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desprecióla el primero por el ardor de seguir una liebre que acababa de soltarse. No solo enseñó con esto cuánto puede una costumbre tomada desde la infancia, les enseñó que aquella ejerce muchas veces mas influencia que la naturaleza misma.

cen niños que llegan á la adolescencia con un carácter rudo, adusto y fiero, y robustecidas sus fuerzas han de llegar á ser la ruina de su familia y de su patria. ¿Qué institucion puede haber despues bastante eficaz para corregirles? Qué leyes, aunque acompañadas de graves penas y armadas de la autoridad del príncipe? Las licenciosas costumbres adquiridas desde nuestros primeros años, gracias á la debilidad de nuestros padres que recibieron con sonrisas y besos aun nuestras palabras y hechos mas vergonzosos y dignos de castigo, se depravarán, á no dudarlo, de año en año, y vendrán al fin á un extremo de que no podrá apartarnos ni ley ni freno alguno. ¿Quién ha de poder aplacar ya ni convertir en virtudes nuestras indómitas pasiones acostumbradas á no encontrar al paso ningun género de obstáculos? ¿No seria casi un milagro que alguien lo alcanzase? Hay desgraciadamente ejemplos de hombres que aun despues de haber recibido la educacion mas severa, se han, corrompido y depravado, arrastrados por los ímpetus de nuestra naturaleza inclinada al mal para la eterna desventura del linaje humano; mas ¡cuán pocos se encontrarán que dotados desde su infancia de malas costumbres hayan llegado en edad mas avanzada á reformarse! Repásense las antiguas historias, ábranse los antiguos monumentos literarios, tráiganse á la memoria sus repetidos ejemplos de maldades y de vicios: qué de príncipes y súbditos, famosos hoy por sus crimenes, que se precipitaron á los abismos del mal por no haber sido castigados oportunamente sus vicios, en sus primeros tiempos tal vez insignificantes!

Mas volvamos otra vez á hablar de esos caractéres depravadísimos de que nos hemos insensiblemente separado. Es á menudo culpa nuestra que nazcan los niños con dañada índole. Nos casamos sin que influya en la eleccion de nuestras esposas mas que el encanto de la hermosura ó la cuantía de su capitaló de su renta, sin advertir que nos hacemos de peor condicion que los jumentos y los ganados, para cuya propagacion cuidamos de que cubra siempre la hembra un ser de la misma especie, pero de mas noble y de mas pura raza. ¿Quién procuró jamás con el ahinco que exige la importancia del asunto que intervengan en nuestros enlaces ciudadanos de rectas costumbres, de excelente ingenio y distinguida índole? Aristóteles niega la facultad de casarse á los jóvenes, fundándose, además de otros inconvenientes, en que produce el consorcio de padres de menor edad hijos débiles de cuerpo y de mezquína talla. Quiere que no puedan casarse los varones hasta los treinta y seis años, ni las hembras antes de los diez y ocho, así como Platon exige en estas veinte, y en aquellos solo treinta. ¿Quién además buscó nunca por consejo de los médicos el tiempo y las horas aptas para la¡ generacion, cosa de tanta trascendencia? Quién por el mismo motivo se esmeró en usar solo de comidas sanas y saludables? El mismo Aristóteles estableció que debiese entregarse el hombre á la procreacion durante los rigurosos frios del invierno, época en que hay mayor vigor en nuestros cuerpos. ¿Quién, repito, observó estas y otras muchas cosas, que serian largas de referir en este libro? ¿No se dejan arrastrar los mas por los ardores de su sangre, entregándose desenfrenadamente al placer, sin hacer absolutamente uso de la razon que les ha sido dada, cosa en que se rebajan al nivel del bruto y pagan tarde ó temprano con daño suyo y mengua de sus hijos? Límpiense las fuentes si se quiere que corran limpios los arroyos; cúrense las raíces de los árboles si se quiere que sean frondosos sus ramajes; búsquense mejores semillas si se quieren obtener mejores frutos, y no se crea nunca que de otro modo pue-hombre, á quien llamaba pedenomo. Insiguiendo Arisda curarse la podredumbre que se haya apoderado de nuestras plantas productivas. Este es el único remedio aplicable á nuestra enferma y abatida república y á nuestras costumbres corrompidas por el vicio y la infamia de tantos ciudadanos. Si ni aun con él adelantamos, no esperemos ya que le haya para tan grandes males y calamidades como nes afligen. ¿Qué de extraño empero que faltando ese cuidado, de que depende principalmente la salud pública, crezca de dia en dia la venida de maldades y de crímenes, y azole todas las clases del Estado la sensualidad con su impureza, la crueldad con sus tormentos, con sus hurtos la avaricia, con sus ultrajes la soberbia? No hay en rigor probidad en quien mira con descuido la educacion de sus hijos.

Pero hay mas aun: de padres honrados y de virtudes reconocidas, no ya solamente de padres malvados, na

Previendo este gran peligro en épocas remotas varones llenos de saber y legisladores prudentes, creyeron principalmente de su incumbencia intervenir de una manera decidida en la educacion de los niños, poniendo sobre todo el mayor cuidado en examinar á quién debian confiarla y entregarla. Licurgo la encargó al que entre sus nobles mas se aventajaba por su probidad, su virtud y su prudencia, despues de haberla arrancado de manos de los esclavos, á quien solian antes encomendarla los ciudadanos. Creyó que solo así evitaria que sus súbditos adquiriesen costumbres serviles y alcanzaria en la educacion la mayor igualdad posible, como era de esperar, poniéndola bajo la direccion de un solo

tóteles la misma idea, estableció tambien que entre muchos magistrados se eligiese uno para tan importante cargo, con amplias facultades para mandár y vedar lo que mejor le pareciese. Los persas, segun escribe Jenofonte, obraron aun en este punto con mayor acierto. Dividido el pueblo en cuatro partes, encargaron la educacion de los niños á doce varones principales, elegidos entre los mas virtuosos ancianos, para que fuesen mas abundantes los frutos, y dividida la carga entre muchos, fuese el trabajo menor, mayor la actividad, mayor la industria. ¿Por qué no habian de imitarles nuestros príncipes y concejos, confiando la educacion de nuestros niños á varones eminentes, ya del clero, ya del pueblo, y dándoles poder para examinar públicamente las costumbres y las dotes literarias de los que han de ser profesores, punto en que se cometen tantas y tan graves fallas? No puede ser nadie sastre ni zapatero sin

acreditar su pericia en el arte; y ¿hemos de confiar la educacion é instruccion de nuestros hijos á cualquiera que sea bastante audaz para consagrarse á la enseñanza? Cuando nos sentimos enfermos, llamamos acaso al médico que nos indican los amigos ó al que es para nosotros mas entendido en esa profesion difícil? Y ¿hemos de ceder á las instancias de un tercero, precisamente cuando se trata de llamar á un maestro, á un hombre que ha de formar las costumbres y determinar el carácter de nuestros hijos? Léjos de nosotros tan grave debilidad y tan gran mengua; no han de influir en nosotros tanto los amigos, que por ellos pongamos en peligro nuestras prendas mas queridas. ́

A mi modo de ver, no solo deberian tener esos inspectores derecho para examinar la vida privada de los maestros, deberian tenerlo además para vigilar la de los ciudadanos, como hacian los antiguos censores, para reprimir privadamente á los padres que descuidasen la educacion de sus hijos, para castigar á los niños, para encerrar, si conviniese, á los que se mostrasen rebeldes y de tenaz carácter, principalmente si por haber muerto sus padres ó haberse escapado de sus casas, anduviesen errantes por acá y acullá sin tener hogar donde albergarse, principio por donde suele tener entrada el crímen, la depravacion y la contaminacion de muchos por los placeres mas hediondos. Si nuestros antepasados confiaron la instruccion á los clérigos desde los primeros tiempos de la Iglesia, ¿se crec acaso que fué por otro motivo que por estar persuadidos de cuánto interesa que los niños adquieran junto con la ciencia la piedad y saber, y de que estando entre sacerdotes la adquirian sin sentirlo, ya por los preceptos que les daban, ya por los ejemplos que veian? Por esto imagino yo que los que se dedican á las letras se distinguen del resto del pueblo, vistiendo el traje sacerdotal, como vemos que sucede en las escuelas públicas, principalmente en España. En Francia se observa que el vulgo hasta da el nombre de clérigos á los que sobresalen por su erudicion y por su ciencia, por mas que no hayan recibido nunca ninguna de las órdenes sagradas.

- Nuestros prelados, léjos de cuidar de la educacion, conforme exigia su propia dignidad, la han mirado con descuido, y han dado con esto motivo á que monjes eminentes, tanto por su piedad como por sus estudios, se hayan apoderado de ella, llevados del noble deseo de ser útiles á la república, y sobre todo, persuadidos de que han de granjearse el favor divino consagrándose á un trabajo que consideran de grandisima importancia. Los antiguos monasterios de los benedictinos han sido especialmente escuelas públicas, fundadas por varones de gran santidad para instruir á la juventud y dirigirla por el verdadero camino de la virtud y de la ciencia. Han sido con esto utilísimos al Estado, y ellos por su parte se han hecho por este medio con grandes riquezas, pues todos los ciudadanos han querido favorecer á porfía sus nobles esfuerzos, ya con su hacienda, ya con sus servicios, ya con sus consejos. De estos monasterios salieron además, como de un alcázar de la sabiduría, innumerables varones aventajados en el conocimiento de la filosofía humana y la divina, como acreditan los muchos y excelentes libros que de ellos han salido, dignos

cada cual en su género de ser admirados por la generacion presente y las futuras.

CAPITULO II.

De las nodrizas.

Debemos ahora examinar de qué carácter y costumbres deben ser las nodrizas, y sobre todo, si son indispensables para la educacion de los niños, pues no pocas veces por su culpa, y solo por su culpa, se vician las mejores índoles de modo que no basta luego arte ni cuidado alguno para remediar las faltas que han bebido junto con la leche que habia de servirles de alimento. Fácil es dar sobre este punto preceptos, pero difícil que se observen. ¿Deberémos, sin embargo, despreciar cosa alguna por las dificultades que presente? Estoy en que no deberia haber mas nodrizas que las madres; mas ya que esto no se admita, creo que ha de buscárselas siempre de un carácter dulce y de costumbres intachables. Seria á la verdad muy saludable que las madres criasen á sus hijos, tanto porque así llenarian completamente sus deberes de madre, como porque continuando los hijos el uso del mismo alimento que les fué formando, saldrian mas vigorosos, mas robustos y sobre todo mas puros, por no tener en su cuerpo mezcla alguna de ajeno jugo ni de ajena sangre. De otro modo se hace el cuerpo propenso á las enfermedades, mudable el carácter, vagas y poco decididas las costumbres, las cuales siguen casi siempre la suerte del cuerpo, con el cual está el alma estrechamente atada. ¿Es acaso la leche otra cosa que la misma sangre de que se alimentó el feto en el útero, por mas que se presente de un color distinto? ¿Por qué ha hecho la próvida naturaleza que inmediatamente despues del parto crezcan y se llenen de leche los pechos de la madre? Por qué ha adornado el seno de la mujer con dos pechos, sino para que abundando masla leche, sea la nutricion mas fácil y expedita? Las madres no cumplen sino á medias con sus deberes entregando sus hijos á nodrizas; no logran, por otra parte, que se cree entre unos y otras el vínculo del amor mútuo, que es el mas principal, es el mas fuerte. Si los hijos profesan por punto general un amor inas ardiente á sus madres que á sus padres, no creo que pueda ser sino porque, tanto en darles á luz como en criarles, sufren aquellas mayores molestias y dolores. Distribuida la carga entre la madre y la nodriza, mengua en gran parte aquel amor que han de compartir forzosamente los hijos con lo que les alimenta, no pudiendo considerar como padres solo á los que los engendraron, concibieron y parieron. Separados los hijos del seno de sus madres, las van olvidando, y no puede menos de extinguirse en gran parte el fervoroso afecto que reinaria de otro modo entre los dos, atendidos los instintos de la naturaleza. ¿Ignoramos acaso que los niños expósitos no conservan recuerdo alguno de su madre ni abrigan una sola centella de amor para las que los arrojaron á la luz del mundo? No parece sino que todo el amor que tienen los hijos para los padres y los padres para los hijos nace del continuo roce y mas que todo de que sabemos desde que nacemos, si padres, que son aquellos nuestros hijos; si hijos, que son aquellos nuestros padres. Dejemos pues que las mujeres sean madres por entero, y no con→

sintamos en que mengue el amor por estar distribuida entre dos la educacion de los hijos, cosa perniciosísima, así para la familia como para la república.

Si una mujer para evitar la deshonra hace abortar el feto, decimos que comete un crímen digno del odio público y del castigo de la justicia, y ha de quedar impune que luego de dados los hijos á luz puedan las madres apartarlos de su seno? ¿Qué diferencia puede haber entre el hecho de arrojarlos del útero mientras los está formando la mano del Criador, y el de privarles de su alimento natural llamando una nodriza cuando han visto ya la luz del dia? Creo que los grandes varones de todas las épocas históricas han sido alimentados con la propia leche de las madres, principalmente aquellos patriarcas del pueblo judío que disolvian por tres años los matrimonios, á contar desde el dia en que les nacia un hijo, y solo despues de este plazo en que les destetaban volvian á reunirse con sus mujeres en un banquete destinado al efecto. ¿Fué acaso criado con menos tiempo ni menor cuidado el profeta Samuel, como atestiguan las escrituras?

Mas no ignoramos cuán dadas sean á deleite las nobles mujeres de Castilla; ¿quién va á persuadirlas de que han de añadir á los dolores del parto las molestias de la nutricion, tan largas como graves y enojosas? Con mas facilidad pasarán por cualquier sacrificio que no prestar atento oido á preceptos saludables. Por esto y porque algunas veces se hace necesario llamar á las nodrizas ó por haber muerto la madre ó por haberle secado los pechos accidentes imprevistos, juzgo que se ha de procurar que sean de un carácter apacible, de - un ánimo tranquilo y bien dispuesto, de una organizacion fisica perfecta y sobre todo adecuada en lo posible á la de la madre. No han de ser ni biliosas ni flemáticas, no han de ser propensas á la ira ni sujetas al temor ni al miedo, todo la de guardar en ellas armonía, todo ha de respirar calma en sus costumbres, todo ha de ser en ellas prudentemente examinado para que experimente el feto el menor cambio posible y no se debiliten con la mudanza sus fuerzas morales ni las físicas. En las plantas, en los ganados y en todas las especies de animales se observa que sirve poco la bondad de la semilla para conservar la pureza de la raza si se las traslada á otra tierra y á distinto cielo; se fecundan y se desarrollan mejor donde han nacido, degeneran desde el momento en que se las pase á puntos donde cambia la naturaleza de las sustancias de que han de alimentarse. Entre los grandes y los opulentos son pocas veces los hijos de la estatura y robustez de los padres; entre los labradores son siempre de menor talla y fuerza que sus hijos, no solo por el ejercicio á que se entregan estos desde niños, hecho que no deja de ejercer su influencia, sino porque desde su nacimiento crecieron y se alimentaron en los pechos de sus madres. ¿No refiere, por otra parte, Tácito que si los germanos llegaron á ser de una estatura admirable fué por haber las madres tomado sobre sí los cuidados de la nutricion y no haberlos confiado nunca á esclavas ni á nodrizas?

¿Qué de extraño que entre nuestros nobles los hijos salgan tan poco parecidos á los padres y sean de mez

quina estatura y tengan distintas costumbres y diferentes fuerzas y carácter, si alimentados con otra leche, ha de cambiar forzosamente todo? Así lo vemos en los demás animales. Si se nutre al cabrito con la leche de la oveja ó al cordero con la de la cabra, el vellon de este saldrá indudablemente mas áspero, la lana de aquel mas suave y delicada. Durante el imperio godo en Italia sabemos que hubo un tal Egisto, que se alimentó con leche de cabras; pues qué, segun Procopio, ¿no se distinguió por su velocidad y ligereza? Hace poco sabemos que se crió otro en los pechos de una perra ; y qué, ¿no consta que estaba seco su cerebro, y no pudiendo conciliar de noche el sueño, andaba por las calles y las plazas arrojando plañideros gritos á manera de ladridos? Lo sabemos por quien lo vió, lo sabemos por el mismo señor del pueblo en que sucedió este suceso. Si es cierto lo que muchos autores cuentan y no merece ser relegado entre las fábulas, es á la verdad de admirar que Abido, rey de España, en los primeros tiempos haya sido amamantado por las fieras, Ciro por una perra, por una loba Rómulo y Remo, los fundadores de la ciudad eterna. Con razon dijo un elegante poeta al denunciar la crueldad de uno de sus personajes:

Hircanaeque admorunt ubera tigres. Contribuye pues mucho al carácter del feto el primer alimento con que se ha nutrido.

Considero además que han de ser atentamente examinadas las costumbres de la nodriza, y debe ponerse sobre todo un gran cuidado en saber si es mujer de pudor y de singular modestia. Es preciso hacerse cargo de que el niño ha de oir de ella las primeras palabras, tomar sus costumbres, imitar sus dichos; es preciso hacerse cargo de que se arraiga tenazmente en el ánimo lo que oimos y vemos en los primeros años de la infancia. Deseaba Crisipo que fuesen las nodrizas sabias y en cuanto permitiese la naturaleza de las cosas buenas y perfectas; yo las deseo dotadas de buen carácter, de probidad y de prudencia para que las semillas de esas virtudes pasen con la leche al corazon de sus alumnnɔs y no vean estos ni oigan sino acciones y palabras dignas de los hombres. Añade Platon que puesto que es necesario entretener á los niños con fábulas y cuentos, debe examinarse el carácter de los que les refieran sus nodrizas, procurando que, léjos de contener nada obsceno, vicioso ni insensato, sean simulacros é imágenes de las virtudes de que debemos estar adornados en el resto de la vida. Es ya sabido que cuando oimos relatar cuentos necios y ridículos acostumbramos á decir que los dejamos para las nodrizas. Paréceme que lo mas adecuado á los oidos y á la inteligencia de los niños serian las fábulas de Esopo, principalmente si se escogiesen las mejores y se las explicasen en elegantes versos, cosa que ha hecho en nuestros tiempos Faerno traduciéndolas á la culta lengua del Lacio. Créese tambien que las nodrizas han de conciliar el sueño de los niños y hasta deleitarles con canciones vulgares recogidas en cualquier encrucijada; mas no deberian nunca arrullarles sino con versos llenos de bondad y de piedad para que con ellos les quedase impresa la semilla de todas las virtudes.

Se ha de procurar, por fin, que no oigan ni vean los niños cosa que no sea hija de las mas depuradas costumbres y de la mas severa disciplina. Aristóteles no consiente siquiera en que se expongan á los ojos de los niños imágenes ni cuadros obscenos; y pide, y con razon, que no se les lleve nunca al teatro, asqueroso taller de toda clase de torpezas: preceptos que quisiera siguiesen los hombres de nuestros tiempos.

Este cuidado deseáramos que se tuviese en criar y educar á los niños, cuidado que se calificará tal vez de supersticioso, atendida nuestra bajeza y la depravacion de nuestras costumbres, pero que no ha de ser nunca tan grande como exige la importancia del asunto. Somos tan necios, que al paso que no perdonamos trabajo para que prosperen nuestros campos, nuestras viñas y nuestros olivares, entregamos los hijos al cuidado de los criados, de cuyo trato deberian estar toda la vida apartados para que no les corrompieran con el impuro hálito de sus costumbres. Tomamos las nodrizas que primero se nos presentan sin ninguna clase de discernimiento, sin atender mas que á si tienen ó no abundante leche, importándonos poco que traigan consigo un mal carácter con el cual pueda inficionarse el cuerpo y el alma de nuestros hijos, y corromperse con el contagio de malas costumbres, ejemplos y palabras. Admirado muchas veces de ver niños perversos que en nada se parecian á sus hermanos m á sus padres, he preguntado y he sabido que solo por los vicios de sus nodrizas han tenido aquellos tan depravadas costumbres y tan torpe índole. Podria citar principalmente dos hermanas tan distintas en carácter como en hábitos y en figurà : la una, que es modestísima, se amamantó en los pechos de su madre; la otra, que es adusta y de malas inclinaciones, en los de una nodriza ébria y por demás agreste.

CAPITULO III.

De la primera educacion del príncipe.

Hemos hablado ya de lo relativo á la nutricion y primera enseñanza de los hijos. Nada debemos añadir con respecto al que ha de ser un dia príncipe, pues las mismas cosas indican que se ha de desplegar el mayor celo para que faltas nacidas de pequeños principios no vengan á resultar en daño general de la república. Está pues colocado el príncipe en la cumbre de las sociedades para que aparezca como una especie de deidad, como un héroe bajado del cielo, superior á la naturaleza de los demás mortales. Para aumentar su majestad y conciliarle el respeto de sus súbditos está casi siempre rodeado de lujo y de aparato, contribuyendo no poco á deslumbrar los ojos del pueblo y á contenerle en el círculo de los deberes sociales, por una parte sus vestidos de púrpura bordados de oro y pedrería, por otra la soberbia estructura de su palacio, por otra el gran número de sus cortesanos y sus guardias. Aprobamos como prudente y racional esta medida; mas creemos que á todo este fausto y pompa ha de añadirseles el esplendor y brillo de todas las virtudes, tales como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, como tambien el que dan las letras y el cultivo del ingenio, con los cuales se concilia tambien mucho la veneracion de

los ciudadanos. Es preciso cultivar con solicitud el campo de que ha de vivir mas tarde todo el pueblo, es decir, el ánimo de los príncipes que han de aparecer á nuestros ojos contemplando desde muy alto todas las clases del Estado y mirando sin distincion por todas, por la alta, por la baja, por la media. Es preciso cuidar mucho la cabeza si no se quiere que bajen de ella malos humores y se inficione con ellos lo demás del cuerpo; en la sociedad, como en los individuos, son graves las enfermedades que derivan de tan gravo miembro.

Seria á la verdad de desear que aventajase el prínci pe á todos sus súbditos, así en las prendas del alma como las del cuerpo, corriendo al par de su elevacion sus brillantes cualidades, para que pudiese con ellas granjearse el amor del pueblo, que vale indudablemente mas que el miedo. Seria de desear que respiraso autoridad su figura, que ya en su semblante y en sus ojos brillase cierta gravedad, mezclada con una singular benevolencia, que fuese de nobles y aventajadas formas, alto y robusto de cuerpo, perspicaz, dispuesto para atar los ánimos de todos con los vínculos de su mismo favor y de su gracia. Pero deseo y fortuna son estos dados por el cielo mas bien que procurados por la prudencia de los hombres, principalmente siendo la monarquía, como es entre nosotros, hereditaria y debiendo tomar por rey al que tal vez fué engendrado infelizmente por sus padres. Contribuiria, sin embargo, á que se evitara este peligro que se escogiesen siempre para mujeres de los príncipes mujeres dotadas de grandes facultades, nobles, hermosás, modestas y cn lo posible ricas, mujeres en cuyas costumbres no hubiese nada de vil ni bajo, mujeres en que á su belleza fisica y á las virtudes de sus antepasados correspondiese la grandeza de sus almas, pues no es de poca monta que reunan excelentes cualidades las que han de ser madres de hombres destinados á mandará todos y á procurar la felicidad ó la infelicidad de todos y de cada uno de los ciudadanos. Mucho puede adelantarse, por otra parte, si se hace todo lo posible para que aumenten las virtudes dadas por la naturaleza, se disminuyan los vicios existentes, y se ilustre y adorne la vida del futuro príncipe. Siganse los avisos de la naturaleza que dió dos pechos á las reinas como á las demás mujeres y sc los llena en los dias próximos al parto para que los hijos sustentados con la leche de sus madres salgan mejores y mucho mas robustos. Mas puesto que creció ya tanto en nosotros el amor á los deleites, que apenas hay mujer de mediana fortuna que quiera tomarse el trabajo de alimentar á sus hijos, hemos de alcanzar cuando menos que se tomen todas las precauciones posibles al elegir las nodrizas, y no se las tome para favorecer la ambicion de nadie, como en el siglo pasado sucedió en Portugal, donde se confió la nutricion y la educacion de un príncipe á la querida de un obispo que gozaba de mucha influencia en aquel reino: torpeza grave y lastimosa, llevada á cabo por los esfuerzos del pretado y la infame condescendencia de los que podian evitarlo. Cuál fuese el resultado, no hay para qué referirlo; baste decir que excedió las mayores esperanzas. Nos da vergüenza hasta publicar los

nombres de los que intervinieron en tan fatal negocio. En nuestros tiempos ha corrido la voz, no sé si verdadera ó falsamente, que otro príncipe en quien estaban puestas las esperanzas de un reino vastísimo padeció en sus primeros años, por causa de su nodriza, contagiada de malísimos humores, de grandes y deformes llagas incuria á la verdad vergonzosa y detestable, si no hubiese muchas cosas que no pueden ser previstas por los hombres.

Procúrese, como es consiguiente, que no se escape nunca de la boca de la nodriza una sola palabra obscena ni lasciva, á fin de que por quedar impresa eternamente en el ánimo del niño, no se destruya desde un principio su pudor, cosa que no hay para qué decir si seria ó no perniciosa. Por este medio se extingue todo el amor á la dignidad y á la honestidad, se sueltan los frenos al placer, se corrompen para toda la vida las costumbres. Procúrese además que á medida que vaya el príncipe creciendo reciba los preceptos con que pueda llegar á ser un gran rey, y la fuerza de su autoridad corresponda á la grandeza de su imperio. Elijase entre todos los ciudadanos un buen ayo, un maestro notable por su prudencia, y famoso por su erudicion y por virtudes, con que pueda el príncipe llegar á aparecer perfecto. Esté sobre todo exento este de todo vicio para que con el frecuente roce no se trasmitan sus deseos al alumno y le queden para toda la vida, como sucedió con Alejandro, rey de Macedonia, cuyos vicios que habia recibido de su profesor Leonides, no se pudieron extinguir ni curar en sus mas gloriosos dias.

Mas no basta un solo maestro, se dirá tal vez; en muchas cosas ha de entender el príncipe que no será fácil que aprenda si no se le enseña en los primeros años de la infancia. Ha de administrar justicia al pueblo, nombrar magistrados, resolver negocios de paz y de guerra, hablar y juzgar de muchas cosas que á cada paso ocurren en la gobernacion de un reino. No es comun que uno solo sobresalga en todas las ciencias de donde se han de tomar tan diversos conocimientos; y es á la verdad muy poco para un maestro del príncipe haberlas solo tocado por la superficie y permanecer en una humilde medianía. Enseñará los elementos de cada arte el que fuere mas profundo en ella; lo que sucede en la enseñanza de la lengua latina sucede en la de las demás artes liberales.

Mas teniendo ya por base la latinidad y conociendo algun tanto las ciencias que se rozan con este estudio, ¿qué puede impedir al príncipe que oiga varones entendidos para administrar los negocios de la paz y de la guerra? Por instruido que esté, por grande que sea su ingenio, necesitará siempre de las luces de estos hombres, y será hasta saludable que use de conse jo ajeno. No nos disgusta, sin embargo, la institucion de los persas que confiaban á cuatro varones principales la instruccion del príncipe para que cada cual le enseñase con acierto el arte en que mas se aventajase; el primero le instruyese en la literatura, el segundo en las leyes patrias, el tercero en las ceremonias y ritos religiosos, el cuarto en el arte de la guerra, en que tanto descansa la fuerza y la salud de la república. Entre nosotros, el padre suele designar para la

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educacion del príncipe dos de sus mejores grandes, los mas señalados por su honradez y por su prudencia, uno para la enseñanza, tan grave ya por su edad como por la fama de sus conocimientos, otro para que modere y temple las acciones del alumno, varon que no ha de desconocer lo que exigen las costumbres. Mas ¿qué importa el número con tal que entiendan esos preceptores que es gravísimo y principal el cargo que les han confiado y estén bien convencidos de que para llenarlo debidamente han de trabajar de dia y noche? Cuentan que Policleto, un escultor de fama, publicó un libro sobre su arte, á que dió el título de Cánon, es decir, de regla; que en este libro explicó con mucha detencion todo lo que ha de observarse en hacer una estatua, cuál debe ser la figura de cada una de sus partes, cuál la actitud y la postura; y que al mismo tiempo expuso al público una obra suya, que llamó tambien Cánon por haber seguido en ella escrupulosamente todos los preceptos que tenia dados. Quisiera yo que siguiesen esta costumbre los preceptores de los príncipes, que ya que no se aventajasen mucho en escribir el libro, procurasen con los actos de su vida fijar en el ánimo de su alumno para irle formando todas las reglas de la virtud y del saber que nos han sido dadas por los grandes filósofos. Deben, ante todo, para que sea acertada la educacion alejar del palacio todo ejemplo de perversidad y de torpeza, cerrar puertas y echar cerrojos á todo género de vicios. No permitan que estén con el príncipe jóvenes sin pudor y sin vergüenza, para que la imágen de la liviandad no corrompa y destruya en un momento con el dañado soplo de su boca las virtudes arraigadas ya de mucho tiempo en su ánimo. Solicitan aquellos de una manera infame los honores y las riquezas; son aduladores, vanos, enemigos de la salud pública, contra la cual están sin cesar tendiendo asechanzas, y los hay por desgracia en gran número alentados por la excesiva prosperidad de muchos. ¿Cuántas fortunas, cuántos señoríos no vemos creados y fundados por hombres que, dejando á un lado todo pudor, se prestaron en distintas épocas á ser instrumentos de las maldades de los príncipes? No deberian sus nombres pasar siquiera á la posteridad; deberia obligarse á sus descendientes y cognados á que los trocaran por otros mas honrosos. Muchas veces, sin embargo, han caido tambien esos hombres y sido derribados en muy breve tiempo á la última miseria. Llega dia en que el rey ó se arrepiente de tenerles á su lado, ó se sacia ya de verles; mengua entonces el favor, y se convierte al fin en odio, pues aquel empieza á mirarles como censores importunos, el pueblo como corruptores y malvados.

Procuren luego cultivar el ánimo del príncipe con verdaderas virtudes é instruirle, si es posible, con blandas palabras, que es el mejor sistema de enseñanza, con severidad, si es necesario. Repréndanle, y si no bastare la reprension, castíguenle, no sea que por la indulgencia de sus preceptores se deprave su buena indole ó se robustezcan en él los vicios naturales. Al leon, animal fiero y cruel, ni se le ha de gobernar con continuos golpes ni halagar con frecuentes caricias; es preciso mezclar á las amenazas los halagos para que se

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