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darte, como lo hizo, se arrojó de la puente en el rio Ebro, que por debajo pasa. Destos principios se vino á rompimiento y á las puñadas. El rey don Enrique nombró por general de aquella guerra á su hijo el infante don Juan, que rompió por las tierras de Navarra, taló los campos, hizo presas de hombres y de ganados, tomó á la Guardia y á Viana, quemó á Larraga y Artajona. El odio con que peleaban era implacable; á ninguna cosa perdonaban en que el fuego y la espada se pudiesen emplear. Mucho padecian los navarros, pues en un mismo tiempo eran forzados á sustentar la guerra contra dos reyes muy poderosos, sin ser bastantes para contrastar al uno solo, á su grandeza y poder. Esto pasaba el año que se contó de Cristo de 1378, alegre para Castilla, para las demás naciones de la cristiandad aciago. Hallábase el rey de Castilla en Búrgos, presto para acudir á las cosas de la guerra, y alegre por las buenas nuevas que le venian de Navarra. Junto con esto celebraba en aquella sazon y ciudad las bodas de sus hijos. Don Alonso, conde de Gijon, su hijo bastardo, estaba concertado con doña Isabel, hija otrosí fuera de matrimonio del rey de Portugal; era el Conde mozo liviano y mal inclinado; huyóse con color de no quererse casar, hízole su padre volver del camino, y finalmente se efectuó el matrimonio. Concertó asimismo otras dos hijas bastardas que tenia con los dos hijos de don Alonso de Aragon, conde de Denia y marqués de Villena; la mayor, por nombre doña Juana, casó luego con don Pedro, el hijo menor, cuyos hijos fueron el famoso don Enrique de Villena y don Alonso. Doña Leonor, la menor, quedó desposada con don Alonso, á la sazon ausente y en poder de ingleses por prenda del rescate que su padre concertó cuando á él mismo le prendieron en la batalla de Najara; bodas que por entonces se dilataron por esta causa, y despues nunca se efectuaron. Concertáronse otrosí desposorios de doña Beatriz, hija legítima del Portugués, con don Fadrique, hijo bastardo del rey de Castilla. En Roma falleció el papa Gregorio XI á los 27 de marzo. Hechas las houras al difunto como es de costumbre, se juntaron en conclave los cardenales para nombrar sucesor. Acudieron los senadores y la nobleza romana para suplicalles no desamparasen á Roma ni se volviesen á Francia; que pues la Iglesia era Roma, nombrasen pontífice de aquella ciudad; las menguas y revueltas pasadas los moviesen á compasion de la que era cabeza de la cristiandad, origen y albergo de toda santidad. Juntaban con los ruegos amenazas; que el pueblo estaba tan alterado, que con razon se podria temer no se descomidiese y resultase algun grave escándalo. Hallábanse en el conclave cuatro cardenales italianos y trece franceses; los intentos, trazas y voluntades de todo punto diferentes y contrarias. La vocería y estruendo del pueblo los atemorizaba y aun enfrenaba, que con las armas en la mano decia á gritos: Por Dios crucificado, dadnos pontífice romano, á lo menos italiano. Con esto á los 9 de abril salió por papa Bartolomé Butillo, neapolitano, arzobispo de Bari; en el pontificado se llamó Urbano VI. Entre el ruido y regocijo del pueblo algunos cardenales se retiraron al castillo de San Angel, otros se salieron fuera de la ciu

dad, los mas se fueron á sus casas. Quejábanse de la fuerza y ponian dolencia en la eleccion; pero todos de comun consentimiento, sea por estar mudados de voluntad, sea por conformarse con el tiempo, se hallaron á la coronacion del nuevo Papa, que se hizo á los 18 de abril, que fué el principal fundamento en que estribó la defensa de Urbano en el scisma gravísimo que luego resultó; porque si fueron forzados, ¿qué les movió á volver á Roma y hallarse á la coronacion? Y si de voluntad eligieron, ¿qué desvarío retratar con daño comun y tan grave lo que una vez aprobaron? Alegaban que los caminos estaban tomados y todos los pasos con guardas de soldados. Color y capa que tomaron, como á la verdad no pudiesen llevar la severidad del nuevo Pontífice, mayor por ventura que podian llevar tiempos tan estragados. Urbano tambien se pudiera templar algun tauto de suerte que la gente no se alterara, acomodarse á lo presente y desear lo mejor para adelante. Luego al principio de su pontificado quitó el gobierno de la Campania á Honorato Cayetano, conde de Fundi, ocasion cual deseaban los cardenales mal contentos para intentar novedades y alterar la paz de la Iglesia, que con achaque de los grandes calores y el cielo de Roma malsano se salieron de Roma, y por diversos caminos se juntaron en Fundi. En esta ciudad, á los 19 de setiembre, nombraron por papa á Roberto, cardenal de Ginebra, con nombre de Clemente VII, que fué dar principio al scisma y á los debates entre los dos pontífices y á las descomuniones y censuras que el uno contra el otro fulminaron. El papa Urbano, para suplir el colegio y consistorio, en un dia crió veinte y nueve cardenales de diversas naciones, varones todos señalados. Clemente se partió luego para Aviñon con harta duda de la cristiandad sobre cuál fuese el verdadero papa. Los italianos, los alemanes y los ingleses seguian al papa Urbano; los franceses y los escoceses á Clemente; los españoles al principio estuvieron neutrales y á la mira, si bien de la una y de la otra parte les hacian gran instancia con embajadas para que se declarasen.

CAPITULO II.

De la muerte del rey don Enrique.

En el mismo tiempo que la república cristiana se comenzaba á turbar con el scisma de dos pontifices que se continuó por largos años, los portugueses gozaban de una larga y grande paz; cuanto á lo demás las cosas de aquel reino no se podian hallar en peor estado. La Reina apoderada del Rey mas de lo que fuera razon; la fama de su honestidad no tal ni tan buena. Decian tenia puestos los ojos y la aficion en don Juan Fernandez de Andeiro, conde de Uren. A sus parientes y aliados solamente se daban los cargos y gobiernos; la demás nobleza por el mismo caso estaba descontenta y perseguida, ó de callada, ó al descubierto. Amenazaba alguna gran tempestad, por cuyo miedo el infante don Donis, hermano de aquel Rey, se retiró á Castilla, como queda dicho de suso. Poco despues hizo lo mismo el infante don Juan, su hermano. A don Juan, hermano de los mismos, aunque bastardo y maestre de Avis, pu

sieron en prision y le amenazaron de muerte. El, como prudente, acordó disimular y acomodarse al tiempo y con algunos servicios y muestras de dolor aplacar el ánimo irritado de la Reina. En Lisboa, cabeza de aquel reino, se fortaleció con muros la parte mas baja de aquella ciudad, que remata con el mar. Hizo esto el rey don Fernando, así por el daño que por allí se recibió los años pasados como para pertrecharse y apercebirse para todo lo que pudiese suceder. Los dos pontífices no se descuidaban en solicitar por sus legados á los reyes de España para que se declarasen. El de Aragon todavía se quiso estar neutral, bien que sentido en particular del pontífice Urbano que trataba de desposeelle de Cerdeña y de Sicilia; todavía no dió lugar que en su reino se leyesen los edictos que Clemente contra él fulminaba. Solo proveyó que las rentas eclesiásticas y aprovechamientos que pertenecen al Papa se pusiesen en tercería en poder de un depositario que las tuviese de manifiesto hasta tanto que la Iglesia determinase á quién se debia acudir con ellas. Los legados de Urbano enviados al rey don Enrique le hallaron en Córdoba, do era ido para proveer á las cosas del Andalucía. Pedian en nombre del que los enviaba que le tuviese por verdadero pontífice, y declarase á su competidor por falso, elegido contra los cánones y derecho. Oyólos benignamente; pero antes de resolverse en negocio tan grave, acordó juntar en Toledo las personas mas señaladas del reino para determinar lo que se debia responder. Hallábase en aquella ciudad el infante don Juan, su hijo, de vuelta de la guerra y con intento de pasar el invierno en aquellas partes. Acudieron embajadores del rey de Francia, que vinieron á hacer las partes de Clemente. Hizose la junta; los obispos, los ricos hombres y letrados que en ella se hallaron, habido su acuerdo, finalmente respondieron no tocaba á ellos el juicio y determinacion de aquella controversia, mas que estaban prestos de seguir lo que la Iglesia en el caso determinase, y en el entre tanto las rentas y proventos pertenecientes al Papa estarian guardados para el que ella juzgase era verdadero papa. Con esta respuesta se volvieron los embajadores el año de 1379. Don Enrique se fué de allí á Búrgos, donde estando apercibiendo las cosas necesala guerra de Navarra, le vinieron embajadores de parte de aquel Rey, hombres muy principales, con muy cumplidos poderes para hacer conciertos de paz, que se asentó finalmente con estas condiciones: que saliesen de Navarra todos los soldados ingleses; que para mayor seguridad veinte fuerzas, y entre ellas fuesen las tres, Estella, Tudela y Viana, por diez años tuviesen guarnicion de castellanos; que el rey de Castilla para ayuda de los gastos hechos en aquella guerra prestase al de Navarra hasta en cantidad de veinte mil ducados luego que se firmasen las paces. Concluido el concierto, los dos reyes se vieron en Santo Domingo de la Calzada. Llevaron gran repuesto, y á porfía pretendia cada cual aventajarse en todo género de grandeza, cortesía y comedimiento. El rey de Granada por el mismo caso se recelaba no revolviesen las fuerzas de los cristianos en daño suyo. Acusábale su conciencia por lo que hizo en tiempo del rey don Pedro en su ayuda; no

rias para

se persuadia estuviese el rey don Enrique olvidado, ni que le faltase voluntad de tornar de todo emienda. Las fuerzas no eran bastantes, si se venia á rompimiento y á las puñadas. Acordó valerse de arte y de maña. Persuadió á un moro que con muestra de huir de Granada se pasase á Castilla y procurase dar la muerte al Rey. El moro era sagaz como la pretension lo pedia; procuró ganar la gracia del Rey, ya con servicios á propósito, y con ricas joyas y preseas que le presentaba. Entre los demás presentes le dió unos borceguíes á la morisca muy vistosos y primos, pero inficionados de veneno mortal. Así lo atestiguan autores muy graves; conseja á que dió crédito la dolencia que desde que se los calzó le sobrevino, que en diez dias le acabó en la misma ciudad de Santo Domingo; su muerte fué domingo á 29 del mes de mayo. Bien es verdad que autores mas atentados y graves testifican falleció del mal de gota. Vivió cuarenta y seis años y cinco meses; reinó despues que se llamó rey en Calahorra trece años y dos neses. Varon de los mas señalados, y príncipe en la prosperidad y adversidad constante contra los encuentros de la fortuna, de agudo consejo y presta ejecucion, y que el mundo le puede llamar bienaventurado por la venganza que tomó de las muertes de su madre y de sus hermanos con la sangre del matador y con quitalle de la cabeza la corona. Ejemplo finalmente con que se muestra que la falta del nacimiento no empece á la virtud y al valor, y que si enfrenara sus apetitos deshonestos en que fué suelto, pudiera competir con los reyes antiguos mas señalados. La franqueza demasiada de que algunos le tachan desculpa asaz la revuelta de los tiempos y la codicia de los nobles, que no se dejaban granjear sino á precio de grandes y excesivas mercedes. Además que estaba puesto en razon hiciese parte de los premios de la victoria á los que se la ayudaron á ganar y se hallaron á los peligros y trabajos. Todavía en su testamento corrigió en gran parte esta liberalidad con excluir de la herencia de aquellos estados que dió á los deudos trasversales, y admitir solamente á los decendientes, hijos y nietos, traza con que gran parte de los pueblos que por esta causa se enajenaron y de las donaciones enriqueñas han vuelto á la corona real. Hallóse á su muerte don Juan Manrique, obispo de Sigüenza; con él comunicó sus cosas, y nombradamente con él envió á don Juan, su hijo, los avisos siguientes: que en el scisma que corria no se inclinase fácilmente á ninguna de las partes; trajese siempre ante sus ojos el santo temor de Dios y el amparo de su Iglesia; conservase con todas las fuerzas y con toda buena correspondencia la amistad de Francia, de donde les vino en sus cuitas el remedio; pusiese en libertad todos los cautivos cristianos; procurase buenos ministros y criados, que son el todo para gobernar bien. Advirtióle empero que de tres raleas y suertes de gentes que se hallaban en el reino, los que siguieron su parcialidad, los que al rey don Pedro y los que se mantuvieron neutrales, á los primeros consérvase las mercedes que él les hizo, mas que de tal suerte se fiase dellos, que se recelase de su deslealtad y inconstancia; á los segundos podria cometer cualesquier oficios y cargos, como á personas constantes, y que procurarian

recompensar con sus buenos servicios las ofensas pasadas y hacer con toda lealtad y cuidado lo que les encomendase; á los terceros mantuviese en justicia, mas no les encargase cuidado alguno ni gobierno del reino, como á personas que mirarian mas por sus particulares que por el pro comun. Llevaron su cuerpo de aquella ciudad en que falleció á la de Búrgos. Acompañóle su hijo don Juan, ya rey. Depositáronle en el sagrario de la iglesia mayor en la capilla de Santa Catalina. Las honras le hicieron con real aparato y toda muestra de majestad. De allí le pasaron á Valladolid, y al fin del mismo año á una capilla que se labró á costa del Rey en Toledo en aquella parte de la iglesia mayor que estaba junto á la torre principal, en que por tradicion de padres á hijos se tiene por cierto que puso los piés la sagrada Virgen cuando bajó del cielo para honrar á su siervo Ilefonso. Esta capilla en tiempo del emperador don Cárlos se pasó á otra parte, donde al presente están enterrados los cuerpos deste Rey, de su hijo y nieto que le sucedieron, y de las reinas sus mujeres en seis sepulcros de obra curiosa y prima, cada uno con su letrero. Asisten en esta capilla, y en ella celebran los oficios treinta y seis capellanes, con muy buenas rentas, que para sustentarse les señalaron y tienen. Mandóse sepultar con el hábito de santo Domingo por el amor y devocion que él tenia á la memoria de aquel Santo, su pariente; de cuyo órden tenian otrosí costumbre los reyes de tomar confesor. Murió tambien por aquel tiempo el rey Moro, á quien sucedió Mahomad, llamado por sobrenombre el de Guadix por la curiosidad que tuvo de hermosear y engrandecer aquella ciudad. Este por haber tenido el reino con quietud y sin alteraciones civiles puede ser tenido por mas aventajado y dichoso que todos sus antepasados. El rey de Aragon, aunque viejo y anciano, se tornó nuevamente á casar; tomó por mujer á Sibila Fortia, que era una dama viuda de gran hermosura, por la cual la prefirió al casamiento con que le convidaban de Juana, reina de Nápoles. Tuvo dos hijos deste casamiento, que murieron en su tierna edad, y una hija llamada Isabel, que adelante casó con el conde de Urgel.

CAPITULO III.

De cómo comenzó á reinar el rey don Juan.

El rey don Juan, concluido el enterramiento y honras de su padre, recibió en Búrgos en las Huelgas la corona del reino en edad que era de veinte y un años y tres meses. Juntamente con él se coronó su mujer la reina dona Leonor. Armó caballeros á cien mancebos, la flor de la caballería, con las ceremonias que se acostumbraban en aquel tiempo. Demás desto á aquella nobilísima ciudad, por los gastos que en tal solemnidad le fué necesario hacer y en premio de su bien probada lealtad, le hizo donacion de la villa de Pancorvo. Teníanse Cortes en aquella ciudad, en que se establecieron muchas cosas: una, que el clérigo de menores órdenes casado pechase; pero que si fuese soltero, coino trajese abierta la corona y hábito clerical, gozase del privilegio de la Iglesia. Fueron grandes las alegrías y fiestas que se hicieron por todo el reino por la coro

nacion del nuevo Rey, tanto con mayor aficion y voluntad cuanto mas confiaban que el hijo saldria semejable á su padre en todo género de virtud y caballería, porque era de noble condicion, dócil ingenio, apacibles costumbres y un alma compuesta y inclinada á todas obras de piedad, no de precipitado ó arrebatado juicio, sino inclinado á oir el ajeno. Era bajo de cuerpo, pero en su aspecto representaba majestad. Luego que tomó el cuidado del reino, lo primero en que puso mano fué en señalarse por amigo de los franceses, y así hizo poner luego á punto una armada y enviarla contra Juan de Monforte, duque de Bretaña, á quien por el favor que daba á los ingleses aquel Rey y su consejo le dieron por enemigo de la corona de Francia, y con público pregon adjudicaron sus bienes y estado al fisco real. Corrió la armada toda la costa de Bretaña y en ella ganó una fuerza que llaman Gayo. El Rey pasó en Burgos lo restante del estío. Esta pública alegría dos cosas que acontecieron, la una la aguó algo, y la otra la aumentó. La primera fué que un judío, llamado Josef Pico, muy principal entre los suyos y muy rico, fué muerto por engaño y envidia de su misma gente. Era este recogedor general de las alcabalas reales y tesorero, por donde vino á tener gran cabida y autoridad con todos. Algunos de su nacion judíos, hombres principales, no se sabe por qué, le tenian mala voluntad, y con este odio dieron traza de matalle. Para esto por engaño, sin entender el Rey lo que hacia, ganaron una provision real en que mandaba fuese luego muerto; cogieron de presto al verdugo real, ó inducido con el mismo engaño, ó sobornado con dineros, lo cual se puede sospechar, pues tan de rebato usó de su oficio. Acudieron á la casa de Josef, que estaba bien seguro de tal caso, en que de improviso le acabaron. Conocido el engaño, se hizo justicia de los culpados y se le quitó á esta nacion la potestad que tenia y el tribunal para juzgar los negocios y pleitos de los suyos; desórden con que habian hasta allí disimulado los reyes por la necesidad y apretura de las rentas reales y ser los judíos gente que tan bien saben los caminos de allegar dinero. Materia de contento extraordinario fué el hijo que nació al Rey en Búrgos á los 4 de octubre, sucesor que fué y heredero de sus estados; su nombre don Enrique por memoria de su abuelo y para que remedase su valor y virtudes. En fin deste año y principio del siguiente, que se contó de 1380, las lluvias fueron grandes y continuas en demasía; salieron con las avenidas de madre los rios, rebalsaron los campos y las labradas y sembrados, en particular el rio Ebro cerca de Zaragoza rompió los reparos y tomó otro camino, de guisa que para hacelle volver á su curso se gastó mucho trabajo y dinero. De Búrgos pasó el Rey á Toledo, ciudad en que de nuevo hizo las honras de su padre y puso su cuerpo, como queda dicho, en su sepulcro de asiento. Partió para el Andalucía con intento de acudir á la ayuda de Francia contra los ingleses. Armó en Sevilla veinte galeras, con que el almirante Fernan Sanchez de Tovar, que iba por general, costeadas las riberas de España y de Francia, no paró hasta llegar á Inglaterra, y por el rio Támesis arriba dar vista á la ciudad de Londres, cabeza de aquel reino, con gran mengua y cuita de aquella

de

les y en el cerco que tenia puesto sobre Castronuevo, pueblo de Bretaña. Su linaje ilustre, sus hazañas esclarecidas; su padre se llamó Reginaldo Claquin, señor de Bronio cerca de Rennes, ciudad muy conocida en el ducado de Bretaña. El oficio de condestable, que es muy preeminente en Francia y vacó por su muerte, se dió poco adelante á Oliverio Clison. Murió asimismo á los 16 de setiembre Cárlos, rey de Francia, en el bosque de Vincenas, que mandó en su testamento sepultasen el cuerpo de Claquin junto al suyo en San Dionisio, sepultura de aquellos reyes junto á Paris; honra muy debida á lo mucho que sirvió en su vida y á su valor. Sucedió en aquella corona Cárlos, hijo del difunto, sexto deste nombre. Al rey de Portugal aquejaba el cuidado de lo que seria de aquel reino despues de su muerte. La edad estaba adelante, no tenia hijo varon ni esperaba tenelle. Doña Beatriz, habida en la Reina, de la cual adelante se puso en duda si era legítima, en vida del rey don Enrique quedó desposada con su hijo bastardo don Fadrique, duque de Benavente. No quiso el Portugués despues de muerto el rey don Enrique pasar por estos desposorios, antes despachó sus embajadores al nuevo rey de Castilla, que volvia del Andalucía para pedille para su hija alinfante don Enrique, si bien era niño de pocos meses nacido; acuerdo poco acertado, sujeto á grandes inconvenientes, por la edad de los novios tan diferente y desigual. Todavía el rey don Juan no desechó aquel partido por la comodidad que se presentaba de haber el reino de Portugal por aquel camino y juntalle con Castilla. Tratóse de las condiciones, y finalmente en Soria, donde se juntaron las Cortes de Castilla, se concertaron los desposorios, que al cabo no surtieron efecto. Prendieron por mandado del Rey al adelantado Pedro Manrique; cargábanle ciertas pláticas y tratos que decian tenia con don Alonso de Aragon, conde de Denia, en perjuicio del reino. La verdad es que murió en la prision sin dejar hijos. Sucedióle en aquel cargo y en sus estados su hermano Diego Manrique, merced que tenia bien merecida por su valor y los servicios que hiciera en la guerra de Navarra. Era el rey de Francia de poca edad; tenia en su lugar el gobierno de aquel reino Luis, duque de Anjou, por aventajarse á los otros señores de Francia y por el deudo que alcanzaba con aquella casa real. Recelábase el rey de Aragon no quisiese con aquella ocasion volver á la pretension del reino de Mallorca por el derecho que de suso queda tratado. Pero á él otro cuidado le aquejaba mas, que era amparar la reina de Nápoles, y de camino asegurar para su casa la sucesion de aquel reino; acudió, sin embargo, el rey don Juan de Castilla, despachó embajadores á Francia para tratar de conciertos. Dió oidos el de Anjou á estas pláticas por quedar desembarazado para la empresa de Italia. Asentaron que vendiese á dinero el derecho que con dinero comprara, en que el rey don Juan puso de su casa buena cantía en gracia de su suegro, y por el deseo que tenia no se alterase el sosiego de que en España gozaban. Despachó otrosi embajadores al soldan de Egipto que de su parte le hiciesen instancia para que pusiese en libertad á Leon, rey de Armenia, que tenia cautivo, y se le murieran en la prision mujer y hija. Condescen

gente y ciudadanos, que veian la armada enemiga á sus puertas, talados sus campos, quemadas sus alquerías y casas de campo sin poderlo remediar. La discordia entre los pontifices andaba mas viva que nunca; castigo de los muchos pecados del pueblo y de las cabezas. El mayor daño y que hacia mas incurable la dolencia, que cada cual de las partes tenia sus valedores, personas en letras y santidad eminentes hasta señalarse con milagros. ¿Qué podia con esto hacer el pueblo? Qué partido debia seguir? Ardia el pontífice Urbano en un vivo deseo de tomar emienda de la reina de Nápoles, causadora principal de aquel scisma, ca si no fuera con su sombra, no acometieran los cardenales á ejecutar lo que hicieron. Para atender á esto con mayores fuerzas y mas de propósito hizo paces con florentines y perusinos y otros pueblos que no le querian reconocer homenaje y andaban alborotados. Convidó á Cárlos, duque de Durazo, á pasar en Italia con intencion que lo dió y promesa de hacelle rey de Nápoles. Este Carlos estaba casado con Margarita, su prima hermana, hija que fué de su tio Cárlos, duque de Durazo; marido y mujer eran bisnietos de Cárlos II, rey Nápoles, como queda deducido de suso. Aceptó las ofertas del Pontífice, ayudóle con gente y dinero Ludovico, rey de Hungría, por el odio que tenia contra la Reina, por la muerte que dió á su marido Andreaso, hermano del Húngaro. Demás desto, la soltura desta Reina en materia de honestidad era muy conocida. La grandeza y la fama de los príncipes corren á las parejas; así sus virtudes como sus vicios están á la vista de todos, y cuanto es mayor y mas alto el lugar, tanto debe ser menor la libertad, por el ejemplo, que si es malo, cunde y empece mucho. No se le encubrieron á la Reina los intentos del Pontífice y sus trazas. Sabia muy bien el aborrecimiento que comunmente le tenian, ocasionado de la torpeza de su vida. Recelábase por el mismo caso que no tendria fuerzas bastantes para contrastar á tan poderosos enemigos. No tenia sucesion, si bien se casó cuatro veces: la primera con Andreaso, al cual ella misma dió la muerte; la segunda con Ludovico, príncipe de Taranco, deudos el uno y el otro muy cercanos suyos; la tercera con don Jaime, infante de Mallorca; y últimamente tenia por marido á Oton, duque de Branzvique. Comunicóse con el otro pontifice Clemente, y habido con él su acuerdo, determinó para desbaratar aquella tempestad y torbellino que contra ella se armaba valerse de las fuerzas de Francia. Para esto probijó á Luis, duque de Anjou, príncipe muy poderoso. Dióle título de duque de Calabria, que era el que tenian los herederos de aquel reino de Nápoles. Hizose el auto de la adopcion con la solemnidad necesaria en el castillo de aquella ciudad, llamado del Ovo, á los 29 de junio. Principios de grandes alteraciones y guerras que adelante resultaron, en que entró tambien á la parte España finalmente, y el primer título que tuvieron aquellos duques de Anjou para pretender con tanta porfía y por tanto tiempo el reino de Nápoles; traza enderezada para defenderse la Reina y juntamente afirmar el partido del papa Clemente, que á la una y al otro prestó poco. Falleció por este tiempo á 13 de julio el valeroso caudillo Beltran Claquin; tomole la muerte en los rea

dió el Bárbaro con aquellos ruegos tan puestos en razon. Soltó al preso, que envió con cartas que le dió soberbias y hinchadas en lo que de sí decia, honoríficas para el rey don Juan, cuyo poder y valor encarecia, y le pedia su amistad. Vino aquel Rey despojado tres años adelante, primero á Francia, dende á Castilla. Es muy propio de grandes reyes levantar los caidos, y mas los que se vieron en prosperidad y grandeza. Recibióle el Rey y hospedóle con toda cortesía y regalo, y para consuelo de su destierro y pasar la vida le consignó las villas de Madrid y Andújar con rentas necesarias y bastantes para el sustento de su casa. No paró mucho en España, antes dió la vuelta á Francia con intento de pasar á Inglaterra para concertar aquellos reyes y persuadilles que dejadus entre sí las armas, las volviesen con tanto mayor prez y gloria contra los enemigos de Cristo los infieles de Asia. En esta demanda sin efectuar cosa alguna le tomó la muerte, y le atajó sus trazas como suele. En la iglesia de los monjes celestinos de Paris, en la capilla mayor se ve el dia de hoy un arco cavado en la pared con un lucillo de mármol de obra prima con su letra que declara yace en él Leon, rey de Armenia.

CAPITULO IV.

Que Castilla dió la obediencia al papa Clemente. Estaba el mundo alterado con el scisma de los romanos pontífices, y los príncipes cristianos cansados de oir los legados de las dos partes. Los escrúpulos de conciencia, que cuando se les da entrada se suelen apoderar de los corazones, crecian de cada dia mas. El Rey determinó de hacer Cortes de Castilla para resolver este punto en Medina del Campo. Grandes fueron las diligencias que en ellas los legados de ambas partes hicieron, por entender que lo que allí se determinase abrazaria toda España. No se conformaban los pareceres, unos aprobaban la eleccion de Roma, otros la de Fundi. Los mas prudentes juzgaban que como si hobiera sede vacante, se estuviesen á la mira; y que esta causa se debía dejar entera al juicio del concilio general. Entre estos dares y tomares parió la Reina á los 28 de noviembre un hijo, que llamaron don Fernando, que en nobleza de corazon y prosperidad de todas sus empresas excedió á los príncipes de su tiempo, y llegó á ser rey de Aragon por sus partes muy aventajadas. Vinieron tambien á estas Cortes gran número de monjes benitos; quejábanse que algunos señores, á título de ser patrones de sus ricos y grandes conventos, les hacian en Castilla la Vieja grandes desafueros, ca les tomaban sus pueblos y imponian á los vasallos nuevos pechos; avocaban á sí las causas criminales y civiles, y todas las demás cosas hacian á su parecer y albedrío contra toda órden de derecho y contra las costumbres antiguas. Señaláronse jueces sobre el caso, varones de mucha prudencia, que pronunciaron contra la avaricia y insolencia de los señores, y decretaron que á ninguno le fuese lícito tocar á las posesiones y rentas de los conventos, y que solo el Rey tuviese la proteccion dellos, lo cual se guardó por el tiempo de su reinado. Entre los cardenales que siguieron las partes de Clemente fué uno don Pedro de Luna, hechura del pontífice Grego

rio, de muy noble alcuña entre los aragoneses, de vivo y grande ingenio y muy letrado en derechos. Por esta causa Clemente le envió por su legado á España al principio del año de 1381, por ver si con su buena maña y letras podria atraer nuestra nacion á su parcialidad y devocion. En Aragon salió en vacío su trabajo por no querer resolverse en tan grande duda el Rey y sus grandes. Con el rey de Castilla tuvo mayor cabida. Juntáronse en la corte los varones mas señalados del reino, y gastados muchos dias para la resolucion deste negocio, finalmente en Salamanca, para do trasladaron la junta, á 20 de mayo dieron por nula la eleccion de Urbano, y aprobaron la de Clemente, que residia en Aviñon, como legal y hecha sin fuerza, en que parece atendieron á que residia cerca de España y á la amistad del rey de Francia mas que á la equidad de las leyes. Muchos tuvieron por mal pronóstico y por indicio de que la sentencia fué torcida la muerte que vino á esta sazon á la reina doña Juana, madre del Rey, santísima señora, y tan limosnera, que la llamaban madre de pobres. En su viudez trajo hábito de monja, con que tambien se enterró. Hízose el enterramiento en Toledo junto á don Enrique, su marido, con célebre aparato, mas por las lágrimas y sentimiento del pueblo que por otra alguna cosa. Clemente trabajaba de traer á España á su devocion, como está dicho, y al mismo tiempo en Italia se mostraban grandes asonadas de guerra. Don Cárlos, duque de Durazo, vino de Hungría á Italia al llamado del pontífice Urbano; diéronle los florentines gran suma de dinero porque no entrase de guerra por la Toscana. En Roma le dió el Pontífice título de senador de aquella ciudad y la corona del reino de Nápoles. Allí desde que llegó le sucedieron las cosas mejor de lo que él pensaba, que todas las ciudades y pueblos abiertas las puertas le recibian, hasta la misma nobilísima y gran ciudad de Nápoles. La Reina, por la poca confianza que hacia así de su ejército como de la lealtad de los ciudadanos, se hizo fuerte por algun tiempo en Castelnovo. Oton, su marido, fué preso en una batalla que se arriscó á dar á los contrarios, con que la Reina, perdida toda confianza de poderse tener, se rindió al vencedor. Pusiéronla en prisiones, y poco despues la colgaron de un lazo en aquella misma parte en que ella hizo dar garrote á su marido Andreaso. Muerta la Reina, dieron libertad á Oton para que se fuese á su tierra; con esta victoria la parte de Urbano ganó mucha reputacion. Parecia que Dios amparaba sus cosas y menguaba las de su competidor. Habia entrado en Italia el duque de Anjou con un grueso campo; falleció empero de enfermedad en la Pulla, provincia del reino de Nápoles; con su muerte se regalaron y fueron en flor sus esperanzas y trazas. Don Luis, infante de Navarra, tenia deudo con Cárlos, el nuevo conquistador de aquel reino, ca estaban casados con dos hermanas, como se tocó de suso. No pudo hallarse en esta empresa ni ayudarle por estar ocupado en la guerra que en Atica hacia con esperanza de salir con el ducado de Atenas y Neopatria, por el antiguo derecho que á él tenian los reyes de Nápoles; mas los principales de aquella provincia, por traer su descendencia de Cataluña, se inclinaban mas á los aragoneses, y no cesabau de llamar, ya por cartas, ya por

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