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aplacar á los santos y suplicalles con gozo envuelto en lágrimas conservasen lo comenzado y diesen perpeluidad á mercedes tan señaladas. Esto en Aragon y en Francia. Razon será que volvamos á las cosas de Cas

tilla que se han quedado atrás y á declarar las causas de una nueva guerra, que se emprendió muy brava entre los reyes de España.

LIBRO VIGÉSIMOPRIMO.

CAPITULO PRIMERO.

De la guerra de Aragon.

EN sosiego estuvo España los años pasados á causa de hallarse cansada de las muchas guerras que mucho la trabajaron, y porque los reyes estaban emparentados entre sí y trabados en muchas maneras con deudo y afinidad. Con los moros de Granada tenian treguas ó guerras y encuentros de poca consideracion y importancia, dado que no faltaba á los nuestros deseo de desarraigar y deshacer del todo aquella nacion malvada, para lo cual se ofrecia buena ocasion por estar á la sazon los moros divididos entre sí en parcialidades y bandos, y por el consiguiente alborotados y á punto de perderse; pero desbarató estos intentos una nueva guerra que por este tiempo se emprendió entre los tres reyes de España, el de Aragon y el de Navarra de una parte, y de otra el de Castilla, de mayor ruido y porfía que de notable y señalado remate. Lo que aquí pretendemos es poner por escrito las causas y motivos desta guerra, el fin y suceso que tuvo, los juegos de la fortuna variable, y la caida con que don Alvaro de Luna de la cumbre de prosperidad en que estaba comenzó la segunda vez á despeñarse sin saberse reparar, que fué justo castigo de Dios por ser el principal atizador y causa de todos estos males y discordias; porque, pretendiendo él conservarse por cualquier camino en el poder y grandeza que con buenas ó malas mañas alcanzara, luego que volvió á la corte'y fué restituido en su primer lugar y privanza, persuadió al Rey que á los grandes, que debiera antes granjear con servicios y cortesía, los hiciese salir de su casa real y de su corte, y los mandase retirar á sus casas y estados; consejo muy errado y muy perjudicial, principalmente al que le daba. Pedro Fernandez de Velasco y Pedro de Zúñiga y don Rodrigo Alonso de Pimentel, conde de Benavente, junto con los maestres de Calatrava y Alcántara, sabida la voluntad del Rey, sin dilacion se partieron para sus casas. Quedaban los infantes de Aragon, señores de mayor autoridad, que pudiesen fácilmente echallos y despedillos contra su voluntad; mas fué tan grande la femeridad de don Alvaro, que se determinó tambien á embestir y chocar con ellos. Primeramente acometió al de Navarra, de quien, no solo el pueblo, sino las personas principales decian en público y en secreto que era justo se fuese á su reino; que cuidaba de las cosas ajenas, y se descuidaba de las propias, en lo cual la culpa

era doblada, y era igualmente digno de ser por lo uno y por lo otro reprehendido. Estas murmuraciones y dichos daban gusto á don Alvaro de Luna, y no menos al rey de Castilla, porque, conforme á la costumbre y inclinacion de los príncipes, llevaba mal que en su reino hobiese ninguno que en honra y título se le igualase, y á quien debiese tener respeto.Fuéle intimado por personas que para esto le enviaron lo que el rey de Castilla pretendia. La reina doña Blanca, su mujer, al tanto, como la que barruntaba la borrasca que se levantaba, y con el cuidado que el amor que á su marido tenia le causaba, envió á Pedro de Peralta por su embajador para que de su parte solicitase la partida; que así lo pedian todos los estados del reino de Navarra, y que esto seria saludable y á propósito, así para sus particulares intentos como para el bien comun de sus vasallos. Llevaba mal el Navarro los embustes y mañas de don Alvaro de Luna; todavía visto que era forzoso sujetarse á la necesidad, habló con el Rey en Valladolid, do á la sazon se hacian las Cortes de Castilla. Renovóse la confederacion en esta habla, puesta entre los tres reyes, el de Navarra, el de Aragon y el de Castilla. Pusiéronse por escrito las capitulaciones, que por el presente confirmaron con sus juramentos y firmas los dos reyes. Alde Aragon, que ausente estaba, para que hiciese lo mismo, enviaron un tanto de lo capitulado y de las condiciones por medio del doctor Diego Franco, hombre prudente y docto en derechos, demás desto del Consejo real. Asentadas las cosas en esta forma, el rey de Navarra sc partió á su reino; el de Aragon despues de muchas dilaciones de que usó, antes de responder á lo que Diego Franco le proponia y representaba, últimamente en Barcelona dió por respuesta que aquellas condiciones no le contentaban, que le parecia se debian reformar algunas dellas. Junto con esto, pareciéndole aquel embajador persona á propósito para sus intentos, envió con él un recaudo secreto á don Alvaro, en que le avisaba que Pedro Manrique era el que atizaba todas aquellas disensiones y ponia discordia entre los infantes, sus hermanos; que era hombre de dos y aun de muchas caras, y á cada paso mudaba de color como mejor le venia, por ser de su condicion variable y amigo de novedades; por tanto, si deseaba mirar por sí, por el bien y pro comun y por el Rey, debia echalle de la corte y no permitir tuviese mano alguna en el gobierno. Desta ofension del rey de Aragon contra Pedro Manrique no se sabe bien la causa, salvo que por el mismo tiempo fué pues

to en prision el arzobispo de Zaragoza, llamado don Alonso Argüello, en que murió. Del género de la muerte que le dieron hobo diversos rumores; unos decian que en la prision le dieron garrote, otros que le echaron en el rio; lo mismo se ejecutó en algunos ciudadanos de Zaragoza. Achacábanles tratos secretos con don Alvaro de Luna; la verdad era que el demasiado celo que mostraban de que se mantuviesen las paces asentadas antes con Castilla les acarreó la muerte, y mas la libertad del hablar, ca decian era justo forzar al Rey á guardar lo concertado, y no quebrantar las paces para que la república no lastase si se hacia lo contrario. Por la muerte del Arzobispo fué puesto en su lugar don Francisco Clemente, obispo que á la sazon era de Barcelona. Junto con esto tenian entre sí los reyes hermanos tratos secretos en razon de vengar por las armas los agravios que don Alvaro de Luna les hacia y juntar sus fuerzas para destruille. Llamó el rey de Aragon al infante don Enrique, su hermano, al principio del mes de abril, año del Señor de 1429. Tuvieron los dos hermanos vistas en la ciudad de Teruel; entendióse, por lo que se vió adelante, que concertaron de levantar gente y mover guerra á Castilla. El Navarro no se halló en esta junta por estar ocupado en diversos negocios de su reino y en coronarse por rey, que hasta entonces se dilatara. Hizose la ceremonia en Pamplona, á 15 de mayo, en esta manera el Rey y la Reina vestidos de sus paños reales, sus coronas en la cabeza á la manera que los godos usaban, fueron levantados en sendos paveses y puestos sobre los hombros de los grandes. Alzaron por ellos los estandartes, y fueron en esta forma por un faraute pregonados por reyes. Luego despues desto se hicieron de secreto levas de gentes en los dos reinos; la voz era para ayudar á las cosas de Francia; la verdad que estaban resueltos de tomar las armas contra Castilla. No se le encubrió esto al rey de Castilla ; enviáronse de la una á la otra parte embajadas sobre el caso; no aprovechó nada. Los dos reyes movieron con sus gentes y llegaron hasta Hariza, villa situada en la raya de Aragon, y de los antiguos llamada Arci, en los pueblos dichos arevacos; iban determinados de meterse por aquella parte y entrar por fuerza en las tierras de Castilla. Con este intento don Diego Gomez de Sandoval, conde de Castro, metió gente de guarnicion en Peñafiel, y el infante de Aragon don Pedro, avisado desto, de Medina del Campo, donde estaba, acudió al mismo lugar. El rey de Castilla para resistir á estos intentos hacia en todo su reino grandes levantamientos de gentes; mandó en particular á los grandes que le acudiesen, y nombradamente llamó al infante de Aragon don Enrique y á don Fadrique de Castro, duque de Arjona, nieto que era de don Fadrique, maestre que fué de Santiago, y hermano del rey don Pedro. Hizo otrosí que á todos los estados de nuevo se tomase juramento que en aquella guerra servirian con todas sus fuerzas y lealmente, y que darian aviso si algunos tratasen de otra cosa y pretendiesen lo contrario, con pleito homenaje y voto que hacian, si faltase en lo que prometian, de ir á Jerusalem á piés descalzos, y que no pedirian en algun tiempo relajacion del dicho juramento. En Palencia á los primeros de mayo se hizo esta diligencia. Juraron

el primero don Alvaro de Luna, y consiguientemente don Juan de Contreras, arzobispo de Toledo, don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago, don Fadrique, almirante del mar, don Luis de la Cerda, conde de Medinaceli, los maestres de Calatrava y Alcántara, don Gutierre de Toledo, obispo que fué adelante de Palencia, don Pedro de Zúñiga, Pedro Manrique, don Rodrigo Alonso Pimentel, Sarmiento, y con los demás Juan de Tovar, señor de Berlanga, con otros muchos señores que acompañaran al Rey, todos á porfía quién seria el primero para hacer muestra de su lealtad y obediencia; dentre los cuales luego se nombraron cuatro capitanes que guardasen las fronteras. Estos fueron el mismo don Alvaro, el Almirante, Pedro Manrique y Pedro Fernandez de Velasco, su yerno. Diéronles dos mil de á caballo, que eran mas nombre de ejército que iguales fuerzas á las de Aragon. A Diego Lopez de Zúñiga encargaron fuese en seguimiento de los demás á pequeña distancia y de respeto con un nuevo escuadron de caballos. El mismo Rey con la mayor parte de sus gentes tomó cuidado de ir contra la villa de Peñafiel y sujetalla. Asentó sus reales cerca de las murallas, y á voz de pregonero mandó avisar á los moradores que se rindiesen, con apercibimiento que si se ponian en resistencia y usaban de dilaciones, serian dados por traidores. Obedecieron los moradores, con que don Pedro de Aragon y con él el conde de Castro don Diego Gomez de Sandoval se recogieron á la fortaleza. Dióse á los moradores perdon de haber cerrado las puertas y no se rendir luego. No pareció por entonces combatir el castillo por no gastar mucho tiempo en el cerco. Los reyes de Aragon y de Navarra entraron en las tierras de Castilla y rompieron por la parte de Cogolludo, villa asentada en los confines de la antigua Carpetania y de los pueblos que llamaban arevacos. Asentaron sus reales en lugar llano y descubierto; los capitanes de Castilla en un collado legua y inedia distante. Eran los aragoneses y navarros en número de dos mil y quinientos caballos, mil infantes todos bien armados, soldados viejos y pláticos en muchas guerras. En los reales de Castilla se contaban mil y setecientos caballos, cuatrocientos infantes. Los reyes, deseosos de pelear, luego el dia siguiente, un viérnes, 1.o de julio, movieron ordenadas sus haces. Amonestaron con pocas palabras, conforme al tiempo, á cada cual de las escuadras y compañías que hiciesen el deber; que por culpa de pocos andaba el reino de Castilla revuelto, quebrantadas las leyes, profanadas las cosas sagradas; ellos, á quien mas que á nadie tocaba acudir al remedio y procuralle, desterrados, despojados de sus bienes, de sus hijos, mujeres y amigos, hasta el derecho comun de contratacion les quitaban; que ni aun les consentian hablar al rey de Castilla para amonestalle lo que á él le convenia y dar de sí razon, por lo cual eran forzados á tomar las armas y valerse dellas; que del suceso de aquella batalla dependia la paz pública, la salud y dignidad de la una nacion y de la otra; por tanto, dada la señal, estuviesen á punto y aparejados para acometer á los contrarios, que aunque fueran mas, no tendrian dificultad en desbaratallos por venir desarmados y ser gente poco ejercitada, y al contrario ellos tan usados en las armas y en

pelear; «tanto mas que en número y en esfuerzo les haceis ventaja. Ni tienen reales los enemigos, ni están fortificados; el cielo nos ofrece ocasion de grande gloria, el cual á nos es favorable; á los contrarios ha quitado el entendimiento para que en nada acierten. Animaos pues, y en este dia echad el sello á todas las victorias pasadas, á los trabajos y honra ganada.» Adelantáronse al son de los pifaros y atambores; llegaron á vista de los enemigos, cuando don Alvaro de Luna, considerado el peligro, mandó rodear con los carros el lugar en que alojaban, determinado de no pelear sino con ventaja y buena ocasionó forzado. El infante don Enrique por una parte, y por la otra el adelantado Pedro Manrique tuvieron habla; dijéronse denuestos y quemazones sin que otro efecto se siguiese. Acudieron los unos y los otros á las armas, trabáronse algunas escaramuzas. El cardenal de Fox, legado del Papa en Aragon, que andaba entre las unas haces y las otras, amonestaba, ora á estos, ora á aquellos que sosegasen; en fin, les persuadió que pues ya era tarde, dejasen para el dia siguiente la batalla. La dilacion de aquella noche puso remedio á los males. La reina de Aragon, hembra de ánimo varonil, llegado que hobo adonde las gentes alojaban, hizo armar su tienda en medio de los dos campos, y por su industria con buenos partidos se hicieron las paces, y luego que los capitanes de Castilla las hobieron jurado, se dejaron las armas. Y si bien las gentes de Castilla se quedaron en el mismo lugar, los reyes de Aragon y Navarra sin hacer mal ni daño volvieron atrás. El infante don Enrique los dias pasados estuvo á punto, por tratado que tenia, de tomar con engaño y apoderarse de la ciudad de Toledo, y por no haber salido con este deseño, poco antes de la refriega se fuera á juntar con sus hermanos. Al presente, confiado en las capitulaciones de la paz, por Sigüenza pasó á Uclés, resuelto, si no le guardaban lo asentado, de mover nuevos alborotos con ayuda de los de su valía. Sin embargo, el rey de Castilla con la fuerza de sus gentes y ejército apresuraba su camino. Llevaba mas de diez mil de á caballo y cincuenta mil infantes, todos número. Fuéronse para él la reina de Aragon, su hermana y el cardenal de Fox; avisáronle de los conciertos y amonestáronle dejase las armas. El, encendido en deseo de satisfacerse y feroz por la esperanza que llevaba de la victoria, respondió que las capitulaciones no eran válidas por ser hechas sin su mandado, que era justo castigar la insolencia de los dos reyes. Tenia sus estancias cerca de BeJamazan, pueblo situado á la ribera de Duero. Llegó allí don Fadrique, duque de Arjona y conde de Trastamara. Llegado que hobo á la presencia del Rey, fué preso; lleváronle al castillo de Peñafiel, que en este comedio era venido en poder del Rey, donde falleció el año siguiente; notable lástima, así por su edad como por ser de sangre real, como tambien por venir sin esperar salvoconducto, creo confiado y asegurado de su buena conciencia contra el crímen de traicion que le cargaban, es á saber, de sentir con los infantes de Aragon. La discordia civil es madre de sospechas, y contraria muchas veces á la inocencia. Los buenos suelen en tal ocasion ser tenidos por mas sospechosos que los malos, en especial si aman el sosiego. La sepultura deste Prín

cipe se ve cerca de Carrion, en tierra de Campos, en un monasterio que se llama Benevivere, con su lucillo y letrero que le hizo poner Pero Ruiz Sarmiento, su sobrino, hijo de su hermana, y primer conde que fué de Salinas. Entró el rey de Castilla luego por las tierras de Aragon con grande espanto de aquella tierra. Los labradores con sus ganados y ropilla se recogian á lugares fuertes; los soldados ponian fuego á las aldeas que quedaban yermas y talaban los campos. Llegaron con los rcales hasta Hariza, villa fuerte por estar sentada en un alto; recogiéronse los moradores al castillo, y con esto saquearon el pueblo y en gran parte le quemaron. En el mismo tiempo, como estaba acordado, hacian tambien entradas por las tierras de Navarra gentes de Castilla debajo la conducta de Pedro Velasco, general de aquellas fronteras. Tomaron por fuerza á San Vicente, villa de Navarra, y le pusieron fuego á causa que por quedar el castillo por los navarros no se podia conservar. Por otra parte el obispo de Calahorra y Diego de Zúñiga, su sobrino, se apoderaron de la villa de la Guardia y de su castillo. Fuera desto, el conde de Benavente don Rodrigo Alonso Pimentel, como le era mandado, con parte del ejército no cesaba de apoderarse de los pueblos y castillos que el infante de Aragon don Enrique poseia en Castilla. El, desamparada la villa de Ocaña, que era cámara de su maestrazgo, se fué á Segura, castillo asentado á la raya de Portugal y á la ribera del rio Guadiana. Allí dejó la Infanta, su mujer, y él se volvió á Trujillo por ver si, ya que le tomaron los demás pueblos de su estado, pudiese entretenerse y hacer algun daño por aquella comarca en las tierra's del Rey. Acudióle luego su hermano el infante don Pedro, que por miedo de aquella tempestad se retiró á aquellos lugares, mozo de gran corazon y muy diestro en las armas por el uso que dellas alcanzó en las guerras de Nápoles.

CAPITULO II.

Del fin desta guerra.

Mucho se adelantaron las cosas de Castilla, quier para ganar reputacion y mantenerse en su honra, quier para vengar y castigar el atrevimiento de los aragoneses y navarros, pues por tantas partes y en tantas maneras los apretaron. Poner sitio al castillo de Hariza era cosa larga, y poco lo que en tomalle se interesaba, que fué la causa por que el rey de Castilla dió la vuelta con sus gentes y soldados á Medinaceli mas alegres por la victoria que ricos con la presa. Con esto y con poner diversas guarniciones en aquellas fronteras deshizo el campo y dió licencia á los soldados para irse á invernar y volverse á sus casas. El mismo Rey al fin del otoño se partió para Medina del Campo á tener Cortes de su reino, que para alli tenia aplazadas. Con su partida los enemigos recobraron ánimo. El Navarro se era ido á defender su reino; el de Aragon, juntadas sus gentes, se metió por las tierras de Castilla por la parte y comarca de la ciudad de Soria, por donde antiguamente se tendian los pueblos llamados celtiberos. Apoderóse de la villa de Deza, ganó los castillos de Ciria y Borovia, y con ellos á Bozmediano; el castillo se le entregó el alcaide por dineros. Fué grande la presa de ganados

y trigo, tomaron muchos prisioneros; con esto las gentes y soldados sin recebir algun daño se volvieron á Calatayud, de do salieron. A la raya de Portugal por la parte que corre Guadiana y baña las tierras de Extremadura, los infantes de Aragon con mayor libertad y ganancia hacian sus cabalgadas y presas de ganados, de que hay en aquellas comarcas gran muchedumbre por la abundancia de los pastos; los cuales enviaban á Portugal no obstante que el conde de Benavente, quien esto tenia encomendado, les hacia resistencia, pero no era bastante para estorballos. Por esta causa don Alvaro de Luna acudió en persona á reparar aquel daño, y para el mismo efecto, á su llamado, Pero Ponce, señor de Marchiena, que era un caballero muy poderoso y rico en el Andalucía. Enviaron sus reyes de armas á pedir la presa, emienda y restitucion de los daños, y ninguna cosa alcanzaron fuera de buenas palabras, porque el rey de Portugal de secreto les hacia espaldas, y holgaba de los trabajos y alteraciones de Castilla por serle muy á propósito para afirmarse él mas y arraigarse en aquel su reino, de que se apoderara. Sucedió á la misma sazon que los infantes de Aragon, por no hallarse con fuerzas iguales á don Alvaro de Luna, quemados los arrabales de Trujillo, fortificaron aquella plaza, que se tenia por ellos, y en la fortaleza pusieron buena guarnicion de soldados; demás desto, por si mesmos de sobresalto se apoderaron de Alburquerque, villa fuerte y de importancia á la raya de Portugal; por todo esto las voluntades de sus contrarios quedaron mas irritadas. Pareció grave daño, especial la pérdida de Alburquerque, porque se temia que los portugueses se fortificasen en aquel pueblo, puesto que entre Portugal y Castilla habia treguas, mas no estaban de todo punto concertadas las paces, y menos las voluntades conformes. Determinó el Rey acudir á aquel daño, convidado por don Alvaro, y esto para que con mayor autoridad y fuerza se hiciese todo, y la honra de la victoria que esperaban y de concluir aquella empresa quedase por el mesmo Rey. Sucedió al revés de lo que cuidaban, porque si bien tomaron la villa y fortaleza de Trujillo y á Montanges, no hobo órden de apoderarse de Alburquerque; así, con dejar allí por capitanes y fronteros al maestre de Alcántara y don Juan, hijo de Pero Ponce, el Rey y don Alvaro dieron la vuelta y se partieron para Medina del Campo. En la toma de Trujillo sucedió una cosa memorable. Estaba el condestable don Alvaro dentro de la villa; la fortaleza se tenia por el infante don Enrique. Tratóse con el alcaide que la rindiese ; impedíalo un bachiller Garci Sanchez de Quincoces, que tenia gran parte en la guarda. Procuró don Alvaro haber habla con él, y aunque con dificultad, al fin alcanzó que por un postigo á la parte del campo que tiene una cuesta agria viniese á ella solo con un mozo de espuelas, que con la mula se quedó tambien á la mitad de la cuesta. Salió el bachiller; mas como ni por promesas ni amenazas se dejase vencer, abrazóse el Condestable con él, y ambos fueron rodando la cuesta abajo, de suerte que antes que de la fortaleza pudiese ser socorrido, le puso en lugar seguro entre cien hombres de armas que allí cerca tenia puestos en celada, con lo cual sin dilacion se rindió la fortaleza. Por este mismo

campos de Arabiana, que están á las haldas de Moncayo, harto conocidos y desgraciados de tiempo antiguo por la muerte desgraciada y desleal ejecutada en las personas de los siete infantes de Lara. Ruy Diaz de Mendoza, por sobrenombre el Calvo, aunque ciudadano de Sevilla, era capitan de cuatrocientos caballos de Navarra. Este venció en un encuentro á Iñigo Lopez de Mendoza, señor de Hita, por arriscarse con menor número de gente á pelear con los contrarios. Pocos fueron los muertos, porque el Capitan, como vió los suyos desbaratados, se recogió con algunos á un ribazo, en que se hizo fuerte. Los mas se pusieron en huida y se salvaron á causa que los contrarios no tenian noticia de la tierra y por la escuridad de la noche, que cerró. Hacíanse las Cortes de Castilla en Medina del Campo por principio del año 1430, y por el mismo tiempo las de los catalanes en Tortosa, presentes los dos reyes, cada cual en su parte. Era grande la falta de dinero para los gastos de la guerra, que pretendian seria muy larga; y era grande la dificultad que se ofrecia para allegallo. Las rentas de Aragon eran pequeñas, las riquezas de Castilla consumidas con los gastos y poco órden del Rey y de su casa, como quier que la templanza del príncipe sirva en lugar de muy gruesas rentas bastantes para el tiempo de la guerra y de la paz. En ambas partes se trató de la poca lealtad que algunos grandes guardaban á sus reyes. Deseaba el de Aragon sosegar á don Fadrique, conde de Luna, ca se entendia inclinaba á seguir el partido de Castilla, movido del dolor y sentimiento que causaba en él habelle quitado el reino; demás que no faltaba gente liviana que despertaba su ánimo inconstante, y le ponia grandes esperanzas de vengarse y alcanzar mayores riquezas, si se arrimaba á Castilla. No pudo salir el de Aragon con lo que pretendia en esta parte, ni le pudo haber á las manos, pero confiscóle todo su estado, que le tenia muy grande. Lo mismo hizo el rey de Castilla con los infantes de Aragon, y aun pasó mas adelante, que, ó por ser de su condicion pródigo, ó con intento que á aquellos señores no les quedase esperanza de reconciliarse con él y ser restituidos en sus bienes, los pueblos que les quitó los repartió entre otros caballeros principales. El maestrazgo de Santiago se dió en administracion á don Alvaro de Luna, á Pedro Fernandez de Velasco en propiedad la villa de Haro, Ledesma á Pedro de Zúñiga (al uno y al otro con título de condes), á Pedro Manrique dió á Paredes, al conde de Benavente hizo merced de la villa de Mayorga, Medinilla fué dada á Pero Ponce. A Iñigo Lopez de Mendoza cupieron del repartimiento y del botin algunos lugares cerca de Guadalajara, que eran de la infanta doña Catalina; á don Gutierre Gomez de Toledo, obispo que fué adelante de Palencia, Alva de Tórmes, en tierra de Salamanca; á otros caballeros diferentes dió otros pueblos y lugares en gran número. Por este modo de la caida destos infantes como de un grande edificio se fundaron en Castilla nuevas casas y estados, que permanecen y se conservan hasta el dia de hoy, dado que algunos han hecho mudanza por diversas causas de apellidos y linajes. A don Fadrique, conde de Luna, que huido de

Aragon, por el mismo tiempo llegó á Medina del Campo, despues de habelle honrado y festejado mucho, dieron primero las villas de Cuellar y Villalon, despues tambien Arjona y otras rentas, con que pudiese sustentar su casa y estado. Doña Leonor, reina de Aragon, fué llamada á Tordesillas y allí puesta en el monasterio de Santa Clara. Quitáronle asimismo tres castillos suyos que tenia con guarnicion, que ella entregó como le era mandado, todo á propósito que no pudiese ayudar á sus hijos ni con hacienda ni de otra manera alguna; pero poco despues se revocó todo esto en Búrgos. Despues del rigor suele seguirse la benignidad y compasion, demás que parecia cosa fea que la madre inocente pagase los deméritos de sus hijos. Fué puesta en libertad, y fuéronle restituidos sus castillos con condicion y promesa que hizo de no acudir á sus hijos en aquella guerra. Ayudó mucho para tomar esta resolucion una embajada que vino sobre estas diferencias de Portugal, dado que lo que sobre todo con ella se pretendia era que entre los reyes de Castilla y de Aragon se hiciesen treguas hasta tanto que jueces señalados por ambas partes tratasen entre sí y asentasen las condiciones de la paz. No tuvo esto efecto por no estar aun sazonadas las cosas. En Peñíscola este año el domingo de Ramos, que fué á los 9 de abril, y el juéves adelante salió del sepulcro del papa Benedicto tan grande y tan suave olor, que se hinchó dél todo el castillo; así lo testifican algunos autores, como yo pienso, mas por aficion que con verdad. Esta fama por lo menos fué ocasion que Juan de Luna, su sobrino, le hiciese trasladar á Illueca, villa suya puesta ent. e Tarazona y Calatayud. La licencia para hacello alcanzó debajo de condicion que ni le hiciesen honras ni fuese enterrado en Jugar sagrado en pena de su contumacia y de haber por ella muerto descomulgado. Aprestábase el rey de Castilla para la guerra, y con gran cuidado juntaba una hueste muy grande, como el que estaba determinado de hacer de nuevo con mayor fuerza y pujanza otra entrada en Aragon. Junto con esto tenia mandado á don Fadrique Enriquez, almirante del mar, que con su armada, que tenia á punto, trabajase las riberas y mares de Aragon con todo género de daños. Hecho esto, movió con sus gentes y llegó á Osma. El rey de Aragon en Tarazona se aparejaba para la guerra, el de Navarra en Tudela; ambos con mayor porfia y diligencia que recaudo, á causa que aquellas dos naciones aborrecian aquella guerra como mala y desgraciada. Fueron sobre el caso enviados embajadores de Aragon, que llegaron á Osma á 14 dias de junio. Dióseles luego audiencia ; don Domingo, obispo de Lérida, que era el principal y cabeza en aquella embajada, habida licencia de hablar, con un largo razonamiento que hizo relató cuán grandes beneficios tenian los aragoneses recebidos de los reyes de Castilla. Que la memoria dellos seria perpetua, sin embargo que tomaron las armas, no por voluntad, sino forzados de los engaños de algunos señores, que se aprovechaban de la facilidad y nobleza de su Rey para echar sus deudos de la corte, sin dar lugar aun de hablalle como los que estaban con la privanza hinchados y acostumbrados á malas mañas. Que de buena gana las dejarian, si con reputacion lo pudiesen hacer, y

que los partidos fuesen honrosos y tolerables. Ninguno ignoraba cuán grande seria el estrago y desventura de todos si se viniese á las manos de poder á poder. Las espadas que una vez se tiñen en sangre de parientes, con dificultad y tarde se limpian. No de otra manera que si los muertos y sus cenizas anduviesen por las familias y casas pegando fuego y furia á los vivos, todos se embravecen, sin tener fin ni término la locura y los males. Punzados por el razonamiento del Obispo, don Alvaro y el conde de Benavente respondieron por sí y por los demás. Llegaron á malas palabras, y parece buscaban ocasion de pasar adelante. Ramon Perellos, uno de los embajadores, con loco atrevimiento se ofreció á hacer campo y probar con las armas á cualquiera que quisiese salir á la causa, que tenian la razon de su parte; grande resolucion y brava; pero por estar el Rey presente no se pasó á mas que palabras. Con esto se acabó aquella junta; despues los embajadores de Aragon hablaron de uno en uno á los grandes de Castilla, y hicieron con sus amonestaciones tanto, que los inclinaron á la paz. Estaban los reales de Castilla á la puente de Garay, sitio en que se entiende estuvo asentada la antigua Numancia, mas por las medidas y sitio de los lugares que porque haya algun rastro cierto desta antigüedad. Pasó el Rey con su campo á Majano. Allí por gran diligencia que los dichos embajadores hicieron asentaron treguas; por parte de Castilla don Alvaro de Luna y don Lope de Mendoza, arzobispo de Santiago, que nombraron para tratar de las capitulaciones con los embajadores de los dos reyes. Concertaron finalmente que durasen las treguas por espacio de cinco años con estas condiciones: dejadas por ambas partes las armas, se abriese la contratacion como antes; los infantes de Aragon restituyesen á Alburquerque dentro de treinta dias, y que no pudiesen entrar en Castilla en todo el tiempo de las treguas, ni tampoco el rey de Castilla les quitase los pueblos que por ellos se tenian; últimamente, que don Fadrique, conde de Luna, y don Jofre, marqués de Cortes, hijo de don Cárlos, rey de Navarra, que andaban forajidos en Castilla, no fuesen maltratados por los reyes de Aragon y Navarra. Para las demás diferencias se nombrasen catorce jueces, siete de cada parte; y que hasta concluir estuviesen y residiesen en Tarazona y Agreda, pueblos á la raya de Aragon. Luego que estas condiciones fueron aprobadas por los reyes, se pregonaron las treguas en los reales la misma fiesta del apóstol Santiago; lo mismo se hizo en las ciudades y lugares de los tres reinos con grande alegría de todos, que se regocijaban, no solo por el bien presente, sino mucho mas por la esperanza que cobraron de asentar una paz muy larga. Despacháronse correos á todas partes que llevasen nuevas tan alegres, y en particular al rey de Portugal, el cual con su embajada y grande instancia que hizo muchas veces procurara se compusiesen estos debates de los reyes; y en aquella sazon se mostraba alegre por los desposorios que festejaba de doña Isabel, su hija, con Filipe, duque de Borgoña, viudo de su segunda mujer. Deste matrimonio nació Cárlos, llamado el Atrevido, duque que fué adelante de Borgoña, conocido no mas por la grandeza de sus hechos y valor que por el triste y desgraciado

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