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dores del sol lo interior de la provincia. Como están cubiertos los montes vecinos de nieves eternas, soplan frecuentemente aires templadísimos y mañan por todas partes copiosas aguas que son de grande importancia para los habitantes, y sobre todo, presentan agradablemente á los ojos del viajero los campos cubiertos de verdura. Sobre esta aldea, á unos mil pasos al occidente, á la raíz de un monte áspero y fragoso, en un reducido valle, que no es aun del todo llano, se alza una gran mole, con que no son comparables las maravillas de los antiguos, conocida con el nombre de iglesia de San Lorenzo, que fué levantada desde sus cimientos en el espacio de veinte y cuatro años con gastos casi increibles, por lo módicos que han sido atendida la grandeza y suntuosidad del monumento. Sin contar las varias alhajas y los preciosos ornamentos y los vasos macizos de oro y plata encerrados bajo aquellas bóvedas, objetos todos de arte y de ingenio, no se invirtieron, segun es fama, en construirlo y decorarlo mas allá de doscientos mil sestercios, que vienen á ser unos tres millones. Es la planta de esta inmensa fábrica cuadrada, menos por la parte de oriente, dondebrilla el palacio real, con el cual dió su ilustre arquitecto al conjunto del edificio la forma de las parrillas en que fué martirizado nuestro san Lorenzo. Tiene de longitud setecientos veinte piés de norte á mediodía y quinientos setenta de este á oeste, y lleva en sus cuatro ángulos, correspondientes á los cuatro puntos cardinales del cielo, otras tantas torres, mas elegantes que imponentes, en que están abiertas de la base al remate muchas ventanas, tal vez muchas mas de las que conviene, como sucede en otras partes del mismo monumento. Lo exigirán á la verdad los preceptos del arte; mas nosotros, que no entendemos nada en él, no podemos juzgar de la belleza de tan grande obra sino por la impresion que de ella recibimos.

Está dividido todo el monumento en tres partes : á mediodía está el convento de los monjes jerónimos, que constituye casi de por sí la mitad de la obra; al norte la academia destinada á la instruccion, ya de los monjes jóvenes de la misma órden, ya de algunos externos que viven allí en comunidad á costa y expensas del Rey, único que puede dispensar tan singular y pingüe beneficio; al oriente el vasto palacio real, residencia de los príncipes en tiempo de verano. Rodeado de todos estos edificios campea en medio de una plaza y en un lugar mas elevado un templo de arrogante estructura, todo de sillería y abovedado.

En medio de la fachada se abre una puerta conforme al resto de la obra, entre ocho columnas grandes, pero . de varias piezas, sobre que descansan otras de menos diámetro, entre las cuales hay una estatua de piedra de san Lorenzo, cuyas perfecciones revelan la acreditada mano del artista. A entrambos lados de la misma fachada hay otra puerta de menores dimensiones, pero no menos rica y elegante, que sirve, ya para los usos del convento, ya para los del colegio, si bien no falta en otra parte una entrada principal y comun para los de uno y otro establecimiento. Sigue tras la puerta principal un vestíbulo vasto y capacísimo, sobre el cual carga la biblioteca, larga de ciento ochenta y cinco piés, y ancha de treinta y dos, donde se conservan mu

chos libros manuscritos, principalmente griegos, la mayor parte de una respetable antigüedad, joyas mas preciosas que el oro que nos vinieron de todas partes de Europa á la fama del nuevo monumento, libros todos dignos de ser leidos y estudiados, que convendria que los reyes facilitasen mucho mas á los hombres eruditos. ¿Qué provecho podemos sacar de libros que están, por decirlo así, cautivos y sujetos? Adornan las paredes de esta biblioteca elegantes pinturas, que pueden sostener la comparacion con las antiguas, y representan con tanta verdad como belleza las artes liberales.

Sigue tras el vestíbulo un patio de doscientos treinta piés de largo, sobre cerca de ciento treinta de ancho, que no tiene columnas ni galería alguna sino por la parte que está unida al pórtico del templo, pórtico situado frente á frente del vestíbulo, al cual se sube por siete grandes y espaciosas gradas. Consta ese pórtico de seis columnas, en las cuales hay otras tantas figuras de reyes hebreos, los que mas sobresalieron por su piedad y por sus hechos, que tienen diez y ocho piés de altura, manos y cabeza de mármol blanco, y lo demás del cuerpo de piedra comun, pero esmeradamente cincelada. Debajo de este pórtico ábrese la triple puerta del templo, y á entrambos lados otras dos puertas por las que se sube, ya al monasterio, ya al colegio, y á la izquierda otra menor, por la cual se entra en el alcázar regio.

Dividese pues el monasterio en dos partes iguales. La primera, que mira á occidente, consta de cuatro peristilos ó claustros, que sirven todos igualmente para los usos domésticos, y tiene en medio una escalera de caracol, que campea en lo mas alto á manera de torre, y está rodeada de muchas ventanas por donde recibe luz el lugar destinado á las abluciones de los monjes y la entrada al refectorio, que está adornado de muchos emblemas, pero de emblemas hechos de barro y con muy poca gracia, y es oscuro por no tener mas que dos aberturas en la fachada, y está muy distante, á lo menos á nuestro modo de ver, de corresponder á la majestad y grandeza del resto de la obra. En la otra parte del monasterio se extiende á oriente y mediodía el claustro mayor, circuido todo de un elegante pórtico, en cuyas paredes estucadas de mármol hay varias pinturas que expresan elegantemente los hechos mas notables de la vida de Jesucristo. Cubren piedras de distintas clases el pavimento, dividido en cuadros con un artificio tal, que quedan entre uno y otro espacios para jartlin, y allá en el centro se levanta una fuente parecida á un templete, de planta octógona, cubierta interiormente de jáspes, y exteriormente de piedra mas basta, junto á la cual están pegados á iguales trechos cuatro vasos, á que baja el agua desde otras tantas estatuas de mármol blanco que están puestas al rededor y representan á los evangelistas. Pasa el agua de esta fuente por unos tubos á los cuadros sembrados, y cubriéndolos de verdura y flores, comunica á todo el claustro un agradable y muy risueño aspecto. Sirve principalmente el pórtico para las procesiones que en dias determinados hacen los monjes saliendo del templo por la puerta lateral á fiu de captarse, ya para sí, ya para la república,

el auxilio y el favor del cielo. Abrense debajo de este mismo pórtico puertas que conducen á varias piezas del convento, tales como refectorios particulares, y á la sala donde celebra sus sesiones el cabildo, piezas sobre las cuales descuella por su elegancia y su grandeza la que á manera de erario sagrado contiene los ornamentos y alhajas consagradas al culto.

En la otra parte del edificio preséntase en primer lugar hácia occidente y norte un colegio dedicado á las musas, dividido en otros cuatro claustros muy humildes, dos de los cuales sirven para los monjes que cultivan las letras, y los otros dos para los educandos externos que viven allí por gracia especial y á expensas de los reyes. Levántase tambien en el centro una escalera de caracol, á semejanza de la otra, y pegada á él un vasto teatro abovedado y sostenido por columnas, que ya sirve para paseo, ya para cátedras, ya para academias públicas. En el lado septentrional del edificio hay, por fin, dos puertas que abren paso al palacio, compuesto de muchas y espaciosas salas y de diversas cámaras, que están destinadas ya para la habitacion del príncipe, ya para uso de la familia real en la estacion en que, para evitar los rigorosos calores de la corte, van á gozar allí de tan benigno y tan templado cielo. Vense donde quiera pórticos con columnas y galerías superiores, entre las cuales la que pertenece al gabinete del Rey presenta en un vasto lienzo que se encontró por casualidad en una torre del alcázar de Segovia, la pintura de la gran batalla de la Higuera, que tuvo con los moros Juan II de Castilla en el reino de Granada. Expresó allí el pintor con diestra mano la respectiva posicion de los combatientes, la situacion de sus reales, los ya desusados trajes y armas que llevaban, cosas todas muy útiles para traer á la memoria uno de los mas nobles triunfos que pueden recordar con placer las generaciones españolas. En lo mas interior del alcázar, detrás del templo, por la parte que segun dijimos descuella hácia oriente el edificio, está el retrete de las mujeres, muy apartado de la vista de los hombres, y además, las mas retiradas habitaciones del monarca.

En el centro del edificio, en lo mas alto, aparece el templo, que es de planta cuadrada, y está dividido en tres naves por columnas, sobre que descansa la soberbia bóveda. Alzanse en los dos primeros ángulos otras tantas torres con techos de pizarra, y de en medio de la bóveda un cimborio, á manera de piedra blanca, que se hace muy agradable á la vista, sobre todo si se la contempla desde los cerros inmediatos. Es, como hemos dicho, este templo de planta cuadrada, mas sin contar su vestíbulo, que ocupa el espacio medio entre las dos torres, vestibulo sobre el cual descansa el coro donde los monjes entonan noche y dia con grande pompa y aparato himnos de gloria y de alabanza al cielo, pues son entre los anacoretas los que mas en esto se distinguen y aventajan. Son las sillas de este coro de ébano, de boj, de caoba, de nogal, de terebinto, y llama la atencion, ya por la delicadeza con que están trabajadas, ya por la vistosa variedad de sus colores, negras las unas, rojas las otras, estas blancas, aquellas con ondas y del color del oro. En lo alto de la bóveda aparecen pintados los diversos órdenes de los bienaventu

rados y sus gozos y sus magníficos asientos, todo tan admirablemente hecho, que basta para detener los ojos del que á tauta belleza acierta á levantarlos.

Tiene además el templo dos calles laterales por donde puede cualquiera pasearse libremente, que van á desembocar en las puertas por que se sale del claustro mayor y del alcázar regio.

En frente de la puerta principal brilla la capilla y el altar mayor, en cuya ejecucion no parece sino que el arte luchó con la naturaleza y se excedió á sí misma. Conducen al pié del ara, construidas de piedra verde y encarnada, diez y ocho gradas espaciosas, debajo de las cuales hay los sepulcros de los reyes, y encima cuatro pequeñas tribunas de jaspe encarnado y de variado pavimento, desde donde asiste el príncipe á los sacrificios divinos sin aparato y sin sumiller de cortina como de costumbre. Adornan el piso de la capilla y el de todo el templo piedras de distintos colores en forma de cuadros elegantemente ordenadas y dispuestas. Lo principal empero, lo que mas maravilla y lo que con mayor elocuencia debía explicarse para que no se rebajase su mérito con la humildad de nuestras palabras es el tabernáculo, que se levanta sobre el ara, compuesto de diez y ocho columnas, no pequeñas, de piedra roja, no encarnada, con vetas blancas y manchas amarillas, distribuidas seis en el primero y segundo cuerpo, cuatro en el tercero y dos en el cuarto, donde se ve á Cristo clavado en su santísimo madero. Tiene este tabernáculo, compuestos de la misma materia y de una piedra verde, nichos y urnas para estatuas, triglifos, cauliculos, tenias y metopas, dispuestos todos de manera que formen como la fachada de un edificio elegante en que se han guardado todas las reglas arquitectónicas. Los espacios medios están ocupados por estatuas de santos de bronce sobredorado ó por magníficos cuadros, y la base por dos sagrarios construidos á la manera de un templo abovedado, donde se guarda el cuerpo de Jesucristo en un ágata, obra ilustre de Jacome Trezzi, eminente escultor italiano, digno de ser comparado con los antiguos en la ciencia de pulir y trabajar el mármol. Nos impide la religion hablar mucho acerca de este punto, á fin de que por la rudeza de nuestro ingenio no disminuyamos el mérito del arte; mas no podemos menos de decir que el sagrario mayor es una rotunda de diez y seis piés de altura, compuesta de varios jaspes sujetos por bronces sobredorados y circuida de ocho columnas de piedra roja con vetas blancas y manchas amarillas, trabajadas por su dureza á punta de diamante. Corren tambien al rededor doce estatuas de los apóstoles, brillando en el vértice de la bóveda un jaspe en forma de globo que tiene cerca de medio pié de diámetro. Componen asimismo el sagrario menor jaspes engastados en oro y plata, distínguele una esmeralda, del tamaño de una nuez, que brilla en lo mas alto, sirve de clave á su bóveda un topacio; mas no es aun tanto valor y riqueza comparable con el mérito artístico que encierra en todas y en cada una de sus partes. Es la puerta de ambos sagrarios de cristal, así que deja ver la elegancia y la hermosura del interior, que en nada cede á lo que llevamos ya descrito. Hay en este templo mas de treinta y ocho capillas consagradas á santos,

notables todas por sus cuadros, obra de eminentes ar-vos y celosos en averiguar la verdad y en dar cumplida tistas españoles, franceses é italianos, ya antiguos, ya modernos. Por lo que es, sin embargo, mas notable esta obra es por las muchas reliquias que de todas partes se recogieron, tantas en número, que está toda llena de religion y de santidad, y ha de pregonar por los siglos de los siglos la piedad del rey Felipe. Para conservar con la religiosidad debida estas reliquias y cenizas hay destinados otros dos sagrarios situados en los extremos de cada lado del templo.

Mas es preciso que démos ya fin á descripcion tan larga. Está compuesta toda la fábrica de piedra de sillería, sencilla y toscamente trabajada en su mayor parte, á fin de disminuir los gastos y acelerar la conclusion de la obra, cubierta toda, exceptuadas casi tres azoteas, de plomo y de pizarra. Tiene á oriente y mediodía un jardin de yerbas aromáticas y olorosas flores, dispuestas con órden y medida en cuadros regulares, debajo del cual hay una larga y humilde tapia que contiene espacios mucho mas extensos para el plantío de los árboles; al occidente y al norte una plaza bien empedrada, nada pequeña, que no deja de tener al norte ciento cuarenta piés de anchura, y al occidente, por donde tiene su entrada principal, muy cerca de doscientos. Presenta además junto á él muchos otros edificios que vienen á constituir un pueblo, sobre los cuales no creemos deber decir una palabra. Solo añadirémos ya que en el camino que conduce desde el monasterio á la antigua aldea hay dos bileras de olmos que impiden en verano el paso de los rayos del sol y hacen por lo tanto mas agradable el paseo para trasladarnos, ya de la aldea al monasterio, ya del monasterio á la aldea.

CAPITULO X.

De los juicios.

Estaba poco menos que perdida en el reino la administracion de justicia cuando en tiempo de nuestros abuelos vino á regularizarla la virtud y prudencia de Fernando el Católico, restituyendo de tal modo su antigua fuerza y vigor á las leyes, á cada paso violadas y tenidas en menosprecio, que no hay desde entonces otra nacion donde haya jueces mas íntegros y justos. Armados hoy los magistrados de facultades y de leyes, pasan hoy por un mismo rasero todas las clases del Estado, que es lo que mas podemos desear y lo que mas deben procurar los príncipes, pues fácilmente puede la república desviarse de tan buen camino. Haya mucha severidad en los juicios, pero de modo que la temple la justícia del príncipe, para que no produzcan los mismos males que la crueldad ó tal vez mayores; haya, sobre todo, gravedad y constancia en aplicar las leyes, sin que el favor pueda torcer nunca para nadie la marcha del procedimiento. Como empero importaria poco que el mismo príncipe administrase justicia con la misma igualdad y celo, si no hiciesen lo mismo los que tienen delegada por este la misma facultad, es preciso andar con mucho tino en elegir magistrados muy íntegros y de mucha gravedad, que oigan con agrado á cuantos se les acerquen y sean además blandos en sus juicios, acti

satisfaccion al inocente. Ya el suegro de Moises expuso las virtudes de que debian estar adornados los jueces cuando reprendiendo á su yerno porque entendia solo en todas las diferencias de su pueblo, carga muy superior á sus fuerzas, escoge, le dijo, entre todos los hebreos varones poderosos que teman á Dios, sean hombres de buena fe y aborrezcan la avaricia. Quiso que fueran poderosos para que resistieran la temeridad y la audacia de los que mas valian, cosa que, segun Aristóteles, se observaba en Cartago, donde no ponian al frente de los negocios públicos sino á hombres que fuesen tan honrados como ricos, por creer que el pobre no puede ejercer debidamente su destino, ya por tenerle los demás en menosprecio y ser con él atrevidos, ya porque su propia codicia no les deja oir la voz de la razon y la conciencia. Quiso que fuesen tambien temerosos de Dios, porque solo temiéndole y sintiéndose trabados por las creencias religiosas, pueden cortar el paso á liviandades que oscurecen el entendimiento y no le dejan ver ni lo verdadero ni lo justo. Exigió la sinceridad, porque el que no la tiene es imposible que llene debidamente el cargo, pues nada hay mas feo ni mas inconstante que la ficcion y la mentira. Exigió, por fin, que aborrecieran la codicia, porque el que solo atiende al lucro es fácil que se sienta arrastrado á actos injustos. Las dádivas, como dice en otro lugar Moises, ciegan los ojos de los sabios y quebrantan la palabra de los hombres rectos, pensamiento en que Moises está, como en otras muchas cosas, con Platon, que en el lib. xi de Las Leyes cree que ha de ser castigado con pena de muerte el juez que ceda en lo que exige la ley al dinero ajeno ó á otro cualquier género de dádivas. Creo tambien deber hacer advertir que, entre otras virtudes propias de los jueces, no contó el suegro de Moises la sutileza en interpretar las leyes, pues no han de usar á la verdad de astucias ni agudezas por las que tuerzan á su antojo la ley y la aparten de su verdadero sentido, fallando siempre sin cubrirse de infamia y sin suscitar contra sí odios en favor de los que menos tienen por sí la equidad y el derecho. Nada hay pues que repugne mas á la sencillez del verdadero sabio que la excesiva sutileza, la cual, así en la interpretacion de las leyes como en los demás negocios, destruye la equidad y las mas severas prescripciones.

Las leyes no deberian ser nunca tantas que se obstruyesen su propia accion y su debida influencia, ni tan dificiles que no pudiesen ser comprendidas por los hombres de mediano ingenio; mas la avaricia de los hombres ha hecho, no solo que existan en gran número, sino que sean por lo general oscuras, pues no queriendo por una parte obedecerlas, y deseando aparentar por otra que obran justamente, se empeñan en eludir con interpretaciones lo que está prescrito mas clara y terminantemente. Los príncipes empero no deben condescender nunca con el fraude ni dejar abierta la entrada á la astucia de los malos; así que podrian abolir todas las leyes superfluas, dejando en vigor solo las susceptibles de cumplimiento que estén al alcance de todas las inteligencias. Seria indudablemente esto de grandes resultados, sobre todo procurando, que es lo que mas

que nada tuvieron que ver con ellas, si no hubiese establecido de antemano el mismo Dios que hubiese de pagar todo el pueblo los crimenes graves y las faltas de sus principes cuando no hubiesen concurrido todos á vengarlas del mismo modo que se concurre á apagar un incendio. Partiendo de esta ley, castiga muchas veces el Señor á todo el pueblo para que este no se contamine con solo tolerar el crímen. Quitarás el mal de en medio de tí, ha dicho el Señor, es decir, expiarás los atentados contra la religion para que no estés contagiado de la maldad, caso que no haya sido públicamente castigada. Imbuido en este precepto, refiere el mismo David que no descansaba de noche para poder quitar de la ciudad del Señor á todos los que obraban inicuamente; sabia á la verdad que no hay sacrificio mas agradable á Dios que el de los malvados, pues por él se purifica la república, halla la maldad un freno, y un escudo la inocencia. Por esto creo yo que al saber los judíos el escandaloso atentado de los gabaonitas contra la mujer de Leví, corrieron á las armas, no solo contra los autores del delito, sino tambien contra los beniamitas que habian tomado á su cargo defenderlos. Aunque con algunas desgracias por su parte, expiaron los judíos el crímen con la ruina de los enemigos, á lo cual me parece que se sintieron inclinados, no tanto para inspirar odio á la maldad como para librar á todo el pueblo de las consecuencias que tan feo y vergonzoso hecho podia ocasionarle. Lleváronse la mira de castigar la ofensa que á Dios habian hecho, mas tambien la de salvarse á sí mismos y la de salvar los suyos.

importa, elegir jueces de gran corazon y elevado entendimiento que no tuviesen en su ánimo nada que pudiese apartarles nunca de la consideracion de la verdad, profesasen santamente nuestra religion, apreciasen en mas su lealtad que todos los placeres de la vida, odiasen la codicia y no recibiesen jamás dádivas de nadie, virtudes todas entre las cuales obtienen el primer lugar los sentimientos religiosos, á que deben todas las demás su pábulo y su vida. Quien pues teme á Dios deja de temer las amenazas de los hombres poderosos y no falta nunca al deber de su conciencia, seguro siempre de que si puede engañar á sus semejantes, no á Dios, que ve hasta lo que pasa en lo mas íntimo del alma. El que teme á Dios, no se deja corromper por dinero, pues todas las riquezas no valen para él lo que la satisfaccion de haber ejercido fielmente su destino, ni da nunca lugar á la inconstancia ni al capricho, antes tiene siempre presente lo que dijo el rey Josafat á los jueces que acababa de elegir cuando trató de reducir la administracion de justicia á su primitiva pureza. Habeis de juzgar el juicio de Dios, les dijo aquel monarca, palabras con que quiso darles á entender que viniendo á ser una especie de lugartenientes del Señor sobre la tierra, debian tener siempre ante los ojos lo que exigiese la equidad y mas grato pudiese ser al Dios del cielo. Con razon cabe sentar que del temor de Dios y de la religion nace principalmente la rectitud de los fallos judiciales; y nada ha de haber mas pernicioso que confiar tan importante magistratura á hombres relajados y perdidos, caso casi inevitable en medio de tantas ambiciones y tantos favorecedores de maldad como se agitan al lado de los reyes, si estos no ponen en elegir á los jueces toda su atencion y su mayor cuidado.

Dejando ahora aparte la Escritura, es sabido que los griegos perseguian tambien con gran severidad los delitos, sobre todo si eran públicos y atroces, pues no reparaban en declarar la guerra á la ciudad que los dejase impunes, bien fuese fronteriza, bien estuviese mas ó menos apartada, creyendo que la mancha no solo recaia sobre aquella ciudad, sino tambien sobre todas las que no se apresurasen á vengar tan graves y terribles faltas. Juzgaban y estaban en lo cierto, que con solo tolerar ciertas faltas se irritaba á los dioses, del mismo modo que con vengarlas se los aplacaba. Confirmábalos en esta idea haber observado por una larguísima experiencia que donde quiera que habia dejado de vengarse un crímen ó habia habido hambre, peste ó guerra ó cualquiera de esas calamidades capaces de devastar á todo un reino. ¿Cómo habian de creer que estos males pudiesen atribuirse á guerras humanas ni al capricho de la suerte, sin acordarse de que podian ser muy bien hijos de la cólera de los dioses? Basta abrir la historia antigua para encontrar numerosos ejemplos, mas nos contentarémos con citar uno, por el cual podrá el lector hacerse cargo de todos los demás, que son poco mas ó menos de igual género. Vivia en Eleuctra un varon, llamado Escedaso, que, aunque de escasa fortuna, era de afable trato y muy hospitalario. Tenia este tal dos hi

Sentados hombres malos en los tribunales, es evidente que la inocencia ha de servirles de juguete y han de quedar impunes muchisimos delitos, cuya mancha, por recaer sobre todo el pueblo, ha de irritar fuertemente la divinidad y envolver la muchedumbre en un gran número de males. La sagrada Escritura y las historias antiguas están llenas de casos en que por las maldades de unos pocos ha sufrido grandes calamidades todo un pueblo. Despues de haberse encargado Josué, por muerte de Moises, del gobierno de los judíos, manchóse Acham apoderándose de los despojos de la ciudad de Jericó, que estaban consagrados al Señor de los ejércitos; y á poco tres mil soldados de los mas bravos fueron dispersados y destruidos por los habitantes de la poblacion, que era entonces pequeña é insignificante. Probó Jonatás un poco de miel ignorando el voto que acababa de hacer su padre de que mientras no hubiese vencido á los enemigos no habia de tomar el menor alimento ni él ni ninguno de los que le acompañaban, é irritó tanto á Dios, que no pudieron obtener de él contestacion alguna cuando le hicieron consultar, como de costumbre, por sus vates y sus sacerdotes. El mismo rey David, por haber mandado empadronar á todo el pue-jas blo contra lo que prevenian las leyes divinas, atrajo sobre su pueblo una peste, de que fueron víctimas nada menos que setenta mil hebreos. Pareceria á la verdad insufrible, y sobre todo ajeno á la benignidad de Dios, castigar así las faltas de los jefes en las cabezas de los

doncellas de singular hermosura, en que dos jóvenes espartanos se atrevieron á fijar con mala intencion sus ojos, á pesar de haber sido recibidos y tratados en la inisma casa con el respeto y la atencion posibles. Por consideraciones al huésped se abstuvieron entonces de violarlas, mas al volver de Beocia, como estuviese el

padre ausente y las hijas no tuviesen reparo en franquearles desde luego su techo hospitalario, no solo abusaron de ellas torpemente, sino que ahogaron sus justas quejas dándoles la muerte, y se marcharon despues de haber arrojado á un pozo los cadáveres. Al regresar Escedaso á su casa se admira, como es natural, de la ausencia de sus hijas. Vacila, duda, y en tanto observa que una perra, cogiéndole de una franja de su vestido, se dirige muchas veces al pozo, ladrando y dando tristísimos aullidos. Comprende entonces que esto ha de significar algo que él no entiende; mira al pozo y ve lleno de horror los dos cadáveres. Se informa entonces de los vecinos, pregunta, inquiere, sabe que habian vuelto á su casa los dos jóvenes espartanos, que desde el dia siguiente habian desaparecido ellos y sus hijas; y cerciorado ya del crímen, se dirige directamente á la Lacedemonia para denunciar ante los éforos á los dos impíos delincuentes. Sabedor en el camino de que en la comarca de Argos hay un anciano, llamado Orcita, que está anatematizando y llamando la maldicion de Dios sobre la frente de Esparta, no podia menos de dirigírsele y preguntarle con interés qué injuria podia haber recibido de aquel pueblo. Refiérele Orcita cómo un hijo suyo honrado y bueno acababa de ser degollado por órden de Aristodemo, que á la sazon administraba justicia en Lacedemonia, sin mas motivo que el de haberse defendido del estupro que aquel injusto juez habia querido cometer sobre su persona. Añádele que ha pasado á pedir justicia á los éforos contra tan grande afrenta y tan terrible asesinato, y no ha podido alcanzarla; así que procurase que no le sucediese otro tanto, ni sirviese como él habia servido de juguete. Teme Escedaso que no salgan tambien vanos sus esfuerzos; mas no por estó desiste de su empeño, y sigue su camino. Se presenta primero á los éforos, despues á los reyes, luego á todos los que en aquella ciudad podian algo, les explica su desventura, se queja con lágrimas en los ojos de la injuria recibida, y no alcanza que nadie se interese por él, que nadie se conmueva ante tan justo llanto. Impresionado vivamente por aquel nuevo ultraje, pierde poco menos que el juicio, recorre las calles y las plazas de la ciudad, ora levantando las manos al cielo, ora sacudiendo con furor la tierra, y cuando ve que para nada valen ya los derechos de la equidad, invoca las furias, para que venguen tan terribles males. Desesperado ya se quita al fin la vida. ¿Cuánto tardó aquella ciudad en pagar tan grave falla? No se hizo esperar mucho el castigo. El valor de Epaminondas acabó con ella en la batalla de Leuetra, y ya nunca mas pudo levantar de nuevo la cabeza. Y es fama que Escedaso se presentó en sueños á Pelopidas que mandaba con Epaminondas el ejército, y le dijo que los lacedemonios habian de perecer todos en aquel lugar en que habia sido cometido un crimen horrible, que estaba aun entonces impune. No creo de mucha importancia averiguar si esto fué ó no cierto, mas importa sin duda á la salud de las naciones que sean tenidos por verdaderos estos y otros hechos semejantes.

Y no solo en los antiguos tiempos, sino tambien en los nuestros, sabemos que han sobrevenido grandes calamidades á una sociedad entera por el crímen de uno solo ó de unos pocos hombres. Echad una ojeada en torno

vuestro y recordad la historia de todas las naciones que se han visto afligidas por grandes calamidades y pasadas á sangre y fuego. Encontraréis siempre indudablemente que han tenido lugar en ellas crímenes atroces antes de ser destruidas. No hace mucho se ha sufrido en Africa una tremenda derrota, que ha cubierto de infamia y sangre á los portugueses. Atribúyese generalmente á la temeridad y audacia del príncipe, que no parece haber nacido sino para ser la ruina de su patria; mas creo que puede atribuirse mejor á la cólera de la Divinidad, ó por haber degradado los demasiados plaό ceres aquel pueblo, ó lo que yo mas creo, por no haber sabido refrenar con severidad los delitos cometidos contra la religion de Jesucristo. Para que no pudiésemos alegrarnos por mucho tiempo de los males y perjuicios de nuestros vecinos, perdimos pocos años despues una armada numerosa sobre las playas de Inglaterra, derrota y afrenta que no podemos subsanar en muchos años, pero que no es mas que la venganza de los graves crímenes que en nuestra nacion se cometen, y si no me engaña el corazon, la de las mal encubiertas liviandades de cierto príncipe, que olvidándose de su dignidad y de su edad ya avanzada, era fama que por aquel mismo tiempo se entregaba desenfrenadamente á la lujuria, hecho que obligaba á todos los pueblos y ciudades á hacer votos y rogativas públicas, para aplacar en tanto riesgo á los santos, que irritados por la locura de un solo hombre, querian expiar tantos crímenes con un castigo general y despreciaron las oraciones de los puebios. Estémos pues persuadidos de que la salud pública estriba principalmente en sancionar la equidad y no dejar impunes los delitos, que conculcadas las leyes, violado el derecho, tenidos en menosprecio los magistrados ó suprimidas las magistraturas se hunde el imperio, se vienen abajo las mas altas fortunas, se encuentran los pueblos sin querer envueltos en un sin número de males. Mas hemos de volver á hablar mucho mas de lo relativo á la justicia.

CAPITULO XI.

De la justicia.

Estaba esforzándome en concluir y en dar la última mano á este libro, que habia empezado en mi retiro durante la estacion del verano, cuando una enfermedad inoportuna vino á sepultar en la cama á todos los que viviamos en aquella morada solitaria. Crecieron los rios con las lluvias del invierno é invadieron sus riberas, viciáronse los manantiales, y las aguas inficionaron con su excesiva humedad los campos y con su emponzoñado aliento los cuerpos de los hombres. Muchos temian hasla que estaban dañadas las carnes que comiamos, pues se decia si los ganados devoraban con avidez el increible número de sapos que habia aparecido en la llanura. Se extendió el contagio por toda la provincia, mas sobre todo por las aldeas y los campos, bien porque fuesen allí los aires mas libres, bien por estar menos á mano los remedios. Extendíase el mal á manera de peste, y en muchos lugares ó morian los enfermos enteramente abandonados, ó arrastraban tras sí á los que les asistian, envenenándoles el aire que les habia de dar la vi

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