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partida, señalándole personas principales de cuyo consejo se ayudase. Mucho sintió todo el reino de Aragon la falta deste Príncipe. Muchos debates se levantaron sobre la sucesion de aquellos reinos. El Rey, su padre, como á quien mas tocaba el daño, ¿cuántas lágrimas derramó? ¿Qué extremos y demostraciones de dolor no hizo? Cada cual lo juzgue por sí mismo. Reportóse empero lo mas que pudo, y hechas las honras de su hijo, Volvió su cuidado á asentar y asegurar las cosas de su reino. Sus privados le aconsejaban se casase, pues estaba en edad de tener hijos, con que se aseguraria la sucesion y se atajarian las tempestades que de otra suerte les amenazaban. Parecióle al Rey buen consejo este; casó con doña Margarita de Prades, dama muy apuesta y de la alcuna real de Aragon. Celebráronse las bodas en Barcelona á los 17 de setiembre. No pasaba el Rey de cincuenta y un años; pero tenia la salud muy quebrada, y era grueso en demasía; las medicinas con que procuró habilitarse para tener sucesion le corrompieron lo interior y aceleraron la muerte. Luis, duque de Anjou, avisado de lo que pasaba, fué el primero que volvió á las esperanzas antiguas de suceder en aquella corona. Despachó al obispo de Conserans para suplicar al Rey declarase por sucesor de aquel reino á Luis, su hijo y de doña Violante, que, por ser su sobrina hija del rey don Juan, era la que le tocaba en mas estrecho grado de parentesco, mayormente que su hermana mayor la infanta doña Juana era ya muerta, que falleció en Valencia dos años antes deste. Pedia otrosí que diese licencia para que la madre viniese á Aragon para criar á su hijo conforme á las costumbres de la tierra. Túvose á mal pronóstico que durante la fiesta de las bodas que el Rey celebraba le pidiesen nombrase sucesor. Los del reino tenian por mas fundado el derecho del conde de Urgel. Favorecian lo que deseaban y lo que comunmente apetecen todos, que era no tener rey extraño, sino de su misma nacion. La descendencia del Conde se tomaba del rey don Alonso el IV, su bisabuelo, cuyo hijo don Jaime fué padre de don Pedro y abuelo del Conde. Demás que estaba casado con hermana del rey don Martin, la cual su padre el rey don Pedro hobo en la reina doña Sibila. Semejantes pretensiones y esperanzas tenia, bien que de mas léjos, don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena, que por importunacion de los suyos, aunque muy viejo, entró en esta demanda como el que continuaba su descendencia de don Jaime el Segundo, rey de Aragon.

CAPITULO XX.

De una disputa que se hizo sobre el derecho de la sucesion en la corona de Aragon.

Dió el rey de Aragon audiencia al Obispo francés y enteróse bien de todo lo que pedia y de las razones en que fundaba el derecho y la pretension del Duque. Concluido aquel auto y despedida la gente, luego que se retiró á su aposento, los que le acompañaban continuaron la plática, y de lance en lance trabaron en presencia del Rey una disputa formada, que me pareció poner aquí por sumarse en ella los fundamentos de todo este pleito. Guillen de Moncada fué el primero á hablar en esta forma: «Será, señor, servido Dios de daros

sucesion, consuelo para la vida y heredero para la muerte. Pero si acaso fuese otra su voluntad, lo cual no permita su clemencia, ¿quién se podrá anteponer á Luis, hijo del duque de Anjou? Quién correr con él á las parejas, pues es nieto de vuestro hermano, nacido de su hija? No dudaré decir lo que siento. Cada cual en su negocio propio tiene menos prudencia que en el ajeno; impide el miedo, la codicia, el amor, y escurece el entendimiento. Pero si á vos no tuviéramos, por ventura, ¿no diéramos la corona á la hija del Rey, vuestro hermano? Que si vos, lo que Dios no permita, faltárades sin hijos, ¿quién quita que no se reponga la misma y se restituya en su antiguo derecho? Si le empece para la sucesion ser mujer, ya sustituye en su lugar y derecho á su hijo, aragonés de nacion por parte de madre, y legítimo porende heredero del reino.»> Acabada esta razon, los mas de los que presentes estaban la mostraban aprobar con gestos y con meneos. Replicó Bernardo Centellas: «Muy diferente es mi parecer; yo entiendo que el derecho del conde de Urgel va mas fundado. Don Pedro, su padre, es cierto que tiene por abuelo el mismo que vos, en quien pasara la corona, muerto el rey don Alonso el Cuarto, si vuestro padre el rey don Pedro no fuera de mas edad que don Jaime, su hermano, abuelo del Conde. Que si aquel ramo fal tase con sus pimpollos, ¿por qué no volverá la sustancia del tronco y se continuará en el otro ramo menor? La hembra ¿cómo puede dar al hijo el derecho que nunca tuvo? Como quier que sea averiguado ser las hembras incapaces desta corona. Que si admitimos á las hembras á la sucesion, en esto tambien se aventaja el Conde, pues tiene por mujer á vuestra hermana doña Isabel, hija del rey don Pedro y de doña Sibila, deuda mas cercana vuestra que la hija de vuestro hermano, si que la hermana en grado mas estrecho está que la sobrina.» Movieron asimismo estas razones á los circunstantes, cuando Bernardo Villalico acudió con su parecer, que era asaz diferente y extraño: «No puedo, dice, negar sino que se han tocado muy agudamente los derechos del Duque y del Conde ya nombrados, si don Alonso, marqués de Villena y conde de Gandía, no se les aventajara. El cual tiene por padre á don Pedro, hijo que fué del rey don Jaime el Segundo. De suerte que vuestro bisabuelo es abuelo del Marqués, y vuestro abuelo el rey don Alonso el Cuarto, tio del mismo, como al contrario el bisabuelo del conde de Urgel, que es el mismo rey don Alonso, es vuestro abuelo. Así, el Marqués y su hermano el conde de Prades, abuelo de vuestra mujer la reina doña Margarita, tienen con vos el mismo deudo que vos con el conde de Urgel. Que si el deudo es igual, deben ser antepuestos los que de mas cerca traen su decendencia de aquellos reyes, de donde como de su fuente se toma el derecho de la corona y de la sucesion. No hay para qué traer en consecuencia la mujer del conde de Urgel, ni ponernos en necesidad de declarar mas en particular quién fué su madre doña Sibila antes que fuese reina.» Oyeron todos con atencion lo que dijo Villalico, si bien poco aprobaron sus razones. Parecíales fuera de propósito valerse de derechos tan antiguos para hacer Rey á persona de tanta edad. De suerte que mas faltaba vo

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luntad á los que oian, que probabilidad á las razones que alegó. Tomó el Rey la mano y habló en esta manera: «Con claridad habeis alegado lo que lace por los tres ya nombrados, y aun pudiérades añadir otras cosas en favor de cualquiera de las partes. Pero hay otro cuarto que, si mi pensamiento no me engaña, tiene su derecho mas fundado. Este es el infante don Fernando, tio del rey de Castilla y hijo de doña Leonor, mi hermana de padre y de madre, en que se aventaja á la condesa de Urgel. Vuestras particulares aficiones sin duda os cegaron para que no echásedes de ver lo que hace por esta parte. El marqués de Villena y el conde de Urgel de mas léjos nos tocan en deudo. Lo mismo puedo decir del hijo del duque de Anjou; en mas estrecho grado está el hijo de mi hermana que el nieto de mi hermano, por donde es forzoso que se anteponga á los demás pretensores. Para que mejor lo entendais os propondré un ejemplo. Así como el reguero del agua y el acequia, cuando la quitan de una parte y la echan por otra, deja las primeras eras á que iba encaminada sin riego, y no las torna á bañar hasta dejar regados todos los tablares á que de nuevo encaminaron el agua, así debeis entender que los hijos y descendientes del que una vez es privado de la corona quedan perpetuamente excluidos para no volver á ella, si no es á falta del que le sucedió y de todos sus deudos, los que con él están de mas cerca trabados en parentesco. Que por estar el reino en poder del postrer poseedor, quien le tocare de mas cerca en deudo, ese tendrá mejor derecho para sucedelle que todos los demás que quier que aleguen en su defensa. Conforme á esto, yerran los que para tomar la sucesion ponen los ojos en los primeros reyes don Jaime, don Alonso, don Juan, dejándome á mí, que al presente poseo la corona, y cuyo pariente mas cercano es doña Leonor, mi hermana, y despues della su hijo el infante don Fernando, cuyo derecho en igualdad fuera razon apoyar y defender, pues mas que todos los otros pretensores se adelanta en prendas y partes para ser rey. Mienten á las veces á cada cual sus esperanzas, y de buena gana favorecemos lo que deseamos; pero no hay duda sino que las muestras que hasta aquí ha dado de virtud y valor son muy aventajadas. Este es nuestro parecer; ojalá se reciba tan bien como es cumplidero para vos, en particular los que presentes estáis, y para todo el reino en comun. Las hembras no deben entrar en esta cuenta, pues todo el debate consiste entre varones, en quien no se debe considerar por qué parte nos tocan en parentesco, sino en qué grado.» Este razonamiento del Rey, como se divulgase primero por Barcelona, en cuyo arrabal se trabó toda la disputa, y despues por toda la cristiandad volase esta fama, acreditó en gran manera la pretension de don Fernando, y aun fué gran parte para que se la ganase á sus competidores. Destas cosas se hablaba públicamente en los corrillos y á veces en palacio en presencia del Rey, de que mostraba gustar, si bien de secreto se inclinaba mas á su nieto don Fadrique, que ya era conde de Luna, y para dejalle la corona pretendia legitimalle por su autoridad y con dispensacion del papa Benedicto. Que si esto no le saliese, claramente anteponia á don Fernando, su so

brino, á todos los demás, á quien sus virtudes y proezas y haber menospreciado el reino de Castilla hacian merecedor de nuevos reinos y estados. Todavía el Rey por la mucha instancia que sobre ello hizo el conde de Urgel le nombró por procurador y gobernador de aquel reino; oficio que se daba á los sucesores de la corona, y resolucion que pudiera perjudicar á los otros pretensores si él mismo de secreto no diera órden á los Urreas y á los Heredias, dos casas las mas principales de Zaragoza, que no le dejasen entrar en aquella ciudad ni ejercer la procuracion general, sin embargo de las provisiones que en esta razon llevaba; trato doble de que mucho se sintió el conde de Urgel y de que resultaron grandes daños.

CAPITULO XXI.

De la muerte de don Martin, rey de Aragon.

El tiempo de las treguas asentadas con los moros era pasado, y sus demasías convidaban y aun ponian en necesidad de volverá la guerra y á las armas, en especial que tomaron la villa de Zahara, y talaban de ordinario los campos comarcanos y hacian muchas cabalgadas. Para reprimir estos insultos y tomar emienda de los daños el infante don Fernando, hechos los apercibimientos necesarios de soldados y armas, de dinero y de vituallas, por el mes de febrero del año que se contaba 1410 se encaminó con su campo la vuelta de Córdoba en sazon que los moros, por no poder forzar el castillo, desampararon la villa de Zahara, y los nuestros á toda prisa repararon los adarves y pusieron aquella plaza en defensa. La gente de don Fernando eran diez mil peones y tres mil y quinientos caballos, la flor de la milicia de Castilla, soldados lucidos y bravos. Acompañabanle don Sancho de Rojas, obispo de Palencia, Alvaro de Guzman, Juan de Mendoza, Juan de Velasco, don Ruy Lopez Davalos, otros señores y ricos hombres. Con este campo se puso el Infante sobre la ciudad de Antequera á los 27 de abril con resolucion de no partir mano de la empresa hasta apoderarse de aquella plaza. El rey Moro envió para socorrer á los cercados cinco mil caballos y ochenta mil infantes, gran número, si las fuerzas fueran iguales. Dieron vista á la ciudad y fortificaron sus estancias muy cerca de los contrarios. Ordenaron sus haces para presentar la batalla, que se dió á los 6 de mayo; en ella quedaron los moros desbaratados con perdida de quince mil que perecieron en la pelea y en el alcance; con el mismo ímpetu les entraron y saquearon los reales. Victoria en aquel tiempo tanto mas señalada, que de los cristianos no faltaron mas de ciento y veinte. Dió don Fernando gracias a Dios por aquella merced; despachó correos á todas partes con las buenas nuevas. Para apretar mas el cerco hizo tirar un foso de anchura y hondura suficiente en torno de los adarves, y en el borde de fuera levantar una trinchea de tapias con sus torreones á trechos, todo á propósito de impedir las salidas de los moros y hacer que no les entrase provision ni socorro. Fué muy acertado aprovecharse deste ingenio por estar el campo falto de gente, á causa que diversas compañías se derramaban por su órden para ro

bar y talar aquellos campos, como lo hicieron muy cumplidamente, sin reparar hasta dar vista á la ciudad de Málaga. Los daños eran grandes y mayor el espanto. Mandó el rey Moro que todos los que fuesen de edad se alistasen y tomasen las armas, diligencia con que juntó gran número de gente, si bien estaba resuelto de no arriscarse segunda vez, y solo se mostraba para poner miedo por los lugares cercanos, mas seguros por su fragura ó la espesura de árboles. Los cercados padecian necesidad, y lo que sobre todo les aquejaba era la poca esperanza que tenian de ser socorridos. Rendirse les era á par de muerte; entretenerse no podian; ¿qué debian hacer los miserables? Avino que trecientos de á caballo de la guarnicion de Jaen entraron con poco órden y recato en tierra de moros; que todos fueron sobresaltados y muertos. Este suceso de poca consideracion animó á los cercados para pensar podria haber alguna mudanza y suceder algun desman á los que los cercaban. Al tiempo que esto pasaba en Antequera, falleció en Boloña de Lombardía Alejandro, el nuevo y tercero pontifice, á 3 de mayo. Sepultaron su cuerpo en San Francisco de aquella ciudad. Juntáronse los cardenales que le seguian; y á 17 del mismo mes sacaron por papa á Baltasar Cosa, diácono cardenal, natural de Nápoles, y que á la sazon era legado de aquella ciudad de Boloña. Ljamóse Juan XXIII. Era hombre atrevido, sagaz, diligente, acostumbrado á valerse, ya de buenos medios, ya de no tales, como las pesas cayesen y segun los negocios lo demandasen. Dichoso en el pontificado de su predecesor, en que tuvo mucha mano; en el suyo desgraciado, pues al fin le derribaron y despojaron de la tiara. Siguióse la muerte del rey don Martin de Aragon, que falleció de modorra, postrero de aquel mes en Valdoncellas, monasterio de monjas pegado á ios muros de la ciudad de Barcelona. Su cuerpo sepultaron en Poblete con enterramiento y honras moderadas por estar la gente afligida con la pérdida presente y lo que para adelante los amenazaba. Teníanse á la sazon Cortes en Barcelona de aquel principado, no sin sospechas de alteraciones y desasosiegos. Acordaron que de todos los brazos se nombrasen personas principales que visitasen al Rey en aquella dolencia y le suplicasen que para excusar reyertas dejase nombrado sucesor. Hizose asi; llevó la habla con beneplácito de los acompañados Ferrer, cabeza de los jurados ó conselleres de aquella ciudad. Preguntóle si era su voluntad que sucediese en aquella corona el que á ella tuviese mejor derecho; abajó la cabeza en señal de consentir con la demanda. A otras preguntas que le hicieron no le pudieron sacar palabra ni respuesta. Con su muerte se acabó la sucesion por línea de varon de los condes de Barcelona, que se continuó primero en Cataluña, y despues en Aragon por espacio de seiscientos años. Añublóse la buenandanza de Aragony su prosperidad muy grande. Despertáronse otrosi las esperanzas de muchos personajes para pretender la corona en aquella, como vacante de aquel reino. En semejantes ocasiones suele ser la presteza muy importante, y la diligencia, como dicen, madre de la buena ventura. El infante don Fernando, á quien Dios tenia reservada aquella grandeza, le tenia á la sazon ocupado la

guerra de los moros. Hizo un público auto, en que aceptó la sucesion y el reino que nadie le ofrecia; juntamente despachó por sus embajadores á Fernan Gutierrez de Vega, su repostero mayor, y al doctor Juan Gonzalez de Acevedo, personas inteligentes y de maña, para que en Aragon hiciesen sus partes; que él mismo no quiso alzar la mano del cerco por la esperanza que tenia de salir en breve con la empresa, y se aumentó por cierta refriega que parte de su gente trabó cerca de Archidona con los moros, y la venció. De cuyo suceso y de la ocasion será bien decir alguna cosa, tomado de la historia elegante que Laurencio Valla escribió de los hechos y vida deste infante don Fernando, que fué poco adelante rey de Aragon.

CAPITULO XXII.

De la Peña de los Enamorados.

Apoderábanse los cristianos de diversos pueblos por aquella comarca, como de Coza, Sebar, Alzana, Mara, de unos por fuerza, y de otros que por miedo se rendian. Temian los moros no fuese lo mismo de Archidona, villa principal distante de Antequera por espacio de dos leguas. Con este cuidado metieron dentro buen golpe de soldados para que la defendiese, con la provision y municiones que pudieron juntar. Hecho esto y animados con este buen principio, corrian los campos comarcanos, hacian alzar las vituallas para que los que estaban sobre Antequera padeciesen necesidad y mengua. Tenian mas gente de á caballo que los nuestros, que era la causa de llevar adelante sus intentos. Supieron que todos los dias salian de los reales los jumentos y caballos, que los llevaban á pacer con poca guarda al rio Corza, que por allí pasa. Con este aviso acordaron dar sobre ellos de rebato y aprovecharse de aquella ocasion. Una centinela, desde un peñol que llaman la Peña de los Enamorados, avisó con ahumadas del peligro que corria la escolta, los mochileros y los forrajeros, si no les acorrian con presteza. Los cristianos, tomadas las armas, salieron de los reales y cargaron sobre los moros con tal denuedo, que los forzaron á retirarse hácia Archidona. No se pudieron recoger tan presto por estar muy trabada la escaramuza y refriega, en que á vista de la misma villa quedaron desbaratados los contrarios con muerte de hasta dos mil dellos y otros muchos que quedaron presos. Fué este encuentro tanto mas importante, que de los fieles solos dos faltaron y pocos salieron heridos. El lugar y la ocasion desta victoria pide se dé razon del apellido que aquella peña tiene, puesta entre Archidona y Antequera, y por qué causa se llamó la Peña de los Enamorados. Un mozo cristiano estaba cautivo en Granada. Sus partes y diligencia eran tales, su buen término y cortesía, que su amo hacia mucha confianza dél dentro y fuera de su casa. Una hija suya al tanto se le aficionó y puso en él los ojos. Pero como quier que ella fuese casadera y el mozo esclavo, no podian pasar adelante como deseaban, ca el amor mal se puede encubrir; y temian, si el padre della y amo dél lo sabia, pagarian con las cabezas. Acordaron de huir á tierra de cristianos, resolucion que al mozo venia mejor por volver á los suyos, que á ella por desterrarse de su pa

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tria; si ya no la movia el deseo de hacerse cristiana, lo que yo no creo. Tomaron su camino con todo secreto hasta llegar al peñasco ya dicho, en que la moza cansada se puso á reposar. En esto vieron asomar á su padre con gente de á caballo, que venía en su seguimiento. ¿Qué podian hacer ó á qué parte volverse? Qué consejo tomar? ¡ Mentirosas las esperanzas de los hombres y miserables sus intentos! Acudieron á lo que solo les quedaba, de encumbrar aquel peñol trepando por aquellos riscos, que era reparo asaz flaco. El padre con un semblante sañudo los mandó bajar; amenazábales si no obedecian de ejecutar en ellos una muerte muy cruel. Los que acompañaban al padre los amonestaban lo mismo, pues solo les restaba aquella esperanza de alcanzar perdon de la misericordia de su padre con hacer lo que les mandaba y echársele á los piés. No quisieron venir en esto. Los moros puestos á pié acometieron á subir el peñasco; pero el mozo les defendió la subida con galgas, piedras y palos y todo lo demás que le venia á la mano y le servia de armas en aquella desesperacion. El padre, visto esto, hizo venir de un pueblo allí cerca ballesteros para que de léjos los flechasen. Ellos, vista su perdicion, acordaron con su muerte librarse de los denuestos y tormentos mayores que temian. Las palabras que en este trance se dijeron no hay para qué relatallas. Finalmente, abrazados entre sí fuertemente, se echaron del peñol abajo por aquella parte en que los miraba su cruel y sañudo padre. Desta manera espiraron antes de llegar á lo bajo con lástima de los presentes y aun con lágrimas de algunos que se movian con aquel triste espectáculo de aquellos mozos desgraciados; y á pesar del padre, como estaban, los enterraron en aquel mismo lugar; constancia que se empleara mejor en otra hazaña, y les fuera bien contada la muerte, si la padecieran por la virtud y en defensa de la verdadera religion, y no por satisfacer á sus apetitos desenfrenados. Volvamos al cerco de Antequera, en que despues de la refriega de Archidona no cesaban con la artillería de batir las murallas y aportillallas por diversas partes. Los de dentro de noche rehacian con toda diligencia lo que de dia les derribaban, por donde con mucho trabajo se adelantaba poco. Ad

virtió don Fernando que lo alto de cierta torre le faltaba por estar echado por tierra; parecióle hacer por aquella parte el último esfuerzo, y que arrimadas las escalas, los soldados escalasen la muralla. Hízose así, aunque con dificultad y peligro por causa del gran esfuerzo con que los de dentro defendian la subida y la entrada de su ciudad. Finalmente, los nuestros subieron y forzaron á los moros que se recogiesen al castillo con esperanza de entretenerse en él ó rendille con partidos aventajados. El dia siguiente se levantó contienda entre los soldados sobre quién fué el primero á subir la muralla. Muchos salieron á la demanda, que fué asaz porfiada por los valedores que acudian á cada cual de las partes, deudos, amigos ó naturales de la misma tierra. Temian no resultase algun motin por aquella causa. Los jueces que señalaron sobre el caso, oidas las partes y examinados los testigos, pronunciaron que Gutierre de Torres, Sanchio Gonzalez, Serva, Chirino y Baeza fueron los primeros á acometer la subida; pero que se adelantó y se la ganó á los demás Juan Vizcaíno, que perdió la vida en la misma torre, y tras él Juan de San Vicente, que llevó el prez á todos los otros. El Infante los alabó á todos y los premió liberalmente con razon, pues tomada aquella ciudad, los enemigos, no solo perdieron una plaza tan principal, sino se quebrantaron las esperanzas de aquella gente. Ganóse Antequera á los 16 de setiembre. Los que se recogieron al castillo dende á ocho dias le rindieron á partido de salir libres con sus personas y haciendas, que se les guardó enteramente, y juntos se pasaron á Archidona. Los vencedores hicieron procesion para dar gracias a Dios por merced tan señalada. La mezquita del castillo se consagró en iglesia para celebrar en ella los oficios divinos. Quedó nombrado por alcaide del castillo y gobernador de aquella ciudad Rodrigo de Narvaez, que hizo sus homenajes al rey de Castilla. Tomáronse algunos pueblos y otros castillos por aquella comarca, talaron los campos de los moros muy á la larga; con tanto, casi pasado el otoño, dieron la vuelta á la ciudad de Sevilla, que los recibió con grandes muestras de alegría y contentamiento universal.

LIBRO VIGÉSIMO.

CAPITULO PRIMERO.

Del estado de las provincias.

TEMPORALES ásperos, enmarañados y revueltos, guerras, discordias y muertes, hasta la misma paz arrebolada con sangre afligian no solo á España, sino á las demás provincias y naciones cuan anchamente se extendia el nombre y el señorío de los cristianos. Ninguna vergüenza ni miedo, maestro, aunque no de virtud du

radera, pero necesario para enfrenar á la gente. Las ciudades y pueblos y campos asolados con el fuego y furor de las armas, profanadas las ceremonias, menospreciado el culto de Dios, discordias civiles por todas partes, y como un naufragio comun y miserable de todo el cristianismo, avenida de males y daños, si causados de alguna maligna concurrencia de estrellas, no lo sabria decir, por lo menos señal cierta de la saña del cielo y de los castigos que los pecados merecian. A Italia

traia alborotada el scisma continuado por tantos años y la ambicion desapoderada de tres pontifices, pretensores todos de la silla y cátedra de San Pedro. El descuido y flojedad de los emperadores de Alemaña, que debian, por el lugar que tenian, principalmente atajar estos daños; por una parte las armas de Ladislao, rey de Nápoles, en favor del pontifice Gregorio XII la trabajaban; por otra les hacia rostro Luis, duque de Anjou, á persuasion de los pontífices de Aviñon, de los de su valía y obediencia. En la Lombardía en particular Galeazo Vicecomite, duque de Milan, se aprovechaba para ensanchar grandemente su estado de la ocasion que aquellas revueltas le presentaban. Apoderóse antes desto de Boloña, ciudad rica y abastada; aspiraba á hacer lo mismo de las otras ciudades libres de Lombardía. Por la muerte del emperador Alberto, que falleció 1.o de junio, la vacante del imperio en Alemaña daba, como es ordinario, ocasion de revueltas, además de la flojedad de Wenceslao, antes emperador que fué y á la sazon rey de Bohemia, con que los decretos antiguos y sagradas ceremonias en aquel reino alteraban en gran parte gente novelera y sus cabezas y caudillos principales Juan Hus y Jerónimo de Praga. Recelábanse no cundiese el daño y á guisa de peste se pegase en las otras provincias. El imperio de levante gozaba de algun sosiego despues que el gran Tamorlan con su famosa entrada sujetó muchas naciones y abatió algun tanto el orgullo de los turcos. Mas todavía ponian en cuidado despues que soldada aquella quiebra y pasado el estrecho de Tracia, se entendia pretendian apoderarse de Europa, por lo menos conquistar aquel imperio de Grecia. Emanuel Paleologo, emperador griego, antevista la tempestad y el torbellino que venia á descargar sobre su casa, para apercebirse de lo necesario pasó por mar á Venecia, y dende por tierra á Francia á solicitar algun socorro contra el enemigo comun. Poco prestó esta diligencia y viaje; fuera de buenas palabras no pudo alcanzar otra ayuda, á causa que la misma Francia ardia en discordias y revoluciones despues de la muerte que dió Juan, duque de Borgoña, á Luis, duque de Orliens, á tuerto. Grandes revueltas, intentos y pretensiones contrarias, asonadas de guerra por todas partes, miserable avenida de males y tiempos alterados, en tanto grado, que el pueblo de Paris, dividido en parcialidades, unos contra otros trataban pasion, con que la ciudad muchas veces se ensangrentaba. Los mismos carniceros, ralea de gente por el oficio que usa desapiadada y cruel, entraban á la parte con las armas en favor del Borgoñon. El Rey, si bien en su dolencia y alteracion tenia algunos lucidos intervallos, no era bastante para atajar tantos males, ocasion mas aína del daño que remedio. Los ingleses á cabo de tanto tiempo por aprovecharse desta ocasion andaban sueltos por Francia con mayor porfía y esperanza que tuvieron jamás. En Aragon por la muerte del rey don Martin los naturales, por no conformarse en un parecer sobre la sucesion de aquel reino, se hallaban alterados asaz y divididos. La discordia amenazaba alguna guerra civil, puesto que con todo cuidado se trataba de asentar por las leyes y en juicio aquel debate. Los pretensores erau príncipes muy señalados en noble

za y en poder. El punto principal de la diferencia era acordar si en aquella sucesion se habia de tener cuenta con las personas que pretendian ó con el tronco que cada cual representaba, y por el cual le venia el derecho de la sucesion. Muchas juntas se tuvieron sobre el caso, que al principio ninguna cosa prestaron. Estas revueltas eran causa que el partido aragonés empeorase en Cerdeña, si bien Pedro de Torrellas le sustentaba con poca esperanza de prevalecer, por ser sus fuerzas flacas y no acudille socorros de España. En Sicilia asimismo don Bernardo de Cabrera hacia grandes demasías, lasta tener cercada la misma Reina viuda dentro del castillo de Siracusa sin ningun respeto de la majestad real. El rey de Navarra, avisado del peligro que corria su hija, á la vuelta del viaje que hizo á Francia pasó por Barcelona, do llegó á los 29 de diciembre, entrante el año de 1411, para tratar en aquella ciudad, como lo procuró, que la Reina, su hija, diese la vuelta, que pues no tenia hijo alguno, no era razon gobernase aquel reino de Sicilia con su riesgo y en provecho de otros. En Castilla, por la minoridad del Rey, gobernaban aquel reino la reina doña Catalina, su madre, y el infante don Fernando, su tio, divididas entre sí las ciudades y partidos que debian acudir á cada cual; traza poco acertada y que pudiera acarrear graves daños, en especial que no faltaban, como es ordinario, personas mal intencionadas que torcian las palabras y hechos de don Fernando para ponelle mal con la Reina. La prudencia del Infante y su mucha paciencia fué causa que todo procediese bien, sin tropiezo y sin inconveniente. Debíanle todos en comun lo que cada cual á sus padres, y concluida tan á gusto la guerra contra moros, quedó con mas renombre y fama. Asentó con aquella gente treguas en Sevilla por término de diez y siete meses; con tanto, ordenadas las demás cosas del Andalucía, dió vuelta para Castilla. En esto resultaron nuevas sospechas de revueltas á causa que don Fadrique, duque de Benavente, escapó de la prision en que le tenian de años atrás en el castillo de Monreal, muerto que hobo á Juan Aponte, alcaide de aquella fuerza. Puso este caso en gran cuidado al Infante, que temia, por ser persona poderosa y de sangre real, no fuese parte para turbar la paz. Mandó con presteza atajar los caminos, tomar los puertos á la raya de Portugal y por aquellas partes. No prestó esta diligencia, porque el Duque, ó acaso ó confiado en la amistad que tenia con su cuñado el rey de Navarra, acudió á valerse dél. Engañóle su esperanza, ca don Fernando envió sus embajadores á requerir se le entregasen, en que vino aquel Rey; y puesto el Duque en el castillo de Almodovar, tierra de Córdoba, en aquella prision feneció sus dias. Solo Portugal florecia con los bienes de una larga paz, y el nuevo Rey con obras muy señaladas recompensaba la falta de su nacimiento. Levantó un monasterio de dominicos en Aljubarrota, que se llama de la Batalla, para memoria de la que allí venció contra los castellanos. A la ribera de Tajo fundó y pobló la villa de Almerin, en Sintra un palacio real, sin otros edificios, muchos y magníficos, que á sus expensas levantó en diversas partes. Señalóse en el celo grande de la justicia, con que enfrenó las demasías, y tuvo trabados los mayores con los menores.

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