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ejercicios mas que con preceptos, y solo con un uso nunca interrumpido se ha de lograr que le sea la lengua latina tan familiar como la de Castilla. Entre los autores históricos creo que podrán explicarse con ventaja al príncipe. á César, Salustio y Tito Livio, que en la narracion de los hechos suelen ilustrar con muchas y muy luminosas sentencias la elegancia del estilo. Fortalecido ya en el estudio, y cuando tenga mayor pericia, añádase á la explicacion de los autores dichos la de Tácito, de dificil y erizado lenguaje, pero lleno de ingenio, que contiene un gran caudal de sentencias y consejos excelentes para príncipes, y revela las mañas y los fraudes de la corte. En los males y peligros ajenos que describe podemos contemplar casi como en un espejo la imágen de nuestras propias cosas; así que es autor que no deberian dejar nunca de la mano ni los príncipes ni los cortesanos, y le habrian de estar repasando dia y noche.

tes. Traduzca del latin al español y del español al latin, que le servirá de mucho para aumentar su facilidad y soltura en bablar las dos lenguas; le dará las verdaderas formas del discurso, en que estará versado, le proporcionará facundia de lenguaje, y le enseñará á componery á usar figuras, que léjos de ser rebuscadas, nazcan con espontaneidad del tesoro de su entendimiento; se conformará así, por fin, tanto en el escribir como en el hablar, á los buenos modelos de la gravedad y de la elegancia antiguas. Quiero que no se contente con escribir, que oiga hablar latin y tome parte en eruditas conversaciones, que hable no poco ni pocas veces con sus iguales, medios con que podrá adquirir facilidad para revolver las historias antiguas, entender á los oradores extranjeros, que hablan casi siempre el latin, contestar en pocas palabras, pero graves y selectas. No quisiéramos á la verdad que el príncipe perdiese mucho tiempo, ni lanpoe-guideciese en los estudios; mas esto podrá alcanzarse fácilmente, con tal que el profesor cuide de que por una constante práctica llegue á ser para él fa lengua latina una lengua familiar, cuasi su lengua patria. Para esto convendria no poco que se le diesen en número no escaso compañeros de escuela, pues no apruebo que aprenda solo ni con pocos; y á mi modo de ver, seria de desear que ya desde un principio se acostumbrase á estar con muchos y á no temer los juicios de los hombres para que no se deslumbrase ni cegase, como es necesario que suceda, al pasar de las tinieblas á la luz del trono. Si recibe la enseñanza solo, no aprenderá sino lo que directamente le enseñen; mas si en la escuela, aprenderá lo que se enseñe á él y á los que le rodeen. Procúrese que todos los dias se aprueben unas cosas en unos, y se corrijan otras en otros, y no dejará de servirle de provecho ver alabada por una parte la aplicacion, reprendida por otra la desidia. Se dispertará en él la emulacion, empezará á tener por indecoroso saber menos que sus iguales, por glorioso aventajarles, y se irá así encendiendo y levantando su ánimo. Es la ambicion un vicio; mas, como dice elegantemente Fabio, vicio que es frecuentemente causa de virtudes. Llamó Augusto, dice Suetonio, á Verrio Flaco para que fuese profesor de sus nietos, y Flaco se trasladó con toda su escuela al palacio de los emperadores. Tiene esto, además de las dichas, otras muchas ventajas. Apenas conviene azotar al príncipe, por ser ya esto servil y vergonzoso; mas ¿ será tan malo que oiga y vea como ya se reprende á los demás, ya se les castiga en casos necesarios con golpes ó de otra manera, capaz de atormentar el cuerpo? Con las faltas ajenas ¿cómo no ha de hacerse mas instruido y cauto? Podrá suceder además que entre sus compañeros haya uno que otro práctico en hablar latin; y es indudable que si se les hace emplear esta lengua en todas las conversaciones familiares, se tendrá mucho adelantado para que hable el príncipo en latin como podria hablar en castellano. Es extraordinario lo que se puede adelantar por este medio.

No deberá tampoco el príncipe dejar de leer los tas. Aprenda á admirar el ingenio y los graves y elegantes conceptos de Virgilio; aprenda á admirar las sentencias, urbanidad y finos y admirables chistes de Horacio, evite tan solo leer y oir á los que pueden corromper las costumbres, por recordar cosas feas y lascivas, y son obscenos é insolentes, á pesar de escribir con mucha elegancia y dulzura, poetas que desgraciadamente abundan y han de dañarle si les presta atento oido. El veneno de los versos lascivos gana pronto los ánimos; envuelto bajo hermosas formas, antes produce la muerte que pueda pensarse en el remedio. Si grandes filósofos han prescrito que se alejen de la vista de los jóvenes todas las pinturas que puedan excitar sus torpes apetitos, ¿qué no deberémos decir de los versos obscenos? Porque una poesía es una pintura viva, que nos impele mucho mas al vicio que los cuadros de los mas eminentes artistas. Los poetas que consagran su pluma á cantar solo placeres, no solo del palacio, sino de todo el reino, serian alejados si se me creyese á mí, que los tengo por el peor contagio que puede existir, así para corromper las virtudes como para depravar el ánimo. .

No hay ahora para qué hablar de los escritos de Ciceron. Es sabido que este grande hombre, sobre ser el padre de la elocuencia romana, dejó á la posteridad muy saludables preceptos para el gobierno del Estado. Se han perdido sus libros De republica; pero en otras muchas de sus obras se conservan aun importantísimos consejos para la direccion de los negocios, y sobre todo en aquella carta que dirige á su hermano Quinto, y empieza Elsi non dubitabam, admirable en su género y digna de ser apreciada como una explicacion la mas amplia y juiciosa. El príncipe debe esmerarse en imitar la gracia y elegancia de esos autores, y como en todas las cosas de su vida levantar muy alto sus deseos, pues adelantará así mucho mas que si aspira á una simple medianía, desesperando de hacer grandes progresos. Escriba mucho y muy distintas cosas, ya cartas, ya discursos, ya versos, si se lo permiten sus disposiciones intelectuales y sus horas de ocio, procurando puntuarlo todo bien y no escribir letras mayúsculas sino donde lo pidiere la significacion de las palabras y el lugar que ocupen, pues no se ha de mirar con descuido en aquella edad nada que no pueda enmendarse en las siguien

Persuadase, por fin, al alumno de que las letras nos desdicen de la dignidad de un príncipe; procúrese hacerle ver que con ellas, sobre todo si se las adquiere en los primeros años, puede granjearse una grande ayuda para administrar los negocios en el resto de su vida.

No ignoramos ála verdad que principalmente en España han existido grandes príncipes, que en su menor edad han cultivado poco ó nada las letras. Tenemos ahora recientemente el ejemplo de Fernando el Católico, que no solo ha logrado arrojar á los moros de toda España, sino tambien sujetar á su imperio muchas naciones; mas ¿quién duda que si á su excelente indole se hubiese añadido el estudio hubiera salido mucho mas grande y aventajado? Justa y prudentemente su tio Alfonso, rey de Aragon y Nápoles, honra y lumbrera de España, habiendo oido de cierto monarca español que no convenia el estudio de las letras á los príncipes; dijo que aquellas no eran palabras de rey, sino de buey, y conociendo de cada dia mas la importancia de las ciencias, no solo las tuvo en mucho, sino que tuvo tambien en mucho á los que en ellas se aventajaban; y aunque ya de edad muy avanzada, se ponia en sus manos para que le corrigieran y enmendaran. Trató familiarmente á Lorenzo Valla, á Antonio Panhormita, á Jorge Trapezunto, varones inmortales, y sintió mucho la muerte del malogrado Bartolomé Faccio, de quien existen aun los comentarios sobre el reinado de ese mismo Alfonso.

CAPITULO VII.

De la música.

Tiene además la música grande influencia, ya para deleitar los ánimos, ya para excitar en nosotros los mas contrapuestos deseos, cosa nada extraña si se atiende á que estamos musicalmente organizados, como consta por las pulsaciones de las arterias, la formacion del feto en el útero, el parto mismo y otros fenómenos constantes de la vida. Se recitan versos; y sujetas las palabras á compás y á medida, halagan con increible suavidad nuestros oidos. A la manera del aire que pasa comprimido por las estrechuras de la flauta, se desarrollan con placer los conceptos de nuestro entendimiento por entre las angosturas del verso y de la rima. Se canta expresando los variados afectos y movimientos de nuestra alma, y nos sentimos al instante bañados en una gran dulzura, y se nos mitigan con aquel deleite los cuidados, y se nos suavizan las mas ásperas costumbres del mismo modo que se ablanda el hierro con el calor del fuego.

Refiere Polibio en el lib. iv de su Historia Romana que los árcades, pueblo del Peloponeso, trataron de dulcificar con la música la dureza que imprimia en sus costumbres el rigor del clima, la tristeza de su horizonte y los grandes trabajos á que debian dedicarse para cultivar los campos; que para este objeto se ejercitaban en ella los ciudadanos hasta la edad de treinta años, y que los cinetenses, parte de ese mismo pueblo, por haber despreciado ese medio se precipitaron á grandes crímenes y se atrajeron por la fiereza de sus costumbres un gran número de calamidades. No quisieron, por otra parte, sino significar esta misma influencia de la música los antiguos poetas, cuando supusieron que Orfeo amansaba las fieras con el canto, y Amfion con su cítara habia hecho concurrir las piedras á la construccion de los muros de la ciudad de Tebas. Como llevamos dicho ya, no solo sirve la música para

el deleite, sino tambien para excitar de diversa manera los afectos, fenómeno de que tenemos una prueba en lo que cuentan sucedió á Alejandro el Grande, que estando un dia en la mesa oyendo á Timoteo que cantaba las hazañas de Ortio, entrando de repente en furor, al arma, al arma, exclamó, y se salió dejando olvidados los platos que para él habia preparados. Añádese que le calmó al instante Timoteo mudando de tema y tono, cosa que no me detendré alhora en averiguar si debemos tener por fabulosa ó cuando menos por exagerada. Conviene, sin embargo, recordar que Plutarco, en su libro último sobre la música, asegura que tumultos populares y enfermedades agudas han sido mas de una vez calmadas con el auxilio de la música. ¿No consta, por otra parte, en la Escritura que con solo tocar David el arpa redujo á la sana razon el entendimiento del rey Saul, poseido de malos y funestos arrebatos? Calmado á la verdad su afan con la dulzura de la música, ¿cómo habian de tener igual poder los espíritus malignos para atormentarle? Las imágenes de nuestros afectos están expresadas por los distintos compases de la música de una manera mucho mas viva que por la pintura muda, inmóvil, inerte, sin grande influencia en nuestros ánimos. La imágen de un hombre airado pintada en una tabla no nos inflamará por cierto en ira, cosa que podemos afirmar hasta de las demás figuras, por grande que sea la destreza con que están representadas en el lienzo; mas con la música se expresan de una manera tal nuestros afectos, que se excitan á la vez por cierto poder admirable en los ánimos de todos los oyentes.

Por uno y otro motivo creo que la música debe ser tenida en mucho, y como tal enseñada al jóven principe, á no ser que se apruebe la fiereza de aquel rey de los escitas, que estando en la mesa y habiendo mandado cantar á Ismenia, dijo á los demás que la oian con sumo placer y encarecian las altas facultades del artista que para él era mucho mas agradable el relincho del caballo que todos los cantos de Ismenia, palabras con que no hizo mas que revelar cuán rudos y fieros habian de ser su ánimo y carácter. No sin razon grandes filósofos, autores de instituciones públicas, quisieron que se ejercitase la juventud en aquel arte para que, suavizadas las costumbres con la dulzura de la armonía, fuese aquella mas social y humanitaria. Conviene pues que se enseñe la música á los príncipes, primero para que sus asiduos trabajos vayan mezclados con suaves y agradables placeres y puedan mezclar lo festivo con lo grave, único medio de alcanzar que no les rindan el cansancio ni la fatiga. Abrumado además el ánimo por graves cuidados y acostumbrado el cuerpo á los ejercicios de la caza y de la guerra, seria muy fácil que se hiciesen los reyes ásperos y crueles si las armonías de la música no resucitaran en ellos esa benignidad y mansedumbre que tan útiles son para que se capten la benevolencia de los ciudadanos. Pero hay aun mas, porque en el canto pueden aprender los príncipes cuán fuerte es la influencia de las leyes, cuán útil el órden en la vida, cuán suave y dulce la moderacion del ánimo. Así como pues unidos de una manera casi indefinida por sonidos medios los sonidos graves y los

agudos resulta una música suave, y una voz despedida sin compás hiere desagradablemente el tímpano del oido; haciendo conspirar á un solo punto todos los afectos sin reprimirlos mas de lo que conviene ni relajarlos fuera de medida resulta tambien una admirable armonía, que arrebata los ánimos de cuantos nos rodean. Si en la organizacion general de la república, y sobre todo en la constitucion de las leyes, guardan unas disposiciones con otras el debido acuerdo, creemos, no solo que ha de existir esa admirable armonía, sino tambien que ha de ser esta mas suave que la que resulta de la dulzura de las voces y de la combinacion de los sonidos. No solo pues ha de cultivar el rey la música para distraer el ánimo, templar la violencia de su carácter y armonizar sus afectos, sino tambien para que con la música comprenda que el estado feliz de una república consiste en la moderacion y la debida proporcion y acuerdo de sus partes.

Deben, sin embargo, evitarse sobre este punto tres vicios capitales. Evitese, sobre todo, que mientras el príncipe busque en la música un deleite, no se destruya la armonía de su ánimo por ser lascivas y obscenas, ya la letra de los cantares que la acompañan, ya la misma combinacion de los sonidos, como acontece en nuestros tiempos, donde está tan afeada por la liviandad la mas hermosa arte que se ha conocido, que no hay ya casi honestos oidos que puedan tolerarla y escucharla. Corrompen por sí solos el ánimo los discursos torpes y afeminados, y es evidente que si van sujetos á medida y compás, han de ejercer una mas fuerte y perniciosa influencia, pudiéndose casi asegurar que no haya quien resista el mal si son dulces y suaves las armonías en que van envueltos. Pensamientos expresados en bellos versos aguzados por la música ¿cómo no han de adherirse con mas violencia que el dardo que dispare la mas robusta y vigorosa mano? Por esto Aristóteles y Platon establecieron sabiamente que no fuese cada cual libre para cantar las canciones que quisiere, sino tan solo para cantar las que dispertasen piadosos afectos y fuesen propias de pechos varoniles y constantes; por esto Alejandro, llevado á Troya para que viese los monumentos de los que murieron en aquel vasto campo de batalla, rechazó léjos de sí la cítara de Paris, diciendo no es esa la que quisiera yo; quisiera sí la de Aquiles. Palabras notables y dignas de Alejandro, con las que manifestó cuán impropio es de un rey todo lo lánguido y afeminado, aun hablándose de cantos y de instrumentos músicos, por ser siempre motivo de mayores males. La música lasciva y disoluta debe pues ser desterrada, no solo del palacio de los príncipes, sino tambien del reino, si queremos que se conserven puras las costumbres y no mengüen la fortaleza ni la constancia en el pecho de los ciudadanos. ¿No es cosa vergonzosa que en un pueblo cristiano se celebren con la música y el canto las hazañas é intrigas de Vénus y resuenen hasta en los mismos templos tan obscenos himnos?

No debe, por otra parte, poner el príncipe tanto cuidado en la música, que parezca olvidar las demás artes con que debe ser gobernada la república. Todas, con tal que sean útiles, deben estar bajo su tutela y patro

he

cinio; mas no debe entregarse entre estas á las que sean bajas, serviles y propias solo de esclavos, á no ser que se le haya de enseñar á evitar con honestos ejercicios el ocio, que puede traer consigo todo género de vicios. Convendrá que estudie algunas moderadamente, sobre todo si producen placeres inocentes y excitan nobles pensamientos; mas nunca de modo que consuma en ellas toda su atencion y un tiempo debido exclusivamente á la república, cosa que, además de ser un gran crímen, no se hace generalmente sin perjuicio del Estado. Hay, en cambio, otras artes, á que deberá consagrar todas sus facultades, y son las que sirven para defender la nacion y colmarlas de los mas pingües beneficios. La música no es un arte vil, sino liberal y noble, mas no tampoco tan importante que en ella pueda ponerse la salud y la dignidad de los imperios. Dedíquese algun tiempo, mas por via de recreo, es decir, para sazonar los trabajos y desvelos, no tomándolo como una cosa seria. Ha de examinar, por fin, el príncipe qué parte de la música ha de oir y si hay alguna que pueda ejercitar él mismo. Creo muy oportuno seguir la costumbre de los medos y de los persas, cuyos reyes se deleitaban con oir tocar ó cantar, sin hacerlo nunca ellos mismos ni manifestar en este arte su pericia. Entre los dioses de la gentilidad no se ha pintado nunca á Júpiter cantando ni tocando la cítara con el plectro, aun cuando se le haya supuesto rodeado de las nueve musas, cho que se dirige á probar que el príncipe no debe ejercer nunca el arte por sí mismo. No doy yo á la verdad grande importancia á que se piense del uno ó del otro modo; mas no podré nunca convenir en que el príncipe se dedique á tocar ciertos instrumentos, que son para un hombre de su clase poco decorosos y dignos. No tocará nunca, por ejemplo, la flauta, que se dice haber sido rechazada por su misma inventora Minerva, quizás por ver cuán fea pone la boca; y á mi modo de ver, no ha de tocar nunca iustrumento alguno de viento. No debe tampoco cantar, principalmente delante de otros, cosa que apenas puede tener lugar sin que su majestad se mengüe; concederé cuando mas que se satisfagan en este punto sus inclinaciones cuando no haya jueces ni esté sino delante de unos pocos criados de su casa y corte. No creo tampoco que desdiga de un príncipe tocar instrumentos de cuerda, tales como la cítara ó el laud, ya con la mano, ya con el plectro, con tal que no invierta en este ejercicio mucho tiempo ni se jacte de tener en él mucha destreza. Bellamente un noble cantor antiguo, oyendo al rey de Macedonia Filipo, que hablaba de lo ingeniosísima que es la música, nunca, oh rey, le dijo, te quieran tan mal los dioses que llegues á vencerme tú en el canto. Palabras con que el Rey dejó aquella inoportuna ambicion y aspiró por vias enteramente contrarias á alcanzar elogios. Del grande emperador Alejandro Severo decia por otra parte Lampridio: Conoció y ejerció la geometría, pintó admirablemente, cantó con singular habilidad é ingenio, mas no teniendo nunca por testigos sino á sus mismos hijos. Y en otra parte: Tocó la lira, la flauta, el órgano y hasta la trompeta; mas no lo dió nunca á conocer al pueblo.

CAPITULO VIII.

De otras artes.

los hombres han de hacer recaer sobre su frente. Parecian sabios los dos, mas ni uno ni otro supieron mirar por lo que convenia á sus grandes intereses. Enséñense pues al príncipe todas las artes liberales ó la mayor parte, pero solo er resúmen, evitando la prolijidad, la pérdida de tiempo.

Póngase mucho cuidado en que aprenda la retórica, que puede servirle de adorno y no de poca ayuda para todos los negocios del Estado. Ya pues que nos distinguimos de los demás animales por la razon y por el uso de la palabra, es evidente que ha de ser muy digno de grandes príncipes aventajarse mucho en esta á los demás hombres. ¿Por qué hemos de consentir que los reyes, que deben ser en todo lo mas esclarecidos é ilustres posible y no tienen en su palacio nada que no sea perfecto y elegante, sean toscos é incultos precisamente en sus palabras? ¿Hay acaso púrpura que tenga mas hermosura, ni oro ni piedras preciosas que mas brillen que las galas de la elocuencia? ¿Qué puede haber mas elegante que un discurso lleno de brillantes palabras y luminosas sentencias? Es preciso que resplandezca en todo el que ha de dar luz á todo un reino. Conviene que el alma esté adornada de ciertas virtudes, pues solo así pueden brotar de ella discursos llenos de esplendor y brio. Tienen además estas prendas del alma una fuerza increible para atraer losánimos de los súbditos y llevar adonde quiera la voluntad del pueblo. Sin ellas ¿qué seria el gobierno? No manda el príncipe á sus súbditos como esclavos, sino como hombres libres; y estos no han de ser gobernados tanto por las amenazas y el miedo cuanto por la conviccion de que han de redundar los hechos de sus reyes en beneficio público. Debe pues dirigirseles de vez en cuando la palabra para que hagan con mayor ímpetu y ardor lo que deba hacerse y no consientan en que otros les ganen en actividad y ce

Concluida ya la primera época de la vida y echados los cinientos del estudio de la lengua latina, habrá de pensarse en las demás artes liberales, sobre todo en las que mas están conformes con la dignidad y nobleza de los reyes. Convendrá mucho que el príncipe se instruya en todas ellas ó en la mayor parte, si el tiempo da de sí para ello y no faltaren al alumno facultades naturales robustecidas por una buena educacion desde la infancia. Cuanto mas alto es el lugar que los reyes ocupan, tanto mas debe presentarse á los ojos de la república con grande abundancia de conocimientos, á fin de que sea tenido por los súbditos como una especie de deidad superior á la condicion humana. No quisiéramos, en verdad, que en una reunion dada pidiese el príncipe que se sentase una cuestion y se echase á disputar sobre cualquier tema como hacen los sofistas, pues no ha tampoco de consumir mucho tiempo á la sombra y en el ocio de las letras el que tiene á su cargo la salud pública y lleva sobre sus hombros el peso de tantos y tan gravisimos negocios. Si empero pudiese recorrer el círculo de todas estas ciencias de modo que no se detuviese mucho en cada una de ellas y abrazase solo sus puntos mas capitales é importantes, es indudable que seria mucho mas esclarecido y grande. Así como los que para conocer muchas instituciones y costumbres salen á recorrer lejanos países pasan en cada ciudad solo el tiempo suficiente para adquirir ese tacto que dan el uso y el conocimiento de las cosas, conviene que tome el príncipe de cada ciencia cuauto pueda servirle para el uso de la virtud y el perfecto conocimiento del desempeño de su cargo. Si se diese pues á querer investigar todos los pormenores de las ciencias, no hallaria para su enseñanza término posible; y es de todo punto indis-lo. El príncipe que no tiene bien expedito el uso de su pensable que dé á su estudio los límites que la utilidad aconseje, renunciando á aprender y tratar con mayor cuidado aquellas cosas que requieren ya mucho mas tiempo. Solo así podrá sacar de la instruccion grandes é importantes frutos.

No ha de envidiar nunca el príncipe los elogios de Crisipo, que encontraba tanto placer en el estudio, que no pocas veces llegaba á olvidarse del alimento de su cuerpo, ni los del siracusano Arquímedes, tan absorvido en trazar líneas en la arena, que sintió sobre sí la espada del enemigo antes de saber que fuese su nobilisima ciudad tomada y devastada. Cosa ciertamente muy digna de la admiracion de todos los siglos, mas solo en los particulares, no en los príncipes, en quienes seria una aplicacion tal vergonzosísima. No todas las cosas convienen siempre á todos. Guárdese aun mas de imitar la fatuidad de Alfonso el Sabio, que, hinchado por la fama de su sabiduría, cuentan que acusó á la divina Providencia de no haber sabido construir el cuerpo humano; palabras necias que castigó Dios llevándole al sepulcro entre continuas calamidades. Esta conducta ha de repugnarle, y aun masla del marqués de Villena, tan adelantado en los estudios, que no se abstuvo siquiera de entrar en la magia sagrada; falta que debe hallar siempre castigo en el brazo de Dios y en la infamia que

palabra, ¿cómo podrá arengar á sus tropas ni encenderlas en deseo de entrar en batalla, facultad que constituye una de las principales cualidades de los grandes capitanes? Cómo ha de persuadir en tiempo de paz á los ciudadanos que no deben pensar mas que en ayudar la república y vivir entre sí acorde y fraternalmente unidos? Sabemos cuán saludable fué la elocuencia de muchos príncipes, cuán perjudicial á no pocos la dificultad en arengar al pueblo. No pudieron querer significar otra cosa los antiguos cuando fingieron que el Hércules céltico traia unida á sí á la multitud con ciertas cadenas que iban desde su boca á los oidos de sus espectadores, cadenas en que vienen simbolizadas la fuerza de la palabra y la facundia. Propondríanse con esto indicar que debian dejarse á un lado los medios materiales. ¿Qué es lo que contrarió la suerte de Juan II de Castilla, envolviéndole en todo género de calamidades, sino su dificultad en hablar, con que se enajenó la mayor parte de los ciudadanos y ofendió á los portugueses, á cuyo gobierno aspiraba, dificultad natural, pero que hubiera podido indudablemente corregir en sus primeros años? A medida que se van adquiriendo conocimientos va creciendo el caudal de las palabras y haciéndose mas fácil organizar discursos. Los príncipes no pueden pública ni privadamente hacer mercedes á todos, ni aun

construir edificios, fortificar segun la ciencia castillos y baluartes. ¿Quién ha de poder sin ella enlazar de improviso con puentes las orillas de los rios, construir parapetos y galerías, organizar, por fin, máquinas de guerra?

dejando del todo exhausto el erario; y han de procurar que, ya que no con beneficios materiales, puedan á lo menos con palabras, cosa de que tan abundantemente nos ha provisto la naturaleza, conciliarse las voluntades de los súbditos é inflamarles en el deseo de agradar y merecer bien del príncipe. Y no me parece á la verdad difícil adquirir un arma tan ventajosa, pues la elocuencia se alcanza mas fácilmente con la práctica que con muchos preceptos. Exige facultades naturales, pero poco arte.

Quisiera además que se ejercitara al príncipe en el arte que explica las cosas definiéndolas, las divide en partes, las confirma con razones y argumentos, y examina agudamente qué es lo que hay en toda cuestion de verdadero, qué de falso, qué de probable, qué de inverosímil, arte llamada dialéctica porque nos da armas para la discusion y la disputa. Y lo quisiera, no para que imitase la inoportuna locuacidad de los sofistas ni vocease ni declamase aun entre sus iguales, cosa contraria á la dignidad, á la sinceridad y á la sencillez propias de los reyes, sino para que aprendiese á discernir en toda deliberacion lo verdadero de lo falso, y supiese ilustrar las cosas oscuras, y ordenar lo confuso, y refutar la ficcion y la mentira, y probar su opinion con sólidas razones, y eludir, por fin, los argumentos de los adversarios. Para cumplir con el principal deber de un rey, que consiste en aborrecer de muerte la falsedad y defender la verdad con todas sus fuerzas, ¿qué puede habermas á propósito que aquella ciencia que se opone á todo fraude é investiga generalmente la verdad en todos los negocios de la vida? Debe proponerse ante todo el rey que vivan felices los que están bajo su imperio, y es sabido que la felicidad de la vida solo está contenida en los verdaderos bienes. Sin el estudio de esa ciencia, ¿no es fácil que se deje engañar por falsas apariencias? Abrace pues y cultive la dialéctica, que suele distinguir de la verdad su falsa imágen, poner en claro el fraude y el engañoso brillo del discurso, inutilizar las asechanzas de los sofistas y dar en el blanco de la dificultad en toda cuestion que se suscite. Es además la dialéctica el fundamento de la elocuencia, porque el fin del orador es persuadir, y la razon no se alcanza sino con fuerza y copia de razones, y las fuentes de esas razones solo las descubre el ojo de esa ciencia. Enseña la dialéctica el modo cómo se han de presentar los ejemplos, enlazar unas con otras las pruebas, sacar las consecuencias, y es evidente que sin ella todo discurso ha de parecer débil y enervado. Sirve admirablemente á todas las ciencias que proceden con razon y método, ora se trate de la naturaleza de las cosas, ora de Dios y de las cuestiones sagradas. Aguza, por fin, el ingenio y mueve á examinar y juzgar con precision de todo, bien se estudien otras artes, bien se haya de constituir la república, bien organizarla y regirla como exige la prudencia.

Entre las ciencias matemáticas, que son tambien contadas en el número de las artes liberales, llevan á todas ventaja por su nobleza y certidumbre la geometría y la aritmética, que son de grande aplicacion para toda clase de estudios y negocios. Sirve la geometría para medir los campos, colocar los árboles al tresbolillo,

En todo lo que se refiere además al embellecimiento de la vida domina la pintura, la escultura y el arte de la joyería; y en todas estas lo bello no se distingue de lo feo sino en la armonía ó falta de armonía que hay entre las partes y el todo, es decir, en la unidad ó falta de unidad que presentan. Es propio de artistas procurar estos resultados, mas nunca deberia tomarse á mal que el príncipe se dedicase á esa industria, segun lo permitieren las circunstancias. Si por sí mismo pudiese llegar á juzgar de cada una de esas artes, habria conseguido indudablemente un gran medio, ya para deleitar el ánimo, ya para resolver lo que relativamente á ellas ocurriere. Deben empero guardarse bien de no consumir en esos adornos el tiempo que exigen de él los negocios de la república, y discernir, por lo contrario, los tiempos de ocio de los tiempos de trabajo.

Sin la ciencia de los números ¿cómo contará el ejército en la guerra? ¿Con qué órden sentará sus reales? ¿En virtud de qué reglas distribuirá sus soldados en órden de batalla segun sea el número á que asciendan? ¿Cómo podrá saber qué refuerzos puede mandar á los puntos que flaqueen por el mayor empuje de los enemigos? Sin esta ciencia no podrá siquiera distribuir premios segun los méritos relativos de cada uno de sus súbditos, pues la equidad y la justicia en distribuirlos depende en gran parte de que los dé á prorata y segun el número de los agraciados ; sin esta ciencia no puede siquiera observar constantemente el derecho. Pues y en tiempo de paz ¿qué cuenta llevará de los tributos el que ignore absolutamente la aritmética? Un padre de familia no puede cumplir con su deber si en su casa no examina atentamente para cuánto dan los ingresos, cuántos son los gastos, qué diferencia resulta entre su activo y su pasivo; y es evidente que un rey, si no tiene bien examinado á cuánto ascienden sus rentas, faltará á cada paso, y en medio de los armamentos tendrá que abandonar la empresa por falta de dinero, y dará mas de lo que puede, y negará tal vez lo que puede conceder sin dificultad alguna. No es pues justo que lo que se ha de gastar para tranquilidad del Estado se invierta para usos particularesó para una magnificencia inútil ó para cosas de pura fiesta y de recreo; ni lo es que los recursos de la república se empleen para aumentar el poder y las riquezas de unos pocos hombres. Conviene pues que el rey sea muy celoso en el exámen de las rentas y en la conservacion del erario público. Sepa y entienda que los tributos pagados por el pueblo no son suyos, que no van á parar á sus manos sino para que los consuma en la salud del reino.

Hemos de hablar, por fin, de aquella ciencia que tiene por objeto contemplar los astros. ¿ Permitirémos acaso que el príncipe carezca de tan ilustre conocimiento? ¿Es acaso poca la utilidad que resulta de la contemplacion del cielo? Se eleva el ánimo á cosas mas grandes, se templa el orgullo, se es mas prudente en los actos de la vida. El que observa pues la grandeza de

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