Imágenes de páginas
PDF
EPUB

rique, maestre de Santiago, tuviese sus. veces y la administracion de aquel maestrazgo, con libre poder de hacer y deshacer. Concluidas en un tiempo cosas tan grandes, el Rey se fué á Alcalá; á la misma sazon parió la Reina en Illescas una hija, á 5 de octubre, que se llamó doña Catalina, cosa que causó grande alegria á toda la provincia, no solo por el nacimiento de la Infanta, sino por entender que la Reina no era mañera, y por la esperanza que concibieron que otro dia pariria bijo varon. Esta alegría se escureció algun tanto con la muerte del arzobispo de Toledo, que en breve se siguió. Falleció de una larga enfermedad en Alcalá de Henáres á 24 de octubre; su sepultura de mármol y de obra prima se ve en la capilla de San Pedro, parroquia de la iglesia mayor de Toledo, capilla que hizo él mismo edificar á su costa. En su lugar por votos del cabildo fué puesto don Juan Martinez de Contreras, dean que á la sazon era de Toledo, natural de Riaza, y que fué vicario general de su predecesor. El cabildo se inclinaba al maestrescuela Juan Alvarez de Toledo, hermano de Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa. Interpúsose el Rey, que cargó con su intercesion' en favor del Dean. Así salió electo, y luego se partió para Roma con intento de alcanzar confirmacion de su eleccion del papa Martino V; tal era la costumbre de aquel tiempo; en ida y vuelta gastó casi dos años.

CAPITULO XIII.

Cómo falleció el rey moro de Grañada.

dad de Nápoles, fué cercada por las gentes de Aragon, y aunque se defendió largamente por el sitio del lugar y valor de la guarnicion, en fin se rindió á don Alonso. Don Pedro, infante de Aragon, movido, así por las cartas del Rey, su hermano, como de su voluntad, con licencia del rey de Castilla se partió para aquella guerra de Nápoles al principio del año 1422. En Madrid se hacian y continuaban las Cortes generales. Hallóse presente don Juan, infante de Aragon, y otros señores en gran número. El arzobispo de Toledo, por estar doliente, no se pudo hallar presente. Don Enrique y sus consortes, porque el Rey les queria hacer fuerza si no venian á las Cortes, trataron entre sí el negocio, y resolvieron que don Enrique y Garci Fernandez Manrique, adelante conde de Castañeda, obedeciesen; mas el Condestable y Pedro Manrique se quedasen en lugares seguros para todo lo que pudiese suceder. A 13 de junio don Enrique y Garci Fernandez entraron en Madrid. Recibieronlos bien y aposentáronlos amorosamente; el dia siguiente, como llamados por el Rey fuesen al alcázar á besalle la mano, los prendieron. A don Enrique enviaron en prision al castillo de Mora; dióse á Garci Alvarez de Toledo, señor de Oropesa, cuidado de guardalle, y al conde de Urgel, que desde los años pasados tenian preso en aquel castillo, pasaron á Ma. drid. En las Cortes pusieron acusacion á estos señores de haber ofendido á la majestad y tratado con los moros de hacer traicion á su Príncipe y á su patria. Catorce cartas del Condestable, escritas al rey Juzef, se presentaron y leyeron en este propósito. Pareció ser esto una maldad atroz; así, los bienes de don Enrique y Garci Manrique por sentencia de los jueces que señalaron fueron confiscados; lo mismo se determinó y sentenció de Pedro Manrique, que, avisado de lo que pasaba, era ido á Tarazona. Ordenóse otro tanto de los bienes del Condestable, el cual, perdida la esperanza de ser perdonado, en compañía de doña Catalina, mujer de don Enrique, primero se recogió á Segura, pueblo asentado en lugares muy ásperos y de dificultosa subida hacia el reino de Murcia, despues se fué á tierra de Valencia. Dejó en Castilla grandes estados que tenia, es á saber, á Arcos, Arjona, Osorno, Ribadeo, Candeleda, Arenas y otros pueblos en gran número; con que la casa de Davalos de grandes riquezas y estado que tenia comenzó á ir de caida y arruinarse. Levantáronse otrosí á nuevos estados diferentes casas y linajes, de nobles y ilustres personajes, como los Fajardos, los Enriquez, los Sandovales, los Pimenteles y los Zúñigas, no de otra guisa que de los pertrechos y materiales de alguna gran fábrica, cuando la abaten se levantan nuevos edificios. Rugióse por entonces que aquellas cartas del Condestable eran falsas, y aun se averiguó adelante que Juan García, su secretario, las falseó por su misma confesion, que hizo puesto á cuestion de tormento. Disimulóse empero por ser interesados el Rey y los que con aquellos despojos se enriquecieron, si bien justiciaron conforme á las leyes al falsario. A don Alvaro de Luna con esta ocasion dió el Rey título de conde de Santisteban de Gormaz, y le nombró por su condestable. A don Gonzalo Mejía, comendador de Segura, se encargó que en lugar de don En

En Toledo, para donde, acabadas las Cortes, se partió en breve el rey de Castilla, con su ida se mudó la forma del gobierno, por estar antes revuelta y sujeta á diferencias y bandos. Tenian costumbre de elegir para dos años seis fieles, tres del pueblo, y otros tantos de la nobleza. Estos, con los dos alcaldes que gobernaban y tenian cargo de la justicia y con el alguacil mayor, representaban cierta manera de senado y regimiento, y gobernaban las cosas y hacienda de la ciudad. Podian entrar en las juntas que hacian y en el regimiento de los nobles todos los que quisiesen hallarse presentes, con voto en los negocios que se ventilaban; desórden muy grande por ser los regidores, parte inciertos, parte temporales. Dióse órden en lo uno y en lo otro por mandado del Rey, y decretóse que conforme á lo que el rey don Alonso, su tercer abuelo, estableció en Búrgos, se nombrasen diez y seis regidores de la nobleza y del pueblo por partes iguales, los cuales fuesen perpetuos por toda su vida, y lo que la mayor parte destos. determinase, esto se siguiese y fuese valedero. Cuando alguno falleciese, sucediese otro por nombramiento del rey; camino por donde se dió en otro inconveniente, que los regimientos comenzaron á venderse en grave daño de la república; así muchas veces se vuelve en contrario lo que de buenos principios y con buenos intentos se encamina. Con mayor ocasion algun tanto despues se corrigió la forma del gobierno en Pamplona, que estaba dividida en tres gobernadores ó alcaldes, que á otras tantas partes de la ciudad hacian justicia, conviene á saber, uno al arrabal, otro á la ciudad, el tercero á cierto barrio, que se llama Navarreria; cosa

2

ון

y el condestable don Ruy Lopez Davalos y los demás forajidos de Castilla. Sobre lo uno y lo otro envió el rey de Aragon nuevos embajadores al de Castilla; el principal de la embajada, Dalmacio, arzobispo de Tarragona, alegó para no venir en lo que el Rey queria los fueros de Aragon, conforme á los cuales no podian de

que causaba muchas veces alteraciones en materia de jurisdiccion, como se puede creer por ser tantos los gobiernos. El rey don Cárlos de Navarra ordenó que hobiese uno solo para hacer justicia, y con él diez jurados, que tratasen del bien público y de lo que á la ciudad toda era mas cumplidero; demás desto, que todos los ciudadanos se redujesen á un cuerpo y un juz-jar de amparar todos los que se acogiesen á sus tierras,

gado. A Juan, conde de Fox, de su mujer le nació un hijo, llamado don Gaston, que con la edad, por maravillosa mudanza de las cosas, vino á ser rey de Navarra los años siguientes por muerte del príncipe don Cárlos, hijo de don Juan, infante de Aragon, y de doña Blanca, su mujer, que debia suceder adelante en el reino de su abuelo, y su padre de presente le envió juntamente con su madre para que ella estuviese en compañía del Rey, su padre, y el niño se criase en su casa. Luego que el niño llegó, fué nombrado por príncipe de Viana con otras muchas villas que le señalaron, en particular á Corella y á Peralta, cosa nueva en Navarra, pero tomada de las naciones comarcanas y á su imitacion; lo cual se estableció por ley perpetua que aquel estado se diese á los hijos mayores de los reyes. Promulgóse esta ley á 20 de enero, año del Señor de 1423. Cinco meses despues, á instancia del abuelo, todos los estados del reino juraron al dicho Príncipe por heredero de aquel reino en Olite, do el Rey por su edad pesada en lo postrero de su vida solia morar ordinariamente, convidado de la frescura y apacibilidad de aquella comarca y de la hermosura y magnificencia de un palacio que allí él mismo edificó con todas las comodidades á propósito para pasar la vida. Con el rey de Castilla aun desde su mocedad y minoridad tenia muchas veces el rey de Portugal tratado por sus embajadores que hiciesen confederacion y paces; que á la una y á la otra nacion tenian cansadas los largos debates y guerras pasadas, y era justo que se pusiese fin y término á los males. Determinóse solamente que se condescendiese en parte con la voluntad del Portugués, y se hiciesen treguas por espacio de veinte y nueve años. Añadióse que este tiempo pasado no pudiesen los unos tomar las armas contra los otros si no fuese que denunciasen primero la guerra año y medio antes de venir á rompimiento. Estas treguas se pregonaron en Avila, por estar allí á la sazon el rey de Castilla, con gran regocijo y fiesta de toda la gente. Hiciéronse procesiones á todos los templos por tan grande merced, juegos, convites y todos géneros de fiestas y alegrías. En una justa que en la corte se hizo, Fernando de Castro, embajador del rey de Portugal, salió por mantenedor en un caballo del mismo rey de Castilla con sobrevistas entre todos señaladas y vistosas. Rehusaban los demás de encontrarse con él; mas Rodrigo de Mendoza, hijo de Juan Hurtado de Mendoza, del primer encuentro le arrancó del caballo con gran peligro que le corrió la vida. El Rey le acarició mucho y consoló, y luego que sanó de la caida, con muchos dones que le dieron le despachó alegre á su tierra. Entre los reyes de Castilla y de Aragon se volvieron á enviar embajadas. Juan Hurtado de Mendoza, señor de Almazan, enviado para esto, en Nápoles declaró las causas de la prision de don Enrique, y pidió en nombre de su Rey le fuesen entregados doña Catalina, su mujer,

fuera que decia vinieron con salvoconduto, que no se puede quebrantar conforme al derecho de las gentes. Demás desto, declaró y dió nueva del estado en que quedaban las cosas de Nápoles; como entre la Reina y el Rey resultaban muchas sospechas, con que las ciudades y pueblos estaban divididos en parcialidades; que la fortuna de los aragoneses de la grande prosperidad en que antes se hallaba, comenzaba á empeorarse, y corrian peligro no se viniese á las manos. Quejábase la Reina que don Alonso en el gobierno tomaba mayor mano y autoridad; que no se media conforme al poder que le concediera ; que daba y quitaba gobiernos, mudaba guarniciones, y mandaba que los soldados le hiciesen á él los homenajes ; que lo trocaba todo á su albedrío, alteraba y revolvia las leyes, fueros y costumbres de aquel reino. Estas cosas reprehendia ella en don Alonso, su prohijado, como mujer de suyo varia y mudable y enfadada del que prohijó ; la que se mostró liberal en el tiempo que se vió apretada, libre del miedo, se mostraba ingrata y desconocida, vicio muy natural á los hombres. El rey don Alonso temia la poca firmeza de la Reina, y no podia sufrir sus solturas mal disimuladas y cubiertas; trataba de envialla léjos á Cataluña, y con este intento mandó aprestar en España una armada. No se le encubrió esto á la Reina, por ser de suyo sospechosa y aun porque en las discordias domésticas, y mas entre príncipes, no puede haber cosa secreta ni puridad. Desde aquel tiempo la amistad entre las dos naciones comenzó á aflojar y ir de caida. Querellábanse entrambas las partes que los contrarios no trataban llaneza, antes les paraban celadas y se valian de embustes, en que no se engañaban. El Rey se tenia en Castelnovo, la Reina en la puerta Capuana, lugar fuerte á manera de alcázar. Deste principio y por esta ocasion resultaron en Nápoles dos bandos, de aragoneses y andegavenses ó angevinos, nombres odiosos en aquel reino, y que desde este tiempo continuaron hasta nuestra edad y la de nuestros padres. Pasaron adelante los desgustos y las trazas. Fingió el Rey que estaba enfermo; vínole á visitar el senescal Juan Caraciolo, el que tenia mas cabida con la Reina y mas autoridad que la honestidad sufria; por esto fué preso en aquella visita; junto con esto sin dilacion acudieron los de Aragon á la puerta Capuana. Los de la Reina cerraron las puertas y alzaron el puente levadizo; con tanto don Alonso se retiró, ca no sin riesgo suyo le tiraban saetas y dardos desde lo alto. Destos principios se vino á las manos; en las mismas calles y plazas peleaban; el partido al principio de los aragoneses se mejoraba, apoderáronse de la ciudad, y en gran parte saqueadas y quemadas muchas casas, pusieron cerco al alcázar en que la Reina moraba; mas aunque con toda porfía le combatieron, se mantuvo por la fortaleza del lugar y lealtad de la guarnicion. Acudió á la Reina Esforcia, lla

ganalla, ó no supo; siniestro como en el nombre y en el cuerpo, que le llamaron por esto Mahomadel Izquierdo, así bien en el consejo poco acertado y la fortuna, que le fué siniestra y enemiga asaz.

mado de alli cerca, donde tenia sus reales. Tambien á don Alonso vino desde Sicilia don Bernardo de Cabrera, y desde Cataluña una armada de veinte y dos galeras y ocho naves gruesas. Esta armada, llegada que fué á Nápoles á 10 de junio, rehizo las fuerzas de los aragóneses, que comenzaban á desfallecer y ir de caida. Cobraron ánimo con aquel socorro, y de nuevo tornaron á pelear dentro de la ciudad, en que nuevas muertes y nuevos sacos sucedieron. La Reina se fué á Aversa, y en su compañía Esforcia con guarnicion de solda→ dos y cinco mil ciudadanos que se ofrecieron á la defensa. Trocáronse los cautivos de ambas partes, y con esto Caraciolo fué puesto en libertad. Vínose á lo postrero que la Reina revocó en Nola, á 21 de junio, la adopcion de don Alonso como de persona ingrata y desconocida. En su lugar probijó y nombró por su heredero á Ludovico, duque de Anjou ó andegavense, tercero deste nombre, hijo del segundo; llamóle para esto desde Roma, y le nombró por duque de Calabria, estado y apellido que se acostumbraba dar á los herederos del reino. Dieron este consejo á la Reina Esforcia y Caraciolo, que lo podian todo. Con pequeñas ocasiones se hacen grandes mudanzas en cualquier parte de la república, y muy mayores en guerras civiles, que se gobiernan por la opinion de los hombres y por la fama mas que por las fuerzas. Por esto la fortuna de la parle aragonesa desde este tiempo se trocó y mudó grandemente. Don Alonso llamó á Braccio de Monton desde los pueblos llamados vestinos, parte de lo que hoy es el Abruzo, do tenia cercada al Aguila, ciudad principal, y esto con intento de contraponelle á Esforcia. Pero él excusó, sea por no tener esperanza de la victoria, ó por la que tenia de apoderarse de aquella ciudad que tenia cercada, y con ella de toda aquella comarca. Por esta causa á don Alonso fué forzoso resolverse en pasar por mar en España para apresurar los negocios y recoger nuevas ayudas para la guerra, dado que la voz era diferente, de librar de la prision á don Enrique su hermano. Dejó en su lugar á don Pedro, el otro hermano, para que tuviese cuidado de las cosas de la paz y de la guerra y todos le obedeciesen. Quedaron en su compañía Jacobo Caldora y otros capitanes de la una y de la otra nacion. En particular puso en el gobierno de Gaeta á Antonio de Luna, hijo de Antonio de Luna, conde de Calatabelota. En el mismo tiempo el rey de Castilla visitaba las tierras de Plasencia, Talavera y Madrid, y le nació de su mujer otra hija á 10 de setiembre, que se llamó doña Leonor. El rey moro Juzef falleció en Granada el año de los árabes 826. Sucedióle Mahomad, su hijo, por sobrenombre el Izquierdo, que fué adelante muy conocido y señalado á causa que le quitaron por tres veces el reino, y otras tantas le recobró, y por sus continuas desgracias mas que por otra cosa que hiciese. Mantúvose al principio en la amistad del rey de Castilla, y juntamente hizo muchos servicios á Muley, rey de Túnez, con que se le obligó. Por esta forma se apercebia el Moro con sagacidad de ayudas contra los enemigos de fuera, para que si de alguna de las dos partes le diesen guerra, tuviese acogida y amparo en los otros. Pero el ayuda muy segura, que consiste en la benevolencia de los naturales, no procuró

CAPITULO XIV.

Cómo don Enrique de 'Aragon fué puesto en libertad. Don Pedro de Luna, el que en tiempo del scisma se llamó Benedicto XIII, en Peñíscola por todo lo restante de la vida, confiado en la fortaleza de aquel lugar, continuó államarse pontifice; falleció en el mismo pueblo á 23 de mayo, el mismo dia de la Pentecos→ te, pascua de Espiritu Santo, de edad muy grande, que llegaba á noventa años; parece como milagro en tan grande variedad de cosas y tan grandes torbellinos como por él pasaron poder tanto tiempo vivir. Su cuerpo fué depositado en la iglesia de aquel castillo. Luis Panzan, ciudadano de Sevilla y cortesano de don Alonso Carrillo, cardenal de San Eustaquio, dice por cosa cierta en un propio comentario que hizo y dejó escrito de algunas cosas deste tiempo que Benedicto fué muerto con yerbas que le dió en ciertas suplicaciones, que comia de buena gana por postre, un fraile llamado Tomás, que tenia con él grande familiaridad y cabida, y que, convencido por su confesion del delito, fué muerto y tirado á cuatro caballos. Dice mas, que el cardenal Pisano, enviado á Aragon para prender á Benedicto, dió este consejo, y que, ejecutada la muerte, de Tortosa, do se quedó á la mira de lo que sucedia, se huyó por miedo de don Rodrigo y don Alvaro que preteudian vengar la muerte indigna de su tio Benedicto con dalla al Legado si ́él apresuradamente no se partiera de España concluido lo que deseaba, aunque no sosegado del todo el scisma, porque por eleccion de dos cardenales que quedaban fué puesto en lugar del difunto un Gil Muñoz, canónigo de Barcelona. Vil era y de ninguna estima lo que paraba en tal muladar, y él mismo estuvo dudoso y esquivaba recebir la honra que le ofrecian contra el consentimiento de todo el orbe, hasta tanto que don Alonso, rey de Aragon, le animó é hizo aceptase el pontificado con nombre de Clemente VIII. Pretendia el Rey en esto dar pesadumbre al pontífice Martino V, que via inclinado á los angevinos, y era contrario á las cosas de Aragon, tanto, que á Ludovico, duque de Anjou, los dias pasados nombró por rey de Nápoles como á feudatario de la Iglesia romana, y se sabia de nuevo aprobó la revocacion que la reina Juana hizo de la adopcion de don Alonso, y juntaba sus fuerzas con sus enemigos contra él. Un Concilio de obispos que se comenzaba á tener en Pavía en virtud del decreto del Concilio constanciense por causa de la peste que andaba muy brava, se trasladó á Sena, ciudad principal de Toscana; acudieron allí los obispos y embajadores de todas partes. Envió los suyos asimismo el rey don Alonso con órden é instruccion que con diligencia defendiesen la causa de Benedicto y se querellasen de habelle injustamente quitado el pontificado. Atemorizó este negocio al papa Martino y entibióle en la aficion que mostraba muy grande á los angevinos, tanto, que despidió el Conci

1

1

H

1

[ocr errors]

lio apresuradamente y le dilató para otro tiempo, con que los obispos y embajadores se partieron. Recelábase que si nacia de nuevo el scisma no se enredase el mundo con nuevas dificultades y torbellinos. Hallóse en este Concilio don Juan de Contreras con nombre de primado, y así tuvo el primer lugar entre los arzobispos por mandado del pontífice Martino, como se muestra por dos bulas suyas, cuyo traslado ponemos aquí. Hallólas acaso un amigo entre los papeles de la iglesia mayor de Toledo; la una dice así: «Como los patriar>>cas y primados sean una misma cosa y solo difieran >>en el nombre, tenemos por justo y debido que gocen >> tambien de las mismas preeminencias. De aquí es » que nos, de consejo de los venerables hermanos >> nuestros cardenales de la santa Iglesia romana, para » quitar cualquiera duda ó dificultad que sobre esto ha »> nacido ó nacerá, por autoridad apostólica y tenor de >> las presentes declaramos que el venerable herma>>no nuestro Juan, arzobispo de Toledo, que es pri»mado de las Españas, y sus sucesores arzobispos de »Toledo en nuestra capilla, concilios generales, sesio»nes, consistorios y otros cualesquier lugares, así pú »blicos como particulares, deben preceder á cuales>>quier notarios de la Sede Apostólica y otros arzobispos >> que no son primados, aunque sean mas antiguos en la edad y en la promocion, á la manera que los ve>>nerables hermanos nuestros patriarcas hasta aquí los >> han precedido y los preceden, queriendo y por la >> misma autoridad ordenando que el dicho Juan, ar>>zobispo, y sus sucesores y todos los demás primados, » de aquí adelante para siempre jamás á la manera de los patriarcas susodichos sean preferidos y antepues»tos en los susodichos lugares, capilla, concilios, se>>siones, consistorios y lugares semejantes á los nota>>rios y otros arzobispos que no son primados, no >> obstante la edad y ordenacion mas antigua de los ta>> les arzobispos no primados, no obstando todas las >> demás cosas contrarias, cualesquier que sean. » Este es el traslado de la primera bula; el tenor de la otra bula ó breve es el que se sigue: «Aunque los vene>>rables hermanos nuestros arzobispos y prelados que >>se hallan en el Concilio general estén obligados á >> mirar diligentemente, cuidar, velar y trabajar por >>el estado próspero de la Iglesia universal y nuestro >>y por la conservacion de la libertad eclesiástica; >>tú empero, que tenemos y confesamos ser prima»do de las Españas, y por tanto, como ya lo ense»ñó la experiencia en nuestra corte, eres antepuesvto á los amados hijos nuestros, nuestros notarios »y de la Sede Apostólica, los cuales son antepuestos á >> los demás prelados, como tambien has de ser prefe>>rido en el Concilio y sus sesiones y otros lugares pú>>blicos; por tanto debes con mas fervor animarte y > con mas vigilancia mirar por todo lo que pertenece al » estado de la Iglesia católica y nuestro, cuanto por la »tal primacía eres sublimado con mas excelente título »de dignidad. Por lo cual requerimos y exhortamos á »tu fraternidad, que no dudamos ser ferviente en la > fe y circunspecto, que en las cosas del dicho Conci»lio procures se proceda bien; que, pues eres primado »de las Españas, así como prudentemente lo haces

» conforme a la sabiduría que Dios te ha dado, mires >> todas aquellas cosas en el dicho Concilio, aconsejes »y proveas las que te parecerán necesarias ó prove>> chosas para el feliz estado de la Iglesia romana y >> nuestra honra y de la Sede Apostólica y todo lo que »conocieres pertenecer á la gloria de Dios y paz de los » fieles de Cristo. Dada en Roma en San Pedro en las » nonas de enero, de nuestro pontificado año séptimo.>> Pero estas cosas sucedieron algo adelante deste tiempo en que vamos. Al presente el rey don Alonso, en ejecucion de la resolucion que tenia de pasar á España, se embarcó en una armada de diez y ocho galeras y doce naves. Hízose á la vela desde Nápoles mediado el mes de octubre. El tiempo era recio, y la sazon mala; y así, con borrascas que se levantaron, los bajeles se derrotaron, corrieron y dividieron por diversos lugares. Calmó el viento; con que se juntaron y siguieron su derrota. Llegaron á Marsella, ciudad principal en las marinas de la Provenza, célebre por el puerto que tiene muy bueno, y á la sazon sujeta al señorío de los angevinos. Metiéronse en el puerto rompidas las cadenas con que se cierra; ganado el puerto, acometieron á la ciudad; fué la pelea muy recia por mar y por tierra, que duró hasta muy tarde. Venida la noche, Folch, conde de Cardona, que venia por general de las naves, era de parecer no se pasase adelante por ser ciertos los peligros, no tener noticia de las calles de la ciudad, estar dentro los enemigos y todo á propósito de armalles celada; aunque las puertas estuviesen de par en par, decia que no se debia entrar sino con luz y viendo lo que hacian; al contrario, Juan de Corbera porfiaba debian apretar á los que estaban medrosos, y no dalles espacio para que se rehiciesen de fuerzas y cobrasen ánimo. Deste parecer fué el Rey: tornóse á comenzar la pelea, y con gran ímpetu entraron en la ciudad. Fué grande el atrevimiento y desórden de los soldados á causa de la escuridad de la noche, grande la libertad de robar y otras maldades. Mostró el Rey ser de ánimo religioso en lo que ordenó, que á las mujeres que se recogieron á las iglesias no se les hiciese agravio alguno; las mismas cosas que llevaron consigo mandó pregonar no se las quitasen, y así se guardó. Dejaron la ciudad y embarcaron en las naves toda la presa, con que se partieron al fin del año. Entre otras cosas, los huesos de San Luis, obispo de Tolosa, hijo de Cárlos II, rey de Nápoles, fueron llevados á España y á Valencia, donde el Rey aportó y dió fondo con su armada acabada la navegacion. No quiso detenerse en otras ciudades por abreviar, y desde mas cerca tratar de la libertad de don Enrique, su hermano. Avisado el rey de Castilla de su venida, le envió sus embajadores al principio del año 1424 que le diesen el parabien do la venida y de las victorias que ganara; demás desto, le pidiesen de nuevo le entregasen los desterrados y forajidos para que estuviesen á juicio de lo que los cargaban. Estos embajadores tuvieron audiencia en Valencia á los 3 de abril, en tiempo que las cosas de Aragon en Nápoles se empeoraban grandemente, y de todo punto se hallaban sin esperanza de mejoría; dado que Esforcia, capitan de tanto nombre, por hacer alzar el cerco del Aguila, que la tenia cerca

[ocr errors]

da Braccio, se alingó á 3 de enero al pasar del rio Aterno, que con las lluvias del invierno iba hinchado. Fué de poco momento esta muerte, porque Francisco Esforcia, que ya era de buena edad, suplió bastantemente las partes y falta de su padre; acudiéronles sin esto fuerzas y socorros de fuera. El pontífice romano Martino y Filipe, duque de Milan, por industria del mismo Pontífice se concertaron con los angevinos. El Duque hizo aprestar una buena armada en Génova, y la envió en favor de la Reina debajo de la conducta del capitan Guidon Taurello. Esta armada y gentes de tierra que acudieron cargaron sobre Gaeta. Pudiérase entretener por su fortaleza, mas brevemente se rindió á partido que dejasen ir libre, como lo hicieron, la guarnicion de aragoneses. Ganada Gaeta, pasaron sobre Nápoles. Jacobo Caldora, que tenia el cuidado de guardar aquella ciudad, se concertó con los enemigos, que le prometieron el sueldo que los aragoneses le debian y no le pagaban; tomado el asiento, sin dificultad les abrió las puertas. El color que tomó para lo que hizo era que el infante don Pedro le pretendiera matar, como á la verdad fuese hombre de poca fidelidad, de ánimo inconstante y deseoso de cosas nuevas. A 12 de abril se perdió la ciudad de Nápoles, y todavía los de Aragon conservaron eu ella dos castillos, es á saber, Castelnovo y otro que se llama del Ovo, pequeño y estrecho, pero fuerte en demasía, por estar sobre un peñon cercado todo de mar. Ganada la ciudad de Nápoles, las demás cosas eran fáciles al vencedor; las ciudades y pueblos á porfía se le rendian. Llevaba mal el de Aragon y sentia mucho que por la prision que hiciera el rey de Castilla en la persona de su hermano, á él puso en necesidad de hacer ausencia y se hobiese recebido aquel daño tan grande. Encendíase en deseo de venganza, pero determinó de proballo todo antes de comenzar y romper la guerra. Con este intento el arzobispo de Tarragona Dalmao de Mur, que despachó por su embajador en Ocaña, en presencia de los grandes y del rey de Castilla propuso su embajada. Decia era justo á cabo de tanto tiempo se moviese á soltar al Infante, si no por ser tan justificada la demanda, á lo menos por el deudo que con él tenia y por los ruegos de sus hermanos. Si algun delito habia cometido, bastantemente quedaba castigado con prision tan larga. Que el Rey, su señor, quedaba determinado no apartarse de aquella demanda hasta tanto que fuese libertado su hermano. Vuestra alteza, rey y señor, debeis considerar que por condescender con los deseos particulares de los vuestros no pongais en nuevos peligros la una y la otra nacion si vinieren á las manos. En el palacio real de Castilla y en su corte andaban muchos de mala; sus aficiones, avaricia y miedos particulares los enconaban; recelábanse que si don Enrique fuese puesto en libertad podrian ellos ser castigados por el consejo que dieron que fuese preso. Temian otrosí no les quitasen los bienes de los desterrados, de cuya posesion gozaban, y aun por el mismo caso tenian aversas sus voluntades para que no se hiciese el deber. A los intentos destos ayudaban otros, en especial Alvaro de Luna, soberbio por la demasiada privanza y poder con que se hallaba, y que tenia por bastante ganancia y provecho gozar de lo

presente sin extender la vista mas adelante. Estos fueron ocasion que no se efectuase nada desta vez, ni aun se pudo alcanzar que los reyes se juntasen para tratar entre sí de medios. Despedidos los embajadores de Aragon, el rey de Castilla se fué á Búrgos en el mismo tiempo que su hija doña Catalina murió en Madrigal, pueblo de Castilla la Vieja, á 10 del mes de agosto; enterráronla en las Huelgas. Esta tristeza en breve se mudó en nueva y muy grande alegría, por causa que en Valladolid nació de la Reina el príncipe don Enrique, á 5 de enero, principio del año que se contó de aquel siglo vigésimoquinto. Sacáronle de pila por órden de su padre el almirante don Alonso Enriquez, don Alvaro de Luna, Diego Gomez de Sandoval, adelantado de Castilla, junto con sus mujeres. Por el mes de abril todos los estados del reino le juraron por príncipe y heredero despues de los dias del Rey, su padre, en sus estados. En Zaragoza el rey de Aragon se apercebia con todo cuidado para la guerra; por todas partes se oia ruido de soldados, caballos y armas. Tratóse en Valladolid de apercebirse para la defensa. Hizose consulta, en que hobo diferentes pareceres. Algunos querian que luego se comenzase, hombres que eran habladores antes del peligro, cobardes en la guerra y al tiempo del menester; otros mas recatados sentian que con todo cuidado se debia divertir aquella tempestad y excusarse de venir á las manos. El Rey se hallaba dudoso, y no entendia bastantemente ni se enteraba de lo que le convenia hacer. Don Carlos, rey de Navarra, cuidadoso de lo que podria resultar desta contienda, en que se ponia á riesgo la salud pública, envió con embajada al rey de Castilla á Pedro Peralta, su mayordomo, y á Garci Falces, su secretario, en que ofrecia su industria y trabajo para sosegar aquella contienda. Estaba esta prática para concluirse por gran diligencia de los embajadores; mas estorbáronlo ciertas cartas que vinieron del rey de Aragon en que mandaba al infante don Juan, su hermano, se fuese para él, que queria tratar con él cosas de grande importancia. Partióse para Aragon contra su voluntad, como lo daba á entender. Pidió y alcanzó para ello licencia del rey de Castilla; él demás de la licencia le dió comision para que de su parte tratase con su hermano de conciertos. Estaban los reales del rey de Aragon en Tarazona á punto para romper por tierras de Castilla si no le otorgaban lo que pretendia, con tan grande deseo de vengarse y satisfacerse, que parecia en comparacion desto no hacer caso de las cosas de Nápoles. Si bien tenia aviso que sucediera otro nuevo desastre, y fué que Braccio, capitan que era de grande nombre en aquella sazon, quedó vencido y muerto junto al Aguila, que tenia sitiada, en una batalla que se dió á 25 de mayo. La demasiada confianza y menosprecio de los enemigos le acarreó la acudia perdicion. Era general del ejército del Papa que á la Reina Jacobo Caldora; con él dos sobrinos del cardenal Carrillo, por nombre Juan y Sancho Carrillo, aquel dia se señalaron entre los demás de buenos, Y fueron gran parte para que se ganase la victoria como mozos que eran de grandes esperanzas. Los mismos demás de esto en prosecucion de la victoria, con gentes del Papa que llevaban y les dieron en breve se apode

« AnteriorContinuar »