los tesoros sagrados, no solo deben ser muchos y muy graves sus apuros, debe consultar antes la voluntad del pontífice romano y obtener el consentimiento del clero, práctica que no sé por qué ha debido caer en desuso despues de haberse observado escrupulosa- | mente en los antiguos tiempos. Los obispos empero no deben tampoco oponer por su parte una extremada resistencia, han de procurar con todas sus fuerzas ayudar á la república y al príncipe y ofrecerles generosamente sus riquezas y las de sus templos. Sobre ser este uno de los mejores usos á que pueden destinarlas, ¿no seria raro que no quisiesen contribuir en nada á evitar un peligro comun, y pretendiesen que solo los demás habian de hacer para ello sacrificios? Sabemos que en tiempo de san Ambrosio pagaron tributo á los emperadores cristianos las fincas eclesiásticas, y es preciso evitar que por negarse decididamente á toda clase de gravámen se recurra al extremo de echar mano de esas riquezas con consentimiento y aun sin consentimiento de los sacerdotes. Debe, por otra parte, procurarse en cuanto sea posible que no venga á ser perpetuo y obligatorio el subsidio concedido en circunstancias dadas; que luego de remediados los apuros y conjurado el peligro, queden intactos los derechos y libertades eclesiásticas, y se destinen otra vez á sus usos naturales los bienes de los templos. Para esto seria tal vez mejor que en vez de contribuir con dinero á los gastos públicos, se encargase el clero de suministrar víveres ó de equipar á su costa el ejército ó la armada; pues de este modo no podria el príncipe, despues de alcanzada la paz, aplicar sus subsidios á otras necesidades ó caprichos, ni seria fácil que gravase con nuevas exacciones á los templos á cada dificultad que en el seno de la república surgiese.

Creo dignas estas advertencias de ser consideradas y seguidas, ya por los reyes, ya por los sacerdotes, pues de no, será tan fácil que el clero suspire tarde por su libertad arrebatada y por sus menguadas riquezas como aquel príncipe alegue las necesidades y los apuros del erario. Pueden á la verdad citarse muchos y muy graves casos, y está la historia llena de ejemplos de monarcas que tuvieron que echar mano de los tesoros de la Iglesia, aun pasando por alto á los que obra

ron por su propia autoridad, tales como, entre los de otras religiones, Marco Craso, Neyo Pompeyo, Antioco, Nabucodonosor y Heliodoro; y entre los cristianos, Urraca, reina de Castilla, hija de Alfonso VI, que murió en el mismo umbral del templo cuyas riquezas habia usurpado, Cárlos Martel, prefecto del palacio de los francos, Astiulfo, rey de los lombardos, Federico, emperador de Alemania, y otros innumerables que tuvieron desgraciado fin por haber ocupado por sí y ante si lo que estaba consagrado al culto. Es fama que Pedro IV de Aragon murió á los seis dias de haber recibido un bofeton de manos de santa Tecla en castigo de haberse atrevido á violar los derechos de la catedral de Tarragona. Sancho, otro rey de Aragon, usurpó tambien sin consultar la voluntad de nadie los bienes de los sacerdotes y de los templos, hecho que parecian excusar en cierto modo la estrechez del erario, los terribles gastos de la guerra y la facultad que le habia otorgado el pontifice Gregorio VII para cobrar, invertir y destinar á lo que quisiese los diezmos y tributos de las iglesias recientemente construidas ó arrebatadas de manos de los moros. Ejemplo noble de humildad y de piedad cristiana; se esforzó poco despues en alejar de sí la expiacion que temia, pidiendo públicamente perdon en una iglesia de Roda, consagrada á san Victor, junto al altar de san Vicente, donde se presentó humildemente vestido y movió á piedad con sus copiosos llautos y gemidos; ceremonia á que asistió Ramon Dalmao, obispo de aquella ciudad, encargado por el mismo monarca de restituir á quien correspondiese los bienes usurpados. ¿No es á la verdad de admirar que ahora príncipes cuyos ejemplos son desgraciadamente imitados se apoderen de las riquezas de los templos sin que se les salten nunca las lágrimas ni se estremezcan ante el desgraciado fin que les espera? Estaba el mismo Sancho en el sitio de Huesca, cuando acercándose á los muros, murió traspasado en el sobaco por una saeta disparada desde lo alto del adarve. Fué varon de grandes prendas, ya de ánimo, ya de cuerpo; pero se hizo aun mas célebre por aquel solo crímen, á que le impulsó desgraciadamente la codicia. El pueblo, como de costumbre, no atribuyó la causa de tan infausta muerte sino á la usurpacion de los bienes eclesiásticos.

Concedió de nuevo el pontífice Urbano II á Pedro, hijo de Sancho, y á sus sucesores que pudiesen ir cobrando los diezmos y rentas de las iglesias nuevas ó de las tomadas á los moros, con tal que no fuese silla de ningun obispo. Era tanto el deseo de extirpar de una vez á los infieles, que no se consideró el mal que podia resultar en lo futuro de tan gran condescendencia. Confiado en ella Alfonso, hermano de Pedro y marido de la reina Urraca, y aconsejado además por el rey de Portugal, ocupó para cubrir los gastos de la guerra el oro de las iglesias, que no podia tocar sin llamar sobre sí la cólera del cielo. San Isidoro y otros santos tomaron á su cargo vengar aquella injuria, y la vengaron cumplidamente, despojándole en Fraga, no solo del reino de Castilla que tenia en dote, sino de su misma mujer y aun de su vida, despues de haberle castigado con calamidades que pesaron sobre todo el reino. No

tardó en excitarse el odio popular ni en levantarse voces que denunciaban aquel hecho inpío, asegurando que graves peligros amenazan siempre á los violadores de los templos. Alfonso el Sabio por fin obtuvo del pontifice Gregorio X los diezmos de las iglesias en recompensa de la corona imperial que habia perdido, concesion á la verdad ligera y perniciosa, como declararon á poco los sucesos. Un príncipe, que poco antes podia compararse con los mas grandes reyes, murió pobre, abandonado, en medio de un reino que le habian arrebatado las armas de su propio hijo.

Y hay aun que considerar que, segun confiesan los tesoreros y administradores del real patrimonio y demuestran de un modo evidente los sucesos, léjos de menguar la escasez con las rentas de los templos, aumenta, como si por el simple contacto de los tesoros sagrados se consumiesen mas y mas pronto los de la corona. No parece sino que sucede con esto lo que con las plumas de las águilas que, segun refiere Plinio, devoran las de las demás aves que están mezcladas con ellas, ó lo que con las cuerdas de lobo, que, segun cuentan otros, roen por cierta fuerza oculta de la naturaleza las de oveja que se reunen en una misma cítara. No podemos ciertamente menos de admirar y lamentar que cuando se han aumentado inmensamente las rentas reales, ya por habernos proporcionado grandes tesoros el comercio de la India y los galeones que vienen anualmente de la América, ya por estar destinados al fisco los diezmos de los templos, ya por gemir todas las clases del Estado bajo grandes impuestos, á pesar de no ser grandes los gastos en tiempos de paz y de guerra, nos hallemos ahora mas que nunca en gravísimos apuros, y podamos mucho menos que antes de

haber alcanzado por mar y tierra grandísimas victorias. El vulgo, y hasta los que no son vulgo, lo atribuyen al uso de los objetos sagrados, con el cual, dicen, se debilitan las fuerzas y menguan las demás riquezas y tributos. Las alhajas del templo de Jerusalen usurpadas por Tito Vespasiano, llevadas entre otros despojos desde Roma al Africa por Genserico, pasadas por las manos de muchas familias de príncipes vándalos y de príncipes latinos, despues de haber acabado con todos sus desgraciados poseedores, terminaron por la ruina del imperio vándalo, cuyo último rey Girimer cayó en manos del anciano Belisario; y hubieran continuado indudablemente provocando nuevos males si por mandato del emperador Justiniano no hubiesen sido devueltas á Jerusalen, triunfo nobilísimo alcanzado despues de tantos siglos contra tantos enemigos de la religion y tantos violadores sacrilegos del mas alto templo.

Mas basta ya de la naturaleza y límites de la autoridad real. Debemos ahora examinar cómo es posible contener con preceptos y una esmerada educacion al príncipe cuando por su corta edad está en una pendiente mas resbaladiza y peligrosa, no sea que se entregue sucesivamente á los placeres y degenere en tirano por su demasiado poder y sus riquezas. Hemos de procurar que se manifieste en todos los actos de su vida benevolo para los ciudadanos, templado, lleno de respeto por la religion y por las leyes, cualidades todas que han de ser agradables á Dios, decorosas para él y saludables para toda la república. Hemos de procurar que todos le amen, le admiren y le adoren, no como un sér hecho del polvo de la tierra, sino como un sér de estirpe divina, dado por el cielo como la mas clara estrella del orbe.

LIBRO SEGUNDO.

CAPITULO PRIMERO.

De la educacion de los niños.

MUCHAS y muy buenas cosas han pensado y decretado prudentes legisladores para la recta organizacion de la república, mas ningunas son de tanto valor como los preceptos para la perfecta educacion de los niños. Es opinion generalmente recibida y dictada por los mismos principios de la naturaleza que si queremos la salud de la patria debemos poner nuestro principal y mayor cuidado en instruir á la generacion que debe sucedernos. ¿Qué puede haber en la vida de los hombres mas dulce por sus frutos ni mas acomodado á nuestra dignidad ni mas saludable que el que existan en el estado excelentes ciudadanos? Qué mas triste ni mas funesto que el que por no conocer á Dios ni su doctrina, feroces y precipitados manchen sus acciones con delitos? ¿Habrá álguien tan civilizado ni tan agreste y bárbaro que no

confiese y entienda que de los primeros años depen.le el resto de la vida, que los medios están estrechamente unidos con los principios, los fines con los medios y es tán casi siempre acordes con los primeros todos nuestros actos? En la semilla descansa la esperanza de la cosecha, en la educacion de la niñez la de la felicidad y cultura de los pueblos. Las semillas que se cchan en los primeros años son las que mas se extienden y echan profundas raíces, como vemos que acontece con las tierras nuevamente aradas. ¿Es acaso extraño que caiga en tropel sobre campos y ciudades todo género de calamidades y de daños, si se mira con menosprecio ese cuidado, que ya pública, ya privadamente habian do confiar los gobiernos á todo ciudadano? Corrompemos á los niños con deleites y placeres, debilitamos su cuerpo con el ocio, con la sensualidad su alına. Alimentamos su orgullo y su soberbia con la escarlata, la púrpura y el brillo de las piedras preciosas; irritamos su

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paladar con manjares exquisitos, atacamos sus fuerzas físicas y morales con nuestra fatal condescendencia. En casa oyen y ven lo que no se puede referir sin pudor ni sin vergüenza. Ven constantemente la imágen del vicio, oyen constantemente ejemplos de debilidad é infamia; y ¿pretenderémos luego que salgan soldados de valor y esfuerzo ó ciudadanos morigerados? ¿No hemos de temer mejor que luego de declarados senadores ó elevados á las altas magistraturas se entreguen con mas desenfreno á los vicios y ocasionen mayores y mas lamentables estragos? No se borran fácilmente los colores en que se convirtió la primitiva blancura de las lanas; la vasija conserva casi siempre el olor del primer líquido que recibió en su seno; y no sin razon dijo Virgilio:

Usque adeo à teneris assuescere mullum est.

Es apenas creible cuánto quedan impresas en el alma y cuánta fuerza tienen, ya para corromper, ya para depurar las costumbres, las imágenes y preceptos recibidos en los primeros años. Si unos consagran toda su vida á esclarecidos y altos hechos logrando reprimir sus malos instintos, si otros han logrado emanciparse de la liviandad ó la desidia, se debe casi por completo á la primera educacion que les ha sido dada. Es fácil enseñar á un perro de caza mientras es jóven, ya á seguir por el olor la pista de la fiera, ya á presentar la presa sin lastimarla; fácil domar desde sus primeros años al caballo y acostumbrarle al jinete y enseñarle á mover acompasadamente los piés y hacerle obedecer al freno, al látigo y la espuela; fácil enderezar con rodrigones los árboles mientras están tiernos y corregirlos con la poda y trasplantarlos cuando se opone la naturaleza de la tierra á su crecimiento y desarrollo; fácil evitar que no crezcan desordenadamente como en un bosque y sea despues todo trabajo inútil; mas difícil y muy difícil si se abandonan á sus propias fuerzas en los primeros tiempos de la vida y se pretende corregirlos cuando estén ya endurecidos, caso en que es ya mas hacedero romperlos que doblarlos. ¿Habrá ahora álguien tan falto de sentido comun y tan poco cuidadoso de la salud pública que no crea la tierna edad de los niños digna de llamar toda nuestra atencion y todo nuestro celo, que no crea que se les ha de ir formando para la justicia é instruyéndoles con ejemplos y preceptos para que conserven siempre puras sus costumbres? En aquella época de la vida mudan á nuestro autojo de forma y de figura del mismo modo que la blanda cera obedece á la mano del que la trabaja; en otra ya no admiten, por preceptos que se les de, cambio alguno exterior, reforma alguna. Cuidamos siu cesar del aumento de la hacienda, cultivamos diligentemente los campos para que se multipliquen los frutos y correspondan á los trabajos de fa labranza, levantamos vastos é imponentes edificios sobre profundos cimientos y los llevamos á su mayor altura, dividiéndolos por medio de pisos y de bóvedas, los embellecemos con amenos huertos, con preciosos tapices, con estatuas, con ricos y variados muebles, amontonamos grandes tesoros, y ¿ hemos de mirar Juego con indiferencia la educacion y enseñanza de los hijos á quienes debemos legar toda esta fortuna, fortuna, que como puede ser un instrumento de salud en

mano de sucesores honrados, se ba de convertir indudablemente en su daño y consumirse en breve si están aquellos entregados desde su infancia al vicio? ¿No seria esto, como dijo ingeniosamente Plutarco, procurar la elegancia del zapato sin atender para nada al pié que ha de calzarlo? No hay ciertamente posesion ni allraja alguna que pueda compararse con los hijos cuando bucnos y modestos; mas hay tampoco mas triste azote que ellos cuando están mal educados? No sin razon Cornelia, la madre de los Gracos, contestó á una mujer que estaba haciendo gala de sus ricos vestidos y de su oro y pedrería con solo enseñarles á sus hijos que volvian de la escuela y estaban educados en las mas rígidas costumbres; comprendió como ninguna sus deberes y contribuyó no poco á la grande y enérgica elocuencia que aquellos desplegaron. ¿No es verdaderamente raro que busquemos para procurador de nuestros negocios un varon honrado, temamos confiar la puerta de nuestra casa á personas que no tengan su probidad acreditada, atendamos á que sean de buenas costumbres todos nuestros criados, y abandonemos luego á los hijos para que vivan á su antojo? Somos nosotros mismos los que corrompemos con nuestra condescendencia á nuestros hijos, condescendencia fatal, que tarde ó temprano ha de ser para nosotros un motivo de dolor y para ellos la causa de su propia ruina. No serán el báculo de nuestra vejez, serán sí nuestros verdugos; no aumentarán la hacienda, sino que la destruirán; no serán el escudo de las familias, serán sí el azote. Sucederá esto tanto mas, cuanto mayores sean las riquezas que deban á sus antepasados; su libertinaje no encontrará entonces límites; sus apetitos crecerán de dia en dia, y lo descuidarán todo para entregarse desenfrenadamente á los placeres, en que se enlodazarán con mengua propia, con mengua de sus hijos, con mengua de sus padres. La gloria de los antepasados es una luz que acompaña á los presentes, y no permite que estén ocultas ni sus virtudes ni sus vicios; cuanto mas esclarecida fué la vida de los padres y la de los abuelos, tanto mas vergonzosa es la bajeza de los hijos. ¡Oh poder sublime y grande de la educacion infantil!

Oponen algunos á esto que con discursos y preceptos se logra inflamar en amor á la virtud el ánimo de los jóvenes y casi nunca corregirlos, fundándose en que los que mejor encarecen las virtudes son muchas veces los que llevan una vida desordena la, y han de destruir por fuerza con sus costumbres la fuerza de sus razones, ó argüir con sus razones la bondad de las costumbres, convirtiéndose en graves censores de sí mismos y entrando en las mas graves cuestiones sobre su conducta. Mentiriamos á la verdad si dijéramos que los discursos y los preceptos de los filósofos tienen por sí la suficiente fuerza para extirpar el vicio de los ánimos y engendrar constantemente en ellos las virtudes. Opónese á ello el carácter de cada individuo, las impresiones recibidas, los hábitos adquiridos y sobre todo nuestra libertad acostumbrada á pasar por encima de todos los consejos del saber y de la prudencia. Muchas y muy grandes mercedes deberiamos ciertamente á los filósofos, como dice Teognes, si como Circe convertia los hombres en fieras con sus yerbas y conjuros, pudiesen

ellos con sus palabras convertir las fieras en hombres, es decir, llevar del vicio á la virtud, del delirio á la razon, y de la crueldad á la humanidad, á hombres muy parecidos á las fieras. Puede gloriarse la filosofía de haberlo alcanzado algunas veces y presentarnos, entre otros muchos cuyas malas prendas corrigió con sus preceptos, al famoso Polemon, que despues de laber llevado una vida infame y tenido muy relajadas sus costumbres, llegó á ser uno de los hombres mas severos de su tiempo, por haber oido una sola vez las sa bias y virtuosas palabras de Jenocrates; mas aun cuando así no fuera, cabe siempre decir que es de tanto valor la virtud, que no debe perdonarse medio alguno para curar á unos pocos, y que siempre será mejor que empleemos nuestros esfuerzos en favor de los niños, pues serán mayores los frutos y mas fundadas nuestras esperanzas.

Oponen tambien, y esto es mas grave, que en ciertos niños se desarrolla desde un principio una maldad tal, que no se hace posible remediarla ni aun con el mas saludable jugo, ni habrian de poder con ella, no decimos ya Hipócrates, príncipe de los médicos, pero ni el mismo Apolo, aun cuando empleara todos los preceptos del arte y echase mano de todos sus recursos. Sigue cada cual, dicen, las inclinaciones de su propia naturaleza; si templada, abraza todas las virtudes; si turbulenta, no procura mas que su propio daño y el daño ajeno. Argumento es este á la verdad, no solo ingenioso, sino fuerte, tanto, que no se hace del todo fácil destruirlo. Empiezo por deber conceder que hay genios incorregibles é inmutables, cosa que observamos hasta entre los demás séres animados, ¿Quién ha de acometer la empresa de domesticar una víbora, un escorpion ó una pantera? Quién ha de querer exponer la vida á tanta fiereza y sed de sangre? En cambio empero se dan ya ejemplos de haber sido amansados por su generosidad los leones y los elefantes, y hay animales mansos por naturaleza, como las ovejas, los jumentos y ciertas clases de aves, las cuales, bien son amigas de los hombres por instinto, bien cambian en mansedumbre su fiereza por el frecuente roce que con nosotros tienen. Como con los animales, sucede pues indudablemente con los hombres. Influye mucho en nuestra conducta y en nuestras costumbres el carácter que nos ha dado el cielo; mas influye no poco segun ese mismo carácter la buena ó mala educacion que recibimos en nuestros primeros años y en los años posteriores. No negaré tampoco, porque no es posible, que nacen algunos de tan depravada índole, que rechazan toda correccion y hacen ineficaces todos los medios que se han puesto en juego para instruirles; pero sostengo tambien en cambio que con una mala educacion se deprava el mejor carácter, del mismo modo que campos fértiles se erizan de espinas, jarales y yerbas inútiles si se suprime ó se descuida su cultivo. Favorece la educacion el desarrollo de las buenas cualidades que puso en nosotros la naturaleza y hacen que nazcan de ella admirables frutos en premio del trabajo que por ella se han tomado. Sabiamente contestó Nicias al que le preguntó cómo habia podido salir un varon tal y tan grande, cuando tambien con el arte, dijo, ayudé las dotes M-11.

de la naturaleza.» Pucs qué, ¿ puede creerse que no añadieron una esmerada educacion á sus dotes naturales todos los varonės eminentes que celebró la antigüedad y ensalzó hasta el cielo, bien pertenecientes á los judíos, bien á los gentiles, bien al pueblo cristiano? Si la hermosa y casta Susana para defender su pudor contra viejos insolentes que ardian en el fuego de la lujuria se expuso al peligro de una ignominia y de una muerte cierta, ¿fué debido acaso mas que al temor de Dios que le infundieron sus padres en la primera época de su vida, segun aseguran las santas escrituras? ¿Qué no podrémos, por otra parte, alcanzar cuando no sean muy vehementes nuestras malas inclinaciones, como sucede con los mas de los hombres? ¿No hemos de poder esperar que con una educacion rígida han de corregirse y hasta cambiarse en virtudes? El hierro con el frecuente roce se desgasta y muda el orin en esplendor y en brillo; los cayados de los pastores, rectos por su naturaleza, toman una forma curva merced á los esfuerzos del arte; ¿qué importa que no podamos reformar por completo un carácter, con tal que podamos con la educacion atenuar y corregir sus vicios ? Si los leones y otras fieras crueles llegan á deponer su fiereza, hemos de desesperar que la deponga el hombre, capaz de deliberar y armado de la razon contra los mas vchementes y depravados ímpetus de la naturaleza? No cogerémos nunca por cierto ni de la zarza uvas, ni del madroño higos ni granadas; pero lograrémos sí que dé cada árbol mas sazonados y suaves frutos si los cultivamos con actividad y en tiempo oportuno, trabajo que solo será inútil cuando sea el terreno estéril, pedregoso, arenoso ó esté vacía y corrompida la semilla. Pero hay mas; ¿ existe acaso una parte de la tierra de que no pueda percibirse mas o menos fruto y cuyos inconvenientes no venza ó cuando menos atenúe la labranza? Está fuera de toda duda que si á la excelencia del suelo y. de la semilla se añade un esmerado cultivo, se han de obtener singulares y preciosos frutos; mas aun cuando la naturaleza no nos permita aspirar á tanto, no debemos despreciar lo poco que pueda concedernos, pues la idea de que nada podamos esperar acaba de echar á perder no pocas veces lo que es aun susceptible de correccion y mejora. No se explica casi de otro modo que de David haya nacido un Absalon, de Salomon un Roboan y por punto general degenere en los hijos la raza de los padres. ¡Cuántos príncipes eminentes nos presenta la historia con depravados sucesores! Se ha dado á estos una educacion ligera y se les ha viciado el carácter, se les han aumentado los vicios que en su misma organizacion estaban contenidos. Los mejores padres son muchas veces los que menos solícitos se muestran en castigar las faltas de sus hijos. Segun son de buenos son de descuidados, creyendo que se les han de parecer sus descendientes, educados en palacios llenos de saber y de virtudes.

Cuánto pueda, por fin, la educacion nos lo manifestó Licurgo con el ejemplo de los cachorros. Eran los dos gemelos, y acostumbró al uno á la caza, al otro al ocio. Presentólos tiempo despues en la asamblea y les echó de que comiesen, Abalanzóse el segundo á la carne,

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