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las cosas celestiales mira con desden lo que tiene en la tierra mayor importancia á los ojos de los hombres; el que observa atentamente con qué regularidad describen sus curvas las estrellas se eleva fácilmente al conocimiento de Dios y al de su sabiduría. Conoce el poder del Criador de cuyas manos salieron tan inmensas moles, conoce lo bueno que ha sido para la especie humana destinando para nuestra utilidad todas las maravillas del cielo. En virtud de estas consideraciones, crece mas y mas todos los dias en piedad, rinde todos los dias á nuestra santísima religion un mas sentido culto, se persuade todos los dias nuevamente de que hay un Dios que creó y gobierna aun por su mano la naturaleza. Levante el hombre los ojos al firmamento, vea cuán anchamente se extiende la bóveda del cielo, qué iumensos y seguros círculos describe desde que el mundo es mundo; el tiempo que tarda el sol en recorrer su órbita es de un año, de un mes el de la luna; la luz y las tinieblas se suceden, y siguen en todas partes y en todos tiempos unos mismos períodos; tras el movimiento viene el reposo, tras el reposo el movimiento. Mas no era este lugar á propósito para hablar de cosas tan altas; dejemos que los astrólogos discurran con mas latitud sobre este punto y expliquen qué astros sirven para la navegacion, qué astros determinan el tiempo en que se ha de arar los campos, sembrarlos y segar las mieses. Me contentaré con añadir que los rudimentos de esta ciencia parecen del todo necesarios para que el príncipe conozca las diversas regiones del cielo y pueda apreciar las diferencias entre las provincias del reino por razones geográficas y por lo que arroja de sí la descripcion de aquellas mismas regiones, cosa necesaria para el gobierno de tan vasto imperio, pues no pocas veces se falta vergonzosamente por ignorarlo, como podriamos probar con multitud de ejemplos. Le servirán además de mucho estos conocimientos para conocer por la historia los hechos de los antepasados, unir al conocimiento de los climas el de las diversas épocas y divisiones de tiempo que constituyen el estudio de la cronografía, ciencias con cuya ayuda retendrá mas fácilmente en la memoria los sucesos por poderlos representar de una manera casi material, por poder darles hasta cierto punto cuerpo y vida. ¿Deberé ahora manifestar cuánto sirva todo esto para adquirir la prudencia y el acierto en el gobierno? Est enim historia, dice elegantemente Ciceron, testis temporum, lux veritatis, vita memoriae, magistra vitae, nuntia velustatis. Sabemos, por otra parte, que distinguen pocos lo honesto de lo torpe y lo útil de lo dañoso, dejándose llevar solo de la fuerza de sus raciocinios; y muchos, y son los mas, aprenden lo que debe hacerse y lo que debe evitarse en la marcha de la vida solo por lo que ha pasado y por los ejemplos que mas les impresionan. No deje pues nunca de la mano el príncipe la lectura de la historia, revuelva constantemente y con afan los anales nacionales y extranjeros, y encontrará mucho bueno que imitar de ciertos príncipes, mucho malo que evitar, si no quiere llevar una triste y desgraciada vida. Verá cómo comienzan los tiranos, cómo siguen, cómo acaban viéndose envueltos en terribles males; aprenderá en pocos años lo que ha sido confirM-11.

mado por los hechos de tantos siglos y viene consignado en los eternos escritos de los sabios; conseguirá esa experiencia, cuya adquisicion es tan difícil y penosa si ha de buscarse en cabeza propia; conocerá que el éxito es siempre conforme á la naturaleza de nuestras acciones y á la conducta que guardamos. Comprenderá de una manera palpable que si quedan hoy impunes las maldades de los príncipes, son castigadas mañana con el odio de la posteridad y una perpetua infamia, que es necio pensar en que con el poder presente pueda nadie detener el pensamiento ni la palabra de la generacion futura. Necesita tanto mas el príncipe del conocimiento de la historia, cuanto que está siempre rodeado de cortesanos que, ó no se atreven á hablar, ó hablan solo para adularle. En la vida de los reyes sus antecesores contemplará sus costumbres como en un espejo, y las verá una que otra vez alabadas, casi siempre castigadas. Cuando no hubiese otra razon, esta bastaria para que nos esforzásemos en curar la ignorancia del príncipe tanto como sus enfermedades; es grande, grandísimo el fruto que puede recoger de conocer la historia. Cierto tocador de flauta recomendaba á sus discípulos que oyesen á buenos y malos flautistas á fin de que así pudiesen aprender lo que debia seguirse y eviCAPITULO IX.

tarse.

De los compañeros.

Dése á los príncipes por compañeros de estudios y ministros de su cámara jóvenes escogidos entre toda la nobleza, en los que brillen mas virtudes naturales robustecidas por una educacion sin tacha. En nada se falta mas gravemente que en no poner cuidado sobre qué clase de jóvenes se admiten para familiarizarse con el príncipe y entrar á gozar de los derechos que da el vivir á la sombra de un mismo hogar doméstico. No pensaria el príncipe que pudiese cometerse una maldad si no viese desmanes en sus compañeros, ni la cometeria si no encontrase en sus mismos servidores hombres que se prestasen á servirle de instrumento, hombres viles y perniciosos que conocen todas las sendas del engaño, y no retroceden ante ninguna afrenta, con tal que puedan cautivar la voluntad de sus señores. Con tal que se proceda con acierto en la eleccion, no solo creo que deban admitirse algunos nobles como compañeros del príncipe, sino tambien que lo han de ser en gran número y aun llamados y solicitados. Seria muy conveniente que muchos hijos de grandes fuesen instruidos con él en las ciencias que permitiese el ingenio de cada uno; muy conveniente que se les educase á todos en las mejores y mas útiles costumbres. Crecerian juntos y á la vez en edad y en virtudes, y naceria de ahí indudablemente ese amor recíproco, que es el mas seguro medio para adquirir la felicidad de la república. Seria el palacio del príncipe desde un principio un abundante semillero de valientes capitanes, sabios magistrados y excelentes jefes, de donde podrian salir con el tiempo como de una escuela de probidad, de erudicion y de prudencia varones esclarecidísimos en todo género de virtudes, así para los períodos de paz como para los de la guerra. Aprenderia el príncipe con el largo y frecuen

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mantener en el círculo de sus deberes á los grandes, é impedir que por afan de innovar alterasen la paz de las provincias, pues estarian sus mas queridos hijos en poder del príncipe, y les tendria el príncipe como en rehenes, aparentando honrarles y estimarles. Convendria empero para que fuese la institucion mas provechosa que no fucsen escogidos solamente estos jóvenes en una provincia, sino en todas las que componen nuestra dilatada monarquía, para que entendiesen todos los súbditos que son todos tenidos en igual estima, y amando con igual amor al príncipe, le estuviesen material y moralmente unidos, se sintiesen mas y mas obligados por aquel beneficio, y no rebusasen trabajo ni peligro alguno para sostener la dignidad del rey y procurar la conservacion y prosperidad del reino. Nacerian de esto muchas y muy grandes ventajas. El príncipe con el frecuente trato de unos y otros conoceria los diversos institutos y costumbres de todas las naciones de que la nuestra se compone, se haria cargo de las virtudes y los vicios en cada una dominantes, entenderia sin ningun trabajo y solo á fuerza de conversacion las lenguas de todos, se familiarizaria con ellas, y no tendria necesidad de valerse de intérpretes para contestarles, cosa que no deja de hacerse enojosa á las naciones conquistadas. No deberia permitirse que los niños de provincias extrañas hablasen en el idioma del príncipe sino en el de sus padres, y así se lograria que los adquiriese y los hablase todos.

te trato cuánto puede confiar en cada uno de sus compañeros, no se veria obligado como ahora á proveer los destinos del Estado por consejo de los que ó recomiendan por interés, ó vituperan por odio, hombres charJatanes, aduladores, falaces, que están siempre pegados en gran número al oido de los reyes. Formada una especie de corte pretoriana de estos jóvenes, lucharian á porfia por aventajarse en mas preclaros hechos, y se alcanzarian muchas veces por su destreza y valor nobles y grandes victorias contra sus enemigos. ¿Qué no se atreverian á hacer entonces jóvenes de ánimo levantado, descendientes de antepasados ilustres, instruidos en las mejores y mas importantes ciencias? Qué no podrian unidos fraternalmente desde sus primeros años hombres en quienes no harian mella los peligros, se arrojarian fieros y formidables en medio de las llamas y arrollarian todo género de obstáculos á manera de torrente? ¿Por qué Benadad, rey de Siria, tuvo que levantar el cerco de Samaria, sino por haber perdido muchos de los suyos, gracias al valor de jóvenes que habian sido educados en el palacio del rey Achab y eran hijos de los príncipes de las diversas provincias del Estado? Puestos estos jóvenes en la vanguardia en número de doscientos treinta, arremetieron con tal im.petu contra el enemigo, que alcanzaron pronto la victoria, libertando por su esfuerzo á su patria de la servidumbre y ruina que la amenazaba, haciéndose acreedores á alabanzas inmortales, llevando á cabo una hazaña que está consignada para toda una eternidad en las páginas de las historias sagradas: tanto puede influir uno ó muy pocos en cambiar la faz de los sucesos. Publio Cornelio Escipion, á quien por haber destruido á Cartago se dió el nombre de Africano, fué, siendo cónsul, enviado á España contra los desgraciados numantinos. Escogió de entre la nobleza romana y de entre los muchos que habian sido mandados por los reyes una cohorte, que llamó Filónida, nombre que indicaba la union mútua de aquellos individuos, cohorte que no dejó de serle tampoco de eficaz auxilio para llevar a cabo la empresa que le traia á España. ¿Ignoramos además que entre los godos, cuando dueños de nuestro territorio, tenian la costumbre de educar á los hijos de los magnates en el palacio de los reyes? Destinábase á los varones á custodiar y cuidar de la persona del príncipe, á servirle en la mesa, á acompañarle en la caza cuando ya la edad lo permitia, á seguirle armado de sus armas en la guerra, á educarse por este camino para ser mas tarde gobernadores de provincia y capitanes del ejército. Las mujeres servian en la cámara de la reina, donde se las enseñaba las artes de Minerva, el canto, el baile, cuanto es, al fin, necesario para la educacion de las mujeres. Cuando llegaban á cierta edad conocian ya todas las costumbres de los hombres de gobierno, y se enlazaban con esos compañeros mismos del rey, con esos servidores de palacio. Por esto crecieron tanto los godos en riquezas y en poder y dilataron tanto su imperio y arrebataron la España á los romanos, que por espacio de siglos la poseian.

¡Ah! puede apenas concebirse cuánto amor bácia el príncipe excitaria una institucion como esta en el ánimo del pueblo. Seria, sobre todo, saludabilísima para

Podriamos con muchos ejemplos sacados de nuestra historia probar de cuánta importancia es este precepto, mas voy a aducir otros extranjeros y á hablar en particular de cuatro reyes, esclarecidísimos cada cual en su país, que merced á esa educacion y á esas instituciones, salieron tan grandes príncipes, que pueden en verdad ser puestos en cotejo con muy pocos. Es sabido cuán grande fué Sesostris, rey de Egipto. Su padre, al nacer él, dispuso que fuesen llamados á palacio cuantos niños hubiesen sido dados á luz aquel dia, fundándoso en que educados é instruidos juntamente, estarian ligados con mayor amor unos á otros y estarian mas dispuestos á arrostrar por él todo los peligros de la guerra. Refiérelo así por lo menos Diodoro en el cap. 1.o, lib. 1 de su Historia. No encuentro mal aquí sino la eleccion, pues fiaba el Rey al capricho de la suerte cuáles habian de ser los futuros ministros de su hijo, que podian estar faltos de buenas facultades naturales. En medio del error brilla, sin embargo, la luz de la verdad, pues miraba indudablemente aquel Príncipe por la salud pública disponiendo que fuesen educados é instruidos por igual todos aquellos niños y por igual tambien fuesen fortalecidos con su hijo en todas las virtudes, en el valor militar y en la prudencia civil conforme permitiesen el carácter y las condiciones de cada uno. Ciro, fundador del imperio persa, fué tambien educado con otros, con quienes vivió bajo el imperio de un mismo derecho; y siendo mas tarde iguales en valor, pudo aumentar la riqueza de su pueblo. Tuvo para con todos estos compañeros de infancia las mayores deferencias, les hizo á todos iguales mercedes, fué con todos generoso, los consultó, los llevó á sus cacerías, les procuró juegos donde pudiesen ejercitar el cuerpo para

las luchas verdaderas, uniólos con los lazos del amor, y con los mismos lazos les unió consigo. No creian aquellos jóvenes que hubiese nada mejor que merecer la gracia de su Príncipe, así que aspiraban á alcanzarla con todos sus esfuerzos. Testigo de ello Jenofonte en los libros que escribió sobre la vida y educacion de Ciro, ya con el objeto de darnos una verdadera historia, ya con el de presentarnos el dechado de un buen príncipe, libros dignos á la verdad de que los reyes no los dejen de la mano, pues no está omitido en ellos nada de lo que puede contribuir á su prudencia y su templanza. No puede uno menos de admirarse luego de que un imperio tan grande, constituido por el valor de Ciro, aparezca á poco en decadencia y ruina por las faltas de su hijo Cambises. Mas como hace observar Platon en el lib. u de Las Leyes, la verdadera causa fué la diversa educacion dada á los dos príncipes, pues alterada la costumbre que con el primero se habia observado, nacieron como de viciada y corrompida fuente hábitos distintos, una política distinta y distintos y hasta contrarios resultados. Habia nacido Ciro en país áspero y sido educado frugalmente entre pastores; así que endurecido el cuerpo con la fatiga y engrandecido el ánimo, venció muchas veces á sus enemigos y holló con firme planta la cabeza de los vicios domésticos. Mas esclarecido durante la guerra que despues de la victoria, no considerando suficientemente cuántos males nacen de una educacion afeminada, y distraido, por otra parte, en las muchas y continuas guerras que se le originaban sin querer, nacidas unas de otras, tuvo la debilidad de confiar la educacion de su hijo á eunucos y mujeres, con las cuales debilitado Cambises por el exceso de los placeres y depravadas sus buenas cualidades, fué orgulloso para sus súbditos, cobarde para sus enemigos, intolerable para los pueblos, que empezaron por odiarle, y acabaron por tenerle en el mayor desprecio. Afortunadamente Darío aprendió en esta leccion severa, y con su valor é industria restituyó á su primera grandeza aquel mismo imperio que habia destruido Cambises y estaba á la sazon en poder de los magos. Mas no aprendió aun lo bastante, pues tuvo tambien una educacion tosca y no era hijo de reyes, y permitió que su bijo Jerjes pasase sus primeros años en la molicie y en los placeres, lo mas pernicioso y perjudicial del mundo. Es grande el poder de los placeres, increibles sus fuerzas, tanto mas de temer cuanto que invaden suave y blandamente el ánimo y destruyen el entendimiento antes que pueda pensarse en el remedio. Enervan las fuerzas del cuerpo y las del alma, minan el imperio de la razon y lo trastornan todo, semejantes á esos bandidos que eran conocidos entre los egipcios con el nombre de filistas, y abrazaban á los que pretendian por medio de la estrangulacion quitar la vida. Grande es el poder de los placeres y grande el peligro que por ellos amenaza á los príncipes, que, rodeados por todas partes de deleites, colocados en la mayor abundancia de cosas posible y sin tener quien contradiga sus deseos, es verdaderamente un milagro que no se corrompan y sucumban á la fuerza de la impureza y de los vicios. Es difícil, dificilísimo que pueda subsistir un imperio ni que salgan buenos y prudentes los que le gobiernan

si no se corta enteramente el paso á todos los placeres. De otro modo, del ocio y de los placeres nacerá la deshonestidad y la avaricia, delitos que se repetirán á cada paso, el hurto y el latrocinio. Los príncipes y los particulares que piensen poco en la salud de la república y en el comun peligro han de dedicarse por fuerza á aumentar inmoderadamente sus riquezas, á fin de que nunca pueda faltarles con qué satisfacer su gula y sus torpes apetitos, á cuyo servicio se entregaron. ¿No era acaso este el estado de las cosas en España cuando Rodrigo, ultimo rey de los godos, tomó las riendas del gobierno? Los españoles no podian entonces ni crecer en medio de la paz ni sostener la guerra; estaban enervados por el hábito de los mayores vicios, pasaban lo mas del dia en los banquetes, vivian debilitados por la comida y el vino, corrompidos por el estupro y los demás delitos sensuales, en que pasaban una vida infame á ejemplo de sus príncipes, sin temple ya en sus almos, sin fuerzas que no estuviesen ya gastadas por el exceso del deleite, tanto, que en el mundo no habian ya hábitos que pudiesen compararse con nuestras depravadas costumbres nacionales. ¿Pudieron acaso resistir el einpuje de un pueblo jóven cuando se precipitó á su ruina toda la república? El imperio que el valor habia alcanzado la opulencia lo perdió, y con ella sus compañeros los placeres.

Mas es fuerza que volvamos ya al punto de donde hemos salido. Era costumbre entre los nobles de Macedonia entregar sus hijos adultos á los reyes para servi◄ cios que no distaban mucho de los de los esclavos. Hacian centinela á la puerta de la cámara en que el rey dormia, le llevaban cuando habia de montar los cabalos que recibian de los palafreneros, le acompañaban en la caza y en la guerra, y eran entre tanto instruidos en todas las artes liberales. La mayor honra que les podian dispensar era dejarles comer á la mesa del príncipe; y nadie sino este tenia derecho de castigarles, por grandes que fuesen sus faltas y delitos. Esta corte del rey fué, como era de esperar, entre los macedonios un abundante semillero de capitanes y de hombres de gobierno. Así lo asegura Quinto Curcio en el lib. vi de las hazañas de Alejandro, constando además que solian dar al hijo del rey, cuando niño, los hijos de los magnates para que se instruyeran con él en todo género de artes y de ciencias. Por este medio armado Alejandro con el valor y el amor de esos sus camaradas, venció lejanos enemigos y dió por límites á su imperio los últimos confines de la tierra.

Este es pues nuestro parecer, que ojalá se hiciese tan agradable á los hombres prudentes como lo considero yo saludable á la república. Creo que con el que ha de ser un dia nuestro rey deben ser criados desde sus tiernos años y educados en la ciencia y en la virtud gran número de hijos de grandes, escogidos entre todas las provincias del imperio, procurando mucho, sin embargo, que entre estos no haya ninguno que gane con especialidad la gracia de su príncipe ni por sus buenas mañas ni por la semejanza de carácter ni por la identidad de vicios, cosa que seria mucho mas sensible. No debe haber ninguno que sea partícipe y árbitro de todos los secretos de los reyes ni hable mucho con él sin testi

gos, circunstancia que basta para ofender á los demás y aun para encender en sus pechos el rencor y el odio. Una intimidad tomada desde los primeros años y confirmada en épocas posteriores ¡qué de trastornos no ha de producir en el corazon de un reino, principalmente si el monarca por debilidad de carácter no puede entregarse á los graves cuidados del gobierno y está enteramente entregado á los placeres! Crecen entonces en poder los palaciegos, y sobre todo el que se ha ganado la gracia del príncipe, de cuyo arbitrio dependen en adelante los negocios de la paz y de la guerra, sin que se atienda á lo que mas aconsejan la razon y el derecho, hecho de que nacen grandes daños, como declaran muchos y muy funestos ejemplos. En Castilla, y no es muy larga la fecha, tuvimos un don Alvaro de Luna, que llegó á dominar tanto en palacio, que el Rey no cambiaba sino por su voluntad de comida, de trajes, de criados: condicion por cierto bien triste para el Rey, para el reino y para entrambos. Verdad es que don Alvaro pagó con la cabeza los males que habia ocasionado. Habíalo ya previsto la Reina, madre de don Juan, y deseando evitarlo, habia desterrado á Alvaro de palacio, separándole de la compañía de su hijo para trasladarle á Aragon, de donde habia venido. Una fuerza superior, sin embargo, desbarató lo que tan prudente y perfectamente habia sido pensado. Murió la Reina jóven aun, y Alvaro entró otra vez en palacio haciéndose un indispensable compañero del Rey y granjeándose en breve ese favor, de que nacieron tan graves alteraciones y tan graves males, males que no podemos explicar aquí particularmente. Debe pues recomendarse á los que eduquen al príncipe que en cuanto lo per_mitan las circunstancias no consientan en que uno cautive el ánimo del rey con preferencia á los demás, y acostumbren y hasta amonesten al príncipe cuando niño que manifieste el mismo amor á todos sus compañeros, á todos los individuos de su corte.

CAPITULO X.

De la mentira.

Varones de grande y de excelente ingenio y que tienen fama de muy circumspectos sostienen que el príncipe debe usar de mucha ficcion para gobernar los pueblos. Dicen que los demás hombres han de dirigirse por el camino ancho y trillado á lo que es honesto y útil, pero no los príncipes á quienes está confiada la salud de una muchedumbre variable, multiplice, inconstante y que no siempre tiene la misma voluntad ni juzga de las cosas con el mismo acierto. Tome el príncipe, añaden, todas las formas á manera de Proteo, presente, sipucde, los mas contrarios caractéres, pues á todos debe agradar y de todos debe aprobar las palabras y los hechos. Con tal que el rey ame en su interior la equidad, y se manifieste benigno y tratable, y reciba con singular amor á cuantos se le acerquen, puede concebir en su ánimo los mayores fraudes y hasta alimentar vicios y ejecutar maldades que crea le han de servir para contener á los súbditos en el círculo de sus deberes y difundir el espanto y el terror en el corazon de sus contrarios.

Componen así estos varones al príncipe de dolo, de fraude y de mentira, mandan que aparente probidad y le conceden que, segun las circunstancias, pueda entregarse á todo género de liviandades y á la crueldad y á la avaricia, cosas todas que pueden afrentar á los particulares, pero que, segun ellos, han sido y son motivos de alabanza cuando se trata de emperadores y de reyes. No siempre deben los príncipes seguir un mismo camino, dicen, sino amoldarse á la naturaleza de las personas, de las cosas y de los tiempos. Háganlo todo para el bien público y la estabilidad del imperio, é importa poco que digan verdad ó mientan. En los tiempos antiguos ha venido ya esta opinion envuelta en la red brillante de la fábula, pues se dice que Aquiles fué entregado al centauro Quiron para que le educara, y era este centauro un monstruo horrible y cruel que tenia cara de hombre, pero que de la cintura abajo tenia el cuerpo de toro ó de caballo. ¿Qué quisieron significar con esto sino que el príncipe para gobernar el pueblo basta que ostente la humanidad en su rostro, importando poco que dé á sus costumbres varias y desusadas formas, segun las circunstancias lo exigieren? Tenemos además de fecha reciente un Luis XI, rey de Francia, que confió la educacion de su hijo Cárlos al cardenal de Amboesa sin dar facultades á nadie para que se le acercara, y andando el tiempo, no consintió en que le entregaran á las ciencias ni á las letras, asegurando que todos los preceptos para el gobierno se reducian á uno: «El que no sabe fingir no sabe reinar. » Es, por otra parte, indudable que muchos príncipes se hicieron la misma cuenta y conservaron el poder que habian recibido mas con la destreza que con verdaderas virtudes. Debemos contar entra ellos á Tiberio, sucesor de Augusto, que siempre aparentaba lo que menos sentia, y que entre sus facultades ninguna apreciaba tanto como la de saber fingir, llevando muy á mal que llegase á traslucirse lo que él queria que estuviese oculto, como con estas mismas palabras nos lo refiere Tácito.

Este es el parecer de muchos, parecer confirmado muy pocas veces con palabras, porque el pudor lo impide, pero sí con ejemplos. Es decir, que sienten que el rey ha de cultivar por igual los vicios y las virtudes, medirlo todo por la utilidad y no hacer caso para nada de la honradez, si esta se opone en cierto modo á lo que puede ser útil para el rey y para el pueblo.

Otros con mas razon consideran como necesarias al príncipe la equidad y las demás virtudes, sin concederle que pueda faltar á ellas por su antojo ni separarse de lo que exige la justicia, y sí tan solo que pueda mentir y usar de fraude, obligado por lo apremiante de las circunstancias, pues si fuese demasiado tenaz en seguir el debido camino, se veria envuelto en graves peligros y sumergiria en graves daños la república. Añaden estos que Hércules no llevaba cubierto todo el cuerpo con la piel de leon, y sí parte de él con piel de zorra, hecho que servió á Lisandro, rey de los lacedemonios, para contestar á los que le exigian mayor sencillez en las costumbres y en todos los actos de la vida, vituperándole porque apelaba al dolo. Use, dice, el príncipe segun convenga del fraude y la mentira, pero solo raras veces y como por medicina, como concedió Platon á los

príncipes y á los magistrados para llevar la muchedum- |
bre adonde fuese justo, pues la luz de la verdad ciega
muchas veces al pueblo, que se espanta de cualquier
cosa y hasta de su misma sombra. ¿Cuántos ejemplos,
preguntan por fin, no encontrarémos en las sagradas es-
crituras de hombres que con el fraude y la mentira
y sin que nadie les vituperara llevaron á cabo gran-
des y preclaros hechos?

bija no pocas veces de liaber empañado la hermosura de la verdad misma, abraza los males por bienes y va abriendo su fosa con sus propias manos. Quien pues acusa á otro de decir mentira, dispara contra él en una sola palabra todo género de oprobios, tales como el de que está cercado de tinieblas, el de que todos los vicios hallan en él abrigo, el de que es de condicion servil, el de que es indigno de que se le crea en cuanto diga.

Se dirá tal vez que los negocios de la república exigen algunas veces que engañe el principe y mienta, pues la verdad y la sencillez traen no pocas consigo graves daños. Mas en esta objecion ¡oh Dios, cuánto mal no viene encerrado! No hay, en primer lugar, ninguna cosa útil que pueda estar acorde con otra vergonzosa; y esta mezcla mas bien ha de ocasionar daño que provecho, pues ha de destruir forzosamente la dignidad y la honradez; y como no hay nada mejor que estas dos dotes, no hay nada mas necio que trocar por hierro el oro. Acostumbrado luego el rey á mentir, cobrará fama de pérfido y de injusto; y ¡ cuánto no han de sufrir de ella todos los negocios particulares, y sobre todo los negocios públicos! ¿Quién ha de ser entonces

aliado? Quién ha de fiarse en su palabra? Mas qué, ¿cómo puede decirse que lleve ventaja alguna mintiendo, si llega á dudarse de su buena fe, de su exactitud en el cumplimiento de sus promesas? Nadie ha de creerle despues, aunque lo afirme con juramento; todos han de mirarle con desconfianza y aborrecerle. Así como el mercader que por afan de lucrarse engaña no puede conservar lo que justamente adquirió por el fraude y rompe sin sentirlo las relaciones comerciales que con los demás tenia, así el príncipe fraudulento no podrá tampoco conservar lo que solo por el fraude hizo suyo, tarde ó temprano ha de enajenarse las voluntades de sus súbditos, que son para un rey la mayor y la mas ventajosa de las armas. Abandonarán todos al príncipe cuya lealtad se haya hecho sospechosa, y se unirán con gusto á la causa del que vean que les es fiel y crean que lo ha de ser eternamente.

Mas no nos habiamos propuesto en este lugar cuestionar sobre la mentira ni el fraude, y sí solo sobre si es lícito usar algunas veces de ellos exigiéndolo las circunstancias. Tengo para mí que desde sus primeros años debe ya inculcarse al príncipe el amor á la verdad y el odio á la mentira hasta que crea que nada hay mas torpe que esta ni mas contrario á la dignidad del rey. Es pues la verdad un bien permanente muy agradable á Dios, muy á propósito para conciliar el amor y para procurarse todo género de recursos. ¿Quién pues se ha de negar á prestarse ni á prestar lo suyo al que creen que no ha de faltar á su palabra y ha de poner antes en peligro su vida, su hacienda y hasta su mismo gobierno? No sin razon los romanos consagraron en el Capitolio la Fe junto al Padre de los dioses, queriendo dar á entender que las reglas de buen gobierno descansu san en la sinceridad. Es la mentira cosa torpe é indigna de la excelencia del hombre, como es fácil de ver por los mismos que mienten por costumbre, los cuales han de poner gran cuidado en cubrir el fraude, y se sonrojan gravemente al verle descubierto. Hay por de contado otros crímenes mucho mayores, mas pocos que afrenten tanto á los que lo cometen, tanto, que está ya admitido que debe vengarse con sangre la injuria que se recibe cuando se nos echa en cara que mentimos, y no cuando se nos llama adúlteros, avaros ni homicidas. Es en verdad vituperable esta venganza, y está prohibida por las leyes divinas, segun las cuales nadie. puede volver mal por mal, aunque sea provocado; mas es indudable que esta preocupacion de que la mayor injuria está en que se nos acuse de embusteros, no hubiera prevalecido nunca á no ser por lo fea que se ha presentado siempre la mentira. ¿Qué mas vergonzoso que ella? Qué mas ajeno de la nobleza y de la dignidad del hombre que desea siempre ponerse á laluz y á los ojos de todos? Ama la mentira las tinieblas, busca lugares ocultos donde pueda esconderse su torpeza; ¿qué ya mas indigno de almas generosas y elevadas? No nos obliga á mentir sino el temor de que se nos reprenda, ́se nos infame ó se nos castigue; y el temor es solo propio de ánimos quebrantados, abyectos y acostumbrados á una rigorosa servidumbre; nunca de almas levantadas y libres, sí siempre de esclavos, que obran siempre en vista del látigo que les amenaza. Nada hay en la vida humana mas excelente que la buena fe, con la cual se establecen las relaciones comerciales y se constituye la sociedad entre los hombres; y es evidente que á este bien divino nada hay mas contrario que el fraude y la mentira. No puede haber cosa estable sin que lo guarde la confianza, y esta no puede de ningun modo existir si no es recíproca. Hay que considerar, por fin, que toda la felicidad de la vida está encerrada en la verdad, es decir, en gozar de verdaderos bienes. La desgracia,

y

Engaña algunas veces á los príncipes la esperanza de poder ocultar sus fraudes; mas la ficcion y la mentira se hacen traicion á sí mismas, y no permite Dios que goce por mucho tiempo el hombre falso de la felicidad que conquistó por medio de su misma falsedad y el dolo. Es cierto que muchos consiguieron el nombre de sabios por el arte y liabilidad con que mintieron, mas los resultados probaron al fin cuán injusta era la opinion que de ellos se tenia. Las conquistas que estaban basadas en la mentira perecieron, las que en la verdad permanecieron firmes y seguras. Descubrióse despues el fraude, cayó la venda de los ojos de la muchedumbre, y los que anduvieron algun tiempo en boca de todos envueltos en las mayores alabanzas no merecieron luego de todos sino vituperios y desprecios. Las palabras de Lisandro han sido celebradas en verdad, pero solo por lo ingeniosas y festivas: ignoramos acaso que en breve tiempo produjeron, no la sonrisa en los labios de los ciudadanos, sino lágrimas amargas y abundantes en sus ojos? Enajenadas muchas ciudades á la redonda, cayeron los lacedemonios en muchas cala

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