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fin que tuvo. El rey de Aragon despachó una armada á Portugal para llamar á sus hermanos. Pretendia él que dejando á Alburquerque, le acompañasen, y empleallos en la guerra de Italia, que le tenia en mucho cuidado, y de dia y de noche no pensaba sino en volver á ella,. aunque la ida de los infantes no se efectuó luego. Las gentes de Castilla fueron desde Osma despedidas con órden que á la primavera no faltasen de acudir á sus banderas para dar principio á la guerra de los moros de Granada. Hecho esto, el Rey pasó lo demás del estío en Madrigal, villa muy conocida, do ú la sazon la Reina se hallaba.

CAPITULO III.

De la guerra de Granada.

El fin de la guerra de Aragon fué principio de otras dos guerras, de la que á los moros se hizo y de la de Nápoles, como quier que nunca los reyes sosiegan, en especial cuando su imperio está muy extendido, ante's unas diferencias se traban de otras y se mueven de nuevo cada dia, además de la ambicion, mal desapoderado y cruel y que no tiene límite alguno. El que mas tiene mas desea, y de mas cosas está menguado, miserable y torpe condicion de la naturaleza de los mortales, si bien á don Juan, rey de Castilla, puede excusar el deseo que tenia de ensanchar el nombre cristiano y extirpar la nacion de los moros, por lo menos en España. El rey Mahomad, llamado el Izquierdo, restituido que fué en el reino, como antes desto queda dicho, rebusaba, sin embargo, de pagar el tributo y parias que así él como sus antepasados tenian costumbre de pagar; que fué la causa por que cuando se hacian los aparejos para la guerra de Aragon, si bien pidió treguas, ni del todo se las negaron, ni claramente se las concedieron y otorgaron. Tomóse solamente por expediente de enviar por embajador á Granada á Alonso de Lorca para entretener aquel rey Bárbaro y dar tiempo al tiempo hasta que el juego estuviese bien entablado. Al presente, como nuevos embajadores para esto enviados hiciesen de nuevo instancia por las treguas, respondió el Rey que no se tomaria ningun asiento sino fuese que ante todas cosas pagasen el tributo que tenian antes concertado. Fué junto con esto Alonso de Lorca, enviado por embajador al rey de Túnez con ricos presentes para dar razon á aquel Rey de la deslealtad y contumacia del rey de Granada, que ni se movia por el peligro, ni correspondia al amor que le mostraran. Con esto obró tanto, que persuadió á aquel Rey no enviase al de Granada para aquella guerra socorros desde Africa. Esto fué tanto mas fácil, que aquellos bárbaros ponen de ordinario la amistad y lealtad en venta, y mas les mueve su pro particular que el respeto de la religion y honestidad. Por ventura hacen esto solos los bárbaros, y no los mas de los príncipes que tienen el nombre y se precian de la profesion de cristianos? Tuviéronse Cortes en Salamanca, en que con gran voluntad de todos los estados se otorgó al Rey ayuda de dinero para aquella guerra en mayor cantidad que les pedian, porque era contra los enemigos de cristianos. Por el fin deste año se hicieron diversas entradas en tierras de moros, en particular don Gonzalo,

obispo de Jaen, y Diego de Ribera; adelantado que era del Andalucía, con ochocientos caballos y tres mil de á pié entraron hasta llegar á la vega de Granada. Repartieron la gente desta manera: pusieron dos celadas en lugares á propósito; ochenta de á caballo llegaron á dar vista á la ciudad con intento de sacar los moros á la pelea y metellos en las zalagardas y enredallos. Salieron ellos, pero con recato al principio, porque temian lo que era, que habia engaño. Los que tenian en la primera celada, como les fuera mandado, á los primeros golpes volvieron las espaldas. Asegurados con esto los moros como si no hobiera mas que temer, sin órden y sin concierto siguen á rienda suelta el alcance. Llegaron con esto donde estaba la fuerza de los contrarios, que era la segunda celada. No pensaban los moros cosa semejante ni hallar resistencia; así ellos se atemorizaron, y á los nuestros creció el ánimo. Hirieron en los enemigos, mataron docientos, prendieron ciento, los demás como pláticos de la tierra se salvaron por aquellas fraguras, á las cuales los caballos de los moros estaban acostumbrados, y á los cristianos fueron causa por su aspereza y no estar usados de detenerse. Por otra parte, Fernan Alvarez de Toledo, señor de Valdecorneja, á cuyo cargo quedó la guarnicion de Ecija, entró por los campos y tierra de Ronda. No le sucedió tan prósperamente, porque acudiendo los naturales, con igual daño suyo del que hizo en los contrarios, fué forzado á retirarse. Poco despues Rodrigo Perea, adelantado de Cazorla, entró por otra parte; acudieron al improviso los enemigos, y fué la carga que dieron tan grande, que con pérdida de casi todos los suyos apenas el Adelantado se pudo salvar á una de caballo. Verdad es que García de Herrera que era mariscal', escaló de noche y ganó de los moros por fuerza el lugar de Jimena, que fué alguna recompensa do aquellos daños. Desta manera variaban las cosas prósperas y adversas, fuera de que el tiempo no era á propósito, antes por las continuas aguas hallaban los caminos empantanados, los rios iban crecidos. En particular en Navarra el rio Aragon salió de madre y derribó gran parte de la villa de Sangüesa con gran pérdida y notable daño, de los moradores de aquel lugar. El Rey llamó por sus cartas á don Diego Gomez de Sandoval, conde de Castro, y al maestre de Alcántara don Juan de Sotomayor. No obedecieron, sea por miedo de sus enemigos, sea estimulados de su mala conciencia. Era cierto seguian la voz de los infantes de Aragon, y aun despues de hechas las treguas, perseveraban en lo mismo. A la sazon que se apercebian para esta guerra falleció la primera mujer de don Alvaro de Luna doña Elvira de Portocarrero. Por su muerte casó segunda vez con doña Juana, hija del conde de Benavente. Los regocijos de las bodas se celebraron en Palencia; no fueron grandes á causa que á la misma sazon falleció doňa Juana de Mendoza, abuela de la desposada, y mujer que fué del almirante don Enrique ; los padrinos de la boda fueron el Rey y la Reina. Ninguna cosa por entonces parecia demasiada por ir en aumento y con viento próspero la privanza y autoridad de don Alvaro. Sucedian estas cosas al principio del año 1431. El papa Martino V, ya mas amigo, á lo que mostraba,

á

del Aragonés, al tiempo mismo que, ó por odio de los franceses, ó con una profunda disimulacion tenia llamado á Italia al dicho rey don Alonso, falleció en mala sazon en Roma de apoplejía á 20 del mes de febrero; otros buenos autores señalan el año siguiente, que hace maravillar haya variedad en cosa tan fresca y tan notable. En lugar del papa Martino fué puesto el cardenal Gabriel Condelmario, veneciano de nacion, con nombre que tomó de Eugenio IV; fué su eleccion á 3 dias de marzo. Ayudóle en gran manera para subir á aquel grado el cardenal Jordan Ursino; por esto comenzó á favorecer mucho á los ursinos, hando muy poderoso en Roma, y á perseguir por el mismo caso á los coloneses, sus contrarios; y á su ejemplo Juana, reina de Nápoles, mujer mudable é inconstante, despojó á Antonio Colona de la ciudad de Salerno. Por respeto del nuevo Pontifice le quitó lo que el Pontifice pasado le hizo dar, ó por ventura hubo algun demérito suyo, de que resultaron nuevas alteraciones y diferentes esperanzas en otros de ser acrecentados. El rey de Castilla, determinado de ir en persona á la guerra de los moros, nombró para el gobierno de Castilla en su ausencia á Pedro Manrique. Hecho esto, de Medina del Campo pasó á Toledo, en cuyo templo por devocion pasó toda una noche armado y en vela, costumbre de los que se armaban caballeros. Venida la mañana, hizo bendecir las banderas; y pasadas las fiestas, que se le hicieron grandes, hechos sus votos y plegarias, partió para la guerra. Está en medio del camino puesta Ciudad-Real. Allí, como el Rey se detuviese por algunos dias, los 24 de abril, dos horas despues de medio dia, tembló la tierra de tal manera, que algunos edificios quedaron maltratados, y algunas almenas del castillo cayeron en tierra. El mismo Rey fué forzado por el miedo y por el peligro salir á raso y al descubierto; fué grande el espanto que en todos causó, y mayor por estar el Rey presente y correr peligro su persona; mas el daño fué pequeño, y ningun hombre pereció. En Aragon, Cataluña y en Ruisellon fué mayor el estrago por esta misma causa y á la misma sazon, tanto, que algunos lugares quedaron destruidos, y algunos maltratados por los temblores de la tierra. En Granada otrosí poco adelante, y en los reales de Castilla que cerca estaban y á punto de pelear y entrar en la batalla que se dieron, como se dirá poco adelante, tembló la tierra, pronóstico que cada uno podia pensar amenazaba á su parte ó á la contraria ó á entrambas, y que dió bien que pensar y temer no menos á los moros que á los cristianos. Asimismo por toda España fueron grandes los temores y anuncios que hubo por esta causa; que el pueblo inconstante y supersticioso suele alterarse por cosas semejantes y pronosticar grandes males. Por este mismo tiempo en Barcelona falleció la reina doña Violante de mucha edad; fué casada con el rey don Juan el Primero, y era abuela materna de Ludovico, duque de Anjou, con quien traian guerra los aragoneses por el reino de Nápoles. Llegó el rey de Castilla por el mes de mayo á la ciudad de Córdoba ; desde allí envió á don Alvaro de Luna adelante con buen número de gente, taló la campaña de llora, y llegó haciendo estrago hasta la misma vega de Granada, llanura que es de

grande frescura y no de menor fertilidad: Puso fuego en los ojos de los mismos ciudadanos á sus huertas, sus cortijos y arboledas, sin perdonar á una hermosa casa de campo que por allí tenia el rey Moro; pero no fueron parte estos daños ni aun las cartas de desafío que les envió don Alvaro pará que saliesen á pelear. No se supo la causa; puédese conjeturar que por estar la ciudad suspensa con el miedo que tenia de mayores males, ó no estar los ciudadanos asegurados unos de otros. Entre tanto que esto pasaba se consultaba en Córdoba sobre la forma que se ternia en hacer la guerra. Los pareceres fueron diferentes; unos decian que talasen los campos y no se detuviesen en poner sitio sobre algun particular pueblo; otros que seria mas á propósito cercar alguna ciudad fuerte para ganar mayor reputacion, y con su toma sacar mayor provecho de tantos trabajos y tan grandes gastos. Prevaleció el parecer mas honroso y de mas autoridad, y conforme á él se acordó fuesen sobre Granada y peleasen con los moros de poder á poder, que era lo que un moro, por nombre Gilairo, grandemente les aconsejaba; el cual en su tierna edad, como bobiese sido preso por los moros y renegado nuestra fe, dado que no de corazon, en esta ocasion se vino á Córdoba á los nuestros y les daba este consejo. Prometia que luego que los fieles se presentasen á vista de la ciudad de Granada, Juzef Benalmao, nieto que era de Mahotnad, el rey Bermejo, que fué muerto en Sevilla, se pasaria con buen número de gente á sus reales. Tomada esta resolucion, la Reina, que hasta allí acompañara al Rey, se partió para Carmona; el ejército marchó adelante. Por el mes de octubre se detuvo el Rey cerca de Alvendin algunos dias hasta tanto que todas las compañías se juntasen. Llegáronse hasta ochenta mil hombres, y entre ellos muchos que por su linaje y hazañas eran personas de gran cuenta. Dióse cuidado de asentar los reales y de maestres de campo al adelantado Diego de Ribera y á Juan de Guzman, cargo que antes solia ser, conforme á las costumbres de España, de los mariscales, á quien pertenecia señalar y repartir las estancias. Marcharon dende en buen órden, y el segundo dia llegaron á tierra de moros. Entraron formados sus escuadrones y en ordenanza, no de otra manera que si tuvieran los enemigos delante. Don Alvaro de Luna llevaba el cargo de la avanguardia, en que iban dos mil y quinientos hombres de armas; el Rey iba en el cuerpo de la batalla con la fuerza del ejército, acompañado de muchos grandes; el postrero escuadron hacian los cortesanos y gran número de eclesiásticos, entre ellos don Juan de Cerezuela, obispo de Osma, y don Gutierre de Toledo, obispo de Palencia; á los costados marchaban con parte de la gente don Enrique, conde de Niebla, Pero Fernandez de Velasco, Diego Lopez de Zúñiga, el conde de Benavente y el obispo de Jaen; delante de todos los escuadrones iban los dos maestres de campo con mil y quinientos caballos ligeros. Estos dieron principio á la batalla, que fué á 29 del mes de junio en esta guisa. Los moros salieron de la ciudad de Granada con grandes alaridos; los fieles fueron los primeros á pasar á un ribazo que caia en medio; con esto se trabó la pelea. Era grande la muchedumbre de los bárbaros, y

en lugar de los heridos y cansados venian de ordinario nuevas compañías de refresco de la ciudad que cerca tenian. Lo mismo hacian los nuestros, que adelantaban sus compañías, y todos meneaban las manos. Adelantóse Pedro de Velasco, cuya carga no sufrieron los moros; retiráronse poco a poco cogidos y en ordenanza á la ciudad, de manera que aquel dia ninguno de los enemigos volvió las espaldas. Retirados que fueron los moros, los reales del Rey se asentaron á la halda del monte de Elvira, fortificados de foso y trincheas. Los moros eran cinco mil de á caballo y como docientos mil infantes, todos número, parte alojada en la ciudad, y parte en sus reales, que tenian cerca de las murallas á causa que dentro de la ciudad no cabia tanta muchedumbre. El domingo adelante ordenaron los moros sus haces en guisa de pelear. Allanaba el maestre de Calatrava con los gastadores el campo, que á causa de los valladares y acequias estaba desigual y embarazado. Acometiéronle los moros, y cargaron sobre él y sus gastadores que hacian las explanadas. Visto el peligro en que estaba, acudieron don Enrique, conde de Niebla, y Diego de Zúñiga, que mas cerca se hallaban, desde los reales á socorrelle; la pelea se encendia, y el calor del sol por ser á medio dia era muy grande. El Rey, enojado porque no pensaba pelear aquel dia y turbado por la locura y atrevimiento de los suyos, envió á don Alvaro de Luna para que hiciese retirar á los soldados y dejar la pelea. La escaramuza estaba tan adelante y los moros tan mezclados por todas partes, que á los cristianos, si no volvian las espaldas, no era posible obedecer, Lo cual como supiese el Rey, hizo con presteza poner en ordenanza su gente. Hablóles brevemente en esta sustancia: «Como aquellos mismos eran los que poco antes les pagaban parias, los mismos capitanes y corazones. Que el Rey no salia á la batalla por no fiarse de las voluntades de los ciudadanos, cuya mayor parte favorecia á Benalmao, que se ha acogido á nuestro amparo y pasado á nuestros reales. Acometed pues con brio y gallardía á los enemigos que teneis delante, flacos y desarmados. No os espante la muchedumbre, que ella misma los embarazará en la pelea. ¿Con qué cara volverá cualquiera de vos á su casa si no fuere con la victoria ganada? A los que temieron los aragoneses, los navarros, los franceses ¿podrá por ventura espantar esta canalla y tropel de bárbaros, mal juntada y sin órden? Afuera tan gran mal, no permita Dios ni sus santos cosa tan fea. Este dia echará el sello á todos los trabajos y victorias ganadas, ó lo que tiemblo en pensallo, acarreará á nuestro nombre y nacion vergüenza, afrenta y perpetua infamia. » Dicho esto, mandó tocar las trompetas en señal de pelear. Acometieron á los moros, que los recibieron con mucho ánimo; fué el alarido grande de ambas partes; estuvieron algun espacio las haces mezcladas sin reconocerse ventaja. La manera de la pelea era brava, dudosa, fea, miserable; unos huian, otros los seguian, todo andaba mezclado, armas, caballos y hombres; no habia lugar de tomar consejo ni atender á lo que les mandaban. Andaba el Rey mismo entre los primeros como testigo del esfuerzo de cada cual y para animallos á todos. Su presencia los avivó tanto, que vueltos á ponerse

en ordenanza, les parecia que entonces comenzaban á pelear. Con este esfuerzo los enemigos, vueltas las espaldas, á toda furia se recogieron, parte á la ciudad, parte por el conocimiento que tenian de los lugares, y confiados en su aspereza, se retiraron por aquellos montes cercanos, sin que los nuestros cesasen de herir en ellos y matar hasta tanto que sobrevino y cerró la noche. El número de los muertos no se puede saber al justo; entendióse que seria como de diez mil. Los reales de los moros, que tenian asentados entre las viñas y los olivares, ganó y entró don Juan de Cerezuela. Los demás eclesiásticos con cruces y ornamentos y mucha muestra de alegría salieron á recebir al Rey, que, acabada la pelea, volvia á sus reales. Daban todos gracias á Dios por merced y victoria tan señalada. Detuviéronse en los mismos lugares por espacio de diez dias. Los moros, dado que ni aun á las viñas se atrevian á salir, pero ninguna mencion hicieron de concertarse y hacer confederacion, sea por confiar denasiado en sus fuerzas, sea por tener perdida la esperanza de ser perdonados. Por ventura tambien un extraordinario pasmo tenia embarazados los entendimientos del pueblo y de los principales para que no atendiesen á lo que les estaba bien. Dióse el gasto á los campos sin que alguno fuese á la mano. Hecho esto, el rey de Castilla con su gente dió la vuelta. Quedó el cargo de la frontera al maestre de Calatrava y al adelantado Diego de Ribera, y con ellos Benalmao con título y nombre de rey para efecto, si se ofreciese ocasion, de apoderarse con el ayuda de su parcialidad del reino de Granada. Este fué el suceso desta empresa tan memorable y de la batalla muy nombrada, que vulgarmente se llamó de la Higuera por una puesta y plantada en el mismo lugar en que pelearon. Pocos de los fieles fueron muertos, ni en la batalla ni en toda la guerra, y ninguna persona notable y de cuenta ; con que el alegría de todo el reino fué mas pura y mas colmada.

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CAPITULO IV.

De las paces que se hicieron entre los reyes de Castilla y de Portugal.

Estaba desde los años pasados retirado don Nuño Alvarez Pereira, condestable que era de Portugal, conde de Barcelos y de Oren, no solo de la guerra, sino de las cosas del gobierno, y por su mucha edad se recogió en el monasterio de los carmelitas, que á su costa de los despojos de la guerra edificó en Lisboa. Recelábase de la inconstancia de las cosas, temia que la larga vida no le fuese ocasion, como á muchos, de tropezar y caer; junto con esto, pretendia con mucho cuidado alcanzar perdon de los pecados de su vida pasada, y aplacar á Dios con limosnas que hacia á los pobres, y templos que edificaba en honra de los san. tos, como hoy en Portugal se ven no pocos fundados por él, y entre ellos uno en Aljubarrota de San Jorge, y otro de Santa María en Villaviciosa, muestras claras de su piedad, y trofeos señalados de las victorias que ganó de los enemigos. En estas buenas obras se ocupaba cuando le sobrevino la muerte, en edad de setenta y un años, y cuarenta y seis años despues que fué hecho condestable. Su fama y autoridad y memoria durará

siempre en España; su cuerpo enterraron en el mismo monasterio en que estaba retirado. Hallóse el Rey mismo á su enterramiento muy solemne, á que concurrieron toda suerte de gentes. Esta prenda y muestra de amor dió el Rey á los merecimientos del difunto, al cual debia lo que era. Tuvo una sola hija, por nombre doña Beatriz, que casó con don Alonso, duque de Berganza, hijo bastardo del mismo rey de Portugal. Entre los nietos que deste matrimonio le nacieron, antes de su muerte dividió todo su estado. El rey de Portugal, avisado por la muerte de su amigo, que era de la misma edad, que su fin no podia estar léjos, lo que una y otra vez tenia intentado, se determinó con mayor fuerza y con una nueva embajada de tratar y concluir con el rey de Castilla que se hiciesen las paces. Partióse el rey don Juan arrebatadamente del reino de Granada, con que parecia á muchos que se perdió muy buena coyuntura de adelantar las cosas. Vulgarmente se murmuraba que don Alvaro fué sobornado para hacer esto con cantidad de oro que de Granada le enviaron en un presente que le hicieron de higos pasados. Creíase esto fácilmente á causa que ninguna cosa, ni grande ni pequeña, se hacia sino por su parecer; demás que el pueblo ordinariamente se inclina á creer lo peor. Llegaron á Córdoba á 20 de julio. Partidos de allí, en Toledo cumplieron sus promesas y dieron gracias a Dios por la victoria que les otorgara. De Toledo muy presto, pasados los puertos, se fueron á Medina del Campo, para donde tenian convocadas Cortes gencrales del reino, que en ninguna cosa fueron mas señaladas que en mudar, como se mudaron, las treguas que tenian con Portugal en paces perpetuas. La confederacion se hizo con honrosas capitulaciones para las dos naciones, y á 30 de octubre se pregonaron en las Cortes de Castilla y en Lisboa. Para este efecto de Castilla fué por embajador el doctor Diego Franco. Por otra parte, á la misma sazon, el conde de Castro fué condenado de crímen contra la majestad real. Confiscaron otrosí los pueblos del maestre de Alcántara, y pusieron guarniciones en ellos en nombre del Rey. Prendieron al tanto á Pedro Fernandez de Velasco, conde de Haro, á Fernan Alvarez de Toledo y al obispo de Palencia, su tio, don Gutierre de Toledo. Cargábanlos de estar hermanados con los infantes de Aragon, y que con deseo de novedades trataban de dar la muerte á don Alvaro. Estas sentencias y prisiones fueron causa de alterarse mucho los ánimos, por tener entendido los grandes que contra el poder de don Alvaro y sus engaños ninguna seguridad era bastante, y que les era fuerza acudir á las armas. En particular Iñigo Lopez de Mendoza se determinó, para lo que podia suceder, de fortificar la su villa de Hita con soldados y armas. Tratósé en las Cortes de juntar dinero, como se hizo, para el gasto de la guerra contra los moros, que parecia estar en buenos términos á causa que el adelantado y el maestre de Calatrava ganaron á la sazon muchos pueblos de moros, Ronda, Cambil, Illora, Archidona, Setenil, sin otros de menos cuenta. La misma ciudad de Loja rindieron, que era muy fuerte; pusieron cerco á la fortaleza, do parte de la gente se fortificara, en cuyo favor vino de Granada Juzef Abencerraje; pero fué

vencido en batalla y muerto por los nuestros, que acudieron á estorballe el paso. La lealtad y constancia le fué perjudicial y querer continuar en servir al rey Mahomad. su señor, sin embargo que los naturales, en gran parte por el odio que tenian al gobierno presente, se inclinaban á dar el reino á Benalmao. Por esto el rey Mahomad el Izquierdo, visto que no tenia fuerzas iguales á sus contrarios, así por ser ellos muchos como porque los nuestros con diversas mañas los atizaban y animaban contra él, dejada la ciudad de Granada en que prevalecia aquella parcialidad, se resolvió de irse á Málaga y allí esperar mejores temporales. Con su partida Benalmao fué recebido en la ciudad el primer dia del año de 1432, que se contara de los moros 835 años, el mes iamad el primero; en el cual mes al infante de Portugal don Duarte nació de su mujer doña Leonor un hijo, que se llamó don Alonso, y fué adelante muy conocido por muchas desgracias que le acontecieron. Los ciudadanos de Granada á porfía se adelantaban á servir al nuevo Rey, la mayor parte con voluntades llanas, otros acomodándose al tiempo, y por el mismo caso con mayor diligencia y rostro mas alegre, que en gran manera sirve á representaciones y ficciones semejantes. El mismo Rey hizo juramento que estaria á devocion de Castilla, y sin engaño pagaria cada año de tributo cierta suma de dineros, segun que lo tenian concertado, de lo cual se hicieron escrituras públicas. Las cosas estaban desta manera asentadas, cuando la fortuna ó fuerza mas alta, poderosa en todas las cosas humanas, y mas en dar y quitar principados, las desbarató en breve con la muerte que sobrevino á Benalmao. Era ya de mucha edad, y así falleció el sexto mes de reinado, á 24 de junio, en el mes que los moros llaman iavel. Con esto Mahomad el Izquierdo, de Málaga, do se entretenia con poca esperanza de mejorar sus cosas, sabida la muerte de su contrario, fué de nuevo llamado al reino, y recebido en la ciudad no con menor muestra de alicion que el odio con que antes le echaron; tanto puede muchas veces un poco de tiempo para trocar las cosas y los corazones. Muchos, despues de desterrado y ido, se movian á tenelle compasion. Vuelto al reino, en lugar del Abencerraje nombró por gobernador de Granada á un hombre poderoso, llamado Andilbar. Puso treguas con el rey de Castilla, que le fueron, bien que por breve tiempo, otorgadas. A la raya de Portugal los infantes de Aragon no cesaban de alborotar la tierra. Los tesoros del Rey, consumidos con gastos tan continuos, no bastaban para acudir á tantas partes. Esta fué la causa de asentar con los moros aquellas treguas. Demás desto, en parte pareció condescender con los ruegos del rey de Túnez, el cual, con una embajada que envió á Castilla, trabajaba de ayudar aquel Rey por ser su amigo y aliado. Para reducir al maestre de Alcántara y apartalle de los aragoneses fué por órden del Rey don Alvaro de Isorna, obispo de Cuenca, por si con la autoridad de perlado y el deudo que tenian los dos pudiese detener al que se despeñaba en su perdicion y reduc ille á mejor partido. Toda esta diligencia fué de ning un efecto ; no se pudo con él acabar cosa alguna, si bien no mucho despues entendiendo que el Maestre estaba arrepentido, se dió cuidado al

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doctor Franco de aplacalle y atraelle á lo que era razon. El, como hombre de ingenio mudable y deseoso de novedades, al cual desagradaba lo que era seguro, y tenia puesta su esperanza en mostrarse temerario, de repente como alterado el juicio entregó el castillo de Alcántara al infante de Aragon don Pedro, y al dicho Franco puso en poder de don Enrique, su hermano, exceso tan señalado, que cerró del todo la puerta para volver en gracia del Rey. La gente eso mismo comenzó á aborrecelle como á hombre aleve y que con engaño quebrantara el derecho de las gentes en maltratar al que para su remedio le buscaba. Al almirante don Fadrique y al adelantado Pedro Manrique con buen número de soldados dieron cargo de cercar á Alburquerque y de hacer la guerra á los hermanos infantes de Aragon. Gutierre de Sotomayor, comendador mayor de Alcántara, prendió de noche en la cama al infante don Pedro, primer dia de julio, no se sabe si con parecer del Maestre, su tio, que temia no le maltratasen los aragoneses, si porque él mismo aborrecia el parecer del tio en seguir el partido de los aragoneses, y pretendia con tan señalado servicio ganar la voluntad del Rey. La suma es que por premio de lo que hizo fué puesto en el lugar de su tio. A instancia del Rey los comendadores de Alcántara se juntaron á capítulo. Allí don Juan de Sotomayor fué acusado de muchos excesos, y absuelto de la dignidad. Hecho esto, eligieron para aquel maestrazgo á don Gutierre, su sobrino. El paradero de cada uno suele ser conforme al partido que toma, y el remate semejable á sus pasos y méritos. Los señores de Castilla que tenian presos fueron puestos en libertad, sea por no probár seles lo que les achacaban, sea porque muchas veces es forzoso que los grandes príncipes disimulen, especial cuando el delito ha cundido mucho.

CAPITULO V.

De la guerra de Nápoles.

Con la vuelta que dió á España don Alonso, rey de Aragon, como arriba queda mostrado, hobo en Nápoles gran mudanza de las cosas y mayor de los corazones. Muy gran parte de aquel reino estaba en poder y señorío de los enemigos. Los mas de los señores favorecian á los angevinos; pocos, y estos de secreto, seguian el partido de Aragon, cuyas fuerzas, como apenas fuesen bastantes para una guerra, en un mismo tiempo se dividieron en muchas; y sin mirar que tenian tan grande guerra dentro de su casa y entre las manos, buscaron guerras extrañas. Fué así, que los fregosos, una muy poderosa parcialidad entre los ciudadanos de Génova, echados que fueron de su patria, y despojados del principado que en ella tenian, por Filipo, duque de Milan, acudieron con humildad á buscar socorros extraños. Llamaron en su ayuda á don Pedro, infante de Aragon, que á la sazon en Nápoles con pequeñas esperanzas sustentaba el partido del Rey, su hermano. Fué él de buena gana con su armada, por la esperanza que le dieron de hacelle señor de aquella ciudad ; á lo menos pretendia con aquel socorro que daba á los fregosos vengar las injurias que en la guerra pasada les hizo el duque de Milan. No fué vana esta empresa, ca M-11.

juntadas sus fuerzas con los fregosos y con los fliscos, quitó al duque de Milan muchos pueblos y castillos por todas aquellas marinas de Génova. Despertóse por toda la provincia un miedo de mayor guerra: los naturales entraron con aquella ayuda en esperanza de librarse del señorío del Duque por el deseo que tenian de novedades. El duque de Milan, cuidadoso que si perdia á Génova, podia correr peligro lo demás de su estado, se determinó de hacer paces con los aragoneses. Para esto por sus embajadores que envió á España prometió al Rey sin sabello los ginoveses que le entregaria la ciudad de Bonifacio, cabeza de Córcega, sobre la cual isla por tanto tiempo los aragoneses tenian diferencia con los de Génova. Pareció no se debia desechar la amistad que el Duque ofrecia con partido tan aventajado; por esto el rey de Aragon envió á Italia sus embajadores con poder de tratar y concluir las paces. No se pudo entregar Bonifacio por la resistencia que hizo el Senado de Génova, pero dieron en su lugar los castillos plazas de Portuveneris y Lerici. Tomada esta resolucion, el infante don Pedro, llamado desde Sicilia, donde se habia vuelto, puso guarnicion en aquellos castillos, y dejando seis galeras al sueldo del duque Filipo para guarda de aquellas marinas, se partió con la demás armada. En conclusion, talado que hobo y saqueado una isla de Africa llamada Cercina, hoy Charcana, y del número de los cautivos, por tener grandes fuerzas, suplido los remeros que faltaban, compuestas las cosas en Sicilia y en Nápoles como sufria el estado presente de las cosas, se hizo á la vela para España, como arriba queda dicho, en socorro de sus hermanos y para ayudallos en la guerra que hacian contra Castilla, ni con gran esperanza, ni con ninguna de poderse en algun tiempo recobrar el reino de Nápoles. Las fuerzas de la parcialidad contraria le hacian dudar por ser mayores que las de Aragon; poníale esperanza la condicion de aquella nacion, acostumbrada muchas veces á ganar mas fácilmente estados de fuera con las armas que sabellos conservar, como de ordinario á los grandes príncipes antes les falta industria para mantener en paz los pueblos y vasallos que para vencer con las armas á los enemigos. Representábasele qué las costumbres de las dos naciones francesa y neapolitana eran diferentes, los deseños contrarios; por donde en breve se alborotarian y entraria la discordia entre ellos, que es lo postrero de los males. De la Reina y de los cortesanos, como de la cabeza, la corrupcion y males se derramaban en los demás miembros de la república. Juzgaba por ende que en breve pereceria aquel estado forzosamente y se despeñaria en su perdicion, aunque ninguno le contrastase. No fué vana esta consideracion, porque el de Anjou fué enviado por la Reina á Calabria con órden que desde allí cuidase solo de la guerra, sin embarazarse en alguna otra parte del gobierno ni poner en él mano. El que dió este consejo fué Caracciolo, senescal de Nápoles; pretendia, alejado su competidor, reinar él solo en nombre ajeno; cosa que le acarreó odio, y al reino mucho mal. Deste principio, como quier que se aumentasen los odios, pasó el negocio tan adelante, que el Aragonés fué por Caracciolo llamado al reino. Prometíale que

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