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amanse, procurar que ni con los golpes se encrudezca su fiereza ni se ensoberbezca con las caricias, cosas todas que han de hacerle de todo punto intratable. Examínese atentamente el carácter del príncipe, obsérvese qué cosas mas le aguijonean y le mueven, y empléense siempre las que hayan de surtir mejor efecto. Si no le mueven las palabras y sí el freno, si necesita para andar de que se le apliquen las espuelas, apélese á estos medios: combátasele la cortedad si es demasiado corto, cúresele de su impudencia si impudente, y dirijanse siempre donde quiera que puedan contrariar sus vicios. Amonéstenle, mándenle, repréndanle, castiguenle de vez en cuando, resistan á sus inmoderados deseos, esmérense, por fin, en que no salga ni insolente ni tenaz, cualidades de que podrian ocasionarse graves perjuicios, así para él como para sus mismos súbditos. El gran Teodosio llamó á Roma á Arsenio para que se encargara de instruir á sus hijos, y le dijo terminantemente que les castigase siempre que lo creyese oportuno y no tolerase nunca la menor falta de sus hijos. ¡ Varon grande y digno de gobernar el mundo! En todas las épocas encontramos profesores de príncipes que han adoptado un sistema contrario, ya por temor de exacerbarles, ya por el deseo de granjearse su amor con una injusta y fatal condescendencia. En Roma sucedió con Séneca, á pesar de ser un gran filósofo; en Castilla con Alonso de Alburquerque, que por haber sido profesor de Pedro el Cruel, puede quizás ser acusado de baber aumentado con una mala educacion los vicios que habia dado á este la naturaleza, vicios á que sin cuda se añadieron despues otros. La prueba de la falta de entrambos está en que fué cada cual el privado de su respectivo principe, y tuvo gran mano en todos los negocios, y acumuló riquezas inmensas, no sin excitar la envidia y la maledicencia de los demás que sospechaban que con perjuicio del pueblo, y solo condescendiendo habian alcanzado aquella gran fortuna; mal ciertamente grave, no solo para el Estado, sino tambien para sus autores, pues las riquezas recogidas del crímen no suelen ser ni duraderas ni propias. Séneca murió á manos de Neron, y este fué el pago que obtuvo de sus lecciones, pago impío y cruel, ¿quién lo niega? pero tal vez debido á la débil educacion que dió á su alumno y á que el favor adquirido por este medio tuvo que trocarse al fin en odio. Alonso de Alburquerque se vió obligado á huir para salvar la vida, no siendo mas feliz que el otro sino en que cuando menos murió en el mismo momento en que estaba preparándose á la venganza con las armas en la mano y el apoyo de otros próceres del reino, y no fué enterrado como habia prevenido en su testamento, sino despues de haber sido preso el Rey en la ciudad de Toro por el esfuerzo y la solicitud de sus ardientes partidarios. Ya que tenia parte de culpa en el mal, no quiso descansar en su sepulcro sin que antes se hubiese impedido á Pedro el Cruel que siguiera causando tan terribles daños.

Enséñesele al fin á no hacerse esclavo de la liviandad, de la avaricia ni de la fiereza, á no despreciar las leyes, á no imponer con el terror á sus súbditos, á no considerar como fruto natural del gobierno los placeres, á guardarse del estupro y del incesto, que podrán servir

para él, pero que serán para los demás motivo de horror y de vergüenza. Amonéstesele á que siga todas las virtudes dignas de un rey; explíquesele en qué consiste ser príncipe y en qué consisten sus deberes. El rey pues, si es verdaderamente digno de este nombre, obedece á las leyes divinas, toma por guia la razon, hace igual para todos el derecho, reprime la liviandad, aborrece la maldad y el fraude, mide por la utilidad pública y no por sus antojos el poder que ha recibido, se esfuerza en aventajar á todos por su honradez y sus costumbres á proporcion de lo que es mayor en autoridad y riqueza, no retrocede ante ningun peligro, no perdona medio para salvar la patria, es fuerte é impetuoso en la guerra, templado en la paz; no siente latir el corazon sino por la felicidad de los pueblos, á los cuales procura sin cesar todo género de bienes. Amparado así por la gracia de Dios, ensalzado universalmente por sus virtudes, se granjea la voluntad de todos, y viene á ser un cabal modelo de la majestad antigua, no pareciendo sino que es un hombre bajado del cielo para gobernar la tierra. Con ese amor y esa fama adquiridos entre sus mismos súbditos asegurará mucho mas su imperio que con la fuerza y con las armas; lo hará fausto para sus ciudadanos y eterno para sus descendientes, lo dejará fuerte contra todo embate exterior, procurará que no puedan con él ni el fraude ni las asechanzas de los próceres del reino. Esto es lo que se nos ha ocurrido decir sobre la educacion del rey en general; vamos ahora á examinarla en cada una de sus partes.

CAPITULO IV.

Del porte exterior del rey, es decir, de la regla que debe guardar en comer y en vestir.

El exceso de los placeres ha alterado no pocas veces, ya pública, ya privadamente, la excelente índole de muchos hombres. El inmoderado lujo en el vestir y la demasiada delicadeza en el comer han cambiado la fortuna ó la suerte de los españoles que habian nacido para las armas. Así es que desde la cumbre de la grandeza á que habian llegado han ido cayendo en diversas y grandísimas calamidades. Deleites que antes no conociamos han quebrantado, á ejemplo de los romanos y con no menor peligro, ánimos grandes é invencibles que habian sabido sobrellevar el trabajo y el hambre, vencido por mar y por tierra gravísimas dificultades, fundado un imperio que se extendió mas allá del sol y mas allá de los linderos del Océano. Es esto certísimo, pero casi increible. Mas se gasta hoy en golosinas en una sola ciudad, mas en postres y en azúcar que en tiempos de nuestros padres no se gastaba en toda España. Pues ¿y en vestidos de seda? ¡ cuánto no se gasta, oh Dios! Mas elegantemente visten hoy los sastres, los carniceros y los cerrajeros que en otros tiempos los grandes de las ciudades y los varones de mas alta jerarquía, cosa que, sin embargo, interpretan muchos como un adelanto de esta época, sin advertir que por este punto nos amenazan gravísimos peligros. Y si esto acontece con los particulares, ¿qué no ha de suceder en la casa real donde hay tanta abundancia de placeres, donde están reunidos todos los delcites que se encuentran en las demás provincias? A la verdad que si no se pone en

graves cuidados del gobierno? Dejará que se arruine la república antes que tomarse tan improbo trabajo. Educado en el ocio y á la sombra del palacio, es indispensable que huya de los negocios, que busque con afan los placeres, que crea que el principal fruto del mando y de la vida consiste en no tener cuidados y en no dejar pasar una hora sin que un nuevo deleite apague la sed de sus sentidos.

esto gran cuidado, se corre peligro de que el príncipe, | bajos, ni dedicarse siquiera con placer á los molestos y corrompido desde sus mas tiernos años con una educacion tan débil y afeminada, pesado por su gordura y lleno de enfermedades, no sea al fin bueno ni para la paz ni para la guerra, lo que no hay para qué decir si será ó no con grave perjuicio de la república. Así vemos hoy que los príncipes padecen de los nervios, llevan en sus propias carnes la mas grave carga, pasan lo mas del dia entregados al sueño, consagran gran parte de la vida á los médicos y á los remedios, y mueren por fin en la flor de sus dias, cosa que desgraciadamente no debemos atribuir á sus muchos trabajos ni á sus cuidados ni á sus desvelos, sino á su flojedad, al lujo y á los placeres. ¿Cómo se quiere que esos hombres puedan digerir la comida ni la bebida si comen y beben sin tasa? Cómo no se quiere que existan en ellos graves causas de enfermedades y malos y corrompidos humores? Toda la educacion debe dirigirse á que se aumenten y robustezcan las fuerzas del alma y las del cuerpo; mas no parece sino que todo el talento de los cortesanos se emplea en que, quebrantadas unas y otras, sea al fin del todo inútil el príncipe para entregarse á los negocios. En primer lugar, le proporcionan mujeres para que le afeminen; procuran luego que no les dé el sol ni el aire si es un poco fuerte, que no haya para él trabajos y molestia alguna, que permanezca encerrado entre las paredes de su palacio como una doncella tierna y delicada, que evite la vista y el frecuente uso de los demás para que no se rebaje y se iguale con sus súbditos, sosteniendo con ellos conversaciones familiares, que no juegue ni laga ejercicio alguno que pueda aumentar ni conservar sus fuerzas. Como si no tuviesen mas cargo que el de cobarle y satisfacer los caprichos de su apetito, instanle las mujeres á que coma disponiéndole platos hechos con raro arte que puedan excitar su apetito; y embotando así sus tiernas facultades, casi á cada hora le entran nuevas comidas haciéndose pesadas é importunas hasta que las prueba. Como si todo el toque consistiera en llenar al rey para que no pudiera moverse ni salir de su palacio, dirigen á conseguirlo todos sus esfuerzos, llevando hasta á mal que no coma tanto como piensan y pretenden. Añadense á esto los perfumes, los suaves olores, las fragantes pomadas con que excitan sus sentidos, el brillo de las piedras preciosas, lo muelle de sus adornos y sus trajes y los demás halagos con que se enervan hasta los mas robustos, aun despues de haber salido de la infancia. En medio de tantos placeres y de una vida tan afeminada, ¿quién podrá impedir que el príncipe se deje corromper por tan falsas dulzuras y debilite las fuerzas de su entendimiento? En cuerpos débiles y enervados no caben almas grandes ni fuertes; con el exceso del placer inengua el vigor de uno y otro como se derrite la cera al calor del fuego. Estando pues el cuerpo acostumbrado á los deleites, ¿cómo ha de sobrellevar sin quebranto los trabajos y las fatigas? Cómo seguir el camino árduo de la virtud y no precipitarse al del vicio, que es mas ancho y descansado? Cómo se quiere que un cuerpo enfermo, inactivo, débil pueda emprender con calor una guerra ni dirigir, si conviene, sus ejércitos, ni ser el primero en arrostrar los tra

Podriamos citar muchos ejemplos de graves daños ocasionados al reino por príncipes que recibieron una educacion tan afeminada y tan oscura: apenas ha habido época en España en que haya habido desórdenes mayores que en tiempo de Juan II de Castilla, á pesar de reunir este Rey muchas y muy buenas facultades. Era este Rey alto y blanco de cuerpo, dulce de carácter, amigo de la caza y de otros simulacros de guerra, bastante dado á las letras, pues compuso en romance versos de suave y fácil estructura. Estaba aun en sus primeros años cuando murió Enrique III, su padre; y para que no pudieran apoderarse de él los nobles, ni se ofreciesen ocasiones de innovar las cosas públicas, pasó mas de seis años en el convento de San Pablo de Valladolid, es decir, hasta que murió su madre, que era su tutora. No solo no se le permitió en todo este tiempo salir, no se le permitió siquiera admitir en su presencia otras personas que los individuos de su palacio y corte. Triste y miserablé cosa, no ya solo para el Rey, sino para el reino, que careciese de la vista de los pueblos el que habia despues de gobernarles, que no conociese siquiera á los grandes de su reino, que no tuviese libertad para oir ni para hablar á nadie, que hubiese de languidecer en una vida oscura y solitaria. ¿Qué puede haber ya mas repugnante que el que nació para respirar el polvo de los campos de batalla esté como pollo en gallinero sin que los demás cuiden mas que de cebarle y de engordarle? que viva á la sombra y entre mujeres el que deberia tener el cuerpo endurecido por la sobriedad del trabajo, á fin de que pudiese resistir las causas de las enfermedades, sufrir en la guerra lo mismo el calor que el frio y estar siempre dispuesto para entender en los negocios públicos? ¿Cómo se entiende que se oculte á los súbditos el que desde niño deberia estar acostumbrado á vivir en una gran celebridad y en medio de los pueblos, ya para que no temiese nunca á los hombres, ya para que se excitase y elevase á cosas altas su entendimiento, que en tan prolongado retiro ó se debilita y enmohece ó se llena de orgullo, teniéndose en mucho mas de lo que es por no verse puesto con nadie en paralelo? Cómo se entiende que se quebrante con deleites el ánimo del que noche y dia debe presidir la república como desde una alta cumbre y mirar cuidadosamente por todas las clases del Estado? ¡Ay, que esa afeminacion del Príncipe ha de redundar en mengua suya y en daño de sus súbditos! Como fué de niño y de jóven será cuando llegue á mayor edad, y llevará siempre una vida tonta, lúbrica, entregada á la voluptuosidad y á los demás placeres. Nos lo enseña la historia de este mismo príncipe. Muerta su madre, tuvo que encargarse del gobierno del reino, y como si de las tinieblas ó del seno

de su madre hubiese pasado de repente á la luz, gobernó siempre deslumbrado, alucinado. Abrumábale la multitud de negocios, y estuvo siempre bajo el imperio de sus cortesanos, que es el mayor daño que puede venir á una república, y fué entonces causa de continuos y graves alborotos.

Pero denunciar los vicios es muy fácil; ¿quién podrá corregirlos? Quién podrá persuadir al príncipe de que aun en la infancia los halagos son para la mujer y los trabajos para el hombre? Quién se ha de atrever á decirle que es perniciosa una vida muelle y delicada delante de hombres que miden la majestad del imperio por la liviandad y los placeres y creen que el mayor premio del mando es poderse entregar á los deleites sensuales sin perdonar el estupro y el incesto, que creen hacer un grande obsequio á los príncipes satisfaciendo sus antojos, ó que ven por lo menos en esto una ancha entrada al honor y á la riqueza?

Decimos esto, no para que se escaseen al príncipe ni la comida ni el traje, 'cosa contraria á nuestras leyes españolas. Sigase el ejemplo general de la naturaleza, en la cual vemos á todos los demás séres animados procurando abundantes alimentos á sus hijos. No hay ciertamente cosa mejor para aumentar sus cuerpos y robustecer sus fuerzas. Cuídese, sin embargo, de que el príncipe no limite sus deseos á tener buena mesa y muy lucidos trajes, como sucede con los hijos de la gente pobre; procúrese hacerle levantar mas alto el pensamiento y aspirar á mayores cosas, á fin de que, dejados á un lado los mayores cuidados, salga grande de espíritu y no se arredre ante las mas dificiles empresas. Sea abundante la comida, y el vestido menos delicado que elegante, no sea que léjos de robustecer las fuerzas, languidezca el cuerpo en el deleite, y el alma se debilite entre la liviandad y el vicio. De la escasez como del exceso pueden resultar males y perjuicios graves para las naciones. Mas bastante llevamos dicho ya sobre este punto; vamos á decir algo sobre el ejercicio del cuerpo.

CAPITULO V.

Del ejercicio del cuerpo.

Conviniendo ya en que no se deba dar á los príncipes una educacion afeminada ni hacerles vivir oscuramente á la sombra de sus palacios, es innegable que se les debe ejercitar el cuerpo en continuos trabajos, á fin de que se robustezca, y excitar de continuo su alma haciéndole audaz é inflamándole en amor á las glorias militares, cosas todas con que se asegura la salud del cuerpo y se dispone el ánimo á cumplir todos los deberes que impone el pudor, la humanidad y la modestia. Nada hay mas pernicioso que un príncipe perezoso y cobarde, consideracion que movió al sabio y prudente legislador de los atenienses á dictar una ley, por la cual habian de ser cuidadosamente instruidos sus súbditos en la lucha, en las letras y en la música. Vió ese eminente varon de la Grecia que para ser felices debian los ciudadanos procurar adquirir las fuerzas físicas y las intelectuales; vió que solo conteniéndose dentro de los límites de la moderacion y de la humani

dad po lian defender sus riquezas y sus libertades, bienes que así se pierden por flojedad y cobardía como por exceso de temeridad y atrevimiento; y para alcanzar que todos tuvieran aquellas dos virtudes estableció por un lado las luchas que habian de procurarle la fortaleza del cuerpo y la del alma, por otro ejercicios músicos y literarios que templasen sus costumbres y les hiciesen buenos. No por otra razon estableció lo mismo Licurgo en la Lacedemonia, donde brilló la virtud mas que en ninguna otra nacion, por haber mas que en ninguna otra un gran cuidado en ejercitar y en robustecer el cuerpo. Es admirable lo que nos cuentan acerca de la moderacion y compostura de la juventud de Esparta. Estaban allí educados los jóvenes de modo que ni levantaban en público los ojos, ni volvian jamás la cara, ni daban señal alguna de ligereza y de inconstancia; miraban solo lo que tenian delante, llevaban envueltas las manos en sus mismos trajes, cedian el paso á los ancianos, no pronunciaban palabra alguna obscena ni indecorosa, no oian en sus primeros años ni en sus coros ni en sus cánticos cosa alguna torpe ni lasciva. Conforme al pensamiento de Solon, prescribió tambien Aristóteles que se instruyese á los niños en las letras, en la gimnástica y en la música, añadiendo que se les enseñase el dibujo, no tan solo para que no saliesen engañados cuando quisiesen comprar alliajas, pues á nadie conviene menos que al principe hacer servir los estudios en su provecho y adquirir solo por espíritu de ahorro el conocimiento de las artes, sino tambien para que ocupasen sus ratos de ocio, que son los que mas predisponen á los vicios, ya en pintar, ya en componer, ya en trabajar de algun modo los metales, y sobre todo, para que pudiesen conocer el mérito de las obras llenas de arte, de las imágenes que revelan ingenio, de los cuadros, de los vasos cincelados de oro y plata, de los grandes é imponentes edificios, cuya estructura parece haber debido superar las fuerzas de los hombres, mostrándose peritos en todos estos estudios no menos que en las demás artes que adornan la vida y sirven para gobernar bien la república, así en la paz como en la guerra.

Mas dejemos por ahora esto y no nos ocupemos aun de las letras ni de la música, de que hemos de tratar en otros capítulos. Por lo que toca al objeto de este, digo que han de establecerse para el príncipe todo género de luchas entre iguales, en las que ha de intervenir, no ya solo como espectador, sino como parte activa, procurando por de contado que sea sin mengua de su dig nidad y su decoro. Elijanse jóvenes, ya del mismo palacio, ya del resto de la nobleza, é invéntense simulacros á manera de luchas, donde, ya cuerpo á cuerpo, ya divididos en bandos, combatan entre sí, ora con palos, ora con espadas. Contiendan entre sí sobre quién ha de ser mas veloz en la carrera ó mas diestro en gobernar un caballo, ora disparándole en línea recta, ora volviéndole y revolviéndole en mil variados giros; ténganse premios para el vencedor, á fin de encender mas el certamen, y peleen á la manera de los moros,segun la cual parte de uno de los dos bandos arremete contra el contrario, y despues de haber disparado cañas, á manera de dardos, retrocede cediendo al em

siempre cierta moderacion y regla. Así manda que se observe Aristóteles, asegurando que los que en su tierna edad ejercitaron violentamente el cuerpo han adelantado poco por tener debilitada la salud y quebrantadas las fuerzas, como dejaban ver los juegos olímpicos, en los cuales era raro que alcanzasen el premio en su edad viril los que habian salido vencedores en su adolescencia.

puje del enemigo, que es recibido por la parte del bando opuesto que quedó como de reserva, y se va así repitiendo la lucha hasta que se da uno de los bandos por vencido. Aprendan á montar además á caballo, poniéndose con ligereza en la silla, bien vayan sin armas, bien cubiertos de hierro, ejercicio que en las derrotas sirvió de mucho, no ya solo á simples soldados, sino tambien á príncipes y á grandes capitanes. Fernando el Jóven, rey de Nápoles, despues de haber sido vencidas y puestas en fuga sus tropas, perdió el caballo en que iba montado por haber sido herido; y á buen seguro que no hubiera salido tan fácilmente del peligro si armado como estaba de piés á cabeza, no hubiera podido pasar de un salto á un caballo que le ofreció uno de sus súbditos, victima de ese rasgo de desinterés, pero víctima noble, de grata memoria para los hombres y mas para los dioses. En tiempos mas antiguos, en el año 1208, Pedro, rey de Aragon, perdió el caballo peleando contra los moros en las fronteras de Valencia; y hubiera caido tambien indudablemente en poder del enemigo si Diego de Haro, que estaba con los infieles, olvidando en aquel momento las injurias recibidas del monarca de Aragon y de otros reyes cristianos, principalmente de los de Leon y de los de Castilla, no le hubiese prestado un caballo, á pesar de saber que habia de atraerse con esto el odio de los moros.

No será menos útil que haya lucha sobre quién da mas en el blanco, ya con flechas, ya con armas de fuego, señalando premios para el que primero acierte. Luchen entre sí á brazo partido y ostenten así sus fuerzas á la vista del príncipe; y siendo él el justipreciador, no estará oculta ni la cobardía ni la pericia de nadie. Son todos estos combates imitacion y simulacro de la guerra, muy á propósito para ejercitar las fuerzas del cuerpo, muy útiles para fomentar la audicia, alejar de sí el temor y adquirir destreza. Conoció el elegante poeta latino cuán importantes son esas luchas cuando fingió que los hijos de los fundadores de Roma se dedicaban á estos ejercicios antes de fundarla, y nos dió en estos cuatro versos una viva y animada imágen de la juventud bien educada.

Ante urbem pueri et primaevo flore iuventus Exercentur equis, domitantque in pulvere currus Aut acres tendunt arcus, aut lenta lacertis Spicula contorquent, cursuque ictuque lacessunt. Añádase á estos juegos la caza; enséñēseles á perseguir las fieras en campo abierto y á trepar por los montes; hágase que fatiguen el cuerpo con sed, con hambre, con trabajo. Procúrese que dediquen algun tiempo á danzas españolas, acostumbrándoles á tomar el compás al sonido de la flauta. Déjeseles jugar á la pelota y otros juegos, permítaseles que se diviertan y se rian con tal que no haya nada obsceno que pueda irritar su liviandad, nada cruel que desdiga de las costumbres y piedad cristianas. Con esas luchas fingidas se instruyen para las verdaderas; mas debe tambien procurarse que por querer ejercitar demasiado el cuerpo no se agoten las fuerzas de los niños, y menos las del príncipe. Deben ser los ejercicios mas bien frecuentes que pesados; en estos, como en los demás actos de la vida, ha de haber

De todas estas clases de luchas ha de escoger para sí el príncipe las que, además de ejercitar su cuerpo, pueden darle honra y fama por llevar en ellas ventaja á todos sus iguales, consideracion que deberá guardar aun mucho mas si ha de celebrarse el combate á presencia de muchos, pues ataca indudablemente el prestigio de la majestad real que salga el príncipe vencido y sea tenido por débil y cobarde. No entre nunca en certámen ni juego sino despues de haber medido bien sus fuerzas, pues ha de evitar ante todo que en lugar de alabanzas no recoja el desprecio de sus súbditos. El príncipe y sus profesores deben además estar persuadidos de que no todos los juegos convienen á la dignidad real. Así, por ejemplo, no luchará mano á mano con sus rivales, ni permitirá que cualquiera pueda manosear su cuerpo ni torcerle ui derribarle, pues ha de ser considerado como cosa menos que santa y han de evitarse estos hechos por mas que el juego los tolere y los consienta. En público no deberá tampoco el principe tomar parte en el baile ni aun con máscara, pues los hechos de los reyes no pueden nunca estar ocultos. ¿Cómo ha de convenir que mueva y agite sus miembros á manera de bacante? Mucho menos le ha de convenir aun salir á la escena, representar farsas, tocar el laud ni tomarse ninguna de las libertades que tanto fueron acusadas en Domicio Neron, cuya ruina apresuraron indudablemente, por creer sus pueblos inepto desde luego para el mando al que habia degenerado en comediante. No debe tampoco asistir á representaciones ejecutadas por cómicos asalariados, porque seria invertir muy mal el tiempo y pareceria olvidarse de su dignidad personal saucionando con su presencia un arte tan infame y pernicioso, de donde se recoge tan abundante cosecha de vicios. Sean pues los ejercicios del príncipe honestos, sean frecuentes, pero no violentos, y mírese por su salud, atiéndase á robustecer las fuerzas de su ánimo y de su cuerpo procurando que, léjos de rebajarse en nada su majestad, sirvan los mismos juegos para dar mas brillo y grandeza á nuestra monarquía.

CAPITULO VI.

De las letras.

Conviene ejercitar el cuerpo del príncipe, robustecer con un trabajo asiduo su salud y sus fuerzas, alimentar en él la fortaleza y la audacia, hacerle perder en todo género de luchas el miedo á los peligros, de modo empero que no se descuide el cultivo de su alma, en que se ba de poner mayor cuidado por ser el espíritu de mejor condicion y ser por consiguiente su cultivo de muchísima importancia. Nos esmeramos mas en educar á nuestros hijos que á nuestros criados, cuidamos mucho mas de nuestros caballos de regalo y de nuestras yuntas para

la labranza que de nuestros perros, y acostumbramos dar á cada cosa su mas o menos valor, segun sea mas ó menos noble, ó para nosotros mas o menos útil. Nada hay en el hombre mas excelente que su entendimiento; mas y mayores cosas llevamos á cabo con nuestras facultades intelectuales que con nuestras fuerzas. Debe pues procurarse que ya desde la infancia vayan infiltrándose insensiblemente en el ánimo del príncipe los preceptos de nuestra santa religion y piedad cristiana, cuidando empero de que no se los dén de golpe y no suceda que como todo vaso de boca estrecha rechace el líquido introducido en él con exceso. Procúrese que en sus criados y en cuantos le rodean no vea sino ejemplos de virtudes y no oiga mas que las reglas de buen vivir, á fin de que permanezcan en su memoria impresas para toda la vida. Cuéntase de nuestra española dona Blanca, reina de Francia, que educó á su hijo Luis infundiéndole la idea de que vale mucho mas morir que llegar á concebir un crímen; educacion con que no es extraño que llegase aquel á ser santificado por la Iglesia. No hace muchos años he sabido por el mismo duque de Montpensier que cuando era niño no oia tampoco de boca de su madre otras palabras. Aunque pues sea aun el niño de tosco ingenio, enseñesele á conocer que hay un Dios en el cielo, por cuya voluntad se gobiernan las cosas de la tierra, que con él no son comparables en fuerzas ni en poder ni los reyes ni los mas grandes emperadores, que es preciso obedecer sus santas leyes, que conviene que oiga y aprenda de memoria.

Excítense luego en su ánimo centellas de amor á la gloria, no á la gloria vana, pero sí á una gloria provechosa y duradera; hágasele ver cuán grande es el brillo de la virtud, cuán grande la fealdad del vicio. Há blese en su presencia y para que él lo oiga de lo bella que es la justicia, de lo repugnante de la maldad, de la vida futura, de la inmortalidad, de los premios y castigos que aguardan á los hombres segun la vida que han llevado acá en la tierra.

Trascurridos ya los primeros años, se le debe dar una tintura de aquellas artes que, si empezase á conocer mientras es niño, aprenderia con mas facilidad cuando ya jóven; y no bien llegue á los siete, cuando se le podrá dar un maestro, que quisiera se escogiese entre los mas grandes filósofos, pues para que un príncipe no tenga en todo sino una instruccion mediana, es preciso que el profesor sea de aventajada fama por la excelencia y severidad de sus doctrinas. Alcanzariamos así mas fácilmente lo que deseamos y es de todo punto necesario, alcanzariamos que se redujese toda su enseñanza á un brevísimo compendio. Ha de ser este profesor, no solo docto y elocuente sino muy morigerado para que pueda instruir al príncipe en lo mejor de las artes y en la mas pura doctrina y le eduque en todos los deberes propios de los hombres de gobierno. No puedo menos de encarecer á la verdad la conducta de Filipo, rey de Macedonia, el cual puso tanto interés en educar á su hijo Alejandro, que escribió á Aristóteles, el gran filósofo de aquellos tiempos, que no agradecia tanto á los dioses inmortales haber tenido un hijo de su mujer Olimpia como haberle tenido en una época en que él le

podria instruir en lo mas selecto de las artes. No se contentó con escribirle, realizó además su pensamiento. Salió Alejandro de la escuela de Aristóteles tan gran varon como debe creerse que fuese el que unció bajo su yugo á todo el mundo, y dió leyes y gobierno á innumerables naciones, y las convirtió de salvajes en civilizadas. La doctrina de tan gran filósofo le templó el carácter, que era acre, violento y estaba inflamado de un modo extraordinario por el amor á la gloria. No debe atribuirse sino á la prudencia de su profesor el que haya llenado la tierra con la fama de su nombre, ni deben atribuirse mas que á la vehemencia del carácter del alumno los actos de furor y de locura á que muchas veces se entregó, siendo generalmente mas esclarecido durante la guerra que despues de la victoria. Si no hay moderacion en el valor, no es ya este virtud, temeridad ha de llamarse.

En los primeros años de la juventud suelen dispertarse los deseos; y para enfrenar la liviandad es indudable que ha de servir de mucho el estudio, pues es tanto el recreo que experimenta el ánimo cuando se eleva al conocimiento de las cosas, que ni se sienten las molestias del trabajo, ni los halagos de los placeres que tanto nos distraen y enajenan. No sin razon los poetas, despues de haber sujetado á los dioses al imperio de Vénus, quisieron que nada pudiese Cupido ni con Minerva ni con las musas que presiden todo género de estudio. Seria cosa larga y enojosa querer descender á detalles; mas á la temeridad, á la avaricia, á la ambicion, á toda clase de liviandades y torpezas ¿qué les ha de poner freno sino son las letras? Hágase que el príncipe oiga y lea ejemplos, y se irá fortificando su ánimo en las verdaderas virtudes.

Deben pues echarse con el mayor cuidado los primeros fundamentos de la enseñanza. Aprenda el niño á leer con desembarazo cualquier género de letra, ya esté bien, ya mal escrita; adquiera el conocimiento de los nexos y hasta de las abreviaturas para que no tenga nunca necesidad de que otro le lea las cartas ni los expedientes que de todas partes vayan á sus manos, cosa que le ha de ser muy útil para que no haya de vender nunca sus secretos. Aprenda á escribir, y no descuidadamente, como acostumbraron á hacer la mayor parte de los nobles, sino elegantemente y con gracia, para que haciéndolo con mas gusto y sin fatiga, no deje de escribir por pereza en los dias de su vida. Por mas que parezca esta enseñanza de poca importancia, es preciso que ponga en ella el profesor toda su habilidad y cuidado, y aun si conviniere, que consulte á los peritos en el arte y hasta implore la ayuda ajena para que correspondan los frutos al trabajo y no queden burladas sobre la erudicion del príncipe las esperanzas de los ciudadanos. Dénsele los primeros rudimentos de la gramática, sin cargarle la memoria con las inoportunas sutilezas de los que de ella han escrito, pues solo así se evitarán la dilacion y el tedio; déjense á un lado los preceptos inútiles, y no se le haga aprender sino lo necesario, procurando aun que esto lo haga movido por la dulzura de los elogios y la cortesía de sus profesores. En lo que debe ponerse mas ahinco es en explicar los autores y en hacerle escribir y hablar en latin, pues con

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