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ble para los dos hermanos en particular, y en comun para todo el reino.

un príncipe de la alcuña real de Castilla, y que en vida de su hermano tenia en su mano el gobierno? Mirad pues no se atribuya antes á mal no hacer caso ni responder á la voluntad que grandes y pequeños os muestran, y por excusar el trabajo y la carga, desamparar á la patria comun, que de verdad, tendidas las manos, se mete debajo las alas y se acoge al abrigo de vuestro amparo en el aprieto en que se halla. Esto es finalmente lo que todos suplicamos; que encargaros useis en el gobierno destos reinos de la templanza á vos acostumbrada y debida no será necesario.» Despues destas razones los demás grandes que presentes estaban se adelantaron cada cual por su parte para suplicalle aceptase. No faltó quien alegase profecías y revelaciones y pronósticos del cielo en favor de aquella demanda. A todo esto el Infante con rostro mesurado y ledo replicó y dijo no era de tanta codicia ser rey que se hobiese de menospreciar la infamia que resultaria contra él de ambicioso é inhumano, pues despojaba un niño inocente y menospreciaba la Reina viuda y sola, á cuya defensa toda buena razon le obligaba, demás de las alteraciones y guerras que forzosamente en el reino sobre el caso se levantarian. Que les agradecia aquella voluntad y el crédito que mostraban tener de su persona, pero que en ninguna cosa les podia mejor recompensar aquella deuda que en dalles por rey y señor al hijo de su hermano, su sobrino, por cuyo respeto y por el pro comun de la patria él no se queria excusar de ponerse á cualquier riesgo y fatiga, y encargarse del gobierno segun que el Rey, su hermano, lo dejó dispuesto; solo en ninguna manera se podria persuadir de tomar aquel camino agrio y áspero que le mostraban. Concluido esto, poco despues juntó los señores y prelados en la capilla de don Pedro Tenorio que está en el claustro de la iglesia mayor. El condestable don Ruy Lopez, por si acaso habia mudado el parecer, le preguntó allí en público á quién queria alzasen por rey. El con semblante demudado respondió en voz alta: ¿A quién sino al hijo de mi hermano? Con esto levantaron los estandartes, como es de costumbre, por el rey don Juan el Segundo, y los reyes de armas le pregonaron por rey primero en aquella junta y consiguientemente por las calles y plazas de la ciudad. Gran crédito ganó de modestia y templanza el infante don Fernando en menospreciar lo que otros por el fuego y por el hierro pretenden. Los mismos que le insistieron aceptase el reino, no acababan de engrandecer su lealtad, camino por donde se enderezó á alcanzar otros muy grandes reinos que el cielo por sus virtudes le tenia reservados. Fué la gloria de aquel hecho tanto mas de estimar, que su hermano al fin de su vida andaba con él torcido y no se le mostraba favorable, por reportes de gentes que suelen inficionar los príncipes para derribar á los que ellos quieren y ganar gracias con hallar en otros tachas; demás que naturalmente son sospechosos y odiosos á los que 'mandan los que están mas cerca para sucederles en sus estados. Verdad es que poco antes de su muerte, vencido de la bondad del Infante, trocó aquel odio en buena voluntad, y aun vino en que su hija la infanta doña María, que podia suceder en el reino, casase con don Alonso, hijo mayor del Infante; acuerdo muy saluda

CAPITULO XVI.

De la guerra de Granada.

Esto pasaba en Castilla á tiempo que en Aragon sucedió la muerte de la reina doña María, que falleció en Villareal, pueblo cerca de Valencia, á los 29 de diciembre, con gran sentimiento del rey de Aragon, su marido, y de toda aquella gente, por sus prendas muy aventajadas. Sepultaron su cuerpo con el acompañamiento y honras convenientes en Poblete, sepultura de aquellos reyes. De cuatro hijosque parió, los tres se le murieron en su tierna edad, don Diego, don Juan y doña Margarita ; quedó solo don Martin, á la sazon rey de Sicilia, y que se hallaba embarazado en el gobierno de aquella isla, con poco cuidado de su vida y salud, por ser mozo, y los muchos peligros á que hacia siempre rostro por ser de gran corazon; de que poco adelante á él sobrevino la muerte, y con ella á los suyos muy grandes adversidades. El infante don Fernando, compuestas las cosas en Toledo y hechas las exequias de su hermano, á 1.o de enero se partió para Segovia con intento de verse con la Reina, que allí estaba, y con su acuerdo dar órden y traza en todo lo que pertenecia al buen gobierno del reino. Para que todo se hiciese con mas autoridad y con mas acierto dió órden en aquella ciudad se junfasen, como se juntaron, Cortes generales del reino, á que acudieron los prelados y señores y procuradores de las ciudades. Tratáronse diversas cosas en estas Cortes, en particular la crianza del nuevo Rey se encargó á la Reina por instancia que sobre ello hizo, mudado en esta parte el testamento del rey don Enrique. En recompensa del cargo que les quitaban dieron á Juan de Velasco y á Diego Lopez de Zúñiga cada seis mil florines, pequeño precio y satisfaccion; mas érales forzoso conformarse con el tiempo, y no seguro contradecir á la voluntad de la Reina y del Infante, que tenian en su mano el gobier no. Tratóse otrosí de la guerra que pensaban hacer á Granada tanto con mayor voluntad de todos, que por el mes de febrero los cristianos entraron en tierra de moros por la parte de Murcia. Pusiéronse sobre Vera; mas no la pudieron forzar porque vinieron sin escalas y sin-los demás ingenios á propósito de batir las murallas y por la nueva que les vino de un buen número de moros que venian en socorro de los cercados. Alzado pues el cerco, fueron en su busca, y cerca de Jujena pelearon con ellos con tal denuedo, que los vencieron y desbarataron. La matanza no fué grande por tener los vencidos la acogida cerca. Todavía tomaron y saquearon aquel pueblo, efecto de mas reputacion que provecho, por quedar el castillo en poder de moros. Los caudillos principales desta empresa fueron el mariscal Fernando de Hererra, Juan Fajardo, Fernando de Calvillo con otros nobles caballeros. Sonó mucho esta victoria, tanto, que los que se hallaban en las Cortes, alentados con tan buen principio, que les parecia pronóstico de lo demás de aquella guerra, otorgaron de voluntad toda la cantía de maravedís que para los gastos

y el sueldo les pidieron por parte de la Reina y del Infante. Nombraron por general, como era razon, al mismo infante don Fernando, entre el cual y la Reina comenzaron cosquillas y sospechas. No faltaban hombres malos, de que siempre hay copia asaz en las casas reales, que atizaban el fuego; decian que algun dia don Fernando daria en qué entender á la Reina y sus hijos. Muchos cargaban á una mujer, por nombre Leonor Lopez, que terciaba mal entre los dos y tenia mas cabida con la Reina de lo que sufria la majestad de la casa real y el buen gobierno del reino. Los disgustos iban adelante; dieron traza que se dividiese el gobierno, de guisa que la Reina se encargó de lo de Castilla la Vieja, don Fernando de la Nueva con algunos pueblos de la Vieja. Tomado este acuerdo, el Infante envió su mujer y hijos á Medina del Campo, y él se partió de Segovia para Villareal con intento de esperar allí las gentes que por todas partes se alistaban para aquella guerra, las municiones y vituallas. En este medio los capitanes que estaban por las fronteras no cesaban de hacer cabalgadas en tierra de los moros, talar los campos, robar los ganados, cautivar gente, saquear los pueblos. A veces tambien volvian con las manos en la cabeza, que tal es la condicion de la guerra. Un cierto moro, de secreto aficionado á nuestra religion, se pasó á tierra de cristianos, y llevado á la presencia del maestre de Santiago don Lorenzo Suarez de Figueroa, que se ocupaba en aquella guerra y estaba en Ecija por frontero, le habló en esta manera: «Bien entiendo cuán aborrecido es de todos el nombre de forajido; sin embargo, me aventuré á seguir vuestro partido, movido del cielo, toque poderoso, contra el cual ninguna resistencia basta. No pido que aprobeis mi venida y mi resolucion ni la condeneis tampoco, sino que estéis á la mira de los efectos que viéredes. Lo primero os ruego que me hagais bautizar, que el tiempo muy en breve dará clara muestra de mi buen celo y lealtad; á las obras me remito.» Bautizáronle como el moro lo pedia. Tras esto les dió aviso que Pruna, plaza de los moros de importancia, se podria entrar por la parte y con el órden que él mismo mostraria. Las prendas que metiera eran tales, que se aseguraron de su palabra que no era trato doble. Acompañóle con gente el comendador mayor de Santiago; cumplió el moro su promesa, que al momento entraron aquel pueblo en 4 dias del mes de junio, y quitaron aquel nido, de do salian de ordinario moros á correr las tierras de cristianos, hacer mal y daño continuamente. Pasó el Infante á Córdoba, y entró en Sevilla á los 22 de junio; probóle la tierra y los calores, de que cayó en el lecho enfermo en sazon mal á propósito y en que llegó á aquella ciudad el conde de la Marca, yerno del de Navarra, y por sí de lo mas noble de Francia, de gentil presencia entre mil, muy cortés, con que aficionaba la gente. Traia en su compañía ochenta de á caballo, y venia con deseo de ayudar en aquella guerra sagrada, que se temia saldria larga y dificultosa. Los moros en este medio no dormian: lo primero acometieron á tomar á Lucena, pueblo grande; y como quier que no les saliese bien aquella empresa, revolvieron sobre Baeza gran morisma, ca dicen llegaban á siete mil de á

caballo y cien mil de á pié, número que apenas se puede creer, y que por lo menos puso en gran cuidado á todo el reino. Todavía no pudieron forzar la ciudad, que se la defendieron los de dentro, aunque con dificultad, muy bien; solo tomaron y quemaron los arrabales. ApeHlidáronse los cristianos por toda aquella comarca, los de cerca y los de léjos, porque no se perdiese aquella plaza tan importante. Supieron los moros lo que pasaba; y por no aventurarse á perder la jornada, alzado el cerco, dieron la vuelta cargados de despojos y de los cautivos que por aquella tierra robaron. Por el contrario, el almirante don Alonso Enriquez cerca de Cádiz ganó de los moros una victoria naval, asaz importante. Los reyes de Túnez y de Tremecen tenian armadas veinte y tres galeras para correr las costas del Andalucía á contemplacion de su amigo y confederado el rey de Granada. Dióles vista el Almirante; y si bien no llevaba pasadas de trece galeras en su armada, no dudó de embestirlas, lo cual hizo con tal denuedo y destreza, que las venció. Tomó las ocho, las demás, parte echó á fondo, y otras se huyeron. En este medio convaleció de su dolencia el infante don Fernando, y alegre con esta buena nueva, salió de Sevilla á los 7 de setiembre. No llevaba resolucion por qué parte entraria en tierra de moros. Hizo consulta de capitanes y de otros personajes ; salió acordado que rompiese por tierra de Ronda y se pusiese con todo el campo sobre Zahara, villa principal en aquella comarca. Hízose así; comenzaron á batirla con tres cañones gruesos de dia y de noche. El daño que hacian era muy poco por no ser muy diestros los de aquel tiempo en jugar y asestar el artillería. El cerco iba á la larga, y fuera la empresa muy dificultosa si los de dentro por falta que padecian y por miedo de mayores daños si se detenian no se rindieran á partido que, libres sus personas y hacienda, dejasen al vencedor las armas y provision. Al tanto otros pueblos pequeños se dieron por aquellas partes. Septe nil, villa bien fuerte por sus adarves y por la gente que tenia de guarnicion, por esta causa no se quiso rendit; cercáronla y combatiéronla con todos los ingenios y fuerzas que llevaban, en sazon que Pedro de Zúñiga por otra parte recobró de los moros á Ayamonte, segun que el infante don Fernando se lo encargara. El rey Moro por estas pérdidas y por no echar el resto en el trance de una batalla, la excusaba cuanto podia; solo ayudaba las fuerzas con maña, y procuraba divertir las del enemigo. Juntó á toda diligencia sus gentes, que dicen eran ochenta mil de á pié y seis mil de á caballo, los mas canalla sin valor ni honra. Con este campo se puso sobre Jaen; pero no salió con su intento porque acudieron con toda brevedad los nuestros, y le forzaron á retirarse con poca reputacion. Solo hizo daño en los campos, de que se satisficieron los contrarios con correrle toda la tierra hasta la ciudad de Málaga. Repartíanse otrosi diversas bandas de soldados y se der-. ramaban por todas partes sin dejar respirar ni reposar á los moros. Para que todo sucediese bien y el contento fuese colmado solo faltó que no pudieron forzar ni rendir á Septenil. El otoño iba adelante, y las lluvias comenzaban, que suelen ser ordinarias por aquel tiempo. Por esta causa el Infante á los 25 de octubre,

al

zado aquel cerco, dió la vuelta á Sevilla, y tornó á poner en su lugar la espada con que el rey don Fernando el Santo ganó antiguamente aquella ciudad, y en ella la guardan con cuidado y reverencia; y á las veces los capitanes para sus empresas, como por buen agüero, la solian dende tomar prestada. Hecho esto, repartió la gente para que invernase en Sevilla, Córdoba y otros pueblos, y él pasó al reino de Toledo con intento de apercebirse de todo lo necesario y recoger mas gente para continuar aquella guerra. A esta sazon falleció en Calahorra Pero Lopez de Ayala, chanciller mayor de Castilla, caballero señalado por su nobleza, por las muchas cosas que por él pasaron y por la Corónica que dejó escrita del rey don Pedro y don Enrique el Segundo y don Juan el Primero; si bien algunos sospechan que con pasion encareció mucho los vicios de don Pedro, y subió de punto las virtudes de su competidor en perjuicio de la verdad. Enterraron su cuerpo en el monasterio de Quijana. Francia asimismo andaba revuelta por la muerte que Juan, duque de Borgoña, hizo dar en Paris á Luis, duque de Orliens, volviendo muy de noche de palacio. El homiciano que ejecutó esta maldad se llamaba Otonvilla. La causa de la enemistad no se averigua del todo; sospecharon comunmente que, por estar el Rey á tiempos falto de juicio, el matador pretendia apoderarse del gobierno de Francia, y para salir con esto acordó de quitarse delante al que solo le podia contrastar por ser hermano del Rey. Luego que se descubrió el autor de aquella maldad, el de Borgoña se retiró á sus tierras para apercebirse, si alguno pretendiese vengar aquella muerte. La duquesa Valentina, mujer del muerto, puso acusacion contra el matador y hacia instancia sobre el caso. Los jueces, vencidos de sus lágrimas y de la razon, citaron al de Borgoña para que compareciese en persona á descargarse de lo que le achacaban. No dudó él de obedecer y presentarse, confiado en sus riquezas y en los muchos valedores que tenia en la corte de Francia. Formábase el proceso en el Parlamento; y por los púlpitos Juan Petit, doctor teólogo de Paris, franciscano y predicador de fama en aquella era, no cesaba en sus predicaciones de abonar aquel hecho, como hombre lisonjero y interesal. Cargaba al de Orliens que pretendia hacerse rey de Francia; que el que atajó estos intentos tiránicos, no solo era libre de pena, sino digno de mercedes muy grandes. No mostraron los jueces mas entereza; antes llegados á sentencia, dieron por libre al de Borgoña, con gran sentimiento de los hijos del muerto y de su mujer. De que resultaron guerras muy largas, con que se abrasaron y consumieron las riquezas y grandeza de Francia. La cuestion si un particular puede por su autoridad matar al tirano se ventiló mucho entre los teólogos de aquel tiempo; y aun en el concilio de Constancia que se juntó poco adelante, los padres sacaron un decreto, en que contra lo que Juan Petit enseñaba y contra lo que el de Borgoña hizo, determinaron no ser lícito al particular matar al tirano. Era Luis, duque de Orliens, hermano del rey de Francia, y el duque de Borgoña su primo herinano.

CAPITULO XVII.

Que se hicieron treguas con los moros.

Las fiestas de Navidad tuvo el infante don Fernando en Toledo, principio del año 1408, en que hizo el cabo de año de su hermano el rey don Enrique. El Rey niño y la Reina, su madre, residian en Guadalajara por el buen temple de aquella ciudad y cielo saludable de que goza. Acordaron se juntasen allí Cortes á propósito de apercebir lo necesario para continuar la guerra que tenian comenzada con mayores fuerzas y gente. Los prelados y señores y ciudades que concurrieron al tiempo aplazado venian bien en lo que se pedia. La mayor dificultad consistia en hallar forma y traza cómo se juntase el dinero para los gastos. Los pueblos no daban oidos á nuevas imposiciones y derramas, cansados y consumidos con las contribuciones pasadas y recelosos no se continuase en tiempo de paz el servicio que por la necesidad de la guerra se otorgase. Mas por la mucha instancia que hizo el Infante y otros señores concedieron cantidad de ciento y cincuenta mil ducados con gravámen de tener libros de gasto y recibo para que constase se empleaban solo en los gastos de la guerra, y no en otros al albedrío de los que gobernaban. Teníanse las Cortes en tiempo que el rey de Granada, á los 18 dias del mes de febrero, se puso sobre la villa de Alcaudete, acompañado de siete mil caballos y ciento y veinte mil peones, número descomunal. Corrió gran peligro de perderse la plaza, y toda la Andalucía se alteró con este miedo por tener pocas fuerzas, los socorros léjos y el tiempo del año riguroso para salir en campaña. Acude nuestro Señor cuando falta la prudencia. Defendiéronse muy bien los cercados, con que se abatió el orgullo de los moros. Junto con esto los nuestros por tres partes diferentes hicieron entradas en las tierras enemigas para divertir las fuerzas de los moros, y con las talas, quemas y robos, que fueron grandes, tomar emienda de los daños que hicieran en las fronteras de cristianos. Quebrantados los moros con tantos males y pérdidas, acordaron despachar sus embajadores para pedir treguas. No venia en otorgarlas el Infante, antes se queria aprovechar de la ocasion que la flaqueza de los enemigos le presentaba. La Reina era, como mujer, enemiga de guerra, que en fin hizo se concediesen las treguas por término de ocho meses. Los pueblos pretendian, pues la guerra cesaba, excusarse del servicio que otorgaron. El Infante no quiso venir en ello, ca decia era necesario estar proveido de dinero para volver la guerra el año siguiente; todavía se hizo suelta á los pueblos de la cuarta parte de aquella suma. Vino entre los demás á estas Cortes finalmente don Pedro de Luna, sobrino del papa Benedicto, y por su órden arzobispo de Toledo, como se dijo de suso. Traia de Aragon en su compañía á Alvaro de Luna, su sobrino, mozo de diez y ocho años. Su padre Alvaro de Luna, señor de Cañete y Jubera, le hobo fuera de matrimonio en María de Cañete, mujer poco menos que de seguida, por lo menos tan suelta y entregada á sus apetitos, que tuvo cuatro hijos bastardos cada cual de su padre; al ya nombrado y á don Juan de Cerezuela, del gobernador de Cañete; á Martin, de un pastor por nombre Juan; y el

cuarto tambien Martin, de un labrador de Cañete; los dos postreros por respeto de su hermano tuvieron adelante el sobrenombre de Luna. De tan bajos principios se levantó la grandeza deste mozo, que en un tiempo pudo competir con los muy grandes príncipes, de que al fin le despeñó su desgracia. En el bautismo le llamaron Pedro; agradóse dél el papa Benedicto, de su presencia, de su viveza y apostura, y quiso que en la confirmacion le mudasen el nombre de pila en el de Alvaro por respeto de su padre. Venido á Castilla, le hicieron de la cámara del Rey, con lo cual y su buena gracia y diligencia en servir, poco a poco le ganó la voluntad y aun se hizo señor della. En el alcázar de Granada á los 11 de mayo falleció el rey Mahomat, con que la gente se aseguraba que las paces serian mas ciertas. La ocasion de su muerte refieren fué una camisa inficionada que se vistió por engaño. Sacaron de Salobreña, donde le tenia preso, á Juzef, su hermano, para que le sucediese en el reino. Así ruedan y se truecan las cosas de los hombres, hoy cautivo y mañana rey. Apresuráronse los moros en esto, y usaron de todo secreto porque no se recreciese algun impedimento, mayormente de parte de los cristianos, que desbaratase sus intentos. Luego que Juzef se vió rey, despachó sus embajadores con ricos presentes para el de Castilla de caballos, jaeces, alfanjes, telas preciosas, pasas, higos y almendras, sustento el mas ordinario y regalado de aquella gente. Diéronles en retorno otros dones de valía; pero no otorgaron con lo que pretendian principalmente, que era se alargase el tiempo de las treguas.

CAPITULO XVIII.

Que el papa Benedicto vino á España.

El papa Benedicto por este tiempo se hallaba aquejado de diversos cuidados. Las provincias cansadas de scisma tan largo, sus amigos y devotos desabridos de sus trazas, sus mañas, en que no tenia par, descubiertas y entendidas. No sabia qué camino podia tomar para conservarse, que era su intento principal. Cuando se salió de Aviñon, fué á parar en Marsella, ciudad fuerte y puesta á la lengua del agua; su vivienda en San Victor, monasterio muy célebre en aquella ciudad. Dende acometió al papa Gregorio, su contendor, con partido de paz, que decia deseó siempre y de presente la deseaba. Que seria bien se juntasen en un lugar para tomar acuerdo sobre sus haciendas, que por medio de terceros era cosa muy larga. Para señalar lugar á contento de las partes vinieron embajadores de Gregorio á Marsella. Dieron y tomaron, y finalmente acordaron fuese la vista en Saona, ciudad del Ginovés; sacóse por condicion que hasta tanto que los papas se hablasen ni el uno ni el otro criase algun cardenal. Asentado esto, Benedicto sin dilacion se embarcó para pasar allá. Pretendia por esta diligencia que todos entendiesen deseaba la paz. El papa Gregorio replicó que no tenia por seguro aquel lugar por estar á la obediencia de su contrario. Solo fué á Luca, ciudad puesta en lo postrero de Toscana; y el papa Benedicto al principio deste año se adelantó y pasó á Portovenere para mas de cerca capitular y concertarse. Todo era mañas y

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traspasos para entretener y engañar, y aun el papa Gregorio, contra lo que tenian concertado, de una vez hizo tres cardenales, con que los demás cardenales suyos se alborotaron y de comun acuerdo se pasaron á Pisa. El papa Benedicto, por aprovecharse de aquella ocasion, envió allá cuatro cardenales de su obediencia y tres arzobispos, que se detuvieron algun tiempo en Liorno entre tanto que los florentines, cuya era Pisa, les enviaban seguridad. Juntáronse finalmente con los cardenales de Pisa. A lo que la junta se enderezaba era convocar concilio general, como lo hicieron. Sonrugíase que daban traza de prender á los papas, en especial á Benedicto. Esta fama, quier verdadera, quier falsa, dió ocasion á Benedicto de desamparar á Italia, donde demás de la sospecha ya dicha pretendia que su contrario estaba muy arraigado y poderoso, en particular se recelaba del rey Ladislao de Nápoles, que tenia muy de su parte como al que nombrara por vicario del imperio senador de Roma, cargos á la sazon muy principales. Antes de su partida para mejor entretener la gente convocó concilio general para Perpiñan, villa en la raya de Cataluña, y con tanto se hizo á la vela. Aportó á Colbre á 2 de julio, dende por la ciudad de Elna pasó á la dicha villa de Perpiñan para dar calor en lo del concilio y esperar que los prelados se juntasen. Acudió á visitar al Papa entre otros el rey de Navarra, que llevaba intento de pasar en Francia y acometer las nuevas esperanzas que de recobrar alguna parte de sus antiguos estados le daban las alteraciones de aquel reino. Pero esta su ida á Paris no fué de mas efecto que las pasadas; así, finalmente dió la vuelta á su reino sin alcanzar cosa alguna de las que pretendia. Juntáronse en Perpiñan ciento y veinte obispos, casi todos de Francia y de España. Abrióse el Concilio á 1.o de noviembre; la principal cosa que trataron fué buscar medios para concertar los papas y unir la Iglesia. Los pareceres eran diferentes y aun los fines á que cada cual se encamninaba, por donde los mas de los obispos, perdida la esperanza de hacer cosa de momento, de secreto se salieron de Perpiñan y se volvieron á sus tierras. Quedaron solo diez y ocho obispos, que dieron de consuno un memorial al Papa en que le suplicaron atendiese con cuidado á quitar el scisma, aunque fuese necesario tomar el camino de la renunciacion, pues era mas justo conformarse con el deseo de toda la Iglesia que dejarse engañar de las lisonjas de particulares. Que la Iglesia con lágrimas en los ojos, las rodillas por el suelo y tendidas las manos le rogaba, lo que era muy puesto en razon, antepusiese el bien público á cualquier otro respeto; que ningun otro camino se mostraba para la cura de dolencia tan larga. Poca esperanza tenian que viniese en lo que pedian el que como á puerto seguro se habia retirado á España. Todavía por mostrar voluntad á la concordia envió á Pisa siete personas principales con voz de querer concierto, mas á la verdad otro tenia en el corazon, ca pretendia le sirviesen de escuchas y le avisasen de todo lo que allí pasaba. Hallábanse en aquella ciudad juntos, además de un gran número de obispos, veinte y tres cardenales, los seis de la obediencia de Benedicto, que eran la mayor parte de su colegio. Entre estos asistió don Pedro Fernandez de

Frias, cardenal de España, criado por Clemente, papa de Aviñon. Publicaron sus edictos, en que citaban á los dos papas para que en presencia del Concilio alegasen de su derecho; mas visto que no comparecian y que se gastaba mucho tiempo en demandas y respuestas, de comun acuerdo á los 26 de junio del año 1409 sacaron por pontífice á Pedro Filargo, natural de Candia, de la órden de los Menores, presbítero cardenal y arzobispo de Milan. Llamóse en el pontificado Alejandro V. Duróle el mando muy poco, que no llegó á año entero. Resultó desta eleccion, de que se esperaba el remedio, otro nuevo y mayor daño, esto es, que la llaga mas se cncancerase por añadirá los dos papas otro tercero, que cada cual pretendia ser el legítimo y los otros intrusos; tanta vez tiene la sazon en todo y la buena traza. Así la cristiandad, en lugar de dos bandos, quedó dividida en tres con otras tantas cabezas y papas, como suele acontecer que se vuelve al revés y daña lo que parecia prudentemente acordado; tan cortas son nuestras trazas.

CAPITULO XIX.

De la muerte del rey don Martin de Sicilia. Con mejor órden gobernaba el infante don Fernando el reino de Castilla, bien que no se descuidaba en adelantar su casa y estado por los caminos que podia, sin dejar ocasion alguna. No faltaba quien por esta misma razon la tomase de ponelle mal con la Reina, como mujer y de su natural sospechosa. No hay cosa mas deleznable que la gracia de los reyes, ni mas frágil que su privanza. Decian que el gran poder del infante don Fernando podria parar perjuicio á la casa real; que con el poder, cuando mucho crece, pocas veces se acompaña la lealtad. Los que mas atizaban el fuego eran Diego Lopez de Zúñiga y Juan de Velasco por la mucha cabida que todavía tenian en la casa real. Don Fadrique, conde de Trastamara, hijo de don Pedro, el que fué condestable de Castilla, daba consejo á don Fernando que les echase mano. Poco secreto se guarda en los palacios; avisados de lo que se meneaba, se pusieron ellos con tiempo en salvo. Quedó la Reina desque lo supo mas lastimada y recelosa que antes; decia que aquella befa á ella misma se hiciera para despojalla de su consejo y del amparo que pensaba en ellos tener. Ultra de las demás prendas de que la naturaleza y el cielo dotaron á don Fernando con mano liberal, en que ningun príncipe en aquella era se le aventajaba, tenia muy noble generacion en su mujer: cinco hijos varones, don Alonso, don Juan, don Enrique, don Sancho y don Pedro, que llamaron adelante los infantes de Aragon, y dos hijas, doña María y doña Leonor. Falleció por aquellos dias Fernan Rodriguez de Villalobos, maestre de Alcántara; por su muerte hobo aquel maestrazgo el infante don Fernando en cabeza de su hijo don Sancho con dispensacion que dió en la edad el papa Benedicto. Lo mismo se hizo con don Enrique, el tercer hijo, dende á pocos meses para hacelle maestre de Santiago por muerte de Lorenzo Suarez de Figueroa. No faltaron sentimientos y desgustos de personas que llevaban mal que el Infante, no contento con el gobierno del reino, se apoderase en nombre de sus hijos de todo lo que va

caba. En esta misma sazon el conde de Lucemburg y el duque de Austria enviaron á ofrecer socorros de gente para continuar la guerra de Granada. Lo mismo hizo Cárlos, duque de Orliens, que prometia enviar en ayuda mil caballos franceses, y juntamente pedia por mujer á la reina dona Beatriz, pretensora del reino de Portugal, y viuda del rey de Castilla don Juan el Primero. No se le otorgó la una, ni aceptaron la otra destas dos demandas, porque la Reina, ni queria casar segunda vez, ni con color de matrimonio desterrarse de España, y el tiempo de las treguas con los moros le habian alargado por otros cinco meses, por la mucha instancia que sobre ello hizo Juzef, el nuevo rey de Granada, si bien poco despues acometieron los moros á tomar la villa de Priego, con que dieron bastante ocasion para que, sin embargo del concierto, se rompiese con ellos. Pero el rey de Granada se envió á descargar que aquel exceso no se hizo con su voluntad, y todavía ofrecia de hacer emienda conforme á lo que determinasen y hallasen se debia hacer jueces nombrados por las partes. Hallóse este año entre Salamanca y Ciudad-Rodrigo una imágen devota de nuestra Señora, que llaman de la Peña de Francia, muy conocida por un monasterio de dominicos que para mayor veneracion se levantó en aquel lugar y por el gran concurso de gentes que acude en romería de todas partes. El mismo año fué muy aciago y triste para los aragoneses por la muerte de don Mártin, rey de Sicilia, hijo único y heredero del rey de Aragon, que falleció en Caller de Cerdeña á los 25 de julio en la flor de su edad y de las muchas esperanzas que prometia su buen natural. Mandóle su padre pasar en aquella isla vizallanar á Brancaleon Doria y Aimerico, para conde de Narbona, que por estar casados con dos hijas de Mariano, juez de Arborea, pretendian apoderarse por derechos que para ello alegaban de toda aquella isla. Andaban muy pujantes á causa que las fuerzas de los aragoneses eran flacas, y los naturales les acudian con mayor voluntad que á los extraños. La venida del Rey hizo que se trocasen las cosas. Juntaron sus gentes cada cual de las partes; llegaron á vista unos de otros cerca de un pueblo llamado San Luri. Ordenaron sus haces y dióse la batalla, en que los sardos quedaron desbaratados y preso Brancaleon, su caudillo. La muerte que sobrevino al Rey en aquella coyuntura hizo que no pudiese ejecutar la victoria ni concluir aquella guerra, si bien por algun tiempo el mariscal Pedro de Torrellas, muy privado deste Príncipe, y otros caballeros con la gente que les quedó se entretuvieron y sustentaron el partido de Aragon. Sepultaron el cuerpo del difunto en la iglesia catedral de Caller. En su mujer doña Blanca tuvo un hijo que falleció los dias pasados. De dos mujeres solteras naturales de Sicilia dejó dos hijos, á don Fadrique, cuya madre se llamó Teresa, y en Agatusa á doňa Violante, que casó adelante con el conde de Niebla. Corrió fama que la ocasion de su muerte fué desmandarse, antes de estar bien convalecido de cierta dolencia, en la aficion de una moza natural de aquella isla de Cerdeña. Ordenó su testamento, en que nombró á su padre por heredero del reino de Sicilia, y á su mujer la reina doña Blanca encargó continuase en el gobierno que le dejó encomendado á su

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